

Tras escribir esta carta, este valiente oficial protestante se retiró a los Alpes con sus seguidores, y después de unírsele un gran número de otros protestantes fugitivos, hostigó al enemigo con continuas escaramuzas.
Encontrándose un día con un cuerpo de tropas papistas cerca de Bibiana, él, aunque inferior en número de soldados, los atacó con gran ímpetu, y los puso en fuga sin perder un solo hombre, aunque él mismo fue alcanzado en una pierna en el choque, por un soldado que se había escondido tras un árbol. Gianavel, sin embargo, dándose cuenta del lugar del que había partido el disparo, apuntó alláy dio muerte al que le había herido.
Oyendo el capitán Gianavel que un tal capitán Jahier había recogido a un considerable número de protestantes, le escribió, proponiéndole unir sus fuerzas. El capitán Jahier accedió de inmediato a la propuesta, y se dirigió directamente al encuentro de Gianavel.
Hecha la unión, propusieron atacar una ciudad (ocupada por católico-romanos) llamada Garcigliana El asalto fue emprendido con gran afán, pero al haber llegado recientemente a la ciudad unos refuerzos de caballería e infantería, del que los protestantes no sabían nada, fueron rechazados; sin embargo, hicieron una retirada maestra, perdiendo sólo a un hombre en la acción. El siguiente intento de las fuerzas protestantes fue contra St. Secondo, que atacaron con gran vigor, pero encontrando una fuerte resistencia de las tropas católico-romanas que habían fortificado las calles y que se habían hecho fuertes en las casas, desde las que hacían un nutrido fuego de mosquetes. Sin embargo, los protestantes avanzaron, bajo la cubierta de un gran número de planchas de madera que unos sostenían sobre sus cabezas para protegerlos del fuego enemigo precedente de las casas, mientras otros mantenían un fuego bien dirigido. De manera que las casas y los puntos fuertes fueron pronto batidos, y la ciudad tomada.
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En la ciudad encontraron una cantidad enorme de botín arrebatado a los protestantes en diferentes ocasiones y lugares, y que estaba guardado en almacenes, iglesias, casas, etc. Todo esto lo llevaron a lugar seguro, para distribuirlo, con la mayor equidad, entre los sufrientes.
Este ataque, con tanto éxito, fue llevado a cabo con tanta destreza y ánimo, que costó muy pocas pérdidas a la tropa atacante. Los protestantes sólo perdieron diecisiete hombres, y veintiséis heridos, mientras que los papistas sufrieron una pérdida de no menos que cuatrocientos cincuenta muertos y quinientos once heridos.
Cinco oficiales protestantes, Gianavel, Jahier, Laurentio, Genolet y Benet, hicieron un plan para sorprender Biqueras. Para este fin marcharon en cinco grupos, y con el acuerdo de atacar simultáneamente. Los capitanes Jahier y Laurentio pasaron a través de dos desfiles en los bosques, y llegaron al lugar, sanos y salvos, bajo cubierta; pero los otros tres cuerpos hicieron su entrada por campo abierto, y por ello más vulnerables a un ataque.
Dada la alarma en el campo católico romano, se enviaron muchas tropas desde Cavors, Bibiana, Feline, Campiglione y otros lugares vecinos para reforzar Biqueras. Cuando estas tropas se unieron, decidieron atacar a las tres partidas protestantes, que estaban marchando por terreno abierto.
Los oficiales protestantes, dándose cuenta de las intenciones del enemigo, y no encontrándose a gran distancia entre sí, unieron sus fuerzas a toda prisa, y se formaron en orden de batalla. Mientras tanto, los capitanes Jahier y Laurentio habían asaltado la ciudad de Biqueras, y quemado todas las casas de fuera, para hacer su aproximación con mayor facilidad. Pero al no verse apoyados como esperaban por los otros tres capitanes protestantes, enviaron un mensajero en un veloz caballo, hacia el terreno abierto, para saber la razón.
El mensajero volvió pronto, y les dijo que los otros tres capitanes protestantes no podían apoyarlos en su misión, por cuanto estaban siendo atacados por una fuerza muy superior en la llanura, y apenas si podían mantenerse en aquel desigual combate.
Al saber esto los capitanes Jahier y Laurentio, decidieron dejar el asalto de Biqueras a toda prisa, para dar ayuda a sus amigos en la llanura. Esta decisión resultó ser de lo más oportuna, porque justo al llegar al lugar donde los dos ejércitos estaban librando batalla, las tropas papistas estaban comenzando a prevalecer, y estaban a punto de rebasar el flanco del ala izquierda, mandada por el capitán Giavanel. La llegada de estas tropas volvió el fiel de la balanza del favor de los protestantes, y las fuerzas papistas, aunque luchando con la más firme intrepidez, fueron totalmente derrotadas. Un gran número fueron muertos y heridos por ambos bandos, y la impedimenta y pertrechos militares que los protestantes tomaron fue enorme.
Al enterarse el capitán Giavanel de que trescientos del enemigo iban a transportar una gran cantidad de víveres, provisiones, etc., desde La Torre al castillo de Mirabac, decidieron atacarlos por el camino. Lanzó el ataque, así, desde Malbee, aunque con una fuerza muy pequeña. La lucha fue larga y sangrienta, pero los protestantes se vieron al final obligados a 122
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desistir, ante la superioridad numérica del adversario, y a retirarse, lo que hicieron con sumo orden y con pocas pérdidas.
El capitán Gianavel, entonces, se dirigió a un puesto avanzado, situado cerca de la ciudad de Vilario, y envió la siguiente información y órdenes a sus habitantes: (1). Que atacaría la ciudad en el plazo de veinticuatro horas.
(2). Que por lo que tocaba a los católicos romanos que hubieran portado armas, tanto si pertenecían al ejército como si no, actuaría por la ley del talión, dándoles muerte, por las numerosas depredaciones y muchos crueles asesinatos que habían cometido.
(3). Que serían respetados todas las mujeres y niños, de la religión que fueran.
(4). Que mandaba a todos los protestantes varones que salieran de la ciudad y se unieran a sus fuerzas.
(5). Que todos los apostatas que, por temor, hubieran abjurado de su religión, serían considerados enemigos, a no ser que renunciaran a su abjuración.
(6). Que todos los que volvieran a su deber para con Dios y para símismos serían recibidos como amigos.
Los protestantes, de manera generalizada, salieron de la ciudad de inmediato, y se unieron de muy buena gana al capitán Gianavel, y los pocos que por debilidad o temor habían abjurado de su fe fueron recibidos en el seno de la Iglesia. Debido a que el Marqués de Pianessa había retirado el ejército y acampado en una parte alejada de la región, los católicos romanos de Vilario pensaron que sería una insensatez tratar de defender el lugar con la pequeña fuerza que tenían. Por ello, salieron con la mayor precipitación, dejando la ciudad y la mayor parte de sus posesiones en manos de los protestantes.
Los comandantes protestantes, habiendo convocado un consejo de guerra, resolvieron lanzar un ataque contra la ciudad de La Torre.
Los papistas, conocedores de estas intenciones, mandaron algunas tropas para defender el desfiladero por el que los protestantes tenían que pasar; pero fueron derrotados, obligados a abandonar el paso, y forzados a retirarse a La Torre.
Los protestantes prosiguieron con su marcha, y las tropas de La Torre, al verlas llegar, hicieron una enérgica salida, pero fueron rechazados con grandes pérdidas, viéndose obligados a refugiarse en la ciudad. Los gobernadores pensaron ahora sólo en defender la plaza, que los protestantes comenzaron a atacar formalmente. Pero después de muchos valientes intentos y furiosos ataques, los comandantes decidieron abandonar la empresa por varias, razones; entre ellas, que la ciudad misma estaba muy fortificada, que sus propios números eran insuficientes, y que su cañón no era adecuado para la tarea de abrir brecha en las murallas.
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Habiendo tomado esta decisión, los comandantes protestantes comenzaron una retirada maestra, llevándola a cabo con tal orden que el enemigo no se atrevió a perseguirlos ni a hostigar su retaguardia al pasar los desfiladeros, cosa que hubieran podido emprender.
Al siguiente día convocaron el ejército, pasaron revista y vieron que el total de sus hombres ascendía a cuatrocientos noventa. Entonces celebraron un consejo de guerra y decidieron una empresa más fácil: atacar la comunidad de Crusol, un sitio habitado por varios de los más fanáticos católicos romanos, y que durante las persecuciones habían cometido las crueldades más inauditas contra los protestantes.
La gente de Crusol, al conocer las intenciones en contra de ellos, huyeron a una fortaleza cercana, emplazada en una peña, donde los protestantes no podían atacarlos, porque con muy pocos hombres podía cerrarse el paso a un ejército numeroso. Así, salvaron sus vidas, pero se tomaron demasiada prisa para salvar sus bienes, cuya parte principal, por otra parte, era botín tomado a los protestantes, y que ahora, afortunadamente, volvió a la posesión de sus legítimos dueños. Consistía en muchos y valiosos artículos, y lo que era mucho más importante en aquellos momentos, de una gran cantidad de pertrechos militares.
El día después que los protestantes se fueran con su botín, llegó una tropa de ochocientos soldados para ayudar al pueblo de Crusol, que habían sido mandados desde Lucerna, Biqueras, Cavors, etc. Pero al ver que habían llegado demasiado tarde, y que la persecución sería inútil, a fin de no volverse con las manos vacías comenzaron a saquear los pueblos vecinos, aunque lo arrebatasen a sus amigos. Después de haber recogido un considerable botín, comenzaron a repartírselo, pero, no estando de acuerdo con las partes que se habían distribuido, pasaron de las palabras a los golpes, cometieron muchas tropelías unos contra otros, y se saquearon mutuamente.
El mismo día en que los protestantes conseguían su éxito en Crusor, algunos papistas se pusieron en marcha con el designio de saquear y quemar el pequeño pueblo protestante de Rocappiatta, pero por el camino se encontraron con las fuerzas protestantes de los capitanes Jahier y Laurentio, que estaban apostadas sobre el monte de Angrogne. Comenzó una pequeña escaramuza, porque los católicos romanos, al primer ataque, fueron presas de la mayor contusión, y fueron perseguidos con gran degollina. Después de acabar la persecución, algunas tropas papistas rezagadas se encantaron con un pobre campesino protestante, y lo tomaron, le ataron una cuerda alrededor de la cabeza, y la tensaron hasta aplastársela.
El capitán Gianavel y el capitán Jahier concertaron juntos un plan para atacar Lucerna; pero al no llegar el capitán Jahier con sus fuerzas en el momento señalado, el capitán Gianavel decidió acometer la empresa por si solo.
Por ello, se dirigió a marchas forzadas hacia aquel lugar durante toda la noche, y se apostó cerca de ella al romper el alba. Su primera acción fue cortar las tuberías que llevaban el agua a la ciudad, y luego demoler el puente, siendo que sólo por él podían introducirse provisiones desde el campo.
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Luego asaltó el lugar, y se apoderó rápidamente de dos posiciones avanzadas; pero al ver que no podía hacerse dueño de la ciudad, se retiró prudentemente sufriendo muy pocas pérdidas, pero echándole la culpa al capitán Jahier por el fracaso de esta empresa.
Siendo informados los papistas de que el capitán Gianavel estaba en Agrogne con sólo su propia compañía, decidió sorprenderle si era posible. Con vistas a esto, reunió un gran número de tropas procedentes de La Torre y de otros lugares. Una parte de esta tomó la cumbre de una montaña, bajo la cual estaba él acuartelado; y la otra parte trató de tomar la puerta dc San Bartolomé.
Los papistas creían que iban de cierto a apoderarse del capitán Gianavel y de todos sus hombres, por cuanto sólo eran trescientos, y su fuerza ascendía a dos mil quinientos. Pero su designio fue providencialmente frustrado, porque uno de los soldados papistas fue tan imprudente como para dar un toque de corneta antes de que fuera dada la señal para el ataque.
El capitán Giavanel dio entonces la alarma, y dispuso su pequeño grupo en una posición tan ventajosa junto a la puerta de San Bartolomé y del desfile por el que el enemigo había de descender de las montañas, que las tropas católico-romanas fracasó en ambos ataques, y fueron rebasadas con grandes pérdidas.
Poco después, el capitán Jahier acudió a Angrogne y unió sus fuerzas a las del capitán Giavanel, dando razones suficientes para excusar su ya mencionada falta de asistencia. El capitán Jahier emprendió ahora algunas salidas secretas con gran éxito, seleccionando siempre a las tropas más activas, tanto de Giavanel como de las suyas propias. Un día se puso a la cabeza de cuarenta y cuatro hombres, para emprender una expedición, cuando, al entrar en una llanura cerca de Osaae, se vio de repente rodeado por un gran escuadrón de caballería. El capitán Jahier y sus hombres lucharon desesperadamente, aunque abrumados por los números, y dieron muerte al comandante en jefe, a tres capitanes y a cincuenta y siete soldados del enemigo. Pero muerto el mismo capitán Jahier, con treinta y cinco de sus hombres, el resto se rindió. Uno de los soldados le cortó la cabeza al capitán Jahier, y llevándola a Turín la presentó al duque de Saboya, que le recompensó con seiscientos ducados.
La muerte de este caballero fue una pérdida señalada para los protestantes, porque era un verdadero amigo y compañero de la Iglesia reformada. Poseía un espíritude lo más valeroso, de manera que ningunas dificultades podían arredrarle de llevar a cabo una empresa, ni ningunos peligros atemorizarlo en su ejecución. Era piadoso sin afectación, y humano sin debilidad; valiente en el campo de batalla; manso en la vida doméstica, de un genio penetrante, activo de espíritu, y resuelto en todo lo que emprendía.
Para añadir a las aflicciones de los protestantes, el capitán Gianavel fue herido poco después de manera tan grave que se vio obligado a guardar cama. Pero ellos sacaron fuerza de flaquezas, y decidiendo no permitir que sus espíritus quedaran abatidos atacaron un cuerpo de tropas papistas con gran intrepidez; los protestantes eran muy inferiores en números, pero lucharon con más resolución que los papistas, y al final los pusieron en fuga con una 125
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considerable degollina. Durante esta acción, un sargento llamado Miguel Bertino fue muerto; entonces su hijo, que estaba cerca detrás de él, saltó en su lugar y dijo: ‘Yo he perdido a mi padre, pero tened valor, compañeros de milicia: ¡Dios es padre de todos nosotros!ª
También tuvieron lugar varias escaramuzas entre las tropas de La Torre y Tagliaretto por una parte, y las protestantes por la otra, que en general vieron la victoria de las armas protestantes.
Un caballero protestante llamado Andrion levantó un regimiento de caballería, y se puso él al mando del mismo. El señor Juan Leger persuadió a un gran número de protestantes para que se constituyeran en compañías voluntarias, y un excelente oficial formó a varios grupos de tropas ligeras. Estos, uniéndose a los restos de las tropas protestantes veteranas (porque muchos habían muerto en las varias batallas, escaramuzas, sitios, etc.) se convirtieron en un ejército de consideración, que los oficiales consideraron oportuno acampar cerca de St.
Giovanni.
Los comandantes católico-romanos, alarmados ante la formidable presencia y creciente aumento de las fuerzas protestantes, decidieron desalojarlos, si era posible, de su campamento. Con este propósito, movilizaron una gran fuerza, consistente en la parte principal de las guarniciones de las ciudades católico-romanas, de las brigadas irlandesas, una gran cantidad de regulares enviados por el marqués de Pianessa, las tropas auxiliares, y compañías independientes.
Estas tropas, ya combinadas, acamparon cerca de los protestantes, y pasaron varios días celebrando consejos de guerra, y discutiendo acerca de la mejor manera de proceder. Algunos estaban a favor de devastar la región, para sacar a los protestantes de su campamento; otros, por esperar pacientemente a ser atacados; unos terceros, por asaltar el campamento protestante, y tratar de adueñarse de todo lo que hubiera en él.
La opinión de estos últimos prevaleció, y a la mañana después de haber sido tomada la resolución, fue puesta en ejecución. Las tropas católico-romanas fueron por tanto separadas en cuatro divisiones, tres de las cuales debían lanzar un ataque en diferentes lugares, y la cuarta quedar como cuerpo de reserva para actuar según lo dictaran las necesidades.
Uno de los oficiales católico-romanos hizo esta arenga a sus hombres antes de lanzar su ataque:
‘Soldados y compañeros, vais ahora a entrar en una gran acción que os daráfama y riquezas. Los motivos para que actuéis con ánimo son también de enorme importancia: por una parte, el honor de mostrar vuestra lealtad a vuestro soberano; por otra, el placer de derramar sangre hereje, y finalmente la perspectiva de saquear el campamento protestante.
Asíque, mis valientes soldados, lanzaos sin cuartel, matad a todos los que encontréis, y tomad todo aquello que halléis.ª
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Después de este inhumano discurso comenzó la batalla, y el campamento protestante fue atacado desde tres lados con una furia inconcebible. La lucha se mantuvo con gran obstinación y perseverancia por ambos lados, continuando sin interrupciones por espacio de cuatro horas, porque las varias compañías de ambos lados se relevaban de manera alternada, y por este medio mantuvieron la lucha sin cesar durante toda la batalla.
Durante el enfrentamiento de los ejércitos principales, se envió un destacamento del cuerpo de reserva para atacar el puesto de Castelas, que, si los papistas hubieran triunfado, les habría dado el control de los valles de Perosa, St. Martino y Lucerna; pero fueron rechazados con graves pérdidas y obligados a volver al cuerpo de reserva, desde el que habían sido enviados.
Poco después del regreso de este destacamento, las tropas católico-romanas, viéndose abrumadas en la batalla principal, enviaron a pedir que el cuerpo de reserva viniera en su auxilio. Estos marcharon de inmediato en su ayuda, y por algún tiempo después la situación estuvo dudosa. Pero al fin prevaleció el valor de los protestantes, y los papistas fueron totalmente rechazados, con la pérdida de más de trescientos hombres muertos, y muchos más heridos.
Cuando el Síndico de Lucerna, que era desde luego un papista, pero no un fanático, vio el gran número de heridos traído s a la ciudad, exclamó: ‘¡Ah! ¡Creía yo que los lobos solían comerse a los herejes, pero ahora veo que los herejes se comen a los lobos! ª Al enterarse el comandante en jefe católico, M. Marolles, de estas palabras, le envió una carta muy dura y amenazadora al Sindico, que se sintió tan aterrado que de temor cayó en unas fiebres, y murió al cabo de pocos días.
Esta gran batalla fue librada justo antes de recoger la cosecha, y entonces los papistas, exasperados por su derrota, decidieron, a modo de venganza, esparcirse de noche en bandas separadas por los mejores campos de trigo de los protestantes, y prenderles fuego desde múltiples puntos. Pero algunos de estos grupos merodeadores sufrieron por su conducta: los protestantes, avisados durante la noche por el resplandor del fuego entre el trigo, persiguieron a los fugitivos al romper el alba, alcanzando a muchos y dándoles muerte. Como represalia, el capitán protestante Bellin fue con un cuerpo de tropas ligeras, y quemó los suburbios de La Torre, retirándose después con muy pocas pérdidas.
Pocos días después, el capitán Bellin, con un grupo mucho mayor de tropas, atacó la misma ciudad de La Torre, y haciendo una brecha en la pared del convento, introdujo a sus hombres, conduciéndolos a la ciudadela y quemando tanto la ciudad como el convento.
Después de haber hecho esto, efectuaron una retirada ordenada, porque no pudieron reducir la ciudadela por falta de un cañón.
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Un Relato de las Persecuciones contra el Español Miguel de Molinos Miguel de Molinos, español perteneciente a una rica y honorable familia, entró, de joven, en el orden sacerdotal, pero no quiso aceptar ninguna renta de la Iglesia. Poseía grandes capacidades naturales, que dedicó al servicio de sus semejantes, sin esperar ningún emolumento para símismo. Su manera de vivir era piadosa y uniforme; y desde luego no practicaba aquellas austeridades que eran comunes entre los órdenes religiosos de la Iglesia de Roma.
Siendo de talante contemplativo, siguió la huella de los teólogos místicos, y habiendo adquirido gran reputación en España, y deseoso de propagar su sublime forma de devoción, dejó su país y se instaló en Roma. Aquípronto conectó con algunos de los más distinguidos entre los literatos, que tanto encomiaron sus máximas religiosas, que se unieron a él para propagarlas; en poco tiempo obtuvo un gran número de seguidores, que, por la forma sublime de su religión, fueron distinguidos con el nombre de Quietistas.
En 1675, Molinos publicó un libro titulado ‘II Guida Spiritualeª, en el que aparecían unas cartas de recomendación de varias personalidades. Una de ellas era el arzobispo de Reggio; otra, del general de los Franciscanos; y una tercera, del Padre Martín de Esparsa, un Jesuita que había sido profesor de teología en Salamanca y en Roma.
Tan pronto como el libro fue publicado, fue ampliamente leído y encomiado, tanto en Italia como en España; esto hizo crecer tanto la reputación del autor que su amistad era codiciada por las más respetables personalidades. Mucha gente le escribía cartas, por lo que estableció una correspondencia con los que aceptaban su método en diversas partes de Europa.
Algunos sacerdotes seculares, tanto en Roma como en Nápoles, se declararon abiertamente en su favor, y le consultaban en numerosas ocasiones, como a un oráculo. Pero los que se adhirieron a él con la mayor sinceridad eran varios de los padres del Oratorio; de manera particular tres de los más eminentes, Caloredi, Ciceri y Petrucci. Muchos de los cardenales cortejaban también su compañía, y se consideraban felices por contarse entre sus amigos. Los más distinguidos entre ellos era el Cardenal d'Estrecs, hombre de gran erudición, que aprobaba tanto las máximas de Molinos que estableció una estrecha relación con él. Conversaban a diario, y a pesar de la desconfianza que los españoles sienten naturalmente hacia los franceses, Molinos, que era sincero en sus principios, abrió su mente sin reservas al cardenal; por este medio, Molinos estableció una correspondencia con algunos distinguidos personajes en Francia.
Mientras Molinos estaba trabajando asípara propagar su manera religiosa, el Padre Petrucci escribió varios tratados acerca de la vida contemplativa; pero mezcló en ellos tantas reglas para las devociones de la Iglesia de Roma que mitigaron la censura en que hubiera incurrido en otro caso. Fueron escritas principalmente para uso de las monjas, y por ello el sentido se expresaba en un estilo de lo más fácil y familiar.
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Molinos alcanzó finalmente tal reputación que los Jesuitas y Dominicos comenzaron a alarmarse mucho, y decidieron parar el progreso de este método. Para ello, era necesario denunciar a su autor, y como la herejía es lo que causa la más fuerte impresión en Roma, Molinos y sus seguidores fueron tildados de herejes. También algunos de los Jesuitas escribieron libros contra Molinos y su método; pero todos ellos fueron contestados con vehemencia por Molinos.
Estas disputas causaron tal perturbación en Roma que todo el asunto cayó bajo la atención de la Inquisición. Molinos y su libro, y el Padre Petrueci con sus tratados y cartas, fueron puestos bajo un severo examen; y los Jesuitas fueron considerados como los acusadores. Uno de los miembros de la sociedad, desde luego, había aprobado el libro de Molinos, pero el resto se cuidaron de que no se le volviera a ver por Roma. En el curso del examen tanto Molinos como Pettruci se defendieron tan bien que sus libros fueron de nuevo aprobados, y las respuestas que los Jesuitas habían escrito fueron censuradas como escandalosas.
La conducta de Petrucci en esta ocasión fue tan aprobada que no sólo hizo crecer el crédito de su causa, sino sus propios emolumentos; porque poco después fue hecho obispo de Jesis, lo que fue una declaración hecha por el Papa en su favor. Sus libros fueron ahora más estimados que nunca, su método fue tanto más seguido, y la novedad del mismo, con la nueva aprobación dada tras una acusación tan vigorosa por parte de los Jesuitas, contribuyó tanto más a aumentar su crédito y a aumentar el número de sus partidarios.
La conducta del Padre Petrucci en su nueva dignidad contribuyó en gran manera a aumentar su reputación, de modo que sus enemigos no estaban dispuestos a seguirle molestando; además, había menos razones de censura en sus libros que en los de Molinos.
