Viajeros del Tiempo by Daniel Lapazano - HTML preview

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DANIEL LAPAZANO

TODO LO QUE USTED TIENE QUE SABER

SOBRE LAS EXPERIENCIAS CERCANAS A LA MUERTE

V i a j e r o s d e l T i e m p o Bubok

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Viajeros del Tiempo

Daniel Lapazano

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Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la fotocopia y el tratamiento informático.

© 2011 Bubok

ISBN 978-987-33-0904-5

hppt://www.bubok.es

Diseño de portada: Daniel Lapazano

e-mail: daniel.lapazano@gmail.com

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Global Copyright Registry Nro.1109200101896

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Viajeros del Tiempo

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“Es evidente que, para sobrevivir después de la muerte, la mente �ene que establecer una conexión con una fuente de energía dis�nta del cerebro. Si durante la vida (tal como lo afirman algunas personas) se establece a veces una comunicación directa con las mentes de otros hombres o con la mente de Dios, entonces es evidente que esa energía exterior puede llegar a la mente de un hombre. En ese caso, no es irrazonable que espere que tras la muerte la mente pueda despertar en otra fuente de energía”

Wilder Penfield, el padre de la Neurología

“Cuando digo que voy a dar un paseo, sé que simplemente estoy describiendo una conducta que mis colegas cien�ficos pueden cuan�ficar. Pero sé que en mi paseo hay algo más que el simple hecho de mover las piernas. Sé que alguna fuerza interior me decidió a dar un paseo y que esa misma fuerza interior gozó con las flores, los pájaros y la belleza de la naturaleza; la Ciencia no podrá ser nunca capaz de medir o cuan�ficar esos pensamientos”

Un profesor de la Universidad Johns Hopkins, fuerte par�dario del conduc�smo, en una confesión al doctor Melvin Morse, cuando éste era uno de sus alumnos.

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Prólogo:

La historia de Wilder Penfield es la historia de aquellos que fueron, como Newton, Freud o Cuvier, hombres fundadores de una rama de la Ciencia. Figura trascendente del mundo científico, prócer indiscutido de la Biología moderna, Wilder Penfield es reconocido unánimemente como el padre de la Neurología. El primero que sentó las bases del estudio científico del cerebro. Educado en Princeton, Oxford y en la Johns Hopkins, Penfield es el responsable de una gran parte de nuestra actual comprensión de la función cerebral. Fue el que realizó el primer mapa del cerebro a mediados del siglo pasado usando el método de punzar eléctricamente las distintas áreas del cerebro en muchos de sus pacientes.

Como era neurocirujano, durante sus operaciones estimulaba con una pequeña corriente eléctrica puntos en la superficie del cerebro, y le preguntaba al paciente qué sentía, para poder determinar exactamente en qué región había que operar. Cuando se estimulaban de esa forma las distintas regiones del cerebro, el paciente podía referir distintas sensaciones. Por ejemplo, si se estimulaba en la

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parte posterior del cerebro, el paciente veía destellos de luz; si se estimulaba en la parte lateral oía, en cambio, zumbidos o notaba cosquilleos en alguna parte de la piel.

En otra región lo que sucedía era que el paciente movía alguna parte del cuerpo. Esto es posible porque el cerebro está incapacitado para sentir dolor en él mismo. Sólo puede sentir dolor si se punza en cualquier parte fuera del cerebro. Con éste sencillo y eficaz método Penfield descubrió que determinadas zonas del cerebro eran responsables del habla, de la visión, de la audición y de diversas actividades motrices.

No pasaría mucho tiempo en descubrirse la relación entre el origen de muchas enfermedades mentales asociadas al deterioro de un área del cerebro. Por medio de las modernas técnicas de escaneo cerebral como la tomografía de emisión de positrones (PET) o la resonancia magnética funcional, que permiten detectar, desde fuera y sin necesidad de abrir el cráneo, qué partes de la corteza se activan al realizar una tarea determinada, se pudo confirmar científicamente muchas de las observaciones de Penfield. Las conductas psicóticas, determinadas neurosis y hasta una inteligencia desmesurada, hallarían con el tiempo una explicación en la compleja fisiología cerebral, que, como sabemos, es la materia más

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altamente organizada que se conoce en el Universo. El conocimiento actual del llamado “cerebro masculino” o lógico y “cerebro femenino” o creativo, en alusión a los dos hemisferios cerebrales, y otros tantos conocimientos actuales en materia cerebral son la herencia, sin duda, de los viejos trabajos de este notable investigador. Se pudo abrir gracias a él un nuevo y enriquecedor capítulo para la Ciencia.

En aquella época la Ciencia estaba totalmente dominada por una visión materialista de la Vida. Como muchos otros colegas médicos, Wilder Penfield pensó por muchos años que no existía un alma y que la conciencia era explicable por el simple funcionamiento de las neuronas. La conciencia no era para él una “entidad”

(distinta del cuerpo) sino una “función” (cerebral).

Estaba convencido, mientras más profundizaba en sus experimentos, que la mente era una máquina ultrasofisticada y nada más que eso. Un gran “ordenador”

que procesaba la información que recibía del medio. La religión y el espiritismo, con sus tableros de Ouija y sus almas desencarnadas, eran para Penfield y muchos otros científicos de su época, fuertes resabios de creencias arcaicas que todavía echaban raíces en la gente corriente y que la Ciencia, con sus adelantos técnicos, se encargaría

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con el tiempo de erradicar. Sus grandes descubrimientos en materia cerebral revolucionaron el mundo no sólo de la Biología sino de la Psicología y de la Filosofía también, pues le daban un fuerte espaldarazo al materialismo filosófico. Daba la sensación, como consecuencia de sus arduos trabajos, que ya no quedaba lugar para la creencia en la existencia del “alma”. De la añorada vida después de la muerte. La esperanzada existencia de un posible “más allá”. Todo pensamiento, sentimiento y conducta eran cada vez más explicables por medio de la compleja maquinaria cerebral. Los estudios psicológicos de Piaget, que sugerían un condicionamiento biológico en la evolución de la mente del niño y el determinismo psicoanalítico de Freud, donde la sexualidad aparecía como el eje central de toda la conducta humana, parecían confirmar cada vez más los trabajos de este célebre investigador. Ya instalado en su granja de la zona rural de Canadá, y con tanto prestigio en su haber, se valió de una gran roca erigida cerca de su casa para ilustrar su sólida creencia. En un lado de la roca pintó el término griego que significa “espíritu”. En el otro lado trazó el perfil de una cabeza humana con el signo de interrogación donde debería estar el cerebro. Conectó las dos figuras con una línea sólida vinculada a la antorcha de Esculapio como representación de la Medicina. Para él, esa imagen

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significaba que las cuestiones sobre la existencia del alma ya habían quedado respondidas por la Ciencia médica.

Por lo que a Penfield concernía, los estudios cerebrales explicarían en última instancia todo lo relacionado con la mente y el cuerpo. Y los fantasmas, la comunicación con los muertos, los viajes astrales o la experiencia espiritual de vivir “fuera del cuerpo” y viajar a otros mundos serían al final reconocidos como experiencias producidas por enajenaciones neuroquímicas o desórdenes mentales.

El tiempo para Penfield fue pasando, mientras no paraba de gastar sus años en revolver dentro del cerebro con el objeto de encontrar todas las respuestas respecto de la naturaleza profunda del espíritu. Como ocurre con aquellos investigadores que bucean en la Ciencia de verdad, en vez de quedarse atascados (como hacen muchos) en los reconocimientos académicos y en las concepciones “sabidas” y dejadas, por lógica, de cuestionar, siguió poniendo a prueba su modelo científico materialista como forma de interpretar los procesos mentales y ocurrió, para su desazón, que las respuestas últimas que él esperaba encontrar dentro del cerebro no aparecían... Algo parecía no funcionar en su “modelo”.

