Cosas Nuevas y Viejas (Apuntes Sevillanos) by Manuel Chaves - HTML preview

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LA MONJA ALFÉREZ

Bien conocida es la historia de la originalísima mujer doña Catalina deErauso, monja en San Sebastián, que mal avenida con su sexo, se fugó delconvento en 1607, á la edad de quince años, y disfrazada de hombre,marchó á Indias, donde siguió por mucho tiempo una vida llena de lancesy aventuras, que no es del caso recordar, sentando después plaza en elejército, donde por su valiente comportamiento y los muchos hechos dearmas en que tomó parte, logró el grado de alférez. Y sabido es también,cómo fué allí descubierto su sexo y vuelta á España en 1624, donde lafama de sus hechos y extraña historia, se divulgó bien pronto, llamandola atención de todos, alcanzando tanto renombre, que en 1625, el reyFelipe IV le mandó dar 800 escudos en premio de su valor y el título dealférez, y el papa Urbano VIII le concedió especial permiso para quedurante su vida usase, como hasta allí lo había hecho, el trajemasculino.

Esta singular mujer estuvo en Sevilla en 1630, cuando su nombre eraconocidísimo en toda la península, y aquí permaneció breve tiempo,disponiéndose para embarcar de nuevo á América, siendo aquél su últimoviaje, pues la monja alférez desapareció en 1635, sin que se volviesemás á saber de ella.

En Junio del citado año de 1635 doña Catalina de Erauso vestida con sutraje militar, paseó las calles de la capital de Andalucía, excitando lacuriosidad de todo el pueblo, y siendo recibida en las casas másprincipales, donde suspendía á cuantos la escuchaban con el relato desus novelescas aventuras.

El día 4 de Julio fué á la Catedral sevillana la monja alférez, dondeoyó misa, y cuenta un testigo que, á su entrada y salida del templo, larodeó la gente curiosa, que la siguió por las calles hasta su posada.

Vivía entonces en Sevilla el celebre pintor Francisco Pacheco, y esteartista, excitada su curiosidad por aquella mujer singular, la llamó ásu estudio y le hizo un notable retrato al óleo, retrato del cual da lassiguientes noticias don José María Asensio.

«Pacheco aprovechó su permanencia en Sevilla (la de la monja alférez)para hacer su retrato, cuyo original, vendido, según parece, por uncomisario de guerra sevillano al coronel B. Shepeler, encargado denegocios de Prusia en Madrid, vino á parar á poder de don José MaríaFerrer, quien lo publicó en la historia de aquella mujer extraordinariaen la edición que se hizo en París en 1829.»

El capitán Miguel de Chazarreta, que iba de general de la flota deIndias en 1630, se dispuso á llevar con sus tropas, á la monjaalférez, y según el testimonio del contador Manuel Fernández Pardo,oficial mayor que era entonces de la Contaduría de la Casa Contrataciónde Sevilla, en los libros de dicha Contaduría se sentó la cédula del reyy el pasaje de la famosa guipuzcoana con el título de el alférez doñaCatalina de Erauso.

Un antiguo escritor de curiosidades sevillanas, el ya nombrado don DiegoIgnacio de Góngora, da noticias de la estancia en Sevilla de doñaCatalina, y escribe en este punto las siguientes líneas:

«Yo hablé con el P. Fray Nicolás de Rentería, religioso capuchino, quemurió portero en el convento de religiosos capuchinos de Sevilla, hombreya muy anciano, que, siendo mozo y seglar, había estado en las Indias,en la provincia de Nueva España, el cual me dijo que había conocido á la monja alférez en Veracruz, donde tenía una recua de mulos para llevarlas ropas y mercaderías que traían la flota á Méjico y tierra adentro ybajar la planta que embarcaban los galeones, y que había realizado muchocaudal en este género de tráfico y ocupación.»