Algunos pasajes en los de este último no estaban expresados con tanta precaución, sino que daba lugar a que se pudieran expresar objeciones; mientras que por otra parte Petrucci se expresaba de manera tan plena que eliminaba fácilmente las objeciones hechas a algunas partes de su obra.
La gran reputación adquirida por Molinos y Petrucci fue la causa del aumento diario de los Quietistas. Todos los que eran considerados como sinceramente devotos, o al menos afectaban serlo, eran contados entre ellos. Si se observaba que estas personas se volvían más estrictas en cuanto a su vida y a sus devociones mentales, parecían sin embargo tener menos celo en toda su conducta en las cuestiones de las ceremonias litúrgicas. No eran tan asiduos a la Misa, ni tan prontos a hacer decir Misas por sus amigos; tampoco frecuentaban tanto la confesión ni las procesiones.
Aunque la nueva aprobación dada al libro de Molinos por la Inquisición había detenido las acciones de sus enemigos, seguían ellos sin embargo manteniendo un mortal odio contra él en sus corazones, y estaban decididos a destruirle si era posible. Insinuaron que tenía malas intenciones, y que era de corazón un enemigo de la religión cristiana; que bajo la pretensión 129
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de llevar a los hombres a sublimes alturas de devoción, quería quitar de sus mentes e] sentido de los misterios del cristianismo. Y por cuanto era español, sugirieron que descendía de una raza judía o mahometana, y que podía llevar en su sangre, o en su primera educación, algunas semillas de aquellas religiones que había desde entonces cultivado con no menos arte que celo. Esta última calumnia caló poco en Roma, aunque se dice que se envió una orden para examinar los registros del lugar donde Molinos había sido bautizado.
Molinos, viéndose atacado tan vigorosamente, y con la más implacable malicia, adoptó todas las precauciones necesarias para impedir que se diera crédito a estas imputaciones.
Escribió un tratado titulado ‘Comunión Frecuente y Diariaª, que recibió asimismo la aprobación de los clérigos romanistas más distinguidos. Esto fue imprimido con su Guía Espiritual, en el año 1675; y en el prefacio al mismo declaraba que no lo habla escrito con designio alguno de entablar controversia, sino que lo había hecho por las intensas demandas de muchas personas piadosas.
Los Jesuitas, fracasados en sus intentos de aplastar el poder de Molinos en Roma, apelaron a la corte de Francia, donde, en poco tiempo, lograron tal éxito que el Cardenal d'Estrees recibió la orden que le mandaba que persiguiera a Molinos con todo el rigor posible.
El cardenal, aunque estrechamente ligado a Molinos, decidió sacrificar todo lo sagrado de la amistad ante la voluntad de su amo. Sin embargo, al ver que no había razones suficientes para una acusación contra él, resolvió suplir él mismo aquella carencia. Así, se dirigió a los inquisidores, y les dio informes acerca de varios particulares, no sólo acerca de Molinos, sino también de Petrucci, siendo los dos, junto con varios de sus amigos, entregados a la Inquisición.
Cuando fueron hechos comparecer delante de los inquisidores (lo que tuvo lugar al comienzo del año 1684) Petrucci respondió a las preguntas que se le formularon con tanta prudencia y templanza que pronto lo dejaron suelto; y aunque el interrogatorio de Molinos fue mucho más largo, se esperaba de manera generalizada que sería también soltado; pero no fue así. Aunque los inquisidores no disponían de ninguna acusación justa contra él, sin embargo extremaron todos los cuidados por encontrarlo culpable de herejía. Primero objetaron a que tuviera correspondencia con diferentes partes de Europa; pero fue absuelto de esto, por cuanto no pudieron convenir en criminal el contenido de aquella correspondencia.
Luego dirigieron su atención a algunos papeles sospechosos hallados en su cámara; pero Molinos explicó de manera tan clara el significado de los mismos que no pudieron ser empleados en contra suya. Por último, el Cardenal d'Estrees, después de mostrar la orden que le había enviado el rey de Francia para perseguir a Molinos, dijo que podía demostrar más de lo necesario contra él para convencerlos de que era culpable de herejía. Para ello, pervirtió el significado de algunos pasajes en los libros y papeles de Molinos, y relató muchas circunstancias falsas y agravantes relativas al preso. Reconoció que había vivido con él bajo la apariencia de una amistad, pero dijo que esto sólo había tenido como objeto descubrir sus principios e intenciones; que los había hallado malos en su naturaleza, y que de ellos debían 130
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derivarse consecuencias peligrosas; pero, a fin de dejarlo totalmente a descubierto, había asentido a diversas cosas que en realidad detestaba en su corazón; que por estos medios entró en el secreto de Molinos, pero decidió no tomar acción alguna hasta que surgiera una oportunidad apropiada para aplastarlo a él y a sus seguidores.
Como consecuencia de la evidencia de d'Estrees, Molinos fue estrechamente confinado por la Inquisición, donde prosiguió durante algún tiempo, tiempo en el que todo se mantuvo en paz, y sus seguidores prosiguieron con su método sin interrupción. Pero repentinamente los Jesuitas decidieron extirparlos, y se desató una tormenta extremadamente violenta.
El Conde Vespiniani y su esposa, Don Paulo Rochi, confesor de la familia Borghese, y algunos de su familia, fueron con algunos otros (en total setenta personas) prendidos por la Inquisición; entre ellos había algunos altamente estimados por su erudición y piedad. La acusación presentada contra el clero era el de su descuido en decir el breviario; al resto se les acusaba de ir a Comunión sin asistir primero a confesión. En una palabra, se argumentaba que negligían todas las partes exteriores de la religión, dándose enteramente a la soledad y a la oración interior.
La Condesa Vespiniani se comportó de una manera muy desacostumbrada en su interrogatorio ante los inquisidores. Les dijo que ella jamás había revelado su método de devoción a ningún mortal más que a su confesor, y que era imposible que ellos lo supieran sin que él les hubiera revelado el secreto; que por ello mismo ya era hora de dejar de ir a confesión, si los sacerdotes la empleaban para esto, para descubrir a otros los más secretos pensamientos que se les revelaban; y que ella, desde ahora en adelante, sólo se confesaría a Dios.
Por causa de este animoso discurso, y por el gran tumulto causado por causa de la situación de la condesa, los inquisidores juzgaron más prudente liberarla a ella y a su marido, para que el pueblo no se amotinara, y para que lo que ella decía no fuera a aminorar el crédito de la confesión. Ambos, pues, fueron liberados, pero quedando obligados a comparecer siempre que fueran llamados.
Además de los ya mencionados, tal era el aborrecimiento de los Jesuitas contra los Quietistas, que en el período de un mes más de doscientas personas fueron apresadas por la Inquisición; y este método de devoción que había sido considerado en Italia como el más elevado al que los mortales pudieran aspirar, fue considerado herético, y sus principales promotores encerrados en míseras mazmorras.
A fin de extirpar el Quietismo, si fuera posible, los inquisidores enviaron una carta circular al Cardenal Cibo, como ministro principal, para que la dispersara por toda Italia. Iba dirigida a todos los prelados, y les informaba de que, por cuanto había muchas escuelas y fraternidades establecidas en muchos lugares de Italia en las que algunas personas, bajo la pretensión de conducir a la gente en los caminos del Espíritu, y a la oración apacible, instilaban en ellos muchas abominables herejías, se daba por ello orden estricta de disolver 131
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tales sociedades, y para obligar al guía espiritual a que andara por los caminos conocidos; y en particular, a que tuvieran cuidado de que no se permitiera a nadie de esta clase que dirigiera convento alguno de monjas. También se dieron órdenes semejantes de proceder por vía judicial contra aquellos que fueran hallados culpables de estos abominables errores.
Después de esto se llevó a cabo una estricta indagación en todos los conventos de monjas de Roma, donde se descubrió que la mayor parte de sus directores y confesores estaban entregados a este nuevo método. Se descubrió que los Carmelitas, las monjas de la Concepción y las de varios otros conventos estaban totalmente entregadas a la oración y a la contemplación, y que en lugar de emplear el rosario y las otras devociones a los santos o a las imágenes, estaban en mucha soledad, y a menudo en el ejercicio de la oración mental; y al preguntárseles por qué habían dejado de lado el uso de sus rosarios de sus antiguas formas de devoción, la respuesta que dieron fue que asílas habían aconsejado sus directores. La Inquisición, con esta información, ordenó que todos los libros escritos en la misma tendencia que los de Molinos y Petrucci les fueran quitados, y que se las obligara a volver a sus formas anteriores de devoción.
La carta circular enviada al Cardenal Cibo no produjo grandes efectos, porque la mayoría de los obispos italianos estaban inclinados en favor del método de Molinos. El propósito era que esta orden, asícomo las otras de la Inquisición, fuera mantenida en secreto; pero a pesar de todos sus cuidados se imprimieron copias de la misma, y fueron dispersadas por la mayor parte de las principales ciudades de Italia. Esto causó mucha desazón a los inquisidores, que empleaban todos los métodos que podían para ocultar sus procedimientos a los ojos del mundo. Ellos acusaron al cardenal, acusándolo de ser la causa de ello; pero él les devolvió la acusación, y su secretario les dio la culpa a ambas partes.
Durante estos sucesos, Molinos sufrió grandes indignidades de parte de los oficiales de la Inquisición, y el único consuelo que recibió fue recibir en ocasiones las visitas del Padre Petrucci.
Aunque había tenido la mayor reputación en Roma durante algunos años, ahora era tan menospreciado como antes había sido admirado, y era en general considerado como uno de los peores herejes.
Habiendo abjurado la mayor parte de los seguidores de Molinos que habían sido apresados por la Inquisición, fueron liberados. Pero una suerte más dura aguardaba a Molinos, el líder de ellos.
Después de haber pasado un tiempo considerable en la cárcel, fue finalmente hecho comparecer ante los inquisidores, para que diera cuenta de varias cuestiones que se aducían contra él en base de sus escritos. Tan pronto como apareció ante el tribunal, le pusieron una cadena alrededor de su cuerpo, y un cirio en una mano, y luego dos frailes leyeron en voz alta los artículos de acusación. Molinos respondió a cada uno de ellos con gran firmeza y 132
El Libro de los Mártires por Foxe
resolución; y a pesar de que sus argumentos deshacían totalmente el sentido de las acusaciones, fue hallado culpable de herejía, y condenado a cadena perpetua.
Cuando dejó el tribunal iba acompañado por un sacerdote que le había dado las mayores muestras de respeto. Al llegar a la cárcel entró serenamente en la celda que le había sido asignada; al despedirse del sacerdote, se dirigió asía él: ‘Adiós, padre; ya nos volveremos a ver en el Día del Juicio, y luego se verá de qué lado está la verdad, si del mío, o del vuestro.ª
Durante su encierro fue varias veces torturado de la manera más cruel, hasta que, finalmente, la dureza de los castigos venció a su fortaleza, acabando con su existencia. La muerte de Molinos causó tal impresión sobre sus seguidores que la mayoría de ellos abjuraron de su método; y, por la persistencia de los Jesuitas, el Quietismo fue totalmente extirpado del país.
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Capítulo VII - Historia de la Vida y Persecuciones contra Juan Wicliffe
No será inapropiado dedicar unas pocas páginas de esta obra a dar un breve detalle de las vidas de algunos de los hombres que primero dieron pasos, con indiferencia al poder fanático que se oponía a toda reforma, para detener la marea de la corrupción papal, y sellando las purasdoctrinas del Evangelio con su sangre. Entre ellos, Gran Bretaña tuvo el honor de tomar la delantera y de mantener los primeros aquella libertad en la controversia religiosa que dejó atónita a toda Europa, y que demostró que la libertad religiosa y política son las causas de la prosperidad de esta favorecida isla. Entre las primeras de estas eminentes personas tenemos a
Juan Wickliffe
Este célebre reformador, llamado ‘La Estrella Matutina de la Reformaª, nació alrededor del año 1324, durante el reinado de Eduardo II. De su familia no tenemos información cierta.
Sus padres lo designaron para la Iglesia, y lo enviaron a Queen's College, en Oxford, que había sido fundado por entonces por Robert Eaglesfield, confesor de la Reina Felipa. Pero al no ver las ventajas para el estudio que esperaba en aquel establecimiento nuevo, pasó al Merton College, que era entonces considerado como una de las instituciones más eruditas de Europa.
Lo primero que lo hizo destacar en público fue su defensa de la universidad contra los frailes mendicantes, que para este tiempo, desde su establecimiento en Oxford en 1230, habían sido unos vecinos enojosos para la universidad. Se fomentaban de continuo las pendencias; los frailes apelaban al Papa, y los académicos a la autoridad civil; a veces prevalecía un partido, a veces el otro. Los frailes llegaron a encariñarse mucho con el concepto de que Cristo era un mendigo común; que Sus discípulos también lo fueron; y que la mendicidad era una institución evangélica. Esta doctrina la predicaban desde los púlpitos y en los lugares donde tuvieran acceso. Wicklifíe habla menospreciado durante mucho tiempo a estos frailes por la pereza con que se desenvolvían, y ahora tenía una buena oportunidad para denunciarlos.
Publicó un tratado en contra de la mendicidad de personas capaces, y demostró que no sólo eran un insulto a la religión, sino también a la sociedad humana. La universidad comenzó a considerarlo como uno de sus principales campeones, y pronto fue ascendido a maestro de Baliol College.
Alrededor de este tiempo, el Arzobispo Islip fundó Canterbury Hall, en Oxford, donde estableció a un rector y once académicos. Y fue Wickliffe el escogido por el arzobispo para el rectorado, pero al morir éste, su sucesor Stephen Langham, obispo de Ely, lo depuso. Como en esto hubo una flagrante injusticia, Wickliffe apeló al Papa, que posteriormente dio sentencia en su contra por la siguiente causa: Eduardo III, que era a la sazón rey de Inglaterra, 134
El Libro de los Mártires por Foxe
había retirado el tributo que desde el tiempo del Rey Juan se había pagado al Papa. El Papa amenazó; Eduardo entonces convocó un Parlamento. El Parlamento resolvió que el Rey Juan había cometido un acto ilegal, y entregado los derechos de la nación, y aconsejó al rey a que no se sometiera, fueran cuales fueran las consecuencias.
El clero comenzó ahora a escribir en favor del Papa, y un erudito monje publicó un animoso y plausible tratado, que tenía muchos defensores. Wickliffe, irritado al ver una causa tan mala tan bien defendida, se opuso al monje, y ello de forma tan magistral, que ya no se consideraron sus argumentos como irrefutables. De inmediato perdió su causa en Roma, y nadie abrigaba ninguna duda de que era su oposición al Papa en un momento tan crítico la causa verdadera de que no se le hiciera justicia en Roma.
Wickliffe fue después escogido a la cátedra de teología, y ahora quedó plenamente convencido de los errores de la Iglesia de Roma y de la vileza de sus agentes monásticos, y decidió denunciarlos. En conferencias públicas fustigaba sus vicios y se oponía a sus insensateces. Expuso una variedad de abusos cubiertos por las tinieblas de la superstición. Al principio comenzó a deshacer los prejuicios del vulgo, y siguió con lentos avances; junto a las disquisiciones metafísicas de la época mezcló opiniones teológicas aparentemente novedosas.
Las usurpaciones de la corte de Roma eran un tema favorito suyo. Acerca de éstas se extendía con toda la agudeza de su argumento, unidas con su razonamiento lógico. Esto pronto hizo clamar al clero, que, por medio del arzobispo de Canterbury, le privaron de su cargo.
Para este tiempo, la administración de interior estaba a cargo del duque de Lancaster, bien conocido por el nombre de Juan de Gaunt. Este príncipe tenía unos conceptos religiosos muy libres, y estaba enemistado con el clero. Habiendo llegado a ser muy gravosas las exacciones de la corte de Roma, decidió enviar al obispo de Bangor y a Wickliffe para que protestaran contra tales abusos, y se acordó que el Papa ya no podía disponer de ningunos beneficios pertenecientes a la Iglesia de Inglaterra. En esta embajada, la observadora mente de Wickliffe penetró en los entresijos de la constitución y política de Roma, y volvió más decidido que nunca a denunciar su avaricia y ambición.
Habiendo recuperado su anterior situación, comenzó a denunciar al Papa en sus conferencias sus usurpaciones, su pretendida infalibilidad, su soberbia, su avaricia y su tiranía.
Fue el primero en llamar Anticristo al Papa. Del Papa pasaba a la pompa, el lujo y las tramas de los obispos, y los contrastaba con la sencillez de los primeros obispos. Sus supersticiones y engaños eran temas que presentaba con energía de mente y con precisión lógica.
Gracias al patronazgo del duque de Lancaster, Wickliffe recibió un buen puesto, pero tan pronto estuvo instalado en su parroquia que sus enemigos y los obispos comenzaron a hostigarle con renovado vigor. El duque de Lancaster fue su amigo durante esta persecución, y por medio de su presencia y la de Lord Percy, conde mariscal de Inglaterra, predominó de tal manera en el juicio que todo acabó de manera desordenada.
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Después de la muerte de Eduardo III le sucedió su nieto Ricardo II, con sólo once años de edad. Al no conseguir el duque de Lancaster ser el único regente, como esperaba, comenzó su poder a declinar, y los enemigos de Wickliffe, aprovechándose de esta circunstancia, renovaron sus artículos de acusación en su contra. Consiguientemente, el Papa despachó cinco bulas al rey y a ciertos obispos, pero la regencia y el pueblo manifestaron un espíritude menosprecio ante la altanera manera de proceder del pontífice, y necesitando éste dinero para entonces para oponerse a una inminente invasión de los franceses, propusieron aplicar una gran suma de dinero, recogida para el Papa, para este propósito. Sin embargo, esta cuestión fue sometida a la decisión de Wickliffe. Sin embargo, los obispos, que apoyaban la autoridad del Papa, insistían en someter a Wickliffe a juicio, y estaba ya sufriendo interrogatorios en Lambeth cuando, por causa de la conducta amotinada del pueblo fuera, y atemorizados por la orden de Sir Lewis Clifford, un caballero de la corte, en el sentido de que no debían decidirse por ninguna sentencia definitiva, terminaron todo el asunto con una prohibición a Wickliffe de predicar aquellas doctrinas que fueran repugnantes para el Papa; pero el reformador la ignoró, pues yendo descalzo de lugar en lugar, y en una larga túnica de tejido basto, predicaba más vehemente que nunca.
En el año 1378 surgió una contienda entre dos Papas, Urbano VI y Clemente VII, acerca de cuál era el Papa legítimo, el verdadero vicario de Cristo. Este fue un período favorable para el ejercicio de los talentos de Wickliffe: pronto produjo un tratado contra el papado, que fue leído de buena gana por toda clase de gente.
Para el final de aquel año, Wickliffe cayó enfermo de una fuerte dolencia, que se temía pudiera resultar fatal. Los frailes mendicantes, acompañados por cuatro de los más eminentes ciudadanos de Oxford, consiguieron ser admitidos a su dormitorio, y le rogaron que se retractara, por amor de su alma, de las injusticias que había dicho acerca del orden de ellos.
Wickliffe, sorprendido ante éste solemne mensaje, se recostó en su cama, y con un rostro severo dijo: ‘No moriré, sino que viviré para denunciar las maldades de los frailes.ª
Cuando Wickliffe se recuperó se dedicó a una tarea sumamente importante: la traducción de la Biblia al inglés. Antes de la aparición de esta obra, publicó un tratado, en el que exponía la necesidad de la misma. El celo de los obispos por suprimir las Escrituras impulsó enormemente su venta, y los que no podían procurarse una copia se hacían transcripciones de Evangelios o Epístolas determinadas. Posteriormente, cuando los lolardos fueron aumentando en número, y se encendieren las hogueras, se hizo costumbre atar al cuello del hereje condenado aquellos fragmentos de las Escrituras que se encontraran en su posesión, y que generalmente seguían su suerte.
Inmediatamente después de esto, Wickliffe se aventuró un paso más, y atacó la doctrina de la transubstanciación. Esta extraña opinión fue inventada por Paschade Radbert, y enunciada con un asombroso atrevimiento. Wickliffe, en su lectura ante la Universidad de Oxford en 1381 atacó esta doctrina, y publicó un tratado acerca de ella. El doctor Barton, que era en aquel tiempo vicecanciller de Oxford, convocó a las cabezas de la universidad, condenó 136
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las doctrinas de Wickliffe como heréticas, y amenazó a su autor con la excomunión. Wickliffe al no conseguir ningún apoyo del duque de Lancaster, y llamado a comparecer ante su anterior adversario, William Courteney, ahora arzobispo de Canterbury, se refugió bajo el alegato de que él, como miembro de la universidad, estaba fuera de la jurisdicción episcopal. Este alegato le fue admitido, por cuanto la universidad estaba decidida a defender a su miembro.
El tribunal se reunió en el día señalado, al menos para juzgar sus opiniones, y algunas fueron condenadas como erróneas, y otras como heréticas. La publicación acerca de esta cuestión fue inmediatamente contestada por Wickliffe, que había venido a ser el blanco de la decidida inquina del arzobispo. El rey, a petición del obispo, concedió una licencia para encarcelar al maestro de herejía, pero los comunes hicieron que el rey revocara esta acción como ilegal. Sin embargo, el primado obtuvo cartas del rey ordenando a la Universidad de Oxford que investigara todas las herejías y los libres que Wickliffe había publicado; como consecuencia de esta orden hubo un tumulto en la universidad. Se supone que Wickliffe se retiró de la tormenta a un lugar oscuro del reino. Pero las semillas habían sido sembradas, y las opiniones de Wickliffe estaban tan difundidas que se dice que si uno veía a dos personas en un camino, podía estar seguro de que una era un lolardo. Durante este período prosiguieron las disputas entre los dos papas. Urbano publicó una bula en la que llamaba a todos los que tuvieran consideración alguna por la religión a que se esforzaran en su causa, y a que tomaran armas contra Clemente y sus partidarios en defensa de la santa sede.
Una guerra en la que se prostituía de manera tan vil el nombre de la religión despertó el interés de Wickliffe, incluso en su ancianidad. Tomó otra vez la pluma, y escribió en contra de ella con la mayor acritud. Reprendió al Papa con la mayor libertad, y le preguntó: ‘¿Cómo osáis hacer del emblema de Cristo en la cruz (que es la prenda de la paz, de la misericordia y de la caridad una bandera que nos lleve a matar a hombres cristianos por amor a dos falsos sacerdotes, y a oprimir a la cristiandad de manera peor que Cristo y Sus apóstoles fueron oprimidos por los judíos? ¿Cuándo el soberbio sacerdote de Roma concederáindulgencias a la humanidad para vivir en paz y caridad, como lo hace ahora para que luchen y se maten entre si?ª
Este severo escrito le atrajo el resentimiento de Urbano, y hubiera podido envolverlo en mayores inquietudes que las que había experimentado hasta entonces. Perofue providencialmente librado de sus manos. Cayó víctima de una parálisis, y aunque vivió un cierto tiempo, estaba de tal manera que sus enemigos consideraron como resultado de su resentimiento.
Wickliffe volvió tras un breve espacio de tiempo, bien de su destierro, bien de algún lugar en el que hubiera estado guardado en secreto, y se reintegró a su parroquia de Lutterworth, donde era párroco; allí, abandonando apaciblemente esta vida mortal, durmió en paz en el Señor, al final del año 1384, en el día de Silvestre. Parece que estaba muy envejecido cuando murió, ‘y que lo mismo le complacía de anciano que lo que le habla complacido de joven.ª
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Wickliffe tenía motivos por agradecerles que al menos le dieran reposo mientras vivió, y que le dieran tanto tiempo después de su muerte, cuarenta y un años de reposo en su sepulcro, antes que exhumaran su cuerpo y lo convirtieran de polvo a cenizas; cenizas que fueron luego echadas al río. Y así fue transformado en tres elementos: tierra, fuego y agua, pensando que así extinguían y abolían el nombre y la doctrina de Wickliffe para siempre. No muy diferente del ejemplo de los antiguos fariseos y vigilantes del sepulcro, que tras haber llevado al Señor a la tumba, pensaron que lograrían asegurar que no resucitara. Pero estos y todos los demás han de saber que así como no hay consejo contra el Señor, tampoco puede suprimirse la verdad, sino que rebrotará y renacerá del polvo y de las cenizas, tal como sucedió en verdad con este hombre; porque aunque exhumaron su cuerpo, quemaron sus huesos y ahogaron sus cenizas, no pudieron sin embargo quemar la palabra de Dios y la verdad de Su doctrina, ni el fruto y triunfo de la misma.
