El Libro de los Mártires by John Foxe - HTML preview

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ªRICHARD ROTH.ª

Esta carta, en la que se denominaba con tanta justicia a Bonner como ‘sanguinario tiranoª, no era probable que excitara su compasión. Roth le acusó de llevarlo a interrogar secretamente y de noche, porque tenía miedo de día a la gente. Resistiéndose a todas las tentaciones de retractarse, fue condenado, y el 17 de septiembre de 1557 estos cuatro mártires murieron en Islington, por el testimonio del Cordero, que fue inmolado para que ellos pudieran ser de los redimidos de Dios.

John Noyes, un zapatero, de Laxfield, Suffolk, fue llevado a Eye, y a la medianoche del 21 de septiembre de 1557 fue llevado de Eye a Laxfield para ser quemado. A la mañana siguiente fue llevado a la estaca, preparada para el horrendo sacrificio. El señor Noyes, al 255

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llegar al lugar fatal, se arrodilló, oró y recitó el Salmo Cincuenta. Cuando la cadena le rodeó, dijo:

‘¡No temáis a los que matan el cuerpo, sino temed a aquel que puede matar cuerpo y alma, y echarlos en fuego eterno! ª Mientras un tal Cadman le ponía un haz de leña sobre él, bendijo la hora en que había nacido para morir por la verdad; y mientras se confiaba sólo en los méritos todo suficientes del Redentor, prendieron fuego a la pira, y en poco tiempo el fuego devorador apagó sus últimas palabras: ‘¡Señor, ten misericordia de mí! ¡Cristo, ten misericordia de mí!ª Las cenizas de su cuerpo fueron sepultadas en un hoyo, y con ellas uno de sus pies, entero hasta el tobillo, con el calcetín puesto.

La Señora Cicely Ormes

Esta joven mártir, de veintidós años de edad, estaba casada con el señor Edmund Ormes, tejedor de estambre de St. Lawrence, Norwich. Al morir Miller y Elizabeth Cooper, antes mencionados, ella dijo que quería compartir la misma copa de la que ellos habían bebido. Por estas palabras, fue llevada al canciller, que la habría liberado bajo su promesa de ir a la iglesia y de guardarse sus creencias para si misma. Como ella no estaba dispuesta a consentir en esto, el canciller la apremió diciendo que le había mostrado más indulgencia a ella que a nadie porque era una mujer ignorante e insensata; a estas palabras contestó ella (quizácon mayor agudeza de la que él esperaba) que por grande que fuera el deseo de él de dar perdón a su pecaminosa carne, que no podría igualarse al deseo de ella de ofrecerla en una pelea de tanta importancia. El canciller pronunció entonces la sentencia condenatoria, y el 23 de septiembre de 1557 fue llevada a la estaca, a las ocho de la mañana.

Después de proclamar su fe ante la gente, puso la mano sobre la estaca, y dijo:

‘Bienvenida, cruz de Cristo.ª Su mano quedó llena de hollín al hacer esto porque era la misma estaca en la que habían sido quemados Miller y Cooper y al principio se la limpió; pero inmediatamente después la volvió a acoger y se abrazó a ella como la ‘dulce cruz de Cristo.ª Después que los verdugos hubieran encendido el fuego, dijo: ‘Engrandece mi alma al Señor; y mi espírituse alegró en Dios mi Salvador.ª Luego, cruzando sus manos sobre su pecho, y mirando arriba con la mayor serenidad, soportó el ardiente fuego. Sus manos siguieron levantándose gradualmente hasta que quedaron secos los tendones, y luego cayeron.

No pronunció exclamación alguna de dolor, sino que entregó su vida, un emblema de aquel paraíso celestial en el que estála presencia de Dios, bendito por los siglos.

Se podría mantener que esta mártir buscó voluntariamente su propia muerte, por cuanto el canciller apenas si le exigió otra penitencia que la de guardarse sus creencias para si; pero parece en este caso como si Dios la hubiera escogido como luz resplandeciente, porque doce meses antes de ser apresada se había retractado; pero se sintió muy desgraciada hasta que el canciller fue informado, por medio de una carta, que se arrepentía de su retractación desde lo más hondo de su corazón. Como si para compensar por su anterior apostasía y para convencer a los católicos de que no tenía ya más intención de entrar en componendas por su seguridad 256

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personal, rehusó abiertamente su amistoso ofrecimiento de permitirla contemporizar. Su valor en tal causa merece encomio; era la causa de Aquel que dijo: ‘El que se avergonzare de míen la tierra, de él me avergonzaré yo en el cielo.ª

El Rev. John Rough

Este piadoso mártir era escocés. A los diecisiete años entró a formar parte de la orden de los Frailes Negros en Stirling, en Escocia. Había sido excluido de una herencia por sus amigos, y tomó este paso como venganza por la conducta de ellos. Después de haber estado alládieciséis años, sintiendo simpatía por él Lord Hamilton, conde de Arran, el arzobispo de St. Andrews indujo al provincial de la casa a que dispensara de su hábito y orden; y asívino a ser el capellán del conde. Permaneció en este empleo espiritual durante un año, y en aquel tiempo Dios lo llevó al conocimiento salvador de la verdad; por esta razón el conde lo envió a predicar en la libertad de Ayr, donde quedó por cuatro años; pero al ver que se cernía el peligro debido a las características religiosas de la época, y sabiendo que había mucha libertad para el Evangelio en Inglaterra, se dirigió al duque de Somerset, entonces Lord Protector de Inglaterra, que le concedió un salario anual de veinte libras, y le autorizó a predicar en Carlisle, Berwick, y en Newcastle, donde se casó. Fue luego enviado a una rectoría en Hull, donde permaneció hasta la muerte de Eduardo VI.

Como consecuencia de la marea de persecución que entonces se abatía, huyó con su mujer a Frisia, y a Nordon, donde se ocuparon en tejer medias, gorros, etc., para ganarse la vida. Estorbados en esta actividad por falta de materiales, se llegó a Inglaterra para procurarse una cantidad, y el 10 de noviembre llegó a Londres, donde pronto supo de una sociedad secreta de fieles, a la que se unió, y de la que pronto fue escogido ministro, ocupación en la que los fortaleció en toda buena resolución.

El 12 de diciembre, por denuncia de uno llamado Taylor, miembro de la sociedad, fue apresado un miembro de la sociedad, llamado Rough, con Cuthbert Symson y otros, en Saracen's Head, Islington, donde celebraban sus servicios religiosos bajo la cubierta de ir a ver una función. El vice-chambelán de la reina llevó a Rough y a Symson ante el Consejo, en presencia del cual fueron acusados de reunirse para celebrar la Comunión. El Consejo escribió a Bonner, y éste no perdió el tiempo en este sanguinario asunto. En tres días lo tuvo delante de él, y al siguiente (el veinte) decidió condenarlo. Las acusaciones en contra de él era que siendo sacerdote estaba casado, y que había rechazado el servicio en lengua latina. Rough no carecía de argumentos para contestar a estas endebles acusaciones. En resumen, fue degradado y condenado.

Se debería observar que el señor Rough, cuando estaba en el norte, había salvado la vida al doctor Watson durante el reinado de Eduardo, y éste estaba sentado con el Obispo Bonner en el tribunal. Este ingrato prelado, como recompensa por la bondad recibida, acusó abiertamente al señor Rough de ser el más pernicioso hereje del país. El piadoso ministro lo reprendió por mostrar un espíritutan malicioso; afirmó que durante sus treinta años de vida 257

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nunca había doblegado la rodilla ante Baal; y que dos veces en Roma había visto al Papa llevado a hombros de hombres con el falsamente llamado Sacramento delante de él, presentando una verdadera imagen del mismísimo Anticristo; y que sin embargo le mostraban más reverencia a él que a la hostia, que ellos consideraban su Dios. ‘¡Ah!ª, le dijo Bonner, levantándose y dirigiéndose a él, como si le quisiera desgarrar las ropas. ‘¿Has estado en Roma, y visto a nuestro santo padre el Papa, y le blasfemas de esta manera?ª Dicho esto, se lanzó sobre él, le desgarró un trozo de la barba, y para que el día comenzara para satisfacción suya, ordenó que el objeto de su ira fuera quemado a las cinco media de la siguiente mañana.

Cuthbert Symson

Pocos confesores de Cristo exhibieron más actividad y celo que esta excelente persona.

No sólo trabajó por preservar a sus amigos del contagio del papismo, sino que también se esforzó por guardarlos de los terrores de la persecución. Era diácono de la pequeña congregación sobre la que presidía como ministro el señor Rough.

El señor Symson ha escrito una narración de sus propios sufrimientos, que no puede detallar mejor que en sus propias palabras. ‘El trece de diciembre de 1557 fue enviado por el Consejo a la Torre de Londres. Al siguiente jueves fui llamado al cuerpo de guardia delante del alcalde de la Torre y del archivero de Londres, el señor Cholmly, que me mandaron que les diera los nombres de los que acudían al servicio en inglés. Les contesté que no iba a declarar nada, y como consecuencia de mi rechazo me pusieron sobre un potro de tormento de hierro, me parece que por espacio de tres horas.

ªLuego me preguntaron si estaba dispuesto a confesar; les respondícomo antes. Después de desatarme, me devolvieron a mi celda. El domingo después fui llevado de nuevo al mismo lugar, ante el teniente y archivero de Londres, y me sometieron a interrogatorio. Y les respondíahora como antes. Entonces el teniente juró por Dios que yo confesaría; después de ello me ataron juntos mis dos dedos índices, y pusieron entre ambos una pequeña flecha, y la arrancaron tan rápidamente que manó la sangre, y se rompió la flecha.

ªDespués de aguantar dos veces más el potro del tormento, fui vuelto a llevar a mi celda, y diez días después el teniente me preguntó si estaba dispuesto ahora a confesar lo que antes me había preguntado. Le respondíque ya había dicho todo lo que iba a decir. Tres semanas después fui enviado al sacerdote, donde fui gravemente asaltado, y de manos de quien recibíla maldición del Papa, por dar testimonio de la resurrección de Cristo. Y asíos encomiendo a Dios y a la Palabra de Su gracia, con todos aquellos que invocan sin fingimientos el nombre de Jesús; pidiendo a Dios por Su misericordia infinita, por los méritos de Su amado Hijo Jesucristo, que nos dé entrada en Su Reino eterno. Amén. Alabo a Dios por Su gran misericordia que nos ha mostrado. Cantad Hosana al Altísimo junto a mí, Cuthbert Symson.

¡Que Dios perdone mis pecados! ¡Pido perdón a todo el mundo, y a todo el mundo perdono, y asíabandono el mundo, en la esperanza de una gozosa resurrección!ª

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Si se considera atentamente esta narración, ¡qué imagen tenemos de repetidas torturas!

Pero incluso la crueldad de la narración queda excedida por la paciente mansedumbre con la que fueron soportadas. No aparecen expresiones maliciosas, ni invocaciones siquiera a la justicia retributiva de Dios, ni una queja por sufrir sin causa. Al contrario, lo que pone fin a esta narración es la alabanza a Dios, perdón de pecado, y un perdón a todo el mundo.

La firme frialdad de este mártir llevó a Bonner a la admiración. Hablando de Symson en el consistorio, dijo: ‘Veis que persona más apacible es, y luego, hablando de su paciencia, yo diría, si no fuera un hereje, que es la persona de la más grande paciencia que jamás he tenido delante de mí. Tres veces en un día ha sido puesto en la Torre al potro del tormento; también ha sufrido en mi casa, y todavía no he visto rota su paciencia.ª

El día antes que fuera condenado este piadoso diácono, encontrándose en el cepo en la carbonera del obispo, tuvo una visión de una forma glorificada, que le fue de gran aliento. De esto testificó a su mujer, a la señora Austen, y a otros, antes de su muerte.

Junto a este adorno de la Reforma Cristiana fueron prendidos el señor Hugh Foxe y Johh Devinish; los tres fueron traído s ante Bonner el 19 de marzo de 1558, y se les pusieron delante los artículos papistas. Los rechazaron, y fueron por ello condenados. Asícomo adoraban juntos en la misma sociedad, en Islington, asísufrieron juntos en Smitfield, el 28 de marzo; en la muerte de ellos fue glorificado el Dios de Gracia, y confirmados los verdaderos creyentes.

Thomas Hiason, Thomas Carman y William Seamen

Estos fueron condenados por un fanático vicario de Aylesbury llamado Benry. El lugar de la ejecución se llamaba Lollard's Pit, fuera de Bishopsgate, en Norwich. Después de unirse en humilde ruego ante el trono de la gracia, se levantaron, fueron a la estaca, y fueron rodeados con sus cadenas. Para gran sorpresa de los espectadores, Hudson se deslizó de debajo de sus cadenas y se dirigió al frente. Prevaleció la idea entre la multitud de que estaba a punto de retractarse; otros pensaron que quería pedir más tiempo. Mientras tanto, sus compañeros en la estaca le apremiaron todas las promesas de Dios y con exhortaciones para sostenerlo. Pero las esperanzas de los enemigos de la cruz se vieron frustradas; aquel buen hombre, lejos de temer el más pequeño terror ante las fauces cada vez más cercanas de la muerte, estaba sólo alarmado por el hecho de que parecía que la faz de su Señor se le ocultaba. Cayendo sobre sus rodillas, su espírituluchó con Dios, y Dios verificó las palabras de Su Hijo: ‘Pedid, y recibiréis.ª El mártir se levantó con un gozo extasiado, y exclamó: ‘¡Ahora, gracias doy a Dios, estoy fuerte; y no temo lo que me haga el hombre! Con un rostro sereno se volvió a poner bajo la cadena, uniéndose a sus compañeros de suplicio, y con ellos sufrió la muerte, para consolación de los piadosos y confusión del Anticristo.

Berry, sin sentirse saciado por su diabólica acción, convocó a doscientas personas en la ciudad de Aylesham, a las que obligó a arrodillarse en Pentecostés ante la cruz, e inflingió otros castigos. Golpeó a un pobre hombre por una palabra sin importancia, empleando un mayal, golpe que fue mortal. También le dio un puñetazo tal a una mujer llamada Mice Oxes, 259

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al verla entrar en el vestíbulo en un momento en que él estaba irritado, que la mató. Este sacerdote era rico, y tenía gran autoridad. Era un réprobo, y, como sacerdote, se abstenía del matrimonio, para gozarse tanto más de una vida corrompida y licenciosa. El domingo después de la muerte de la Reina María estaba de orgía con una de sus concubinas, antes de las vísperas; luego fue a la iglesia, administró un bautismo, y se dirigía de vuelta a su lascivo pasatiempo, cuando fue golpeado por la mano de Dios. Sin tener un momento de oportunidad para arrepentirse, cayó al suelo, y sólo se le permitió exhalar un gemido. En él podemos ver la diferencia entre el fin de un mártir y el de un perseguidor.

La Historia de Roger Holland

En un cercado retirado cerca de un campo en Islington se había reunido un grupo de alrededor de cuarenta personas honradas. Mientras se dedicaban religiosamente a la lectura y exposición de las Escrituras, veintisiete de ellas fueron llevadas ante Sir Roger Cholmly.

Algunas de las mujeres escaparon, y veintidós fueron llevados a Newgate, quedando en cárcel siete semanas. Antes de ser interrogados fueron informados por el guarda, Alexander, que lo único que precisaban para ser liberados era oír Misa. Por fácil que pueda parecer esta condición, estos mártires valoraban más la pureza de sus conciencias que la pérdida de la vida o de sus propiedades; por ello, trece fueron quemados, siete en Smithfield y seis en Brentwood; dos murieron en prisión, y los otros siete fueron preservados providencialmente.

Los nombres de los siete que sufrieron en Smithfield eran H. Pond, R. Estland, R. Southain, M. Ricarby, J. Floyd, J. Holiday, y Roger Holland. Fueron enviados a Newgate el 16 de julio de 1558, y ejecutados el veintisiete.

Este Roger Holland, un mercader y sastre de Londres, fue primero aprendiz de un maestro Kempton, en Black Boy en Watling St., dándose a la danza, esgrima, el juego, los baqueteos y las malas compañías. Una vez recibió para su patrón una cierta cantidad de dinero, treinta libras, y lo perdió todo jugando a los dados. Por eso se propuso fugarse al otro lado del mar, bien a Francia, o a Flandes.

Con esta decisión, llamó temprano por la mañana a una discreta criada de la casa que se llamaba Elizabeth, que profesaba el Evangelio, y que vivía una vida digna de esta profesión.

A ella le reveló la pérdida que había sufrido por su insensatez, lamentando no haber seguido su consejos, y rogándole que le diera a su amo una nota autógrafa en la que reconocía su deuda, que pagaría si le era alguna vez posible; también le rogaba que mantuviera secreta su vergonzosa conducta, para no llevar los cabellos canos de su padre con dolor a una sepultura prematura.

La criada, con una generosidad y unos principios cristianos raramente sobrepasados, consciente de que su imprudencia podría ser su ruina, le dio treinta libras, que era parte de una suma que recientemente había recibido por un testamento. ‘Aquí tienes el dinero que necesitas: toma tú el dinero, y yo me quedo con la nota; pero con esta expresa condición: que abandones tu vida lasciva y llena de vicio; que ni jures ni hables obscenamente, y que dejes 260

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de jugar; porque si haces tal cosa, enseñaré de inmediato esta nota a tu patrón. También quiero que me prometas asistir a la prédica diaria en todos Santos, y el sermón en San Pablo cada domingo; que tires todos tus libros papistas, y que en lugar de ellos pongas el Nuevo Testamento y el Libro de Culto, y que leas las Escrituras con reverencia y temor, pidiendo a Dios Su gracia para que te dirija en su verdad. Ora también fervientemente a Dios que perdone tus anteriores pecados, y que no recuerde los pecados de tu juventud; y que de Su favor recibas el temor de quebrantar Sus leyes o de ofender Su majestad. Así te guardará Dios y te concederáel deseo de tu corazón.ª Tenemos que honrar la memoria de esta excelente criada, cuyos piadosos esfuerzos estaban igualmente dirigidos a beneficiar al irreflexivo joven en esta vida y en la venidera. Dios no permitió que el deseo de esta excelente criada se perdiera en un suelo estéril; al cabo de medio año el licencioso Holland se transformó en un celoso confesor del Evangelio, y fue instrumento para la conversión de su padre y de otros a los que visitó en Lancashire, para consuelo espiritual de ellos y reforma y salida del papismo.

Su padre, complacido con su cambio de conducta, le dio cuarenta libras para que comenzara su negocio en Londres.

Luego Roger volvió a Londres, y fue a la criada que le había dejado el dinero para pagar a su patrón, y le dijo: ‘Elizabeth, aquíestáel dinero que me prestaste; y por la amistad, buena voluntad y buen consejo que he recibido de ti no puedo pagarte más que haciendo de ti mi esposa. ª Y poco después se casaron, lo que tuvo lugar en el primer año de la Reina María.

Después de esto permaneció en las congregaciones de los fieles, hasta que fue apresado, junto con los otros seis mencionados.

Y después de Roger Holland, nadie más sufrió en Smithfield por el testimonio del Evangelio; gracias sean dadas a Dios.

Flagelaciones Administradas por Bonner

Cuando este cruel católico vio que ni las persuasiones, ni las amenazas y la prisión podían producir alteración alguna en la mente de un joven llamado Thomas Hinshaw, lo mandó a Fulham, y durante la primera noche lo puso en el cepo, sin otro alimento que pan y agua. A la mañana siguiente fue a ver si este castigo había llevado a cabo algún cambio en su mente, pero al ver que no, envió a su arcediano, el doctor Harpsfield, para conversar con él.

El doctor pronto perdió el humor ante sus contestaciones, lo tildó de rencilloso, y le preguntó si se daba cuenta de que con tal actitud iba a condenar su alma. ‘De lo que estoy seguro,ª le dijo Thomas, ‘es de que os dedicáis a promover el tenebroso reino del mal, no el amor a la verdad.ª Estas palabras las transmitió el doctor al obispo, que con una pasión que casi le impedía articular las palabras, le dijo: ‘¿Asícontestas tú a mi arcediano, chico perverso.? ¡Pues sabe que voy a domeñarte! ª Le trajeron entonces dos ramas de sauce, y haciendo que el chico, que no opuso resistencia alguna, se arrodillara frente a un largo banco en una enramada de su jardín, lo azotó hasta que se vio obligado a cesar por faltarle el aliento y estar agotado. Una de las varas quedó totalmente destrozada.

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Muchos otros sufrimientos conflictos padeció Hinshaw a manos del obispo; éste, al final, para eliminarlo, se consiguió falsos testigos que presentaran falsas acusaciones contra él, todas las cuales el joven negó, y, en resumen, se negó a responder a ningún interrogatorio que le hicieran. Quince días después de esto, el joven fue atacado por unas fiebres ardientes, y a petición de su patrón, el señor Pugson, del patio de la iglesia de San Pablo, fue sacado, no dudando el obispo que le había procurado la muerte de manera natural; sin embargo, permaneció enfermo durante más de un año, y durante este tiempo murió la Reina María, por el cual acto de la Providencia escapó a la furia de Bonner.

John Willes fue otra fiel persona sobre la que cayeron los azotes de Bonner. Era hermano de Richard Willes, ya mencionado, que fue quemado en Brentford. Hinshaw y Willes fueron encerrados juntos en la carbonera de Bonner, y luego llevados a Fulham, donde él y Hinshaw permanecieron durante ocho o diez días en cepos. El espírituperseguidor de Bonner se manifestó en el trato que le propinó a Willes durante sus interrogatorios, golpeándole frecuentemente en la cabeza con un palo, agarrándolo por las orejas y golpeándolo debajo del mentón, diciendo que bajaba la cabeza como un bandido. Al no conseguir con esto ningún indicio de retractación, lo llevó a su arboleda, y allí, bajo una enramada, lo azotó hasta que quedó agotado. Esta cruel ferocidad la suscitó una respuesta del pobre sufriente, que al preguntársele cuanto tiempo hacía que no había acudido de rodillas ante el crucifijo, dijo que

‘no lo he hecho desde la edad de la razón, ni lo haré aunque me despedacen con caballos indómitos.ª Bonner entonces le mandó que se hiciera la señal de la cruz sobre la frente, lo cual rehusó hacer, y entonces lo llevó a la arboleda.

Un día, mientras Willes estaba en el cepo, Bonner le preguntó que tal le gustaba su alojamiento y comida ‘Bien me iría,ª repuso él, ‘tener algo de paja sobre la que sentarme o echarme.ª Justo entonces entró la mujer de Willes, entonces en avanzado estado de gestación, rogándole al obispo por su marido, y diciéndole valientemente que pariría allísi no se le permitía a su marido acompañarla a su propia casa. Para librarse de la importunidad de la buena mujer, y de los problemas de una parturienta en su palacio, le dijo a Willes que hiciera la señal de la cruz y que dijera: In nomine Patris, et Filli, et Spiritus Sancti, Amén. Willes omitió la señal, y repitió las palabras: ‘En nombre del Padre, y del Hijo, y del EspírituSanto, Amén.ª Bonner quiso que repitiera las palabras en latín, a lo que Willes no puso objeción, al conocer el significado de las palabras. Luego le permitió que se fuera a su casa con su mujer, estando encargado su pariente Robert Rouze de llevarlo a San Pablo al día siguiente, a donde fue por símismo, y firmando un intrascendente documento latino, fue dejado en libertad. …l era el último de los veintidós apresados en Islington.

El Rev. Richard Yeoman

Este devoto anciano era vicario del doctor Taylor, en Hadley, y estaba sumamente calificado para su sagrada función. El doctor Taylor le dejó la vicaría al irse, pero tan pronto como el señor Newall recibió el cargo depuso al señor Yeoman, poniendo en su lugar a un sacerdote romanista. Después de esto, el señor Yeoman fue de lugar en lugar, exhortando a 262

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todos los hombres a mantenerse firmes en la Palabra de Dios, a darse fervorosamente a la oración, con paciencia para sobrellevar la cruz que ahora se ponía sobre ellos para su prueba, con valor para confesar la verdad delante de sus adversarios, y con una esperanza firme para esperar la corona y la recompensa de la dicha eterna. Pero cuando vio que sus adversarios estaban acosándole, se dirigió a Kent, y con un pequeño paquete de encajes, agujas, corchetes y otras piezas fue de pueblo en pueblo, vendiendo estos artículos, y subsistiendo de esta manera y manteniendo a su mujer y a sus hijos.

Finalmente, el juez Moile, de Kent, apresó al señor Yeoman, y lo puso en el cepo un día y una noche; pero, no teniendo nada concreto de qué acusado, lo dejó libre. Volviendo él en secreto a Hadley, se quedó con su pobre mujer, que lo ocultó en una cámara del ayuntamiento, llamado el Guildhall, durante más de un año. Durante este tiempo el buen anciano padre pasaba los días encerrado en una estancia todo el día, pasando su tiempo en devota oración, en la lectura de las Escrituras y en cardar la lana que su mujer hilaba. Su mujer también pedía pan para ella y sus hijos, y con estos precarios medios se sustentaban. Así, los santos de Dios padecían hambre y miseria, mientras que los profetas de Baal vivían en banqueteos y eran costosamente agasajados a la mesa de Jezabel.

Al ser dada información a Newall finalmente de que Yeoman estaba siendo escondido por su mujer, éste acudió, asistido por soldados, y violentó la estancia donde estaba el objeto de su búsqueda, en cama con su mujer. Reprochó a la pobre mujer de ser una ramera, y hubiera arrancado las ropas de la cama de manera indecente, pero Yeoman resistió tanto este acto de violencia como el ataque contra el buen carácter de su mujer, añadiendo que desafiaba al Papa y al papismo. Fue luego sacado fuera y puesto en el cepo hasta que se hizo de día.

En la jaula en que fue puesto estaba también un anciano llamado John Dale, que había estado allítres o cuatro días, por haber exhortado al pueblo durante el tiempo en que Newall y su vicario estaban celebrando la liturgia. Sus palabras fueron: ‘¡Oh guías ciegos y miserables! ¿Vais a ser siempre ciegos guías de ciegos? ¿No vais a corregiros nunca? ¿No querréis ver la verdad de la Palabra de Dios? ¿No entrarán en vuestros corazones ni las amenazas ni las promesas de Dios? ¿No suavizarála sangre de los mártires vuestras pétreas entrañas? ¡Ah, generación endurecida, de duro corazón, perversa y torcida, a la que nada puede hacer bien!ª

Estas palabras las pronunció en el fervor de su espíritucontra la supersticiosa religión de Roma; por ello, Newall lo hizo apresar en el acto, y puesto en el cepo en una jaula, donde fue guardado hasta que llegó el juez Sir Henry Dolle, a Hadley.

Cuando Yeoman fue tomado, el párroco le pidió apremiantemente a Sir Henry Doile que enviara a ambos a prisión. Sir Henry Doile le pidió igual de apremiante que considerara la edad de los hombres, y su mísera condición; no eran ni personas destacadas, ni predicadores; por ello le propuso que los dejara castigados uno o dos días, y soltarlos, al menos a John Dale, que no era sacerdote, y que por ello, como había estado ya tanto tiempo en la 263

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jaula, consideraba que era ya un castigo suficiente para su edad. Cuando el párroco oyó esto, montó en cólera, y fuera de síde rabia los llamó herejes pestíferos, indignos de vivir en un estado cristiano.