Partió la monja alférez de nuestra ciudad en el verano del mismo añode 1630 con la gente del capitán Chazarreta, dejando por largo tiemporecuerdo de su estancia en Sevilla y recuerdos en la memoria de todos desu porte y traza, y que describe así uno de sus biógrafos:

«Era Catalina demasiado alta como mujer, aunque no tenía la estatura nila presencia de un arrogante mozo. De cara no era fea ni bonita. Erannegros, brillantes y muy abiertos sus ojos y las fatigas más que losaños alteraron pronto sus facciones. Llevaba los cabellos cortos comolos hombres, y perfumados, según la moda. Vestía á la española. Poseíaaire marcial, llevaba bien la espada y su paso era ligero y elegante.Sólo sus manos tenían algo de femeninas, en las palmas más que en loscontornos, y su labio superior estaba cubierto de negro y ligero bozo,que, sin ser verdadero bigote, daba un aspecto viril á su fisonomía.»

Tal era, físicamente, aquella monja sin par, y tales las curiosasnoticias que existen de su estancia en Sevilla, donde tanto llamó laatención de las gentes.

LA ÚLTIMA HAZAÑA DE UN VALENTÓN

Juan Morán era mozo de chapa, valentón de oficio, aficionado á lo ajenoy hombre que había en su larga carrera cometido tantas tropelías, queal cabo y al fin vino á dar en que la justicia le condenase á la pena dehorca, como remate á sus numerosos delitos.

Al efecto, el día 6 de Septiembre de 1633, reuniéronse en la Audiencialos alcaldes de Sala, y con todas las ceremonias comenzaron la relaciónde la causa del ínclito Morán, que muy contrito y arrepentido, alparecer, escuchaba la relación de la cuenta interminable de suscrímenes.

Mas de pronto, acordándose el valentón de lo que había sido, yencendiéndose su sangre toda ante la idea de que iba á morir sin honrani provecho, tuvo un arrebato vehementísimo, y sacando un cuchillo queoculto llevaba, fué su primera acción acometer al alcaide de la cárcel,Antonio Brito, que estaba más próximo, hiriéndole de una terriblepuñalada que lo derribó, y al punto, sin perder instante, cogió unaespada á otro sujeto, y armado de ella subió las gradas del estrado conintención de asesinar á sus severos jueces.

En la sala se produjo una confusión espantosa: todos gritaban, todosestaban en movimiento, y los señores alcaldes, que se vieron venir sobreellos á Juan Morán, saltaron de sus sillones y detrás de los asientosmuy agazapados procuraron esconderse llenos de terror, pues todos seveían ya atravesados por el acero del bravo.

Así lo hubiese ejecutado el valentón si no da la casualidad que, ya enel estrado, tropezase y cayese, en cuyo punto se arrojaron sobre élalguaciles, mozos y público y le hirieron ferozmente.

Media hora después estaba la horca levantada en la Plaza de SanFrancisco y á ella fué arrastrado Juan, á quien habían cargado decadenas.

Después de ejecutado el valentón se le cortó una mano, que se clavó enla puerta de la Cárcel real, siendo este el desgraciado fin de la vidade Juan Morán, de cuyos hechos he visto más de una antigua relaciónimpresa.

LA HERMOSA POSADERA

En la calle de Harinas existía una posada de las más acreditadas de laciudad y de la que era dueño un matrimonio que tenía cierto capital,pacíficamente adquirido en el ejercicio de su comercio.

La esposa era, según las memorias, mujer muy hermosa, y á lo que parece,debía de estar prendada de su marido, y ser, á más, honesta y muycumplidora de sus deberes.

En el año de 1633, un caballero navarro y de posición, que vino áSevilla á particulares asuntos, hospedóse en la posada de la calle deHarinas, y como quiera que el tal fuese joven y de sangre inquieta,comenzó á requebrar á la mujer del posadero, con tanta insistencia y tanarriscado, que la mujer llegó á alarmarse, viéndose precisada á tomaralgunas medidas para defenderse del peligro que la amenazaba.