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Capítulo VIII - Historia de las Persecuciones en Bohemia
Los pontífices romanos, que hablan usurpado el poder sobre varias iglesias, fueron particularmente severos con los bohemios, hasta el punto de que les enviaron dos ministros y cuatro laicos a Roma, en el año 997, para obtener reparaciones del Papa. Después de algún retardo, les fue concedida su petición, y reparados los daños. Se les permitieron dos cosas en particular: tener el servicio divino en su propia lengua, y que el pueblo pudiera participar de la copa en el Sacramento.
Sin embargo, las disputas volvieron a renacer, intentando los siguientes Papas por todos sus medios imponerse sobre las mentes de los bohemios, y estos, animosamente, tratando de preservar sus libertades religiosas.
En el año 1375, algunos celosos amigos del Evangelio apelaron a Carlos, rey de Bohemia, para que convocara un Concilio Ecuménico para hacer una indagación en los abusos que se hablan introducido en la Iglesia, y para llevar a cabo una reforma plena y exhaustiva.
El rey, que no sabía cómo proceder, envió al Papa una comunicación pidiéndole consejo acerca de cómo proceder; pero el pontífice se sintió tan indignado ante este asunto que su única contestación fue: ‘Castigad severamente a estos desconsiderados y profanos herejes.ª
El monarca, por ello, desterró a todos los que estaban implicados en esta solicitud, y, para halagar al Papa, impuso un gran número de restricciones adicionales sobre las libertades religiosas del pueblo.
Las víctimas de la persecución, sin embargo, no fueron tan numerosas en Bohemia sino hasta después de la quema de Juan Huss y de Jerónimo de Praga. Estos dos eminentes reformadores fueron condenados y ejecutados a instigación del Papa y de sus emisarios, como el lector verá por la lectura de los siguientes breves bosquejos de sus vidas.
La Persecución de Juan Huss
Juan Huss nació en Hussenitz, un pueblo de Bohemia, alrededor del año 1380. Sus padres le dieron la mejor educación que le permitían sus circunstancias; y habiendo adquirido un buen conocimiento de los clásicos en una escuela privada, pasó a la universidad de Praga, donde pronto dio pruebas de su capacidad intelectual, y donde se destacó por su diligencia y aplicación al estudio.
En 1398, Huss alcanzó el grado de bachiller en divinidad, y después fue sucesivamente elegido pastor de la Iglesia de Belén, en Praga, y decano y rector de la universidad. En estas posiciones cumplió sus deberes con gran fidelidad, y al final se destacó de tal manera por su predicación, que se conformaba a las doctrinas de Wickliffe, que no era probable que pudiera escapar a la atención del Papa y de sus partidarios, contra los que predicaba con no poca aspereza.
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El reformista inglés Wickliffe había encendido de tal manera la luz de la reforma, que comenzó a iluminar los rincones más tenebrosos del papado y de la ignorancia. Sus doctrinas se esparcieron por Bohemia, y fueron bien recibidas por muchas personas, pero por nadie tan en particular como por Juan Huss y su celoso amigo y compañero de martirio, Jerónimo de Praga.
El arzobispo de Praga, al ver que los reformistas aumentaban a diario, emitió un decreto para suprimir el esparcimiento continuo de los escritos de Wickliffe; pero esto tuvo un efecto totalmente contrario al esperado, porque sirvió de estímulo para el celo de los amigos de estas doctrinas, y casi toda la universidad se unió para propagarlas.
Estrecho adherente de las doctrinas de Wickliffe, Huss se opuso al decreto del arzobispo, que sin embargo consiguió una bula del Papa, que le encargaba impedir la dispersión de las doctrinas de Wickliffe en su provincia. En virtud de esta bula, el arzobispo condenó los escritos de Wickliffe; también procedió contra cuatro doctores que no habían entregado las copias de aquel teólogo, y les prohibieron, a pesar de sus privilegios, predicar a congregación alguna. El doctor Huss, junto con algunos otros miembros de la universidad, protestaron contra estos procedimientos, y apelaron contra la sentencia del arzobispo.
Al saber el Papa la situación, concedió una comisión al Cardenal Colonna, para que citara a Juan Huss para que compareciera personalmente en la corte de Roma, para que respondiera de la acusación que había sido presentada en contra suya de predicar errores y herejías. El doctor Huss pidió que se le excusara de comparecer personalmente, y era tan favorecido en Bohemia que el Rey Wenceslao, la reina, la nobleza y la universidad le pidieron al Papa que dispensaran su comparecencia; también que no dejara que el reino de Bohemia estuviera bajo acusación de herejía, sino que se les permitiera predicar el Evangelio con libertad en sus lugares de culto.
Tres procuradores comparecieron ante el Cardenal Colonna en representación del doctor Huss. Trataron de excusar su ausencia, y dijeron que estaban dispuestos a responder en su lugar. Pero el cardenal declaró contumaz a Huss, y por ello lo excomulgó. Los procuradores apelaron al Papa, y designaron a cuatro cardenales para que examinaran el proceso. Estos comisionados confirmaron la sentencia, y extendieron la excomunión no sólo a Huss sino también a todos sus amigos y seguidores.
Huss apeló contra esta sentencia a un futuro Concilio, pero sin éxito; y a pesar de la severidad del decreto y de la consiguiente expulsión de su iglesia en Praga, se retiró a Hussenitz, su pueblo natal, donde siguió propagando su nueva doctrina, tanto desde el púlpito como con su pluma.
Las cartas que escribió en este tiempo fueron muy numerosas; y recopiló un tratado en el que mantenía que no se podía prohibir de manera absoluta la lectura de los libros de los reformistas. Escribió en defensa del libro de Wickliffe acerca de la Trinidad, y se manifestó abiertamente en contra de los vicios del Papa, de los cardenales y del clero de aquellos tiempos 140
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corrompidos. Escribió asimismo muchos otros libros, todos los cuales redactó con una fuerza argumental que facilitaba enormemente la difusión de sus doctrinas.
En el mes de noviembre de 1414 se convocó un Concilio general en Constanza, Alemania, con el único propósito, como se pretendía, de decidir entre una disputa que estaba entonces pendiente entre tres personas que contendían por el papado; pero su verdadero motivo era aplastar el avance de la Reforma.
Juan Huss fue llamado a comparecer delante de este Concilio; para alentarle, el emperador le envió un salvoconducto. Las cortesías e incluso la reverencia con que Huss se encontró por el camino eran inimaginables. Por las calles que pasaba, e incluso por las carreteras, se apiñaba la gente a las que el respeto, más que la curiosidad, llevaba allí.
Fue llevado a la ciudad en medio de grandes aclamaciones, y se puede decir que pasó por Alemania en triunfo. No podía dejar de expresar su sorpresa ante el trato que se le dispensaba. ‘Pensaba yo (dijo) que era un proscrito. Ahora veo que mis peores enemigos están en Bohemia.ª Tan pronto como Huss llegó a Constanza, tomó un alojamiento en una parte alejada de la ciudad. Poco después de su llegada, vino un tal Stephen Paletz, que habla sido contratado por el clero de Praga para presentar las acusaciones en su contra. A Paletz se unió posteriormente Miguel de Cassis, de parte de la corte de Roma. Estos dos se declararon sus acusadores, y redactaron un conjunto de artículos contra él, que presentaron al Papa y a los prelados del Concilio.
Cuando se supo que estaba en la ciudad, fue arrestado inmediatamente, y constituido prisionero en una cámara en el palacio. Esta violación de la ley común y de la justicia fue observada en panicular por uno de los amigos de Huss, que adució el salvoconducto imperial; pero el Papa replicó que él nunca había concedido ningún salvoconducto, y que no estaba atado por el del emperador.
Mientras Huss estuvo encerrado, el Concilio actuó como Inquisición. Condenaron las doctrinas de Wickliffe, e incluso ordenaron que sus restos fueran exhumados y quemados, órdenes que fueron estrictamente cumplidas. Mientras tanto, la nobleza de Bohemia y Polonia intercedió intensamente por Huss, y prevalecieron hasta el punto de que se impidió que fuera condenado sin ser oído, cosa que habla sido la intención de los comisionados designados para juzgarle.
Cuando le hicieron comparecer delante del Concilio, se le leyeron los artículos redactados contra él; eran alrededor de unos cuarenta, mayormente extraído s de sus escritos.
La respuesta de Juan Huss fue: ‘Apelé al Papa, y muerto él, y no habiendo quedado decidida mi causa, apelé asimismo a su sucesor Juan XXIII, y no pudiendo lograr mis abogados que me admitiera en su presencia para defender mi causa, apelé al sumo juez, Cristo.ª
Habiendo dicho Huss estas cosas, se le preguntó si había recibido la absolución del Papa o no. El respondió: ‘No.ª Luego, cuando se le preguntó si era legitimo que apelara a Cristo, 141
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Juan Huss respondió: ‘En verdad que afirmo aquídelante de todos vosotros que no hay apelación más justa ni más eficaz que la que se hace a Cristo, por cuanto la ley determina que apelar no es otra cosa que cuando ha habido la comisión de un mal por parte de un juez inferior, se implora y pide ayuda de manos de un Juez superior. ¿Y quién es mayor Juez que Cristo? ¿Quién, digo yo, puede conocer o juzgar la cuestión con mayor justicia o equidad?
Pues en El no hay engaño, ni El puede ser engañado por nadie; ¿y acaso puede alguien dar mejor ayuda que …l a los pobres y a los oprimidos?ª Mientras Juan Huss, con rostro devoto y sobrio, hablaba y pronunciaba estas palabras, estaba siendo ridiculizado y escarnecido por todo el Concilio.
Estas excelentes expresiones fueron consideradas como manifestaciones de traición, y tendieron a inflamar a sus adversarios. Por ello, los obispos designados por el concilio le privaron de sus hábitos sacerdotales, lo degradaron, le pusieron una mitra de papel en la cabeza con demonios pintados en ella, con esta expresión: ‘Cabecilla de herejesª. Al ver esto, él dijo:
‘Mi Señor Jesucristo, por mi causa, llevó una corona de espinas. ¿Por qué no debería yo, entonces, llevar esta ligera corona, por ignominiosa que sea? En verdad que la llevaré, y de buena gana. Cuando se la pusieron en su cabeza, el obispo le dijo: ‘Ahora encomendamos tu alma al demonio.ª ‘¡Pero yo,ª dijo Juan Huss, levantando sus ojos al cielo, ‘la encomiendo en tus manos, oh Señor Jesucristo! Mi espíritu que Tú has redimido.ª
Cuando lo ataron a la estaca con la cadena, dijo, con rostro sonriente: ‘Mi Señor Jesús fue atado con una cadena más dura que ésta por mi causa; ¿por qué debería avergonzarme de ésta tan oxidada?ª
Cuando le apilaron la leña hasta el cuello, el duque de Baviera estuvo muy solícito con él deseándole que se retractara. ‘No,ª le dijo Huss, ‘nunca he predicado ninguna doctrina con malas tendencias, y lo que he enseñado con mis labios lo sellaré ahora con mi sangre.ª Luego le dijo al verdugo: ‘Vas a asar un ganso (siendo que Huss significa ganso en lengua bohemia), pero dentro de un siglo te encontrarás con un cisne que no podrás ni asar ni hervir.ª Si dijo una profecía, debía referirse a Martín Lutero, que apareció al cabo de unos cien años, y en cuyo escudo de armas figuraba un cisne.
Finalmente aplicaron el fuego a la leña, y entonces nuestro mártir cantó un himno con voz tan fuerte y alegre que fue oído a través del crepitar de la leña y del fragor de la multitud.
Finalmente, su voz fue acallada por la fuerza de las llamas, que pronto pusieron fin a su existencia.
Entonces, con gran diligencia, reuniendo las cenizas las echaron al río Rhin, para que no quedara el más mínimo resto de aquel hombre sobre la tierra, cuya memoria, sin embargo, no podráquedar abolida de las mentes de los piadosos, ni por fuego, ni por agua, ni por tormento alguno.
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La Persecucion de Jeronimo de Fraga
Este reformador, compañero del doctor Huss, y pudiera decirse que co-mártir con él, había nacido en Praga, y se educó en aquella universidad, donde se distinguió por sus enormes capacidades y erudición. Visitó asimismo varios otros eruditos seminarios en Europa, particularmente las universidades de París, Heidelberg, Colonia y Oxford. En este último lugar se familiarizó con las obras de Wickliffe, y, siendo persona de una gran capacidad de trabajo, tradujo muchas de ellas a su lengua nativa, habiendo llegado a ser un gran conocedor de la lengua inglesa, tras arduos estudios.
Al volver a Praga, se manifestó abiertamente como favorecedor de Wickliffe, y al ver que sus doctrinas habían hecho gran progreso en Bohemia, y que Huss era su principal valedor, vino en su ayuda en la gran obra de la reforma.
El cuatro de abril de 1415 llegó Jerónimo a Constanza, unos tres meses antes de la muerte de Huss. Entró en privado en la ciudad, y consultando con algunos de los líderes de su partido, a los que encontró allí, quedó fácilmente convencido de que no podría ser de ayuda alguna para sus amigos.
Al saber que su llegada a Constanza habla llegado a ser conocida públicamente, y que el Concilio tenía la intención de apresarlo, consideró que lo más prudente era retirarse. Así, al siguiente día se fue a Iberling, una ciudad imperial a una milla de Constanza. Desde este lugar escribió al emperador, manifestándole su buena disposición a comparecer delante del Concilio si se le concedía un salvoconducto: pero le fue rehusado. Entonces mandó una solicitud al Concilio, y recibió una respuesta no menos desfavorable que la del emperador.
Después de esto, emprendió el regreso a Bohemia. Tuvo la precaución de llevar consigo un certificado, firmado por varios de los nobles bohemios, que entonces estaban en Constanza, que daba testimonio de que había empleado todos los medios prudentes en su mano por conseguir una audiencia.
Jerónimo, sin embargo, no iba a escapar. Fue apresado en Hirsaw por un oficial del duque de Sultsbach, que, aunque careciendo de autorización para actuar en este sentido, no tenía duda alguna de que el Concilio le agradecería un servicio tan aceptable.
El duque de Sultsbach, con Jerónimo ahora en su poder, escribió al Concilio pidiendo instrucciones acerca de cómo proceder. El Concilio, tras expresar su agradecimiento al duque, le pidieron que enviara al preso de inmediato a Constanza. El elector palatino se encontró con él en el camino, y lo llevó de vuelta a la ciudad, cabalgando él en un corcel, con un numeroso cortejo, que llevaban a Jerónimo encadenado con una larga cadena; en cuanto llegaron, Jerónimo fue echado en una inmunda mazmorra.
Jerónimo fue luego tratado de una manera muy semejante a cómo lo había sido Huss, sólo que sufrió un confinamiento mucho más prolongado, y pasó de una a otra cárcel. Al final, 143
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hecho comparecer ante el Concilio, deseó defender su causa y exculparse; siéndole negado esto, prorrumpió en las siguientes palabras:
‘¡Qué barbaridad es ésta! Durante trescientos cuarenta días he estado encerrado en varias prisiones. No hay miseria ni carencia que no haya experimentado. A mis enemigos les habéis permitido toda la facilidad para acusar. A míme negáis la más mínima oportunidad para defenderme. Ni una hora me permitiréis para prepararme para mi juicio. Os habéis tragado las más negras calumnias contra mí. Me habéis presentado como hereje, sin conocer mi doctrina; como enemigo de la fe, antes de saber qué fe profeso; como perseguidor de sacerdotes antes de tener una oportunidad de saber cuáles son mis pensamientos acerca de esto. Sois un Concilio General; en vosotros se centra todo lo que este mundo puede comunicar de seriedad, sabiduría y santidad; pero con todo sólo sois hombres, y los hombres pueden ser atraído s por las apariencias. Cuanto más elevado sea vuestro carácter para sabiduría, tanto más cuidado deberías tomar de que no se desviara a insensatez. La causa que ahora alego no es mi propia causa: es la causa de todos los hombres, es la causa de los cristianos; es una causa que afectaráa los derechos de la posteridad, según lo que hagáis con mi persona.ª
Este discurso no ejerció el más mínimo efecto; Jerónimo fue obligado a escuchar la lectura de la acusación, que se reducía a los siguientes encabezamiento: 1. Que era un ridiculizador de la dignidad papal. 2. Un opositor del Papa. 3. Enemigo de los cardenales. 4.
Perseguidor de los prelados. 5. Aborrecedor de la religión cristiana.
El juicio de Jerónimo tuvo lugar al tercer día de su acusación, y se interrogó a testigos en apoyo de la acusación. El prisionero estaba dispuesto para su defensa, lo que parece casi increíble, cuando consideramos que había estado trescientos cuarenta días encerrado en una inmunda prisión, privado de la luz del día, y casi muerto de hambre por carencia de las cosas más necesarias. Pero su espírituse elevó por encima de estas desventajas bajo las que hombres con menos temple se habrían hundido; y no se privó de citar a los padres y a los autores antiguos, como si hubiera estado dotado de la mejor biblioteca.
Los más fanáticos de la asamblea no deseaban que se le oyera, porque sabía el efecto que puede tener la elocuencia en las mentes de las personas más llenas de prejuicios. Al final, la mayoría prevaleció de que se le debía dar libertad para hablar en su propia defensa. Esta defensa la inició con una elocuencia tan conmovedora y sublime que se vio cómo se fundían los corazones más llenos de celo y encallecidos y cómo las mentes supersticiosas parecían admitir un rayo de convicción. Estableció una admirable distinción entre la evidencia que reposaba sobre los hechos, y la sustentada por la malicia y la calumnia. Expuso ante la asamblea todo el tenor de su vida y conducta. Observó que los más grandes y santos de los hombres habían sido observados difiriendo en cuestiones puntuales y especulativas, con vistas a distinguir la verdad, no a mantenerla oculta. Expresó un noble menosprecio de todos sus enemigos, que le habrían inducido a retractarse de la causa de la virtud y de la verdad. Entró en un alto encomio de Huss, y se manifestó dispuesto a seguirle en el glorioso camino del martirio. Luego tocó las doctrinas más defendibles de Wickliffe, y concluyó observando que 144
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estaba lejos de su intención avanzar nada en contra del estado de la Iglesia de Dios; que sólo se quejaba de los abusos del clero; que no podía dejar de decir que era ciertamente cosa impía que el patrimonio de la Iglesia, que originalmente había estado designado para la caridad y la benevolencia universal, se prostituyera para la soberbia de los ojos, en festejos, vestimentas estrafalarias, y otros vituperios para el nombre y la profesión del cristianismo. Terminado el juicio, Jerónimo recibió la misma sentencia que había sido ejecutada contra su compatriota mártir. En consecuencia de esto fue, según el estilo del engaño papista, entregado al brazo secular; pero como era laico, no podía pasar por la ceremonia de degradación. Le habían preparado una coroza de papel pintada con demonios rojos. Cuando la tuvo puesta sobre su cabeza, exclamó: ‘Nuestro Señor Jesucristo, cuando sufrió la muerte por mí, un pecador de lo más miserable, llevó sobre Su cabeza una corona de espinas; por amor a El llevaré yo esta corona. ª
Se le permitieron dos días, con la esperanza de que se retractara; durante este tiempo el cardenal de Florencia empleó todos sus esfuerzos a tratar de ganárselo. Pero todo esto resultó ineficaz. Jerónimo estaba resuelto a sellar la doctrina con su sangre, y sufrió la muerte con la más distinguida magnanimidad.
Al ir al lugar de la ejecución cantó varios himnos, y al llegar al lugar, que era el mismo en el que Huss había sido quemado, se arrodilló y oró fervientemente. Abrazó la estaca con gran ·nimo, y cuando fueron por detrás de él a prender la leña, les dijo: ‘Venid aquí, y prended el fuego delante de mi cara; si le hubiera temido a las llamas, no habría venido a este lugar.ª
Al prenderse el fuego, cantó un himno, pero pronto se vio interrumpido por las llamas, y las ultimas palabras que se le oyeron fueron estas: ‘A ti, oh Cristo, te ofrezco esta alma en llamas.ª
El elegante Pogge, un erudito caballero de Florencia, secretario de dos Papas, y católico celoso pero liberal, dio en una carta a Leonard Arotin un amplio testimonio de las extraordinarias cualidades y virtudes de Jerónimo, a quien describe de manera enfática como
¡un hombre prodigioso!
La Persecución de Zisca
El verdadero nombre de este celoso siervo de Cristo era Juan de Troczonow; el nombre de Zisca es una palabra bohemia, que significa tuerto, por cuanto había perdido un ojo. Era natural de Bohemia, de una buena familia, y dejó la corte de Wenceslao para entrar al servicio del rey de Polonia contra los caballeros Teutones. Habiendo obtenido un título honorífico y una bolsa de ducados por su valor, al terminar la guerra volvió a la corte de Wenceslao, ante quien reconoció abiertamente el profundo interés que se tomaba en la sanguinaria afrenta que se le habla hecho a los súbditos de su majestad en Constanza en el asunto de Huss. Wenceslao lamentaba no tener el poder de vengarlo, y desde este momento se dice que Zisca asumió la idea de afirmar las libertades religiosas de su país. En el año 1418 se disolvió el Concilio, habiendo hecho más mal que bien, y en el verano de aquel año se celebró una reunión general de los amigos de la reforma religiosa en el castillo de Wisgrade, que, dirigida por zisca, se 145
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dirigieron al emperador con armas en la mano, y se ofrecieron a defenderle contra sus enemigos. EL rey se limitó a emplear sus armas de manera debida, y este éxito político aseguró por primera vez a Zisca la confianza de su partido.
Wenceslao fue sucedido por su hermano Segismundo, que se hizo odioso para los reformadores, y eliminó a todos los que estaban en contra de su gobierno. Ante esto, Zisca y sus amigos de inmediato recurrieron a las armas, declararon la guerra al emperador y al Papa, y pusieron sitio a Pilsen con 40.000 hombres. Pronto se hicieron dueños de la fortaleza, y en un breve tiempo se sometió toda la parte sudoeste de Bohemia, lo que acreció mucho al ejército de los reformadores. Habiendo tomado estos el paso del Muldaw, después de un severo conflicto de cinco días y cinco noches, el emperador se alarmó, y retiró sus tropas de la frontera turca, para dirigirlas a Bohemia. Se detuvo en Bmo en Moravia, y envió despachos para un tratado de paz, en preparación del cual Zisca entregó Pilsen y todas las fortalezas que había tomado. Segismundo actuó de manera que mostraba que verdaderamente mostraba que actuaba en base de la doctrina romanista de que no se debía guardar la palabra dada a los herejes, y al tratar con severidad a algunos de los autores de las últimas perturbaciones sonó la alarma de un confín al otro de Bohemia. Zisea tomó el castillo de Praga con el poder del dinero, y el 19 de agosto de 1420 derrotó el pequeño ejército que el emperador había movilizado rápidamente para oponerse a él. A continuación tomó Ausea por asalto, destruyendo la ciudad con una brutalidad que deshonró la causa por la que luchaba.
Al acercarse el invierno, Zisca fortificó su campamento en un monte fuerte alrededor de cuarenta millas de Praga, que llamó el Monte Tabor, desde donde sorprendió a medianoche a un cuerpo de caballería, haciendo mil prisioneros. Poco después, el emperador se hizo con la fortaleza de Praga por los mismos medios que Zisca antes; pronto fue asediado por este ultimo, y el hambre comenzó a amenazar al emperador, que vio la necesidad de una retirada.
Decidido a hacer un desesperado esfuerzo, Segismundo atacó el campo fortificado de Zisca en el Monte Tabor, e hizo una gran degollina. Cayeron también muchas otras fortalezas, y Zisca se retiró a un monte agreste, que fortificó mucho, y desde donde hostigó tanto al emperador en sus ataques contra la ciudad de Praga que vio que o bien debía abandonar el sitio, o bien derrotar a su enemigo. El marqués de Misnia fue enviado para llevar esto último a cabo con un gran cuerpo de tropas, pero este acontecimiento fue fatal para los imperialistas; fueron derrotados, y el emperador, que había perdido casi un tercio de su ejército, levantó el sitio de Praga, hostigado en su retaguardia por el enemigo.