Había una pieza escurridiza que no dejaba huella en ninguna neurona y sin embargo estaba allí, haciendo

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funcionar espléndidamente esa fantástica maquinaria cerebral. Se podía detectar fácilmente la zona en dónde se activaba un pensamiento, pero no se podía localizar la

“fuente” que lo originaba. El fantasma en la máquina; la misteriosa entidad dueña de todas las “decisiones”. Las imágenes y demás percepciones se proyectan en un área del cerebro y la conciencia. ¿Dónde está la conciencia? ¿En qué región del cerebro se ubica? ¿Se puede desconectarla y volver a conectarla como cuando uno enciende y apaga un televisor? ¿Y por qué además de saber tenemos que saber que sabemos? ¿No nos debería bastar con tener la información archivada en la memoria y listo, como hacen los ordenadores? Las máquinas no necesitan tener conciencia para poder “funcionar”. El intrincado mundo de los sueños, donde el cerebro está más “muerto” que vivo, fue siempre, para Penfield, un absoluto misterio sin develar. Y así como se le escurría el enigma del espíritu en el intrincado laberinto de los cables neuronales, se le iba escurriendo la vida también, junto con su gran biblioteca atascada de libros y todos sus diplomas médicos colgados en la pared.

Ya habían pasado cincuenta años desde que había fundado la Neurología. Esa hija que había brotado, como Palas Atenea, de su brillante mente. Y sintió que era

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tiempo, tal vez, de tomar una clara decisión. De enunciar un veredicto. De rendirse frente a la evidencia. Fue entonces que, en una de esas etapas cruciales que suelen tener todos los grandes hombres de Ciencia y en un momento en el que tenía frágil su salud, el gran Wilder Penfield, que estaba a poco tiempo de despedirse para siempre de este mundo, decidió finalmente cambiar de opinión. En un día helado y hostil, con una temperatura rondando el cero grado, se puso seis jerseys para resguardarse del frío invierno canadiense y caminó, no sin poca dificultad, hasta la roca que con tanta seguridad había pintado varios decenios antes. Se paró frente a la roca y la miró. Recordó sus inicios, sus días en la Universidad. Recordó su nombre en las tapas de las revistas científicas y sus años dedicado al estudio del cerebro. Toda su vida de hombre de Ciencia desfiló frente a sus gastados ojos, frente a esa roca que simbolizaba para él la solidez del conocimiento humano. Puso en el suelo un tarro que llevaba en la mano, metió un pincel dentro de él y, con pintura fresca, cruzó la línea sólida entre el cerebro y el espíritu, sustituyéndola por una línea punteada y un signo de interrogación. Esto se convirtió en un recordatorio visual de que a su obra del cerebro le faltaban todavía muchas preguntas sin respuestas sobre la mente y el alma. En su última obra “El misterio de la mente” dijo:

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“Llegué a tomarme seriamente, incluso a creer, que la conciencia del hombre, la mente, NO es algo que pueda reducirse a mecanismo cerebral”

Penfield añadió que la determinación de la conexión entre la mente y el cerebro es “el último de los problemas”. Después de años de investigar el cerebro, se convenció de que había algo que diferenciaba la mente del cerebro físico. Según sus palabras:

“Tomada de cualquier modo, la naturaleza de la mente representa el problema fundamental, quizás el más difícil e importante de todos los problemas. Para mí mismo, tras una vida profesional empleada en tratar de descubrir cómo el cerebro explica la mente, me ha resultado una sorpresa descubrir ahora, durante el examen final de la evidencia, que la hipótesis dualista (la mente está separada del cerebro) parece la más razonable de las explicaciones.

Como todo hombre debe adoptar por sí mismo, sin la ayuda de la Ciencia, su modo de vida y su religión personal, yo he tenido desde hace mucho tiempo mis propias creencias. ¡Qué emocionante resulta descubrir entonces que también el científico puede creer legítimamente en la existencia del espíritu!

Posiblemente, el científico y el médico podrían añadir algo si se salieran del laboratorio y la sala de consultas para volver a pensar en estos seres humanos extrañamente dotados que somos. ¿De dónde procede

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la mente, o el espíritu si así lo prefiere? ¿Quién puede decirlo? Existe. La mente está unida a la acción de un determinado mecanismo dentro del cerebro. Una mente ha estado así unida a todo ser humano durante muchos miles de generaciones, y parecen existir evidencias significativas de la herencia en el carácter de la mente de una generación con respecto a la siguiente y a la siguiente. Pero, de momento, sólo podemos decir, simplemente y sin más explicación, que la mente nace.”

Meditando sobre la última de las preguntas, Penfield se planteaba esta cuestión: ¿Qué sucede con la mente después de la Muerte?:

“Esta cuestión nos lleva a otra que se plantea con frecuencia: ¿Puede comunicar la mente directamente con otras mentes? Por lo que respecta a cualquier conclusión científica claramente probada, la respuesta a la segunda pregunta es negativa. La mente sólo puede comunicar con mecanismos cerebrales. Ciertamente, con la mayor frecuencia lo hace por medio del mecanismo del lenguaje.

Sin embargo, puesto que la naturaleza exacta de la mente es un misterio y el origen de su energía todavía ha de ser identificado, ningún científico se encuentra en posición de decir que la comunicación directa entre una mente activa y otra no pueda producirse durante la vida. Lo que puede decir es que todavía no se han presentado evidencias irrebatibles.

Las comunicaciones directas entre la mente del

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hombre y la de Dios son otro asunto distinto. La argumentación en favor de la existencia de ésta está en la reivindicación hecha por tanto hombres, y durante tanto tiempo, de que han recibido guías y revelaciones de algún poder, que está más allá de los mismos, por medio de la oración. No veo razón alguna para dudar de esta evidencia, ni medio alguno a someterla a una prueba científica. Ciertamente, ningún científico tiene derecho, en virtud de su ciencia, a prescindir del juicio sobre la fe con la que los hombres viven y mueren.

Nosotros sólo podemos expresar los datos del cerebro, y presentar las hipótesis fisiológicas que sean relevantes para lo que hace la mente.

Tenemos que regresar ahora, aunque a desgana, a la primera cuestión: cuando la Muerte sopla por fin esa llama que fue la Vida, la mente parece desvanecerse, como un sueño. Y he dicho “parece”. ¿Qué es lo que uno puede concluir realmente? ¿Cuál es la hipótesis razonable con respecto a esta materia, teniendo en cuenta las evidencias fisiológicas? Sólo esta: el cerebro no ha explicado plenamente a la mente

Tras cincuenta años de estudiar el cerebro vivo, Wilder Penfield, el padre de la Neurociencia, comprendió que la respuesta a esta pregunta de si existe o no un alma dentro del cerebro era, hasta ese momento, más afirmativa que negativa. Pocos años después de su muerte, los trabajos del doctor Raymond Moody primero y de

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Kenneth Ring después, a la cual se sumaron los aportes del doctor Melvin Morse y Michael Sabom entre tantos otros pioneros de las Experiencias Cercanas a la Muerte, corroboraron con creces la certeza de Penfield de que existe una dualidad mente-cerebro y que, por lo tanto, hay una continuidad de la vida después de la muerte física.

Estos descubrimientos son sin dudas muy importantes para la civilización occidental porque le quitan a un vasto sector de la gente uno de sus grandes temores: el miedo a la Muerte. O, en el peor de los casos, el “sin sentido de la Vida”. Sé que muchos de ustedes se preguntan (y yo también me lo he preguntado) cosas como, por ejemplo,

¿Para qué sirve vivir una vida que sólo se reduce a luchar por la supervivencia, en un mundo por demás injusto y difícil, si, finalmente, después de tanta lucha y sueños postergados, terminamos nuestra existencia en una fosa fría y oscura? Las ECM nos demuestran que la Vida no es absurda y “sin sentido” y que ella tiene un PROPÓSITO

para nosotros. Que se vive para “algo” y “por algo” y no simplemente para “durar y perpetuarse”. Las ECM

nos demuestran, además, que un futuro de desafíos nos esperan.