Don Bernardo de Beamonte, que así se llamaba el caballero, era, comobuen navarro, testarudo, y la negativa de sus pretensiones amorosas leempeñó más y más en ellas, dándose el caso de que la posadera, paraevitar encuentros y asechanzas, adoptase, como prudente medida, la deirse por algunos días á vivir con ciertos lejanos parientes.

Entonces don Bernardo, que no debía ya estar muy en su juicio, dedicóseá buscarla por toda la ciudad, y así anduvo el hombre varios díasbebiendo los vientos, sin resultado alguno. Mas héte aquí que el SábadoSanto, al pasar el enamorado por las gradas de la Catedral, vió salir dela Basílica á la hermosa posadera, que acababa de oir la misa mayor, ylo mismo fué verla se dirigió como un rayo á la mujer, que, asustada dela actitud de don Bernardo, volvió á entrar en la iglesia, temiendoalgún desastre.

Y no fueron, á la verdad, infundados sus temores, pues el caballeroacercóse á ella, volviendo á reiterar sus pretensiones con violenta yturbada actitud, causándole tal explosión de enojo y cólera el verse,como en otras tantas ocasiones, rechazado, que allí mismo tiró de ladaga y con ella se avanzó á la mujer, hiriéndola gravemente en elhermoso rostro, causa de sus desazones y de sus inquietudes.

El escándalo que á la puerta del templo se produjo fué enorme, yaprovechando entonces la confusión de los primeros momentos, donBernardo huyó entre la gente, llegando á buscar asilo al convento delCarmen, que era el recurso entonces de los que cometían un delito.

Allí quedó oculto el navarro por unos días, sin que la justicia supierasu paradero, ni tampoco lo conociese el marido de la posadera, que teníagran empeño en dar con el que tanto propósito había demostrado endeshonrarle.

Pero de allí á poco el esposo, fué más afortunado que los golillas, yhabiendo sabido el lugar donde don Bernardo de Beamonte se ocultaba, eldía 28 de Marzo de 1633, fuése muy disimuladamente al convento, yhabiendo conseguido llegar hasta la celda que servía de prisión alcaballero, lo encontró descansando muy descuidado, y sin andarse con máspalabras, le asesinó con un cuchillo.

Preso el matador, fué juzgado inmediatamente, pero tales fueron lascircunstancias que en el hecho concurrían, que la justicia, el día 18 deAbril, lo puso en libertad bajo fianza, según consta en las Memorias sevillanas de donde tomo la noticia de este suceso.

Lo que no dicen las Memorias es si el rostro de la mujer quedó muydesfigurado con las cicatrices de las heridas que le causó su acaloradopretendiente, á quien tan caro costó el prendarse de posadera honesta.

ESPEJO DE ESCRIBANOS

No hacen memoria alguna los historiadores, de un escribano del crimen dela real Audiencia, que vivió en Sevilla hace tres siglos, y por ciertoque es gran lástima, y es imperdonable olvido, pues el tal quedó comohombre famoso y dió mucho que hablar en la ciudad y metió en ella ruído,teniendo que intervenir en sus asuntos el mismo rey Felipe IV y todo elConcejo, como verá el que siga leyendo.

Don Roque Simón era el nombre del escribano, y aunque en un principiotenía escasa fortuna, tomó un Oficio, y apenas se vió con él, supo darsetales trazas, empleó tales manejos y se metió con gente de tal calaña,que llegó pronto á revestirse por sí de una autoridad con la cual llevóá cabo los más desatinados desmanes.

Claro que en principio tuvo por protectores á los alcaldes que leayudaron, pero andando el tiempo, y dicho sea de verdad, llegó elescribano á imponerse de modo, que señores muy graves de la Audiencia letenían miedo y dejábanle por esto hacer cuanto le viniese en mientes,que no era poco.

El buen don Roque era toda una hormiguita aprovechada, y así no fuéextraño que con gran asombro de muchos le vieran en poco tiempo dueñode fincas, con criados, caballos y lleno de grandes comodidades.

