

Entonces los tres ejércitos recibieron orden de avanzar, y los ataques fueron dispuestos de esta manera: el primero por las rocas de Vilario; el segundo por el paso de Bagnol; y el tercero por el desfiladero de Lucerna.
Las tropas se abrieron camino por la superioridad de sus números, y habiendo ganado las rocas, el paso y el desfiladero, comenzaron a cometer las más terribles tropelías y las mayores crueldades. A los hombres los colgaron, quemaron, pusieron en el potro del tormento hasta morir y despedazaron; a las mujeres las destriparon, crucificaron, ahogaron o echaron desde los precipicios; y a los hijos los echaron sobre lanzas, trocearon, degollaron o estrellaron contra las rocas. Ciento veintiséis habitantes sufrieron de esta forma en el primer día que ocuparon la ciudad.
En conformidad a las órdenes del marqués de Pianessa, también saquearon las posesiones y quemaron las casas de los habitantes. Pero varios protestantes consiguieron huir, conducidos por el capitán Gianavel, cuya mujer e hijos, desgraciadamente, cayeron prisioneros, y fueron llevados bajo fuerte custodia a Turín.
El marqués de Pianessa escribió una carta al capitán Gianavel, liberando a un preso protestante para que se la llevara. El contenido era que si el capitán abrazaba la religión católica romana, sería indemnizado por todas sus pérdidas desde el comienzo de la guerra; que su mujer e hijos serían inmediatamente liberados, y que él mismo sería honrosamente ascendido en el ejército del duque de Saboya. Pero que si rehusaba acceder a las proposiciones que se le hacían , su mujer e hijos serían muertos, y que se ofrecería una recompensa tan enorme por su entrega, vivo o muerto, que incluso algunos de sus más ínfimos amigos se sentirían tentados de traicionarle, por la enormidad de la suma.
A esta epístola el valiente Gianavel envió la siguiente respuesta: Mi señor el Marqués: No hay tormento tan grande ni muerte tan cruel que me hicieran preferir abjurar de mi religión; 120
El Libro de los Mártires por Foxe
de manera que las promesas pierden su efectividad, y las amenazas tan sólo me fortalecen en mi fe.
Con respecto a mi mujer e hijos, mi señor, nada puede afligirme tanto como el pensamiento de su encierro, ni nada puede ser terrible para mi imaginación que pensar en que van a sufrir una muerte violenta y cruel. Siento agudamente todas las flemas sensaciones de un marido y un padre; mi corazón estálleno de todos los sentimientos humanos; sufriría cualesquiera tormentos para rescatarlos del peligro; moriría para preservarlos.
Pero habiendo dicho todo esto, mi señor, os aseguro que la compra de sus vidas no puede ser al precio de mi salvación. Cierto es que los tenéis en vuestro poder; pero mi consuelo es que vuestro poder es sólo una autoridad temporal sobre sus cuerpos; podéis destruir la parte mortal, pero sus almas inmortales están más alláde vuestro alcance, y vivirán en el más allápara dar testimonio contra vos por vuestras crueldades. Por esto, los encomiendo a ellos, asícomo a mi mismo, a Dios, y oro por que vuestro corazón sea transformado.