Vida y Obras de Don Diego Velázquez by Jacinto Octavio Picón - HTML preview

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RETRATOS

DEL

REY.—DE

LA

REINA

DOÑA

MARIANA.—DE

LA

INFANTA

DOÑAMARGARITA.—DEL

PRÍNCIPE FELIPE PRÓSPERO.—RETRATOS DE ENANOS Y

BUFONES.

CUANTOpintó Velázquez, desde la vuelta del segundo viaje a Italia,lleva ya el sello personal, inconfundible, que revela el completodesarrollo de sus facultades nativas, y la mayor suma de experiencia,destreza y maestría que adquirió con los años.

De este período de su vida quedan dos retratos en busto de Felipe IV:uno en la Galería Nacional de Londres con traje negro bordado de oro, yel de Madrid[71] donde la ropilla, también negra, esta huérfana deadorno, sin que sobre ella resalte más nota clara que el blanco lienzode la valona lisa y tiesa que la separa del rostro. El Rey tienecincuenta años, y aún quizás pase de ellos: la faz esta marchita, lacarne fofa, los ojos han perdido viveza: la fisonomía que vimos en elgran retrato ecuestre parece antes que avejentada, fatigada,entristecida, como si en ella se marcara no sólo el curso del tiempo,sino el amargo sedimento que en el alma debieron de dejarle tantastierras perdidas y tantas glorias eclipsadas: ya esta en la edad tristey desengañada en que oyéndose llamar el grande había de saber que eramentira. Los ojos de un azul frío, como empañados por la melancolíaincurable de los débiles, no tienen energía para avivar el rostrolinfático y blanducho, donde la mandíbula típica de la extirpe, se notamás pronunciada que nunca y los labios gruesos, sensuales, todavía muyrojos, delatan cual fue el apetito dominador de su organismo. Aquelsemblante, cómicamente serio, grave sin majestad, es uno de esos trozosen que el pintor, tanto por lo que puso al copiar la realidad, cuantopor lo que deja lógicamente deducir a la imaginación, toca en loslímites de lo que puede conseguir el arte. No hizo Velázquez más quereproducir lo que veía, no se le puede atribuir propósito ajeno a lasideas de su tiempo, pero observó con tal perspicacia, su miradaescudriñó tan hondo, que al hacer un retrato formó un proceso.

En ninguna ocasión debió de tener al Rey delante tanto tiempo, porque sise nota que unas líneas están sorprendidas de pronto acertando a laprimera tentativa, otras parecen corregidas, halladas después de ensayosvacilantes, pero dando por resultado un conjunto en que se confunden elsaber y la facilidad, la aptitud ingénita y el fruto de la experiencia.

No ha faltado, sin embargo, quien ponga en duda la autenticidad de esteretrato: Armstrong dice, que le parece una copia pintada, sin duda, enel estudio del maestro; y a cualquiera se le ocurre preguntar:

¿porquién? Ni Mazo, ni Rici, ni Carreño, eran capaces de tanta maestría.

A la Reina Doña Mariana de Austria pintó Velázquez cuatro veces.Primero, en el lienzo que hoy figura en el Louvre,[72] después en unoque hay en la Galería Imperial de Viena[73] y luego en los dos deMadrid,[74] donde esta en pie con rico traje negro galoneado de plata,descomunal peluca de tirabuzones largos, tocado de plumas blancas, elcuerpo aprisionado brutalmente en la cotilla y en la mano izquierda unpañuelo blanco que destaca sobre la falda voluminosa acampanada yrígida. La cara es insignificante, flacucha, inexpresiva, enteca, sinexpresión en la mirada ni sonrisa en la boca: lo único bello son lasmanos, finas, aristocráticas. No se le ven a S. M. los pies que fuerafalta de respeto. Apenas hay entre estos dos retratos más diferencia quelas distintas dimensiones de la cortina que sirve de fondo a la figura:pero el del número 1.079, parece hecho después, como si fuese repeticióndel primero y ejecutado con mayor desembarazo y presteza.