Verdad es que para tenerlas, no reparaba en escrúpulos, y así se lasmanejaba de manera harto donosa, siendo protector de rufianes yvalentones, á quienes sacaba el dinero por tenerlos al amparo de lajusticia, teniendo de su particular predilección á Juan de Barrio,rufián célebre en Sevilla por sus tropelías, y á otros no menosconocidos como Francisco de Espino, Francisco Bautista, Medrano yEscamilla, siendo también muy señalada su protección á la Garrida y áMaría Pérez, dos mozas de chapa, regatonas de pescado en la Costanilla.

Con otros vendedores de pescado y con los de diversos artículos, cometíael escribano no pocos atropellos y hacíales, con amenazas, que le dieranlo mejor que había en el mercado, como cualquier municipal de nuestrosdías, y cierto viernes de Cuaresma, como no había un pescado que quería,la emprendió á golpes con un vendedor, á quien encima mandó á la cárcel.

Aceptada como medida de mayor aprovechamiento, andaba también elescribano con los del contrabando y tenía con la mayor desvergüenza, unafalúa para introducir géneros en la ciudad, siendo no pocos los abusos ydesmanes que llevaba á cabo con otro compinche en el río, donde á másimpuso su autoridad á los pescadores de Triana.

Y para que se vea cómo las gastaba Roque Simón, copiaré del manuscritode la Información, estos dos casos:

«El verano pasado, porque el nevero que vendía en la Alameda no leguardó nieve, fué á su casa y lo injurió con muy malas palabras y lohizo, por su autoridad, llevándolo á la cárcel de la audiencia, donde lotuvo tres días, haciéndole muchas molestias, de que hubo muy grandenota....»

«En la Pascua Florida, que agora pasó, porque un hombre que te trujounos jamones pidió dos reales por la traída, embistió con él y le dió debofetadas á mano abierta y de empellones y coces en el Oficio de Mateode Sisa.»

Esto de abofetear á los que le parecía, era procedimiento que usaba confrecuencia el famoso escribano del crimen, y así, en cierta ocasión laemprendió á bofetones con un sastre en su mismo despacho; en otra con unsillero de calle Colcheros, y con los vendedores ambulantes de laCostanilla y el Salvador lo hacía con frecuencia, llegando en susvalentías á hechos como éste, que da gráfica idea de lo que era el mozo,y que para él no existía el respeto y consideración al sexo débil.

«Iten que por maltratar á algunas personas con quien tiene enemistad, seacompaña con los alguaciles, que rondan, tomando la administración de lajusticia por color para sus intereses, como lo hizo con doña Gerónimade Ledesma, que tiene casa de posada en la calle de Bayona, y rondandocon Lorenzo López, alguacil de la Justicia, fué á su casa y la deshonróde muy feas y afrentosas palabras, dándole muchos golpes y empellones, ylo mismo hizo en otra ocasión con doña Francisca de Villalobos,llamándola de... haciéndola presa en la cárcel, en que hay mucha nota.»

En fin, para que nada le faltase á Roque Simón, también le daba por lasfaldas y andaba siempre enzarzado en amoríos y enredos femeninos, comoasí se hizo constar en su información, diciendo que «ha muchos años queestá amancebado y en pecado público, con mucha nota y escándalo, primerocon doña Ana Tabique, á quien ampara, y después de ella con doña F.de Ledesma, y siendo casado, come y duerme con ella, y da mala vida ásu mujer muy públicamente, y por celos de un clérigo lo hizo prender ytuvo mano para que, siendo ordenado, lo llevasen con los de la leva.»

Siguiendo su acostumbrado procedimiento, Roque Simón insultó y prendiósin motivo alguno, en 8 de Octubre de 1636, á un panadero del Salvador,llamado Lope Gordillo; pero aquel atropello no le salió tan bien comotodos, pues sabiéndolo el teniente mayor del Asistente, que tenía deseosde poner ya coto al escribano, hizo prender á Roque, llegando á tanto laosadía de amigos y compinches que la sala de alcaldes se llevó la causa.

