Estigma del Bárbaro by Alexis Briceño - HTML preview

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unca se supo bien como empezó pero las noticias producían el escalofrío que todos esperaban. La guarnición de Aquincum, apenas una presencia de Roma en el este, no daba señales de vida. En las ciudades de alrededor empezaron a correr el rumor de la presencia en esa región de un gran ejército bárbaro, las versiones eran difusas, transmitidas por los comerciantes y algunos evacuados que huían en dirección de Occidente daban cuenta de la presencia amalgamada de un contingente germano, otros sólo de la presencia de los hunos y los más arriesgados apostaban a una combinación sanguinaria de ambos elementos; inconcebible porque todos asumían la amistad de Aecio con el rey de los hunos, pero podría no ser así. Rumores de desaire en la corte de Atila por no aceptarlo como pretendiente de la hermana de Valentiniano, otros de una posible consumación de ellos con una facción de los francos ripuarios, quizás los más tremendistas aseguraban el pacto más monumental, desde la invasión de Alarico, entre Atila y Genserico rey de los vándalos. Un amigo no hace eso y quizás sucedía de esa manera, quien conocía la verdad no podía imponerla por la impetuosidad de todas las opiniones, sólo el humo de las ciudades saqueadas testificaban a la distancia la presencia de una nueva invasión en los territorios de Occidente. Qué diría el magíster militum ahora, si se confirmaba la más mínima sospecha de la mano de Atila en todo esto, qué era lo real de lo inventado. Si permanecía en Oriente consumando todas las tropelías que podía imaginar, entonces que hacía aquí. Estas señales crecerían con el tiempo, la lentitud de las informaciones con el cursus publico interrumpido y los tributos demorados, provocaban más fantasías y conjeturas. Volvían los miedos consumidos en las dudas más desesperadas, y se movía la tierra para dar paso a la avalancha de los ímpetus ajenos al proyecto de consolidación en Occidente.

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“ Esta es una oportunidad de guerrear, saquear a nuestra manera y no vamos a detenernos acá, si alguien no cree en esta avanzada mejor que abandone ahora porque no toleraré obstáculos al avance de mis tropas hasta el corazón de este dominio, si están excitados por pisar Occidente les digo que guarden sus apetitos por cada metro ganado a los romanos, yo jamás tuve pusilánimes entre los míos y confío en triunfos de aquí en adelante”.

Sobre las ruinas de Carnuntum se erguía el único capaz de opacar el esplendor fantasmagórico de Occidente, como una sombra negra y las manos en su cintura, disponía de la visión más terrorífica del conglomerado que le seguía en esta aventura, los gritos de éxtasis y gloria enaltecían su ego, elevándolo más allá de la altura que el ocupaba en su encendido discurso”.

“ Yo les doy estas tierras, pastizales para nuestros caballos, extensión de nuestro Imperio. Ustedes me dan estos triunfos y me embargo en la emoción de seguir adelante; si ya triunfamos en Oriente, traemos más energía para derrochar en estas tierras, miedo vamos a sembrar hasta que alcancemos la cumbre de todas las conquistas, y no crean que les pido poco, yo los voy a conducir a esa cumbre, yo les mostraré el camino de aniquilación de este mundo por un recambio que aportaremos con mucha energía”.

Empuñaba sus manos como si supiera que canalizaba todas las fuerzas difusas que lo conducían al pedestal de esas ruinas. En esos artificios de oratoria buscaba lograr más fuerza para sus ambiciones, intentando identificar sus deseos con los de sus seguidores, pero eso estaba de más, porque su carisma lo arrastraba más allá de esa imagen prominente que todos reconocían en él.

“Les doy todo el crédito de esta victoria, pero para seguir adelante debemos asegurarnos que buscamos lo mismo, porque si esta fuerza llega a dividirse todo estará perdido. Me dan mucho por que creer y les retribuiré en esa misma medida porque de seguir en este camino lograremos el triunfo sobre todas las civilizaciones conocidas hasta ahora”.