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En las proximidades de la Muerte

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Las posibilidades de Vida tras la muerte física es un tema que sin dudas apasiona a muchos. Poder saber qué ocurre con nosotros cuando nos “morimos” es algo que no pasa inadvertido por la cabeza de casi nadie. A mí, como a muchos de ustedes, siempre me interesó este tema, pero cuando me planteaba tales interrogantes tenía que conformarme con las explicaciones que provenían de la Ciencia, de la Filosofía o de la Religión. Explicaciones que, en muchos casos, no eran lo suficientemente satisfactorias para mí. La Ciencia “oficial” me decía que todavía no estaba dicha la última palabra. Dejando de lado o ignorando las profundas reflexiones de Wilder Penfield, la mayoría de los científicos opinaban que era muy temprano todavía para “ilusionarse” con la existencia en el más allá, y que había que seguir profundizando las investigaciones en el estudio del cerebro, donde se encontraría finalmente la respuesta. La Filosofía, en cambio, estaba dividida entre quienes aceptaban la trascendencia del espíritu como los que no. Idealistas por un lado y materialistas por el otro. Es decir que ambas no me servían de mucho para satisfacer mi profunda inquietud.

Pero para la Religión, a diferencia de las otras dos, no

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existían dudas de que hay una vida después de la muerte del cuerpo. Una continuidad del ser espiritual, al margen de las diferencias dogmáticas que tuvieran. Las religiones siempre apoyaron la idea de un sentido y trascendencia de la existencia humana. Pues el hombre para ellas proviene de Dios, que es un ser eterno e inmutable. Personalmente me agradaba la idea religiosa de la perdurabilidad de la conciencia, de tener una existencia más allá del propio cuerpo, aunque no dejaba de preguntarme si esa idea en la otra vida respondía a una causa más dogmática que real. Si esas creencias se apoyaban verdaderamente en experiencias trascendentales vividas por algunas personas o eran, en cambio, el resultado de los mitos y el folklore de los pueblos. Al final del examen siempre me quedaba solo con la duda.

Cuando alguien muere y su cuerpo es enterrado en una fosa, el sacerdote presente en el entierro repite unas palabras evocativas y solemnes en donde encomienda a Dios el alma del difunto. Acto seguido entra en acción el sepulturero, que, como alguien que está acostumbrado a su oficio y con la aspereza fúnebre que tanto lo caracteriza, cubre con tierra el féretro yacente en el fondo del pozo mientras observa por el rabillo del ojo como la gente allí reunida se retira del cementerio lenta y silenciosamente.

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Hace poco, mientras recopilaba información para escribir este libro, se me ocurrió visitar un cementerio cercano a donde vivo para recorrerlo y contemplarlo unos minutos.

Mientras pasaba por entre medio de las tumbas, trataba de imaginar a las personas que habían estado allí, rodeando la fosa para despedir a ese familiar o ser querido que había partido para siempre al hermético mundo de los espíritus desencarnados. Mientras miraba las lápidas y cruces derruidas que poblaban como arbustos el solitario camposanto, trataba de imaginar el dolor que había estado allí presente, el silencio imperturbable, las lágrimas de las personas, la solemnidad propia que se crea en un momento único para todo ser humano. Pude ver, en mi imaginación, a las personas allí reunidas. A una mano que depositaba unas flores. A una mujer vestida de negro arrodillada frente a una cruz. En una de las lápidas que me rodeaba había una chapa grabada que hacía tiempo que no se limpiaba, al parecer. Pensé que el difunto no había sido querido en vida y entonces sus restos habían quedado allí olvidados por sus familiares. O quizás fue un hombre que murió, como le ocurre a tantos, sin familia, completamente solo, abandonado en esa inmensa soledad sepulcral. Cada tumba me hablaba de una historia. Me contaba un relato que se abría en mi mente como un abanico de imágenes vivas. Algún rico empresario que no pudo llevarse su

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riqueza al más allá y murió tirado en un hospital a causa de un cáncer; un comerciante divorciado que pensaba que su negocio lo era todo y que vivió los últimos días de su vida bajo el cuidado de su única hija; una ama de casa fallecida de un ataque al corazón, una anciana abandonada en un triste asilo, algún adolecente muerto en un accidente de moto. Y también imaginé a alguien (pues no soy tan pesimista) que tuvo una vida dichosa y murió feliz junto a sus seres queridos. Esas tumbas, en cambio, no eran tumbas tristes. Eran tumbas donde descansaba un feliz durmiente al igual que un niño que regresa, después de recorrer un largo camino, al útero primigenio de su sagrada Madre. No pude resistir la inevitable imagen de ver (como quien contempla desde la distancia su futuro) mi propio nombre escrito en una lápida… Saber que algún día tendré que partir de este mundo como todos y que no seré para la vida de la gente más que un fugaz recuerdo, un escritor perdido entre miles, un nombre que aparezca escrito en uno de los libros de alguna biblioteca, si es que llego a alcanzar algún día ese “privilegio”.

Después de recorrer brevemente el solitario cementerio (estaba a punto de cerrar y se estaba haciendo de noche) regresé caminando hasta mi casa y continué con mis tarea cotidianas.

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Siempre supe, para mis adentros, que existía Vida tras la muerte física. La duda que tenía al respecto era intelectual, no emocional. Nunca me convenció esa generalizada idea de que no somos más que meras

“maquinas biológicas” que desaparecemos cuando se nos agota el combustible. El comparar a los seres vivos con las “máquinas” me parecía realmente una falta de respeto.

Pero una cosa es “creer” que existe Vida después de la Muerte y otra cosa muy distinta es “saber” que existe Vida después de la Muerte. Me terminé de convencer de que existía Vida tras la muerte del cuerpo cuando leí por primera vez el libro que hizo famoso al periodista argentino Víctor Sueiro, en que relataba cómo éste había regresado milagrosamente de la Muerte después de haber sido operado del corazón. Hasta ese momento no sabía nada de las ECM. Gracias a ese fabuloso libro, donde Sueiro nos contaba las cosas que había visto en el “más allá” pude llegar a conocer la extraordinaria obra de Raymond Moody “Vida después de la Vida”, donde pude amplificar mis conocimientos sobre este apasionante tema (dicho libro se lo puede bajar gratis desde Internet). En el libro de Moody aparecían historias más asombrosas que las que se encontraba en el libro de Sueiro, donde personas que habían estado clínicamente muertas seguían vivas, observándolo todo como si fueran

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fantasmas, siendo visitadas por entidades desconocidas, atravesando túneles y viajando a lugares maravillosos y llenos de personas amables donde no teníais que pagar alquileres, la educación era libre y gratuita y las vacaciones eran siempre obligatorias y por mucho más de treinta días... ¡Quiero conocer ese lugar! me dije. Después de leer ese libro, no pude evitar comprarme sus siguientes obras, a la cual le siguieron el libro de Melvin Morse y otros tantos textos asociados a esos temas. Después de leer mucho sobre eso me transformé con el tiempo en un “experto” tanatólogo. Y decidí un día que todo este saber no podía quedar almacenado exclusivamente en mi cerebro y que lo tenía que trasmitir a otras personas aprovechando las posibilidades que nos brinda Internet.

Porque la gente tiene que saber de una vez por todas qué pasa con nosotros cuando nos “morimos” para erradicar para siempre el miedo a la Muerte y toda esa maraña de prejuicios que se ciernen en torno a ella. Prejuicios que nos empujan a fomentar esta enfermiza sociedad de consumo, el culto al cuerpo y a la personalidad, y el correr como bobos detrás de la tecnología. Tecnología que apunta básicamente a envolvernos en un mundo virtual y artificial más que a facilitarnos el camino hacia una sociedad más integrada y justa, con individuos más plenos y realizados. Y si piensa que exagero en lo que digo,

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deténgase a observar lo que está pasando actualmente en Europa... la cuna de la tecnología occidental, que a siglos de haber tenido la primera revolución industrial todavía siguen hablando del problema del desempleo y la vivienda, con las secuelas materiales y psicológicas para quienes padecen esos males. O del problema de la droga en la juventud, que además de eso crecen, dada la alta tasa de separaciones y divorcios prematuros, con una figura paterna ausente, pues, aunque nos parezaca una paradoja, en esas sociedades tan “cultas” y

“educadas”, donde la asistencia universitaria se encuentra entre las más altas del globo, ninguna mujer “moderna”

logra convivir con un hombre dos años... Es obvio que la culpa de todo eso no la tiene la tecnología sino su mal uso.

Pues la tecnología no es un fin sino un medio.

Volviendo al tema de la Muerte, en el camino me he encontrado con gente “poco reflexiva” que objeta argumentos escépticos como “pero si ellos volvieron de la Muerte, entonces es que no han muerto realmente.