En la primavera de 1421 Zisca comenzó su campaña, como antes, destruyendo todos los monasterios a su paso. Puso sitio al castillo de Wisgrade, y, acudiendo en su auxilio el emperador, cayó en una trampa, fue derrotado con una gran matanza, y asífue tomada esta importante fortaleza. Nuestro general tenía ahora tiempo para emprender la obra de la reforma, pero se sintió muy disgustado por la burda ignorancia y superstición del clero bohemio, que se hicieron despreciables a los ojos de todo el pueblo. Cuando veía síntomas de malestar en su ejército, hacia sonar la alarma para ocuparlos, y llevarlos a la acción. En una 146
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de estas expediciones acampó frente a la ciudad de Rubí, y mientras inspeccionaba el lugar para el asalto, una flecha lanzada desde la muralla le dio en el ojo. En Praga le fue extraída, pero al tener barbas, desgarró el ojo. Siguió una fiebre, y a duras penas salvó la vida. Ahora quedó totalmente ciego, pero deseoso todavía de ayudar al ejército. El emperador, que había llamado a los estados del imperio en su ayuda, resolvió, con su ayuda, atacar a Zisca en el invierno, pero muchas de sus tropas se fueron hasta la vuelta de la primavera.
Los príncipes confederados emprendieron el sitio de Soisin, pero con la sola aproximación del general bohemio, se retiraron. Sin embargo, Segismundo avanzó con su formidable ejército, consistente en 15.000 efectivos de caballería húngara y 25.000 infantes, bien equipados para una campaña de invierno. Este ejército sembró el terror por todo el este de Bohemia. Ahídonde marchara Segismundo, los magistrados de las ciudades ponían las llaves a sus pies, y eran tratados con dureza o con favor según sus méritos en su causa. Sin embargo, Zisca, con marchas forzadas, se aproximó a él, y el emperador resolvió probar fortuna una vez más contra aquel invencible general. El trece de enero de 1422, los dos ejércitos se encontraron en la espaciosa llanura cerca de Kremnitz. Zisca apareció al centro de su línea frontal, guardado, o más bien conducido, por un jinete a cada lado, armado con un hacha. Sus tropas, habiendo cantado un himno, sacaron sus espadas con decidida frialdad, y esperaron una señal. Cuando sus oficiales le informaron de que las filas estaban todas bien cerradas, blandió su sable sobre su cabeza, lo que fue la señal del inicio de la batalla.
Esta batalla ha sido descrita como un terrible espectáculo. Toda aquella llanura constituyó una continua escena de desorden. El ejército imperial se lanzó a la fuga hacia los confines de Moravia, hostigándoles los Taboritas la retaguardia sin descanso alguno. El río Igla, que estaba helado, se opuso a su paso. Presionándolos furiosamente el enemigo, muchos de la infantería, y todo el cuerpo de caballería, intentaron pasar el río. El hielo cedió, y no menos de dos mil encontraron su fin en aquellas aguas. Zisca volvió ahora a Tabor, cargado con todos los despojos y trofeos que pudiera dar la más completa victoria.
Zisca comenzó a dar su atención ahora a la Reforma. Prohibió todas las oraciones por los muertos, las imágenes, las vestiduras sacerdotales, los ayunos, y las fiestas religiosas. Los sacerdotes debían ser escogidos por sus méritos, y nadie debía ser perseguido por sus opiniones religiosas. En todo, Zisca consultó a las mentes liberales, y no hizo nada sin un consenso general. Tuvo lugar ahora en Praga un alarmante desacuerdo entre los magistrados Calixtanos, o receptores del Sacramento en ambas especies, y los Taboritas, nueve de cuyos jefes fueron arrestados en privado y ejecutados. La plebe, enfurecida, dio muerte a los magistrados, y la cuestión terminó sin más consecuencias. Habiendo quedado los Calixtanos hundidos en el desprecio, se le pidió a Zisca que aceptara la corona de Bohemia, a lo que él rehusó noblemente, y se dedicó a prepararse para su nueva campaña. Segismundo resolvió emprender su último esfuerzo. Mientras el marqués de Misnia penetraba en la Alta Sajonia, el emperador se propuso entrar en Moravia, por la frontera de Hungría. Antes que el marqués tomara el campo, Zisca se asentó delante de la ciudad fuerte de Aussig, situada sobre el Elba.
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El marqués se lanzó raudo en su auxilio con un ejército superior en números, pero, después de una obstinada lucha, fue totalmente derrotado, y Aussig capituló. Zisca se dirigió en auxilio de Procop, un joven general a quien había designado para mantener en jaque a Segismundo, al que obligó a abandonar el sitio de Pernitz tras haber estado ocho semanas asediándola.
Zisca, deseando dar a sus tropas algún descanso, entró ahora en Praga, esperando que su presencia aquietaría toda intranquilidad que pudiera quedar tras la anterior perturbación.
Pero fue repentinamente atacado por el pueblo; tras desprenderse él y sus tropas de los ciudadanos, se retiraron a su ejército, al que hicieron saber la traicionera conducta de los Calixtanos. Se hicieron todos los esfuerzos de comunicación necesarios para apaciguar su vengativa animosidad, y por la noche, en una entrevista privada entre Roquesan, un clérigo de gran eminencia en Praga, y Zisca, éste se reconcilió con ellos, y las hostilidades que se fraguaban fueron anuladas.
Mutuamente cansados de la guerra, Segismundo envió un mensaje a zisca, pidiéndole que envainara la espada, y que propusiera sus condiciones. Estableciéndose un lugar para las conferencias, Zisca, con sus principales oficiales, fue a encontrarse con el emperador.
Obligado a pasar por una zona del país donde la peste estaba causando estragos, cayó atacado por ella en el castillo de Briscaw, y partió de esta vida el 6 de octubre de 1424. Lo mismo que Moisés, murió a la vista de la consumación de su obra, y fue sepultado en la gran Iglesia de Czaslow, en Bohemia, donde hay un monumento levantado en su memoria, con esta inscripción: ‘Aquíyace Juan Zisca, que, habiendo defendido a este país contra las usurpaciones de la tiranía papal, descansa en este santo lugar, a pesar del papa.ª
Después de la muerte de Zisca, Procop fue derrotado, y cayó junto a las libertades de su país. Después de la muerte de Huss y de Jerónimo, el Papa, junto con el Concilio de Constanza, ordenó al clero romanista en todas partes que excomulgaran a los que adoptaran sus opiniones o que lamentaran su suerte.
Estas órdenes causaron grandes luchas entre los bohemios papistas y los reformados, llevando a una violenta persecución contra estos últimos. En Praga, la persecución fue extremadamente severa, hasta que, al final, los reformados, reducidos a la desesperación, se armaron, atacaron la casa del senado, y echaron a doce senadores y al presidente por las ventanas, cayendo sus cuerpos sobre lanzas, puestas por otros de los reformados en la calle, para recibirlos.
Informado de estos procedimientos, el papa llegó a Florencia, y excomulgó públicamente a los bohemios reformados, incitando al emperador de Alemania, y a todos los reyes, príncipes, duques, etc., a que tomaran armas para extirpar a toda la raza, prometiéndoles, como aliento, la plena remisión de todo tipo de pecados, a la persona más malvada, si tan sólo daba muerte a un reformado bohemio.
Éste fue el inicio de una sangrienta guerra, porque varios príncipes papistas emprendieron la extirpación, o cuanto menos la expulsión, de aquel pueblo proscrito; y los 148
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bohemios, acudiendo a las armas, se dispusieron a repeler la fuerza con la fuerza de la manera más vigorosa y eficaz. El ejército papista venció a las fuerzas reformadas en la batalla de Cuttenburgh, y los prisioneros reformados fueron llevados a tres profundas minas cerca de la ciudad, y varios cientos de ellos fueron cruelmente arrojados dentro de cada una, donde murieron miserablemente.
Un mercader de Praga que iba hacia Breslau, en Silesia, se alojó en el mismo mesón que varios sacerdotes. Iniciando una conversación sobre la cuestión de la controversia religiosa, hizo muchos encomios del martirizado Juan Huss y de sus doctrinas. Los sacerdotes, airados por esto, presentaron denuncia contra él a la mañana siguiente, y fue echado en la cárcel como hereje. Se hicieron muchos esfuerzos por persuadirle a aceptar la fe católica romana, pero se mantuvo firme en las puras doctrinas de la Iglesia reformada.
Poco después de su encarcelamiento, echaron a un estudiante de la universidad en la misma mazmorra. Estándoles permitido conversar, se alentaron mutuamente. En el día señalado para la ejecución, cuando el carcelero comenzó a atarles cuerdas a los pies, con las cuales iban a ser arrastrados por las calles, el estudiante dio muestras de estar aterrorizado, y ofreció abjurar de su fe y volverse católico romano si podía ser perdonado. Se aceptó su ofrecimiento, su abjuración fue tomada por un sacerdote, y fue libertado. Al pedirle un sacerdote que siguiera el ejemplo del estudiante, el mercader le repuso con nobleza: ‘No perdáis el tiempo en esperar que me retracte; lo esperaréis en vano. De veras me da lástima aquel pobre desgraciado, que ha sacrificado miserablemente su alma por unos pocos más años inciertos de esta vida tan gravosa; bien lejos de pensar en seguir su ejemplo, me glorío en los pensamientos mismos de morir por causa de Cristo.ª Al oír estas palabras, el sacerdote le ordenó al verdugo que prosiguiera, y el mercader fue arrastrado por las calles de la ciudad, llevado al lugar de la ejecución, y allíquemado.
Pichel, un fanático magistrado papista, prendió a veinticuatro protestantes, entre los que se encontraba el marido de su hija. Habiendo reconocido todos ellos que eran de la religión reformada, los condenó indiscriminadamente a morir ahogados en el río Abbis. En el día señalado para la ejecución, acudió una gran muchedumbre, entre la que se encontraba la hija de Pichel. Esta digna esposa se echó a los pies de su padre, regándolos con su llanto, y le imploró de la manera más patética que se compadeciera de su dolor, y que perdonara a su marido. El endurecido magistrado le dijo aceradamente: ‘No intercedas por él, hija mía; es un hereje, un vil hereje.ª A esto ella replicó noblemente: ‘Sean cuales fueren sus faltas, sigue siendo mi marido, un hombre que, en un momento como este, es el único que debería recibir toda mi consideración.ª Pichel se enfureció, y le dijo: ‘ ¡Estás loca! ¿Acaso no puedes, tras su muerte, encontrar un marido mucho más digno? ‘No, señor (le dijo ella); mis afectos están en él, y la misma muerte no disolverámis votos matrimoniales.ª Pero Pichel se mantuvo inflexible, y ordenó que se les ataran a los presos las manos y los pies, y que de esta manera fueran arrojados al río. Tan pronto como esto se llevó a cabo, la joven esperó su oportunidad, saltó al agua, y, abrazándose al cuerpo de su marido, se hundió con él en una tumba de agua.
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Un ejemplo insólito de amor conyugal en una esposa, y de una adhesión inviolable y un profundo afecto para su marido.
El emperador Fernando, cuyo odio contra los reformados bohemios no conocía limites, pensando que no los había oprimido suficiente, instituyó un tribunal supremo de correctores, sobre el plan de la Inquisición, con la diferencia de que los correctores debían ser itinerantes, e ir siempre acompañados de una compañía de soldados.
Estos correctores consistían principalmente de Jesuitas, y no había apelación posible a sus sentencias, por lo que se puede conjeturar fácilmente que se trataba de un tribunal verdaderamente terrible.
Este sanguinario tribunal, asistido por tropas, hizo el circuito de Bohemia, en el que apenas si interrogaron o vieron a algún prisionero, dejando que los soldados asesinaran a los reformados como quisieran, y que luego les dieran un informe de lo sucedido.
La primera víctima de su crueldad fue un anciano ministro, al que dieron muerte mientras yacía enfermo en su cama; al siguiente día robaron y asesinaron a otro, y poco después a un tercero, mientras predicaba en su púlpito.
Un noble y un clérigo que residían en un pueblo reformado, al oír de la proximidad del alto tribunal corrector y de las tropas, huyeron del lugar y se ocultaron. Pero los soldados, al llegar, apresaron al maestro de la escuela, le preguntaron dónde se habían ocultado el señor del lugar y el ministro, y dónde habían ocultado sus riquezas. El maestro contestó que no podía responder a estas preguntas. Entonces lo desnudaron, lo ataron con cuerdas, y lo azotaron de la manera más atroz con porras. Al no lograr extraerle ninguna confesión, lo quemaron en varias partes del cuerpo; entonces, para lograr algún descanso de sus tormentos, les prometió mostrarles dónde estaban los tesoros. Los soldados le escucharon contentos, y el maestro los condujo a un foso lleno de piedras, diciendo: ‘Debajo de estas piedras están los tesoros que buscáis.ª Ansiosos por encontrar dinero, se lanzaron al trabajo, y pronto quitaron las piedras. Pero, no encontrando lo que buscaron, golpearon al maestro hasta matarlo, lo echaron al foso, y lo cubrieron con las piedras que les había hecho remover.
Algunos de los soldados violaron a la hija de un digno reformado delante de sus ojos, y luego lo torturaron hasta morir. A un ministro y a su mujer los ataron de espalda a espalda, y los quemaron. A otro ministro lo colgaron de una viga, y encendiendo un fuego debajo de él, lo asaron hasta morir. A un caballero lo trocearon, y llenaron la boca de un joven con pólvora, y prendiéndole fuego, le volaron la cabeza.
Como la mayor furia de la persecución se dirigía contra el clero, tomaron a un piadoso ministro reformado, y atormentándolo a diario durante un mes seguido, de la manera que se describe más adelante, hicieron su crueldad sistemática, regular y progresiva.
Le pusieron entre ellos, y le hicieron objeto de su burla y escarnio, durante todo un día de entretenimiento, tratando de agotar su paciencia, pero en vano, porque aguantó todo 150
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aquello con verdadera paciencia cristiana. Le escupieron en el rostro, le estiraron la nariz, le pellizcaron por la mayor parte del cuerpo. Fue cazado como una fiera, hasta que estaba casi muerto de fatiga. Le hicieron correr el túnel entre dos hileras de ellos, golpeándole cada uno con una vara. Le golpearon con los puños. Le azotaron con sogas y con alambres. Lo aporrearon con garrotes. Lo ataron por los talones poniéndolo cabeza abajo, hasta que comenzó a salirle sangre por la nariz, la boca, etc. Lo colgaron por el brazo derecho hasta dislocárselo, y luego se lo volvieron a colocar bien. Lo mismo hicieron con su brazo izquierdo.
Le pusieron papeles ardiendo, bañados en aceite, entre sus dedos de las manos y de los pies.
Le arrancaron la carne con tenazas al rojo vivo. Lo pusieron en el potro. Le arrancaron las uñas de la mano derecha. Lo mismo hicieron con las de la mano izquierda. Le bastonearon los pies. Le rajaron la oreja derecha; luego la izquierda; luego le rajaron la nariz. Lo llevaron por toda la ciudad montado sobre un asno, dándole latigazos por el camino. Le hicieron varias incisiones en su carne. Le arrancaron las uñas de los dedos del pie derecho; luego hicieron lo mismo con las de su pie izquierdo. Fue atado por los lomos y suspendido durante mucho tiempo. Le arrancaron los dientes del maxilar superior. Luego le hicieron lo mismo con los del inferior. Le echaron plomo hirviendo sobre los dedos de las manos. Luego le hicieron lo mismo con los de los pies. Le apretaron una soga sobre la frente de tal manera que le forzaron los ojos fuera de las órbitas.
Durante todas estas horrendas crueldades se tomaron un cuidado particular en que sus heridas no se gangrenaran, y en no dañarle mortalmente hasta el último día, en el que el forzamiento de sus ojos fuera de sus órbitas resultó en su muerte.
Fueron innumerables los otros asesinatos y depredaciones cometidos por aquellos implacables e insensibles brutos, y estremecedoras para la humanidad fueron las crueldades infligidas sobre los pobres reformados bohemios. Pero al estar demasiado avanzado el invierno, el alto tribunal de los correctores, junto con su infernal banda de rufianes militares, pensaron apropiado volver a Praga; pero de camino, encontrando a un pastor reformado, no pudieron resistir la tentación de festejar sus bárbaros ojos con un nuevo tipo de crueldad, que acababa de sugerirse a la diabólica imaginación de uno de los soldados. Se trataba de desnudar al ministro, y cubrirlo de manera alternativa con hielo y carbones encendidos. Esta nueva forma de atormentar a un semejante fue puesta en práctica de inmediato, y la infeliz víctima expiró bajo los tormentos, que parecían deleitar a sus inhumanos perseguidores.
El emperador pronto dio una orden secreta para apresar a todos los nobles y gentilhombres que habían estado principalmente implicados en sustentar la causa reformada, y en designar a Federico elector palatino del Rhin para ser rey de Bohemia. Estos, que eran cincuenta, fueron prendidos en una misma noche, y a la misma hora, y traídos desde los lugares en que habían sido apresados al castillo de Praga; las posesiones de los ausentes del reino fueron confiscadas, y ellos declarados proscritos, y sus nombres puestos en patíbulos, como marcas de pública ignominia.
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El alto tribunal de los correctores procedió entonces a juzgar a los cincuenta que habían sido prendidos, y dos reformados apostatas fueron designados para interrogarles. Estos interrogadores hicieron un gran número de preguntas innecesarias e impertinentes, lo que exasperó de tal forma a uno de los nobles, que de natural era de carácter impetuoso, que exclamó, mientras descubría su pecho: ‘Corta aquí, busca en mi corazón; no hallaráotra cosa más que el amor a la religión y a la libertad; estos fueron los motivos por los que saqué la espada, y por estos estoy dispuesto a sufrir la muerte.ª
Como ninguno de los presos quería cambiar su religión ni reconocer que había estado en un error, todos fueron declarados culpables. Pero la sentencia fue remitida al emperador.
Cuando el monarca hubo leído sus nombres y la relación de las respectivas acusaciones, pronunció sentencia sobre todos, pero de modos distintos, porque sus sentencias fueron de cuatro tipos: a muerte, a destierro, a cadena perpetua, y a encarcelamiento a discreción.
Veinte de ellos fueron ordenados para la ejecución, y se les informó que podían pedir la asistencia de Jesuitas, monjes o frailes, para prepararse para el terrible tránsito que debían sufrir. Pero que no le les permitiría la presencia de ningún reformado. Ellos rechazaron esta propuesta, e intentaron todo lo que pudieron por consolarse y alentarse unos a otros en esta solemne ocasión.
Por la mañana del día señalado para la ejecución, se disparó un cañón como señal para que los presos fueran traídos desde el castillo a la principal plaza del mercado, donde se habían levantado cadalsos, y un cuerpo de tropas para asistir a la trágica escena. Los presos salieron del castillo con tanto ánimo como si se dirigieran a un agradable entretenimiento, en lugar de ir a afrontar una muerte violenta.
Aparte de los soldados, Jesuitas, sacerdotes, verdugos, asistentes, etc., asistió una prodigiosa concurrencia del pueblo, para ver el triunfo de estos devotos mártires, que fueron ejecutados en el siguiente orden:
El Señor de Schilik tenía unos cincuenta años de edad, y tenía unas grandes cualidades naturales y adquiridas. Cuando le dijeron que iba a ser descuartizado, y que sus miembros serían dispersados por distintos lugares, sonrió con gran serenidad, diciendo: ‘La pérdida de la sepultura es una consideración de lo más nimio.ª Al gritarle un caballero que estaba cerca diciéndole: ‘¡Valor, mi señor!ª, él contestó: ‘Tengo el favor de Dios, lo que es suficiente para inspirar valor a cualquiera; no me turba el temor a la muerte; antes la he enfrentado en campos de batalla al oponerme al Anticristo; y ahora me enfrentaré a ella en el cadalso, por causa de Cristo.ª Habiendo hecho una corta oración, le dijo al verdugo que estaba listo. Éste le cortó la mano derecha y la cabeza, y luego lo descuartizó. Su mano y su cabeza fueron puestas en la torre alta de Praga, y sus cuartos distribuidos por diferentes partes de la ciudad.
El Señor Vizconde Wenceslao, que había llegado a la edad de setenta años, era igualmente respetable por su erudición, piedad y hospitalidad. Su temple era tan paciente que cuando su casa fue violada, y su propiedad tomada y sus fincas confiscadas, sólo dijo, con 152
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gran compostura: ‘El Señor ha dado, el Señor ha quitado.ª Al preguntársele por qué se dedicaba a una causa tan peligrosa como la de tratar sustentar al elector palatino Federico contra el poder del emperador, contestó: ‘He actuado estrictamente según los dictados de mi conciencia, y, hasta el día de hoy, le considero mi rey. Ahora estoy lleno de años, y deseo dar mi vida para no ser testigo de los adicionales males que han de sobrevenir a mi país. Hace mucho tiempo que estáis sedientos de mi sangre. Tomadla, porque Dios serámi vengador.ª
Luego, acercándose al tajo, se acarició su larga y gris barba, y dijo: ‘Cabellos venerables, tanto mayor honor os esperan, una corona de martirio es vuestra parte.ª Luego, poniendo la cabeza, le fue separada del cuerpo con un solo golpe, y clavada sobre una estaca en una parte visible de la ciudad.ª
El Señor de Harant era hombre de buen sentido, gran piedad y mucha experiencia ganada en sus viajes, por cuanto habla visitado los principales lugares de Europa, Asia y ¡frica. Por ello estaba libre de prejuicios nacionales, y había ganado mucho conocimiento.
La acusación en contra de este noble era que era protestante, y que había hecho juramento de adhesión a Federico, elector palatino del Rhin, como rey de Bohemia. Cuando llegó al cadalso, dijo: ‘He viajado por muchos países, y atravesado varias naciones bárbaras, pero nunca he hallado tanta crueldad como en mi patria. He escapado a numerosos peligros por mar y tierra, y me he sobrepuesto a dificultades inconcebibles, para sufrir inocentemente en el lugar que me vio nacer. Mi sangre es asimismo buscada por aquellos por quienes yo, y mis antepasados, hemos arriesgado nuestras posesiones; pero, ¡oh Dios omnipotente, perdónalos, porque no saben lo que hacen!ª Luego fue al tajo, se arrodilló, y exclamó con gran energía: ‘¡En tus manos, oh Señor, encomiendo mi espíritu! En ti siempre he confiado.
Recíbeme, pues, mi bendito Redentor.ª Cayó entonces el golpe fatal, y recibió el punto final a los dolores temporales de esta vida.
El Señor Federico de Bile sufrió como protestante, y como promotor de la última guerra; afrontó su suerte con serenidad, y sólo dijo que deseaba el bien a los amigos que dejaba atrás, que perdonaba a los enemigos causantes de su muerte, que rechazaba la autoridad del emperador en aquel país, reconociendo a Federico como único rey legítimo de Bohemia, y que confiaba para su salvación en los méritos de su bendito Redentor.
El Señor Enrique Otto, cuando llegó al cadalso, parecía muy confundido, y dijo, con una cierta aspereza, como si dirigiéndose al emperador: ‘¡Tú, oh tirano Fernando, tu trono estáestablecido en sangre, pero si das muerte a mi cuerpo, y dispersas mis miembros, con todo se levantarán para sentarse en juicio contra ti.ª Luego calló, y habiendo caminado un cierto tiempo alrededor del cadalso, pareció recobrar sus energías, y calmarse, y le dijo entonces a un caballero que estaba cerca: ‘Hace pocos minutos estaba muy descompuesto, pero ahora siento avivar mi espíritu; Dios sea alabado por concederme tal consuelo; la muerte ya no aparece como rey del espanto, sino que parece invitarme a participar de algunos goces desconocidos.ª Arrodillándose ante el tajo, dijo: ‘¡Dios Omnipotente! A ti te encomiendo mi 153
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alma. Recíbela por causa de Cristo, y admítela a la gloria de tu presencia.ª El verdugo causó mucho sufrimiento a este noble, al darle varios golpes antes de separarle la cabeza del cuerpo.