Entonces la ciudad recurrió al rey, que, enterado del caso, envió en 20de Noviembre de 1636 una provisión al regente de la Audiencia deSevilla, que lo era don Paulo de Arias Temprado, mandándole que abrieseinmediatamente escrupulosa información sobre la vida y milagros delfamoso Roque y que se remitiera al Concejo.

A esta Información, que se comenzó inmediatamente, pertenecen lospárrafos que más arriba dejo copiados, siendo gran lástima que, así comose conserva en el Archivo Municipal ( Papeles importantes: Tomo 3) eldocumento, no le acompañen las últimas noticias de las penas que seimpusieron á Roque Simón.

Verdad que bien pudiera haber ocurrido que, por su buena mano, quedasesin castigo ó con castigo leve, que tal ocurría á veces con la justiciade antaño.

EL PORTUGUÉS PEREA

Cuando ya parecían extinguidos en Sevilla los protestantes, que tantodieron que hacer á la Inquisición y á las justicias en el siglo XVI,alzáronse en los comienzos del siguiente rumores de que los reformadoresintentaban de nuevo promover inquietudes, y ante el temor de que sevolviera á los días del doctor Constantino de la Fuente, de CiprianoValera y de Egidio, los señores del Santo Oficio abrieron el ojo ycomenzaron una persecución activísima contra cuantos pudieran, aun demuy lejos, resultarles sospechosos de herejía luterana.

Por este tiempo, que no era á la verdad el más apropósito, vino á lacapital de Andalucía huyendo de su patria nativa un portugués, deapellido Perea, hombre listo, y cuyas ideas en materias religiosas nodejaban de ser harto sospechosas.

Perea tenía mucho de aventurero y no poco de valentón, y así fué que notardó en ponerse en contacto con gente de baja ralea, y bien fuera porconvicciones, bien por buscar con aquello medios de ir viviendo,dedicóse, embozada y ocultamente, á hacer propaganda de luteranismo enterreno que, ciertamente, no estaba preparado para que la semillafructificase, como antes había sucedido.

Reunió Perea algunos adeptos, gente de poca monta, pero no tardaron enllegar á oídos de la Inquisición los manejos del portugués, y en loscomienzos de 1636

decidieron apoderarse de su persona.

Al efecto, una noche presentáronse los inquisidores en su casa, donde lesorprendieron en una de las habitaciones de ella, sin que Perea hicieseresistencia alguna; antes al contrario, con muy prudente actitud ymesurado tono, hizo presente á los esbirros del tribunal que estaba ádisposición de ellos, rogándoles, sin embargo, que aguardasen algunosinstantes, pues tenía urgencia de evacuar una imperiosa necesidad en quenadie podía sustituirle.

Asintieron ellos, y Perea entró en otra estancia inmediata á la que seencontraba, cerrando pudorosamente la puerta de ella.

Pasaron algunos minutos y hasta un cuarto de hora, y viendo los de lavela verde que se dilataba la ausencia, y que no contestaba á las vocesque le dieron, penetraron en la habitación, viendo con sorpresa que elpájaro había volado por una ventana que se hallaba abierta y la cualdaba á un callejón excusado y tortuoso.

Salieron los inquisidores chasqueados y furiosos de la casa delportugués, sin que fuera posible dar más con su persona, apesar de lasactivas diligencias que se llevaron á cabo, y de los varios medios quese pusieron en práctica.

El 23 de Agosto de 1637, celebró la Inquisición auto de fe en SanMarcos, y en él se leyó la causa de Perea, el cual, averiguadas todassus heregías, era condenado á ser quemado vivo.

Pero como el portugués no se hallaba á mano, los inquisidores tuvieronque contentarse con quemar una estatua de cartón y paja, que lorepresentaba con toda propiedad, y Góngora dice, haciendo mención deeste suceso: «Súpose más tarde que (Perea) estaba en Holanda y por esose quemó su estatua entre otras.»

Y esta fué de las pocas veces que con ingenio pudo un reo burlar alodioso tribunal, estando ya casi cogido en sus garras.