Y si no murieron “de verdad” es que no han traspasado la frontera final, por lo tanto no se puede afirmar que existe Vida después de la muerte del cuerpo”. Este es un razonamiento tonto porque no se puede suponer que la Muerte es un estado natural de la cual “no se regresa”.

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Lo verdaderamente cierto es que cuando uno “muere” lo que finiquita es el cuerpo físico. No sabemos qué pasa con la mente. La mente, a diferencia del cuerpo, puede extinguirse para siempre o seguir existiendo en otro plano espiritual. Y el estado que separa la Vida de la Muerte no tiene que ser necesariamente una fina línea de la cual “se regresa o no se regresa”. Puede que aquello que separa la Vida de la Muerte sea, en cambio, una “franja”, en donde, mientras caminamos por allí, no nos permita estar ni totalmente “muertos” ni totalmente “vivos”. Esto puede dar como consecuencia que, al atravesar esa zona intermedia, tengamos la oportunidad de mirar más allá de la valla que separa la Vida de la Muerte para saber si existe algo después de esta Vida o no. Puede incluso que podamos cruzar esa franja y, cuando la oscura cortina está a punto de caer a nuestras espaldas para evitar nuestro regreso, podamos apresurarnos a regresar al cuerpo y evitar así morir “definitivamente”. Todo lo que acabo de enunciar son, desde luego, mucho más que puras conjeturas, ya que las ECM nos demuestran que la verdadera “Muerte”

es casi tal cual como la acabo de describir y no como la piensan muchos. Se puede volver de la Muerte. Muchos la han visto y volvieron para contarlo. Y además puede quedarse tranquilo (si no lo sugestionan las películas de terror) que los fantasmas existen. Y no hace falta ir

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a buscarlos al cementerio. No. Ellos se encargarán de buscarlo a usted… Puede que algunos de ellos lo esté observando desde el umbral de la puerta en este preciso momento mientras lee plácidamente las páginas de éste libro. O cuando se va a dormir, puede que al apagar la luz esté un sujeto desconocido dentro de su habitación mirándolo... violando su intimidad en la negrura de la noche. A los fantasmas no le gustan las tumbas sino los seres de carne y hueso. Eso puedo asegurárselo.

Había dicho que la razón de este libro era lograr que la gente dejara de creer en la Muerte y “supiera” (no creyera) que la Muerte es en verdad una puerta o túnel que separa esta Vida de otra. Que morir no es morir sino partir de este mundo. Esta idea surgió un día en que, sumergido en lo profundo de mis pensamientos, me pregunté ¿qué ocurriría si la gente se convenciera de que la Vida no acaba con la Muerte? Que la idea de la continuidad de la Vida sea algo vinculado al conocimiento más que a la fe.

La respuesta exacta que encontré a esta pregunta es que si la gente se convenciera de que la Vida nunca se acaba se dejarían de hacer daño el uno al otro. Esto no es una conjetura más fruto de la mente de un iluso escritor ya que las personas que han tenido una ECM se han vuelto mucho más buenas personas de lo que en un principio lo

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eran. Algunas hasta se han vuelto, según los testimonios, increíblemente buenas. Sobre todo han dejado de ser tan

“materialistas” y dejaron de vivir para el consumo. Me pregunté entonces ¿por qué los seres humanos tenemos que pasar por una ECM para ser personas mejores o por qué tenemos que esperar a que el médico nos diga

“señor, usted padece un cáncer” para empezar a valorar más la Vida? ¿Por qué, en cambio, no aprovechar ese conocimiento de la gente que sufrió, que sintió la PERDIDA, que voló a través de un túnel y vio a su abuela muerta que le habló... para comenzar a vivir, de una buena vez, una vida más plena y diferente? No aprovechar ese valiosos y transformador conocimiento no es un acto de inteligencia sino de dejadez, de abandono de uno mismo, de pequeñéz humana. Si hay algo de lo que me convencí después de estudiar las ECM con detenimiento es que la causa principal del egoísmo humano radica, justamente, en la creencia generalizada de que la verdadera Vida algún día se acaba y que toda la existencia pasa básicamente por lo “material”. A esto yo le llamo “razonamiento mundano”.

Este razonamiento mundano, llevado al extremo, genera consecuencias sociales muy graves. El razonamiento mundano nos dice que si sólo somos materia entonces el principal objetivo del ser humano es preservar el cuerpo.

Luego, una vez preservado el cuerpo, lo más importante

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es tener momentos de “felicidad” ¿Y qué es la felicidad para un mundano? Es darse placeres físicos (porque sólo lo físico existe). Para el mundano, hasta lo espiritual es algo físico (por ejemplo un estado de éxtasis es un estado producido por sustancias químicas que se liberan en el cerebro). Por último, para el mundano, lo más importante es sin dudas la necesidad de reproducirse. No hace falta ser muy inteligente para darse cuenta que, para lograr los tres objetivos máximos que busca la persona “mundana”

es fundamental algo que a todos nos resulta muy familiar: el dinero. Con suficiente dinero puedes aumentar las posibilidades de supervivencia, puedes ser feliz de a ratos y puedes conseguirte una buena chica para perpetuar los genes (o un buen “partido” si te tocó ser mujer). Trabajo, casa, auto, familia, una buena cobertura de salud y una familia que cuidar es lo que busca, a mi parecer, la gran mayoría de las personas, sean éstas de la ideología política que sean. Esa es la razón de por qué el dinero es la verdadera “Capital del Mundo” y el nudo de todos los conflictos.

Las personas que tuvieron una ECM comprobaron que el “razonamiento mundano” es falso. Que la Vida no es un absurdo que se reduce a llenarse la panza de comida, llegar a fin de mes, divertirse lo que nos

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permita nuestro bolsillo, consumir drogas, vivir sin valores y despreocupadamente para que al final nos descompongamos en una fría tumba sin culpas ni remordimientos. La Vida es, afortunadamente, otra cosa mucho mejor. La Vida es algo increíble que nos espera y nos desafía. Y si la gente se convenciera algún día de esto, dejaría sin dudas de vivir como vive. Corriendo como un ratón de aquí para allá, buscando afanosamente el reconocimiento de los demás. Buscarían, en cambio, hacer cosas que valgan la pena. Darle la mano un poco al prójimo cuando se puede, cuando nos sobra algo de nuestros mezquinos bolsillos. Y, lo más importante, dejarían de vivir con miedo.

Una de las cosas que me llamó la atención de las ECM es que cuando terminas de conocerlas y de convencerte de que la Vida es eterna, lo que te termina causando pena no es vivir en este “mundo material” (al fin y al cabo un glorioso día morirás y volarás como una mariposa hacia el infinito, a encontrarte con tus seres queridos, a reencontrarte con la “fuente” que es el Dios de los cristianos o la Diosa que adoran los paganos) El mundo “material” es duro, pero, si lo miramos bien, es enormemente enriquecedor. Yo, que siempre me definí como un ser “espiritual”, aprendí a querer al mundo

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físico, aún con sus “durezas”. A convivir con el frío, la enfermedad y las necesidades físicas. Lo que nos hace daño no es el “mundo físico”, no es tanto el frío invierno ni el efecto invernadero, sino la propia “gente que te rodea”. Las personas que han tenido una ECM se sienten luego tristes por la gente, no por el “mundo”. Ellos, pese a haber tenido una experiencia fuera del cuerpo maravillosa, experiencias tan únicas que te quitan las ganas de volver a “acá”, no reniegan nunca de la Vida. Muy por el contrario, regresan con unas ganas tremendas de vivir y de hacer cosas por los demás. Puede que la Religión sea el “opio del pueblo”, como decía Karl Marx, pero las ECM no son opio para nada. Nadie que haya tenido una ECM intenta después suicidarse, o consumir drogas para volver a “viajar por el túnel”, ni pensar que luchar por causas sociales tenga el menor sentido (¡muchos regresan con unas ganas locas de querer cambiar el mundo!) Las ECM no generan adicciones ni te quitan las ganas de vivir, aunque a veces te vuelven un poco solitario porque te dejan de interesar muchas cosas y sobre todo ciertas personas…

La intención que me llevó a escribir este libro es lograr que la gente cambie su manera de vivir después de conocer estas historias. Que se transforme en un

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protagonista “virtual” de cada una de ellas, presenciando cada hecho, cada emoción en su propia mente. Que la literatura lo lleve a volar por esos caminos que otros, para su fortuna, lo recorrieron personalmente, ya que los relatos aquí reunidos pertenecen a personas que fueron transformadas por dichas experiencias. Personas de distintas clases sociales, religiones, de nivel intelectual y cultural diferentes, de distintas edades y viviendo en distintos lugares o estados. Hasta de moral diferente, como el lector comprobará. A mí este importante saber me cambió. Y estoy seguro que a usted, mi estimado lector, lo cambiará también. No le resolverá todos los problemas de su vida, pero le ayudará a sentir que está viviendo en un Universo mejor.