El conde de Rugenia destacaba por sus grandes cualidades y piedad no fingida. En el cadalso dijo: ‘Los que sacamos nuestras espadas luchamos sólo por preservar las libertades del pueblo y para guardar invioladas nuestras conciencias. Como vencimos, me complazco más en la sentencia de muerte que si el emperador me hubiera dado la vida; porque veo que a Dios le place que Su verdad sea defendida no por nuestras espadas, sino con nuestra sangre.ª
Luego fue resuelto hacia el tajo, diciendo: ‘Ahora pronto estaré con Cristo,ª y recibió con gran valor la corona del martirio.
El Señor Gaspar de Kaplitz tenía ochenta y seis años de edad. Cuando llegó al lugar de la ejecución, se dirigió asíal principal oficial: ‘Aquítienes a un pobre anciano que a menudo le ha podido a Dios que lo sacara de este mundo malvado, pero que no ha podido hasta ahora obtener su deseo, porque Dios me ha reservado hasta estos años para ser un espectáculo al mundo y un sacrificio para símismo. Por ello, hágase la voluntad de Dios.ª Uno de los oficiales le dijo que en consideración a su avanzada edad, si tan sólo pedía perdón, le sería concedido de inmediato.
‘¡Pedir perdón!ª, exclamó él, ‘sólo le pediré perdón a Dios, a quien frecuentemente he ofendido, pero no al emperador, a quien jamás di motivo alguno de agravio; si ahora pidiera perdón, se podría sospechar con justicia que he cometido algún crimen que mereciera esta condena. No, no, ya que muerto como inocente, y con una limpia conciencia, no me gustaría separarme de esta noble compañía de mártiresª. Dicho esto, puso animosamente su cuello sobre el tajo.
Procopius Dorzecki dijo, en el cadalso: ‘Estamos ahora bajo condenación del emperador, pero a su tiempo él serájuzgado, y nosotros compareceremos como testigos contra él.ª Luego, tomando una medalla de oro de su cuello, que había sido acuñada cuando Federico había sido coronado rey de Bohemia, la presentó a uno de los oficiales, diciéndole al mismo tiempo estas palabras: ‘Como hombre a punto de morir, pido que si jamás el Rey Federico es restaurado al trono de Bohemia, que le deis esta medalla. Decidle que por su causa la llevé hasta la muerte, y que ahora pongo bien dispuesto mi vida por Dios y por mi rey.ª Luego animosamente puso la cabeza y se sometió al fatal golpe.
Dionisio Servio había sido criado como católico romano, pero hacia varios años que había abrazado la religión reformada. Cuando se encontró sobre el cadalso, los Jesuitas ejercieron todos sus esfuerzos por lograr su retractación y que volviera a su anterior fe, pero no les prestó la menor atención a sus exhortaciones. Arrodillándose, les dijo: ‘Podréis destruir mi cuerpo, pero no podéis dañar mi alma, que encomiendo a mi Redentorª; luego se sometió paciente a su martirio, teniendo entonces cincuenta y seis años.
Valentín Cockan era persona de considerable fortuna y eminencia, perfectamente piadoso y honrado, pero de pocas dotes. Sin embargo, su imaginación pareció hacerse más 154
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brillante, y sus facultades mejorar al aproximarse la muerte, como si el inminente peligro refinara su entendimiento. Justo antes de ser decapitado se expresó con tal elocuencia, energía y precisión que dejó atónitos a todos los que conocían su anterior deficiencia en cuanto a sus dotes personales.
Tobías Stelfick estuvo notable por su afabilidad y serenidad. Estaba totalmente resignado a su suerte, y pocos minutos antes de su muerte habló de esta manera singular:
‘Durante el curso de mi vida he recibido muchos favores de Dios; no debería entonces alegre aceptar una copa amarga, cuando El considera apropiado presentarla? O más bien, ¿no debería yo regocijarme que sea Su voluntad que dé una vida corrompida a cambio de la inmortalidad?ª
El doctor Jessenius, un capaz estudiante de medicina, fue acusado de hablar palabras irrespetuosas contra el emperador, de traición por haber jurado su adhesión al elector Federico, y de herejía por ser protestante. Por la primera acusación le cortaron la lengua; por la segunda, fue decapitado; y por la tercera fue descuartizado, y las partes respectivas exhibidas sobre estacas.
Cristobal Chober, en cuanto se vio sobre el cadalso, dijo: ‘He venido en el nombre de Dios, para morir por Su gloria; he luchado la buena batalla, he acabado mi carrera; asíque, verdugo, haz tu oficio.ª El verdugo obedeció, y en el acto recibió la corona del martirio.
Nadie vivió más respetado ni murió más lamentado que Juan Shultis. Las únicas palabras que dijo antes de recibir el golpe fatal fueron: ‘A los ojos de los necios parece que los justos mueren, pero sólo van a su reposo. ¡Señor Jesús! Tú has prometido que los que a ti vienen, no serán echados fuera. He aquí, he venido; mírame, ten piedad de mí, perdona mis pecados, y recibe mi alma.ª
Maximiliano Hostialick era famoso por su erudición, piedad y humanidad. Cuando llegó al principio al cadalso parecía totalmente aterrado ante la inminencia de la muerte. Al darse cuenta el oficial de su agitación, le dijo Hostialick: ‘¡Ah, señor!, ahora se me amontonan en mi mente los pecados de mi juventud, pero espero que Dios me iluminará, no sea que duerma el sueño de la muerte y digan mis enemigos que han prevalecido sobre mi. Poco después, dijo:
‘Espero que mi arrepentimiento sea sincero, y que sea aceptado, en cuyo caso la sangre de Cristo me lavaráde mis crímenes.ª Luego le dijo al verdugo que iba a repetir el Cántico de Simeón, tras lo que podría hacer su oficio. Así, él dijo: ‘Ahora despides, Señor, a tu siervo, conforme a tu palabra, en paz; porque han visto mis ojos tu salvación.ª Al acabar estas palabras, el verdugo le cortó la cabeza de un solo golpe.
Cuando Juan Kutnaur llegó al lugar de la ejecución, un Jesuita le dijo: ‘Abraza la fe católica romana, la única que puede salvarte y armarte contra los terrores de la muerte.ª A esto él replicó: ‘Vuestra supersticiosa fe la aborrezco; conduce a la perdición, y no deseo otras armas contra los terrores de la muerte que una buena conciencia.ª El Jesuita se apartó, diciendo sarcásticamente: ‘Los protestantes son rocas impenetrables.ª ‘Te equivocas,ª le dijo Kurnaur: 155
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‘Es Cristo la Roca, y nosotros estamos firmes en …l.ª Este hombre, al no haber nacido en la nobleza, sino que había hecho su fortuna en un trabajo manual, fue sentenciado a ser colgado. Antes de ser suspendido, dijo: ‘Muero, no por haber cometido crimen alguno, sino por seguir los dictados de mi conciencia, y por defender mi país y religión.ª
Simeón Sussickey era suegro de Kutnaur, y, lo mismo que él, fue sentenciado a la horca.
Fue animoso a la muerte, y parecía impaciente por ser ejecutado, diciendo: ‘Cada momento me retarda de entrar en el Reino de Cristo.ª
Natanael Wodianskey fue colgado por haber apoyado la causa protestante y la elección de Federico a la corona de Bohemia. Ante la horca, los Jesuitas hicieron todo lo posible por llevarlo a renunciar su fe. Al ver ineficaces sus esfuerzos, uno de ellos le dijo: ‘Si no quieres abjurar de tu herejía, ¿te arrepentirás al menos de tu rebelión?ª A lo que Wodnianskey replicó:
‘Nos quitáis la vida bajo la pretendida acusación de rebelión, y no contentos con ello queréis destruir nuestras almas; hartaos de nuestra sangre, y quedaos satisfechos; pero no manipuléis nuestras conciencias.ª
El propio hijo de Wodnianskey se acercó entonces a la horca, y le dijo a su padre: ‘Señor, si fueran a ofreceros vuestra vida con la condición de la apostasía, os ruego que os acordéis de Cristo, y que rechacéis unos ofrecimientos tan perniciosos.ª A lo que el padre contestó: ‘Es muy aceptable, mi hijo, ser exhortado por ti a la constancia; pero no abrigues sospechas acerca de mí; más bien trata de confirmar en la fe a tus hermanos, hermanas e hijos, y enséñalos a imitar la constancia de la que les dejaré ejemplo.ª Apenas si había acabado estas palabras cuando fue colgado, recibiendo la corona del martirio con gran fortaleza.
Durante su encierro, Wenceslao Gisbitzkey abrigó grandes esperanzas de que se le concedería la gracia de la vida, lo que hizo temer a sus amigos por la suerte de su alma. Sin embargo, se mantuvo firme en su fe, oró fervientemente ante la horca, y afrontó su suerte con peculiar resignación.
Martín Foster era un anciano lisiado; la acusación contra él era mostrar caridad a los herejes, y prestar dinero al elector Federico. Pero parece que su principal delito había sido su gran riqueza; y fue para ser saqueado de sus tesoros que fue unido a esta ilustre lista de mártires.
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Capítulo IX - Historia de la Vida y Persecuciones de Martin Lutero Este ilustre alemán, teólogo y reformador de la Iglesia, fue hijo de Juan Lutero y de Margarita Ziegler, y nació en Eisleben, una ciudad de Sajonia, en el condado de Mansfield, el 10 de noviembre de 1483. La posición y condición de su padre eran originalmente humildes, y su oficio el de minero; pero es probable que por su esfuerzo y trabajo mejorara la fortuna de su familia, por cuanto posteriormente llegó a ser un magistrado de rango y dignidad. Lutero fue pronto iniciado en las letras, y a los trece años de edad fue enviado a una escuela en Magdeburgo, y de allía Eisenach, en Turingia, donde quedó por cuatro años, exhibiendo las primeras indicaciones de su futura eminencia.
En 1501 fue enviado a la Universidad de Erfurt, donde pasó por los acostumbrados cursos de lógica y filosofía. A los veinte años de edad recibió el titulo de licenciado, y luego pasó a enseñar la física de Aristóteles, ética, y otros departamentos de filosofía. Después, por indicación de sus padres, se dedicó a la ley civil, con vistas a dedicarse a la abogacía, pero fue apartado de esta actividad por el siguiente incidente. Andando un día por los campos, fue tocado por un rayo, siendo precipitado al suelo, mientras que un compañero fue muerto justo a su lado; esto lo afectó de tal manera que, sin comunicar su propósito a ninguno de sus amigos, se retiró del mundo, y se acogió al orden de los eremitas de San Agustín.
Aquíse dedicó a leer a San Agustín y a los escolásticos; pero, rebuscando por la biblioteca, halló accidentalmente una copia de la Biblia latina, que nunca había visto antes.
Esta atrajo poderosamente su curiosidad; la leyó ansiosamente, y se sintió atónito al ver qué poca porción de las Escrituras era enseñada al pueblo.
Hizo su profesión en el monasterio de Erfurt, después de haber sido novicio un año; y tomó órdenes sacerdotales, y celebró su primera Misa en 1507. Un año después fue trasladado del monasterio de Erfurt a la Universidad de Wittenberg, porque habiéndose acabado de fundar la universidad, se pensaba que nada sería mejor para darle reputación y fama inmediatas que la autoridad la presencia de un hombre tan celebre por su gran temple y erudición, como Lutero.
En esta universidad de Erfurt había un cierto anciano en el convento (de los Agustinos con quien Lutero, que era entonces de la misma orden, fraile Agustino, conversó acerca dc diversas cosas, especialmente acerca de la remisión de los pecados. Acerca de este artículo, este sabio padre se franqueó con Lutero, diciéndole que el expreso mandamiento de Dios es que cada hombre crea particularmente que sus pecados le han sido perdonados en Cristo; le dijo además que esta particular interpretación estaba confirmada por San Bernardo: ‘Este es cl testimonio que te da el EspírituSanto en tu corazón, diciendo: Tus pecados te son perdonados. Porque ésta es la enseñanza del apóstol, que el hombre es libremente justificado por la fe.ª
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Estas palabras no sólo sirvieron para fortalecer a Lutero, sino también para enseñarle el pleno sentido de San Pablo, que insiste tantas veces en esta frase: ‘Somos justificados por la fe.ª Y habiendo leído las exposiciones de muchos acerca de este pasaje, luego percibió, tanto por el discurso del anciano como por el consuelo que recibió en su espíritu, la vanidad de las interpretaciones que antes había creído de los escolásticos. Y así, poco a poco, leyendo y comparando los dichos y ejemplos de los profetas y de los apóstoles, con una continua invocación a Dios, y la excitación de la fe por el poder de la oración, percibió esta doctrina con la mayor evidencia. Asíprosiguió su estudio en Erfurt por espacio de cuatro años en el convento de los Agustinos.
En 1512, al tener una pendencia siete conventos de su orden con su vicario general, Lutero fue escogido para ir a Roma para mantener su causa. En Roma vio al Papa y su corte, y tuvo también la oportunidad de observar las maneras del clero, cuya manera apresurada, superficial e impía de celebrar la Misa ha observado con severidad. Tan pronto como hubo ajustado la disputa que había sido el motivo de su viaje, volvió a Wittenberg, y fue constituido doctor en teología, a costa de Federico, elector de Sajonia, que le había oído predicar con frecuencia, que estaba perfectamente familiarizado con su mérito, y que le reverenciaba sumamente.
Continuó en la Universidad (de Wittenberg, donde, como profesor de teología, se dedicó a la actividad de su vocación. Aquícomenzó de la manera más intensa a leer conferencias sobre los sagrados libros. Explicó la Epístola a los Romanos, y los Salmos, que aclaró y explicó de una manera tan totalmente nueva y diferente de lo que había sido el estilo de los anteriores comentaristas, que ‘parecía, tras una larga y oscura noche, que amanecía un nuevo día, a juicio de todos los hombres piadosos y prudentes.ª
Lutero dirigía diligentemente las mentes de los hombres al Hijo de Dios, como Juan el Bautista anunciaba al Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo; del mismo modo Lutero, resplandeciendo en la Iglesia como una luz brillante tras una larga y tenebrosa noche, mostró de manera clara que los pecados son libremente remitidos por el amor del Hijo de Dios, y que deberíamos abrazar fielmente este generoso don.
Su vida se correspondía con su profesión; y se evidenció de manera clara que sus palabras no eran actividad meramente de sus labios, sino que procedían de su mismo corazón.
Esta admiración de su santa vida atrajo mucho los corazones de sus oyentes. Para prepararse mejor para la tarea que había emprendido, se aplicó atentamente al estudio de los lenguajes griego y hebreo; y a esto estaba dedicado cuando se publicaron las indulgencias generales en 1517.
León X, que sucedió a Julio II en marzo del 1513, tuvo el designio de construir la magnífica Iglesia de San Pedro en Roma, que desde luego había sido comenzada por Julio, pero que aún precisaba de mucho dinero para poder ser acabada. Por ello, León, en 1517, publicó indulgencias generales por toda Europa, en favor de todos los que contribuyeran con 158
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cualquier suma para la edificación de San Pedro; y designó a personas en diferentes países para proclamar estas indulgencias y para recibir dinero de las mismas. Estos extraños procedimientos provocaron mucho escándalo en Wittenbetg, y de manera particular inflamaron el piadoso celo de Lutero, el cual, siendo de natural ardiente y activo, e incapaz en este caso de contenerse, estaba decidido a declararse en contra de tales indulgencias en todas las circunstancias.
Por ello, en la víspera del día de Todos los Santos, en 1517, fijó públicamente, en la iglesia adyacente al castillo de aquella ciudad, una tesis sobre las indulgencias; al principio de las mismas retaba a cualquiera a que se opusiera a ellas bien por escrito, bien en debate oral. Apenas si se habían publicado las proposiciones de Lutero acerca de las indulgencias que Tetzel, el fraile Dominico y comisionado para su venta, mantuvo y publicó una tesis en Frankfort, en la que contenía un conjunto de proposiciones directamente contrarias a ellas.
Hizo más: agitó al clero de su orden en contra de Lutero; lo anatematizó desde el púlpito como un hereje condenable, y quemó su tesis de manera pública en Frankfort. La tesis de Tetzel fue también quemada, en reacción, por los luteranos en Wittenberg; pero el mismo Lutero negó haber tenido parte alguna en esta acción.
En 1518, Lutero, aunque disuadido de ello por sus amigos, pero para mostrar obediencia a la autoridad, acudió al monasterio de San Agustín en Heidelberg, donde se celebraba capítulo; y allímantuvo, el 26 de abril, una disputa acerca de la ‘justificación por la feª, que Bucero, que entonces estaba presente, tomó por escrito, comunicándola después a Beatas Rhenanus, no sin los más grandes encomios.
Mientras tanto, el celo de sus adversarios fue creciendo más y más en contra de él; finalmente fue acusado delante de León X como hereje. Entonces, tan pronto como hubo regresado de Heidelberg, le escribió una carta a aquel Papa en los términos más sumisos; le envió, al mismo tiempo, una explicación de sus proposiciones acerca de las indulgencias. Esta carta estáfechada en el Domingo de Trinidad de 1518, e iba acompañada de una protesta en la que se declara que ‘no pretendía él proponer ni defender nada contrario a las Sagradas Escrituras ni a la doctrina de los padres, recibida y observada por la Iglesia de Roma, ni a los cánones ni decretales de los Papas; sin embargo, pensaba que tenía libertad bien para aprobar o para desaprobar aquellas opiniones de Santo Tomás, Buenaventura y otros escolásticos y canonistas, que no se basaban en texto alguno.
El emperador Maximiliano estaba igual de solícito que el Papa acerca de detener la propagación de las opiniones de Lutero en Sajonia, que eran perturbadoras tanto para la Iglesia como para el Imperio. Por ello, Maximiliano escribió a León una carta fechada el 5 de agosto de 1518, pidiéndole que prohibiera, por su autoridad, estas inútiles, desconsideradas y peligrosas disputas; también le aseguraba que cumpliría estrictamente en su imperio todo aquello que Su Santidad ordenase.
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Mientras tanto, Lutero, en cuanto supo lo que se estaba llevando a cabo acerca de él en Roma, empleó todos los medios imaginables para impedir ser llevado allí, y para obtener que su causa fuera oída en Alemania. El elector estaba también opuesto a que Lutero fuera a Roma, y pidió al Cardenal Cayetano que pudiera ser oído delante de él, como legado del Papa en Alemania. Con esto, el Papa consintió en que su causa fuera juzgada delante del Cardenal Cayetano, a quien había dado poderes para decidirla.
Por ello, Lutero se dirigió de inmediato a Augsburgo, llevando consigo cartas del elector. Llegó alláen octubre de 1518, y, habiéndosele dado seguridades, fue admitido en presencia del cardenal. Pero Lutero vio pronto que tenía más que temer del cardenal que de disputas de ningún tipo; por ello, temiendo un arresto si no se sometía, se retiró de Augsburgo el día veinte. Pero, antes de partir, publicó una apelación formal al Papa, y viéndose protegido por el elector, prosiguió predicando las mismas doctrinas en Wittenberg, y envió un reto a todos los inquisidores a que acudieran y disputaran con él.
Con respecto a Lutero, Miltitius, el chambelán del Papa, tenía orden de demandar del elector que le obligara a retractarse, o que le negara su protección; pero las cosas no iban a poder ser efectuadas con tanta altanería, siendo que el crédito de Lutero estaba demasiado bien establecido. Además, sucedió que el emperador Maximiliano murió el doce de aquel mes, lo que alteró mucho el aspecto de las cosas, e hizo al elector más capaz de decidir la suerte de Lutero. Por ello, Miltitius pensó que lo mejor sería ver qué se podría hacer con medios limpios y gentiles, y para este fin comenzó a conversar con Lutero.
Durante todos estos acontecimientos la doctrina de Lutero se fue esparciendo y prevaleciendo mucho; y él mismo recibió alientos de su tierra y desde fuera. Por aquel tiempo los bohemios le enviaron un libro del célebre Juan Huss, que habla caído mártir en la obra de la reforma, y también cartas en las que le exhortaban a la constancia y a la perseverancia, reconociendo que la teología que él enseñaba era la teología pura, sana y ortodoxa. Muchos hombres eruditos y eminentes se pusieron de su parte.
En 1519 tuvo una célebre disputa en Leipzig con Juan Eccius. Pero esta disputa terminó al final como todas las otras, no habiéndose aproximado las posturas de las partes en absoluto, sino que se sentían más enemigos personales que antes. Alrededor del fin del año, Lutero publicó un libro en el que defendía que la Comunión se celebrara bajo ambas especies; esto fue condenado por el obispo de Misnia el 24 de enero de 1520.
Mientras Lutero trabajaba para defenderse ante el nuevo emperador y los obispos de Alemania, Eccius habla ido a Roma para pedir su condena, lo que, como podráconcebirse, ahora no iba a ser tan difícil de conseguir. Lo cierto es que la continua importunidad de los adversarios de Lutero ante León le llevaron al final a publicar una condena contra él, e hizo esto en una bula con fecha del 15 de junio de 1520. Esto tuvo lugar en Alemania, publicada allípor Eccius, que la había solicitado en Roma, y que estaba encargado, junto a Jerónimo Alejandro, persona eminente por su erudición y elocuencia, de la ejecución de la misma.
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Mientras tanto, Carlos I de España y V de Alemania, después de haber resuelto sus dificultades en los Países Bajos, pasó a Alemania, y fue coronado emperador el veintiuno de octubre en Aquisgrán.
Martín Lutero, después de haber sido acusado por primera vez en Roma en Jueves Santo por la censura papal, se dirigió poco después de la Pascua hacia Worms, donde el mencionado Lutero, compareciendo ante el emperador y todos los estados de Alemania, se mantuvo constante en la verdad, se defendió a símismo, y dio respuesta a sus adversarios.
Lutero quedó alojado, bien agasajado y visitado por muchos condes, barones, caballeros del orden, gentileshombres, sacerdotes y de los comunes, que frecuentaban su alojamiento hasta la noche.
Vino, en contra de las expectativas de muchos, tanto adversarios como amigos. Sus amigos deliberaron juntos, y muchos trataron de persuadirle para que no se aventurara a tal peligro, considerando que tantas veces no se había respetado la promesa hecha de seguridad.
…l, tras haber escuchado todas sus persuasiones y consejos, respondió de esta manera: ‘Por lo que a mi respecta, ya que me han llamado, estoy resuelto y ciertamente decidido a acudir a Worms, en nombre de nuestro Señor Jesucristo; si, aunque supiera que hay tantos demonios para resistirme allícomo tejas para cubrir las casas de Worms.ª
Al día siguiente, el heraldo lo trajo de su alojamiento a la corte del emperador, donde quedó hasta las seis de la tarde, porque los príncipes estaban ocupados en graves consultas; quedando allí, y rodeado de gran número de personas, y casi aplastado por tanta multitud.
Luego, cuando los príncipes se hubieron sentado, entró Lutero, y Eccius, el oficial, habló de esta guisa:
‘Responde ahora a la demanda del Emperador. ¿Mantendrás tú todos los libros que has reconocido tuyos, o revocarás algunas partes de los mismos y te someterás?ª
Martín Lutero respondió modesta y humildemente, pero no sin una cierta firmeza y constancia cristiana. ‘Considerando que vuestra soberana majestad y vuestros honores demandan una respuesta llana, esto digo y profeso tan resueltamente como pudo, sin dudas ni sofisticaciones, que sino se me convence por el testimonio de las Escrituras (porque no creo ni al Papa ni a sus Concilios generales, que han errado muchas veces, y que han sido contradictorios entre sí), mi conciencia estátan ligada y cautivada por estas Escrituras y la Palabra de Dios, que no me retracto ni me puedo retractar de nada en absoluto, considerando que no es ni piadoso ni legítimo hacer nada en contra de mi conciencia. Aquíestoy y en esto descanso: nada más tengo que decir. ¡Que Dios tenga misericordia de mi!ª
Los príncipes consultaron entre si acerca de esta respuesta dada por Lutero, y tras haber interrogado diligentemente al mismo, el prolocutor comenzó a interpelarle así: ‘La Majestad Imperial demanda de ti una simple respuesta, sea negativa, sea afirmativa, si pretendes defender todos tus libros como cristianos, o no.ª
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Entonces Lutero, dirigiéndose al emperador y a los nobles, les rogó que no le forzaran a ceder contra su conciencia, confirmada por las Sagradas Escrituras, sin argumentos manifiestos que alegaran sus adversarios. ‘Estoy atado por las Escrituras.ª
Antes que se disolviera la Dieta de Worms, Carlos V hizo redactar un edicto, fechado el ocho de mayo, decretando que Martín Lutero fuera, en conformidad a la sentencia del Papa, considerado desde entonces miembro separado de la Iglesia, cismático, y hereje obstinado y notorio. Mientras que la bula de León X, ejecutada por Carlos V tronaba por todo el imperio, Lutero fue encerrado a salvo en el castillo de Wittenberg; pero cansado al final de su retiro, volvió a aparecer en público en Wittenberg el 6 de marzo de 1522, después de una ausencia de unos diez meses.