Temiendo Sir Henry mostrarse demasiado misericordioso, Yeoman y Dale fueron maniatados, atados como bandidos con sus piernas bajo los vientres de caballos, y llevados a la cárcel de Bury, donde fueron cargados de hierros; y debido a que de continuo reprendían el papismo, fueron metidos en la mazmorra más profunda, donde John Dale, por la enfermedad carcelaria y los malos tratos, murió poco tiempo después. Su cadáver fue echado fuera y sepultado en los campos. Murió a los sesenta y seis años. Su profesión era tejedor, y era buen conocedor de las Sagradas Escrituras, y firme en su confesión de las verdaderas doctrinas de Cristo tal como habían sido expuestas en tiempos del Rey Eduardo. Por ellas padeció prisión y cadenas, y desde esta cárcel terrena partió para estar con Cristo en la gloria eterna, y el bendito paraíso de la felicidad que no conoce fin.

Después de la muerte de Dale, Yeoman fue llevado a la cárcel de Norwich, donde, tras sufrir un tratamiento muy duro, fue interrogado acerca de su fe, y se le exigió que se sometiera al santo padre el Papa. ‘Lo reto (dijo él), y desafió todas sus detestables abominaciones; no voy a tener nada que ver con él en absoluto.ª Las principales acusaciones de que fue objeto fueron su matrimonio y su rechazo del sacrificio de la Misa. Al verlo que continuaba firme en la verdad, fue condenado, degradado y no sólo quemado, sino también muy cruelmente atormentado en el fuego. Asíterminó él esta pobre y mísera vida, y entró en el bienaventurado seno de Abraham, gozando con Lázaro de aquel reposo que Dios ha dispuesto para Sus elegidos.

Thomas Bendridge

El señor Benbridge era un caballero soltero, en la diócesis de Winchester. Hubiera podido vivir una vida desahogada, en las ricas posesiones de este mundo; pero prefirió antes entrar por la estrecha puerta de la persecución a la posesión celestial de la vida en el Reino del Señor, que gozar de placeres presentes con la conciencia agitada. Manteniéndose valerosamente frente a los papistas por la defensa de la sincera doctrina del Evangelio de Cristo, fue prendido como adversario de la religión romanista, y llevado a ser interrogado ante el obispo de Winchester, donde sufrió varios conflictos por la verdad contra el obispo y su colega. Fue por ello condenado, y algún tiempo después conducido al lugar del martirio por Sir Richard Pecksal, alguacil mayor. Cuando llegó a la estaca comenzó a desatarse las lazadas de su ropa y a prepararse; luego le dio su capa al guarda, a modo de pago. Su justillo llevaba encaje de oro, y lo dio a Sir Richard Pecksal, el alguacil mayor. Se quitó el gorro de terciopelo de la cabeza, y lo echó lejos. Luego, elevando su mente al Señor, se dedicó a la oración.

Cuando fue encadenado a la estaca, el doctor Seaton le rogó que se retractara, y que tendría el perdón; pero cuando vio que nada lo movía, le dijo a la gente que no oraran por él a no ser que quisiera retractarse, como tampoco orarían por un perro.

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Estando el señor Bendridge, de pie junto a la estaca y con las manos juntas a la manera en que los sacerdotes las sostienen en el Memento, volvió a dirigirse a él, exhortándole a que se retractara, y a él le respondió: ‘¡Fuera, fuera, Babilonia!ª Uno que estaba cerca dijo:

‘¡Señor, cortadle la lengua!ª Otro, un seglar, lo maldijo peor que lo había hecho el doctor Seaton.

Cuando vieron que no estaba dispuesto a ceder, mandaron a los atormentadores que encendieran la pira, antes que quedara cubierta del todo con haces de leña. El fuego prendió primero en un trozo de su barba, ante lo que no se inmutó. Luego pasó al otro lado, y prendió en sus piernas y siendo de cuero las medias interiores, hicieron que sintiera el fuego tanto más intensamente, con lo que el intolerable dolor le hizo exclamar: ‘¡Me retracto!, y echó repentinamente el fuego fuera de él. Dos o tres de sus amigos, que estaban al lado, querían salvarlo; se lanzaron al fuego para ayudar a apagarlo, y por esta bondad fueron encarcelados.

El alguacil, también, de su autoridad, lo sacó de la estaca, y mandó llevado a la cárcel, por lo que lo que fue mandado a fleet, y allíestuvo un tiempo. Sin embargo, antes de ser sacado de la estaca, el doctor Seaton escribió unos artículos para que los firmara. Pero el señor Benbridge hizo tales objeciones que el doctor Seaton ordenó que volvieran a poner fuego a la pira. Entonces, con mucho dolor y tristeza de corazón, firmó los mismos sobre la espalda de un hombre.

Hecho esto, le devolvieron su capa, y fue devuelto a la cárcel. Mientras estaba allí, escribió una carta al doctor Seaton, retractándose de aquellas palabras que había dicho en la estaca y de los artículos que había firmado, porque se sentía dolido de haberlos firmado jamás.

¡Que el Señor les de arrepentimiento a sus enemigos!

La Señora Prest

Por la cantidad de personas condenadas en este fanático reinado, es casi imposible obtener el nombre de cada mártir, ni detallar la historia de cada uno de ellos con anécdotas y ejemplos de la conducta cristiana. Gracias sean dadas a la Providencia, nuestra cruel tarea comienza a llegar a su fin, con el fin de este reinado de terror papal y de derramamiento de sangre. Los monarcas que se sientan en tronos poseídos por derecho hereditario deberían, más que nadie, considerar que las leyes de la naturaleza son las leyes de Dios, y que por ello la primera ley de la naturaleza es la preservación de sus súbditos. Las tácticas de persecución, de tortera y de muerte deberían dejarlas a aquellos que han alcanzado la soberanía por el fraude o la espada; pero, ¿dónde, excepto entre unos pocos locos emperadores de Roma y los pontífices romanos, encontraremos a nadie cuya memoria esté tan ‘maldita a una fama eternaª

como la de la Reina María? Las naciones lloran la hora que los separa para siempre de un gobernante amado, pero, por lo que respecta al María, fue la hora más bendita de todo su reinado. El cielo ha ordenado tres grandes azotes por pecados nacionales: la plaga, la pestilencia y el hambre. Fue voluntad de Dios en el reinado de María de lanzar un cuarto azote sobre este reino, bajo la forma de persecuciones papistas. Fue un tiempo angustioso, pero 265

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glorioso; el fuego que consumió a los mártires ha minado el papado; y los estados católicos, actualmente los más fanáticos y entenebrecidos, son los que se encuentran más bajos en la escala de la dignidad moral y de la relevancia política. ¡Que asípermanezcan, hasta que la pura luz del Evangelio disipe las tinieblas del fanatismo y de la superstición! Pero volvamos a nuestro relato.

La señora Prest vivió durante un tiempo en Comualles, donde tenía a su marido e hijos, cuyo fanatismo la obligaba a frecuentar las abominaciones de la Iglesia de Roma. Resolviendo actuar conforme le dictaba su conciencia, los abandonó y comenzó a ganarse la vida hilando.

Después de un tiempo, volviendo a su casa, fue denunciada por sus vecinos, y llevada a Exeter, para ser interrogada ante el doctor Troubleville y por su canciller Blackston. Por cuanto esta mártir era considerada de inferior inteligencia, la pondremos en competición con el obispo, para ver quién tenía un mejor conocimiento conducente a la vida eterna.

Al llevar el obispo el interrogatorio a su desenlace acerca del pan y el vino, que él afirmaba eran carne y sangre, la señora Prest dijo: ‘Os preguntaré yo a vos si podéis negar vuestro credo, que dice que Cristo estáperpetuamente sentado a la diestra de Su Padre, en cuerpo y alma, hasta que vuelva; o que …l estáen el cielo como nuestro Abogado, para interceder por nosotros ante Dios Su Padre. Si es así, …l no estáen la tierra en un trozo de pan. Si …l no estáaquí, y si no mora en templos hechos con manos, sino en el cielo, ¿qué?,

¿le buscaremos aquí? Si …l no ofreció Su cuerpo una vez para siempre, ¿por qué hacéis otra nueva ofrenda? Si con una ofrenda lo hizo todo a la perfección, ¿por qué vosotros con una falsa ofrenda lo hacéis todo imperfecto? Si él debe ser adorado en espírituy en verdad, ¿por qué adoráis un trozo de pan? Si …l es comido y bebido en fe y verdad; si Su carne no es provechosa para estar entre nosotros, ¿por qué decís vosotros que hacéis que Su carne y sangre, diciendo que es provechosa tanto para el cuerpo como para el alma? ¡Ay! Yo soy una pobre mujer, pero antes que hacer lo que decís, prefiero no vivir más. He acabado, señor.ª

Obispo. Tengo que decir que eres una protestante a carta cabal. ¿Puedo preguntarte en qué escuela te has educado?

Señora Prest. Los domingos he atendido a los sermones, y en ellos he aprendido las cosas que están tan dentro de mi pecho que la muerte no las separará.

Ob. Ah, mujer insensata! ¿Quién malgastaráel aliento contigo, o con las que son como tú? ¿Pero por qué te alejaste de tu marido? Si fueras una mujer honrada, no habrías dejado a tu marido y a tus hijos, para merodear asípor el país como una fugitiva.

Sra. P. Señor, he trabajado para vivir; y mi Señor, Cristo, me aconseja que cuando me persigan en una ciudad, huya a la otra.

Ob. ¿Quién te perseguía?

Sra. P. Mi marido y mis hijos. Porque cuando hubiera querido que abandonasen la idolatría y adoraran al Dios del cielo, no me quisieron escuchar, sino que él y sus hijos me 266

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reprendieron y me angustiaron. No huípara hacer de ramera, ni para robar, sino porque no quería tener parte con él y los suyos del abominable ídolo de la Misa; y alládonde yo fuera, y tan frecuentemente como pude, en domingos y festividades, daba excusas por no ir a la iglesia papista.

Ob. Pues buena mujer eras, huyendo de tu marido y de la Iglesia.

Sra. P. Quizáno seré una excelente ama de casa; pero Dios me ha dado la gracia de ir a la verdadera Iglesia.

Ob. La verdadera Iglesia: ¿qué quieres decir con eso?

Sra. P. No tu Iglesia papista, llena de ídolos y de abominaciones, sino allí donde hay dos o tres reunidos en el nombre de Dios, a esta Iglesia iré yo mientras viva.

Ob. Parece que quieras tener tu propia iglesia. Bien, que esta mujer sea puesta en prisión hasta que llamemos a su marido.

Sra. P. No, yo sólo tengo un marido, que está ya en esta cárcel y en la cárcel conmigo, y de quien nunca me separaré.

Algunas personas trataron de convencer al obispo de que ella no estaba en sus cabales, y se le permitió irse. El guarda de las cárceles del obispo la acogió en su casa, donde o bien hilaba, trabajando como criada, o bien deambulaba por la calle, hablando acerca del sacramento del altar. Enviaron a buscar a su marido para que se la llevara a casa, pero ella rehusó mientras pudiera servir a la causa de la religión. Era demasiado activa para estar mano sobre mano, y su conversación, que ellos pensaban era de una simplona, atrajo la atención de varios sacerdotes y frailes católicos. La acosaban con preguntas, hasta que enviados por el obispo, y otros de su propia voluntad. Entre estos estaba ella les respondió con ira, y esto excitó la risa de ellos ante su seriedad.

‘Noª, dijo ella, ‘tenéis más necesidad de llorar que de reír, y de sentiros tristes de haber nacido, para ser capellanes de esta ramera que es Babilonia. La desafío a ella y a todas sus falsedades; y apartaos de mi, que sólo hacéis que turbar mi conciencia. Querríais que siguiera vuestras acciones; antes perderé mi vida. Os ruego que os vayáis.ª

‘¿Por qué, insensata?ª, dijeron ellos, ‘Venimos para tu provecho y para salud de tu alma.ª

Ella contestó: ‘¿Qué provecho dais vosotros, que no enseñáis nada más que mentiras por verdades? ¿Cómo salváis vosotros almas, cuando no enseñáis nada sino mentiras y destruís almas?ª

‘¿Cómo demuestras tú esto?ª le dijeron ellos.

‘¿Acaso no destruís vosotros almas cuando enseñáis a la gente a dar culto a ídolos, palos y piedras, las obras de las manos de los hombres? ¿Y a adorar un dios falso de vuestra factura, hecho con un trozo de pan, enseñando que el Papa es vicario de Dios, y que tiene poder para 267

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perdonar pecados? ¿Y que hay un purgatorio, cuando el Hijo de Dios lo ha purificado todo mediante Su sacrificio una vez para siempre? ¿No enseñáis a la gente a contar sus pecados en vuestros oídos, y decís que se condenarán si no los confiesan todos, cuando la Palabra de Dios dice: ¿Quien puede contar sus pecados? ¿No les prometéis treintenas, y requiems, y Misas por sus almas, y vendéis vuestras oraciones por dinero, y hacéis que compren perdones, y confiáis en estos insensatos inventos de vuestras imaginaciones? ¿No actuáis totalmente contra Dios?

¿No nos enseñáis a orar con rosarios, y a orar a santos, y a decir que ellos pueden orar por nosotros? ¿No hacéis agua bendita y pan bendito para ahuyentar a los demonios? ¿Y no hacéis millares más de abominaciones? ¿Y aún decís que venís para provecho mío, para salvar mi alma. No, no, hay uno que me ha salvado. Adios, vosotros y vuestra salvación.ª

Durante la libertad que le había sido concedida por el ya mencionado obispo, fue a la Iglesia de San Pedro, y allívio a un perito holandés que estaba poniendo narices nuevas a ciertas bellas imágenes que habían sido desfiguradas durante el reinado del Rey Eduardo.

Entonces le dijo: ‘¡Qué loco estás, para hacerles narices nuevas, cuando dentro de pocos días todas perderán la cabeza!ª El holandés la maldijo, y la maltrató durament9 de palabra. Y ella le replicó: ‘Tu eres maldito, y asítambién tus imágenes.ª El la llamó ramera. ‘No,ª dijo ella,

‘sino que tus imágenes son rameras, y vas de ramería; porque ¿no dice Dios: ‘vosotros os prostituís tras dioses extraños, figuras de vuestras propias manos?ª y tú eres uno de ellos.ª

Después de esto se dio orden que fuera encerrada, y ya no pudo gozar más de la libertad.

Durante el tiempo de su encarcelamiento, muchos la visitaron, algunos enviados por el obispo, y otros de su propia voluntad. Entre estos estaba un tal Daniel, un gran predicador del Evangelio, en los tiempos del Rey Eduardo, por los lugares de Cornualles y Devonshire, pero que, por la dura persecución sufrida, había recaído. Ella lo exhortó apremiantemente a que se arrepintiera como Pedro, y a que fuera más firme en su confesión.

La señora Walter Rauley y los señores William y John Kede, personas muy respetables, dieron abundante testimonio de su piadosa conversación, diciendo que a no ser que Dios hubiera estado con ella, sería imposible que hubiera podido defender con tanta capacidad la causa de Cristo. La verdad es que, para recapitular el carácter dc esta mujer, unía la serpiente y la paloma, abundando en la más alta sabiduría con la mayor sencillez. Soportó encarcelamientos, amenazas, escarnios, y los más viles insultos, pero nada pudo inducirla a desviarse; su corazón estaba fijo; había echado su anda; y no podían todas las heridas de la persecución sacarla de la roca en la que estaban erigidas todas sus esperanzas de dicha.

Tal era su memoria que, sin haber hecho estudios, podía decir en qué capitulo estaba cualquier texto de la Escritura; debido a esta singular capacidad, un tal Gregorio Basset, extremado papista, dijo que estaba loca, y que hablaba como una cotorra, sin sentido alguno.

Al final, tras haber probado sin éxito todos los medios para hacerla nominalmente católica, la condenaron. Después de esto, alguien la exhortó a abandonar sus opiniones y a volverse a su casa, a su familia, por cuanto era pobre y analfabeta. ‘Cierto es (dijo ella), y aunque no tengo cultura estoy feliz de ser testigo de la muerte de Cristo, y espero que no os retardéis ya más 268

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conmigo, porque mi corazón estáfijado, y nunca diré nada distinto, ni me volveré a vuestros caminos de superstición. ª

Para oprobio del señor Blackston, tesorero de la iglesia, éste hombre solía mandar a buscar de la cárcel con frecuencia a esta pobre mártir, para divertirse con ella tanto él como una mujer que mantenía; le hacia preguntas religiosas, y ridiculizaba sus respuestas. Hecho esto, la volvía a mandar a su mísera mazmorra, mientras que él se solazaba con las cosas buenas de este mundo.

Quizáhabía algo sencillamente ridículo en la forma de la señora Prest, porque era baja, gruesa y de unos cincuenta y cuatro años de edad; pero su rostro era alegre y vivaz, como si preparada para el día de su matrimonio con el Cordero. Burlarse de su forma era una acusación indirecta contra su Creador, que le dio la forma que El consideró más idónea, y que le dio una mente muy trascendente a las dotes fugaces de la carne que perece. Cuando le ofrecieron dinero, lo rechazó, diciendo: ‘voy a una ciudad donde el dinero no tiene poder, y mientras esté aquí, Dios ha prometido alimentarme.ª

Cuando se leyó la sentencia condenándola a las llamas, ella levantó su voz y alabó a Dios, añadiendo: ‘Este día he hallado aquello que tanto tiempo había buscado.ª Cuando la tentaron para que se retractara, dijo: ‘No lo haré; Dios no quiera que yo pierda la vida eterna por esta vida camal y breve. Nunca me apartaré de mi esposo celestial a mi esposo terrenal; de la comunión de los ángeles a la de hijos mortales; y si mi marido e hijos son fieles, entonces yo soy de ellos. Dios es mi padre, Dios es mi madre, Dios es mi hermana, mi hermano, mi pariente; Dios es mi amigo, el más fiel.ª

Entregada al alguacil mayor, fue llevada por el oficial al lugar de ejecución, fuera de las murallas de Exeter, llamado Sothenhey, donde de nuevo los supersticiosos sacerdotes la asaltaron. Mientras estaban atándola a la estaca, ella exclamaba de continuo: ‘¡Dios, ten piedad de mí, pecadora!ª Soportando pacientemente el fuego devorador, quedó reducida a cenizas, y asíacabó una vida que no fue superada en cuanto a una inmutable fidelidad a la causa de Cristo por ningún mártir precedente.

Richard Sharpe, Thomas Banion y Thomas Hale

El señor Sharpe, tejedor, fue llevado el nueve de marzo de 1556 delante del doctor Dalby, canciller de la ciudad de Briston, y después de un interrogatorio referente al Sacramento del altar, fue persuadido para que se retractara; y en el veintinueve se le ordenó que pronunciara su retractación en la iglesia parroquial. Pero apenas si había reconocido su recaída en público que comenzó a sentir en su conciencia tal tormento que no se sintió capaz de trabajar en su profesión; por ello, poco tiempo después, un domingo, entró en la iglesia parroquial, llamada Temple, y después de la Misa mayor se puso en la puerta del coro, y dijo en voz alta: ‘¡Vecinos, sed testigos de que este ídolo aquí(señalando al altar) es el más grande y abominable que jamás haya existido; y siento haber jamás negado a mi Señor y Dios! ª A pesar de que los policías recibieron orden de detenerle, se le permitió salir de la iglesia; pero 269

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por la noche fue prendido y llevado a Newgate. Poco después, negando delante del canciller que el Sacramento del altar fuera el cuerpo y la sangre de Cristo, fue condenado por el señor Dalby a ser quemado. Y quemado fue el siete de mayo de 1558, muriendo piadosa y pacientemente, firme en su confesión de los artículos de fe protestantes.

Con él sufrió Thomas Hale, un zapatero de Bristol, que fue condenado por el Canciller Dalby. Estos mártires fueron atados espalda a espalda Thomas Banion, tejedor, fue quemado el 27 de agosto de aquel mismo año, muriendo por la causa evangélica de su Salvador.

J. Corneford, de Wortham; C. browne, de Maidstone; J. Herst, de Ashford; Alice Snoth y Catherine Knight, una anciana mujer.

Es con placer que observamos que estos cinco mártires fueron los últimos en padecer en el reinado de María por la causa protestante; pero la malicia de los papistas se manifestó en el apresuramiento del martirio de los mismos, que pudo haberse retardado hasta que se hubiera dado el desenlace de la enfermedad de la reina. Se informa que el arcediano de Canterbury, pensando que la repentina muerte de la reina suspendería la ejecución, viajó por la posta desde Londres, para tener la satisfacción de añadir otra página a la negra lista de los sacrificios papistas.

Las acusaciones contra ellos eran, como generalmente, los elementos sacramentales y la idolatría de inclinarse ante imágenes. Ellos citaban las palabras de San Juan, ‘Guardaos de los ídolosª, y, con respecto a la presencia real, apremiaban, según San Pablo, que ‘las cosas que se ven son temporales.ª Cuando estaba para leerse la sentencia en contra de ellos, y tener lugar la excomunión en la forma regular, John Corneford, iluminado por el EspírituSanto, volvió terriblemente este procedimiento contra ellos, y de una manera solemne e impresionante, recriminó su excomunión con las siguientes palabras: ‘En el nombre de nuestro Señor Jesucristo, el Hijo del Dios Omnipotente, y por el poder de Su EspírituSanto, y la autoridad de Su santa Iglesia Católica y Apostólica, entregamos aquíen manos de Satanás para su destrucción, los cuerpos de todos estos blasfemos y herejes que mantengan error alguno contra Su santísima Palabra, o que condenen Su santísima verdad como herejía, para mantener cualquier falsa o extraña religión, para que por este tu santo juicio, oh poderosísimo Dios, contra tus adversarios, tu verdadera religión pueda ser conocida para tu gran gloria y nuestra consolación y la edificación de toda nuestra nación. Buen Señor, que asísea. Amén.ª

Esta sentencia fue pronunciada en público y registrada, y, como si la Providencia hubiera decretado que no fuera dada en vano, al cabo de seis días murió la Reina María, detestada por todos los buenos hombres, y maldecida por Dios.

Aunque familiarizado con estas circunstancias, la implacabilidad del arcediano excedió a la de su gran ejemplo, Bonner, que, aunque tenía a varias personas en aquel tiempo en su poder, no apremió que fueran muertas con premura, dándoles con este retardo la oportunidad de escapar. Al morir la reina, muchos estaban encarcelados; otros estaban acabados de apresar; algunos, interrogados, y otros ya condenados. Lo cierto es que ya había órdenes 270

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emitidas para varias quemas, pero por la muerte de los tres instigadores de los asesinatos de protestantes, el canciller, el obispo y la reina, que murieron casi al mismo tiempo, las ovejas condenadas fueron liberadas y vivieron muchos años para alabar al Señor por su feliz liberación.

Estos cinco mártires, en la estaca, oraron fervorosamente que su sangre fuera la última derramada, y no fue vana su oración. Murieren gloriosamente, y consumaron el número que Dios había seleccionado para dar testimonio a la verdad en aquel terrible reinado, y sus nombes están escritos en el Libro de la vida. Aunque fueron los últimos, no estuvieren entre los menores de los santos hechos aptos para la inmortalidad por medio de la sangre redentora del Cordero.

Catharine Finlay, alias Knight, fue convertida por su hijo, que le expuso las Escrituras, lo que obró en ella una gran obra que se consumó con su martirio Alice Snoth, en la estaca, envió a buscar a su abuela y a su padrino, y les proclamó los artículos de su fe y los Mandamientos de Dios, convenciendo asíal mundo de que conocía su deber. Murió clamando a los espectadores que fueran testigos de que era cristiana, y padeció gozosa por el testimonio del Evangelio de Cristo.

William Fetty Azotado Hasta Morir.

Entre las innumerables atrocidades cometidas por el inmisericorde e insensible Bonner, se puede poner el asesinato de este inocente niño como el más horrendo. Su padre, John Fetty, de la parroquia de Clerkenwell, sastre de profesión, tenía sólo veinticuatro años, y había hecho una bienaventurada elección; se había fijado de manera segura en una esperanza eterna, y se confió a Aquel que edifica de tal manera Su Iglesia que las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Pero ¡ay!, la misma esposa de su seno, cuyo corazón se había endurecido contra la verdad, y cuya mente estaba influenciada por los maestros de la falsa doctrina, se volvió en su acusadora.

Brokenbery, papista y párroco de aquella parroquia, recibió la información de esta traidora Dalila, y como resultado de ello el pobre hombre fue apresado. Pera entonces cayó el terrible juicio de un Dios siempre justo, que es ‘muy limpio de ojos... para ver el malª, cayó sobre esta endurecida y pérfida mujer, porque tan pronto fue arrestado su traicionado marido por su malvada acción, que repentinamente cayó en un ataque de locura, exhibiendo un ejemplo terrible y despertador del poder de Dios para castigar a los malvados. Esta terrible circunstancia tuvo algún efecto sobre los corazones de los impíos cazadores que habían buscado anhelantes su presa; en un momento de aplacamiento le permitieron quedarse con su indigna mujer, devolverle bien por mal, y sostener a dos hijos, que, si él hubiera sido enviado a la cárcel, se habrían quedado sin protector, o habrían llegado a ser una carga para la parroquia. Como los malos hombres actúan por motivos mezquinos, podemos atribuir la indulgencia mostrada a esta última razón.

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Hemos visto en la primera parte de nuestra narración acerca de los mártires a algunas mujeres cuyo afecto para con sus maridos las llevó incluso a sacrificar sus propias vidas para preservar a sus maridos; pero aquí, en conformidad con el lenguaje de las Escrituras, una madre resulta ser en verdad un monstruo de la naturaleza. Ni el afecto conyugal ni el materno podía ejercer efecto alguno en el corazón de esta indigna mujer.

Aunque nuestro afligido cristiano había experimentado tal crueldad y falsedad de parte de aquella mujer que le estaba sujeta por todos los vínculos humanos y divinos, sin embargo, con un espíritumanso y paciente le soportó sus malas acciones, tratando durante su calamidad aliviar su dolencia, y calmándola con todas las posibles expresiones de ternura. Así, en pocas semanas quedó casi restaurada a su sano juicio. Pero ¡ ay!, volvió de nuevo a su pecado, ‘como un perro vuelve a su vómito.ª La malignidad contra los santos del Altísimo estaba arraigada en su corazón demasiado fuertemente para poder ser eliminada; y al volver sus fuerzas, también con ellas volvió su inclinación a cometer maldad. Su corazón estaba endurecido por el príncipe de las tinieblas, y a ella se pueden aplicar estas palabras tan entristecedoras y desalentadoras: ‘¿Mudaráel etíope su piel, y el leopardo sus manchas? Asítambién podréis vosotros hacer el bien, estando habituados a hacer el mal.ª Ponderando este texto de manera debida con otro: ‘Tendré misericordia del que tendré misericordiaª, ¿cómo pretenderemos desvirtuar la soberanía de Dios llamando a Jehováante el tribunal de la razón humana, que, en cuestiones religiosas, estádemasiado a menudo opuesta por la sabiduría infinita? ‘Ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva perdición, y muchos son los que entran por ella.

Estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan.ª Los caminos del cielo son verdaderamente inescrutables, y es nuestro deber inexcusable caminar siempre en dependencia de Dios, mirándole en humilde confianza, esperando en Su bondad, y confesando siempre Su justicia; y allídonde ‘no podamos comprender, allíaprendamos a confiarª. Esta desgraciada mujer, siguiendo los horrendos dictados de un corazón endurecido y depravado, apenas si quedó confirmada en su recuperación, que, ahogando los dictados del honor, de la gratitud y de todo afecto natural, de nuevo volvió a denunciar a su marido, que file una vez más apresado, y llevado ante Sir John Mordant, caballero y uno de los comisionados de la Reina María.

Tras su interrogatorio, encontrándolo su juez firme en sus opiniones, que militaban contra las abrigadas por la superstición y sustentadas por la crueldad, lo sentenció a encierro y tortura en la Torre de los Lolardos. Allílo pusieron en un doloroso cepo, y junto a él pusieron un plato de agua con una piedra dentro, sólo Dios sabiendo con qué propósito, a no ser que fuera para mostrar que no debía esperar otro alimento, cosa bien creíble si consideramos sus prácticas semejantes contra otros antes mencionados en esta narración; corno, entre otros, contra Richard Smith, que murió bajo su cruel encarcelamiento; entre otros detalles de crueldad se da que cuando una mujer piadosa file a pedirle al doctor Story permiso para enterrarlo, éste le pregunto a la mujer si había alguna paja o sangre en el cadáver de Smith; pero dejo a juicio de los sabios qué era lo que quería decir con esto.

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El primer día de la tercera semana de los sufrimientos de nuestro mártir, se le presentó algo ante su vista que le hizo ciertamente sentir sus tormentos con toda su intensidad, y execrar, con una amargura justo deteniéndose para no maldecir, a la autora de su desgracia.

Observar y castigar los procedimientos de sus atormentadores queda para el Altísimo, que ve la caída de un pajarillo, y en cuya santa Palabra estáescrito: ‘Mía es la venganza; yo daré el pago.ª Esto que vio file su propio hijo, un niño a la tierna edad de ocho años. Durante quince días su impotente padre había estado suspendido por su atormentador por cl brazo derecho y la pierna izquierda, y a veces por ambos miembros, cambiándole la posición con el propósito de darle fuerzas para soportar y alargar sus sufrimientos. Cuando el inocente chiquillo, deseoso de ver a su padre y de hablar con él, le pidió ver a Bonner para pedirle permiso, al preguntarle el capellán del obispo cuál era el propósito de su visita, dijo que quería ver a su padre. ‘¿Quién es tu padre?ª le preguntó el capellán. ‘John Fellyª, contestó el chiquillo, señalando al mismo tiempo el lugar en el que estaba encerrado. ‘¡Pero tu padre es un hereje!ª

Este pequeño, con gran valor, le contestó, con una energía suficiente para despertar admiración en cualquier pecho, excepto en el de este miserable insensible y carente de principios, y tan bien dispuesto a ejecutar los caprichos de una reina sin conciencia: ‘Mi padre no es un hereje: Tú tienes la marca de Balaam.ª

Irritado por un reproche tan correctamente aplicado, el indignado y mortificado sacerdote ocultó su resentimiento por un momento, y se llevó al atrevido chico a la casa, donde, teniéndolo seguro, lo entregó a otros, que, tan bajos y crueles como él, lo desnudaron y le azotaron con sus látigos con tanta violencia que, desmayando él bajo los azotes infligidos a su tierno cuerpo, y cubierto por la sangre que manaba de sus llagas, estaba a punto de expirar víctima de este duro e inmerecido castigo.

En este estado, sangrando y desmayado, file llevado delante de su padre este sufriente niño, cubierto sólo con una larga camisa, por uno de los actores de la horrenda tragedia, el cual, mientras exhibía aquel espectáculo que partía el corazón, empleaba los más viles escarnios, y se gozaba en lo que había hecho. El leal pequeño, como recuperando fuerzas ante la vista de su padre, le imploró de rodillas su bendición. ‘¡Ah, Will,ª le dijo el afligido padre, temblando de horror, ‘¡Quién te ha hecho esto, a ti! ª El inocente muchacho le contó las circunstancias que lo llevaron al implacable correctivo que le había sido infligido con tanta bajeza; pero cuando repitió la reprensión que le había dicho al capellán, y que fue ocasionada por su indómito espíritu, fue arrancado de su padre, que estaba desecho en llanto, y vuelto a llevar a la casa, donde quedó preso y estrechamente vigilado.

Bonner, sintiendo un cierto temor de que lo que había hecho no podría ser justificado ni entre los más sangrientos mastines de su voraz manada, concluyó en su tenebrosa y malvada mente liberar a John Fetty, al menos por un tiempo, de los rigores que estaba sufriendo en la gloriosa causa de la eterna verdad. Si, su brillante recompensa estáfijada más alláde los limites del tiempo, dentro de los confines de la eternidad, allídonde la saeta del malvado no puede herir, allí’donde no habrámás dolores para los bienaventurados, que, en la mansión de gloria 273

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eterna, al Cordero para siempre glorificarán.ª Por ello, fue liberado por orden de Bonner (¡qué desgracia para toda dignidad, decirle obispo!) de sus dolorosas cadenas, y llevado de la Torre de los Lolardos a la estancia de aquel impío e infame carnicero, donde encontró al obispo calentándose delante de un gran fuego. Al entrar en la estancia, Fetty dijo: ‘¡Dios sea aquíy paz!ª ‘Dios sea aquíy paz (dijo Bonner), ¡esto no es ni Dios os guarde, ni buenos días!ª ‘Si echáis coces contra esta paz (dijo Fetty), no es éste el lugar que busco.ª

Un capellán del obispo, que estaba junto a él, le dio la vuelta al pobre hombre, y pensando escarnecerle, dijo, con tono burlón: ‘¡Qué tenemos aquí: un bufón!ª Estando asíFetty en la estancia del obispo, observó, colgando cerca de la cama del obispo, un par de grandes rosarios de cuentas negras, por lo que dijo: ‘¡Señor, creo que el verdugo no estámuy lejos, porque la soga (dijo, señalando a los rosarios) ya estáaquí! ª Al oír estas palabras, el obispo se enfureció de manera inexpresable. De inmediato observó también, de pie en la estancia del obispo, un pequeño crucifijo. Le preguntó al obispo qué era, y le contestó que era Cristo. ‘¿Y fue maltratado tan cruelmente como aparece aquí?ª, le preguntó Fetty. ‘Si, asífueª, le dijo el obispo. ‘¡Y asíde cruelmente vos trataréis a los que caigan en vuestras manos, porque vos sois para el pueblo de Dios como Caifás fue para Cristo!ª El obispo, montando en cólera, le dijo:

‘¡Tú eres un vil hereje, y te quemaré, o perderé todo lo que tengo, hasta mi casulla.ª ‘No, señor (le dijo Felly), más bien haríais en dársela a algún pobre, para que ore por vos.ª Bonner, a pesar de la ira que sentía, que fue tanto más intensificada por la calma y por las agudas observaciones de este sagaz cristiano, consideró más prudente despedir al padre, por causa del niño casi asesinado. Su cobarde alma temblaba por las consecuencias que pudieran desprenderse de ello; el miedo es inseparable de las mentes mezquinas, y este sacerdote rollizo y cobarde experimentó los efectos de este medio hasta tal punto que le indujo a asumir la apariencia de aquello a lo que era totalmente ajeno: de MISERICORDIA.

El padre, despedido por el tirano Bonner, fue a su casa con el corazón oprimido, con su hijo moribundo, que no sobrevivió muchos días a los crueles tratos sufridos.

¡Cuán contraria a la voluntad del gran Rey y Profeta, que enseñó con mansedumbre a Sus seguidores, era la conducta de este maestro falso y sanguinario, de este vil apóstata de su Dios a Satanás! Pero el diablo se había apoderado de su corazón, y conducía cada acción de aquel pecador a quien había endurecido; éste, entregado a una terrible destrucción, corría la carrera de los malvados, marcando sus pasos con la sangre de los santos, como si anhelara alcanzar la meta de la muerte eterna.

La Liberación del Doctor Sands

Este eminente prelado, vicecanciller de Cambridge, aceptó predicar, con muy pocas horas de aviso, delante del duque y de la universidad, a petición del duque de Northumberland, cuando éste vino a Cambridge en apoyo de la pretensión de Lady Jane Gray. El texto que tomó fue el que se le presentó al abrir la Biblia, y no hubiera podido escoger uno más 274

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apropiado, los tres últimos versículos de Josué. Asícomo Dios le dio el texto, asítambién le dio tan orden y poder de palabra que suscitó las más vivas emociones en sus oyentes. El sermón estaba a punto de ser enviado a Londres para ser impreso, cuando llegaron noticias de que el duque había vuelto y que había sido proclamada la Reina Maria.

El duque fue inmediatamente arrestado, y el doctor Sands fue obligado por la universidad a dimitir de su cargo. Fue arrestado por orden de la reina, y cuando el señor Mildmay se preguntó cómo era que un hombre tan erudito se atrevía a ponerse voluntariamente en peligro y a hablar contra una princesa tan buena como Maria, el doctor contestó: ‘Si yo fuera a hacer como ha hecho el señor Mildmay, no tendría que temer ninguna cárcel. El vino armado contra la Reina Maria; antes, un traidor, ahora un gran amigo de ella.

No puedo yo con la misma boca soplar frío y caliente de esta manera.ª Siguió un saqueo general de las propiedades del doctor Sand, y fue llevado luego a Londres montado en un jamelgo. Tuvo que soportar varios insultos por el camino, provenientes de católicos fanáticos, y al pasar por la calle de Bishopsgate, cayó al suelo por una pedrada que le lanzaron. Fue el primer prisionero que entró en la Torre, en aquellos tiempos, por causas religiosas. Le admitieron que entrara su Biblia, pero le quitaron sus camisas y otros artículos.

El día de la coronación de Maria, las puertas de la cárcel estaban tan mal guardadas que era fácil escapar. Un verdadero amigo, el señor Mitchell, fue a verlo, le dio sus propios vestidos como disfraz, y se mostró dispuesto a quedarse en su lugar. Este era un ejemplo extraordinario de amistad; pero él rehusó esta oferta, diciéndole: ‘No tengo conocimiento de ninguna causa por la que tenga que estar en la cárcel. Hacer esto me haría doblemente culpable. Esperaré el beneplácito de Dios, pero me considero un gran deudor vuestroª; asíse fue el señor Mitchell.

Con el doctor Sands estaba encarcelado el señor Bradford; fueron custodiados en la cárcel, estrechamente, durante veintinueve semanas. El guardián, John Fowler, era un perverso papista, y sin embargo, tanto le persuadieron, que al final comenzó a favorecer el Evangelio, y quedó tan persuadido de la verdadera religión que un domingo, cuando celebraban Misa en la capilla, el doctor Sands administró la Comunión a Bradford y a Fowler.

Así, Fowler devino el hijo de ellos engendrado en prisiones. Para hacer sitio Wyat y a sus cómplices, el doctor Sands y otros nueve predicadores fueron enviados a Marshalsea.

El guarda de Marshalsea designó a un hombre para cada predicador, para que lo condujera por la calle; les hizo ir delante, y él y el doctor Sands siguieron, conversando juntamente. Para este tiempo, el papismo comenzaba a ser impopular. Después de haber pasado el puente, el guarda le dijo al doctor Sands. ‘Veo que gentes vanas quisieran echaros al fuego. Vos sois tan vano como ellos si, siendo joven, os mantenéis en vuestra propia arrogancia, y preferís vuestra propia opinión a la de tantos dignos prelados, ancianos, eruditos y serios hombres como hay en este reino. Si es así, veréis que soy un guarda severo, y que aborrece totalmente vuestra religión.ª El doctor Sands contestó: ‘Sé que soy joven, y que mi conocimiento es pequeño; me basta con conocer a Cristo crucificado, y nada ha aprendido el 275

El Libro de los Mártires por Foxe

que no ve la gran blasfemia que hay en el papismo. A Dios me rendiré, y no a los hombres; en las Escrituras he leído acerca de muchos guardas piadosos y corteses: ¡que Dios te haga uno de ellos! Y si no, espero que El me dé fuerza y paciencia para soportar vuestros malos tratos.ª Luego le dijo el guarda: ‘estáis resuelto a manteneros en vuestra religión?ª ‘Si,ª dijo el doctor,

‘¡Por la gracia de Dios!ª ‘La verdad,ª dijo el guarda, ‘me gustáis tanto más por esto; sólo os probaba; contad con todo favor de que os pueda hacer objeto; y me consideraré feliz si puedo morir en la estaca con vosotros.ª

Y cumplió su palabra, porque confió en el doctor, dejándole pasear sólo por los campos, donde se encontró con el señor Bradford, que también estaba preso a disposición del tribunal real, y que había conseguido el mismo favor de su guarda. Por su petición, puso al señor Sands junto con él, para ser su compañero de celda, y la Comunión fue administrada a un gran número de comunicantes.

Cuando Wyat llegó con su ejército a Southwark, ofreció liberar a todos los protestantes encarcelados, pero el doctor Sands y el resto de los predicadores rehusaron aceptar la libertad bajo tales condiciones.

Después que el doctor Sands hubo estado preso nueve meses en la cárcel de Marshalsea, fue puesto en libertad por mediación de Sir Thomas Holcroft, caballero mariscal. Aunque el señor Holcroft tenía la orden de la reina, el obispo le había mandado que no pusiera en libertad al doctor Sands hasta que hubiera recibido fianza de dos caballeros con él, obligándose cada uno de ellos por 500 libras esterlinas, de que el doctor Sands no se ausentaría de] reino sin permiso para ello. El señor Holcroft se vio de inmediato con dos caballeros del norte, amigos y primos del doctor Sands, que ofrecieron pagarle la fianza.

Después de comer, aquel mismo día, Sir Thomas Holcroft mandó que trajeran al doctor Sands a su casa en Westminster, para decirle todo lo que había hecho. El doctor Sands le respondió: ‘Doy gracias a Dios, que ha movido vuestro corazón a tenerme tal consideración, por lo que me considero obligado a vos. Dios os lo pagará, y yo mismo no os seré ingrato.

Pero como me habéis tratado amistosamente, yo también os seré franco. Vine libre a la cárcel; no saldré ligado. Como no puedo ser de beneficio alguno a mis amigos, tampoco les seré para daño. Y si soy puesto en libertad, no me quedaré seis días en este reino, si puedo irme. Por ello, si no puedo irme libre, enviadme de nuevo a Marshalsea, y allíestaréis seguro de mi.ª

Esta respuesta disgustó mucho al señor Holcroft; pero le contestó como un verdadero amigo: ‘Siendo que no podéis ser cambiado de postura, yo cambiaré mi propósito, y cederé ante vos. Pase lo que pase, os pondré en libertad; y viendo que tenéis deseo de atravesar el mar, id tan rápido como podáis. Una cosa os pido, que mientras estéis allí, no me escribáis nada, porque esto podría ser mi destrucción.ª

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El Libro de los Mártires por Foxe

El doctor Sands, despidiéndose afectuosamente de él y de sus otros amigos encarcelados, se fue. Se fue por la casa de Winchester, y desde allítomó una barca y se dirigió a casa de un amigo en Londres, llamado William Banks, quedándose allíuna noche. A la noche siguiente fue a casa de otro amigo, y allísupo que estaba siendo intensamente buscado, por orden expresa de Gardiner.

El doctor Sands se dirigió entonces de noche a casa de un hombre llamado Berty, un extraño que estuvo con él en la cárcel de Marshalsea por un tiempo. Era un buen protestante, y vivía en Maik-lane. Allíestuvo seis días, y luego se fue a casa de uno de sus conocidos en Com- hill. Hizo que este conocido, Quinton, le suministrara dos caballos, habiendo decidido irse, por la mañana, a Essex, a casa de su suegro el señor Sands, donde estaba su mujer, lo que llevó a cabo tras haber escapado con dificultad a ser apresado. No había estado allídos horas antes que le fuera dicho al señor Sands que dos guardas arrestarían aquella noche al doctor Sands.

Aquella noche el doctor Sands fue llevado a la granja de un honrado granjero, cerca del mar, donde se quedó dos días y dos noches en una estancia sin compañía alguna. Después de haber pasado a casa de un tal James Mower, patrón de barco que vivía en Milton-Shore, donde esperó un viento favorable para ir a Flandes. Mientras estaba allí, James Mower le trajo cuarenta o cincuenta marineros, a los que les dio una exhortación; le tomaron tanto aprecio, que prometieron morir antes que permitir que fuera apresado.

El sexto de mayo, domingo, el viento fue favorable. Al despedirse de su hospedadora, que había estado casada ocho años sin tener ningún niño, le dio un hermoso pañuelo y un viejo real de oro, y le dijo: ‘Consuélate; antes que haya pasado un año entero, Dios te daráun hijo, un niño.ª Y esto se cumplió, porque doce meses menos un día después, Dios le dio un hijo.

Apenas si había llegado a Amberes que supo que el Rey Felipe había dado orden que fuera prendido. Huyó entonces a Augsburgo, en Cleveland, donde el doctor Sands se quedó catorce días, viajando a continuación a Estrasburgo, donde, tras haber vivido allíun año, su mujer llegó para estar con él. Estuvo enfermo de un flujo durante nueve meses, y tuvo un hijo que murió de la peste. Su amante esposa finalmente cayó enferma de una consunción, y murió en sus brazos. Cuando su mujer estuvo muerta, fue a Zurich, y estuvo en casa de Peter Martyr por espacio de cinco semanas.

Sentados un día comiendo, les llevaron de repente la noticia de que la Reina María había muerto, y el doctor Sands fue llamado por sus amigos en Estrasburgo, donde predicó. El señor Grindal y él se dirigieron a Inglaterra, y llegaron a Londres el mismo día de la coronación de la Reina Elizabet. Este fiel siervo de Cristo ascendió, bajo la reina Elizabet, a la más alta distinción en la Iglesia, siendo sucesivamente obispo de Worcester, obispo de Londres y arzobispo de York.

El trato dispensado por la Reina María a su hermana, la Princesa Elizabet 277

El Libro de los Mártires por Foxe

La preservación de la Princesa Elizabet puede ser considerada como un ejemplo notable de la vigilante mirada de Cristo sobre Su Iglesia. El fanatismo de Maria no tenía consideración para con los lazos de consanguinidad, de los afectos naturales ni de la sucesión nacional. Su mente, físicamente lenta, estaba bajo el dominio de hombres que no poseían bondad humana, y cuyos principios estaban sancionados y mandados por los dogmas idolátricos del romano pontífice. Si hubieran podido prever la corta duración del reinado de María; habrían teñido sus manos con la sangre protestante de Elizabet, y, como sine qua non de la salvación de la reina, la habrían ahogado a ceder el reino a algún príncipe católico. La resistencia ante tal cosa habría ido acompañada de todos horrores de una guerra civil religiosa, y se habrían sentido en Inglaterra calamidades similares a las de Francia bajo Enrique el Grande, a quien la Reina Elizabet ayudó en su oposición a sus súbditos católicos dominados por los sacerdotes.

Como si la Providencia tuviera a la vista el establecimiento perpetuo de la fe protestante, debe observarse la diferencia de la duración de los dos reinados. María podría haber reinado muchos años en el curso de la naturaleza, pero el curso de la gracia lo dispuso de manera distinta. Cinco años y cuatro meses fue el tiempo dado a este débil y desgraciado reinado, mientras que el reinado de Elizabet esta entre los más duraderos de todos los que jamás haya visto el trono inglés: casi nueve veces el de su inmisericorde hermana.

Antes que María llegara a la corona, trató a Elizabet con bondad fraternal, pero desde aquel momento se alteró su conducta, y se estableció la distancia más imperiosa. Aunque Elizabet no tuvo parte alguna en la rebelión de Sir Thomas Wyat, fue sin embargo prendida y tratada como culpable de aquella rebelión. La forma en que tuvo lugar su arresto fue semejante a la mente que la había dictado; los tres ministros del gabinete a los que ella designó para que tuvieran cuidado del arresto entraron descortésmente en su dormitorio a las diez de la noche, y, aunque estaba sumamente enferma, a duras penas se les pudo convencer para que la dejaran descansar hasta la siguiente mañana. Su debilitado estado la permitió ser llevada sólo en cortas etapas en su largo viaje a Londres, pero la princesa, aunque afligida en su persona, tuvo un consuelo que su hermana jamás podría comprar: las gentes por en medio de las que pasaba por el camino se compadecían de ella, y oraban por su preservación.

Al llegar a la corte, fue constituida presa durante dos semanas, vigilada estrechamente, sin saber quién era su acusador, ni ver a nadie que pudiera consolarla o aconsejarla. Sin embargo, la acusación fue finalmente desvelada por Gardiner, que, con diecinueve miembros del Consejo, la acusó de instigar la conspiración de Wyat, lo que ella afirmó religiosamente ser falso. Al fracasar en esto, presentaron contra ella sus tratos con Sir Peter Carew en el oeste, en lo que tampoco tuvieron éxito. La reina intervino ahora manifestando que era su voluntad que fuera encerrada en la Torre, paso éste que abrumó a la princesa con el mayor temor e inquietud. En vano abrigó la esperanza de que su majestad la reina no la enviara a tal lugar; pero no podía esperar indulgencia alguna; el número de sus asistentes sus asistentes quedó limitado, y se designaron cien soldados norteños para guardarla día y noche.

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El Libro de los Mártires por Foxe

El Domingo de Ramos fue llevada a la Torre. Cuando llegó al jardín del palacio, miró arriba hacia las ventanas, esperando ver los de la reina, pero se vio desengañada. Se dio estricta orden en Londres de que todos fueran a la iglesia y llevaran palmas, para que pudiera ser conducida a su prisión sin protestas ni muestras dc compasión.

Al pasar bajo el Puente de Londres, la bajada de la marea hizo muy peligrosa la travesía, y la barcaza se trabo durante un tiempo con un espolón del puente. Para mortificaría aún más, la hicieron desembarcar en la Escalera de los Traidores. Como llovía intensamente, y se veía obligada a poner los pies en el agua para llegar a la ribera, vaciló; pero ello no suscitó ninguna cortesía en el caballero que la atendía. Cuando puso sus pies en los escalones, exclamó: ‘Aquí, aunque presa, desembarco como la más leal súbdita que jamás llegó a estos escalones; ¡y lo digo ante Ti, oh Dios, no teniendo otro amigo que Tú!.

Un gran número de guardianes y siervos de la Torre fueron dispuestos en orden, para que la princesa pasara entre ellos. Al preguntar para qué era aquella parada, se le informó que era la costumbre. Ella dijo: ‘Si están aquípor mí, os ruego que sean excusados.ª Al oír esto, los pobres hombres se arrodillaron, y oraron que Dios preservara a su Gracia, por lo cual fueron al día siguiente expulsados de sus cargos. Esta trágica escena debe haber sido profundamente interesante: ver una princesa amable e irreprochable enviada como un cordero, para languidecer en la expectativa de crueles tratos y muerte, y contra la que no había otros motivos que su superioridad en virtudes Cristianas y capacidades adquiridas. Sus acompañantes lloraban abiertamente mientras ella se dirigía con un andar digno hacia las trágicas almenas de su destino.

‘¿Qué queréis decir con estas lágrimas?ª, dijo Elizabet: ‘Os he traído para consolarme, no para desalentarme; porque mi verdad es tal que nadie tendrámotivos para llorar por mi.ª

El siguiente paso de sus enemigos fue procurarse evidencias por medios que en nuestros días se consideran execrables. Muchos pobres presos fueron sometidos al potro de tormento para extraerles, si fuera posible, cualquier tipo de acusación que pudiera ser susceptible de condenarla a muerte, y con ello satisfacer la sanguinaria disposición de Gardiner. …l mismo fue a interrogarla, acerca de su mudanza desde su casa en Ashbridge al castillo de Dunnington hacia ya mucho tiempo. La princesa había olvidado totalmente este insignificante acontecimiento, y Lord Arundel, después del interrogatorio, arrodillándose, se excusó por haberla molestado en cuestión tan trivial. ‘Me ponéis estrechamente a pruebaª, contestó la princesa, ‘pero de esto estoy segura: que Dios ha puesto límite a vuestros procedimientos; que Dios os perdone a todos.ª Sus propios caballeros, que debieran haber sido sus administradores y haberla provisto de sus cosas necesarias, fueron obligados a ceder sus puestos a los soldados comunes, a las órdenes del alcalde de la Torre, que era en todos los respectos un servil instrumento de Gardiner; sin embargo, los amigos de su Gracia obtuvieron una orden dcl Consejo que reguló esta mczquina tiranía más a satisfacción dc clla.

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El Libro de los Mártires por Foxe

Después de haber pasado un mes entero en prisión estricta, envió una comunicación al lord chambelán y a Lord Chandois, a quienes les informó del mal estado de su salud por falta de aire libre y de ejercicio. Hecha la solicitud el Consejo se le permitió a regañadientes a Elizabet poder pasearse por las estancias dc la reina, y luego en cl jardín, momento en el que los prisioneros cn aquel lado eran acompañados por sus guardas, sin permitírseles contemplarla. También se excitaron sus celos por un niño de cuatro años, que a diario le llevaba flores a la princesa. El niño fue amenazado con recibir azotes, y se ordenó al padre que lo tuviera alejado de las estancias de la princesa.

El día cinco de mayo, el alcalde fue depuesto de su cargo, y Sir Henry Benifield fue designado en su lugar, acompañado de cien soldados vestidos de azul, de torva apariencia.

Esta medida suscitó gran alarma en la mente de la princesa, que se imaginó que estos eran preparativos conducentes a sufrir la misma suerte que Lady Jane Gray y en el mismo tajo.

Recibiendo seguridades dc que no había tal proyecto en marcha, le vino a la mente el pensamiento de que el nuevo alcalde de la Torre estaba encargado de acabar con ella secretamente, por cuanto su carácter equivoco armonizaba con la feroz inclinación dc aquellos por los que había sido designado.

Luego se rumoreó que su Gracia iba a ser llevada fuera de allípor el alcalde y sus soldados, lo que finalmente resultó cierto. Vino una orden del Consejo para que fuera trasladada a la casa señorial Woodstock, lo que tuvo lugar el domingo dc Trinidad, 13 de mayo, bajo la autoridad de Sir Henn' Benificld y dc Lord Tame. La causa ostensible de su traslado fue dar lugar a otros presos. Richmond fue el primer lugar donde se detuvieron, y aquídurmió la princesa, aunque no sin mucho temor al principio, porque sus propios criados fueron sustituidos por los soldados, que fueron puestos como guardas a la puerta de su estancia. Por las quejas presentadas, Lord Tame anuló este indecoroso abuso de autoridad, y le concedió perfecta seguridad mientras estuvo bajo su custodia.

Al pasar por Windsor vio a varios de sus pobres y abatidos siervos que esperaban verla.