La puerta de Oriente quedaba abierta una vez más por obra de los bárbaros adictos Al saqueo y no a la hospitalidad indecorosa de su condición. Por ver quedaba la reacción que la sonajera ruidosa de estas comunidades provocaba en el magíster militum que más tarde se enteraría de todos los pormenores.
“ Véanse ustedes, somos miles y vamos a poblar estas tierras, no nos quedaremos aquí masticando el polvo de Panonia, al borde del Danubio, han llegado muchos antes que nosotros, una ciudadela militar romana saqueada es poco y como símbolo de nuestro compromiso para seguir adelante los conmino a destruir y reducir a las cenizas todo recuerdo de romanización en esta zona y así mantendremos el pacto de fuego que nos une”.
Mucho sufrió Carnuntum históricamente, las invasiones anteriores rebasaron con violencia esta ciudadela, ex canabae, pero nada hizo que la borrara de la tierra, como consolidación de la romanidad permanecía intacto el anfiteatro y el baño termal, los edificios de varios pisos y las casas que reservaban curiosamente el estilo de Panonia, como las habitaciones dispuestas a uno y otro lado del corredor central. Incendiada una vez y para siempre, sus vestigios dejarían paso a la prolongación de la estepa más allá del Danubio.

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e imaginaba en compañía de Bleda, sorteando los vados y riachuelos que se atravesaban en el trayecto. En la soledad de la montura se me cruzaban imágenes audaces de jinetes ancestrales en la plenitud de la estepa; durante mi cautiverio entre los hunos aprecié el arte de la cabalgadura, intuía la importancia de su dominio en todo el apogeo del Imperio Romano, pero el efecto envolvente y fantasioso que producía en mí su ejecución, elevaba el espíritu, ahora en apresurada carrera por el margen del Loira, en compañía de Sanguibán y algunos jinetes de su guardia personal, volvía a recordar aquellos instantes fugaces de dicha verdadera. Sin la seguridad de sus lugartenientes, estaba confiado en mi criterio, demostrando una independencia de carácter que me permitía influenciar su juicio. Aprovecharía para demostrarle la conveniencia de nuestra alianza, en un día claro de primavera con la frondosa vegetación que otorga esta cuenca. Sorprendido por la vida que brotaba a su alrededor, se impresionaba por la gran cantidad de venados y jabalíes en estado salvaje, buena ocasión de demostrar sus dotes de cazador, que yo imaginaba, ejercían sus antepasados en condiciones muy precarias allá en el desierto de los Urales. Aunque no nos comunicábamos podíamos entendernos con gestos y expresiones de naturalidad que ya sabía valorar muy bien de todos estos pueblos nómades, su alegría no disimulaba el impacto que causaba el paisaje en él, y en los breves instantes de descanso no dejaba de recorrer con su mirada todos los rincones de este paraíso terrenal. Alentado por su buen ánimo lo conducía por los parajes donde sabía que no nos toparíamos con los nativos celtas, aún cuando reconocieran mi rango no estaba seguro de que lo respetasen.

Transcurrieron un par de días en la contemplación de aquel jefe alano que dejaba escapar su admiración por el entorno, gozaba de la cacería y demostraba una apertura más benevolente hacia éste emisario imperial que lo veía como un amigo, el plan original justificaba este viaje. Tranco a tranco deshacíamos la distancia, y mientras más vegetación bullía desde los parajes de Galia, más asertivo se mostraba el jinete, disparados como saetas a través del llano, en un terreno más despejado y desprovisto de altibajos o gradientes elevadas, sentíamos a la distancia la cercanía del mar,en la presencia de las aves típicas de su ambiente,algunas poblaciones celtas nos salían al paso pero en actitud pacífica, quizás aliviados por una distancia considerable respecto al epicentro de todas las calamidades en el mediodía galo. En mi curiosidad por su pueblo no podía eludir la evidencia de que su pueblo utilizaba los adornos geométricos y esos símbolos tanga que tanto significado le asignaban los guerreros, mi extrañeza surgía porque al conocer a los hunos, vándalos y burgundios, estos pueblos herederos de la estepa preferían el adorno zoomórfico, con estampas de lobos y dragones en sus atuendos personales, algo que no pude comprender por la diferencia en el idioma, lo único zoomórfico eran aquellos estandartes impregnados de la gran imagen del lobo, una adoración para los guerreros de la estepa. Si bien no hablábamos, nuestra comunicación se apoyaba en el terreno no verbal, el de las expresiones, ahí lo más significante fue comprobar aquella mañana al pie de la colina donde oteamos el océano profundo; su rostro petrificado por la emoción, denunciaba el gran impacto que le provocaba esa visión maravillosa, como de la tierra prometida. En la mirada pronunciaba la exclamación de este territorio que colmaba sus aspiraciones más íntimas. Yo le hablaba para reafirmar nuestro pacto pero él contemplaba impávido la insondable continuidad del mar.