Lutero hizo ahora abiertamente la guerra al Papa y a los obispos; y a fin de lograr que el pueblo menospreciara la autoridad de los mismos tanto como fuera posible, escribió un libro contra la bula del Papa, y otro contra el Orden falsamente llamado ‘El Orden Episcopalª.
Publicó asimismo una traducción del Nuevo Testamento en lengua alemana, que fue posteriormente corregida por él mismo y Melancton.
Ahora reinaba la confusión en Alemania, y no menos en Italia, porque surgió una contienda entre el Papa y el Emperador, durante la que Roma fue tomada dos veces, y el Papa hecho preso. Mientras los príncipes estaban asíocupados en sus pendencias mutuas, Lutero continuó llevando a cabo la obra de la Reforma, oponiéndose también a los papistas y combatiendo a los Anabaptistas y otras sectas fanáticas que, aprovechando su enfrentamiento con la Iglesia de Roma, habían surgido y se habían establecido en diversos lugares.
En 1527, Lutero sufrió un ataque de coagulación de sangre alrededor del corazón, que casi puso fin a su vida. Pareciendo que las perturbaciones en Alemania no tenían fin, el Emperador se vio obligado a convocar una dieta en Spira, en el 1529, para pedir la ayuda de los príncipes del imperio contra los turcos. Catorce ciudades, Estrasburgo, Nuremberg, Ulm, Constanza, Retlingen, Windsheim, Merumingen, Lindow, Kempten, Hailbron, Isny, Weissemburg, Norlingen, St. Gal, se unieron contra el decreto de la dieta, emitiendo una protesta que fue escrita y publicada en abril de 1529. …sta fue la célebre protesta que dio el nombre de ‘Protestantesª a los reformadores en Alemania.
Después de esto, los príncipes protestantes emprendieron la formación de una alianza firme, e instruyeron al elector de Sajonia y a sus aliados que aprobaran lo que la Dieta había hecho; pero los diputados redactaron una apelación, y los protestantes presentaron luego una apología por su ‘Confesiónª, la famosa confesión que había sido redactada por el moderado Melancton, como también la apología. Todo esto fue firmado por varios de los príncipes, y a Lutero ya no le quedó nada más por hacer sino sentarse y contemplar la magna obra que había llevado a cabo; porque que un solo monje pudiera darle a la Iglesia de Roma un golpe tan rudo que se necesitara sólo de otro parecido para derribada del todo, bien puede considerarse una magna obra.
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En 1533 Lutero escribió una epístola consoladora a los ciudadanos de Oschatz, que habían sufrido algunas penalidades por haberse adherido a la confesión de fe de Augsburgo; y en 1534 se imprimió la Biblia que él había traducido al alemán, como lo muestra el antiguo privilegio fechado en Bibliópolis, de mano del mismo elector; y fue publicada al año siguiente. También aquel año publicó un libro: ‘Contra las Misas y la Consagración de los Sacerdotes.ª
En febrero de 1537 se celebró una asamblea en Smalkalda acerca de cuestiones religiosas, a la que fueron llamados Lutero y Melancton. En esta reunión Lutero cayó tan enfermo que no habla esperanzas de su recuperación. Mientras le llevaban de vuelta escribió su testamento, en el que legaba su desdén del papado a sus amigos y hermanos. Y asíestuvo activo hasta su muerte, que tuvo lugar en 1546.
Aquel año, acompañado por Melaneton, había visitado su propio país, que no había visto por muchos años, y había vuelto sano y salvo. Pero poco después fue llamado otra vez por los condes de Mansfelt, para que arbitrara unas diferencias que habían surgido acerca de sus límites, y al llegar fue recibido por cien o más jinetes, y conducido de manera muy honrosa.
Pero en aquel tiempo enfermó tan violentamente que se temió que pudiera morir. Dijo entonces que estos ataques de enfermedad siempre le sobrevenían cuando tenía cualquier gran obra que emprender.
Pero en esta ocasión no se recuperó, sino que murió, el 18 de febrero, a la edad de sesenta y tres años. Poco antes de expirar, amonestó a aquellos que estaban a su alrededor que oraran por la propagación del Evangelio, ‘porque el Concilio de Trento,ª les dijo, ‘que ha tenido una o dos sesiones, y el Papa, inventarán extrañas cosas contra él.ª Sintiendo que se aproximaba el fatal desenlace, antes de las nueve de la mañana se encomendó a Dios con esta devota oración: ‘¡Mi Padre celestial, Dios eterno y misericordioso! Tu me has manifestado tu amado Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Le he enseñado, le he conocido; le amo como mi vida, mi salud y mi redención, a Quien los malvados han perseguido, calumniado y afligido con vituperios. Lleva mi alma a ti.ª Después de esto dijo lo que sigue, repitiéndolo tres veces: ‘¡En tus manos encomiendo mi espíritu, Tú me has redimido, oh Dios de verdad! ‘Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eternaªª Habiendo repetido sus oraciones varias veces, fue llamado a Dios. Así, orando, su limpia alma fue separada pacíficamente del cuerpo terrenal.
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Capítulo X - Persecuciones Generales en Alemania
Las persecuciones generales en Alemania fueron principalmente causadas por las doctrinas y el ministerio de Martín Lutero. Lo cierto es que el Papa quedó tan alarmado por el éxito del valiente reformador que decidió emplear al Emperador Carlos V, a cualquier precio, en el plan para intentar su extirpación.
Para este fin:
[1]. Dio al emperador doscientas mil coronas en efectivo.
[2]. Le prometió mantener doce mil infantes y cinco mil tropas de caballería, por el espacio de seis meses, o durante una campaña.
[3]. Permitió al emperador recibir la mitad de los ingresos del clero del imperio durante la guerra.
[4]. Permitió al emperador hipotecar las fincas de las abadías por quinientas mil coronas, para ayudar en la empresa de las hostilidades contra los protestantes.
Asíincitado y apoyado, el emperador emprendió la extirpación de los protestantes, contra los que, de todas maneras, tenía un odio personal; y para este propósito se levantó un poderoso ejército en Alemania, España e Italia.
Mientras tanto, los príncipes protestantes constituyeron una poderosa confederación, para repeler el inminente ataque. Se levantó un gran ejército, y se dio su mando al elector de Sajonia, y al landgrave de Hesse. Las fuerzas imperiales iban mandadas personalmente por el emperador de Alemania, y los ojos de toda Europa se dirigieron hacia el suceso de la guerra.
Al final los ejércitos chocaron, y se libró una furiosa batalla, en la que los protestantes fueron derrotados, y el elector de Sajonia y el landgrave de Hesse hechos prisioneros. Este golpe fatal fue sucedido por una horrorosa persecución, cuya dureza fue tal que el exilio podía considerarse como una suerte suave, y la ocultación en un tenebroso bosque como una felicidad. En tales tiempos una cueva es un palacio, una roca un lecho de plumas, y las raíces, manjares.
Los que fueron atrapados sufrieron las más crueles torturas que podían inventar las imaginaciones infernales: y por su constancia dieron prueba de que un verdadero cristiano puede vencer todas las dificultades, y a pesar de todos los peligros ganar la corona del martirio.
Enrique Voes y Juan Esch prendidos como protestantes, fueron llevados al inteterrogatorio. Voes, respondiendo por símismo y por el otro, dio las siguientes respuestas a algunas preguntas que les hizo el sacerdote, que los examinó por orden dc la magistratura.
Sacecerdote. ¿No erais vosotros dos, hace algunos años, frailes agustinos?
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Voes. Sí.
Sacerdote. ¿Cómo es que habéis abandonado el seno de la Iglesia de Roma?
Voes. Por sus abominaciones.
Sacerdote. ¿En qué creéis?
Voes. En el Antiguo y Nuevo Testamento. Sacerdote. ¿No creéis en los escritos de los padres y en los decretos de los Concilios? Voes. Sí, si concuerdan con la Escritura.
Sacerdote. ¿No os sedujo Martín Lutero?
Voes. Nos ha seducido de la misma manera en que Cristo sedujo a los apóstoles: esto es, nos hizo consciente de la fragilidad de nuestros cuerpos y del valor de nuestras almas.
Este interrogatorio fue suficiente. Ambos fueron condenados a las llamas, y poco después padecieron con aquella varonil fortaleza que corresponde a los cristianos cuando reciben la corona del martirio.
Enrique Sutphen, un predicador elocuente y piadoso, fue sacado de su cama en medio de la noche, y obligado a caminar descalzo un largo trecho, de modo que los pies le quedaron terriblemente cortados. Pidió un caballo, pero los que le llevaban dijeron con escarnio: ‘¡Un caballo para un hereje! No, no, los herejes pueden ir descalzos.ª Cuando llegó al lugar de su destino, fue condenado a morir quemado: pero durante la ejecución se cometieron muchas indignidades contra él, porque los que estaban junto a él, no contentos con lo que sufría en las llamas, le contaron y sajaron de la manera más terrible.
Muchos fueron asesinados en Halle; Middleburg fue tomado al asalto, y todos los protestantes fueron pasados a cuchillo, y muchos fueron quemados en Viena.
Enviado un oficial a dar muerte a un ministro, pretendió, al llegar, que sólo lo quería visitar. El ministro, que no sospechaba sus crueles intenciones, agasajó a su supuesto invitado de modo muy cordial. Tan pronto como la comida hubo acabado, el oficial dijo a unos de sus acompañantes: ‘Tomad a este clérigo, y colgadlo.ª Los mismos acompañantes quedaron tan atónitos tras las cortesías que habían visto, que vacilaron ante las órdenes de su jefe: el ministro dijo: ‘Pensad el aguijón que quedara en vuestra conciencia por violar de esta manera las leyes de la hospitalidad.ª Pero el oficial insistió en ser obedecido, y los acompañantes, con repugnancia, cumplieron el execrable oficio de verdugo.
Pedro Spengler, un piadoso teólogo, de la ciudad de Schalet, fue echado al río y ahogado.
Antes de ser llevado a la ribera del río que iba a ser su tumba, lo expusieron en la plaza del mercado, para proclamar sus crímenes, que eran no ir a Misa, no confesarse, y no creer en la transubstanciación. Terminada esta ceremonia, él hizo un discurso excelente al pueblo, y terminó con una especie de himno de naturaleza muy edificante.
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Un caballero protestante fue sentenciado a decapitación por no renunciar a su religión, y fue animoso al lugar de la ejecución. Acudió un fraile a su lado, y le dijo estas palabras en voz muy baja: ‘Ya que tenéis gran repugnancia a abjurar en público de vuestra fe, musitad vuestra confesión en mi oído, y yo os absolveré de vuestros pecados.ª A esto el caballero replicó en voz alta: ‘No me molestes, fraile, he confesado mis pecados a Dios, y he obtenido la absolución por los méritos de Jesucristo.ª Luego, dirigiéndose al verdugo, le dijo: ‘Que no me molesten estos hombres: cumple tu oficio,ª y su cabeza cayó de un solo golpe.
Wolfgang Scuch y Juan Ruglin, dos dignos ministros, fueron quemados, como también Leonard Keyser, un estudiante de la Universidad de Wertembergli; y Jorge Carpenter, bávaro, fue colgado por rehusar retractarse del protestantismo.
Habiéndose apaciguado las persecuciones en Alemania durante muchos años, volvieron a desencadenarse en 1630, debido a la guerra del emperador contra el rey de Suecia, porque éste era un príncipe protestante, y consiguientemente los protestantes alemanes defendieron su causa, lo que exasperó enormemente al emperador contra ellos.
Las tropas imperiales pusieron sitio a la ciudad de Passewalk (que estaba defendida por los suecos), y, tomándola al asalto, cometieron las más horribles crueldades. Destuyeron las iglesias, quemaron las casas, saquearon los bienes, mataron a los ministros, pasaron a la guarnición a cuchillo, colgaron a los ciudadanos, violaron a las mujeres, ahogaron a los niños, etc., etc.
En Magdeburgo tuvo lugar una tragedia de lo más sanguinaria, en el año 1631. Habiendo los generales Tilly y Pappenheim tomado aquella ciudad protestante al asalto, hubo una matanza demás de veinte mil personas, sin distinción de rango, sexo o edad, y seis mil más fueron ahogadas en su intento de escapar por río Elba. Después de apaciguarse esta furia, los habitantes restantes fueron desnudados, azotados severamente, les fueron cortadas las orejas, y, enyugados como bueyes, fueron soltados.
La ciudad de Roxter fue tomada por el ejército papista, y todos sus habitantes, asícomo la guarnición, fueron pasados a cuchillo; hasta las casas fueron incendiadas, y los cuerpos fueron consumidos por las llamas.
En Griphenberg, cuando prevalecieron las tropas imperiales, encerraron a los senadores en la cámara del senado, y los asfixiaron rodeándola con paja encendida. Franhendal se rindió bajo unos artículos de capitulación, pero sus habitantes fueron tratados tan cruelmente como en otros lugares; y en Heidelberg muchos fueron echados en la cárcel y dejados morir de hambre.
Asíse enumeran las crueldades cometidas por las tropas imperiales, bajo el Conde Tilly, en Sajonia: Estrangulación a medias, recuperación de las personas, y vuelta a lo mismo.
Aplicación de afiladas ruedas sobre los dedos de las manos y de los pies. Aprisionamiento de los pulgares en tomillos de banco. El forzamiento de las cosas más inmundas garganta abajo, 166
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por las cuales muchos quedaron ahogados. El prensamiento con sogas alrededor de la cabeza de tal manera que la sangre brotaba de los ojos, de la nariz, de los oídos y de la boca. Cerillas ardiendo en los dedos de las manos y de los pies, en los brazos y piernas, y hasta en la lengua.
Poner pólvora en la boca, y prenderla, con lo que la cabeza volaba en pedazos. Atar bolsas de pólvora por todo el cuerpo, con lo que la persona era destrozada por la explosión. Tirar en vaivén de sogas que atravesaban las carnes. Incisiones en la piel con instrumentos cortantes.
Inserción de alambres a través de la nariz, de los oídos, labios, etc. Colgar a los protestantes por las piernas, con sus cabezas sobre un fuego, por lo que quedaban secados por el fuego.
Colgarlos de un brazo hasta que quedaba dislocado. Colgar de garfios a través de las costillas.
Obligar a beber hasta que la persona reventaba. Cocer a muchos en hornos ardientes. Fijación de pesos en los pies, subiendo a muchos Juntos con una polea. La horca, asfixia, asamiento, apuñalamiento, freimiento, el potro, la violación, el destripamiento, el quebrantamiento de los huesos, el despellejamiento, el descuartizamiento entre caballos indómitos, ahogamiento, estrangulación, cocción, crucifixión, empaderamiento, envenenamiento, cortamiento de lenguas, narices, oídos, etc., aserramiento de los miembros, troceamiento a hachazos y arrastre por los pies por las calles.
Estas enormes crueldades serán un baldón perpetuo sobre la memoria del Conde Tilly, que no sólo cometió sino que mandó a las tropas que las pusieran en práctica. Allídonde llegaba seguían las más horrendas barbaridades y crueles depredaciones; el hambre y el fuego señalaban sus avances, porque destruía todos los alimentos que no podía llevarse consigo, y quemaba todas las ciudades antes de dejarlas, de modo que el resultado pleno de sus conquistas eran el asesinato, la pobreza y la desolación.
A un anciano y piadoso teólogo lo desnudaron, lo ataron boca arriba sobre una mesa, y ataron un gato grande y fiero sobre su vientre. Luego pellizcaron y atormentaron al gato de tal manera que en su furia le abrió el vientre y le remordió las entrañas.
Otro ministro y su familia fueron apresados por estos monstruos inhumanos; violaron a su mujer e hija delante de él, enclavaron a su hijo recién nacido en la punta de una lanza, y luego, rodeándole de todos sus libros, les prendieron fuego, y fue consumido en medio de las llamas.
En Hesse-Cassel, algunas de las tropas entraron en un hospital, donde había principalmente mujeres locas, y desnudando a aquellas pobres desgraciadas, las hicieron correr por la calle a modo de diversión, dando luego muerte a todas.
En Pomerania, algunas de las tropas imperiales que entraron en una ciudad pequeña tomaron a todas las mujeres jóvenes, y a todas las muchachas de más de diez años, y poniendo a sus padres en un circulo, les mandaron cantar Salmos, mientras violaban sus niñas, diciéndoles que si no lo hacían , las despedazarían después. Luego tomaron a todas las mujeres casadas que tenían niños pequeños, y las amenazaron que si no consentían a gratificar sus deseos, quemarían a sus niños delante de ellas en un gran fuego, que habían encendido para 167
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ello. Una banda de soldados del Conde Tilly se encontraron con un grupo de mercaderes de Basilea, que volvían del gran mercado de Estrasburgo, e in tentaron rodearlos. Sin embargo, todos escaparon menos diez, dejando sus bienes tras ellos. Los diez que fueron tomados rogaron mucho por sus vidas, pero los soldados los asesinaron diciendo: ‘Habéis de morir, porque sois herejes, y no tenéis dinero.ª
Los mismos soldados encontraron a dos condesas que, junto con algunas jóvenes damas, las hijas de una de ellas, estaban dando un paseo en un landau. Los soldados les perdonaron la vida, pero las trataron con la mayor indecencia, y, dejándolas totalmente desnudas, mandaron al cochero que prosiguiera.
Por la mediación de Gran Bretaña, se restauró finalmente la paz en Alemania, y los protestantes quedaron sin ser molestados durante varios años, hasta que se dieron nuevas perturbaciones en el Palatinado, que tuvieron estas causas.
La gran Iglesia del Espíritu Santo, en Heidelberg, había sido compartida durante muchos años por los protestantes y católicos romanos de esta manera: los protestantes celebraban el servicio divino en la nave o cuerpo de la iglesia; los católicos romanos celebraban Misa en el coro. Aunque ésta había sido la costumbre desde tiempos inmemoriales, el elector del Palatinado, finalmente, decidió no permitirlo más, declarando que como Heidelberg era su capital, y la Iglesia del Espíritu Santo la catedral de su capital, el servicio divino debía ser llevado a cabo sólo según los ritos de la Iglesia de la que él era miembro. Entonces prohibió a los protestantes entrar en la iglesia, y dio a los papistas su entera posesión.
El pueblo, agraviado, apeló a los poderes protestantes para que se les hiciera justicia, lo que exasperó de tal modo al elector que suprimió el catecismo de Heidelberg. Sin embargo, los poderes protestantes acordaron unánimes exigir satisfacciones, por cuanto el elector, con su conducta, había quebrantado un articulo del tratado de Westfalia; también las cortes de Gran Bretaña, Prusia, Holanda, etc., enviaron embajadores al elector, para exponerle la injusticia de su proceder, y para amenazarle que, a no ser que cambiara su conducta para con los protestantes del Palatinado, ellos tratarían también a sus Súbditos católicos romanos con la mayor severidad. Tuvieron lugar muchas y violentas disputas entre los poderes protestantes y los del elector, y estas se vieron muy incrementadas por el siguiente incidente: estando el carruaje de un ministro holandés delante de la puerta del embajador residente enviado por el príncipe de Hesse, una compañía apareció llevando la hostia a casa de un enfermo; el cochero no le prestó la menor atención, lo que observaron los acompañantes de la hostia, y lo hicieron bajar de su asiento, obligándole a poner la rodilla en el suelo. Esta violencia contra la persona de un criado de un ministro público fue mal vista por todos los representantes protestantes; y para agudizar aún mas las diferencias, los protestantes presentaron a los representantes tres artículos de queja:
[1].Que se ordenaban ejecuciones militares contra todos los zapateros protestantes que rehusaban contribuir a las Misas de San Crispín.
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[2].Que a los protestantes se les prohibía trabajar en días santos de los papistas, incluso en la época de la cosecha, bajo penas muy severas, lo que ocasionaba graves inconvenientes y causaba graves peijuicios a las actividades públicas.
[3].Que varios ministros protestantes habían sido desposeídos de sus iglesias, bajo la pretensión de haber sido fundadas y edificadas originalmente por católicos romanos.
Finalmente, los representantes protestantes se pusieron tan apremiantes como para insinuarle al elector que la fuerza de las armas le iba a obligar a hacer la justicia que había negado a su embajada. Esta amenaza lo volvió a la razón, porque bien conocía la imposibilidad de llevar a cabo una guerra contra los poderosos estados que le amenazaban.
Por ello, accedió a que la nave de la Iglesia del Espíritu Santo le fuera devuelta a los protestantes. Restauró el catecismo de Heidelberg, volvió a dar a los ministros protestantes la posesión de las iglesias de las que habían sido desposeídos, permitió a los protestantes trabajar en días santos de los papistas, y ordenó que nadie fuera molestado por no arrodillarse cuando pasara la hostia por su lado.
Estas cosas las hizo por temor, pero para mostrar su resentimiento contra sus súbditos protestantes, en otras circunstancias en las que los poderes protestantes no tenían derecho a interferir, abandonó totalmente Heidelberg, traspasando todas las cortes de justicia a Mannheim, que estaba totalmente habitada por católicos romanos. Asimismo edificó allíun nuevo palacio, haciendo de él su lugar de residencia; y, siendo seguido por los católicos de Heidelberg, Mannheim se convirtió en un lugar floreciente.
Mientras tanto, los protestantes de Heidelberg quedaron sumidos en la pobreza, y muchos quedaron tan angustiados que abandonaron su país nativo, buscando asilo en estados protestantes. Un gran número de estos fueron a Inglaterra, en tiempos de la Reina Ana, donde fueron cordialmente recibidos, y hallaron la más humanitaria ayuda, tanto de donaciones públicas como privadas.
En 1732, más de treinta mil protestantes fueron echados del arzobispado de Salzburgo, en violación del tratado de Westfalia. Salieron en lo más crudo del invierno, con apenas las ropas suficientes para cubrirles, y sin provisiones, sin permiso para llevarse nada consigo. Al no ser acogida la causa de esta pobre gente por aquellos estados que hubieran podido obtener reparación, emigraron a varios países protestantes, y se asentaron en lugares donde pudieran gozar del libre ejercicio de su religión, sin daño a sus conciencias, y viviendo libres de las redes de la superstición papal, y de las cadenas de la tiranía papal.
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Capítulo XI - Historia de las Persecuciones en los Países Bajos Habiéndose extendido con éxito la luz del Evangelio por los Países Bajos, el Papa instigó al emperador a iniciar una persecución contra los protestantes; muchos cayeron entonces mártires bajo la malicia supersticiosa y el bárbaro fanatismo, entre los que los más notables fueron los siguientes.
Wendelinuta, una piadosa viuda protestante, fue prendida por causa de su religión, y varios monjes intentaron, sin éxito, que se retractara. Como no podían prevalecer, una dama católica romana conocida suya deseó ser admitida en la mazmorra donde ella estaba encerrada, prometiendo esforzarse por inducir a la prisionera a abjurar de la religión reformada. Cuando fue admitida a la mazmorra, hizo todo lo posible por llevar a cabo la tarea que había emprendido; pero al ver inútiles sus esfuerzos, dijo: ‘Querida Wendelinuta, si no abrazas nuestra fe, mantén al menos secretas las cosas que tú profesas, y trata de alargar tu vida.ª A lo que la viuda le contestó: ‘Señora, usted no sabe lo que dice; porque con el corazón creemos para justicia, pero con la boca se hace confesión para salvación.ª Como rehusó rotundamente retractarse, sus bienes fueron confiscados, y ella fue condenada a la hoguera.
En el lugar de la ejecución, un monje le presentó una cruz, y la invitó a besarla y a adorar a Dios. A esto ella respondió: ‘No adoro yo a ningún dios de madera, sino al Dios eterno que estáen el cielo.ª Entonces fue ejecutada, pero por mediación de la dama católica romana antes mencionada, le fue concedido el favor de ser estrangulada antes de ponerse fuego a la leña.