‘Ve a ellos,ª le dijo a uno de sus asistentes, ‘y diles de mi parte estas palabras: tanquim ovis, esto es, como oveja al matadero.ª

A la mañana siguiente, su Gracia se alojó en casa de un hombre llamado Mr. Dormer, y encaminándose a ella, la gente le hizo tales muestras de leal afecto que Sir Henry se sintió indignado, y los trató abiertamente de rebeldes y traidores. En algunos pueblos lanzaban las campanas al vuelo, imaginando que la llegada de la princesa entre ellos era por causas muy distintas; pero esta inocente demostración de alegría fue suficiente para que el perseguidor Benifield ordenara a sus soldados que apresaran a estas gentes humildes y las pusieran en el cepo.

Al día siguiente, su Gracia llegó a casa de Lord Tame, donde se quedó toda la noche, y fue muy noblemente agasajada. Esto excitó la indignación de Sir Henry, y le llevó a advertir a Lord Tame que considerara bien su manera de actuar; pero la humanidad de Lord Tame no 280

El Libro de los Mártires por Foxe

era de las que se dejaban atemorizar, y le dio una réplica adecuada. En otra ocasión, este oficial pródigo, para mostrar su mala catadura y su menosprecio de la cortesía, fue a una estancia que había sido preparada para su Gracia con una silla, dos cojines y una alfombra, sentándose allípresuntuosamente, y llamando a uno de sus hombres para que le quitara las botas. Tan pronto como lo supieron las damas y los caballeros de la princesa, lo ridiculizaron escarneciéndole. Cuando terminó la cena, él llamó al señor de la casa, y ordenó que todos los caballeros y las damas se fueran a sus casas, asombrándose mucho de que permitiera una tan gran compañía, considerando el grave encargo que le había sido encomendado. ‘Sir Henry,ª

dijo su señoría, ‘Daos por satisfecho; evitaremos tanta compañía, incluyendo la de vuestros hombres.ª ‘No,ª dijo Sir Henry, ‘sino que mis soldados vigilarán toda la noche.ª Lord Tame replicó: ‘No hay necesidad.ª ‘Bueno,ª dijo el otro, ‘haya necesidad o no, lo harán.ª

Al siguiente día, su Gracia emprendió viaje desde allía Woodstock, donde fue encerrada, como antes en la Torre de Londres, guardándola los soldados dentro y fuera de las murallas, cada día, en número de sesenta; y durante las noches hubo cuarenta durante todo el tiempo de su encarcelamiento.

Al final se le permitió pasear por los jardines, pero bajo las más severas restricciones, guardando las llaves el mismo Sir Henry, guardándola siempre bajo muchas cerraduras y cerrojos, lo que la indujo a llamarlo su carcelero, a lo que se sintió él ofendido, y le rogó que usara la palabra oficial. Después de muchos ruegos al Consejo, obtuvo permiso para escribir a la reina; pero el carcelero que le trajo pluma, tinta y papel se quedó junto a ella mientras escribía, y, al irse, se volvió a llevar estos artículos hasta que volvieran a ser necesarios.

También insistió en llevar la carta él mismo a la reina, pero Elizabet no admitió que él fuera el portador, y fue presentada por uno de sus caballeros.

Después de la carta, los doctores Owen y Wendy visitaron a la princesa, porque su estado de salud hacia precisa la asistencia médica. Se quedaron con ella cinco o seis días, tiempo en el que ella mejoró mucho; luego volvieron a la reina, y hablaron aduladoramente de la sumisión y humildad de la princesa, ante lo que la reina pareció conmoverse; pero los obispos exigían una admisión de que había ofendido a su majestad. Elizabet rechazó esta forma indirecta de reconocerse culpable. ‘Si he delinquido,ª dijo ella, ‘y soy culpable, no pido misericordia, sino la ley, que estoy segura que ya habría sufrido hace tiempo si se hubiera podido probar nada contra mi; desearía estar igual de libre del peligro de mis enemigos; entonces no estaría encerrada y encerrojada tras murallas y puertas.ª.

En aquel tiempo se habló mucho de la idoneidad de unir la princesa con algún extranjero, para que pudiera irse del reino con una porción apropiada. Uno de los del Consejo tuvo la brutalidad de proponer la necesidad de decapitarla si es que el rey Felipe quería tener el reino en paz; pero los españoles, aborreciendo una idea tan mezquina, contestaron: ‘¡Dios no quiera que nuestro rey y señor consienta a tan infame proceder!ª Estimulados por un principio de nobleza, los españoles apremiaron desde entonces al rey en el sentido de que sería para más honra suya liberar a Lady Elizabet, y el rey no fue insensible a tal petición. La sacó de prisión, 281

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y poco después fue enviada a Hampton Court. Se puede observar aquí, de pasada, que la falacia de los razonamientos humanos se hace evidente a cada paso. El bárbaro que propuso la acción política de decapitar a Elizabet poco se esperaba el cambio de condición que sus palabras iban a propiciar. En su viaje desde Woodstock, Benifieid la trató con la misma dureza que antes, haciéndola viajar un día de tempestad, y no permitiendo que su vieja criada, que había venido a Colnbrook, donde durmió una noche, pudiera hablar con ella.

Quedó guardada y vigilada durante dos semanas de manera estricta antes que nadie osara hablar con ella; al final, el vil Gardiner acudió, con tres más del Consejo, con gran sumisión.

Elizabet lo saludó con la observación de que había estado mantenida durante mucho tiempo en prisión incomunicada, y le rogó que intercediera delante del rey y de la reina para que la libraran de este encierro. La visita de Gardiner tenía el propósito de obtener de la princesa una confesión de culpabilidad; pero ella se guardó contra sus sutilezas, añadiendo que antes de admitir haber hecho nada malo se quedaría en prisión el resto de su vida. Al día siguiente, Gardiner volvió a verla, y arrodillándose, declaró que la reina se sentía atónita de que persistiera en afirmar que era sin culpa, de lo que se inferiría que la reina había encarcelado injustamente a su Gracia. Gardiner la informó además de que la reina había declarado que debería hablar de manera diferente antes de poder ser dejada en libertad. ‘Entonces,ª replicó la noble Elizabet, ‘prefiero estar en prisión con honor y verdad antes que tener mi libertad y estar bajo las sospechas de su majestad. Y me mantendré en lo que he dicho; ¡no voy a mentir!

ª Entonces, el obispo y sus amigos partieron, dejándola encerrada como antes.

Siete días después la reina envió a buscar a Elizabet a las diez de la noche; dos años habían pasado desde que se habían visto por última vez. Esto creó terror en la mente de la princesa, que, al salir, pidió a sus caballeros y damas que oraran por ella, porque no era seguro que fuera a volver a ellos.

Llevada al dormitorio de la reina, al entrar la princesa se adornó, y habiendo rogado a Dios que guardara a su majestad, le dio seguridades de que su majestad no tenía un súbdito más leal en todo el reino, fueran cuales fueran los rumores que se hicieran circular en sentido contrario. Con un altanero desdén, la imperiosa reina contestó: ‘No vas a confesar tu delito, sino que te mantienes férrea en tu verdad. Pido a Dios que asísea.

‘Si no es así,ª dijo Elizabet, ‘no pido ni favor ni perdón de manos de vuestra majestad.ª

‘Bueno,ª dijo la reina, ‘sigues perseverando terca en tu verdad. Además, no quieres confesar que no has sido castigada injustamente.ª

‘No debo decíroslo, si asíle place a vuestra majestad.

‘Entonces se lo dirás a otros,ª dijo la reina.

‘No, si su majestad no quiere; he llevado la carga, y debo llevarla. Ruego humildemente a vuestra majestad que tenga buena opinión de míy que me considere su súbdita, no sólo desde el comienzo hasta ahora, sino para siempre, mientras haya vida.ª Se despidieron sin ninguna 282

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satisfacción cordial por parte de ninguna; y no podemos decir que la conducta de Elizabet exhibiera aquella independencia y fortaleza que acompaña a la perfecta inocencia. La admisión de Elizabet de que no iba a decir, ni a la reina ni a otros, que había sido castigada injustamente, estaba en total contradicción con lo que le había dicho a Gardiner, y debe haber surgido de algún motivo por ahora inexplicable. Se supone que el Rey Felipe estaba escondido durante la entrevista, y que se había mostrado favorable a la princesa.

Al cabo de siete días del regreso de la princesa a su encarcelamiento, su severo carcelero y sus hombres fueron despedidos, y fue dejada en libertad, bajo la limitación de estar siempre acompañada y vigilada por alguien del Consejo de la reina. Cuatro de sus caballeros fueron enviados a la Tone sin otra acusación contra ellos de haber sido celosos siervos de su señora.

Este acontecimiento fue pronto seguido por la feliz noticia de la muerte de Gardiner, por la que todos los hombres buenos y clementes glorificaron a Dios, por haber sacado al principal tigre de la guarida, y haber asegurado más la vida de la sucesora protestante de María.

Este infame, mientras la princesa estaba encarcelada en la Torre, envió un documento secreto, firmado por algunos del Consejo, ordenando su ejecución privada, y si el señor Bridges, teniente de la Tone, hubiera sido tan poco escrupuloso ante un tenebroso asesinato como este impío prelado, hubiera sido muerta. Al no haber la firma de la reina en el documento, el señor Bridges se dirigió apresuradamente a su majestad para informarla y para saber su parecer. …sta había sido una treta de Gardiner, que intentando demostrarla culpable de actividades traicioneras había hecho torturar a varios presos. También ofreció grandes sumas en soborno al señor Edmund Tremaine y Smithwicke para que acusaran a la inocente princesa.

Su vida estuvo varias veces en peligro. Mientras estaba en Woodstock, se prendió fuego, aparentemente de manera intencionada, entre las vigas y el techo bajo el cual dormía. También corre el intenso rumor de que un tal Paul Penny, guarda de Woodstock, y notorio bandido, fue designado para asesinarla, pero, fuera como fuera, Dios contrarrestó en este punto los designios de los enemigos de la Reforma. James Basset fue otro designado para ejecutar la misma acción; era un peculiar favorito de Gardiner, y había llegado a una milla de Woodstock, queriendo hablar con Benifield acerca de esto. Quiso Dios en su bondad que mientras Basset se dirigía a Woodstock, Benifield, por orden del Consejo, se dirigía a Londres; debido a esto, dejó orden firme a su hermano de que nadie fuera admitido en presencia de la princesa durante su ausencia, ni siquiera si llevaba una nota de la reina. Su hermano vio al asesino, pero la intención de este quedó frustrada, porque no pudo conseguir ser admitido en presencia de la princesa.

Cuando Elizabet salió de Woodstock, dejó estas líneas escritas con un diamante en la ventana: Muchas sospechas puede haber, Nada demostrado puede ser. Dijo Elizabet, presa.

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Al acabar la vida de Winchester, acabó el extremado peligro de la princesa, porque muchos de sus secretos enemigos pronto le siguieron, y, finalmente, su cruel hermana, que sobrevivió a Gardiner sólo tres años.

La muerte de María ha sido adscrita a varias causas. Los miembros del Consejo trataron de consolarla en sus últimos momentos, pensando que era la ausencia de su marido lo que tanto le pesaba en el corazón, pero aunque esto tuvo una cierta influencia, la verdadera razón de su dolor era la pérdida de Calais, la última fortaleza poseída por los ingleses en Francia.

‘Abrid mi corazón,ª dijo María, ‘cuando esté muerta, y encontraréis allíescrita la palabra Calais.ª La religión no le causaba temores; los sacerdotes hablan adormecido en ella toda inquietud de conciencia que pudiera haber existido por causa de los espíritus acusadores de los mártires asesinados. No era la sangre que había derramado, sino la pérdida de una ciudad, lo que movió sus emociones al morir, y este golpe último pareció ser infligido para que sus fanáticas persecuciones pudieran ser puestas en paralelo con su insensatez política.

¡Rogamos fervorosamente que ningunos anales de ningún país, católico o pagano, vuelvan a ser jamás manchados con tal repetición de sacrificios humanos al poder papal, y que el aborrecimiento que se tiene contra el carácter de María pueda ser un faro para los posteriores monarcas para que eviten los arrecifes del fanatismo!

El castigo de Dios contra algunos de los perseguidores de Su pueblo en el reinado de María. Después de la muerte de aquel archi-perseguidor, Gardiner, otros siguieron, entre los que debe destacarse al doctor Morgan, obispo de St. David's, que había sucedido al Obispo Farrar. No mucho tiempo después que fuera designado para este obispado, cayó bajo la visitación de Dios: sus alimentos, una vez hablan descendido por la garganta, retrocedían con gran violeñcia. De esta manera acabó su existencia, literalmente muerto de hambre.

El Obispo Thomton, sufragáneo de Dover, fue un infatigable perseguidor de la verdadera Iglesia. Un día, después de haber ejercido su cruel tiranía sobre un número de piadosas personas en Canterbury, se dirigió de la casa capitular a Borne, donde, mientras estaba un domingo contemplando a sus hombres jugando a los bolos, cayó bajo un ataque de parálisis, y no sobrevivió durante mucho tiempo.

Después le sucedió otro obispo o sufragáneo, ordenado por Gardiner, que no mucho después de haber sido elevado a la sede de Dover, cayó por unas escaleras en la estancia del cardenal en Greenwich, rompiéndose el cuello. Acababa de recibir la bendición del cardenal: no había podido recibir nada peor.

John Cooper, de Watsam, Suffolk, sufrió a causa de un perjurio; por malignidad privada fue perseguido por un tal Fenning, que sobornó a otros dos que juraran que habían oído decir a Cooper: ‘Si Dios no sacara de aquía la Reina María, lo haría el diablo.ª Cooper negó haber dicho tal cosa, pero Cooper era protestante y hereje, por lo que fue colgado, arrastrado y descuartizado, sus bienes fueron confiscados, y su mujer y nueve hijos reducidos a la mendicidad. Pero durante la siguiente cosecha, Grimwood de Hitcham, uno de los testigos 284

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antes mencionado, fue visitado por su infamia; mientras trabajaba, apilando trigo, sus entrañas reventaron repentinamente, y murió antes de poder conseguir ayuda alguna. ¡Asífue retribuido un perjurio deliberado con una muerte súbita!

Ya hemos observado la dureza del alguacil mayor Woodroffe en el caso del mártir señor Bradford. Se regocijaba aquel alguacil en la muerte de los santos, y en la ejecución del señor Roger le partió la cabeza al arriero, porque detuvo el carro para permitir que los hijos del mártir le dieran un último adiós. Apenas si hacía una semana que el señor Woodroffe había dejado de ser alguacil mayor que fue azotado por una parálisis, y languideció varios días en una condición de lo más lastimosa e impotente, presentando un gran contraste con su anterior actividad en aquella sanguinaria causa.

Se cree que Ralph Lardyn, que entregó al mártir George Eagles, fue posteriormente juzgado y colgado como consecuencia de una auto acusación. Ante el tribunal, se acusó con estas palabras: ‘Esto me ha sobrevenido con toda justicia por entregar sangre inocente dc aquel hombre justo y bueno, George Eagle, que fue aquí condenado en tiempos de la Reina María por mi acción, cuando vendí su sangre por un poco de dinero.ª

Mientras James Abbes se dirigía a su ejecución, exhortando a los apenados espectadores a que se mantuvieran firmes en la verdad, y que como él sellaran la causa de Cristo con su sangre, un siervo del alguacil mayor lo interrumpió, llamando blasfemamente herejía a su religión, y al buen hombre lunático. Pero apenas si las llamas habían alcanzado al mártir que el terrible golpe de Dios cayó sobre aquel endurecido miserable, en presencia de aquel a quien había ridiculizado tan cruelmente. Aquel hombre se vio repentinamente atacado de locura, y, lunático perdido, se despojó de sus ropas y se quitó los zapatos delante de todos (como Abbes había acabado de hacer, para distribuirlo entre algunas personas pobres), gritando al mismo tiempo: ‘¡Así ha hecho James Abbes, el verdadero siervo de Dios, que estásalvo, pero yo condenado!ª Repitiendo esto varias veces, el alguacil le hizo asegurar y mandó que le vistieran de su ropa, pero tan pronto volvió a estar solo volvió a arrancárselas, gritando como antes.

Atado a un carro, fue llevado a casa de su amo, y al cabo de medio año murió. Justo antes de ello, vino a asistirle un sacerdote con un crucifijo, etc., pero el desgraciado hombre le dijo que se fuera con sus engaños, y que él y otros sacerdotes eran la causa de su condenación, pero que Abbes estaba salvado.

Un tal Clark, enemigo jurado de los protestantes en el reinado del Rey Eduardo, se colgó en la Torre de Londres.

Froling, sacerdote de mucha celebridad, cayó en la calle y murió en el acto.

Dale, un infatigable informador, murió comido por gusanos, constituyendo un horrendo espectáculo.

Alexander, el severo guarda de Newgate, murió miserablemente, hinchándose hasta un tamaño prodigioso, y se pudrió de tal manera por dentro que nadie se le quería acercar. Este 285

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cruel ministro de la ley solía acudir a Bormer, a Story y a otros pidiéndoles que vaciaran su prisión, ¡se sentía demasiado acosado por los herejes! El hijo de este guarda, tres años después de la muerte de su padre, disipó sus grandes propiedades, y murió repentinamente en el mercado de Newgate.

‘Los pecados del padre,ª dice el decálogo, ‘serán visitados sobre los hijos.ª John Peter, yerno de Alexander, un horroroso blasfemador y perseguidor, murió miserablemente. Cuando afirmaba cualquier cosa, decía: ‘Si no es cierto, que me pudra antes de morir.ª Y esta terrible condición le visitó en todo su horror.

Sir Ralph Ellerker había estado anhelantemente deseoso de que a Adam Damlip, ejecutado tan injustamente, le fuera arrancado el corazón. Poco después, Sir Ralph fue muerto por los franceses, que lo mutilaron cruelmente, le cortaron los miembros, y le arrancaron el corazón.

Cuando Gardiner supo del mísero fin del Juez Hales, llamó a la profesión del Evangelio una doctrina de desesperación, pero olvidó que la desesperación del juez surgió después de haber asentido al papismo. Con más razón se puede decir esto de los principios católicos, si consideramos el mísero fin del doctor Pcndleton, de Gardiner y de la mayoría de los perseguidores principales. Un obispo le recordó a Gardiner, cuando éste estaba en su lecho de muerte, a Pedro negando a su maestro. ‘¡Ah!ª dijo Gardiner, ‘he negado como Pedro, pero nunca me he arrepentido como Pedro.ª

Tras la accesión de Elizabet, la mayoría de los prelados católicos fueron encarcelados en la Torre o en Fleet. Bonner fue encerrado en Marshalsea. De los blasfemadores de la Palabra de Dios, detallaremos, entre muchos otros, el siguiente suceso. Un tal William Maldon, que vivía en Greenwich como criado, estaba un anochecer instruyéndose provechosamente leyendo un libro de lectura elemental. Otro criado, llamado John Powell, estaba sentado cerca, y ridiculizaba todo lo que decía Maldon, que le advirtió que no hiciera escarnios con la Palabra de Dios. Pero Powell prosiguió, hasta que Maldon llegó a ciertas oraciones inglesas, y leyó en voz alta: ‘Señor, ten piedad de nosotros, Cristo ten piedad de nosotros,ª etc. De repente, el escarnecedor se sobresaltó y exclamó: ¡Señor, ten misericordia dc nosotros! Se sintió sobrecogido el más atroz terror en su mente, dijo que el espíritumalo no podía permitir que Cristo tuviera misericordia alguna de él, y se hundió en la locura. Fue enviado a Bedlam, y se convirtió en un terrible ejemplo de que Dios no siempre seráultrajado impunemente.

Henry Smith, estudiante de leyes, tenía un piadoso padre protestante, de Camden, en Gloucestershire, y fue piadosamente educado por él. Mientras estudiaba leyes en el Temple, fue inducido a profesar el catolicismo, y dirigiéndose a Lovaina, en Francia, volvió cargado de eprdones., crucifijos y otros juguetes papistas. No satisfecho con esto, empezó a injuriar públicamente la religión evangélica en la que había sido criado, pero una noche la conciencia 286

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lo reprendió con tal violencia que en un arrebato de desesperación se colgó con sus propias ligas. Fue sepultado en un camino, sin que fuera leído el servicio cristiano.

El doctor Story, cuyo nombre ha sido mencionado tantas veces en las páginas anteriores fue reservado para ser cortado mediante ejecución pública, práctica en la que tanto se había deleitado cuando estaba en el poder. Sc supone que intervino en la mayoría de las acciones de los tiempos de María, y que desplegó su ingenio inventando nuevas formas de infligir torturas.

Cuando Elizabet accedió al trono, fue encarcelado, pero inexplicablemente huyó al continente, para llevar el fuego y la espada allí contra los hermanos protestantes. Del Duque de Alba recibió en Amberes una especial comisión para registrar todos los barcos en busca de contrabando, especialmente de libros heréticos ingleses.

El doctor Story se gloriaba en un encargo que fue ordenado por la Providencia para obrar su ruina, y para preservar a los fieles de su sanguinaria crueldad. Se decidió que un mercader llamado Parker navegara a Amberes, y que se le diera información al doctor Story de que tenía una cantidad de libros heréticos a bordo. Apenas oyó esto, éste se apresuró a ir al barco, buscó por todas partes en cubierta, y luego bajo a la bodega, y le cerraron las escotillas. Una oportuna galerna llevó la nave a Inglaterra, y este traidor y perseguidor rebelde fue enviado a prisión, donde estuvo un tiempo considerable, negándose obstinadamente a renunciar a su espíritu anticristiano, y a admitir la supremacía de la Reina Elizabet. Aducía que era súbdito jurado del rey de España, a cuyo servicio estaba el famoso Duque de Alba, aunque de nacimiento y por educación era inglés. Condenado, el doctor fue puesto sobre un remolque de emparrillado y arrastrado desde la Torre a Tyburn, donde después de haber estado colgado durante media hora, fue cortado, despedazado, y el verdugo exhibió el corazón de un traidor.

Así terminó la existencia de este Nimrod de Inglaterra.

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Capítulo XVIII - La Religión Protestante en Irlanda y las Bárbaras Matanzas de 1641

Las tinieblas del papado habían entenebrecido Irlanda desde su primer establecimiento hasta el reinado de Enrique VIII, cuando los rayos de luz del Evangelio comenzaron a disipar las tinieblas y a proveer aquella luz que hasta entonces había sido desconocida en la isla. La abyecta ignorancia en la que se mantenía al pueblo, con los absurdos y supersticiosos conceptos que sustentaban, eran cosa bien evidente para muchos; y los artificios de sus sacerdotes eran tan patentes, que varias personas distinguidas, que habían sido hasta entonces fervorosos papistas, se hubieran sacudido el yugo de buena gana y abrazado la religión protestante; pero la ferocidad natural de aquella gente, y su intensa adhesión a las ridículas doctrinas que les habían sido ensenadas, hacia peligroso este intento. Sin embargo, se emprendió esto más adelante, lo que fue acompañado de las consecuencias más horribles y desastrosas.

La introducción de la religión protestante en Irlanda se puede atribuir principalmente a George Browne, un inglés, que fue consagrado arzobispo de Dublín el diecinueve de marzo de 1535. Había sido con anterioridad fraile agustino, y fue elevado a la mitra por sus méritos.

Después de haber estado en esta dignidad durante cinco años, en la época en que Enrique VIII estaba suprimiendo las casas religiosas en Inglaterra, hizo que se quitaran todas las reliquias e imágenes de las dos catedrales en Dublin, y de las otras iglesias en su diócesis; en lugar de ellas hizo poner la Oración del Señor, el Credo, y los Diez Mandamientos.

Poco tiempo después recibió una carta de Thomas Cromwell, Lord del Sello Privado, informándole de que habiendo Enrique VIII anulado la supremacía papal en Inglaterra, estaba decidido a hacer lo mismo en Irlanda, y que por ello lo había designado a él (al Arzobispo Browne) como uno de los comisionados para poner esta orden en práctica. El arzobispo respondió que había hecho todo lo que estaba en su mando arriesgando su vida para hacer que la nobleza la nobleza y los caballeros Irlandeses reconocieran la supremacía de Enrique, tanto en cuestiones espirituales como temporales; pero se había encontrado con la más violenta oposición, especialmente de parte de George, arzobispo de Armagh; que este prelado, en un discurso al clero había lanzado una maldición sobre todos los que reconocieran la supremacía de su majestad, añadiendo además que su isla, llamada en las Crónicas Insula Sacra o la Isla Santa, no pertenecía a nadie más que al obispo de Roma, y que los progenitores del rey la habían recibido del Papa. Observó asimismo que el arzobispo y el clero de Armagh habían mandado respectivos correos a Roma, y que sería necesario convocar un parlamento en Irlanda, para aprobar la ley de la supremacía, siendo que el pueblo no aceptaría la comisión dcl rey sin la sanción de la asamblea legislativa. Concluyó diciendo que los Papas habían mantenido al pueblo sumido en la más profunda ignorancia; que el clero era mayormente analfabeto; que el común de la gente eran mas celosos en su ceguera que lo habían sido los 288

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santos y mártires en la defensa de la verdad al comienzo del Evangelio; y que debía temerse que Shan OíNeal, un caudillo muy poderoso en la zona norte de la isla, estaba decidido oponerse a la comisión regia.

Siguiendo este consejo, al año siguiente se convocó un parlamento que debía reunirse en Dublín por orden de Leonard Grey, que en aquellos tiempos era Lord lugarteniente. En esta asamblea, el Arzobispo Browne pronunció un discurso en el que estableció que los obispos de Roma solían, antiguamente, reconocer a emperadores, reyes y príncipes como supremos en sus propios dominios; y que por ello él reconocería al Rey Enrique VIII como supremo en todos los asuntos, tanto eclesiásticos como temporales. Concluyó diciendo que todo el que rehusara asentir a esta ley no era un leal Súbdito del rey. Este discurso sobresaltó grandemente a los otros obispos y señores, pero al final se accedió, tras violentos debates, a la supremacía del rey.

Dos años después, el arzobispo escribió una segunda carta a Lord Cromwell, quejándose del clero, y dando indicaciones de las maquinaciones que el Papa estaba tramando contra los defensores del Evangelio. Esta carta estáfechada en Dublín en abril de 1538; y el arzobispo dice, entre otros asuntos: ‘A un pájaro se le puede enseñar a hablar con tanto sentido como lo hacen muchos del clero en este país. Estos, aunque no son eruditos, son sin embargo astutos para engañar a la gente sencilla disuadiéndoles de obedecer las órdenes de Su Majestad. Los campesinos de aquíodian mucho vuestra autoridad, y os llaman insultantemente en su lengua irlandesa, el Hijo del Herrero. Como amigo, deseo que vuestra señoría tenga cuidado de su noble persona. Roma tiene en gran favor al duque de Norfolk, y grandes favores para esta nación, con el propósito de oponerse a Su Majestad. ª

Poco tiempo después, el Papa envió a Irlanda (dirigida al arzobispo de Armagh y su clero) una bula de excomunión contra todos los que hubieran reconocido o llegaran a reconocer la supremacía del rey dentro de la nación Irlandesa; denunciando una maldición sobre ellos y los suyos que en el plazo de cuarenta días no reconocieran a sus confesores que habían hecho mal al aceptarla.