Puede que, después de leer éste libro, te vuelvas con el tiempo una persona poco interesada por el “mundo de los humanos”. Y hasta quizás algo solitaria. Pero de ninguna manera una persona no interesada por la Vida.

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Sentirse Libre

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Una de las experiencias humanas más deseadas pero imposibles de alcanzar es la de poder volar “por nosotros mismos”, sin cables ni subidos a complejos aparatos electrónicos. ¿No es maravilloso volar? Yo he podido conseguirlo muchas veces en mis sueños. A veces con mayor éxito y otras veces con menos. Volar, sentirse por un momento libre de la gravedad y salir flotando por el aire sobrevolando los techos de las casas como pájaros e ir subiendo sin parar hasta las nubes para contemplar desde allí nuestra pequeña o gran ciudad es el sueño de muchos de nosotros. Lo que nos atrae de poder volar no es quizás tanto la experiencia de “flotar”, pues nos gusta muchas veces estar con los pies en la tierra, sino la libertad que nos da el sentir que flotamos, el poder movernos en toda la vasta extención del espacio sin que nada ni nadie nos obligue a permanecer en un solo lugar o a movernos en una sola dimensión. Nos atrae volar porque nos gusta SENTIRNOS LIBRES. De allí la popular frase que dice

“libre como el viento” o “libre como los pájaros”.

Una de las experiencia más comunes de las ECM

es la de sentirse flotar fuera del cuerpo. El sujeto, cuando

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sufre un accidente que lo deja inconsciente o muerto clínicamente, suele sentir, por un momento, que está

moviéndose fuera de su cuerpo. Si la mente fuera un producto del cerebro, como pensaba en un principio Penfield, sería imposible existir fuera del cuerpo. Por lo tanto toda proyección extra corporal debería ser tomada como una especie de alucinación o inestabilidad mental.

Pero si la mente o el “espíritu” fuera algo independiente del cerebro, esto es con existencia propia (una especie de fantasma en la máquina, como se mostraba en la película de animé japonesa “The Ghost in the Shell” basado en el manga de Masamune Shirov) entoces sería perfectamente posible que la conciencia se proyecte, por un momento, fuera del cuerpo. En todo caso no caben dudas que es el cuerpo el que “atrapa” al frágil espíritu, el que lo tiene preso como a una paloma dentro de su jaula. Pero cuando la jaula se “rompe”, fruto de un accidente automovilístico o de una caída fatal que nos dejó tirado en el piso, el alma, por unos momentos, se ve liberada de esa prisión y elije volar libremente. El espíritu, cuando lo dejan, busca su libertad.

Alice tenía 60 años cuando fue reanimada de un paro cardíaco. Gracias a los avances de la medicina moderna se pudo salvar su vida. Antiguamente, cuando

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la gente sufría un paro cardíaco, la persona moría irremediablemente. Pero hoy en día se puede aplicar el método de “resucitación”, pues la Muerte, para fortuna de los mortales, no es una línea fina que se cruza o no se cruza sino que es una franja un poco ancha que nos permite “ir y volver” aunque sea por un ratito.Y Alice volvió, gracias al esfuerzo de sus médicos. En una entrevista hallada por el doctor Raymond Moody mientras recopilaba información para su primer libro y que la transcribió luego en él nos relata su increíble experiencia:

Médico: Usted dijo que cuando estuvo fuera del cuerpo en la sala del hospital pudo ver a las personas que estaba intentando volver a poner en marcha su corazón y pudo contar lo que estuvo diciendo.

Alice: Sí es cierto. Pero no pude atraer su atención. Para ellos, era como si yo no estuviera allí.

Médico: Bien, lo que yo quiero sabe es ¿Cómo pudo usted contar lo que estaban diciendo? Quiero decir ¿Oyó usted sus voces o fue más bien…?

Alice: No, yo no oí sus voces. No, yo no oí sus voces como le estoy oyendo a usted ahora. No recuerdo haber oído nada con mis oídos. No, eso se entiende sin necesidad de decir palabras. Yo podía entender lo que mi médico estaba pensando. Sentí lo angustiado que estaba conmigo y que pensó que yo me iba a morir. Él iba a decir “Vamos a llamar a la familia, porque se está

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muriendo” Supe que iba a decirlo. No era como oír su voz en lo absoluto. No creo que yo pudiera oír su voz de ningún modo. Yo estaba muerta. Sólo captaba lo que él estaba pensando.

Médico: ¿El médico llamó a alguien para que avisara a su familia? ¿Lo sabe usted?

Alice: Sí. Lo hizo. He hablado mucho con mi médico de eso y él no sabía que pensar. Me pidió que le hablara mucho de ello varias veces y estuvo sacudiendo la cabeza. Dijo que todas las cosas que yo decía sobre lo que había ocurrido eran ciertas, pero que él no podía creer que yo las conociera porque pensó que en ese momento estaba muerta.

Médico: ¿Llamó a su familia entonces? ¿O encargó a alguien que lo hiciera?

Alice: Sí, él me dijo que lo había hecho, tal como yo lo sabía. También le conté otras cosas que él me dijo que eran ciertas.

Después de eso la mujer tuvo la clásica experiencia del túnel y vio a sus familiares muertos (madre, padre y hermana). La experiencia del túnel será tratada más adelante. Después de relatar su viaje por el túnel, la mujer continuó su relato:

Alice: Hace un año ingresé en el hospital con problemas cardiacos, y a la mañana siguiente, mientras me encontraba en casa, comenzó a dolerme mucho el pecho.

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Pulsé el timbre que tenía al lado de la cama para llamar a las enfermeras. Vinieron y comenzaron a hacerme cosas.

Me sentía muy incómoda acostada sobre la espalda y me di la vuelta, pero en ese momento dejé de respirar y el corazón se detuvo. Oí gritar a las enfermeras, mientras sentía que salía de mi cuerpo y me deslizaba entre el colchón y la barandilla que había al lado de la cama -

en realidad era como si pasase a través de la barandilla

- hasta posarme en el suelo. Luego comencé a elevarme lentamente. Al subir vi que más enfermeras estaban entrando precipitadamente en la habitación; serían unas doce. El doctor estaba haciendo una ronda por el hospital y lo llamaron. También lo vi entrar. Pensé: «¿Qué estará haciendo aquí?» Floté hasta el techo, pasando al lado de la lámpara que colgaba de él, y me detuve allí mirando hacia abajo. Me sentía como si fuera un pedazo de papel que alguien ha arrojado hacia arriba. Desde allí los miraba mientras intentaban reanimarme. Mi cuerpo estaba tumbado sobre la cama y todos lo rodeaban. Oí decir a una enfermera: «¡Dios mío, ha muerto!», mientras otra se inclinaba para hacerme la respiración boca a boca.

La miraba desde atrás mientras lo hacía. Nunca olvidaré su pelo; lo tenía muy corto. Entraron con una máquina y me dieron descargas en el pecho. Al hacerlo, mi cuerpo saltó y pude oír los chasquidos y crujidos de mis huesos.

¡Era algo horrible! Mientras los veía allí abajo golpeando el pecho y doblando mis brazos y piernas, pensaba: «¿Por qué están haciendo todo eso? Ya me he muerto.»

Las personas que tienen una experiencia como la de Alice, en general, no entienden lo que les está pasando.