En este viaje conocí mejor a los alanos y me permitió comprobar la real necesidad que tengo de ellos. Con ansiedad proyectaba alianzas y estrategias de ataque, en todas veía que era yo quien más necesitaba de esta relación, peor aún si se confirmaban las sospechas de una invasión masiva por parte de los hunos y sus vasallos germanos; sin miramientos por las consecuencias de esta nueva promesa territorial yo sólo proyectaba el frente de ataque de una contraofensiva violenta. El símbolo del dragón en sus estandartes era el grito de guerra que más necesitaba para las urgencias del presente.

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uere Gala Placidia. Años de integración pacífica con los bárbaros, sus sabios consejos al oído de Ataúlfo reformaron el estilo de los godos y aunque no es del todo mérito suyo, la fase de integración se facilitó al legitimar sus aspiraciones mediante el primer foedus firmado con el usurpador Constancio, segundo marido de la difunta. Que extraña coincidencia, los años permiten ver mejor la influencia que tiene alguien en el desenvolvimiento de una situación, éste es el caso que nos ocupa, pues su hijo Valentiniano recibió en su educación los consejos adecuados para no sustraerse de la alianza con los bárbaros para la mantención de Occidente en el firmamento de todas las civilizaciones. Muere Gala Placidia y se erige un mausoleo en su memoria para honrar los tributos que ella demandó para la ciudad de Rávena, casi como una obsesión de la perfecta casa de los emperadores, esa ciudad es el homenaje permanente que puede exigir un personaje de esta envergadura. De su rapto violento de Roma apenas se conserva el recuerdo de su entrega hacia el mundo godo, sin un sacrificio estéril sino con la simpatía de alguien que albergaba mejores esperanzas para ellos. Predilección por los bárbaros es aquello que conservó por muchos años Gala Placidia, aún en su puesto de tutora del joven emperador, lo condujo por el sendero de la integración, algo que no podemos asegurar cumplió de forma fehaciente. Recapacitar es el modo de pensar sobre los muertos, en sus decisiones caben todas las condenaciones pero en el paso del tiempo se dejan ver las luces de sus efectos. Gala Placidia lo supo al llegar su fin, pero lo reafirmamos ahora, ella es la causa fundamental del cambio de juicio, entre su élite respecto de los bárbaros.

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os francos de Tournai estaban liderados por Meroveo, gordo y excéntrico cavilaba todas las posibilidades de la alianza con el magíster militum, pero no se afanaba en cuidarse de su propia tribu, entre uno de sus clanes se planeaba afirmar a los hunos con tal de hacerse del poder. Enviaron emisarios hasta Valaquia, se reunieron con Atila y le hicieron ver su descontento con la gestión de su köening, aquel con olfato oportunista les concedió foro para representar a su tribu, desconociendo a Meroveo. Con esto era evidente que Atila ya pensaba en aliados al otro lado de los Cárpatos, y si venían hasta él tanto mejor, al parecer a este clan no le preocupaba la cercanía de otra tribus germanas como los ostrogodos, hérulos y gépidos que compartían afinidad con el líder huno y que llegado el momento reclamarían su tajada en la repartición de los territorios ganados. En la ceguera del poder suelen buscarse alianzas con los menos indicados y este clan no conocía el terreno que pisaba; para sellar este compromiso le aseguraron a Atila la mano de una de las doncellas a cualquiera de su corte que él designara, sólo con el propósito de asegurar su beneplácito con esta alianza. Con admiración observaban la manada de caballos que rodeaban el campamento huno, pensando en la conveniencia de contaron esta supremacía para sus miserables intereses. La sonrisa de Atila escondía lo insondable de sus pensamientos que diseñaban los planes de alianzas y estrategias de ataque en el lado prohibido. De Genserico obtendría el apoyo que sus incondicionales no podían darle, del mar una flota de miles de vándalos asegurándole la conquista de Roma con la promesa de un gobierno compartido en ese lado del Imperio. Los godos se afirmaban en Tolosa y al exterminar la amenaza bagauda soportarían sin desgaste su propia gestión en esa zona, pensaba Teodorico sin tanta intromisión de Aecio, pero los francos constituían una amenaza para su predominio, al menos así lo cavilaban sus lugartenientes que se oponían a las gestiones de apoyo del magíster militum para ubicar a los francos en una zona cercana a Auvernia, conociendo la propagación que tendría esta colonia más al sur según su experiencia. Sólo la lealtad de Avito reafirmaba el compromiso de los godos de Teodorico hacia él.