El Arzobispo Browne dio conocimiento de esto en una carta fechada en Dublín en mayo de 1538. Parte del formulario de confesión, o voto, enviado a estos papistas irlandeses, decía así:

‘Declaro además maldito a aquel o aquella, padre o madre, hermano o hermana, hijo o hija, marido o mujer, tío o tía, sobrino o sobrina, pariente o parienta, patrón o patrona, y a todos los demás, las relaciones más cercanas o queridas, amigos o conocidos que sean, que mantengan o lleguen a mantener, en el tiempo venidero, que cualquier poder eclesiástico o civil esté por encima de la autoridad de la Madre Iglesia, o que obedezca o llegue a dar obediencia, en el tiempo venidero, a ninguno de los enemigos o contrarios de la Madre Iglesia, de lo que aquídoy juramento: Asíme ayuden Dios, la Bendita Virgen, San Pedro, San Pablo y los Santos Evangelistas,ª etc. Este formulario se corresponde de manera precisa con las 289

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doctrinas promulgadas por los Concilios Late rano y de Constanza, que declaran de manera expresa que no se debe mostrar favor alguno a los herejes, ni se les debe guardar la palabra dada; que deben ser excomulgados y condenados, y que sus posesiones deben ser confiscadas, y que los príncipes quedan obligados, bajo solemne juramento, a desarraigarlos de sus respectivos dominios.

¡Qué abominable ha de ser una iglesia que osa pisotear de esta manera toda autoridad!

¡Qué engañada la gente que acepta las instrucciones de tal iglesia!

En la carta acabada de mencionar del arzobispo fechada en mayo de 1538, dice él: ‘Su alteza el virrey de esta nación tiene poco o ningún poder sobre los antiguos nativos. Ahora tanto los ingleses como los irlandeses comienzan a oponerse a las órdenes de su señoría, y a poner a un lado sus pendencias nacionales, lo que me temo que hará (si algo puede llevar a ello) que un extranjero invada esta nación.ª

No mucho después de esto, el Arzobispo Browne arrestó a un tal Thady O' Brian, un fraile franciscano, que tenía en su poder un documento enviado desde Roma, con fecha de mayo de 1538, y dirigido a O'Neal. En esta carta había las siguientes palabras: ‘Su Santidad, Pablo, ahora Papa, y el concilio de los padres, han descubierto recientemente, en Roma, una profecía de un San Laceriano, obispo irlandés de Cashel, en la que decía que la Madre Iglesia de Roma cae cuando sea vencida la fe católica en Irlanda. Por ello, por la gloria de la Madre Iglesia, por la honra de San Pedro, y por tu propia seguridad, suprime la herejía y a los enemigos de Su Santidad.ª

Este Thady O'Brian, después de unos interrogatorios y registros adicionales, fue puesto en el cepo, y mantenido bajo estricta vigilancia hasta que llegan órdenes del rey acerca de qué suerte debía correr. Pero al llegar la orden de Inglaterra de que fuera colgado, se suicidó en el castillo de Dublin. Su cuerpo fue después llevado a Gallows-green, donde, tras ser colgado durante un tiempo, fue enterrado.

Después de la accesión de Eduardo VI al trono de Inglaterra, fue enviada una orden a Sir Anthony Leger, Lord Representante de Irlanda, mandando que se estableciera en Irlanda la liturgia en inglés, para que fuera observada dentro de los varios obispados, catedrales e iglesias parroquiales; y se leyó por vez primera en Christ Church, en Dublín, el día de Pascua de 1551, delante del mencionado Sir Anthony, del Arzobispo Browne y de otros. Parte de la orden real para este propósito era como sigue: ‘Por cuanto su Graciosa Majestad nuestro padre, el Rey Enrique VIII, tomando en consideración la esclavitud y el pesado yugo que sus leales y fieles súbditos soportaban bajo la jurisdicción del obispo de Roma; cómo diversas historias imaginarias y prodigios mentirosos desviaban a nuestros súbditos, quitando los pecados de nuestras naciones con sus indulgencias y perdones por dinero; proponiéndose abrigar todos los malvados vicios, como robos, rebeliones, hurtos, fornicaciones, blasfemia, idolatría, etc., su Graciosa Majestad nuestro padre disolvió por ello todas las priorías, todos 290

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los monasterios, abadías y otras pretendidas casas de religión, siendo como eran criaderos de vicios o lujos más que de sagrada erudición,ª etc.

El día después que se empleó por primera vez la Oración Común en Christ Church, los papistas tramaron la siguiente perversa confabulación:

En la iglesia había quedado una imagen de mármol de Cristo, sosteniendo una caña en la mano, y con una corona de espinas en la cabeza. Mientras se estaba leyendo el servicio inglés (la Oración Común) delante del Lugarteniente, del arzobispo de Dublín, del consejo privado, del alcalde mayor y de una gran congregación, se vio cómo salía sangre de las grietas de la corona de espinas, y bajaba por la cabeza de la imagen. A esto, uno de los inventores de la impostura gritó en voz alta: ‘¡Ved como suda sangre la imagen de nuestro Salvador! Pero tiene que hacerlo, por cuanto ha entrado herejía en la iglesia!ª De inmediato muchos de las clases más bajas del pueblo, ciertamente el vulgo de todas clases, se sintió aterrorizado ante un espectáculo tan milagroso e innegable de la evidencia del desagrado divino; se precipitaron fuera de la iglesia, convencidos de que las doctrinas del protestantismo emanaban de una fuente infernal, y de que la salvación sólo podía ser hallada en el seno de su propia infalible Iglesia.

Este incidente, por ridículo que parezca para el lector ilustrado, tuvo una gran influencia sobre las mentes de los irlandeses ignorantes, y sirvió a los fines de los desvergonzados impostores que lo inventaron, en cuanto a poder refrenar de manera muy tangible el progreso de la religión reformada en Irlanda; muchas personas no podían resistirse a la convicción de que había muchos errores y corrupciones en la Iglesia de Roma, pero se vieron acallados por medio por esta pretendida manifestación de la ira divina, que fue exagerada más alláde toda medida por los fanáticos e interesados sacerdotes.

Tenemos muy pocos detalles acerca del estado de la religión en Irlanda durante el resto del reinado de Eduardo VI y de la mayor parte del de María. Hacia el final del tiempo de dominio de aquella implacable fanática, intentó ella extender sus persecuciones a la isla; pero sus diabólicas intenciones fueron felizmente frustradas de la siguiente manera providencial, y los detalles de esto los narran historiadores de genuina autoridad.

María había designado al doctor Pole (un agente del sanguinario Bonner) como uno de los comisionados para llevar a cabo sus bárbaras intenciones. Llegado a Chester con su comisión, el alcalde de aquella ciudad, un papista, acudió a asistirle; entonces el doctor se sacó del bolsillo de su manto una cartera de piel, diciéndole: ‘Aquítengo la comisión que barreráIrlanda de herejes.ª La mayordoma de la casa era protestante, y teniendo un hermano en Dublín, se quedó muy angustiada ante lo que había oído. Pero esperando su oportunidad, mientras el alcalde se despedía, y el doctor lo acompañaba cortésmente escaleras abajo, ella abrió la cartera, sacó la comisión, y en su lugar puso una hoja de papel, con una baraja de naipes, con la sota de bastos encima. El doctor, sin sospechar lo sucedido, se reembolsillo la cartera, y llegó con ella a Dublín en septiembre de 1558.

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Anhelante de cumplir las intenciones de su ‘piadosaª reina, de inmediato se dirigió a Lord Fitz-Walter, que entonces era virrey, y le presentó la cartera, que, al ser abierta, no mostró otra cosa que una baraja. Esto dejó sorprendidos a todos los presentes, y su señoría dijo: ‘Tenemos que conseguir otra comisión; y mientras tanto barajemos las cartas.ª

El doctor Pole hubiera querido volver en el acto a Inglaterra para obtener otra comisión; pero mientras esperaba un viento favorable, llegó la noticia de la muerte de la Reina María, y gracias a ello los protestantes escaparon a una muy cruel persecución. El relato que hemos dado estáconfirmado por historiadores del mayor crédito, que añaden que la Reina Elizabet estableció una pensión de cuarenta libras a la mencionada Elizabeth Edmunds, por haber salvado de esta forma las vidas de sus súbditos protestantes.

Durante los reinados de Elizabet y de Jacobo I, Irlanda estuvo agitada casi constantemente por rebeliones e insurrecciones, que, aunque no siempre tenían como motivo la diferencia de opiniones religiosas entre ingleses e irlandeses, quedaban agravadas y hechas tanto más acerbas e irreconciliables por esta causa los sacerdotes papistas exageraban arteramente los fallos del gobierno ingles, y de continuo imbuían en sus ignorantes oyentes llenos de prejuicios la legitimidad de matar protestantes, asegurándoles que todos los católicos muertos en el cumplimiento de una empresa tan piadosa serían de inmediato recibidos a la dicha eterna. El carácter naturalmente atolondrado de los irlandeses, manipulado por estos hombres astutos, los impelía continuamente a acciones violentas bárbaras e injustificables, aunque se debe confesar que la naturaleza inestable y arbitraria de la autoridad ejercida por los gobernadores ingleses no era susceptible de ganarse sus afectos. También los españoles, desembarcando fuerzas en el sur, y alentado de todas las maneras a los descontentos nativos para que se uniesen bajo su bandera, mantuvieron la isla en un estado continuo de turbulencia y de guerra. En 1601 desembarcaron un cuerpo de cuatro mil hombres en Kinsale, y comenzaron lo que llamaron ‘La Guerra Santa por la preservación de la fe en Irlanda.ª Fueron ayudados por grandes cantidades de irlandeses, pero finalmente fueron rotundamente derrotados por el representante de la reina, Lord Mountjoy, y sus oficiales.

Este cerró las transacciones del reinado de Elizabet con respecto a Irlanda; siguió un período de aparente tranquilidad, pero el sacerdocio papista, siempre inquiete y agitador, intentó minar mediante maquinaciones secretas aquel gobierno y aquella fe que ya no osaban atacar abiertamente. El pacífico reino de Jacobo les dio la oportunidad de aumentar su tuerza y de madurar sus maquinaciones, y bajo su sucesor, Carlos I, aumentaron grandemente sus números por medio de arzobispos titulares católicos romanos, como también de obispos, deanes, vicarios generales, abades, sacerdotes y frailes. Por esta razón se prohibió, en 1629, el ejercicio público de los ritos y ceremonias papistas.

Pero a pesar de este, poco después el clero romanista edificó una nueva universidad papista en la ciudad de Dublín. Comenzaron también a edificar monasterios y conventos en varias partes del reino, lugares en los que este mismo clero romanista y los jefes de los irlandeses celebraban numerosas reuniones; y de allí solían ir y volver a Francia, España, 292

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Flandes, Lorena y Roma, donde estaba siendo preparado el detestable complot de 1641 por la familia de los O'Neal y sus seguidores.

Poco después que comenzaran a ponerse en marcha los planes de la horrible conspiración que vamos a relatar a continuación, los papistas de Irlanda habían presentado una protesta ante los Lores de Justicia del reino, exigiendo el libre ejercicio de su religión y una derogación de las leyes contrarias, ante lo que ambas Cámaras del Parlamento en Inglaterra respondieron solemnemente que jamás concederían tolerancia alguna a la religión papista en aquel reino.

Este irritó tanto más a los papistas incitándoles a la ejecución del diabólico complot concertado para la destrucción de los protestantes y no fracasó sino que tuvo el éxito deseado por sus maliciosos y rencorosos promotores.

El designio de esta horrible conspiración era que tuviera lugar una insurrección general al mismo tiempo por todo el reino y que se diera muerte todos los protestantes, sin excepción alguna El día fijado para esta horrorosa masacre fue el veintiuno de octubre de 164l fiesta de Ignacio de Loyola fundador dc los Jesuitas; y los principales conspiradores en las partes principales del reino emprendieron los preparativos necesarios para la lucha que maquinaban.

A fin de que este aborrecible plan pudiera tener un éxito más seguro, los papistas practicaron los ardides más elaborados, y su conducta en sus visitas a los protestantes fue, en este tiempo, de una más aparente bondad que la que habían mostrado hasta entonces, lo que se hizo para poder consumar de manera más plena los designios inhumanos y pérfidos que contra ellos meditaban.

La ejecución de esta salvaje maquinación fue atrasada hasta inicios dcl invierno, para que el envío de tropas desde Inglaterra fuera cosa más difícil. El Cardenal Richelieu, el ministro francés, había prometido a los conspiradores un considerable suministro de hombres y dinero, y muchos oficiales irlandeses habían prometido de cierto asistir cordialmente a sus hermanos católicos, tan pronto como tuviera lugar la insurrección.

Llegó el día anterior al señalado para llevar a cabo este horrible designio y felizmente para la metrópolis del reino la conspiración fue revelada por un irlandés llamado Owen O'Connelly por cuyo señalado servicio el Parlamento Inglés le votó 500 libras y una pensión vitalicia de doscientas.

Fue tan oportunamente que se descubrió este complot tan sólo pocas horas antes de que la ciudad y el castillo de Dublin fueran a ser sorprendidos, que los Lores Justicias apenas si tuvieron tiempo de prepararse, junto con la ciudad, en una posición defensiva adecuada. Lord M'Guire, que era allíel principal cabecilla, fue, junto con sus cómplices, detenido aquella misma noche en la ciudad; en sus viviendas se encontraron espadas, azuelas, hachas, mazos, y otros instrumentos de destrucción preparados para la destrucción y el exterminio de los protestantes en aquella parte del reino.

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De esta manera la capital fue felizmente preservada; pero la sanguinaria parte de la tragedia tramada ya no se podía impedir. Los conspiradores estaban ya sobre las armas temprano por la mañana del día señalado, y todos los protestantes que encontraron en su camino fueron asesinados de inmediato. No se perdonó ninguna edad, ni sexo ni condición.

La mujer llorando por su marido destripado, y abrazando a sus indefensos hijos, era traspasada junto a ellos, muriendo todos a la vez. Los viejos y jóvenes, los vigorosos y los débiles, sufrieron la misma suerte y se confundieron en una misma ruina. En vano salvaba la huida de un primer asalto; la destrucción asolaba por doquier, y se enfrentaban con las perseguidas víctimas en cada recodo. En vano se quiso reunir a parientes a compañeros, a amigos; todas las relaciones estaban disueltas; y la muerte caía de la mano de aquellos a quienes se imploraba protección y de quienes se esperaba. Sin provocación, sin oposición, los atónitos ingleses, viviendo en la mayor paz, y, pensaban ellos, plena seguridad, fueron asesinados por sus más cercanos vecinos, con los que habían mantenido durante mucho tiempo una continuada relación de bondad y buenos oficios.

Pero la muerte fue el más suave de los castigos infligidos por estos monstruos en forma humana; todas las torturas que pudiera inventar la más voluntariosa crueldad, todos los prolongados tormentos del cuerpo y angustias de la mente, las agonías de la desesperación, no podían saciar una venganza carente de motivos, y cruelmente salida de ninguna causa. La naturaleza depravada, incluso la religión pervertida, aunque alentadas por la licencia más desenfrenada, no pueden llegar a un mayor paroxismo de ferocidad que el que se manifestó en estos inmise- ricordes salvajes. Incluso las representantes del sexo débil, naturalmente tiernas ante sus propios sufrimientos y compasivas ante los de los demás, emularon a sus fuertes compañeros en la práctica de toda crueldad. Los mismos niños, enseñados por el ejemplo y la exhortación de sus padres, aplicaban sus débiles golpes a los cadáveres de los indefensos hijos de los ingleses.

Tampoco la avaricia de estos irlandeses fue suficiente para detenerlos en absoluto en su crueldad. Tal era su desenfreno que los ganados que robaron y que habían hecho suyos por saqueo, fueron degollados conscientemente porque llevaban el nombre de los ingleses; o, cubiertos de heridas, lanzados sueltos a los bosques, para que allímurieran lentamente en sus sufrimientos.

Las espaciosas viviendas de los granjeros fueron reducidas a cenizas o arrasadas hasta el suelo. Y allídonde los desdichados propietarios se habían encerrado en sus casas y se estaban preparando para defenderse, fueron muertos en llamas junto con sus mujeres e hijos.

Esta es la descripción general de esta matanza sin paralelo; ahora queda, por la naturaleza de esta obra, dar algunos detalles particulares. Apenas si los fanáticos e inmisericordes papistas habían comenzado a ensuciarse las manos de sangre que repitieron esta horrible tragedia día tras día, y los protestantes, en todas partes del reino, cayeron víctimas de su furia con muertes de la crueldad más inaudita.

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Los ignorantes irlandeses fueron tanto más intensamente instigados a ejecutar esta infernal operación por los Jesuitas, sacerdotes y frailes cuanto que ellos, cuando se decidió el día de la ejecución de su complot, recomendaron en sus oraciones que se diera diligencia en aquel gran designio, que dijeron ellos sería de gran ayuda para la prosperidad del reino y para promover la causa católica. En todo lugar dijeron al común de la gente que los protestantes eran herejes, y que no se debía permitirles más vivir entre ellos; añadiendo que no era más pecado matar a un inglés que matar a un perro; y que ayudarlos o protegerlos era un crimen de lo más imperdonable.

Habiendo asediado los papistas la ciudad y el castillo de Longford, se rindieron los ocupantes de este último, que eran protestantes, con la condición de que se les diera cuartel; los asediadores, en el instante en que aparecieron las gentes de la ciudad, los atacaron de la manera más implacable, destripando el sacerdote de ellos, a modo de señal, al ministro protestante inglés; después de esto, sus seguidores asesinaron a todo el resto, algunos de los cuales fueron colgados, otros apuñalados o muertos a tiros, mientras que a muchos se les destrozó la cabeza con hachas que habían sido suministradas para este fin.

La guarnición de Sligo fue tratada de manera semejante por O'Connor Slygah, el cual les prometió cuartel a los protestantes y llevarlos sanos y salvos al otro lado de los montes Curlew, a Roscommon. Estos abandonaron sus refugios, pero entonces los apresó y guardó en un encierro inmundo, alimentándolos sólo con granos como alimento. Después, estando bebidos y contentos algunos de los papistas que habían venido a felicitar a sus malvados hermanos, los frailes blancos sacaron a los protestantes supervivientes, yo bien los mataron a cuchillo, o bien los lanzaron por el puente a un río torrencial, donde pronto murieron. Se añade que luego un grupo de este malvado grupo de frailes blancos fue cierto tiempo después al río, en solemne procesión, con agua bendita en sus manos, para rociarlo; pretendiendo limpiarlo y purificarlo de las manchas y de la contaminación de la sangre y de los cadáveres de los herejes, como llamaban ellos a los desafortunados protestantes que fueron tan inhumanamente asesinados en esta misma ocasión.

En Kilmore, el doctor Bedell, obispo de esta sede, había asentado y sustentado caritativamente a gran número de protestantes angustiados, que habían huido de sus casas para escapar de las diabólicas crueldades cometidas por los papistas. Pero no gozaron mucho tiempo del consuelo de vivir juntos. El buen prelado fue sacado a la fuerza de su residencia episcopal, que fue de inmediato ocupada por el doctor Swiney, el obispo papista titular de Kilmore, que dijo Misa en la iglesia al domingo siguiente, y que luego confiscó todos los bienes y posesiones del perseguido obispo.

Poco después de esto, los papistas llevaron al doctor Bedell, a sus dos hijos y al resto de su familia, con algunos de los principales protestantes a los que había protegido, a un castillo en ruinas llamado Lochwater, situado en un lago cercano al mar. Aquíse quedó con sus compañeros varias semanas, esperando día a día ser muerto. La mayor parte de ellos habían sido dejados desnudos, por lo que sufrieron grandes penalidades, al hacer mucho frío (siendo 295

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el mes de diciembre), y carecer de tejado el edificio en el que se hallaban. Prosiguieron en esta situación hasta el siete de enero, cuando fueron todos liberados. El obispo fue cortésmente recibido en la casa de Dennis O'Sheridan, uno de su clero, a quien había convertido a la Iglesia de Inglaterra, pero no sobrevivió mucho tiempo a esta muestra de bondad. Durante su estancia allí, pasó todo su tiempo en ejercicios religiosos, para mejor disponerse y prepararse a si mismo, y a sus entristecidos compañeros, para su gran tránsito, porque nada tenían delante de sus ojos sino una muerte cierta. Estaba entonces en el año setenta y uno de su vida, y, afligido por unas violentas fiebres que había adquirido por su estancia en aquel lugar inhóspito y desolado en el lago, pronto la fiebre se hizo de lo más violenta y peligrosa. Viendo que se acercaba su fallecimiento, lo recibió con gozo, como uno de los primitivos mártires que se apresuraba a su corona de gloria. Después de dirigirse a su pequeña grey, y de exhortarlos a la paciencia, y ello de la manera más patética por cuanto vio que se acercaba el último día de ellos, tras haber bendecido solemnemente a su gente, su familia y sus hijos, terminó juntamente el curso de su ministerio y de su vida el siete de febrero de 1642.

Sus amigos y parientes pidieron al intruso obispo que les permitiera enterrarlo, lo que obtuvieron tras gran dificultad; al principio les dijo que el patio de la iglesia era tierra sagrada, y que no debía ya ser contaminada más con herejes; sin embargo, se obtuvo permiso al final, y aunque no se empleó el servicio religioso funerario en la solemnidad (por miedo a los papistas irlandeses), sin embargo algunos de los mejores, que tuvieron la mayor veneración por él mientras vivía, asistieron al acto de depositar sus restos en el sepulcro. En su entierro lanzaron una salva de balas, gritando: Requiescat in pace ultimus Anglorum, esto es,

‘Descanse en paz el último inglés.ª A esto añadieron que como él era uno de los mejores, también sería el último obispo inglés hallado entre ellos. La erudición de este obispo era muy grande, y hubiera dado al mundo tanto más prueba de ella si hubiera impreso todo lo que había escrito. Apenas si se salvaron algunos de sus escritos, habiendo destruido los papistas la mayoría de sus documentos y biblioteca. Había recogido una gran cantidad de exposiciones críticas de la Escritura, todo lo cual, con un gran baúl lleno de sus manuscritos, cayó en manos de los irlandeses. Felizmente, su gran manuscrito hebreo se conservó, y estáahora en la biblioteca de Emanuel College, Oxford.

En la baronía de Terawley, los papistas, por instigación de los frailes, obligaron a más de cuarenta protestantes ingleses, algunos de los cuales eran mujeres y niños, a la dura suerte de o bien morir por la espada, o ahogados en el mar. Escogiendo éstos lo último, fueron obligados, a punta de espada de sus inexorables perseguidores, a dirigirse a aguas profundas, donde, con sus pequeños en sus brazos, fueron primero vadeando hasta el cuello, y luego se hundieron y murieron juntos.

En el castillo de Lisgool fueron quemados vivos hasta ciento cincuenta hombres, mujeres y niños, todos juntos; y en el castillo de Moneah no menos de cien fueron pasados a cuchillo. Una gran cantidad fueron también asesinados en el castillo de Tullah, que fue entregado a M'Guire con la condición de que se les diera cuartel; pero apenas si este 296

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desalmado había ocupado el lugar que ordenó a sus hombres asesinar al pueblo, lo que fue ejecutado de inmediato, y con la mayor crueldad.

Muchos otros fueron muertos de la manera más horrenda, en formas que sólo hubieran podido ser inventadas por demonios, y no por hombres. Algunos de ellos fueron echados con el centro de sus espaldas sobre el eje de un carruaje, con las piernas apoyadas en el suelo en un lado, y sus brazos y cabezas en el otro. En esta posición, uno de aquellos salvajes azotaba a la pobre víctima en los muslos, piernas, etc., mientras otro lanzaba perros salvajes, que desgarraban los brazos y las partes superiores del cuerpo; así, de esta terrible manera, eran privados de su existencia. Muchos de ellos fueron atados a colas de caballos, y lanzados los animales a todo galope por sus jinetes, las desgraciadas víctimas eran arrastradas hasta que expiraban. Otros fueron colgados de altas horcas, y encendiéndose fuego debajo de ellos, terminaron sus vidas en parte por colgamiento, en parte por asfixia.

Tampoco escapo el sexo débil en lo más mínimo a la crueldad que podían proyectar sus inmisericordes y furiosos perseguidores. Muchas mujeres, de todas las edades, eran muertas de la más cruel naturaleza. Algunas, de manera particular, fueron atadas con la espalda contra fuertes postes, y, desnudadas hasta la cintura, aquellos inhumanos monstruos les cortaron los pechos derechos con tijeras de esquileo, lo que, naturalmente, les causó las agonías más terribles; y asífueron dejadas hasta que murieron desangradas.

Tal fue la salvaje ferocidad de estos bárbaros que incluso bebés no nacidos eran arrancados del vientre para ser victimas de su furia. Muchas desdichadas madres fueron colgadas desnudas de ramas de árboles, descuartizadas, y su inocente descendencia arrancada de ellas y echada a los perros y a los cerdos. Y, para intensificar lo horrendo de la escena, obligaba al marido a verlo antes de sufrir él mismo.

En la ciudad de Issenskeath colgaron a más de cien protestantes escoceses, no mostrándoles más misericordia que la que habían mostrado a los ingleses. M'Guire, dirigiéndose al castillo de aquella ciudad, pidió hablar con el gobernador, y, al permitírsele la entrada, quemó en el acto los registros del condado, que guardaba allí. Luego le exigió 1000

libras al gobernador, y, habiéndolas recibido, le obligó de inmediato a oír Misa, y a jurar que seguiría haciéndolo. Y para consumar estas horribles barbaridades, ordenó que la mujer y los hijos del gobernador fueran colgados delante de él, además de asesinar al menos a cien de los habitantes. Más de mil hombres, mujeres y niños fueron llevados, en diferentes grupos, al puente Portadown, que estaba roto en medio, obligándolos allía arrojarse al agua; los que trataban de alcanzar la ribera eran golpeados en la cabeza.

En la misma parte del país, al menos cuatro mil personas fueron ahogadas en diferentes lugares. Los inhumanos papistas los llevaron como animales, después de desnudarlos, al lugar determinado para su destrucción; y si alguno, por fatiga o debilidad natural, era lento en su andar, era aguijoneado con sus espadas y picas; para aterrorizar a la multitud, asesinaron a algunos por el camino. Muchos de estos desdichados fueron lanzados al agua, y trataron de 297

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salvarse alcanzando la ribera, pero sus inmisericordes perseguidores impedían que lo lograsen, disparando contra ellos mientras se encontraban en el agua.

En un lugar, ciento cuarenta ingleses fueron todos asesinados en el mismo lugar, tras haber sido empujados totalmente desnudos durante muchas millas, y con un clima de lo más duro; algunos fueron colgados, otros, quemados, algunos muertos a tiros, y muchos de ellos enterrados vivos. Tan crueles eran sus atormentadores que ni siquiera les permitían orar antes de arrebatarles su mísera existencia.

A otros grupos los llevaron con la pretensión de un salvoconducto, y que, por esto mismo, se dirigían felices en su viaje; pero cuando los pérfidos papistas los hubieron llevado a un lugar conveniente, los mataron allíde la forma más cruel.