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Ellas fueron educadas en una cultura materialista en donde el cuerpo es lo único que existe. Al tener una experiencia como esa, es evidente que las deja completamente perplejas. En el caso de Alice, pese a que su conciencia seguía existiendo y podía estar al tanto de lo que hacían los médicos, ella seguía creyendo que estaba “muerta”.

Para nuestra cultura materialista, estar vivo es tener un

“cuerpo”, no tanto una “mente”. La mente, para muchos de nosotros, es algo que “ocurre”, no que “existe”. Es verbo, no sustantivo. Entonces pienso (con un poco de ironía) ¿estarán acaso más vivos los cadáveres que nuestra propia mente? Sólo espero que no.

Algunas mujeres que están por tener un hijo en la sala de partos sufren, a veces, una muerte clínica. El dar a luz un hijo siempre representa para la mujer un peligro potencial para su vida. Una mujer llamada Paula, de 25 años, corrió ese riesgo necesario, pero para su fortuna sobrevivió a la muerte inminente. Acababa de tener a su hijo y fue hospitalizada por un fuerte ataque de hipertensión relacionado con el embarazo. Estando recostada en su camilla, de repente, se sintió flotando fuera de su cuerpo...

Paula: Estaba mirando hacia abajo, a las enfermeras que se reunían junto a mi cuerpo. Eran tres. Una de

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ellas me tomó el pulso y gritó a las otras “Llamad a un médico, llamad a su marido”. Apareció un médico casi inmediatamente y, tras un breve examen dijo “Se está muriendo”. Pude salir del pasillo y vi a mi tía. Era enfermera de ese mismo hospital, y estaba fuera de mi habitación, hablando con algunos pacientes de otras habitaciones. “Qué pena – decía – era una madre tan buena y tan joven”. Me sorprendió el hecho de que hablaran de mí en tiempo verbal del pasado. Intenté hablarles, decirles que estaba allí, pero no pude comunicarme.

Pude pasar a la habitación siguiente, donde otro paciente de quejaba por el alboroto. Allí había una enfermera que le decía “Bueno, Paula está gravemente enferma en la habitación de al lado”. Entonces volví a mi cuerpo a tiempo para ver a mi marido, que acababa de llegar.

Miraba al doctor y le decía: “¿Qué le voy a decir a los niños?” Pensé entonces que debía estar muerta... quería decirles que estaba allí, que podía escucharlos y verlos, pero no podía hablarles ni comunicarme con ellos de modo alguno. Resultaba frustrante. Mientras los veía trabajar en mi cuerpo, la habitación se iluminó… De esa luz salieron otras personas. Entre ellas no estaba Dios ni ningún guía espiritual, sólo personas ordinarias como yo misma, pero personas de luz… Finalmente, regresé para mirar a mi cuerpo y vi a un doctor que me sacudía por los hombros y decía: “Paula, Paula, vuelve”. Entonces volví al cuerpo y desperté.

Recuerdo que me llevaron a la mesa de operaciones -

continúa diciendo - y que me hallé varias horas en estado crítico. Durante ese tiempo estuve entrando y saliendo de

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mi cuerpo físico y pude verlo directamente desde arriba.

Mientras lo hacía, seguía estando en un cuerpo; no era un cuerpo físico, sino algo que podría describirse como modelo energético. Si tengo que ponerlo en palabras, diría que era transparente, un ser espiritual en oposición a un ser material. Tenía diversas partes.”

Paula, a diferencia de Alice, es más conciente de que vivir no es una cuestión que se reduce a durar o permaneer. Para Paula, la Vida es también una cuestión de sentimiento, de estar “despierta” y atenta a las situaciones que ocurren a su alrededor. Por ende, en vez de sentirse

“muerta” como se sentía Alice, se desesperaba en decirle a las demás personas “¡No estoy muerta, estoy aquí! Ella sentía que seguía teniendo un “cuerpo” aunque no fuera un cuerpo como el que estaba acostumbrada a tener todos los días.

Charly Alberti, uno de los músicos más famosos de la Argentina y de América Latina – baterista del mítico grupo Soda Stereo – le relató al escritor Víctor Sueiro (ya fallecido) la siguiente experiencia fuera del cuerpo cuando tenía 13 años. Mientras estaba internado en el hospital, sufrió una feroz hemorragia que le hizo perder súbitamente la conciencia. Su espíritu se liberó del cuerpo y vio, desde cierta altura, cómo el médico lo atendía en la camilla. Mientras flotaba sobre su propio cuerpo, se vio

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envuelto en una hermosa luz y sintió una paz absoluta.

Dijo que su experiencia fue inolvidable y confesó que mientras estuvo allí no quería volver.

“Después de la operación tuve una terrible hemorragia que no podían parar. En un momento dado sentí como si algo me llamara sin que yo pudiera negarme. No era algo físico. De repente todo era muy blanco, muy luminoso.

Y yo sentía una absoluta sensación de paz. Era como si fuera subiendo por una gran escalera y, cuando miraba abajo, veía a mi vieja y a mi viejo muy nerviosos, y al médico que me iba a dar una inyección de no sé qué.

Yo no quería volver. Ahí donde estaba había mucha paz.

Pero, de repente, después de una segunda inyección, sentí como si me metiera en una especie de túnel del tiempo con todo girando muy rápido. Y allí desperté. Estaba otra vez en mi propio cuerpo, en la cama, con ellos. A pesar del tiempo que pasó, no me voy a olvidar nunca de esa luz y de esa paz. Después de algo así ya no hay nada que te produzca miedo. Nunca pude entender lo que me pasó, al menos con la razón”

La mayoría de los relatos sobre ECM provienen, como es lógico, de gente que pasó por los hospitales. Si existe un lugar en donde la vida parece “flotar entre las nubes” es, precisamente, en un hospital. Estos tres relatos que pongo a continuación son un claro ejemplo de ello:

“Ahora sé que estaba tumbado en la cama, pero entonces veía la cama y al doctor ocupándose de mí. No

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podía entenderlo, veía mi propio cuerpo tumbado sobre la cama. Me sentí muy mal cuando lo vi tan desecho.”

“Los vi mientras me reanimaban. Era realmente extraño. No me encontraba muy alta; era como si estuviese encima de un pedestal, no muy por encima de ellos, pero lo suficiente para verlos. Traté de hablarles, pero nadie me oía.”

“Mientras estuve fuera del cuerpo me sentía sorprendido de lo que me estaba ocurriendo. No podía entenderlo, y sin embargo era real. Vi mi cuerpo con claridad desde fuera. Mi mente no estaba en una situación desde la que pudiera querer hacer algo o no hacer nada. No producía ideas. Me encontraba, simplemente, en ese estado de mente.”

Es sumamente importante prestar atención al hincapié que hacen estas personas en remarcar que su experiencia fue real, no imaginaria. Esto se repite siempre en las ECM, “fue real” dicen, como para no dejar dudas de que no estuvieron alucinando. Me gustó mucho esa frase de “no podía entenderlo” ¿Cómo poder entender algo que la cultura no te enseña? ¿Cómo entender la simpleza de lo espiritual en una sociedad que vive del “ver para creer” y del “ser visto para existir”? Existen muchas experiencias como las de estos sujetos. Como dije, en los hospitales es algo muy común. Y muchas de estas historias provienen de los trágicos accidentes automovilíticos, que a menudo

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miramos atentos desde la pantalla de nuestro televisor después de regresar de nuestro trabajo. Las calles y las rutas, como los parajes solitarios de las películas de misterio japonesas, estan plagadas de espíritus errantes...

“Podía ver mi cuerpo enredado en el coche entre todos los que se habían reunido alrededor, pero no sentía nada por él. Como si se tratase del de otra persona, o mejor, de un objeto... Sabía que era mi cuerpo, pero no me producía ninguna sensación.”

El popular diario estadounidense The Angels Times publicó el 30 de Marzo de 1983 el caso de un joven empresario de seguros de Hollywood llamado Dan O

Dowd. Según la fuente, su auto fue envestido por un conductor ebrio que lo hizo salir de la carretera. Quedó tan mal después del accidente, que tuvo que afrontar unas cincuenta operaciones para quedar completamente recuperado. En una de las operaciones, después de ser dormido por la anestesia, su corazón se detuvo y tuvo una ECM.