La Infanta Doña Margarita María, primer fruto del matrimonio de FelipeIV con la tiesísima señora a quien acabamos de mencionar, esta retratadapor Velázquez en Viena a los dos o tres años, con rico traje rojo yplata:[75] y a los seis o siete con un traje muy parecido al que tieneen el cuadro de Las Meninas:[76] en el Louvre[77] de cuatro o cinco,vestida de blanco con encajes negros, y en Francfort a los seis o sietede gris y negro, siendo en todas estas imágenes, porque no contamos lasapócrifas, una de las figuras más simpáticas que Velázquez trazó. Surostro es gordinfloncillo, el pelo de un rubio amarillento, frío; elaire bobalicón y parado: pero resulta simpática, casi bonita, porquetiene el encanto de la inocencia y del candor; la infancia triunfa enella del tipo de la raza: es tan niña que todavía no ha adquirido elempaque que afea a las damas de su prosapia. Las galas con que estaataviada son de forma feísima y sólo tolerable por las armonías de colory maravillas de ejecución que derrochó Velázquez, al pintar aquellostisues, tules, cintas, lazos, joyas y plumas, que crujen, brillan yondulan como si el aire las moviera.

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MUSEO DEL LOUVRE

LA INFANTA

MARGARITA

Fotog. Braun, Clement y C.ª

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Uno de los retratos más hermosos que corresponden a este período de lavida del maestro, es el catalogado en nuestro Museo con el número 1.084:y ofrece la particularidad de estar hecha la cabeza de modo muy inferioral resto de la figura. Explica don Pedro de Madrazo éste doble aspectode la ejecución, diciendo que la retratada es doña María Teresa deAustria hija de Felipe IV, en su primer matrimonio; que Velázquez debióde pintar la cabeza antes de emprender el segundo viaje a Italia,conforme a su manera de entonces, dejándolo interrumpido; y que másadelante, ya de vuelta, lo terminaría en sus últimos años, cuando setrató del matrimonio de la Infanta con Luis XIV de Francia. «Sólo así seexplica—dice—que un retrato ejecutado en general con tanta libertad ysobriedad tan sabia, y perteneciente por lo mismo al último y mejortiempo de Velázquez, represente como una niña de solos diez años, a laque ya tenía cerca de veinte, cuando el gran artista pintaba deaquella

admirable

y

singular

manera».

Explica

Justi

la

mencionadadesigualdad, diciendo que la retratada no es doña María Teresa, sino suhermanastra, la Infanta Margarita, hija del segundo matrimonio de FelipeIV, añadiendo que como todo el cuadro es de Velázquez menos la cabeza,ésta pudo ser repintada, es decir, sustituida por distinto artista,muerto ya el maestro, al negociarse el matrimonio de doña Margarita,teniendo trece años. Beruete, fundándose en razones que no carecen defuerza como la desproporción entre la silla y la figura que antes, dice,debía de ser menor, y la ejecución de la cabeza, que atribuye a Mazo,comparte la opinión de Justi.

Trabajo cuesta creer que en un lienzo de Velázquez y tan admirable comoéste, se atreviese a introducir novedades o reformas otro pintor y menosMazo; pero téngase en cuenta que en aquella época, los que podían mandareran obedecidos con más facilidad que ahora, sobre todo si era artistael que había de obedecer. Finalmente, en el primer catalogo que se hizodel que hoy se llama Museo del Prado, esta incluido el cuadro con elnúm. 149 y citado de este modo: Velázquez. Retrato de la Infanta doñaMargarita María de Austria, hija de Felipe IV, cuadro pintado con pincelfranco y libre y a la primera vez[78]. En el de 1858

figuró con el núm.198, y como retrato de la Infanta doña María de Austria, hija de FelipeIV, sin decir si era doña Margarita o doña Teresa.

Sea cual fuere, cosa que importa poco, pues no se trata de señora aquien España ni la humanidad deban la menor gloria, el cuadro es unamaravilla de color y de ejecución. El atavío de la niña, que nada tienede bonita, esta compuesto de voluminoso guarda-infante, y estrechocorpiño rosa, de lama de plata con galones de este metal colocadosdiagonalmente en la mitad inferior de la falda; mangas afolladas convuelos de gasa y lazos rojos. Lleva el pelo, que es muy rubio, partido,con la raya a un lado; muchas alhajas, y, según la moda del tiempo, ungrueso cordón de pasamanería de oro que arranca en el brazo derecho ytermina en el costado izquierdo. En la mano derecha tiene un enormelienzo de puntas y en la izquierda una rosa. El rico cortinaje carmesíque le sirve de fondo acaba de dar al conjunto aspecto de suntuosidadinusitada e impropia de una jovencilla. Por lo poco agraciado delrostro, lo endeble del cuerpo que se adivina bajo la fuerte cotilla y laextravagante forma del peinado y el traje, debiera este retrato serenojoso a la vista: en la mujercita así perjeñada y sobrecargada deperifollos hay algo de fenomenal y monstruoso; pero Velázquez ha vertidoallí a manos llenas tales encantos de color, una variedad tan rica derojos, que comprende desde el carmín más intenso al rosa másamortiguado, ha hecho tan vaporosos los tules y brillantes los metales,es tan aéreo lo que puede flotar, tan sólido lo que debe pesar, que laridícula desproporción entre lo menudo del busto y lo abultado de lafalda, todo aquello en que la forma sale maltrecha por la imperfeccióndel modelo y la extravagancia de las ropas, desaparece ante laesplendidez de matices que deleita la vista y lo primoroso, suelto yfácil de aquella ejecución incomprensible y misteriosa que a pocos pasosda a lo pintado la completa apariencia de lo real.