Ciento quince hombres, mujeres y niños fueron llevados, por orden de Sir Phelim O'Neal, al puente Portadown, donde fueron todos forzados río adentro, y ahogados. Una mujer llamada Campbell, al no ver posibilidad alguna de huida, se abrazó repentinamente a uno de los principales papistas, y lo asió tan firmemente que ambos se ahogaron juntos.

En Killyman hicieron una matanza de cuarenta y ocho familias, de las que veintidós fueron quemadas juntas en una casa. El resto fueron colgados, muertos a tiros, o ahogados.

En Kilmore, todos los habitantes, alrededor de doscientas familias, cayeron víctimas de la furia de los perseguidores. Algunos de ellos fueron puestos en el cepo hasta que confesaron donde tenían su dinero. Y después de esto, los mataron. Todo el condado era una escena general de carnicería, y muchos miles perecieron, en poco tiempo, por la espada, el hambre, el fuego, el agua, y las muertes más crueles que pudiera inventar la furia y la maldad.

Estos sanguinarios desalmados mostraron tan gran favor para con algunos como para despacharlos rápidamente; pero no quisieron en absoluto permitirles que oraran. A otros los echaron en inmundas mazmorras, poniendo pesados herrajes en sus piernas y dejándolos allíhasta que murieron de hambre.

En Casel echaron a todos los protestantes en una inmunda mazmorra, donde los tuvieron juntos, durante varias semanas, en la mayor miseria. Al final fueron liberados, siendo algunos de ellos bárbaramente mutilados y dejados en los caminos para morir lentamente. Otros fueron colgados, y algunos fueron sepultados derechos en el suelo, con las cabezas por encima de la tierra, y, para intensificar su desdicha, los papistas los escarnecían durante sus padecimientos.

En el condado de Antrim asesinaron a cincuenta y cuatro protestantes en una mañana; y después, en el mismo condado, a alrededor de unos mil doscientos más.

En una ciudad llamada Lisnegary, obligaron a veinticuatro protestantes a entrar en una casa, incendiándola después, quemándolos a todos, escarneciendo con imitaciones los clamores de ellos.

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Entre otros actos de crueldad tomaron a dos niños de una mujer inglesa, y les abrieron la cabeza delante de ella; después, echaron a la madre en el río, ahogándola. Trataron a muchos otros niños de forma semejante, para gran aflicción de sus padres y verg¸enza de la naturaleza humana.

En Kilkeuny fueron muertos todos los protestantes sin excepción; y algunos de ellos de forma tan cruel como quizá jamás se había pensado. Golpearon a una mujer inglesa con tal ferocidad que apenas le quedó un hueso entero; después de esto, la echaron a una acequia; pero no satisfechos con esto, tomaron a su niña, de unos seis años de edad, y destripándola la echaron a su madre, para languidecer allíhasta que muriera. Obligaron a un hombre a ir a Misa, tras lo que lo abrieron en canal, y lo dejaron así. Aserraron a otro, cortaron el cuello a su mujer, y después de haberle roto la cabeza a su hijo, un bebé, lo echaron a los cerdos, que lo devoraron ansiosos.

Después de cometer éstas y otras horrendas crueldades, tomaron las cabezas de siete protestantes, y entre ellas la de un piadoso ministro, fijándolas todas en la cruz del mercado.

Pusieron una mordaza en la boca del ministro y le rajaron las mejillas hasta las orejas, entonces, poniéndole delante una hoja de la Biblia, le invitaban a leer, porque tenía la boca bien grande. Hicieron varias otras cosas para escarnio, expresando una gran satisfacción al haber asesinado y expuesto asía estos infelices protestantes Es imposible concebir el placer que estos monstruos experimentaban al ejercer su crueldad. Para intensificar la desdicha de los que caían en sus manos, les decían, mientras los degollaban ‘Al diablo con tu alma.ª Uno de estos desalmados entraba en una casa COn las manos ensangrentadas, jactándose de que era sangre inglesa, y que su espada había pinchado las blancas pieles de los protestantes, hasta la empuñadura Cuando cualquiera de ellos había dado muerte a un protestante, los otros venían y se satisfacían cortando y mutilando el cuerpo; después los dejaban expuestos para ser devorados por los perros; cuando hubieron muerto un número de ellos, se jactaban de que el diablo les estaba en deuda, por haberle enviado tantas almas al infierno. No es de asombrarse que trataran asía aquellos inocentes cristianos, cuando no dudaban en blasfemar contra Dios y Su santísima Palabra.

En un lugar quemaron dos Biblias protestantes, y luego dijeron que habían quemado fuego del infierno. En la iglesia en Powerscourt quemaron el púlpito, los bancos, cofres y las Biblias que estaban allí. Tomaron otras Biblias, y después de mojarlas con aguas sucias, las lanzaron en los rostros de los protestantes, diciéndoles: ‘Sabemos que os gusta una buena lección; ésta es excelente; venid mañana, y tendréis un buen sermón como éste.ª

Arrastraron a algunos de los protestantes por los cabellos hacia la iglesia, donde los desnudaron y azotaron de la forma más cruel, diciéndoles, al mismo tiempo, que si acudían al día siguiente oirían el mismo sermón.

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En Munster dieron muerte a varios ministros de la manera más terrible. A uno, en particular, lo desnudaron totalmente, y lo fueron empujando delante de ellos, pinchándole con espadas y dardos, hasta que cayó y murió.

En algunos lugares sacaron los ojos y cortaron las manos de los protestantes, dejándolos luego sueltos por los campos, donde lentamente tuvo fin su mísera existencia. Forzaron a muchos jóvenes a llevar a sus padres ancianos a un río, donde eran ahogados; a mujeres a ayudar a colgar a sus maridos; y a madres a cortar el cuello a sus hijos.

En un lugar obligaron a un joven a dar muerte a su padre, y acto seguido lo colgaron a él. En otro lugar forzaron a una mujer a matar a su marido, luego forzaron al hijo a matarla a ella, y finalmente lo mataron a él de un tiro en la cabeza.

En un lugar llamado Glaslow, un sacerdote papista, con algunos otros, prevalecieron sobre cuarenta protestantes para que se reconciliaran con la Iglesia de Roma. Apenas si lo habían hecho que les dijeron que estaban en la buena fe, y que ellos impedirían que se apartaran de ella y que se volvieran herejes, echándolos de este mundo, lo que hicieron de inmediato cortándoles el cuello.

En el condado de Tipperary, más de treinta protestantes, hombres, mujeres y niños, cayeron en manos de los papistas, que, después de desnudarlos, los asesinaron a pedradas, con picas, espadas y otras armas.

En el condado de Mayo, unos sesenta protestantes, quince de ellos ministros, debían ser, bajo pacto, llevados sanos y salvos a Calway por un tal Edmund Bute y sus soldados; pero este inhumano monstruo sacó la espada por el camino, como indicación acerca de sus propósitos para el resto, y asesinaron a todos, algunos de los cuales fueron apuñalados, otros fueron traspasados con picas, y varios fueron ahogados.

En el Condado de Queen, gran número de protestantes fueron muertos de la manera más atroz. Cincuenta o sesenta fueron puestos juntos en una casa, que fue incendiada, y todos murieron en medio de las llamas. Muchos fueron desnudados y atados a caballos con cuerdas rodeándoles las cinturas, y fueron arrastrados por ciénagas hasta morir. Otros fueron atados al tronco de un árbol, con una rama encima. Sobre esta rama colgaba un brazo, que sustentaba principalmente el peso del cuerpo, mientras que una de las piernas era torcida arriba y atada al tronco, y la otra colgaba. Permanecían en esta postura terrible y difícil mientras estuvieran vivos, constituyendo un placentero espectáculo para sus sanguinarios perseguidores.

En Clownes, diecisiete hombres fueron enterrados vivos; y un inglés, su mujer, cinco niños y una criada fueron todos colgados juntos, y después echados a una acequia. Colgaron a muchos por los brazos de ramas de árboles, con un peso en sus pies; y otros por la cintura, postura en la que quedaron hasta morir. Varios fueron colgados de molinos de viento, y antes que estuvieran medio muertos, aquellos bárbaros los despedazaron con sus espadas. Otros, hombres, mujeres y niños, fueron cortados y despedazados en varias formas, y dejados 300

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bañados en su sangre para morir donde cayeran. A una pobre mujer la colgaron de una horca, con su hijo, un bebé de doce meses, que fue colgado del cuello con el cabello de su madre, y de esta manera acabó su breve pero trágica existencia.

En el condado de Tyrone, no menos de trescientos protestantes fueron ahogados en un día; y muchos otros fueron colgados, quemados y muertos de otras maneras. El doctor Maxwell, rector de Tyrone, vivía en aquel tiempo cerca de Armagh, y sufrió enormemente a causa de estos implacables salvajes. Esta persona, en su interrogatorio, dado bajo juramento ante los comisionados del rey, declaró que los papistas irlandeses había nn reconocido delante de él que, en varias acciones, habían matado a 12.000 protestantes en un lugar, a los que degollaron inhumanamente en Glynwood, cuando huían del condado de Armagh.

Como el río Barin no podía ser vadeado, y el puente estaba roto, los irlandeses forzaron a ir allía gran número de protestantes desarmados e indefensos, y con picas y espadas echaron violentamente a unos mil al río, donde perecieron sin remedio.

Tampoco escapó la catedral de Armagh de la furia de estos bárbaros, siendo incendiada maliciosamente por sus cabecillas, y quemada a ras del suelo. Y para extirpar, si fuera posible, la raza misma de aquellos infelices protestantes que vivían en o cerca de Armagh, los irlandeses quemaron todas sus casas, y luego reunieron a muchos cientos de aquella gente inocente, jóvenes y mayores, con el pretexto de darles una guardia y un salvoconducto hasta Colerain, pero lanzándose sobre ellos por el camino, y asesinándolos inhumanamente.

Horrendas barbaridades como las que acabamos de señalar fueron practicadas contra los pobres protestantes en casi todas partes del reino; cuando posteriormente se hizo una valoración del número de los que fueron sacrificados para dar satisfacción a las diabólicas almas de los papistas, se elevó a ciento cincuenta mil.

Estos miserables desalmados, enardecidos y arrogantes por el éxito (aunque mediante métodos acompañados de atrocidades enormes como quizáno hayan visto igual) pronto tomaron posesión del castillo de Newry, donde se guardaban las provisiones y municiones del rey; y con bien poca dificultad se adueñaron de Dundalk. Después tomaron la ciudad de Ardee, donde asesinaron a todos los protestantes, siguiendo luego a Drogheda. La guarnición de Drogheda no estaba en condiciones de soportar un sitio, a pesar de lo cual, cada vez que los irlandeses renovaban sus ataques, eran vigorosamente rechazados por un número muy desigual de las fuerzas reales, y unos pocos fieles ciudadanos protestantes bajo Sir Henry Tichbome, el gobernador, ayudado por Lord Vizconde Moore. El sitio de Drogheda comenzó el treinta de noviembre de 1641, y se mantuvo hasta el cuatro de marzo de 1642, cuando Sir Phelim O'Neal y los rebeldes irlandeses bajo su mando se vieron obligados a retirarse.

En aquel tiempo fueron enviados diez mil soldados desde Escocia a los protestantes que quedaban en Irlanda, y que apropiadamente distribuidos en las partes principales del reino, felizmente anularon el poder de los asesinos irlandeses; después de esto los protestantes vivieron tranquilos durante cierto tiempo.

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En el reinado del Rey Jacobo II su tranquilidad se vio, empero, interrumpida otra vez, porque en un Parlamento celebrado en Dublin en el año 1689, muchos de los nobles, del clero y de los gentiles hombres de Irlanda fueron acusados de alta traición. El gobierno del reino estaba, en aquel tiempo, en manos del conde de Tyrconnel, un fanático papista, e implacable enemigo de los protestantes. Por orden de él, fueron de nuevo perseguidos en varias partes del reino. Se confiscaron las rentas de la ciudad de Dublin, y la mayoría de las iglesias fueron transformadas en cárceles. Si no hubiera sido por la decisión y valentía no común de las guarniciones en la ciudad de Londonderry y de la ciudad de Inniskillin, no habría quedado ni un lugar de refugio para los protestantes en todo el reino, sino que todo habría caído en manos del Rey Jacobo y del frenético partido papista que lo dominaba.

El célebre asedio de Londonderry comenzó el dieciocho de abril de 1689, impuesto por una tropa de veintidós mil papistas, la flor del ejército irlandés. La ciudad no estaba equipada de manera apropiada para aguantar un asedio, siendo sus defensores un cuerpo de protestantes sin instrucción militar que habían buido allípara refugiarse, y medio regimiento de los disciplinados soldados de Lord Mountjoy, con la principal parte de los habitantes, ascendiendo sólo a siete mil trescientos sesenta y uno el número de hombres capaces de llevar armas.

Los asediados esperaban al principio que sus provisiones de trigo y otros víveres les serían suficientes, pero con la continuación del asedio aumentaron sus necesidades, y al final se hicieron tan intensas que por un tiempo considerable antes de levantarse el sitio la ración semanal de un soldado era medio litro de cebada basta, una pequeña cantidad de verduras, unas pocas cucharadas de fécula, y una porción muy moderada de carne de caballo. Y al final quedaron reducidos a tal extremidad que comieron perros, gatos y ratones.

Aumentando sus sufrimientos con el asedio, muchos desfallecían y desmayaban de hambre y necesidad, o caían muertos por las calles. Y es destacable que cuando sus socorros tan largamente esperados llegaron de Inglaterra, estaban ya a punto de quedar reducidos a esta alternativa: O bien preservar sus vidas comiéndose unos a otros, o tratar de abrirse paso luchando contra los irlandeses, lo que indefectiblemente habría significado su destrucción.

Sus socorros fueron transportados con buen suceso por el barco Mountjoy de Derry, y el Phoenix de Colerain, cuando sólo les quedaban nueve delgados caballos y algo menos de medio litro de harina para cada hombre. Debido al hambre y a las fatigas de la guerra, sus siete mil trescientos sesenta y un hombres sobre las armas quedaron reducidos a cuatro mil trescientos hombres, una cuarta parte de los cuales quedaron inutilizados.

Asícomo las calamidades de los asediados fueron grandes, también lo fueron los terrores y padecimientos de sus amigos y parientes protestantes, todos los cuales (incluso mujeres y niños) fueron empujados a la fuerza desde la región en un radio de treinta millas, e inhumanamente reducidos a la triste necesidad de estar varios días y noches sin alimento ni 302

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abrigo, delante de las murallas de la ciudad, viéndose asíexpuestos tanto al continuo fuego del ejército irlandés desde fuera corno como a los disparos de sus amigos desde dentro.

Pero los socorros llegados desde Inglaterra pusieron feliz término a sus sufrimientos; y el sitio fue levantado el treinta y uno de julio, habiendo tenido una duración de tres meses. El día antes de que se levantara el asedio de Londonderry, los Inniskillers entablaron batalla con un cuerpo de seis mil católicos romanos irlandeses, en Newton, Builer o Crown- Castle, muriendo cinco mil de ellos. Esto, junto con la derrota ante Londonderry, desalentó a los papistas, y abandonaron todo intento posterior de perseguir a los protestantes.

Al año siguiente, esto es, 1690, los irlandeses tomaron armas en favor del príncipe depuesto, Rey Jacobo II, pero fueron totalmente derrotados por su sucesor el Rey Guillermo III Aquel monarca, antes de dejar el país, lo redujo a la sumisión, estado en el que han continuado desde entonces.

Pero, a pesar de todo esto, la causa protestante está ahora sobre una base mucho más fuerte que hace un siglo. Los irlandeses, que habían llevado anteriormente una vida inestable y vagabunda, en los bosques, las turberas y los montes, viviendo del bandidaje contra sus semejantes, aquellos que por la mañana se apoderaban del botín, y por la noche repartían los despojos, se han vuelto, ya desde hace muchos años, pacíficos y civilizados. Gustan de los bienes de la sociedad inglesa, y de las ventajas del gobierno civil. Comercian en nuestras ciudades, y están empleados en nuestras manufacturas. Son también recibidos en las familias inglesas, y tratados con gran humanidad por los protestantes.

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Capítulo XIX - Surgimiento, Progreso, Persecuciones de los Cuqueros

AL tratar acerca de estas personas desde una perspectiva histórica, nos vemos obligados a hablar con mucha gentileza. No se puede negar que difieren de la generalidad de los protestantes en ciertos puntos capitales de religión, y sin embargo, como conformistas protestantes, quedan incluidos bajo la descripción de la ley de tolerancia. No es aquíasunto nuestro indagar acerca de si hubo personas de creencias similares en los tiempos de la cristiandad primitiva; quizáno, en ciertos respectos, pero debemos escribir acerca de ellos no en cuanto a corno eran, sino en cuanto a lo que son ahora. Cierto es que han sido tratados por varios escritores de manera muy menospreciativa; también es cierto que no merecían este tratamiento.

El apelativo de Cuáqueros les fue dado como término de vituperio, corno consecuencia de las evidentes convulsiones que sufrían cuando daban sus discursos, porque se imaginaban que eran efecto de la inspiración divina.

No nos toca a nosotros ahora indagar si las creencias de estas gentes concuerdan con el Evangelio, pero lo que síes cierto que el primero de sus líderes como grupo separado fue un hombre de oscura cuna que primero vivió en Leicestershire alrededor del 1624. Al referirnos a este hombre expresaremos nuestros propios sentimientos de una manera histórica, y uniendo a estos lo que ha sido dicho por los mismos Amigos, trataremos de dar una narración completa.

George Fox descendía de padres honrados y respetados, que lo criaron en la religión nacional; pero de niño parecía religioso, callado, firme y manifestando, más alláde sus años, un conocimiento no común de las cosas divinas. Fue educado para la agricultura y otras actividades del campo, y estaba inclinado de manera particular a la ocupación solitaria de pastor, empleo éste bien apropiado para su mente en varios respectos, tanto por su inocencia como por su afán de soledad; y fue un justo emblema de su ministerio y servicio posteriores.

En el año 1646 dejó totalmente la Iglesia nacional, en cuyos principios había sido criado y hasta entonces observado; en l647 se dirigió a Derbyshire y Nortinghamshire, sin ningún propósito determinado de visitar ningún lugar en particular sino que anduvo solitario por varias ciudades y pueblos, allídonde le llevara la mente.

‘Ayunaba mucho,ª dice SewelI, ‘y a menudo caminaba a lugares retirados, sin otra compañía que su Biblia.ª ‘Visitó a la gente más retirada y religiosa de aquellos lugares,ª dice Penn, ‘y algunos había , bien pocos, en esta nación, que esperaban la consolación de Israel día y noche; como Zacarías, Ana y Simeón la esperaban en tiempos antiguos. A estos fue enviado, y a estos buscó en los condados colindantes, y entre ellos se quedó hasta que le fue dado un más amplio ministerio. En este tiempo enseñó, y fue un ejemplo de silencio, tratando de sacarlos de una actuación artificiosa, testificándoles acerca de la luz de Cristo dentro de 304

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ellos, y volviéndolos a ella, y alentándolos a esperar pacientemente, y a sentir su poder agitándose en sus corazones, para que su conocimiento y culto a Dios pudiera consistir en el poder de una vida incorruptible que debía ser hallada en la luz, por cuanto era obedecida en la manifestación de la misma en el hombre: Porque en el Verbo estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Vida en la palabra, luz en los hombres; y vida también en los hombres, asícomo la luz es obedecida; viviendo los hijos de la luz por la vía de la Palabra, por la cual la Palabra los engendra de nuevo para Dios, lo cual es la generación y el nuevo nacimiento, sin el que no hay entrada en el Reino de Dios, en el cual todo el que entra es mayor que Juan, esto es, que la dispensación de Juan, que no era la del Reino, sino que fue la consumación de la legal, y precursor de los tiempos del Evangelio, del tiempo del Reino. Por ello, comenzaron a hacerse vanas reuniones en aquellas partes, y asídedicó su tiempo durante algunos años.ª

En el año 1652 ‘tuvo una gran visitación de la gran obra de Dios en la tierra, y de la manera en que tenía que salir, para iniciar su ministerio público.ª Emprendió rumbo al norte,

‘y en todos los lugares a los que llegaba, si no antes de llegar a ellos, se le mostraba de manera particular su ejercicio y servicio, de modo que el Señor era verdaderamente su conductor.ª

Convirtió a muchos a sus opiniones, y muchos hombres piadosos y buenos se unieron a su ministerio. Estos fueron escogidos especialmente para visitar las asambleas públicas para reprender, reformar y exhortar a los oyentes. A veces en mercados, ferias, por las calles y por los caminos, ‘llamando a los hombres al arrepentimiento, y a volverse al Señor, con todo el corazón asícomo con sus bocas; dirigiéndoles a la luz de Cristo dentro de ellos, para que vieran, examinaran y consideraran sus caminos, y a evitar el mal y a hacer la buena y agradable voluntad de Dios.ª

No se encontraron sin oposición en la tarea a la que se habían imaginado llamados, siendo a menudo puestos en cepos, apedreados, apaleados, azotados y encarcelados, aunque fueran hombres honrados y de buena reputación que habían dejado mujeres, hijos, casas y tierras para

visitarlos con un vivo llamamiento al arrepentimiento. Pero estos métodos coercitivos mas bien encendieron que disminuyeron su celo, y en aquellas zonas les ganaron muchos prosélitos, y entre a ellos varios magistrados y otros de clases altas. Entendieron que el Señor les había prohibido descubrirse la cabeza ante nadie, alto o bajo, y que les demandaba que se dirigieran a todos, sin distinción, tuteándolos. Tenlan escrúpulos acerca de desear buenos días o buenas noches a la gente, y no podían doblarla rodilla ante nadie, ni siquiera en la suprema autoridad. Tanto hombres como mujeres llevaban una vestimenta sencilla, diferente de la moda de los tiempos. Ni daban ni aceptaban títulos de respeto u honra, y a nadie en la tierra estaban dispuestos a llamar maestro. Citaban varios textos de la Escritura para defender estas peculiaridades, como ‘No juréisª. ‘¿Cómo podéis creer, si recibís honra unos de otros, y no buscáis la honra que sólo de Dios viene?ª, etc., etc. Basaban la religión en una luz interior, y en un impulso extraordinario del EspírituSanto.

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En 1654 celebraron su primera reunión separada en Londres, en casa de Robert Dring, en Watling Street, porque para aquel entonces se habían extendido por todas partes del reino, y en muchos lugares habían establecido reuniones o asambleas, particularmente en Lancashire y regiones adyacentes, pero seguían expuestos a grandes persecuciones y pruebas de todo tipo. Uno de ellos, en una carta al protector, Oliverio Cromwell, le dice que aunque no hay leyes penales que obliguen a nadie a someterse a la religión establecida, sin embargo los Cuáqueros son denunciados por otras causas; se les multa y encarcela por rehusar tomar juramento; por no pagar sus diezmos; por perturbar las asambleas públicas y reunirse en las calles y lugares públicos; a algunos de ellos los habían azotado como vagabundos, y por hablar con llaneza a los magistrados.

Bajo el favor de la tolerancia entonces existente abrieron sus reuniones en Bull y Mouth, en Aldersgate Street, donde las mujeres, al igual que los hombres, eran movidas a hablar. Su celo los llevó a algunas extravagancias, lo que los expuso más al azote de sus enemigos, que actuaron duramente contra ellos en el siguiente reinado. M ser suprimida la insensata insurrección de Venner, el gobierno publicó una proclamación prohibiendo a los anabaptistas, cuáqueros y Hombres de la Quinta Monarquía que celebraran asambleas o reuniones bajo pretexto de dar culto a Dios, excepto silo hacían en alguna iglesia parroquial, o en casas privadas, con el consentimiento del dueño de la casa, declarándose ilegales y sediciosas todas las reuniones en cualesquiera otros lugares, etc., etc. Entonces los Cuáqueros consideraron conveniente enviar la siguiente carta al rey, con las siguientes palabras:

‘¡Oh Rey Carlos!ª

Es nuestro deseo que vivas siempre en el temor de Dios, y también tu Consejo. Te rogamos a tíy a tu Consejo que leáis las siguientes líneas con piedad y compasión por nuestras almas, y por tu bien.

ªY considera esto, que estamos encarcelados unos cuatrocientos en y alrededor de esta ciudad, hombres y mujeres arrebatados a sus familias, y además alrededor de mil en las cárceles de los condados; deseamos que nuestras reuniones puedan no ser dispersadas, sino que todo venga a un limpio juicio, para que quede manifiesta nuestra inocencia.

ªLondres, día 16, mes undécimo, 1660.ª

El veintiocho de aquel mismo mes publicaron la declaración a que hacían referencia en su discurso, titulada: ‘Una declaración de la inocente gente de Dios llamada los Cuáqueros, contra toda sedición, maquinadores y luchadores del mundo, para eliminar las bases de celos y sospechas, tanto de los magistrados como del pueblo en el reino, acerca de guerras y luchas.ª

Fue presentada al rey el día veintiuno del mes undécimo de 1660, y les prometió, por su real palabra, que no sufrirían por sus opiniones siempre y cuando vivieran pacíficamente; pero sus promesas fueron después bien poco tenidas en cuenta.

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En 1661 cobraron suficiente valor para pedir a la Cámara de los lores que hubiera tolerancia para su religión, y para quedar exentos de dar juramento, que consideraban ilegítimos no por desafección alguna al gobierno, ni por creer que quedaran menos obligados bajo una aseveración, sino por estar persuadidos de que todos los juramentos eran ilegítimos; y que jurar estaba prohibido, hasta en las ocasiones más solemnes, en el Nuevo Testamento.

Su petición fue rechazada, y en lugar de darles tolerancia, se promulgó una ley contra ellos, cuyo preámbulo decía: ‘Que por cuanto varias personas han adoptado la opinión de que un juramento es ilegítimo y contrario a la ley de Dios, incluso cuando se hace ante un magistrado; y por cuanto, bajo la pretensión de culto religioso, las dichas personas se reúnen en grandes números en diversos lugares del reino, separándose del resto de los súbditos de su majestad y de las congregaciones públicas y lugares usuales de culto divino, se promulga por ello que si tales personas, después del cuatro de marzo de 1661-62, rehúsan tomar juramento cuando sea administrado legalmente, o persuaden a otros a rehusarlo, o mantienen por escrito o de cualquier otra forma la ilegitimidad de tomar un juramento; o si se reúnen para el culto religioso en número de cinco de una edad de quince años para arriba, pagarán por la primera ofensa cinco libras; por la segunda, diez libras; por la tercera serán desterrados del reino, o transportados a las plantaciones; los jueces de paz podrán oír y decidir las causas.ª

Esta ley tuvo el más terrible efecto sobre estos Cuáqueros, aunque bien se sabía que estas personas de buena conciencia estaban lejos de cualquier sedición o rebelión contra el gobierno. George Fox, en sus palabras al rey, le comunica que tres mil sesenta y ocho de sus amigos habían sido encarcelados desde la restauración de su majestad; que sus reuniones eran diariamente dispersadas por hombres con mazas y armas, y que sus amigos eran arrojados al agua y pisoteados hasta que manaba la sangre, lo que hacía que se reunieran en las calles. Se imprimió un documento, firmado por doce testigos, en el que se comunica que había más de cuatro mil doscientos cuáqueros encarcelados; de ellos quinientos por Londres y sus suburbios, y varios de ellos habían muerto en las cárceles .