EL MARQUÉS DE BUENAVISTA

El marqués de Buenavista murió de manera violenta el año 1638, y lascausas de esta desgracia, que fueron en verdad curiosas, bien merecenser consignadas.

Hallábase la mañana del 21 de Diciembre del citado año, en el edificiode la Aduana, don Martín de Medina, marqués de Buenavista, presenciandolas ventas que allí se hacían, cuando, por motivo de un negocio queestaba haciendo un sujeto llamado Francisco Ginés, enzarzóse con él depalabras, que bien pronto subieron de punto, pues el tal marqués era, yesto le venía de familia, colérico y nada prudente.

Como quiera que interviniesen algunas personas en la disputa, éstaslleváronse al señor marqués, mal de su grado, y la cosa quedó porentonces allí, si bien no había de tardar en llegar á un funestoextremo.

Algunas horas después de la disputa, ocurriósele á Francisco Ginés,acompañado de un sirviente, pasar por casa del de Buenavista en ocasiónen que éste estaba á la puerta, y lo mismo fué verlo el señor, comenzó áinsultarlo con las mismas descompuestas palabras y aun otras de másgrueso calibre, que hicieron fijar la atención de los transeuntes ypersonas que por allí á la sazón discurrían.

Escuchaba

Ginés

todo

aquel

chaparrón

de

insultos

con

cierta

resignación,limitándose á contestar alguna vez al marquesito, aconsejándole lacalma, cosa que también el criado hacía, lo cual tomó el joven caballeroá poquedad y achicamiento de ánimo, por lo que, exaltándose más y más,llegó á levantar su espada con intención de descargarla sobre elprudente Ginés, lo cual ya acabó con la medida de su paciencia, ycolmada con creces, se retiró á su domicilio, que no estaba muy lejosdel de su señoría; pero al llegar á este punto dejaré la palabra á unhistoriador, que dice:

«El Francisco Ginés entró en su casa y trajo su espada, y embistió conel marqués de Buenavista, y apartándolos los que se hallaron allí, elcriado le dió una herida mortal, de la cual murió dentro de dos días ótres; y los agresores escaparon; y andando el tiempo, dentro de un añose libró el Ginés y el criado se desapareció.»

Y el mismo curioso autor contemporáneo de estos sucesos, añade, despuésde haber dicho que el padre del marqués habíale afeado á su hijo laprimera disputa en la Aduana, aquella tarde del día 21 de Diciembre de1638:

«Los parientes del difunto, que son muchos y muy calificados, conocieronla razón, y que su propia presunción y soberbia le quitó la vida al donMartín de Medina, marqués de Buenavista, si ya no discurrimos que el nohaber querido desistir, habiéndose interpuesto el padre, y reprendídolediciéndole que estaba muy soberbio y vano, le ocasionó la muerte, comosucederá con los que no obedecen á sus padres.»

UN INQUISIDOR HUMILLADO

Era inquisidor mayor de Sevilla en 1638 el señor don José Ortiz deSotomayor, personaje campanudo, de gran coranvobis, soberbio como élsólo y tan poseído de su persona y cargo, que se hacía servir como unreyezuelo despótico y arbitrario.

Este señorón andaba algo picado con el Cabildo Catedral por diversascausas, y deseando hacer ostensión de lo que valía y de cuánto era supoder, el día 14 de Agosto del citado año, en el cual celebrábase en laBasílica sevillana una gran fiesta por cierta bula que había concedidoel Papa, y el templo estaba lleno de autoridades, de personajes y demuchos fieles y fielas, presentóse el inquisidor á manera deprincipote indio, rodeado de criados y seguido de un paje que le llevabala falda del traje talar.

Esto de la falda alzada no era permitido más que al arzobispo, por locual, cuando los canónigos que estaban en el Coro supieron la forma enque el inquisidor llegaba á la puerta del templo, mandaron á decirle conurgencia, que si quería entrar en la Catedral se dejase de que lellevaran la cola.