Casado Felipe IV en 1649 con doña Mariana de Austria, mucho más jovenque él y sobrina suya, nació en 1657 el Príncipe Felipe Próspero, aquien, teniendo al parecer dos años, retrató Velázquez. Le colocó enpie, con traje rojo claro adornado de plata, valona lisa, mangas de gasay delantal blanco, sobre el cual destacan pendientes de la cintura concordones una campanilla y otros dos juguetitos. Tiene la mano izquierdanaturalmente caída a lo largo del cuerpo y la diestra puesta en unsillón de terciopelo carmesí, encima de cuyo asiento esta tumbada unaperrilla de lanas blanca y manchada que, apoyando el hocico sobre uno delos brazos del mueble, mira con extraordinaria viveza. El pobrePríncipe, hijo tardío de padre gastado y madre moza, muestra ya en laescasa coloración del rostro y en lo débil del cuerpo que no había dellegar a ceñirse corona. La cara y manos están hechas con singularfineza, estudiadas hasta el extremo, contrastando sus tintas delicadas ypálidas con los distintos rojos de la ropa, el sillón y los cortinajesdel fondo. Lo esencial, lo característico del individuo estaminuciosamente concluido, y todo lo restante ejecutado con aquellamanera rápida, suelta y fácil en que la vista y la mano han sintetizadotanto y con tal seguridad de acierto, que no parece haber allí mástrabajo que el preciso para causar la impresión de las cosas.

Esteretrato, que es uno de los cuadros de Velázquez mejor conservados y encuyo elogio están los críticos conformes, se conserva en el MuseoImperial de Viena[79].

De los Reyes de la Edad Media heredaron los modernos la fea costumbre devivir rodeados de bufones a quienes toleraban las libertades que noconsentían a políticos ilustres ni generales vencedores: sin que fueseesta vileza propia de monarcas genuinamente españoles, sino, a lo queparece, importada por los venidos de fuera. En torno de los Austriasabundó la triste ralea de gibosos, enanos, patizambos, bobos y casilocos, a quienes se llamaba vulgarmente las sabandijas de Palacio.Acaso el buscar aquella ridícula compañía fuese consecuencia de lamelancolía hereditaria que hizo al hijo de doña Juana la Loca retirarsea Yuste, encerrarse a Felipe II en una celda de El Escorial y moriraterrado a Felipe III. La costumbre se inició en tiempo de Carlos I,generalizándose tanto, que no sólo había bufones en las moradas reales,sino también en las casas de los nobles. El gran Antonio Moro retratómagistralmente a uno llamado Perejón, que tenían los Condes deBenavente, y en el Museo del Prado le vemos de cuerpo entero y tamañonatural, ataviado con lujo y unos naipes franceses en la mano[80].

Del reinado de Felipe IV se conservan papeles donde se citan muchos deaquellos fenómenos mantenidos con holgura y regalo que ya hubieranquerido para sí hombres insignes que padecieron hambre y desprecio.