Sin embargo, se gloriaban en sus padecimientos, que aumentaban cada día, de manera que en 1665 y en los años de interinidad fueron hostigados de manera inaudita. Como persistían resueltamente en reunirse abiertamente en Bull y Mouth, lugar ya mencionado, los soldados y otros oficiales los llevaron de allía prisión, hasta que Newgate quedó llena de ellos, y multitudes murieron por el estrecho encierro, en aquella y otras cárceles .

Seiscientos de ellos, dice un relato publicado en aquel tiempo, estaban encarcelados, simplemente por causa de su religión, de los que varios fueron llevados a las plantaciones. En resumen, los cuáqueros dieron tanto trabajo a los informadores, que estos tuvieron menos tiempo para asistir a las reuniones de otros inconformistas.

Sin embargo, bajo todas estas calamidades se comportaban pacientemente y con gentileza ante el gobierno, y cuando tuvo lugar el complot de Ryehouse en 1682 consideraron conveniente proclamar su inocencia acerca de aquel falso complot, en un documento enviado al rey, en el que, ‘apelando al Escudriñador de todos los corazones,ª dicen que ‘sus principios 307

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no les permiten tomar armas en defensa propia, y mucho menos vengarse por los daños recibidos de otros; que continuamente oran por la seguridad y preservación del rey; y que por ello aprovechan esta oportunidad para rogar humildemente a su majestad que tenga compasión de sus sufrientes amigos, que llenan tanto sus cárceles que tienen careencia de aire, con evidente peligro para sus vidas y para peligro de infección en diversos lugares.

Además, muchas casas, talleres, graneros y campos son saqueados, y sus bienes, trigo y guiados ganados arrebatados, con lo que se desalienta el trabajo y la agricultura, empobreciéndose a mucha cantidad de gente pacífica y trabajadora; y esto por ningún otro motivo que por el ejercicio de una conciencia sensible en el culto al Dios Todopoderoso, que es soberano Señor y Rey de las conciencias de los hombres.

Al acceder Jacobo al trono, se dirigieron a aquel monarca de manera honrada y llana, diciéndole: ‘Hemos venido para testimoniar nuestro dolor por la muerte de nuestro buen amigo Carlos, y nuestro gozo porque hayas sido hecho nuestro gobernante. Se nos dice que no perteneces a la persuasión de la Iglesia de Inglaterra, como tampoco nosotros lo somos; por ello, esperamos que nos concedas la misma libertad que tú te permites, haciendo lo cual que deseamos todo tipo de dichas.ª

Cuando Jacobo, con el poder del que estaba investido, concedió libertad a los no conformistas, comenzaron ellos a gozar de algún descanso de sus angustias; y ciertamente ya era el momento para ello, porque habían crecido en gran número. El año anterior a éste, que para ellos fue de feliz liberación, expusieron, en una petición a Jacobo para que se pusiera fin a sus sufrimientos, establecieron ‘que en los últimos tiempos mil quinientos de sus amigos, tanto hombres como mujeres, de los que ahora quedan mil trescientos ochenta y tres; de los que doscientos son mujeres, muchas bajo sentencia de desacato a la autoridad regia; y más de cien cerca de ella, por rehusar el juramento de lealtad, porque no pueden jurar. Trescientos cincuenta han muerto en prisión desde el año 1680; en Londres, la cárcel de Newgate ha quedado llena a rebosar, habiendo durante estos dos últimos años casi veinte personas por celda, por lo que varias personas han muerto asfixiadas, y otros, que han salido enfermos, han muerto de fiebres malignas al cabo de pocos días.

Grandes violencias, destrozos enormes terribles y perturbaciones y saqueos tremendos han sido aplicados a los bienes y posesiones de la gente, por un grupo de informadores ociosos, insólitos e implacables, por persecuciones basadas en la ley de conventículos, y otras, también en escritos qui tam, y en otros procesos, por veinte libras al mes, y dos tercios de sus posesiones confiscadas para el rey. Algunos no tenían una cama en la que yacer, otros no tenían ganado para labrar el suelo, ni trigo para alimento o pan, ni herramientas de trabajo; los dichos informadores, y alguaciles penetraban violentamente en casas en algunos lugares, con el pretexto de servir al rey y a la Iglesia. Nuestras asambleas religiosas han sido acusadas ante la ley común de ser sediciosas y perturbadoras de la paz pública, por lo que grandes números han sido encerrados en prisión son consideración alguna a la edad, y muchos echados en agujeros y mazmorras. Los apresamientos por 20 libras mensuales ha llevado a miles de 308

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personas encarceladas, y varios que habían empleado a personas pobres en manufacturas no pueden y a hacerlo más, por su prolongado encarcelamiento. No perdonan ni a viudas ni a huérfanos, y tampoco tienen ni una cama donde dormir. Los informadores son a la vez testigos y fiscales, para ruina de gran número de familias frugales; y se ha amenazado a jueces de paz con multas de cien libras si no emiten órdenes de prisión en base de sus denuncias.ª Con esta petición presentaron una lista de sus amigos encarcelados, en los varios condados, que ascendía a cuatrocientos sesenta.

Durante el reinado del Rey Jacobo II, esta gente fue, por la intercesión de su amigo señor Penn, tratada con mayor tolerancia que jamás lo había sido. Se habían hecho muy numerosos ahora en muchos lugares del país, y al tener lugar poco después el establecimiento de Pennsylvania, muchos se fueron a América. Allígozaron de las bendiciones de un gobierno pacífico, y cultivaron las artes del trabajo honrado.

Como toda la colonia era propiedad del señor Penn, invitó a gentes de todas denominaciones a ir y asentarse con él allí. Tuvo lugar una libertad de conciencia universal; y en esta nueva colonia se establecieron por vez primera los derechos naturales de la humanidad.

Estos Amigos son, en el tiempo presente, un grupo bien inocente e inofensivo; pero ya hablaremos más de esto en una sección posterior. Por sus sabias leyes, no sólo se honran a símismos, sino que son de gran servicio a la comunidad.

Puede ser necesario observar aquíque por cuanto los Amigos, comúnmente llamados Cuáqueros, no toman juramento en un tribunal, se permite su afirmación en todas las cuestiones civiles; pero no pueden perseguir a un criminal, porque en los tribunales ingleses toda evidencia debe ser sobre juramento.

Relato de las Persecuciones de los Amigos, comúnmente llamados Cuáqueros, en los Estados Unidos.

Alrededor de mediados del siglo diecisiete se infligió mucha persecución y sufrimiento a una secta de inconformistas protestantes, comúnmente llamados Cuáqueros; gente que surgió en aquel tiempo en Inglaterra, y algunos de los cuales sellaron su testimonio con su sangre.

Para una historia de estas gentes, véase la historia de Sewell, o la de Gough, acerca de ellos.

Los principales motivos por los que su inconformismo de conciencia los hizo susceptibles a las penas de la ley fueron:

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a) Su resolución cristiana de reunirse públicamente para el culto a Dios de la forma más conforme a su conciencia.

b) Su rechazo a pagar diezmos, que consideraban una ceremonia judía, abrogada por la venida de Cristo.

c) Su testimonio en contra de las guerras y de las luchas, cuya práctica consideraban inconsecuente con el mandamiento de Cristo: ‘Amad a vuestros enemigos,ª Mt 5:44.

d) Su constante obediencia al mandamiento de Cristo: ‘No juréis de ninguna manera,ª Mt 5:34.

e) Su rechazo a pagar tasas o valoraciones para edificar y reparar casas de culto con las que ellos no estuvieran de acuerdo.

f) Su uso del lenguaje apropiado y escriturario, ‘túª y ‘tiª, para una persona individual; y su dejación de la costumbre de descubrirse la cabeza como homenaje a un hombre.

g) La necesidad en que se encontraron muchos de publicar lo que creían ser la doctrina de la verdad; y ello a veces en los lugares designados para el culto nacional público.

Su consciente inconformidad en los anteriores puntos los expuso a mucha persecución y sufrimiento, consistiendo en procedimientos judiciales, multas, crueles apaleamientos, azotes y otros castigos corporales; encarcelamientos, destierros e incluso la muerte.

Dar un relato detallado de sus persecuciones y sufrimientos iría más alláde los límites de esta obra; por ello remitimos, para esta información, a las historias ya citadas, y más en particular a la Colección de Besse acerca de sus sufrimientos; y limitaremos nuestro relato aquímayormente a los que sacrificaron sus vidas, y que evidenciaron, por su disposición de mente, constancia, paciencia y fiel perseverancia, que estaban influenciados por un sentimiento de deber religioso.

Numerosas y repetidas fueron las persecuciones contra ellos; y a veces por transgresiones u ofensas que la ley ni contemplaba ni abarcaba.

Muchas de las multas y penas que se les impusieron no eran sólo irrazonables y exorbitantes, de manera que no podían pagarlas y se veían aumentadas a varias veces el valor de la demanda; por ello muchas familias pobres quedaban enormemente angustiadas, y se veían obligadas a depender de la ayuda de sus amigos.

No sólo grandes números fueron cruelmente azotados a latigazos en público, como criminales, sino que algunos fueron marcados con hierros al rojo vivo, y a otros les cortaron las orejas.

Muchísimos fueron encerrados largo tiempo en inmundas mazmorras, en las que algunos terminaron sus vidas, como consecuencia del encierro.

Muchos fueron sentenciados a destierro, y muchos fueron deportados. Algunos fueron desterrados bajo pena de muerte, y cuatro fueron finalmente ejecutados por el verdugo, como veremos más adelante, tras insertar copias de algunas de las leyes del país donde sufrieron.

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En una corte general celebrado en Boston, el catorce de octubre de 1656.

‘Por cuanto hay una maldita secta de herejes que ha surgido últimamente en el mundo, llamados comúnmente Cuáqueros, que asumen ser enviados directamente de parte de Dios y ser asistidos de manera infalible por el Espíritu, hablando y escribiendo opiniones blasfemas, menospreciando el gobierno y el orden de Dios, en la Iglesia y en la comunidad, hablando mal de las dignidades, vituperando e injuriando a magistrados y ministros, tratando de apartar al pueblo de la fe, y conseguir prosélitos para sus perniciosos caminos: este tribunal, tomando en consideración las premisas, y para impedir males semejantes como los que por causa de ellos tienen lugar en nuestra tierra, ordenamos por tanto que, por la autoridad de este tribunal, que sea ordenado y cumplido, que cualquier patrón o comandante de cualquier nave, barca, chalupa o bote que traiga a cualquier puerto, arroyo o ensenada, dentro de esta jurisdicción, a cualquier cuáquero o cuáqueros, o cualesquiera otros herejes blasfemos, pagará, o harápagar la malta de cien libras al tesorero del país, excepto si carecía de verdadero conocimiento o información de que lo fueran; en tal caso, tiene libertad de demostrar su inocencia declarando bajo juramento cuando no haya suficiente prueba de lo contrario; y en caso de impago o de falta de aval, seráencarcelado, y continuaráen esta condición hasta que quede satisfecha la suma al tesorero, como se ha indicado más arriba.

ªY el comandante de cualquier barca, barco o nave que quede legalmente convicto, darásuficiente seguridad al gobernador, o a cualquiera o más de los magistrados, que tengan poder para determinar la misma, para llevarlos otra vez al lugar del que salieron; y en caso de que rehúse hacerlo, el gobernador, o uno o más de los magistrados, recibe por este instrumento poderes para emitir su o sus órdenes para entregar al dicho patrón o comandante a prisión, para que quede en ella hasta que dé suficiente seguridad del contenido al gobernador, o a cualquiera de los magistrados, como ya se ha dicho.

ªY se ordena y establece además que cualquier Cuáquero que llegue a este país desde el extranjero, o que llegue a esta jurisdicción desde cualesquiera zonas vecinas, seráinmediatamente llevado a la Casa de Corrección; al entrar en ella, seráseveramente azotado, y serámantenido constantemente ocupado en trabajos por el director, y no se permitiráque nadie converse ni hable con ellos durante el tiempo de su encarcelamiento, que no se prolongarámás alláde lo que sea necesario.

ªY se ordena que si cualquier persona introduce a sabiendas en cualquier puerto de esta jurisdicción cualesquiera libros o escritos cuáqueros, acerca de sus diabólicas opiniones, pagarápor tal libro o escrito que le sea legalmente demostrado contra él o ellos la suma de cinco libras; y todo el que disperse u oculte tal libro o escrito y le sea hallado encima, o en su casa, y no lo entregue de inmediato al magistrado, pagaráuna multa de cinco libras por dispersar o esconder tal libro o escrito.

ªY también se ordena, además, que si cualesquiera personas de dentro de esta colonia asumen la defensa de las opiniones heréticas de los Cuáqueros, o de ningunos de sus libros o 311

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artículos, serán multados por la primera vez con cuarenta chelines; si persisten en lo mismo, y las defienden por segunda vez, cuatro libras; si a pesar de ello vuelven a defender y a mantener las dichas opiniones heréticas de los Cuáqueros, serán llevados a la Casa de Corrección hasta que haya un pasaje conveniente para sacarlos de la tierra, sentenciados a destierro por el Tribunal.

ªFinalmente, se ordena que toda persona o personas que injurie a las personas de los magistrados o de los ministros, como es usual con los Cuáqueros, tales personas serán severamente azotadas, o pagarán la multa de cinco libras.

ªEsta es una copia fiel de la orden del tribunal, como testifica ªEDWARD RAWSON, SEC.ª

En una corte general celebrado en Boston el catorce de octubre de 1657

‘En adición a la anterior orden, con referencia a la llegada o transporte de cualquiera de la maldita secta de los Cuáqueros a esta jurisdicción, se ordena que cualquiera que desde ahora traiga o haga traer, directa o indirectamente, a cualquier Cuáquero o Cuáqueros conocidos, u otros herejes blasfemos, a sabiendas, cada una de estas personas será multada con cuarenta chelines por cada hora de hospitalidad y ocultación de cualquier Cuáquero o Cuáqueros como se ha mencionado, y será encarcelada como se ha dicho antes, hasta que la multa sea satisfecha íntegramente.

ªY se ordena además que si cualquier Cuáquero o Cuáqueros tienen la presunción, después que hayan sufrido lo que la ley demanda, de volver a entrar en esta jurisdicción, será arrestada, sin necesidad de orden judicial cuando no haya magistrado disponible, por cualquier policía, comisario o alguacil, y llevados de policía a policía hasta el magistrado más cercano, que encarcelará a la dicha persona en prisión estricta, para quedarse allí(sin fianza) hasta la siguiente reunión del tribunal, donde será juzgado legalmente.

ªDespués de quedar convicto de pertenecer a la secta de los Cuáqueros, será sentenciado a destierro, bajo pena de muerte. Y todos aquellos habitantes de esta jurisdicción que sean convictos de pertenecer a la dicha secta, bien por asumir, publicar o defender las horrendas opiniones de los Cuáqueros, o agitando motines, sedición o rebelión contra el gobierno, o asumiendo sus insultantes y subversivas prácticas, como la de negar respeto cortés a sus iguales y superiores, y apartándose de las asambleas de la iglesia; y en lugar de ello frecuente reuniones propias, en oposición a nuestro orden eclesial; adhiriéndose o aprobando a cualquier Cuáquero conocido y los principios y las prácticas de los Cuáqueros que sean opuestas a las ortodoxas opiniones recibidas de los piadosos, y que trate llevar a otros a ser desafectos frente al gobierno civil y el orden de la Iglesia, o que condene la práctica y los procedimientos de este tribunal contra los Cuáqueros, manifestando por ello que estáde acuerdo con ellos, cuyo designio es la subversión del orden establecido en la Iglesia y el estado; toda persona así, bajo convicción ante el dicho Tribunal, de la manera mencionada, seráencerrada en prisión estricta durante un mes, y luego, a no ser que escoja voluntariamente irse de esta jurisdicción, si da 312

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fianza por su buena conducta, y comparece ante el tribunal en su siguiente convocatoria, persistiendo en su obstinación, rehusando retractarse y reformarse de las dichas opiniones, serásentenciada a destierro bajo pena de muerte. Y cualquier magistrado que al recibir denuncia de toda persona así, la haráprender y encerrar en prisión, a su discreción, hasta que comparezca a juicio como se ha especificado anteriormente.ª

Parece que también se promulgaron leyes en las entonces colonias de New Plymouth y New Haven, y en el establecimiento holandés de New Amsterdam, ahora New York, prohibiendo a la gente llamada Cuáqueros que entraran en estos lugares, bajo severas penas; como consecuencia de ello, algunos sufrieron considerablemente.

Los dos primeros en ser ejecutados fueron William Robinson, mercader, de Londres, y Marmaduke Stevenson, campesino, de Yorkshire. Llegados a Boston, a comienzos de septiembre, fueron hechos comparecer ante el Tribunal, y allísentenciados a destierro, bajo pena de muerte. Esta sentencia fue también pronunciada contra Mary Dyar, mencionada más adelante, y Nicholas Davis, que se encontraban en Boston. Pero William Robinson, considerado como maestro, fue también condenado a ser duramente azotado, y se ordenó al jefe de policía que consiguiera a un hombre fuerte para ello. Entonces Robinson fue llevado a la calle, y desnudado; poniéndose sus manos a través de los orificios del carruaje de un gran cañón, donde lo mantuvo el carcelero, el verdugo le aplicó veinte azotes con un látigo de tres cabos. Después él y los otros presos fueron liberados y desterrados, como se desprende de la siguiente orden:

‘Se ordena por ésta que se ponga ahora en libertad a William Robinson, Marmaduke Stevenson, Mary Dyar y Nicholas Davis, que, por orden del tribunal y del consejo, habían sido encarcelados, porque se desprendió por propia confesión de ellos, sus palabras y acciones, que son Cuáqueros; por ello se pronunció sentencia contra ellos para que se fueran de esta jurisdicción, bajo pena de muerte; y que seráa su propio riesgo si cualquiera de ellos es hallado dentro de esta jurisdicción o en cualquier parte de la misma después del catorce de este presente mes de septiembre.

ªEDWARD RAWSON.

ªBoston, 12 de Septiembre, 1659’

Aunque Mary Dyar y Nicholas Davis dejó esta jurisdicción en aquel entonces, Robinson y Stevenson, sin embargo, aunque se fueron de la ciudad de Boston, no pudieron decidirse (no estando libres en su conciencia) a irse de aquella jurisdicción, aunque se jugaban la vida.

Se dirigieron entonces a Salem, y a algunos lugares alrededor, para visitar y edificar a sus amigos en la fe. Pero no pasó mucho tiempo antes de volver a ser encarcelados en Boston, y encadenados en las piernas. Al mes siguiente también volvió Mary Dyar. Y mientras estaba frente a la cárcel, hablando con un tal Christopher Holden, que había llegado allí con el propósito de indagar acerca de algún barco que se dirigiera a Inglaterra, a donde quería ir, fue también arrestada.

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Así, ahora tenían a tres personas que, según la ley de ellos, habían perdido el derecho a la vida. El veinte de octubre estos tres fueron hechos comparecer ante el tribunal, donde estaban John Endicot y otros reunidos.

Llamados al tribunal, Endicot ordenó al guarda que les quitara los sombreros; luego les dijo que ellos habían promulgado varias leyes para mantener a los Cuáqueros fuera de su compañía, y que ni los fuera de su compañía, y que ni los latigazos ni la cárcel, ni el corte de las orejas ni el destierro bajo pena de muerte los podía mantener alejados. Dijo además que ni él ni los demás deseaban la muerte de ninguno de ellos. Sin embargo, sin más preámbulo, éstas fueron sus siguientes palabras: ‘Oíd y escuchad vuestra sentencia de muerte.ª También se pronunció sentencia de muerte contra Marmaduke Stevenson, Mary Dyar y William Edrid.

Varios otros fueron encarcelados, azotados y multados.

No tenemos deseo alguno de justificar a los Peregrinos por estos procedimientos, pero creemos que su conducta admite atenuación, considerando las circunstancias de la edad en que vivían.

Los padres de Nueva Inglaterra sufrieron increíbles dificultades para proveerse de un hogar en el desierto; y para protegerse en el goce imperturbado de unos derechos que habían adquirido a tan gran precio adoptaron a veces medidas que, si se juzgan por las perspectivas más ilustradas y liberales de nuestro tiempo presente, deben ser pronunciadas como totalmente injustificables. ¿Pero han de ser condenados sin misericordia por no haber actuado en base de unos principios que eran entonces no reconocidos y desconocidos en toda la Cristiandad? ¿Se les tendrá a ellos únicamente como responsables de unas opiniones y una conducta que se había consagrado desde la antigüedad y que era común a los cristianos de todas las otras denominaciones? Cada gobierno que existía entonces se arrogaba el derecho de legislar acerca de cuestiones de religión; y de reprimir la herejía mediante estatutos penales.

Este derecho era reclamado por los gobernantes, admitido por los súbditos, y está sancionado por los nombres de Lord Bacon y de Montesquieu, y por muchos otros igualmente afamados por sus talentos y erudición. Así, es injusto ‘apremiar sobre una pobre secta perseguida los pecados de toda la Cristiandad.ª

La falta de estos padres fue la falta de su tiempo; y aunque no puede ser justificada, desde luego es un atenuante de su conducta. Igualmente podrían ser condenados por no comprender y actuar en base de los principios de la tolerancia religiosa. Al mismo tiempo es justo decir que por imperfectas que fueran sus perspectivas en cuanto a los derechos de la conciencia, estaban sin embargo muy por delante de la edad a la que pertenecían; y que es más con ellos que con ninguna clase de hombres sobre la tierra que está el mundo en deuda por las perspectivas más racionales que prevalecen hoy día acerca de la cuestión de la libertad civil y religiosa.

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Capítulo XX - Historia de la Vida y Persecuciones de John Bunyan Este gran puritano nació el mismo año que los Padres Peregrinos desembarcaron en Plymouth. Su hogar fue Elstow, cerca de Bedford, Inglaterra. Su padre era hojalatero, y él aprendió el mismo oficio era un muchacho vivaz y agradable con un aspecto serio y casi morboso en su naturaleza. Todo a lo largo de su temprana edad adulta estuvo arrepintiéndose de los vicios de su juventud, y ello aunque no habla sido nunca ni borracho ni inmoral. Las acciones particulares que angustiaban su conciencia fueron el baile, tocar las campanas de la iglesia, y jugar a tip-cat, un juego de jardín. Fue en una ocasión, mientras jugaba a esto, que

‘una voz acudió repentinamente del cielo a mi alma, que dijo: ‘¿Dejarás tus pecados e irás al cielo, o mantendrás tus pecados e irás al infierno?ªª Fue alrededor de este tiempo que oyó hablar a tres o cuatro pobres mujeres en Bedford mientras tomaban el sol a la puerta. ‘Su conversación era acerca del nuevo nacimiento, de la obra de Dios en los corazones. Estaban mucho más allá de mi capacidad.ª

En su juventud fue miembro del ejército parlamentario durante un año. La muelle de un camarada cerca de él profundizó su tendencia a los pensamientos serios, y hubo tiempos en los que parecía casi loco en su celo y penitencia. Durante un tiempo estuvo totalmente seguro de haber cometido el pecado imperdonable contra el Espíritu Santo. Mientras era joven se casó con una buena mujer que le compró varios libros piadosos que leyó con asiduidad, confirmando así su fervor y aumentando su inclinación a las controversias religiosas.

Su conciencia fue más despertada por la persecución del grupo religioso de bautistas a los que se habla unido. Antes de la edad de treinta años se habla convenido en un predicador bautista destacado. Entonces Te llegó el turno para ser perseguido. Fue arrestado por predicar sin licencia. ‘Antes de ir ante el juez, le rogué a Dios que se hiciera Su voluntad; porque no dejaba de tener esperanzas de que mi encarcelamiento pudiera resultar e un despertamiento dc los santos en la región. Sólo en esto encomendé la cuestión a Dios. Y verdaderamente cuando volvíme encontré dulcemente con mi Dios en la cárcel.ª Padeció verdaderas penalidades, debido al mísero estado de las cárceles de aquellos tiempos. A este encierro se añadió el dolor personal de estar apartado de su joven segunda esposa y de cuatro hijos pequeños, y particularmente de su hijita ciega. Mientras estaba en la cárcel se solazó con los dos libros que había llevado consigo:

La Biblia y el ‘Libro de los Mártiresª de Fox. Aunque escribió algunos de sus primeros libros durante este largo encarcelamiento, no fue sino durante su segundo encarcelamiento, más breve, tres años después del primero, que redactó su inmortal Progreso del Peregrino, que fue publicado tres años después. En un tratado anterior había pensado brevemente en la similitud entre la vida humana y un peregrinaje, y ahora desarrolló este tema en fascinante detalle, empleando las escenas rurales de Inglaterra como fondo, la espléndida ciudad de 316

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Londres para la Feria de las Vanidades, y los santos y los villanos que conocía personalmente para describir los bien dibujados caracteres de su alegoría.

El ‘Progreso del Peregrinoª es verdaderamente el relato de las propias experiencias espirituales de Bunyan. …l mismo había sido el ‘hombre vestido de harapos, con su rostro vuelto de su propia casa, con un Libro en su mano, y una gran carga sobre su espaldaª. Después de darse cuenta de que Cristo era su Justicia y de que esto no dependía ‘del buen estado de su corazónª, o, como diríamos nosotros, de sus sentimientos, ‘ahora cayeron ciertamente las cadenas de mis piernasª. Suyos habían sido el Castillo de la Duda y el Pantano de la Desesperación, con mucha parte del Valle de la Humillación y de la Sombra de Muerte. Pero, por encima de todo, es un libro de victoria. Una vez, saliendo de la puerta de la sala del tribunal donde había sido derrotado, escribió: ‘Mientras salía de la puerta, tuve gran gozo en decirles que llevaba conmigo la paz de Dios.ª En su visión estaba siempre la Ciudad Celestial con todas las campanas tañendo. Había combatido constantemente contra Apolión, y a menudo herido, avergonzado y cayendo, pero al final ‘más que vencedor por medio de Aquel que nos amó.ª

Su libro fue al principio recibido con muchas críticas por parte de sus amigos Puritanos, que vieron en él sólo una añadidura a la literatura mundana de sus tiempos; pero entonces los Puritanos no tenían demasiadas cosas para leer, y no pasó mucho tiempo antes que fuera devotamente puesto junto a sus Biblias y leído con gozo y provecho. Pasaron quizádos siglos antes literarios comenzaran a darse cuenta de que esta historia, tan llena de realidad humana y de interés, y tan maravillosamente modelada sobre el inglés de traducción autorizada de la Biblia, constituye una de las glorias de la literatura inglesa. En sus años tardíos escribió varias otras alegorías, de una de las cuales ‘La Guerra Santaª, se ha dicho que ‘Si el ‘Progreso del Peregrino.ª no hubiera sido escrito nunca, se la consideraría como la mejor alegoría de la lengua inglesa.