Dos clérigos protestantes fueron quemados en Colen; un comerciante de Amberes, llamado Nicolás, fue atado en un saco, y echado al río y ahogado. Y Pistorius, un erudito estudiante, fue llevado al mercado de un pueblo holandés en una camisa de fuerza, y allílanzado a la hoguera.
Dieciséis protestantes fueron sentenciados a decapitación y se ordenó a un ministro protestante que asistiera a la ejecución. Este hombre llevó a cabo la función de su oficio con gran propiedad, exhortándolos al arrepentimiento, y les dio consolación en las misericordias de su Redentor. Tan pronto los dieciséis fueron decapitados, el magistrado le gritó al verdugo:
‘Te falta aún dar un golpe, verdugo; debes decapitar al ministro; nunca podrámorir en mejor momento que éste, con tan buenos preceptos en su boca y unos ejemplos tan loables delante de él.ª Fue entonces decapitado, aunque hasta muchos de los mismos católicos romanos reprobaron este gesto de crueldad pérfida e innecesaria.
Jorge Scherter, ministro de Salzburgo, fue prendido y encerrado en prisión por instruir a su grey en el conocimiento del Evangelio. Mientras estaba en su encierro, escribió una confesión de su fe. Poco después de ello fue condenado, primero a ser decapitado, y luego a ser quemado. De camino al lugar de la ejecución les dijo a los espectadores: ‘Para que sepáis que muero como cristiano, os daré una señal.ª Y esto se verificó de una manera de lo más singular, porque después que le fuera cortada la cabeza, el cuerpo yació durante un cierto 171
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tiempo con el vientre abajo, pero se giró repentinamente sobre la espalda, con el pie derecho cruzado sobre el izquierdo, y también el brazo derecho sobre el izquierdo; y asíquedó hasta que fue lanzado al fuego.
En Louviana, un erudito hombre llamado Percinal fue asesinado en prisión; Justus Insparg fue decapitado por tener en su poder los sermones de Lutero.
Giles Tilleman, un cuchillero de Bruselas, era un hombre de gran humanidad y piedad.
Fue apresado entre otras cosas por ser protestante, y los monjes se esforzaron mucho por persuadirle a retractarse. Tuvo una vez, accidentalmente una buena oportunidad para huir, y al preguntársele por qué no la había aprovechado, dijo: ‘No quería hacerle tanto daño a mis carceleros como les había sucedido, si hubieran tenido que responder de mi ausencia si hubiera escapado.ª Cuando fue sentenciado a la hoguera, dio fervientemente gracias a Dios por darle la oportunidad, por medio del martirio, de glorificar Su nombre. Viendo en el lugar de la ejecución una gran cantidad de leña, pidió que la mayor parte de la misma fuera dada a los pobres, diciendo: ‘Para quemarme a mi serásuficiente con poco.ª El verdugo se ofreció a estrangularle antes de encender el fuego, pero él no quiso consentir, diciéndole que desafiaba a las llamas, y desde luego expiró con tal compostura en medio de ellas que apenas si parecía sensible a sus efectos.ª
En el año 1543 y 1544 la persecución se abatió por Flandes de la manera más violenta y cruel. Algunos fueron condenados a prisión perpetua, otros a destierro perpetuo; pero la mayoría eran muertos bien ahorcados, o bien ahogados, emparedados, quemados, mediante el potro, o enterrados vivos.
Juan de Boscane, un celoso protestante, fue prendido por su fe en la ciudad de Amberes.
En su juicio profesó firmemente ser de la religión reformada, lo que llevó a su inmediata condena. Pero el magistrado temía ejecutarlo públicamente, porque era popular debido a su gran generosidad y casi universalmente querido por su vida pacífica y piedad ejemplar.
Decidiéndose una ejecución privada, se dio orden de ejecutarlo en la prisión. Por ello, el verdugo lo puso en una gran bañera; pero debatiéndose Boscane, y sacando la cabeza fuera del agua, el verdugo lo apuñaló con una daga en varios lugares, hasta que expiro.
Juan de Buisons, otro protestante, fue prendido secretamente, por el mismo tiempo en Amberes, y ejecutado privadamente. Siendo grande el número de protestantes en aquella ciudad, y muy respetado el preso, los magistrados temían una insurrección, y por esta razón ordenaron su decapitación en la prisión.
En el año del Señor de 1568, tres personas fueron prendidas en Amberes, llamadas Scoblant, Hues y Coomans. Durante su encierro se comportaron con gran fortaleza y ánimo, confesando que la mano de Dios se manifestaba en lo que les había sucedido, e inclinándose ante el trono de Su providencia. En una epístola a algunos dignatarios protestantes, se expresaron con las siguientes palabras: ‘Por cuanto es la voluntad del Omnipotente que suframos por Su nombre y que seamos perseguidos por causa de Su Evangelio, nos 172
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sometemos pacientemente, y estamos gozosos por esta oportunidad; aunque la carne se rebele contra el espíritu, y oiga al consejo de la vieja serpiente, sin embargo las verdades del Evangelio impedirán que sea aceptado su consejo, y Cristo aplastarála cabeza de la serpiente.
No estamos sin consuelo en el encierro, porque tenemos fe; no tememos a la aflicción, porque tenemos esperanza; y perdonamos a nuestros enemigos, porque tenemos caridad. No tengáis temor por nosotros; estamos felices en el encierro gracias a las promesas de Dios, nos gloriamos en nuestras cadenas, y exultamos por ser considerados dignos de sufrir por causa de Cristo. No deseamos ser libertados, sino bendecidos con fortaleza; no pedimos libertad, sino el poder de la perseverancia; y no deseamos cambio alguno en nuestra condición, sino aquel que ponga una corona de martirio sobre nuestras cabezas.ª
Scoblant file juzgado primero. Al persistir en la profesión de su fe, recibió la sentencia de muerte. Al volver a la cárcel, le pidió seriamente a su carcelero que no permitiera que le visitara ningún fraile. Dijo así: ‘Ningún bien me pueden hacer, sino que pueden perturbarme mucho. Espero que mi salvación ya estásellada en el cielo, y que la sangre de Cristo, en la que pongo mi firme confianza, me ha lavado de mis iniquidades. Voy ahora a echar de míeste ropaje de barro para ser revestido de un ropaje de gloria eterna, por cuyo celeste resplandor seré liberado de todos los errores. Espero ser el último mártir de la tiranía papal, y que la sangre ya derramada sea considerada suficiente para apagar la sed de la crueldad papal; que la Iglesia de Cristo tenga reposo aquí, como sus siervos lo tendrán en el más allá.ª El día de su ejecución se despidió patéticamente de sus compañeros de prisión. Atado en la estaca oró fervientemente la Oración del Señor, y cantó el Salmo Cuarenta; luego encomendó su alma a Dios, y fue quemado vivo.
Poco después Hues murió en prisión, y por esta circunstancia Coomans escribió a sus amigos: ‘Estoy ahora privado de mis amigos y compañeros; Scoblant ha sufrido martirio, y Hues ha muerto por la visitación del Señor; pero no estoy solo: tengo conmigo al Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob; El es mi consuelo, y serámi galardón. Orad a Dios que me fortalezca hasta el fin, por cuanto espero a cada momento ser liberado de esta tienda de barro.ª
En su juicio confesó abiertamente ser de la religión reformada, respondió con fortaleza varonil a cada una de las acusaciones que se le hacían , y demostró con el Evangelio lo Escriturario de sus respuestas. El juez le dijo que las únicas alternativas eran la retractación o la muerte, y terminó diciendo: ‘¿Morirás por la fe que profesas?ª A esto Coomans replicó:
‘No sólo estoy dispuesto a morir, sino también a sufrir las torturas más crueles por ello; después, mi alma recibirásu confirmación de parte del mismo Dios, en medio de la gloria eterna.ª Condenado, se dirigió lleno de ánimo al lugar de la ejecución, y murió con la más varonil fortaleza y resignación cristiana.
Guillermo de Nassau cayó víctima de la perfidia, asesinado a los cincuenta y un años de edad por Baltasar Gerard, natural del Franco Condado, en la provincia de Borgoña. Este asesino, con la esperanza de una recompensa aquíy en el más allápor matar a un enemigo del rey de España y de la religión católica, emprendió la acción de matar al Príncipe de Orange.
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Procurándose armas de fuego, lo vigiló mientras pasaba a través del gran vestíbulo de su palacio hacia la comida, y le pidió un pasaporte. La princesa de Orange, viendo que el asesino hablaba con una voz hueca y confusa, preguntó quién era, diciendo que no le gustaba su cara.
El príncipe respondió que se trataba de alguien que pedía un pasaporte, que le sería dado pronto.
Nada más pasó antes de la comida, pero al volver el príncipe y la princesa por el mismo vestíbulo, terminada la comida, el asesino, oculto todo lo que podía tras uno de los pilares, disparó contra el príncipe, entrando las balas por el lado izquierdo y penetrando en el derecho, hiriendo en su trayectoria el estómago y órganos vitales. Al recibir las heridas, el príncipe sólo dijo: ‘Señor, ten misericordia de mi alma, y de esta pobre gente,ª y luego expiró inmediatamente.
Las lamentaciones por la muerte del Príncipe de Orange fueron generales por todas las Provincias Unidas, y el asesino, que fue tomado de inmediato, recibió la sentencia de ser muerto de la manera más ejemplar, pero tal era su entusiasmo, o necedad, que cuando le desgarraban las carnes con tenazas al rojo vivo, decía fríamente: ‘Si estuviera en libertad, volvería a hacerlo.ª
El funeral del Príncipe de Orange fue el más grande jamás visto en los Países Bajos, y quizáel dolor por su muerte el más sincero, porque dejó tras de síel carácter que honradamente merecía, el de padre de su pueblo.
Para concluir, multitudes fueron asesinadas en diferentes partes de Flandes; en la ciudad de Valence, en particular, cincuenta y siete de los principales habitantes fueron brutalmente muertos en un mismo día por rehusar abrazar la superstición romanista; y grandes números fueron dejados languidecer en prisión hasta morir por lo insano de sus mazmorras.
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Capítulo XII - La Vida e Historia de William Tyndale
Debemos ahora pasar a la historia del buen mártir de Dios, William Tyndale, que fue un instrumento especial designado por el Señor, y como vara de Dios para sacudir las raíces interiores y los fundamentos de los soberbios prelados papales, de manera que el gran príncipe de las tinieblas, con sus impíos esbirros, teniendo una especial inquina contra él, no dejó nada sin remover para poderlo atrapar a traición y falsedad, y derramar su vida maliciosamente, como se verápor la historia que aquídamos de lo sucedido.
William Tyndale, el fiel ministro de Cristo, nació cerca de la frontera con Cales, y fue criado desde niño en la Universidad de Oxford, donde, por su larga estancia, creció tanto en el conocimiento de los idiomas y de otras artes liberales, como especialmente en el conocimiento de las Escrituras, a las que su mente estaba especialmente adicta; y esto hasta tal punto que él, encontrándose entonces en Magdalen Hall, leía en privado a ciertos estudiantes y miembros del Magdalen College algunas partes de teología, instruyéndolos en conocimiento y en la verdad de las Escrituras. Correspondiéndose su manera de vivir y conversación con las mismas hasta tal punto, que todos los que le conocían le consideraban como un hombre de las más virtuosas inclinaciones y de una vida intachable.
Asíque fue creciendo más y más en su conocimiento en la Universidad de Oxford, y acumulando grados académicos, viendo su oportunidad, pasó de allía la Universidad de Cambridge, donde también se quedó un cierto tiempo. Habiendo ahora madurado adicionalmente en el conocimiento de la Palabra de Dios, dejando aquella universidad fue a un Maestro Welch, un caballero de Gloucestershire, y allítrabajó como tutor de sus hijos, estando en el favor de su señor. Como este caballero mantenía en su mesa un buen menú para el público, allíacudían muchas veces abades, deanes, arcedianos, con otros doctores y hombres de rentas; ellos, sentados a la misma mesa que el Maestro Tyndale, solían muchas veces conversar y hablar acerca de hombres eruditos, como Lutero y Erasmo, y también de otras diversas controversias y cuestiones acerca de las Escrituras.
Entonces el Maestro Tyndale, que era erudito y buen conocedor de los asuntos de Dios, no ahorraba esfuerzos por mostrarles de manera sencilla y llana su juicio, y cuando ellos en algún punto no concordaban con Tyndale, él se lo mostraba claramente en el Libro, y ponía de manera llana delante de ellos los pasajes abiertos y manifiestos de la Escritura, para confutar los errores de sus oyentes y establecer lo que decía. Asícontinuaron por un cierto tiempo, razonando y discutiendo juntos en varias ocasiones, hasta que al final se cansaron, y comenzaron a sentir un secreto resentimiento contra él en sus corazones.
Al ir esto creciendo, los sacerdotes de la región, uniéndose, comenzaron a murmurar y a sembrar sentimientos en contra de Tyndale, calumniándolo en las tabernas y otros lugares, diciendo que sus palabras eran herejía, y le acusaron secretamente ante el canciller y ante otros de los oficiales del obispo.
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Sucedió no mucho después que se concertó una sesión del canciller del obispo, y se dio aviso a los sacerdotes para que comparecieran, entre los que también fue llamado el Maestro Tyndale. Y no hay certeza de si él tenía temores debido a las amenazas de ellos, o si alguien le había avisado de que ellos iban a hacerle objeto de sus acusaciones, pero lo cierto es que (como él mismo declaró) dudaba del resultado de sus acusaciones; por lo que por el camino clamó intensamente a Dios en su mente, para que le diera fuerzas para mantenerse firme en la verdad de Su Palabra.
Cuando llegó el momento para comparecer delante del canciller, éste le amenazó gravemente, insultándole y tratándole como si fuera un perro, acusándolo de muchas cosas para las que no se podía hallar testigo alguno, a pesar de que los sacerdotes de la región estaban presentes. Así, el Maestro Tyndale, escapando de sus manos, partió para casa, y volvió de nuevo a su patrón.
No lejos de allívivía un cierto doctor que había sido canciller de un obispo, y que hacia tiempo era conocido familiar del Maestro Tyndale y le favorecía; el Maestro Tyndale fue entonces a visitarle, y le abrió su corazón acerca de diversas cuestiones de la Escritura; porque con él se atrevía a hablar abiertamente. Y el doctor le dijo: ‘¿No sabéis que el Papa es el mismo Anticristo de quien habla la Escritura? Pero tened cuidado con lo que decís; porque si se llega a saber que mantenéis esta postura, os costarála vida.ª
No mucho tiempo después de esto sucedió que el Maestro Tyndale estaba en compañía de un cierto teólogo, considerado como erudito, y al conversar y discutir con él, lo condujo a esta cuestión, hasta que el dicho gran doctor prorrumpió en estas palabras blasfemas: ‘Mejor estaríamos sin las leyes de Dios que sin las del Papa.ª El Maestro Tyndale, al oír esto, lleno de celo piadoso y no soportando estas palabras blasfemas, replicó: ‘Yo desafío al Papa y todas sus leyesª. Y añadió que si Dios le concedía vida, antes de muchos años haría que un chico que trabajara detrás del arado conociera más de las Escrituras que él.
El resentimiento de los sacerdotes fue creciendo más y más contra Tyndale, no cejando nunca en sus ladridos y acoso, acusándole acerbamente de muchas cosas, diciendo que era un hereje. Al verse tan molestado y hostigado, se vio obligado a irse del país, y a buscarse otro lugar; y acudiendo al Maestro Welch, le pidió que le dejara ir de buena voluntad, diciéndole estas palabras: ‘Señor, me doy cuenta que no se me permitiráquedarme mucho en esta región, y tampoco podréis vos, aunque quisierais, protegerme de las manos de los clérigos, cuyo desagrado podría extenderse a vos si me siguierais cobijando. Esto lo sabe Dios; y esto yo lo sentiría profundamente.ª
De manera que el Maestro Tyndale partió, con el beneplácito de su patrón, y se dirigió inmediatamente a Londres, donde predicó por algún tiempo, como había hecho en el campo.
Acordándose de Cutberto Tonstal, entonces obispo de Londres, y especialmente de los grandes encomios que Erasmo hacia en sus notas de Tonstal por su erudición, Tyndale pensó para síque si podía ponerse a su servicio, sería feliz. Acudiendo a Sir Enrique Guilford, 176
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controlador del rey, y llevando consigo una oración de Isócrates, que había traducido del griego al inglés, le pidió que hablara por él al mencionado obispo, lo que éste hizo; también le pidió que escribiera una carta al obispo y que fuera con él a verle. Lo hicieron, y entregaron la carta a un siervo del obispo, llamado William Hebilthwait, un viejo conocido. Pero Dios, que dispone secretamente el curso de las cosas, vio que no era lo mejor para el propósito dc Tyndale, ni para provecho de Su Iglesia, y por ello le dio que hallara poco favor a los ojos del obispo, el cual respondió así: Que su casa estaba llena, que tenía más de lo que podía usar, y que le aconsejaba que buscara por otras partes de Londres, donde, le dijo, no carecería de ocupación.
Rechazado por el obispo, acudió a Humphrey Mummuth, magistrado de Londres, y le pidió que le ayudara; éste le dio hospitalidad en su casa, donde vivió Tyndale (como dijo Mummuth) como un buen sacerdote, estudiando día y noche. Sólo comía carne asada por su beneplácito, y tan sólo bebía una pequeña cerveza. Nunca se le vio vestido de lino en la casa en todo el tiempo que vivió en ella.
Y asíse quedó el Maestro Tyndale en Londres casi un año, observando el curso del mundo, y especialmente la conducta de los predicadores, cómo se jactaban y establecían su autoridad; contemplando también la pompa de los prelados, con otras más cosas, lo que le disgustaba mucho; hasta el punto de que vio que no sólo no había lugar en la casa del obispo para que él pudiera traducir el Nuevo Testamento, sino también que no había lugar donde hacerlo en toda Inglaterra.
Por ello, y habiendo recibido por providencia de Dios alguna ayuda de parte de Humphrey Mummuth y de ciertos otros buenos hombres, se fue del reino, dirigiéndose a Alemania, donde el buen hombre, inflamado por solicitud y celo por su país, no rehusó trabajos ni diligencia alguna por llevar a sus hermanos y compatriotas ingleses al mismo gusto y comprensión de la Santa Palabra y verdad de Dios que le había concedido Dios a él. Así, meditando y también conferenciando con Juan Frith, Tyndale pensó que la mejor manera de alcanzar este fin sería que si la Escritura podía ser trasladada al habla del vulgo, que la gente pobre podría leer y ver la llana y simple Palabra de Dios. Se dio cuenta de que no sería posible establecer a los laicos en ninguna verdad excepto si las Escrituras eran puestas de manera tan llana ante sus ojos en su lengua materna que pudieran ver el sentido del texto; porque en caso contrario cualquier verdad que les fuera enseñada sería apagada por los enemigos de la verdad, bien con sofismas y tradiciones inventadas, carentes de toda base en la Escritura; o bien manipulando en texto, exponiéndolo en un sentido absurdo, ajeno al texto, si se vela el verdadero sentido del mismo.
El Maestro Tyndale consideraba que ésta era la única causa, o al menos la principal, de todos los males de la Iglesia que las Escrituras estaban escondidas de los ojos de la gente; porque por ello no se podía advertir lo abominable de las acciones e idolatrías practicadas por el farisaico clero; por ello estos dedicaban todos sus esfuerzos y poder a suprimir este conocimiento, de modo que o bien no fueran leídas en absoluto, o, que si se leían, su recto 177
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sentido pudiera quedar oscurecido por medio de sus sofismas, y asíponer lazo a los que reprendían o menospreciaban sus abominaciones; torciendo las Escrituras con sus propios propósitos, en contra del sentido del texto, engañaban asía los laicos sin conocimientos de manera que aunque uno sintiera en su corazón y estuviera seguro de que todo lo que decían era falso, sin embargo no se podía dar respuesta a sus sutiles argumentos.
Por estas y otras semejantes consideraciones, este buen hombre fue llevado por Dios a traducir las Escrituras a su lengua materna, para el provecho de la gente sencilla de su país; primero sacó el Nuevo Testamento, que fue impreso el 1525 d.C. Cutberto Tonstal, obispo de Londres, junto con Sir Tomás More, muy agraviados, tramaron como destruir esta traducción falsa y errónea, como ellos la llamaban.
Sucedió que un tal Agustín Packington, que era sedero, estaba entonces en Amberes, donde se encontraba el obispo. Este hombre favorecía a Tyndale, pero simuló lo contrario ante el obispo, deseoso de llevar a cabo su propósito, le dijo que de buena gana compraría los Nuevos Testamentos. Al oír esto, Packington le dijo: ‘¡Señor!, ¡Yo puedo hacer más en esto que la mayoría de los mercaderes que hay aquí, si os place; porque conozco a los holandeses y extranjeros que los han comprado a Tyndale; si le place a vuestra señoría, tendré que desembolsar el dinero para pagarlos, o no podré obtenerlos, y esto os asegurarátener todos los libros impresos y no vendidos.ª El obispo, que pensaba haber atrapado a Dios, le dijo: ‘Date prisa, buen maese Packington; consíguemelos, y te pagaré lo que valgan; porque es mi intención quemarlos y destruirlos en Paul's Cross.ª Este Agustín Packington fue a William Tyndale, y le explicó lo sucedido, y así, por el arreglo hecho entre ellos, el obispo de Londres obtuvo los libros, Packington su agradecimiento, y Tyndale el dinero.
Después de esto, Tyndale corrigió de nuevo aquel mismo Nuevo Testamento, y lo hizo volver a imprimir, con lo que llegaron mucho más numerosos a Inglaterra. Cuando el obispo se dio cuenta de ello, envió a buscar a Packington, y le dijo: ‘¿Qué ha sucedido que hay tantos Nuevos Testamentos esparcidos? Me prometiste que los ibas a comprar todos.ª Entonces Packington le repuso: ‘Si, compré todos los que había , pero veo que desde entonces han imprimido más. Veo que esto nunca mejoraráen tanto que tengan letras e imprentas; por ello, lo mejor serácomprar las imprentas y entonces estaréis seguroª. El obispo se sonrió ante esta respuesta, y asíquedó la cosa.
Poco tiempo después sucedió que Jorge Constantino fue prendido, como sospechoso de ciertas herejías, por Sir Tomás More, que era entonces canciller de Inglaterra. Y More le preguntó diciéndole: ‘¡Constantino! Quisiera que me fueras claro en una cosa que te preguntaré; y te prometo que te mostraré favor en todas las otras cosas de que se te acusa.
Más alládel mar están Tyndale, Joye, y muchos de vosotros. Sé que no pueden vivir sin ayuda.
Los hay que los socorren con dinero, y que tú, estando con ellos, has tenido tu parte, y que por tanto sabes de donde viene. Te ruego que me digas: ¿de dónde proviene todo esto?ª ‘Mi señor,ª le contestó Constantino, ‘os diré la verdad; es el obispo de Londres que nos ha ayudado, por cuanto nos ha dado mucho dinero por Nuevos Testamentos para quemarlos; y 178
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esto es lo que ha sido, y sigue siendo, nuestro único auxilio y provisión.ª ‘A fe,ª dijo More,
‘que yo pienso como vos; porque de esto le advertíal obispo antes que emprendiera esta acción.ª
Después de esto, Tyndale emprendió la traducción del Antiguo Testamento, acabando los cinco libros de Moisés, con varios de los más eruditos y piadosos prólogos más dignos de lectura una y otra vez por parte de todos los buenos cristianos. Enviados estos libros por toda Inglaterra, no se puede decir cuán grande fue la luz que se abrió a los ojos de toda la nación inglesa, que antes estaban cerrados en tinieblas.
La primera vez que se fue del reino, se dirigió a Alemania, donde conferenció con Lutero y otros eruditos; después de haber pasado alláun cierto tiempo, se dirigió a los Países Bajos, y vivió principalmente en la ciudad de Amberes.
Los piadosos libros de Tyndale, y especialmente el Nuevo Testamento que tradujo, tras comenzar a llegar a manos del pueblo, y a esparcirse, dieron un gran y singular provecho a los piadosos; pero los impíos (envidiando y desdeñando que el pueblo fuera a ser más sabio que ellos, y temiendo que los resplandecientes haces de la verdad descubrieran sus obras de maldad) comenzaron a agitarse con no poco ruido.