En consulta al Rey hecha en 1637 sobre los vestidos de merced que sedaban a ciertos servidores de palacio, después de proponer que se fijarael coste de los trajes del destilador, del tío que guardaba loslebreles, de los músicos, de los barberos y ¡de Diego Velázquez! senombra a varios bufones u hombres de placer: allí figuran, además de unPablo de Valladolid a quien luego se ha llamado Pablillos y que notiene aspecto de bufón, otros que seguramente lo eran: Calabacillas, Soplillo, don Juan de Austria, Cristóbal el ciego, el enanoinglés don Antonio, a quien se pagaba un ayo, y Nicolás Panela yBautista el del ajedrez que debían de ser muy destrozones y perdidos,pues al proponer que se les diera vestido se indica la conveniencia deobligarles a que se lo pongan para que no anden como ahora, lo cual daa entender que eran unos grandísimos puercos. Se comprende queVelázquez, por broma o por estudio, retratase a un par de ellos, comohabía hecho en Fraga con el Primo, que también figura en la citadarelación: pero cuando pintó tantos no es ningún disparate suponer que loharía de orden del Rey. Por lo menos a éste le gustaban mucho y losmandaba colocar en un pasillo del salón de Reinos del palacio delRetiro, cerca de la puerta por donde salía a tomar los coches.

No todos estos cuadros son de la misma época: el bobo de Coria, elniño de Vallecas, don Sebastián de Morra y el Primo pertenecen alsegando estilo: el enano don Antonio el inglés y don Juan de Austria al último.

Difícilmente se hallara en la historia tan elocuente prueba de que elarte dignifica lo que toca, y hasta con la fealdad rayana en lorepugnante, causa impresiones gratas, como esta serie de mamarrachosdespreciables eternizados por el genio de un hombre.

El Primo, con su gran chambergo y su traje de rizo negro, hojeando uninfolio: Morra, más que sentado, caído en el suelo de golpe, mostrandosus calzas verdes y su tabardo rojo; el bobo de Coria, con su severotraje negro como persona grave; el niño de Vallecas, casi todo deverde y con una media desgarrada; don Antonio el inglés, con coleto debrocado y sombrero de plumas, y don Juan de Austria, con arreosmilitares, forman una compañía abigarrada y extraña, a la cual se pasarevista bromeando y riendo, como ellos vivían, pero que deja en elpensamiento una impresión más honda que muchos espectáculos serios.

En las cabezas de aquellos desdichados es donde mejor se puede estudiarhasta dónde llegó Velázquez en el estudio de la expresión: el Primo esgrave y reflexivo, casi elegante; Morra tiene cara de malo; el bobode Coria es tipo de idiota triste; el niño de Vallecas estúpidamentealegre; don Antonio el inglés, apoyado en aquel admirable mastín mássimpático que él, parece una caricatura del orgullo; don Juan deAustria, antes que de bufón palaciego, tiene traza de pícaro escapadode los capítulos del Guzmán de Alfarache o de las jácaras de Quevedo.Y no se puede afirmar cuales están mejor pintados, porque si los delúltimo período son un prodigio para quien conoce la técnica, losanteriores asombran por la vida que hay en sus cuerpos, prontos amoverse, y en sus rostros donde tras gestos o muecas de un cómicoinsuperable, parece que bulle la tristeza sin nombre que debe de dejaren el alma el convencimiento de la propia ignominia.

Cada español aficionado a la pintura, tiene sus trozos favoritos en elconjunto de las obras de Velázquez: yo, reconociendo la mayorimportancia de las grandes composiciones como las Hilanderas y lasMeninas, confieso que siento particular afición a esa cuadrilla depayasos tristes, que no me parecen retratos independientes, sino figurasde un mismo cuadro, actores de un mismo drama que por su voluntad se hanseparado para pensar a solas, pero que pueden reunirse cuando quieran.Siempre interpretó Velázquez maravillosamente el mundo de lo real, hastaen lo más intangible y sutil, pues que dio la ilusión del aire querespiramos, pero donde acertó a pintar la vida con mayor potencia deexpresión, fue en las cabezas de aquel rebaño de hombres frustrados, nohechos seguramente a semejanza de Dios, que dan ganas de llorar despuésde haber hecho reír. El Rey, que alardeaba de literato, no le mandóretratar a los poetas que dieron gloria a su reinado, ni a Montalbán, nia Salas Barbadillo, ni a Vélez de Guevara, ni a Rojas, ni a Moreto, ni aTirso, ni a Calderón, ni a Lope, sino a sus bufones: y no hace faltafantasear para creer que los pintó con cierta dulce simpatía: eran suscompañeros, juntos figuraban en las nóminas de Palacio.