Durante los últimos anos de su vida, Bunyan se quedó en el venerado pastor y predicador local. También era un orador favorito en los púlpitos inconformistas de Londres. Llegó a ser un líder y maestro tan a escala nacional, que frecuentemente era llamado el ‘Obispo Bunyanª

En lo útil y desprendido de su vida personal, su carácter era apostólico. Su última enfermedad fue debida a los embates de una tempestad durante un viaje en el que intentaba reconciliar a un padre con su hijo. Su final llegó el 3 de agosto de 1688. Fue sepultado en Bunhill Fields, el patio de una iglesia en Londres.

No hay dudas acerca de que ‘ El Progreso del Peregrinoª ha sido más útil que cualquier otro libro fuera de la Biblia. Fue oportuno, porque seguían quemando mártires en la Feria de la Vanidad mientras él estaba escribiendo. Es un libro duradero, porque mientras dice poco de vivir la vida cristiana en la familia y la comunidad, si interpreta la vida hasta allídonde es del alma individual, en un lenguaje llano. Bunyan desde luego ‘mostró como construir un trono principesco sobre la humilde verdad.ª …El ha sido para muchos su mismísimo Gran Corazón, el valiente guía de peregrinos.

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Capítulo XXI - Historia de la Vida de John Wesley

JOHN Wesley nació el diecisiete de junio de 1703, en Epworth, Inglaterra, el decimoquinto de diecinueve hijos de Charles y Suzanna Wesley. El padre de Wesley era predicador, y la madre de Wesley era una mujer notable en cuanto a sabiduría e inteligencia.

Era una mujer de profunda piedad y crió a sus pequeños en estrecho contacto con las historias de la Biblia, contándolas ya alrededor del hogar de la habitación de los niños. También solía vestir a los niños con sus mejores ropas los días en que tenían el privilegio de aprender su alfabeto como introducción a la lectura de las Sagradas Escrituras.

El joven Wesley era apuesto y varonil, y le encantaban los juegos y en particular el baile.

En Oxford fue un líder, y durante la última parte de su estancia allífue uno de los fundadores del ‘Santo Clubª, una organización de estudiantes serios. Su naturaleza religiosa se profundizó con el estudio y la experiencia, pero no fue hasta años después de dejar la universidad y entrar bajo la influencia de los escritos de Lutero que sintió haber entrado en las plenas riquezas del Evangelio. El y su hermano Charles fueron enviados a Georgia por la Sociedad para la Propagación del Evangelio, y allílos dos desarrollaron sus capacidades como predicadores.

Durante su navegación se encontraron en compañía de varios Hermanos Moravos, miembros de la asociación recientemente renovada por la actividad del Conde Zinzendorf.

John Wesley observó en su diario que en una gran tempestad, cuando todos los ingleses a bordo perdieron enteramente la compostura, estos alemanes lo impresionaron con su calma y total resignación a Dios. También observó la humildad de ellos bajo tratos insultantes.

Fue al volver a Inglaterra que entró en aquellas mas profundas experiencias y que desarrolló aquellos maravillosos poderes como predicador popular, que le hicieron un líder nacional. En aquel tiempo se asoció asimismo con George Whitefield, de fama imperecedera por su maravillosa elocuencia.

Lo que llevó a cabo bordea en lo increíble. Al entrar en su año octogésimo quinto, le dio las gracias a Dios por ser casi tan vigoroso como siempre. Lo adscribía en la voluntad de Dios, al hecho dc que siempre había dormido profundamente a que se había levantado durante sesenta años a las cuatro de la mañana y que por cincuenta años predicó cada mañana a las cinco. Apenas en su vida sintió algún dolor, resquemor o ansiedad. Predicaba dos veces al día, y a menudo tres y cuatro veces. Se ha estimado que cada año viajó cuatro mil quinientas millas inglesas, la mayoría a lomo de caballos.

Los éxitos logrados por la predicación Metodista tuvieron que ser alcanzados a través de una larga serie de años, y entre las mas acerbas persecuciones. En casi todas las partes de Inglaterra se vio enfrentado al principio por el populacho que le apedreaba, y con intentos de herirle y matarle. Sólo en ocasiones hubo intervenciones de la autoridad civil. Los dos Wesleys se enfrentaron a todos estos peligros con un asombroso valor, y con una serenidad 318

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igualmente asombrosa. Lo más irritante era el amontonamiento de calumnias e insultos de parte de los escritores de aquella época. Estos libros están totalmente olvidados.

Wesley había sido, en su juventud, un eclesiástico de la iglesia alta, y siempre estuvo profundamente adherido a la Comunión Establecida. Cuando vio necesario ordenar predicadores, se hizo inevitable la separación de sus seguidores de la iglesia oficial. Pronto recibieron el nombre de ‘Metodistasª debido a la peculiar capacidad organizativa de su líder y a los ingeniosos métodos que aplicaba.

La comunión Wesleyana, que después de su muerte creció hasta constituir la gran Iglesia Metodista, se caracterizaba por una perfección organizativa casi militar. Toda la dirección de su denominación siempre en crecimiento descansaba sobre el mismo Wesley. La conferencia anual, establecida en 1744, adquirió un poder de gobierno sólo a la muerte de Wesley. Chades Wesley hizo un servicio incalculable a la sociedad con sus himnos. Introdujeron una nueva era a la himnología de la Iglesia de Inglaterra. John Wesley dividió sus días entre su trabajo de dirigir a la Iglesia, su estudio (porque era un lector incansable), a viajar, y a predicar.

Wesley era incansable en sus esfuerzos por diseminar conocimientos útiles a través de su denominación. Planificó la cultura intelectual de sus predicadores itinerantes y maestros locales, y para escuelas de instrucción para los futuros maestros de la Iglesia. El mismo preparó libros para su uso popular acerca de historia universal, historia de la Iglesia, e historia natural. En esto Wesley fue un apóstol de la unión de la cultura intelectual con la vida cristiana. Publicó también los más madurados de sus sermones y varias obras teológicas. Todo esto, tanto por su profundidad y penetración mental, como por su pureza y precisión de estilo, excitan nuestra admiración.

John Wesley era persona de estatura ordinaria, pero de noble presencia. Sus rasgos eran muy apuestos, incluso en su ancianidad. Tenía una frente ancha, nariz aquilina, ojos claros y una complexión lozana. Sus modales eran corteses, y cuando estaba en compañía de gentes cristianas se mostraba relajado. Los rasgos más destacados de su carácter eran su amor persistente y laborioso por las almas de los hombres, la firmeza, y la tranquilidad de espíritu.

Incluso en controversias doctrinales exhibía la mayor calma. Era amable y muy generoso. Ya se ha mencionado su gran laboriosidad. Se calcula que en los últimos cincuenta y dos años de su vida predicó más de cuarenta mil sermones.

Wesley trajo a pecadores al arrepentimiento en tres reinos y dos hemisferios. Fue obispo de una diócesis sin comparación con ninguna de la Iglesia Oriental u Occidental. ¿Qué hay en el·ámbito de los esfuerzos cristianos -misiones foráneas, misiones interiores, tratados y literatura cristiana, predicación de campo, predicación itinerante, estudios bíblicos y lo que sea que no filera intentado por John Wesley, que no fuera abarcado por su poderosa mente mediante la ayuda de su Divino Conductor?

A él le fue concedido avivar la Iglesia de Inglaterra cuando había perdido de vista a Cristo el Redentor, llevándola a una renovada vida cristiana. Al predicar la justificación y 319

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renovación del alma por medio de la fe en Cristo, levantó a muchos de las clases más humildes de la nación inglesa desde su enorme ignorancia y malos hábitos, transformándolos en cristianos fervorosos y fieles. Sus infatigables esfuerzos se hicieron sentir no sólo en Inglaterra, sino también en América y en la Europa continental. No sólo se deben al Metodismo casi todo el celo existente en Inglaterra por la verdad y vida cristiana, sino que la actividad agitada en otras partes de la Europa Protestante podemos remontarla, indirectamente al menos, a Wesley.

Murió en 1791, después de una larga vida de incesantes labores y de desprendido servicio. Su ferviente Espíritu y cordial hermandad siguen sobreviviendo en el cuerpo que mantiene afectuosamente su nombre.

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Capítulo XXII - La Revolución Francesa de 1789 y sus Persecuciones El designio de aquellos que fueron los agentes primarios en originar las causas de la Revolución Francesa, fue la obliteración de la religión cristiana. Voltaire, el líder de esta cruzada contra la religión,[490] se jactaba de que "con una mano derribaría lo que doce Apóstoles construyeron". El lema del sello de sus cartas era: "Aplastad al miserable", en referencia a Jesucristo y al sistema religioso que promulgaba. Para lograr su objetivo, Voltaire escribió y publicó una gran variedad de tratados ateos, que contenían los sentimientos más perversos y los ataques más blasfemos contra la religión de la Biblia. Se imprimieron innumerables ejemplares de estos tratados, que circularon generosamente por Francia y otros países. Como las revistas estaban adaptadas a la capacidad de todas las clases de personas, eran buscadas con avidez y leídas con avidez.

Las doctrinas subvertían todo principio de moralidad y religión. Se rompieron por completo las distinciones eternas entre virtud y vicio. El matrimonio era ridiculizado; la obediencia a los padres, tratada como la más abyecta esclavitud; la subordinación al gobierno civil, el más odioso despotismo; y el reconocimiento de un Dios, el más alto grado de locura y absurdo. Profundamente teñida de tales sentimientos, durante la Revolución Francesa de 1789, la mente popular en Francia estaba bien preparada para todas las atrocidades que siguieron. La conciencia pública se había pervertido tanto, que se consideraban las escenas de traición, crueldad y derramamiento de sangre con indiferencia, y a veces suscitaban el aplauso más desmedido en los espectadores. El carácter francés había cambiado hasta tal punto por la propagación de opiniones infieles y ateas, "que había pasado de ser una de las naciones más desenfadadas y de temperamento más amable", dice Scott. "Desde el comienzo de la revolución, los franceses parecían haber sido animados, no sólo con el coraje, sino con la furia rabiosa de las bestias salvajes".

Cuando la Bastilla fue asaltada, "Fouton y Berthier, dos individuos considerados como enemigos del pueblo, fueron ejecutados, con circunstancias de crueldad e insulto sólo apropiadas en la hoguera de la muerte de un campamento indio; y a imitación de caníbales literales. Eran hombres, o más bien monstruos; no sólo despedazaban los miembros de sus víctimas, sino que también consumían sus corazones y bebían su sangre."

Croly, en su nueva interpretación del Apocalipsis, sostiene lo siguiente.

La causa principal de la Revolución Francesa fue el exilio del protestantismo. Su decencia de modales había restringido en gran medida la licencia de las órdenes superiores; su aprendizaje había obligado a los eclesiásticos romanos a trabajos similares; y mientras el cristianismo pudo apelar a tal iglesia en Francia, el progreso de los escritores infieles se vio restringido por la evidencia viva de la pureza, la paz y la sabiduría del Evangelio. No es ni siquiera sin la sanción de las escrituras y la historia concebir que, la presencia de tal cuerpo de siervos de Dios era una protección divina para su país.

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Pero a la caída de la Iglesia siguió el cambio más palpable, inmediato y ominoso. Los grandes nombres del sacerdocio romano, la enérgica literatura de Bossnett, la majestuosa oratoria de Massillon,[491] la elegancia patética y clásica de Fenelon, el más suave de todos los entusiastas; un calibre de hombres que se elevaban por encima del genio de su país y de su religión; perecieron sin sucesor. A principios del siglo XVIII, el hombre más despilfarrador de Francia era un sacerdote católico, el cardenal Dubois, y primer ministro del príncipe más despilfarrador de Europa, el regente Orleans. El país estaba convulsionado por amargas disputas personales entre jesuitas y jansenistas, luchando incluso hasta la persecución mutua por puntos de conflicto más allá o por debajo del intelecto humano. Una tercera parte se mantenía al margen, invisible, estimulando ocasionalmente a cada uno, pero despreciando igualmente a ambos, un demonio en potencia, mofándose del ciego fanatismo y la miserable rabia que hacían su insospechada voluntad: Roma, que se jacta de estar libre de cismas, debería borrar el siglo XVIII de su página.

La mente francesa, sutil, satírica y encantada de convertir en ridículo incluso asuntos de seriedad, se sintió inconmensurablemente cautivada por la verdadera burlesca de aquellas disputas, la virulencia infantil, las extravagantes pretensiones y las aún más extravagantes imposturas fabricadas en apoyo de la preeminencia rival en el absurdo. Las visiones de las monjas y frailes medio locos; los Convulsionarios; los milagros en la tumba del Abate Paris, transgresiones al sentido común del hombre, apenas concebibles por nosotros si no hubieran sido renovadas bajo nuestros ojos por el sistema papal. Toda Francia estallaba en carcajadas.

En medio de esta tempestad de desprecio, surgió un hombre extraordinario para guiarla y profundizarla hasta la ruina pública, Voltaire; un derrochador personal; poseedor de una vasta variedad de ese conocimiento superficial que da importancia a la locura. Buscaba frenéticamente la popularidad, que solicitaba a toda costa; y era lo suficientemente opulento como para liberarle de la necesidad de cualquier trabajo que no fuera el de la perdición nacional. Ocupando un rango inferior y luchador en todos los ejercicios más varoniles de la mente, en ciencia, poesía y filosofía, era el príncipe de los escarnecedores. La espléndida complacencia que estimula los cansados gustos de la alta vida; la falta de cultura que medio disimulada cautiva a los flojos, sin ofender su débil decoro; y la fácil brillantez que arroja los colores que quiere sobre los rasgos más oscuros de su propósito - estas características hicieron de Voltaire, el genio mismo de Francia.

Pero, bajo esta superficie lisa y brillante, que reflejaba como el hielo todas las luces que se arrojaban sobre él, había una oscura e insondable profundidad de malignidad. Odiaba el gobierno, odiaba la moral, odiaba al hombre, odiaba la religión. A veces prorrumpía en exclamaciones de rabia y furia demencial contra todo lo honrado, lo mejor y lo más sagrado.

Su voz sonaba menos a labios humanos que a los ecos del último lugar de agonía y desesperación.

Siguió una tribu digna de su sucesión, magnífica, ambiciosa y maligna; cada una con alguna vívida contribución literaria, alguna obra poderosa y popular, una nueva combustión 322

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despótica en esa poderosa mina sobre la que se erguía en delgada y fatal seguridad el trono de Francia. Rousseau, el más apasionado de todos los románticos, el gran corruptor de la mente femenina. Buffon, elevado y espléndido especulador, que deslumbró a toda la multitud de los filósofos menores, y fijó el credo [492] del Materialismo. Moutesquieu, eminente por sus conocimientos y su sagacidad, en su "Espíritu de las leyes", que desprecia todas las costumbres de su país, y en sus "Cartas persas", que golpea con el mismo ímpetu su moral.

D'Alembert, el primer matemático de su época, escritor elocuente, discípulo declarado de Voltaire y, por su cargo de secretario en la Academia Francesa, armado con todas las facilidades para propagar las opiniones de su maestro. Y Diderot, el proyector y principal conductor de la Enciclopedia, una obra que excitó justamente la admiración de Europa, por la novedad y magnificencia de su diseño, y por la completa y sólida extensión de su conocimiento; pero en sus principios totalmente malvada; una versión condensada de todas las traiciones de la escuela de la anarquía, la lex scripta de la Revolución.

Todos esos hombres eran abiertamente infieles; y sus ataques a la religión, tal como la veían ante ellos, despertaron a la Iglesia galicana. Pero, la guerra fue totalmente desigual. El sacerdocio llegó armado con las anticuadas y difíciles de manejar armas de viejas controversias, tradiciones olvidadas y leyendas agotadas. Sólo podían vencerlos con la Biblia; sólo luchaban contra ellos con el breviario. Las historias de los santos y las maravillas de las imágenes constituían alimento fresco para el escarnio más abrumador. La Biblia misma, que el sistema papal siempre se ha esforzado por cerrar, entró en la contienda; fue empleada sin resistencia contra el sacerdocio. Se les preguntó despectivamente, ¿en qué parte del volumen sagrado habían encontrado el culto a la Virgen, a los Santos o a la Hostia? ¿Dónde estaba el privilegio que confería la santidad a manos del Papa? ¿Dónde estaba la prohibición del uso general de las Escrituras por todo hombre que tuviera un alma que salvar? ¿Dónde estaba la revelación de ese purgatorio, del que un monje y una misa podían extraer a un pecador?

¿Dónde estaba la orden de encarcelar, torturar y matar a los hombres por su diferencia de opinión con un sacerdote italiano y el Colegio Cardenalicio?

A esas formidables preguntas los clérigos respondieron con fragmentos de los padres, arengas airadas y más leyendas de más milagros. Intentaron solicitar a los nobles y a la corte una cruzada. Pero los nobles ya se contaban entre los más fervientes, aunque secretos, conversos a la Enciclopedia, y el gentil espíritu del monarca no debía ser empujado a una guerra civil. La amenaza del uso de la fuerza sólo sirvió para que el desprecio se convirtiera en venganza. El populacho de París, como todas las turbas, licencioso, inquieto y voluble; pero, por encima de todo, interesado en los asuntos públicos, no había sido descuidado por los profundos inventores de la revolución, que veían en la disputa de la pluma un equivalente a la creciente batalla de la espada. La Fronda no estaba lejos de la mente revolucionaria; los días de la barrera de París; el consejo municipal que en 1648 había levantado la guerra contra el gobierno; el ejército de la turba que había luchado y aterrorizado a ese gobierno hasta someterlo al perdón; fueron los fuertes recuerdos sobre los que los anarquistas de 1793

fundaron su seducción. El ridículo perpetuo de la creencia nacional revivió entre ellos. El 323

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populacho de las provincias, cuya religión estaba en su rosario, fue preparado para la rebelión por medios similares y comenzó la terrible y predestinada visitación de Francia[493].

Después de vivir muchas escenas de las que la mente se aparta con repugnancia y asco, comenzó el Reinado del Terror. Sin embargo, antes de este acontecimiento, se habían producido terribles disturbios y desórdenes en París. Se había cortado en pedazos a la Guardia Suiza; con el rey y su familia real encarcelados. Los sacerdotes habían perecido casi todos o habían sido desterrados de Francia. La asamblea nacional estaba dividida en facciones desesperadas, que a menudo volvían sus armas unas contra otras. Cuando un partido triunfaba, se proscribía, se requisaba la guillotina y la sangre corría a raudales. También reinaba la más grosera irreligión. Los líderes de la turba atea extendían sus brazos al cielo y desafiaban a un Dios, si existía, a vindicar su insultada majestad y aplastarlos con sus rayos. Sobre la entrada de sus cementerios se colocó esta inscripción: "La muerte un sueño eterno". Los hombres que se atrevían a pensar de forma diferente a la facción dominante, eran ejecutados inmediatamente, burlándose, a menudo, de todas las formas de justicia. La más feroz de las facciones sangrientas eran los jacobinos, llamados así por su lugar de reunión. Los líderes de este partido eran Danton, Robespierre y Marat. Así los describe Scott en su vida de Napoleón.

Tres hombres de terror, cuyos nombres permanecerán durante mucho tiempo, sin parangón en la historia con los de ningún malhechor similar. Estos hombres tenían ahora el liderazgo sin rival de los jacobinos, y fueron llamados el Triunvirato.

Danton merece ser nombrado en primer lugar, por no tener rival entre sus colegas en talento y audacia. Era un hombre de tamaño gigantesco y poseía una voz de trueno. Su semblante era similar al de un Ogro, con los hombros de un Hércules. Era tan aficionado a los placeres del vicio como a la práctica de la crueldad. Se decía que había momentos en los que se humanizaba en medio de su libertinaje, se reía del terror que provocaba su furiosa declamación y se le podía acercar con seguridad como al Maelstrom cuando cambia la marea.

Su extravagancia fue consentida hasta un punto peligroso para su popularidad, ya que el pueblo es celoso de los gastos excesivos y de la promoción de hombres favorecidos a posiciones demasiado superiores a su propio grado. Y siempre están dispuestos a creer las acusaciones de peculado, especialmente las que se vierten contra personajes públicos.

Robespierre poseía esta ventaja sobre Danton: no parecía buscar riquezas, ni para atesorarlas ni para gastarlas, sino que vivía en un estricto y económico retiro, para justificar el nombre de Incorruptible, con el que le honraban sus partidarios. Parece que poseía poco talento, salvo un profundo fondo de hipocresía, considerables poderes de sofistería y un frío y exagerado estilo de oratoria, tan ajeno al buen gusto como las medidas que recomendaba lo eran a la humanidad ordinaria. Parecía maravilloso que incluso la ebullición y el hervor de la caldera revolucionaria hubieran hecho surgir desde el fondo, y mantenido durante mucho tiempo en la superficie, algo tan miserablemente vacío de pretensiones a la distinción pública.

Pero Robespierre tenía que imponerse a las mentes del vulgo, y sabía cómo engañarlas, acomodando sus halagos a sus pasiones y escala de entendimiento, y mediante actos de astucia 324

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e hipocresía. Por desgracia, estas cualidades pesan más entre la multitud[494] que las palabras de la elocuencia o los argumentos de la sabiduría. El pueblo escuchaba como a su Cicerón, cuando éste pronunciaba sus apóstrofes de "¡Pueblo pobre, pueblo vertebrado!", y se apresuraba a ejecutar todo lo que le recomendaban tan melosas frases, aunque ideadas por el peor de los hombres para el peor y más inhumano de los propósitos.

La vanidad era la pasión dominante de Robespierre, y aunque su semblante era la imagen de su mente, era vanidoso incluso de su apariencia personal, y nunca adoptó los hábitos externos de un republicano francés durante la época revolucionaria. Entre sus compañeros jacobinos, se distinguía por la meticulosidad con que se arreglaba y empolvaba el cabello, y por la cuidadosa pulcritud de su vestimenta, que servía para contrarrestar, si era posible, la vulgaridad de su persona. Sus apartamentos, aunque pequeños, eran elegantes, y la vanidad los había llenado de representaciones de su ocupante. El retrato de Robespierre colgaba en un lugar, su miniatura en otro, su busto ocupaba un nicho, y sobre la mesa estaban dispuestos algunos medallones que exhibían su cabeza de perfil. El entorno de su casa indica una vanidad que era del carácter más frío y egoísta, ya que es alguien que considera la negligencia como un insulto, y recibe el homenaje simplemente como un tributo; de modo que, mientras recibe elogios sin gratitud, los retiene a riesgo de un odio mortal.

El amor propio de este peligroso carácter está estrechamente aliado con la envidia.

Robespierre fue uno de los hombres más envidiosos y vengativos que jamás hayan existido.

Nunca perdonó ninguna oposición, afrenta o incluso rivalidad; y ser señalado en sus tablillas por tal motivo era una sentencia de muerte segura, aunque tal vez no inmediata. Danton era un héroe, comparado con este bribón frío, calculador y rastrero; porque sus pasiones, aunque exageradas, tenían al menos algo de humanidad. Su brutal ferocidad estaba apoyada por un brutal coraje. Sin embargo, Robespierre era un cobarde, que firmaba sentencias de muerte con una mano que temblaba, aunque su corazón era implacable. No poseía pasiones sobre las que cargar sus crímenes; fueron perpetrados a sangre fría y tras una madura deliberación.

Marat, el tercero de este triunvirato infernal, había atraído la atención de las clases inferiores por la violencia de sus sentimientos en el diario que dirigió desde el comienzo de la revolución, sobre tales principios que tomó la delantera en la promoción de sus cambios sucesivos. Sus exhortaciones políticas empezaban y terminaban como el aullido de un sabueso por el asesinato; o, si un lobo hubiera podido escribir un diario, el demacrado y famélico desgraciado no habría podido saquear con más ansia de matanza. Era sangre lo que Marat demandaba constantemente, no en gotas del pecho de un individuo, no en enclenques riachuelos de la matanza de familias, sino sangre en la profusión de un océano. Su cálculo habitual de las cabezas que pedía ascendía a doscientas sesenta mil; y aunque a veces lo elevaba hasta trescientas mil, nunca bajaba de esa cifra menor. Es de esperar y, por el honor de la naturaleza humana, nos inclinamos a creer, que había un toque de locura en esta tensión antinatural de ferocidad. Y los rasgos salvajes y escuálidos del miserable parecen haber insinuado un grado de enajenación mental.[495] Marat era, como Robespierre, un cobarde.

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Denunciado repetidamente en la Asamblea, se escabullía en vez de defenderse, y permanecía oculto en alguna oscura buhardilla o sótano, entre sus degolladores, hasta que aparecía una tormenta, cuando, como un pájaro de mal agüero, se oía de nuevo su aullido de muerte. Tal era el extraño y fatal triunvirato, en el que el mismo grado de crueldad caníbal existía bajo diferentes aspectos. Danton asesinaba para saciar su rabia; Robespierre para vengar su vanidad herida, o para eliminar a un rival al que envidiaba. Marat, por el mismo amor instintivo a la sangre, que induce al lobo a continuar su devastación de los rebaños mucho tiempo después de aplacar su hambre.

Estos monstruos gobernaron Francia durante un tiempo con el poder más despótico. Se promulgaron las leyes más sanguinarias y se mantuvo el sistema policial más vigilante. Se emplearon espías e informadores, y cada murmullo y cada expresión desfavorable a los poderes gobernantes fue seguida de la sentencia de muerte y su ejecución inmediata.

"Los hombres", dice Scott, "leen a Livio para descubrir qué grado de crimen privado puede cometerse bajo la máscara de la virtud pública. El acto del joven Bruto sirvió a cualquier hombre como disculpa para traicionar a la ruina y a la muerte a un amigo o a un patrón, cuyo patriotismo podía no ser del mismo fervor apropiado para la época. Bajo el ejemplo del mayor de los Brutos, los parientes más cercanos de sangre fueron repetidamente cedidos e inclinados ante la ferocidad del celo partidista, un celo demasiado a menudo asumido para los propósitos más infames y egoístas. Así como algunos fanáticos de antaño estudiaban el Antiguo Testamento con el propósito de descubrir ejemplos de delitos menores para vindicar los que ellos mismos estaban tentados a cometer, del mismo modo, los republicanos de Francia ~ [nos referimos a los fanáticos desesperados y escandalosos de la revolución] leían la historia para justificar, con ejemplos clásicos, sus crímenes públicos y privados.

Los delatores, esos azotes de un estado, fueron alentados a un grado apenas conocido en la antigua Roma en tiempos de los emperadores, aunque Tácito haya lanzado sus truenos contra ellos, como el veneno y la peste de su tiempo. El deber de alojar tal información se urgía sin rubor como indispensable. Siendo la seguridad de la república la carga suprema de todo ciudadano, éste no debía dudar en absoluto en denunciar, como se decía, a cualquiera que fuese o estuviese relacionado con él -el amigo de sus consejos o la esposa de su seno-, siempre que tuviese razones para sospechar que el devoto individuo había cometido el delito de incivismo, un crimen tanto más misteriosamente terrible cuanto que nadie conocía exactamente su naturaleza."

En este lugar daremos cuenta de algunas de las escenas a las que se vio sometida Francia durante este terrible período. Para que el triunfo fuera completo, los jefes de los jacobinos decidieron una masacre general de todos los amigos del desdichado rey Luis y de la Constitución en el reino. Con este fin, los sospechosos de todos los rangos fueron puestos bajo custodia en las prisiones y mazmorras, y el 2 de septiembre de 1792 comenzó la obra de la muerte[496]

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