Traustila aún continuaba fiel a Aecio, en la nueva corte huna no sentía apoyo a su gestión por Occidente, desplazado por los lugartenientes del rey Atila, que le aconsejaban prescindir de los traidores camaradas de su hermano Bleda, en esa circunstancia intuyó que la actitud neutral de los hunos respecto de Rávena cambiaría al corto plazo. En uno de sus últimos viajes a la corte de Valaquia se enteró de las posturas más incisivas que influían en Atila y que provenían de Orestes, un filósofo bizantino que no disimulaba su antipatía por Occidente, al desmerecer el botín obtenido en Tracia los comentarios más recurrentes apuntaban a desviar la atención hacia el otro lado, y ese estado de cosas se imponía cada vez más, así que la impresión que se trajo Traustila no era optimista. Aún más le preocupaba la cercanía de esta nueva corte respecto de Dacia. Exiliado por los suyos y abatido por la amenaza que acechaba, el regreso era desalentador.

Aecio tenía las cartas justas para decidir lo correcto, ahora debía inclinar su balanza, asunto que no estaba tan fácil. De Rávena apenas se esperaba que las cosas siguieran igual tras los pantanos; mientras la huida hacia Bizancio estuviera asegurada para la familia real, lo demás estaba de sobra.

- Impredecible es tu amigo Aecio, luego de colocar a todos sus aliados en regiones de Occidente, le deja libre el paso a Atila, seguro ambos planifican la muerte de la familia imperial y su capital Rávena, ahora que mantiene la lealtad de los alanos en su mano realizará su sueño de hacerse del poder total.
- No me impongas un juicio injusto sobre la naturaleza de mi relación con Aecio, en las medidas adoptadas por mi para favorecer su gestión sólo existe la precaución de evitar un desastre mayor en las provincias apartadas, que no suceda lo de Britania y la Cartaginensis, su inigualable relación con los bárbaros, conocida por todos nosotros, ha obligado a perpetuar sus atributos de magíster militum, sumado a esto el apoyo que recibió de mi madre, qué podía hacer yo para evitar esto, al aceptar tu invitación a tu hogar no me esperaba un comentario menos juicioso que ese.
- Disculpa pero has de saber que yo auspicio los intereses más encontrados a la permanencia de esos grupos en Occidente, y en tu familia no es difícil encontrar respaldo al asentamiento de los bárbaros, en tu inmadurez reconocí la influencia de tu madre pero al parecer tú tienes tus propios prejuicios.
- Mejor será que pienses así, no conozco la idea que te ha dado de mí nuestro común amigo el eunuco Eutropio pero quizás te equivocas en adelantar mi apoyo a estos incivilizados que desmerecen nuestra cortesía al pensar en la debilidad de Occidente.
- Buen principio querido emperador, no te queda mal el título, lo sabes llevar bien por la gallardía de tu estampa, pero no arruines la oportunidad que tienes al desempeñar el cargo más poderoso de todos y que puede llevarnos al éxito de las conquistas si acaso supones mala influencia si acaso concuerdas en ver la mala influencia de Flavio Aecio.
- Siempre fue mala influencia, los panegíricos de Merobaudes solo contribuyen a fortalecer esta percepción, y supones bien al pensar en su incorregible actitud favorable a esos desalmados, sin trepidar en exigir más prerrogativas que lo coloquen en inmejorable posición para negociar ante ellos; en estos días he percibido como se las arregla a costa nuestra para impresionar a sus bárbaros.
- A costa tuya querrás decir, porque yo no le habría permitido propasarse más allá de la envergadura del cargo que detenta, si tu santa madre reposa entre los muertos, podrá demostrar al resto de los mortales cual es el real compromiso que tienes con ese desleal.
- Aún no reparas en las consecuencias que tendrá la arremetida de nuevos grupos por el Oriente, y quien sabe si es estrategia convenida con nuestro magíster militum, si sus hunos no le obedecen ahora me parece sospechoso por decir lo menos; de llegar a confirmarse todo este plan-. Valentiniano pensaba en las consecuencias de estos hechos, no era difícil anticipar el mar de tribulaciones que tendría para Occidente una masiva entrada de bárbaros, similar a la del 406, el emperador aparentaba calma ante Petronio Máximo pero el hábil aristócrata leía la preocupación en su cara.
- Mi joven emperador, bien sabes que nominalmente aún concentras todo el poder del Imperio, tú llevas la púrpura y la diadema, mantén este orden de cosas pero prevé el futuro mirando hacia Oriente, sólo en tu familia real es posible encontrar a los verdaderos aliados, lo que suceda es imposible de detener ya que la contundencia de las armas está de parte de Aecio, pero el conocimiento del poder y su administración sólo es permitida a los hombres de nuestro linaje, deja que él se empecine en sus alianzas y pactos de hospitalidad, tú mantén la frente al otro lado esperando que la unidad del Imperio pueda hacerse realidad una vez más y los ejércitos que precedieron la gloria de nuestros antepasados volverá a hacerse realidad.