Los antiguos inventarios del Alcázar y los biógrafos de Velázquez hablande otros retratos de bufones cuyo paradero se ignora: citan el de Calabacillas, que acaso sea el designado hoy como el bobo de Coria,pues se recordara que tiene ante sí en el suelo dos calabazas; el de Cárdenas, el toreador, y el de Velasquillo: finalmente, Ponz, alenumerar las pinturas que en su tiempo existían en el palacio delRetiro, menciona «un bufón divertido con un molinillo de papel y algunomás, que son del gusto de Velázquez»[81]. Finalmente, Stirling, dice,que el capitán Widdrington, autor de La España y los españoles en1843, asegura en esta obra haber visto el retrato de una enana desnudarepresentada en forma de bacante.

X

CUADROS MITOLÓGICOS: «MERCURIO Y ARGOS». «MARTE». LA

«VENUS»

DE LACOLECCIÓN MORRITT. «MENIPO». «ESOPO».

«LAS HILANDERAS». «LAS MENINAS».

«LA CORONACIÓN DE LA VIRGEN». «VISITA DE SAN ANTONIO ABAD A SANPABLO».—VIAJE DE VELÁZQUEZ A LA FRONTERA DE FRANCIA.

SU ENFERMEDAD YMUERTE.

NUNCAdebió Velázquez de tomar muy en serio la mitología: cuandomuchacho, en casa de Pacheco, donde habían de leerse y comentarsecomposiciones poéticas apropiadas al gusto de la época, con amores yaventuras de héroes y dioses, él pintó animales y pescaderías; cuandofue a Italia y respiró aquella atmósfera, esencialmente pagana, trajo La fragua de Vulcano; cuando en los últimos años de su vida le ordenael Rey decorar una estancia de Palacio, hace cuadros en que representa alos personajes de la fábula como simples mortales. Para el salón de losespejos del Alcázar pintó Venus y Adonis, Psiquis y Cupido, Apolodesollando a un sátiro y Mercurio y Argos, de los cuales sólo elúltimo se salvó del incendio de 1734.

La composición de Mercurio y Argos[82] es originalísima, adecuadapara el sitio que había de ocupar sobre una puerta emparejado con el Apolo desollando a un sátiro: el dibujo de una precisión insuperable:en la ejecución es la muestra de todo lo que supo hacer. Las tintas, muydiluidas, apenas manchan la superficie que cubren; las pinceladas, ya semarcan creando al mismo tiempo forma y color, ya se desvanecenestableciendo términos, sombras y distancias; por más que se mira aquellienzo, no hay manera de darse cuenta exacta de cómo esta pintado, y,sin embargo, los ojos no pueden desear más verdad. De que Mercurio yArgos tengan el carácter heroico y grandioso que su naturalezasobrehumana y poética debiera infundirles, no se ha cuidado el artistaen lo más mínimo: antes al contrario, parece que ha puesto empeño enrebajarles, no sólo a la condición de simples mortales, sino de hombresbajos y ordinarios; el guardián del vellocino de oro, tiene trazas y seha dormido en postura propia del más zafio lugareño; el mensajero de losdioses viene a robarle sin gallardía, como un rateruelo vulgar. Es unmodo propio, personal, único, de entender e interpretar la mitología,donde hay algo análogo al sarcasmo y la burla, que pudiera ocurrírsele aun pintor pagano para expresar ridiculizándolo un episodio sagrado alcristianismo.

Tanto por la disposición del asunto cuanto por su interpretación y sutécnica, es un cuadro que nunca podrá satisfacer a la mayoría delpúblico: el día que todo el mundo lo entienda, no habrá vulgo; en cambiolos pintores lo consideraran siempre como el resultado más completo quese puede obtener en la practica de su arte.

No trató Velázquez con más miramiento ni respeto al furibundo Marte[83], a quien representó sentado, en cueros, apoyando el codoizquierdo sobre el muslo y la barba sobre la palma de la mano, mientrasdeja el brazo contrario caer naturalmente. Son sus ropas un manto rojovinoso que, sin cubrirle, le sirve de fondo por la parte inferior, y untrapo azul liado a la cintura y sujeto por entre las piernas. Lleva enla cabeza morrión, y se ven a sus pies una rodela y una espada. Es unsoldadote de aquellos que, cuando les faltaba la paga, se hacíancapeadores en las ciudades o bandidos en el campo. El rostro es vulgar,aviesa la mirada, la musculatura recia, pero no hay en toda su personarasgo ni línea que revele carácter sobrehumano, ni siquiera heroico.