“…repentinamente superé el efecto de la anestesia y estaba completamente despierto aunque tenía los ojos cerrados. Vi el monitor cardíaco marcando línea recta. Era como ver un film de TV. Luego me deslicé hacia arriba y me vi a mí mismo ahí abajo. Revoloteaba sobre mi cuerpo a una distancia entre 30 centímetros y un metro y medio… Observaba atónito mientras uno de los

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médicos anunció de pronto que yo estaba muerto.”

O Dowd declara haberse encontrado también en el vestíbulo donde estaban sus parientes y haber asistido incrédulo a la comunicación de su muerte. Luego entró de nuevo en el quirófano, donde los médicos aún intentaban salvarlo. Observó cómo le aplicaban las almohadillas defibrilantes. Explicó a los periodistas cómo...

“un tipo tomó aquellas cosas y alguien me puso algo de gel, pero yo miré hacia abajo y me vi terriblemente muerto. Luego me aplicaron esas cosas que me hicieron saltar. Nada pasó al principio, pero la segunda vez pude sentir que estaba siendo aspirado por la anestesia. Y

listo”

Está más que claro que si la mente de Dan hubiese estado dentro de su cerebro muerto o semi muerto, le hubiese resultado imposible observar todo lo que los médicos le hacían. Anne-Marie era profesora de una escuela de New York, casada con un psicólogo clínico de una empresa estatal de seguros. Cuando ella tenía 7 años fue operada de las amígdalas y sufrió un paro cardíaco por un exceso en la administración de anestesia. Entró en un sueño profundo y tuvo la siguiente experiencia:

“No sabía lo que estaba sucediendo... Intenté hablar con los médicos pero nadie me escuchaba. Tan sólo estaban intentando conseguir que el cuerpo volviera a

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funcionar. Los médicos se pusieron a trabajar de nuevo, y consiguieron que el corazón volviera a estar en marcha.

Sentí de pronto que mi visión desaparecía. Al despertar, estaba otra vez en mi cuerpo.”

Kim Clark es una investigadora de las ECM

conocida en EE.UU. Mientras era una joven asistente social en el Hospital Harborview de Seattle estaba aconsejando a María que había sufrido un paro cardíaco.

Mientras Clark la aconsejaba, María no le prestaba atención y le quería hablar sobre cómo, mientras estuvo muerta, flotaba en la habitación mientras veía cómo los médicos se esforzaban por volver a poner en marcha su corazón. Para demostrar que había salido del cuerpo, la mujer insistió en que en la cornisa que había fuera de la ventana de Clark se encontraba un zapato. La doctora Clark abrió la ventana pero no pudo ver ningún zapato.

“Está ahí fuera” insistió la mujer. Clark se inclinó fuera de la ventana pero siguió sin ver el zapato. “Está al dar la vuelta la esquina”. Valerosamente, Clark se arrastró por la cornisa de su ventana de un quinto piso y dio vuelta a la esquina. Allí había un zapato igual al que había descrito María. Este acontecimiento desencadenó un interés que la llevaría posteriormente a estudiar las ECM.

El caso de la doctora Clark no es único. El

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doctor Michel Sabom también pasó por una experiencia semejante y es uno de los pioneros de las ECM. Médico riguroso y especialista en las enfermedades del corazón, no pudo evitar sorprenderse por la precisión del relato de un hombre que había tenido una operación a corazón abierto; un modesto sereno de 52 años. Después de perder el conocimiento por la anestesia suministrada, el sereno tuvo una ECM. Afirmó que se vio a sí mismo hacia abajo a unos sesenta centímetro por el cuerpo. “Era como si yo fuera otra persona en la sala” explicó. Vio cómo los doctores trabajaban en él y lo cosían al terminar, pero apreció detalles de la cirugía misma. Por ejemplo, cómo uno de los médicos le inyectaba una jeringa en el corazón en dos oportunidades, una a cada lado del órgano.

Supo que tenía la cabeza cubierta por una sábana pero se asombró de la apariencia del corazón y de “todos esos instrumentos clavados en los bordes de la herida” . Le dijo al doctor Sabom:

“Me sorprendió que hubiese poca sangre. El corazón no era cómo lo imaginaba sino más grande. Aún después que el doctor extrajo varios pedazos. La forma del corazón es parecida al continente africano. Quizá el mío tenga forma extraña… La superficie era rosa y amarilla.

Pensé que el amarillo era el tejido adiposo o algo así. Una zona hacia la derecha o la izquierda se veía más oscura que el resto. No era todo del mismo color”

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El hombre escuchó las órdenes y la discusión de los procedimientos. Supo que hablaban de un by pass y de una vena excesivamente hinchada. Vio cómo torcían su corazón para examinarlo más detenidamente. Incluso notó que uno de los doctores calzaba zapato de cuero, de calle, y que otro tenía un pequeño coágulo de sangre bajo la uña.

Sabom quedó tan intrigado al escuchar estas precisiones del sereno que pidió ver el informe del cirujano que lo operó para poder corroborarlas. Al hacerlo, verificó que eran exactas. Este suceso le despertó su interés por las ECM.

Una de las objeciones que suelen hacer los escépticos respecto a las ECM es que son simples alucinaciones. El lector se irá convenciendo, mientras más lea este libro, que las ECM distan mucho de ser una

“alucinación”. Me pregunté qué pasaría si me encontrara con un sujeto que pasó por una ECM y le dijera, a modo de provocación, “no te molestes, pero lo tuyo quizás haya sido una alucinación”. Esto es lo que me contestaría:

“No era una alucinación ni nada semejante. Una vez tuve una alucinación, cuando me dieron codeína en el hospital. Ocurrió mucho antes que el accidente en que «fallecí». Esta experiencia no tenía nada de alucinación

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En algunos casos, los entrevistados por los tanatólogos afirman que sorprendieron a sus doctores o a otras personas con la descripción de acontecimientos que habían visto mientras estaban fuera del cuerpo.

Esta experiencia extracorpórea es considerada por los tanatólogos como una prueba irrefutable de que el espíritu puede sobrevivir libremente fuera de su cuerpo. Por ejemplo, cuando una joven estaba muriendo, salió de su cuerpo y pasó a otra sala del hospital, donde se encontró con su hermana mayor que lloraba, y decía: «¡Oh, Kathy; por favor, no mueras; por favor, no mueras!» La hermana mayor quedó sorprendida cuando, posteriormente, Kathy le dijo exactamente dónde había estado y lo que había dicho en esos momentos. En los dos extractos siguientes se describen acontecimientos similares:

“Cuando todo hubo terminado, el doctor me dijo que había estado muy grave, y le contesté: «Ya lo sé.»

«¿Cómo lo sabe?» «Puedo decirle cuanto ha ocurrido.»

No me creía, así que se lo conté todo, desde el momento en que dejé de respirar hasta que volví a la vida. Él se sorprendió mucho de que supiera todo eso. No sabía qué decir, pero vino a verme en varias ocasiones para preguntarme cosas sobre ello.”

“Cuando desperté después del accidente, mi padre se encontraba allí, y yo ni siquiera quería saber cómo estaba, o lo que pensaban los doctores qué ocurría. Sólo

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deseaba hablar de la experiencia que pasé. Le conté a mi padre quién había sacado mi cuerpo del edificio, y hasta le describí el color de sus ropas y la conversación que sostuvieron. Éste afirmó que todo era cierto. Mi cuerpo había estado inánime”

Sin dudas nuestro espíritu puede, en situaciones especiales, desprenderse de su cuerpo y moverse en libertad. Y al hacerlo, poder ir hacia donde quiera nuestra mente. Sintiéndonos en todo momento livianos y a resguardo del frío y del calor. Tampoco se necesitan ojos para ver. ¿Se dieron cuenta de eso? Los espíritus flotan fuera de su cuerpo viéndolo todo. Son, en cambio, los ojos los que necesitan de una pantalla mental para reflejar las imágenes que provienen del mundo exterior.

Los ojos, en realidad, son ciegos. Es la mente la que ve.

Por eso los maestros indúes nos hablan del “tercer ojo”, que está a la altura del entrecejo. Resulta que al estar la mente en la jaula del cuerpo, como si estuviera metida dentro de una caja, sin el auxilio de los ojos no le es posible ver. Tampoco hacen falta oídos para oír, como en el caso de los ojos. Los que pasan por una ECM pueden

“escucharlo” todo sin tener a su disposición los oídos.