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- Ese Atila es una fiera y tiene mucho prestigio entre los hunos, aunque ha colaborado con la detención de bárbaros dentro de Galia aún es temprano para asegurar que ambos no tienen nada que ver en la destrucción de Carnuntum, perder este territorio es inconcebible, nada tendría sentido ni justificación, tú sabes el riesgo que supone la pérdida de más territorio, este episodio debe resolverse luego y debemos emplazar a Aecio respecto a su lealtad.
- Si te gustan los juegos allá tú, yo sólo voy por el camino seguro que me plantea la indisponibilidad de quien siempre se ha jactado de su buena relación con los bárbaros, te debes precaver de él, considera el riesgo de dejarle toda la iniciativa en sus manos, ya debieras pedir auxilio para conformar una fuerza combinada con Oriente.
- Eres pesimista, él ya debe estar pensando la forma de contrarrestar esta invasión, sólo que las alianzas que surjan tendrán más poder si se llega a la victoria, pero eso no importa, el riesgo que se cierne en estos momentos reclama su autoridad para resolver la batahola-.
- Te digo y repito que en la unidad del viejo esplendor del Imperio Romano Occidental se logrará restablecer el equilibrio de fuerzas en la región, yo soy insostenible si me dejo llevar por la senda de Aecio, hay mucho que resolver y me parece importante tu adhesión a la familia Imperial-. En este debate el rostro parco del aristócrata se trocaba en gentileza al sugerirle mejor avenencia con los miembros de la realeza y a través de ellos con el patriciado aristócrata que alguna vez detentó el poder romano.

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odía percibir el rumor de los pastos, estaban en occidente. Era un pálpito infalible, apenas a costa de refugiados, territorios perdidos, olor a cenizas y demás signos de avance, todo estaba sumergido en las visiones de mis sueños, yo lo vi antes, despertando angustiado por el impacto sudoroso de las incontenibles legiones de Atila, ahora que no contaba con su respaldo, intuía lo débil de mi posición. Desvelado impenitente era conducido al mirador de un futuro aterrador, noche tras noche sufría los embates de las hordas estepáricas, podía ver su febril voluntad conquistadora en visiones fantasmagóricas que me alertaban lo que iba a ocurrir y yo amanecía humedecido por la fuerza de tales visiones, sin demostrar preocupación continuaba adelante procurando tener todo bajo control pero nada seguía igual mientras yo estaba más perdido, adelantando las opacas resonancias de esos sueños envié adelantados a las zonas en problemas y pude comprobar por anticipado la presencia de elementos bárbaros en la región de Dacia, las caídas de Carnuntum y Aquincum no eran novedad para mí es esa época, todo cobraba sentido y las invasiones que quebrarían las defensas danubianas resentían mis sentidos hasta tocar la piel erizando los pelos. Inquebrantable prolongué mi ignorancia ante las autoridades de Rávena para no provocar pánico. Difícil fue evitar la irradiación que estos acontecimientos iba provocando mientras pasaban los días, aún considerando la capacidad de respuesta en esas regiones, insostenible se derrumbaron las escasas guarniciones fronterizas y los poblados sucumbieron al saqueo casi como el advenimiento de una plaga. Yo soñaba con la faz de Atila, erguido ante su tropa, pronunciando un discurso triunfalista, mientras los escombros de Carnuntum arrasada servían de escenario ante la contemplación de su ira. Miles de jinetes remontando los vados del Danubio, subiendo las alturas de los Cárpatos, acechando cerca de las poblaciones galas, en qué momento ocurrirían la debacle total, en qué momento.

