Las Solteronas by Claude Mancey - HTML preview

PLEASE NOTE: This is an HTML preview only and some elements such as links or page numbers may be incorrect.
Download the book in PDF, ePub, Kindle for a complete version.

21 de febrero.

El señor Baltet me gusta cada vez más.

Ha estado delicioso esta tarde. Cada uno de los objetos que lepresentaba la abuela, era motivo para una disertación medio seria,medio jocosa. La de Ribert y Genoveva han quedado conquistadas comoyo... aunque en distinto grado. Hasta Celestina manifiesta algunaindulgencia hacia el señor Baltet. La abuela no habla más que de él, ysu nombre sale a cada instante en la conversación... Yo sonrío y mepongo encarnada... Dios mío, qué dichosa soy...

Francisca me asombra prodigiosamente. Ella, que no tiene la costumbre dehablar seriamente, está admirable de formalidad y de oportunidad. No sédónde ha ido a buscar las anécdotas que nos ha contado sobre un plato deBernardo Palissy; todas la hemos escuchado con la misma sorpresa. Sinese airecito reservado y dulce que ha inaugurado, sin duda en obsequiodel señor Baltet, se hubiera ganado algunas observaciones de la abuela ode la de Ribert; pero nadie ha dicho nada, en consideración a unesfuerzo tan meritorio. El mismo señor Baltet escuchaba con gusto lo quedecía Francisca. En varias ocasiones ha buscado su mirada y casisolicitado su aprobación; y la deliciosa Francisca, encantadora deingenuidad y de modestia, sonreía, decía algunas palabras sinincorrecciones, se callaba y bajaba los ojos... Hasta he notado que lesale muy bien ese juego de miradas... Qué milagrosa conversión... No hepodido menos de hacérselo observar:

—Dime, Francisca, ¿se trata de una apuesta?

—No hagas caso, Magdalena—me respondió, soltando una carcajada, que mepareció nerviosa,—es mi cara de hacer conquistas...

—¡Su cara de hacer conquistas!... ¡Qué broma!...