Después que Tyndale hubo traducido Deuteronomio, queriéndolo imprimir en Hamburgo, zarpó para allí; pero naufragó frente a la costa de Holanda, perdiendo todos sus libros, escritos, copias, dinero y tiempo, y se vio obligado a comenzar todo de nuevo. Llegó a Hamburgo en otra nave, donde, citado, le esperaba Coverdale, que le ayudó en la traducción de todos los cinco libros de Moisés, desde la Pascua hasta diciembre, en la casa de una piadosa viuda, la señora Margarita Van Emmerson, el año 1529 de nuestro Señor; en aquel tiempo se dio una gran epidemia de unas fiebres sudoríficas en aquella ciudad. Asíque, acabada su actividad en Hamburgo, volvió a Amberes.
Cuando en la voluntad de Dios fue publicado el Nuevo Testamento en la lengua común, Tyndale, su traductor, añadió al final del mismo una epístola, en la que pedía que los eruditos corrigieran su traducción, si encontraban algún error. Por ello, si hubiera habido cualquier falta que mereciera ser corregida, hubiera sido una misión de cortesía y bondad que hombres conocedores y con criterio mostraran en ello su erudición, corrigiendo los errores que existieran. Pero el clero, que no querían que el libro prosperara, clamaron contra él que había mil herejías entre sus cubiertas, y que no debía ser corregido sino totalmente suprimido.
Algunos decían que no era posible traducir las Escrituras al inglés; algunos que no era legitimo que los laicos las tuvieran; algunos que iba a hacer herejes de todos ellos. Y con el fin de inducir a los gobernantes temporales a llevar a cabo los designios de ellos, dijeron que llevaría al pueblo a rebelarse contra el rey.
Todo esto lo narra el mismo Tyndale, en su prólogo antes del primer libro de Moisés, mostrando además con qué cuidado fue examinada su traducción, y comparándola con sus propias imaginaciones, y supone que con mucho menos trabajo hubieran podido traducir una 179
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gran parte de la Biblia, mostrando además que repasaron y examinaron cada tilde y jota de tal manera, y con tal cuidado, que no había una sola que, si carecía del punto, no lo observaran, y lo mostraran a gente ignorante como prueba de herejía.
Tantas y tan descaradas fueron las tretas del clero inglés (que debieran haber sido los guías a la luz para el pueblo), para impedir a la gente el conocimiento de las Escrituras, que ni las querían traducir ellos mismos, ni permitir que otros las tradujeran; ello con el fin (como dice Tyndale) de que manteniendo aún al mundo en tinieblas, pudieran dominar las conciencias de la gente por medio de vanas supersticiones y de falsas doctrinas, para satisfacer sus ambiciones y exaltar su propio honor por encima del rey y del emperador.
Los obispos y prelados jamás descansaron hasta lograr que el rey consintiera a sus deseos; en razón de lo cual se redactó una proclamación a toda prisa, y establecida bajo autoridad pública, en el sentido de que la traducción del Nuevo Testamento de Tyndale quedaba prohibida. Esto tuvo lugar alrededor del 1537 d.C. Y no contentos con ello, hicieron más aún, tratando de atrapar a Tyndale en sus redes y quitarle la vida; ahora queda por relatar como lograron llevar a cabo sus fines.
En los registros de Londres aparece de manera manifiesta cómo los obispos y Sir Tomás More, sabiendo lo que había sucedido en Amberes, decidieron investigar y examinar todas las cosas acerca de Tyndale, donde y con quién se alojaba, dónde estaba la casa, cuál era su estatura, cómo se vestía, de qué refugios disponía. Y cuando llegaron a saber todas estas cosas comenzaren a tramar sus planes.
Estando William Tyndale en la ciudad de Amberes, se alojó durante alrededor de un año en la casa de Thomas Pointz, un inglés que mantenía una casa de mercaderes ingleses. Allífue un inglés que se llamaba Henry Philips, siendo su padre cliente de Poole, un hombre apuesto, como si fuera un caballero, con un siervo consigo. Pero nadie sabía la razón de su llegada o el propósito con que había sido enviado.
Tyndale era frecuentemente invitado a comer y a cenar con los mercaderes; por este medio este Henry Philips se familiarizó con él, de manera que al cabo de un breve espacio de tiempo Tyndale depositó gran confianza en él, y lo llevó a su alojamiento, a la casa de Thomas Pointz; también lo tuvo con él una o dos veces para comer y cenar, e hizo tal amistad con él que por su petición quedó en la misma casa del dicho Pointz, a quien además le mostró sus libros y otros secretos de su estudio. Tan poco desconfiaba Tyndale de este traidor.
Pero Pointz, que no tenía demasiada confianza en aquel sujeto, le preguntó a Tyndale cómo había llegado a conocerle. Tyndale le respondió que era un hombre honrado, bien instruido y muy agradable. Pointz, al ver que le tenía en tanta estima, no dijo más, pensando que le habría sido presentado por algún amigo. El dicho Philips, habiendo estado en la ciudad tres o cuatro días, le pidió a Pointz que viniera con él fuera de la ciudad para mostrarle unas mercaderías, y andando juntos fuera de la ciudad, conversaron acerca de diversas cosas, incluyendo algunos asuntos del rey. Con estas conversaciones, Pointz no sospechó nada. Pero 180
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después, habiendo transcurrido el tiempo, Pointz se dio cuenta de qué era lo que pensaba Philips: saber si él, por amor al dinero, querría ayudarle para sus propósitos, porque se había dado ya cuenta de que Philips era rico, y quería que Pointz lo supiera. Porque ya le había pedido antes a Pointz que le ayudara para diversas cuestiones, y lo que había pedido siempre lo había querido de la mejor calidad, porque, en sus palabras, ‘tengo el suficiente dinero.ª
Philips fue luego de Amberes a la corte de Bruselas, que estáa una distancia de allícomo de veinticuatro millas inglesas, desde donde se llevó consigo a Amberes al procurador general, que es el fiscal del rey, con ciertos otros oficiales.
Al cabo de tres o cuatro días, Pointz fue a la ciudad de Barrois, a unas dieciocho millas inglesas de Amberes, donde le esperaban unos negocios que le iban a ocupar por espacio de un mes o de seis semanas; y durante su ausencia Henry Philips volvió de nuevo a Amberes, a la casa de Pointz, y entrando en ella habló con la esposa de éste, preguntándole si estaba dentro el señor Tyndale. Luego salió, y dispuso en la calle y cerca de la puerta a los oficiales que había traído de Bruselas. Alrededor del mediodía volvió a entrar y se dirigió a Tyndale, pidiéndole cuarenta chelines, diciéndole: ‘He perdido mi bolsa esta mañana, al hacer la travesía entre aquíy Mechlin.ª Asíque Tyndale le dió cuarenta chelines, lo que no le costaba dar si lo tenía, porque era simple e inexperto en las sutilezas malvadas de este mundo. Luego Philips le dijo: ‘Señor Tyndale, usted serámi invitado hoy.ª ‘No,ª le dijo Tyndale, ‘hoy salgo a comer, y usted me acompañaráy serámi invitado en un lugar donde serábien acogido. ª
Asíque cuando fue la hora de comer, el señor Tyndale salió con Philips, y al salir de la casa de Pointz había un largo y angosto pasillo, por lo que ambos no podían ir juntos. El señor Tyndale hubiera querido que Philips pasara delante de él, pero éste pretendió mostrar gran cortesía. Asíque el señor Tyndale, que no tenía mucha estatura, pasó primero, y Philips, hombre alto y apuesto, le siguió detrás; éste había dispuesto oficiales a cada lado de la puerta, sentados, que podían ver quienes pasaban por ella. Philip señaló con el dedo la cabeza de Tyndale, para que los oficiales vieran a quién debían apresar. Los oficiales le dijeron luego a Pointz, cuando ya lo habían encarcelado, cómo les había apenado ver su simplicidad. Lo llevaron al fiscal del emperador, donde comió. Luego el procurador general fue a casa de Pointz, y tomó todo lo que pertenecía al señor Tyndale, tanto sus libros como sus otras pertenencias; desde allí, Tyndale fue enviado al castillo de Vilvorde, a dieciocho millas inglesas de Amberes.
Estando ya el señor Tyndale en la cárcel, le ofrecieron un abogado y un procurador, lo cual rehusó, diciendo que él haría su propia defensa. Predicó de tal manera a los que estaban encargados de su custodia, y a los que estaban familiarizados con él en el castillo, que dijeron de él que si él no era un buen cristiano, que no sabían quién podría serlo.
Al final, tras muchos razonamientos, cuando ninguna razón podía servir, aunque no merecía la muerte, fue condenado en virtud del decreto del emperador, dado en la asamblea en Augsburgo. Llevado al lugar de la ejecución, fue atado a la estaca, estrangulado por el 181
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verdugo, y luego consumido por el fuego, en la ciudad de Vilvorde, el 1536 d.C. En la estaca, clamó con un ferviente celo y con gran clamor: ‘¡Señor, abre los ojos del rey de Inglaterra!
Tal fue el poder de su doctrina y la sinceridad de su vida, que durante el tiempo de su encarcelamiento (que duró un año y medio), convirtió, según se dice, a su guarda, a la hija del guarda, y a otros de su familia.
Con respecto a su traducción del Nuevo Testamento, por cuanto sus enemigos clamaban tanto contra ella, pretendiendo que estaba llena de herejías, escribió a Juan Frith de la manera siguiente: ‘Invoco a Dios como testigo, para el día en que tenga que comparecer ante nuestro Señor Jesús, que nunca he alterado ni una sílaba de la Palabra de Dios contra mi conciencia, ni lo haría hoy, aunque se me entregara todo lo que estáen la tierra, sea honra, placeres, o riquezas.ª
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Capítulo XIII - Historia de la vida de Juan Calvino
Este reformador nació en Noyon, en Picardía, el 10 de Julio de 1509. Fue instruido en gramática, aprendiendo en París bajo Maturino Corderius, y estudió filosofía en el College de Montaign bajo un profesor español.
Su padre, que descubrió muchas señales de su temprana piedad, particularmente en las reprensiones que hacia de los vicios de sus compañeros, lo designó primero para la Iglesia, y lo presentó el 21 de mayo de 1521 a la capilla de Notre Dame de la Gesine, en la Iglesia de Noyon. En 1527 le fue asignado el rectorado de Marseville, que cambió en 1529 por el rectorado de Pont l'Eveque, cerca de Noyon. Su padre cambió luego de pensamiento, y quiso que estudiara leyes, a lo que Calvino consintió bien dispuesto, por cuanto, por su lectura de las Escrituras, había adquirido una repugnancia por las supersticiones del papado, y dimitió de la capilla de Gesine y del rectorado de Pont l'Eveque, en 1534. Hizo grandes progresos en esta rama del conocimiento, y mejoró no menos en su conocimiento de la teología con sus estudios privados. En Bourges se aplicó al estudio del griego, bajo la dirección del profesor Wolmar.
Reclamándole de vuelta a Noyon la muerte de su padre, se quedó allíun breve tiempo, y luego pasó a París, donde aun habiendo causado gran desagrado en la Sorbona y al Parlamento un discurso de Nicolás Cop, rector de la Universidad de París, para el que Calvino preparó los materiales, se suscitó una persecución contra los protestantes, y Calvino, que apenas pudo escapar a ser arrestado en el College de Forteret, se vio obligado a escapar a Xaintogne, después de haber tenido el honor de ser presentado a la reina de Navarra, que había suscitado esta primera tormenta contra los protestantes.
Calvino volvió a París el 1534. Este año los reformados sufrieron malos tratos, lo que le decidió a abandonar Francia, después de publicar un tratado contra los que creían que las almas de los difuntos están en un estado de sueño. Se retiró a Basilea, donde estudió hebreo; en este tiempo publicó su Institución de la Religión Cristiana, obra que sirvió para esparcir su fama, aunque él mismo deseaba vivir en oscuridad. Estádedicada al rey de Francia, Francisco I. A continuación, Calvino escribió una apología por los protestantes que estaban siendo quemados por su religión en Francia. Después de la publicación de esta obra, Calvino fue a Italia a visitar a la duquesa de Ferara, una dama de gran piedad, por la que fue muy gentilmente recibido.
De Italia se dirigió a Francia, y habiendo arreglado sus asuntos privados, se propuso dirigirse a Estrasburgo o a Basilea, acompañado por su único hermano sobreviviente, Antonio Calvino; pero como los caminos no eran seguros debido a la guerra, excepto a través de los territorios del duque de Saboya, escogió aquella carretera. ‘Esto fue una dirección particular de la providencia,ª dice Bayle: ‘Era su destino que se instalara en Ginebra, y cuando se mostró dispuesto a ir más allá, se vio detenido como por una orden del cielo, por asídecirlo.ª
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En Ginebra, Calvino se vio por ello obligado a acceder a la elección que el consistorio y los magistrados hicieron recaer sobre su persona, con el consentimiento del pueblo, para que fuera uno de sus ministros y profesor de teología. Quería sólo asumir este último oficio, y no el otro, pero al final se vio forzado a tomar ambos, el agosto de 1536. Al año siguiente, hizo declarar a todo el pueblo, bajo juramento, el asentimiento de ellos a una confesión de fe que contenía una renuncia al papismo. Luego indicó que no podría someterse a una normativa que había establecido recientemente el cantón de Berna; por ello, los síndicos de Ginebra convocaron a una asamblea del pueblo, y se ordenó que Calvino, Farel y otro ministro abandonaran la ciudad en pocos días, por rehusar administrar los Sacramentos.
Calvino se retiró a Estrasburgo, y estableció allíuna iglesia francesa, de la que fue su primer ministro; también fue designado para ser profesor de teología. Mientras tanto, el pueblo de Ginebra le rogó tan intensamente que volviera a ellos, que consintió, y llegó el 13
de septiembre de 1541, con gran satisfacción tanto del pueblo como de los magistrados. Lo primero que hizo, tras su llegada, fue establecer una forma de disciplina eclesiástica y una jurisdicción consistorial con el poder de infligir censuras y castigos canónicos, hasta incluir la excomunión.
Ha sido el regocijo tanto de los incrédulos como de algunos profesos cristianos, cuando quieren arrojar lodo sobre las opiniones de Calvino, referirse a su papel en la muerte de Miguel Servet. Esta ha sido la actitud que siempre adoptan los que han sido incapaces de refutar sus opiniones, como si fuera un argumento concluyente contra todo su sistema. ‘¡Calvino quemó a Servet, Calvino quemó a Servet'.ª es una buena prueba, para cierta clase de razonadores, de que la doctrina de la Trinidad no es cierta, que la soberanía divina es antiescrituraria, y que el cristianismo es una falsedad.
No tenemos deseo alguno de paliar ninguna acción de Calvino que sea manifiestamente errónea. Creemos que no se pueden defender todas sus acciones en relación con el desdichado asunto de Servet. Pero deberíamos comprender que los verdaderos principios de la tolerancia religiosa eran muy poco comprendidos en tiempos de Calvino. Todos los demás reformadores que entonces vivían aprobaron la conducta de Calvino. Incluso el gentil y amigable Melancton se expresó en relación a este asunto de la manera siguiente. Dice él en una carta dirigida a Bullinger: ‘He leído tu declaración acerca de la blasfemia de Servet, y encomio tu piedad y juicio; y estoy convencido de que el Consejo de Ginebra ha actuado rectamente al dar muerte a este hombre obstinado, que nunca habría cejado en sus blasfemias. Estoy atónito de que se encuentre a nadie que desapruebe esta acción.ª Farel dice de manera expresa que ‘Servet merecía la pena capital.ª Bucero no duda en declarar que ‘Servet merecía algo peor que la muerte.ª
La verdad es que aunque Calvino tuvo cierta parte en el arresto y encarcelamiento de Servet, no deseaba en absoluto que fuera quemado. ‘Quiero,ª dijo él, ‘que se remita la severidad del castigo.ª ‘Intentamos mitigar la severidad del castigo, pero en vano.ª ‘Al querer mitigar la severidad del castigo,ª le dijo Farel a Calvino, ‘haces el oficio de amigo hacia tu 184
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más acerbo enemigo.ª Dice Turritine: ‘Los historiadores no afirman en lugar alguno, ni se desprende de ninguna consideración, que Calvino instigara a los magistrados a que quemaran a Servet. No, sino que lo cierto es además que él, junto con el colegio de pastores, atacó esta clase de castigo.ª A menudo se ha dicho que Calvino tenía tal influencia sobre los magistrados de Ginebra que hubiera podido lograr la liberación de Servet, si no hubiera querido su destrucción. Pero esto es falso. Bien lejos de ello, Calvino mismo fue una vez desterrado de Ginebra por estos mismos magistrados, y a menudo se opuso en vano a sus arbitrarias medidas. Tan poco deseoso estaba Calvino de querer la muerte de Servet que le advirtió de su peligro, y lo dejó estar varias semanas en Ginebra, antes que fuera arrestado. Pero su lenguaje, que era entonces considerado blasfemo, fue la causa de su encarcelamiento.
Mientras estaba en la cárcel, Calvino lo visitó y empleó todos los argumentos posibles porque se retractara de sus horribles blasfemias, sin referencia alguna a sus peculiares creencias. Esta fue toda la participación de Calvino en este infeliz acontecimiento.
Sin embargo, no se puede negar que en este caso Calvino actuó de forma contraria al espíritubenigno del Evangelio. Es mejor derramar una lágrima por la inconsistencia de la naturaleza humana, y lamentar estas debilidades que no se pueden justificar. El declaró que había actuado en conciencia, y en público justificó la acción.
La opinión era que los principios religiosos erróneos son punibles por el magistrado civil, y esto causó tantos males, fuera en Ginebra, en Transilvania o en Gran Bretaña; a esto debe imputarse, y no al Trinitarianismo, o al Unitarismo.
Después de la muerte de Lutero, Calvino ejerció una gran influencia sobre los hombres de aquel notable período. Irradió gran influencia sobre Francia, Italia, Alemania, Holanda, Inglaterra y Escocia. Se organizaron dos mil ciento cincuenta congregaciones reformadas que recibían sus predicadores de parte de él.
Calvino, triunfante sobre sus enemigos, sintió que la muerte se le aproximaba. Pero siguió esforzándose de todas las maneras posibles con energía juvenil. Cuando se vio a punto de ir a su reposo, redactó su testamento, diciendo: ‘Doy testimonio de que vivo y me propongo morir en esta fe que Dios me ha dado por medio de Su Evangelio, y que no dependo de nada más para la salvación que la libre elección que El ha hecho de mi. De todo corazón abrazo Su misericordia, por medio de la cual todos mis pecados quedan cubiertos, por causa de Cristo, y por causa de Su muerte y padecimientos. Según la medida de la gracia que me ha sido dada, he enseñado esta Palabra pura y sencilla, mediante sermones, acciones y exposiciones de esta Escritura. En todas mis batallas con los enemigos de la verdad no he empleado sofismas, sino que he luchado la buena batalla de manera frontal y directa.ª
El 27 de mayo de 1564 fue el día de su liberación y de su bendito viaje al hogar. Tenía entonces cincuenta y cinco años. Que un hombre que había adquirido tal reputación y autoridad tuviera sólo un salario de cien coronas y que rehusara aceptar más, y que después de vivir cincuenta y cinco años con la mayor frugalidad dejara sólo trescientas coronas a sus 185
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herederos, incluyendo el valor de su biblioteca, que se vendió a gran precio, es algo tan heroico que uno debe haber perdido todos los sentimientos para no sentir admiración. Cuando Calvino abandonó Estrasburgo para volverse a Ginebra, ellos quisieron darle los privilegios de ciudadano libre de su ciudad y el salario de un prebendado, que le había sido asignado; él aceptó lo primero, pero rehusó rotundamente lo segundo. Llevó a uno de sus hermanos a Ginebra consigo, pero jamás se esforzó por que se le diera a él un puesto honorífico, corno cualquiera que poseyera su posición habría hecho. Desde luego, se cuidó de la honra de la familia de su hermano, consiguiéndole la libertad de una mujer adúltera, y consiguiendo licencia para que pudiera volverse a casar; pero incluso sus enemigos cuentan que le hizo aprender el oficio de encuadernador de libros, en lo que trabajó luego toda su vida.
Calvino como Amigo de la Libertad Civil.
El Rev. doctor Wisner dijo, en su reciente discurso en Plymouth, en el aniversario de la llegada de los Padres Peregrinos: ‘Por mucho que el nombre de Calvino haya sido escarnecido y cargado de vituperios por muchos de los hijos de la libertad, no hay proposición histórica más susceptible de una demostración plena que ésta: que no ha vivido nadie a quien el mundo deba más por la libertad de que goza, que Juan Calvino.
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Capítulo XIV - Historia de las Persecuciones en Gran Bretania e Irlanda
GILDAS, el más antiguo escritor británico conocido, que vivió alrededor del tiempo en que los sajones llegaron a la isla de Gran Bretaña, ha dejado una narración terrible de la barbaridad de aquellas gentes.
Los sajones, al llegar, siendo paganos como los Escoceses y los Pictos, destruyeron las iglesias, asesinando al clero alládonde llegaban; pero no pudieron destruir el cristianismo, porque los que no quisieron someterse al yugo sajón, huyeron y se establecieron más alládel Sevem. Los nombres de los cristianos que padecieron en aquellos tiempos, especialmente los del clero, no nos han sido transmitidos.
El ejemplo más terrible de barbarie bajo el gobierno sajón fue la matanza de los monjes de Bangor el 586 d.C. Estos monjes eran en todos los respectos distintos de los que llevan este mismo nombre en nuestros días.
En el siglo octavo, los daneses, que eran unas bandas errantes de piratas y bárbaros, arribaron a diversas partes de Gran Bretaña, tanto de Inglaterra como de Escocia.
Al principio fueron rechazados, pero en el 857 d.C. un grupo de ellos arribaron a algún lugar cerca de Southampton, y no sólo saquearon al pueblo, sino que quemaron las iglesias y asesinaron al clero.
El 868 d.C. estos bárbaros penetraron al centro de Inglaterra y se asentaron en Nottingham; pero los ingleses, bajo su rey Ethelred, los expulsaron de sus posiciones, y los obligaron a retirarse a Northumberland.
El 870 otro grupo de estos bárbaros desembarcó en Norfolk, y libró batalla contra los ingleses en Hertford. La victoria fue de los paganos, que tomaron prisionero a Edmundo, rey de los Ingleses Orientales, y después de haberle infligido mil indignidades, traspasaron su cuerpo con flechas, y luego lo decapitaron.
En Fifeshire, Escocia, quemaron muchas de las iglesias, entre estas la perteneciente a los Culdeos, en St. Andrews. La piedad de estos hombres los hacía objeto del aborrecimiento de los daneses, que allídonde iban señalaban a los sacerdotes cristianos para la destrucción, y no menos de doscientos fueron muertos en Escocia.
Sucedió algo muy semejante en la zona de Irlanda llamada Leinster, donde los daneses asesinaron y quemaron vivos a sacerdotes en sus propias iglesias; llevaban la destrucción a donde iban, sin perdonar edad ni sexo, pero el clero era para ellos lo más odioso, porque ridiculizaban sus idolatrías, persuadiendo a su pueblo a que no tuvieran nada que ver con ellos.
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En el reinado de Eduardo III, la Iglesia de Inglaterra estaba sumamente corrompida con errores y superstición, y la luz del Evangelio de Cristo había quedado muy eclipsada y entenebrecida por los inventos humanos, ceremonias recargadas y una burda idolatría.
Los seguidores de Wickliffe, entonces llamados lolardos, se habían hecho muy numerosos, y el clero estaba muy agraviado ante su crecimiento. Pero fuera cual fuera el poder que tuvieran para molestarlos y hostigarlos, no tenían autoridad legal para darles muerte. Sin embargo, el clero aprovechó una oportunidad favorable, y prevalecieron sobre el rey para introducir una ley ante el parlamento por la que todos los lolardos que permanecieran obstinados pudieran ser entregados al brazo secular, y quemados como herejes. Esta ley fue la primera introducida en Gran Bretaña para quemar personas por sus creencias religiosas; fue introducida en el año 1401, y poco después se hicieron sentir sus efectos.
La primera persona en sufrir la consecuencia de esta cruel ley fue William Santree, o Sawtree, un sacerdote, que fue quemado vivo en Smithfield.