
La abuela va con frecuencia a casa de la Ribert, el padre Tomás viene ala nuestra, Genoveva aparece y desaparece y me envía amables sonrisas, yCelestina afecta cierto aire de discreción... Con tal de que no piensenotra vez en casarme...
¡Oh! no, no estoy para entrevistas...
No he podido menos de dar parte a Francisca de mis temores, y me haanimado a la resistencia.
—El amor es siempre contrariado por la familia—observó, dándoseimportancia.
—¿Crees eso?
—Sí. Hay que tener energía y no dejarte influir...
—Pero...
—Si cedes, todo está perdido.
—No cedo—respondí;—pero, en fin, Francisca, yo no conozco al señorBaltet...
—Que no le conoces... ¿Y la famosa carta?...
—Es verdad; existe la carta.
—Una carta como esa, basta para inflamar un corazón...
—Un corazón inflamable—rectifiqué,—pero no uno como el tuyo.
—No se trata de mí—respondió Francisca.—sabes que yo no representomás que los papeles de coqueta, mientras que tú eres una enamorada denacimiento...
—¿Verdad?...
—Sí, cuando yo te lo digo...
¡Buena y querida Francisca!... Qué suerte tiene de saber tanto... Hemosdiscutido juntas el santo a quien hay que rezar para conseguir que elseñor Baltet llegue a conocerme. Yo me inclinaba a San Antonio, peroFrancisca no es de mi opinión y me encomienda a Santa Magdalena. Me hatraído el librito del padre Lacordaire para excitar mi confianza en laquerida santa.