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- Me ha ofrecido la custodia de Orleáns, a cambio de territorios cerca del mar, allá por Armórica, le debo adhesión a los romanos, estoy convencido que no tenemos mejor opción ante nosotros, pero debo tener el apoyo de todos o de ninguno.
- Suerte que tenemos a los romanos de nuestro lado, no veo las dificultades que tiene esta alianza pero cuida de los intereses de tu pueblo, debes pensar en que estrategia bélica se empeña Aecio para insistir en nuestra cooperación, no malinterpretes mi pensamiento pero lo veo demasiado ansioso en este plan mientras te deslumbra con la posibilidad de llevarnos al mar.
- Habla en serio, fíjate que desde Goar no hemos alcanzado una alianza tan significativa como esta, tenemos a cargo una fortaleza como Orleáns, en un territorio que conocemos muy bien, qué riesgos pueden cernirse en estas tierras que soliciten nuestra participación, aún estamos bajo el edicto que nos autoriza a pastar con el ganado por toda Auvernia.
- Te olvidas de los hunos, ellos igualan la técnica y superan nuestra capacidad en el arte de la batalla a caballo, nos desalojaron de la estepa hace muchos años atrás, obligándonos a entrar en los dominios occidentales muy a nuestro pesar, esa historia nos confronta nuevamente, por lo demás ¿dónde quedó la amistad de Aecio con los hunos?, los de Traustila son menos que un clan fervoroso y partidario del magíster militum, pero el rey de Valaquia tiene todos los números a su favor, y si el romano ha osado despertar su ira, ¿acaso nosotros ocuparemos el rol de los hunos?.
- Hablas demasiado-, alza la voz Sanguibán, deteniendo en seco las cavilaciones de su contendor,- acaso olvidas que los de Atila se entretienen en Oriente saqueando las ruinas de Grecia, qué puede hacerles voltear hacia Occidente, estas delirando con amenazas que coexisten, además esa historia del desalojo de las tierras del Don esta retocada por muchas generaciones que exageran el perfil de los hunos, yo mismo no creo tanta calamidad; más daño nos produjo la escisión de nuestro grupo a manos de Respendial con el cual apenas entramos a Occidente.
- Pobre de la joven generación que apenas se cree el mito de la eternidad del lobo de la estepa, si no temen a los hunos entonces a qué, me parece que no procedes en sano juicio al descalificar las historias que relatan las generaciones que te preceden; te advierto de los rumores presentes sobre el advenimiento de los hunos al otro lado de los Cárpatos, aseguran que las guarniciones de Carnuntum y Aquincum cayeron en manos de Atila, así que empieza a moderar tu juicio, para tomar partido en estos acontecimientos que te elevan como protagonista.
- Eres un viejo sabio, pero no le temas a los hunos, que en estas generaciones han logrado pactar acuerdos con los romanos, no podrían torcer esa voluntad ahora, además quien podría colocar a los romanos en su lugar si no son ellos y por lo tanto en inferioridad de elementos lo aconsejable es unírseles en el peor de los casos.
- ¿Pactar con los hunos?, estas desquiciado Sanguibán, en tu impulsivo juicio confiarías en la supremacía huna, ellos no pactan con nadie, los romanos le han cedido territorio en Oriente con la promesa de aquietar sus ansias de expansión, para los demás ellos son insondables en sus decisiones, sólo acatan sus apetitos y no renuncian a ningún territorio de antemano, aceptan las condiciones en el campo de batalla y no en otro lugar.
- Algo de ellos tenemos,muy difícil ha sido nuestra convivencia aquí con los nativos y nuestros acuerdos no nos han colocado en mejor pie que antes,los romanos nos valoran,al menos Aecio,y le hemos retribuido con servicios de exclusiva limpieza deshaciéndonos de los indeseables bagaudas,tan diferentes a los hunos no somos porque aún somos nosotros sin renunciar a nuestra naturaleza por un puñado de tierra,al menos reconoce que no nos seduce el estilo sedentario occidental.
- Aún no pero los acontecimientos pueden tomar una trayectoria distinta, mal no estamos porque seguimos nuestra naturaleza, pero ya intentamos eso hace años en un reino de antaño que tú olvidas por desprecio a la historia y la ráfaga de los hunos aniquiló todo eso, ahora tu hablas de negociar con los hunos manteniendo nuestra naturaleza, te digo que equivocas el juicio.
- Así será, pero los romanos aún necesitan de nosotros y esa necesidad nos mantiene en nuestra naturaleza.