Cuando esto supo el señor Ortiz de Sotomayor, púsose colérico y enviórecado á los canónigos diciendo que con falda alzada había de entrar yque no había más que aguantarlo, dando esto motivo á diversos recados ydimes y diretes que casi interrumpieron toda la gravedad de lasolemnidad religiosa y dió bastante que murmurar al concurso, terminandoel incidente, por entonces, con que el hinchado inquisidor entrase en eltemplo y saliese de él muy orondo y ufano, seguido del pajecito que lellevaba la discutida falda.

Alborotóse el cabildo eclesiástico, y no queriendo que le pusiesen elpie delante en cuestión de tanta trascendencia, envió á Madrid uncanónigo para que trajese resolución de los altos poderes para saber áqué ajustarse en adelante.

Y fué lo bueno que la tal resolución vino contraria al inquisidor, puesse decía en ella que cuando fuese á la iglesia con el tribunal podríallevar la cola alzada, bajándola al llegar á la capilla mayor, pero quenunca se permitiese ni esto cuando fuese solo.

La rabia del señor don José, al conocer la nueva, fué terrible, pero notuvo otro medio por entonces que acatar lo mandado, terminando así estacuestión de faldas....

eclesiásticas.

LAS TAPADAS

Costumbre muy arraigada era en las mujeres españolas en los siglos XVI yXVII salir á la calle cubiertas con mantos, y de las más afectas á eseuso lo fueron las damas de Andalucía, y particularmente las sevillanas,que en esto de ir tapados los rostros como en otros varios hábitos quetenían, veíanse claros los restos de costumbres mahometanas de lejanosdías que no habían podido desechar, dado que aunque ellas no quisieran,algo de sangre moruna por sus venas corría.

Era el manto en las mujeres de Sevilla, prenda de gran estima éimprescindible en multitud de ocasiones, aun para las de más elevadaposición, como dice el bachiller Luís de Peraza, que en el siglo XVIescribía: «Las más ricas usan trajes de mantos de paño fino y largos,y de raso, y de tafetán y de sarga....» y en los comienzos de lacenturia siguiente apuntaba Alonso de Morgado en la Historia denuestra población:

«Usan (las sevillanas) vestidos muy redondos, seprecian de andar muy derechas y menudo el paso, y así las hace el buendonaire y gallardía por todo el reino, en especial por la gracia con quelozanean y se tapan los rostros con los mantos y miran de un ojo y enespecial se precian de muy olorosas, etcétera, etcétera.»

Prenda muy apropósito era el tupido manto para las aventuras ygalanteros, que como dijo el poeta

«siempre

el

manto

fué

en

España

tapa enredijos de amor....»

y con harta frecuencia los autores de aquellos tiempos se lamentaban delos lances á que el uso de tal prenda daba lugar y en los cuales habíacon frecuencia tajos y cuchilladas de galanes rivales ó de burladosesposos y amantes.

Fundándose, pues, en graves razones que se tuvieron muy en cuenta, lasCortes celebradas en 1586 prohibieron que las mujeres fuesen tapadas« por los inconvenientes que de esto resultaba» mas como quiera que talprohibición poco ó nada llegó á cumplirse, Felipe II dió una pragmática en igual sentido en 1594 y Felipe III otra en 1614, quedicho sea de paso y aunque contrariara á los monarcas y á sus justicias,no consiguieron desterrar el uso del manto, ni mucho menos, de losdominios españoles.

En Sevilla, por ejemplo, fueron en vano las amonestaciones de losAsistentes de la ciudad y las predicaciones de no pocos frailes, quetomando muy á pecho esto de que las damas no lucieran sus lindos rostrospor calles y plazas, llamaron al manto arma de Satanás, cubierta delpecado, etc., amenazando con el enojo de la divinidad y hasta con laseternas penas de los profundos infiernos.

Así las cosas subió al trono el rey Felipe IV y aunque ya se sabe queeste monarca fué muy dado á aventuras y que su reinado es el de lascomedias de tapadas y embozados, tantas fueron las quejas querecibió y tantas las representaciones