Creen unos biógrafos de Velázquez, que la Venus del espejo, es elmismo cuadro de Psiquis y Cupido, que se sabe hizo para el Salón delos espejos: otros dicen que es una obra distinta. En lo que nadiediscrepa, es en lo que se refiere a la autenticidad, en la seguraconvicción de que esta soberbia pintura es de mano de Velázquez.

Seignora si estuvo en el Alcázar caso de no ser la misma Psiquis yCupido. El siglo pasado, era propiedad de la casa ducal de Alba, dondela vio Ponz,[84] perteneció después a Godoy cuyos herederos la vendierony es ahora la joya mejor de la célebre Colección Morritt. Con decir queno se conserva otro desnudo de mujer pintado por Velázquez, siendo ésteel único que se conoce esta dada idea de su importancia.Desgraciadamente no volverá a España, pues como dice con razón unescritor francés, «todo objeto de arte importado a aquellas islas, nosale nunca de allí; esta condenado a reclusión perpetua; no vuelve a lacirculación y hasta se llega a ignorar que existe.» En la gran Exposición de tesoros artísticos del Reino Unido celebrada enManchester, los pudibundos ingleses, colocaron el cuadro a tal altura,que casi no era posible examinarlo.

La figura es de tamaño natural. Venus esta enteramente desnuda tendidade espaldas en una cama, reclinada la cabeza sobre el brazo derecho,cuya mano tiene oculta entre el cabello: no se le ve la cara: el cuello,los hombros, la masa dorsal, las caderas, las rodillas y las piernas,forman una línea ondulante de esbeltez incomparable. El bulto entero delcuerpo, carnoso y blando, destaca por claro sobre paños grises queestablecen separación entre el lienzo blanco del lecho y la carnepintada a toda luz. En segundo término y a la izquierda destacando sobreun cortinaje rojo, un amorcillo sostiene un espejo con marco de ébano,donde se refleja el semblante de la diosa. Bürger, dice, que «no tienela cintura deformada por ningún invento de la civilización», pero bastaver una fotografía, para observar que el talle conserva huellas de lapresión de la durísima y emballenada cotilla que usaban las mujeres deaquella época. La ejecución y la impresión general de color revelan queel lienzo fue pintado hacia los mismos años que el Marte y el Mercurio y Argos. Aunque colocada y movida con suprema elegancia esta Venus, no es una diosa, sino una bellísima mortal. Emilio Michel dicede ella que «no tiene nada común con la divinidad clásica a que nos hanacostumbrado las obras de los maestros italianos»[85].

Quien así representaba a los dioses inmortales no había de tratar conmayor consideración a los filósofos que dudaban de ellos.

Como si hubiera leído al autor de los Dialogos de las cortesanas, quedescribe a Menipo, viejo, calvo, sucio, desarrapado y haciendo burlade toda sabiduría, Velázquez lo pintó calado el chapeo mugriento yenvuelto en una capa raída, bajo la cual, asoman las piernas, que cubrenmedias asquerosas de paño burdo y zapatos para los que fuera un insultola limpieza. Los libros y pergaminos que hay a sus pies, son emblema deldesprecio que le inspira el prójimo, y aún lo denota mejor la sonrisaentre socarrona y descreída con que se le fruncen los labios[86].

Esopo[87] es más viejo y va no menos andrajoso: forma toda suvestimenta, un sayo pardo raído y polvoriento: lleva una mano metida enel pecho, y en la otra arrimada a la cadera, sostiene un voluminosopergamino. Lo mismo tienen estos dos de griegos y filósofos, que Marte,Mercurio y Argos, de deidades olímpicas: es decir, nada. Pero si en elmodo de designarlos hay algo de bautizo caprichoso y arbitrario, todo lorestante es en ellos asombrosa verdad: no pueden imaginarse tipos másperfectos de esa suciedad y desorden con que el cuerpo y las ropas, elcontinente y el semblante, acusan la perturbación del pensamiento: desu orgullosa filosofía a la pérdida de la razón no hay más que un paso.

Las Hilanderas[88] es obra tan popularizada por toda clase dereproducciones que no ha menester descripción: además, la palabra esimpotente para dar idea de sus principales encantos que son la atmósferay el color. Hay manera de decir dónde y cómo están colocadas lasfiguras, sus tipos, posturas, ademanes y ropas: lo inexplicable es lavida que hay en ellas, el ambiente que les rodea y las dista