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ecesitaré la caballería alana, en la infantería los godos pueden rematar la ofensiva huna, parece un sueño increíble conjugar a todos los bárbaros en un plan de contraataque occidental. A ver que pensará Valentiniano cuando piense en las soluciones a la avanzada de Atila, a ver como le queda su odio a los bárbaros y esa intolerancia a pactar con ellos. Si me arriesgo en conceder más atribuciones a mis aliados quizás se produzca la debacle en Rávena, puedo prometer territorios a mi antojo, puedo separar Galia del resto del Imperio y me quedaría tranquilo en una región que bien conozco, pero lo destemplado de las apreciaciones nos conducirá a la desintegración, forzaré el cambio y lo sé de antemano. “Hay que ganar la altura”. En la voluntad de los acuerdos no se encontrará la paz del futuro, sólo en la comunión de los esfuerzos podemos salvar al Imperio de Occidente. Pero que puedo esperar del Mediterráneo, que desearían ellos para que salve la honra perdida desde Augusto, porque disculpar tanta arrogancia y falta de sentido, jamás seguí los patrones convenidos por el patriciado y no me plegaré ahora a las demandas de autodeterminación aristocrática sin consultar la deliberación de mis convicciones. “Desde la altura podré avizorar la vastedad de su ejército en formación ejemplar”. Pero mis sentimientos seguro que me llevarán hasta la respuesta de todas mis dudas; como si no supiera que los bárbaros son mis aliados en estos días aciagos, como si el pasado no significara nada ahora veo con claridad donde me conducen los pasos, con el color de mis ansias adivino lo que viene y no me espanta la reacción de las capitales regionales, si los campos albergaran ejércitos de peludos germanos consentidos en pactos de hospitalidad, quizás ellos podrían sostener la mejor de las defensas en este vasto territorio. “la colina más alta me asegurará el triunfo”. Así es el infierno de las circunstancias que toman mi vida para reclamar decisión.

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a población nativa en la conflictiva región, sometida a la invasión, desconfiaba de las movilizaciones romanas para contrarrestar el enemigo, sobretodo en la consabida amistad que detentó históricamente Aecio con respecto a los hunos, más bien parecía un ardid para esconder la intención de someter a todo el Imperio bajo las órdenes del magíster militum; pensando en esta cuestión Aecio albergaba más confianza en los temores de los bárbaros asentados en Occidente para informarle del movimiento de los hunos y sus vasallos germanos. De esta manera logró ventaja al contar con la asistencia de guerreros burgundios deseosos de granjearse la confianza del líder romano. Los seguimientos abarcaban la margen de los principales afluentes de Dacia, trayecto obligado para la sedienta cohorte de Atila. Pero lo que no estaba en los cálculos de nadie eran las insondables vaguedades del pensamiento de Atila que en un rumbo desconocido se aventuraba más a Galia de lo que nadie hubiera creído. Así sucedió lo de Metz en Bélgica, como una advertencia de lo que venía. En unos meses cruzaban la vastedad de los territorios periféricos de Occidente, apenas complacidos por el abandono que los propios romanos concedían a esos poblados de Dacia otrora magníficos reductos comerciales. Con más astucia que oportunismo, Atila supo esquivar todas las conjeturas sobre sus movimientos en esa zona, descartando las empobrecidas poblaciones que se ubicaban más allá de Galia; lo del incendio apenas queda para la fantasía del presente, es el fantasma de su presencia en Galia lo que s

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