Pero si el espíritu está dentro del cuerpo, encerrado y aislado del Universo, necesita de un “mensajero auditivo”

que le provea información del mundo exterior. Esto nos

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explica claramente el misterio de los sentidos.

Este capítulo intenta mostrar, gracias a las experiencias de sus protagonistas, que nuestro cuerpo es realmente una prisión que nos mantiene todo el tiempo atrapados, porque somos simplemente un alma...

un espíritu que, por alguna razón, fue arrojado a vivir esta existencia. Dicha prisión, aunque la supongamos incómoda, es completamente necesaria porque nos permite interactuar en el plano físico. No debemos cometer el error de desdeñarlo. Nuestro cuerpo es un auténtico vehículo y será nuestro “taxi personal” mientras estemos vinculados al plano material. Es un regalo de la divinidad y por eso lo debemos cuidar.

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Fantasmas

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¿Qué es un fantasma?

Un fantasma – nos dice la literatura esotérica – es un “espíritu errante”. El alma de un muerto que se resiste a partir al mundo de los espíritus. Se cuenta que suelen habitar las casas abandonadas o los parajes solitarios, eternamente aferrados a sus viejos y añorados recuerdos.

Hay fantasmas en edificios públicos, en viviendas vacías, en viejos museos o castillos medievales. Yo he conocido gente de plena “confianza” que me han contado historias extraordinarias de fantasmas y de ruidos extraños vividas por ellos mismos. Una de esas personas de “confianza” es mi propia madre, que tuvo un contacto personal con uno de ellos. ¿Acaso no debería creerle?

En la ciudad autónoma de Buenos Aires, todos los años se realiza un tour en micro donde los pasajeros visitan casas o edificios que se han hecho famosos por ser habitados por un fantasma. Muy cerca del Congreso Nacional, se halla la residencia que fuera propiedad de los Galcerán. Anacrónica en relación a lo que la rodea, debe su nombre, justamente, a la palmera que

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se yergue en su jardín frontal. En este sitio vivió Doña Catalina Espinosa de Galcerán, viuda de un médico de destacada labor durante la epidemia de fiebre amarilla de 1871, con sus cinco hijos varones y su única hija mujer, Elisa. Relatan que, a medida que iban falleciendo de manera misteriosa cada uno de los hombres, todos con reputación de licenciosos y descarriados, la piadosa Elisa iba clausurando una por una las habitaciones, nueve en total, hasta que sólo quedó el sótano.

Hay quienes sostienen que en él la hallaron muerta; había ingerido el mismo veneno que utilizó para matar a sus hermanos... Se habla de puertas que se cierran solas y de un malestar que aqueja a los hombres que visitan el lugar.

Los fantasmas de todos ellos – se cuenta – continúan allí atrapados, negándose a abandonar el lugar donde alguna vez vivieron. Otro lugar famoso habitado por extraños fantasmas es el “Castillo de los Bichos”, ubicado en el barrio de Villa del Parque, a pasos de la estación del mismo nombre. Este “palacio” fue diseñado por el arquitecto Muñoz González hacia 1900, y es un antiguo edificio con aura de tragedia. Con cinco pisos, varios balcones terraza, torre y cúpula, sus molduras con formas de animales y gárgolas, dieron origen al nombre. Se dice que un noble italiano lo mandó edificar para su hija, quién allí celebró su majestuosa fiesta de bodas. Partiendo

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hacia la luna de miel, el carruaje que transportaba a la feliz pareja fue embestido por el tren en las cercanas vías. Los jóvenes murieron instantáneamente, a la vista de amigos y familiares. Clausurado por mucho tiempo, en ocasiones, las habitaciones se iluminaban solas, se oía música y se veían espectrales invitados bailando al compás de una melodía fantasmal. También aseguraban que los desdichados novios solían frecuentar el lugar de su fatídico final. Otro lugar conocido de Buenos Aires es la llamada “Torre del Fantasma”, que se encuentra en el célebre barrio de la Boca, donde se encuentra el estadio de fútbol de uno de los equipos más populares del mundo.

Los transeúntes que pasan de noche por allí dicen que se suele ver que se arroja desde el mirador el fantasma de una joven pintora que se habría quitado la vida en ese lugar. Aquellos que no conocen la historia afirman haber visto a una mujer precipitarse drásticamente al vacío, pero, cuando se dirigen al lugar para intentar socorrerla, inexplicablemente, no encuentran rastros de su cuerpo...

Por último tenemos a la tristemente célebre “Mansión de los Leones” donde la fatalidad hizo que, en un incidente no comprobado, uno de los felinos matara al prometido de su hija, quién se suicidó luego del triste episodio. Todos los animales fueron aniquilados, quizás a manera de sacrificio para que la joven retornara a este mundo. Desde

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ese día hasta la fecha, hay gente que asegura que puede vérsela vagar por las noches entre los leones de piedra y los vestigios de sus oxidadas leoneras. Pero la historia de fantasmas más famosa y trágica de la ciudad de Buenos Aires es, sin dudas, la de la joven y bella Felicitas, que se casó en 1862 con Martín de Alzaga, un hombre mayor y acaudalado. Al año siguiente, y después de perder a su único hijo, Felicitas quedó viuda. Tenía apenas 26

años, con una de las fortunas más grandes de la Ciudad y muchos pretendientes. Uno de ellos, Enrique Ocampo, supo que un rival, el estanciero Samuel Sáenz Valiente, era el verdadero amor de la dama. Enfermo de celos, Ocampo le disparó a Felicitas un tiro por la espalda y al instante se suicidó. Los Guerrero mandaron construir en homenaje a su hija una capilla. Está en Isabel la Católica, entre Pinzón y Brandsen. Es una historia trágica de amor que dio lugar a innumerables mitos. Los vecinos dicen que cada 30 de enero, fecha de su muerte, aparece el fantasma de Felicitas, que vaga ensangrentada cargando su pena.

Muchas mujeres cuelgan cintitas en la reja, porque cuenta la leyenda que si uno se agarra fuerte a ellas conseguirá el amor de su vida, y, si ya lo tiene, entonces lo conservará.

Es una de las historias preferidas de muchas mujeres jóvenes que, al enterarse de esa trágica historia, corren a agarrarse de las rejas para que su gran amor nunca las

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abandone.

La palabra fantasma suele asustar a mucha gente.

A mí me asustaba cuando era un niño, pues era fanático de las películas de suspenso y de terror. Recuerdo que cuando me iba a dormir después de haber visto una de esas películas, me tapaba la cabeza con la sábana por miedo a que se me apareciera algún monstruo o algún espectro buscando robar mi alma... Descubrí que el temor al fantasma no radica en lo que éste nos pueda hacer físicamente. De hecho, los fantasmas no pueden hacernos (por lo general) físicamente nada. El temor radica en que pensamos, inconscientemente, que ellos pueden interactuar con nuestra mente y así volvernos locos del susto o, lo que es peor, llevarse nuestro “soplo de vida” a las regiones oscuras del mundo de los muertos, dejando nuestro cuerpo inerte tirado en el piso sin que nuestros seres queridos nada puedan hacer (como en la famosa película japonesa “La Llamada”). Nuestra cultura occidental, tan aferrada a las cosas “materiales”, nos enseñó a temer a los fantasmas.

Pero un fantasma no es una criatura de “terror”.

No es una entidad que va a venir a hacernos daño ni a complicarnos la vida. Un fantasma es un espíritu libre de su cuerpo. Es alguien idéntico a nosotros que carece

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de cuerpo físico. Y que ronda entre los vivos con el objeto de ser escuchados o simplemente de ayudar a los demás. Cuando una persona muere, automáticamente se transforma en un fantasma, como bien lo muestran estos cinco relatos de ECM:

“Los doctores y enfermeras golpeaban mi cuerpo para reanimarlo y hacerme regresar, y yo no dejaba de repetirles: «Dejadme solo. Quiero que me dejéis solo.

Cesad de golpearme.» No me oían. Por tanto, traté de cogerles las manos para que dejasen de golpearme, pero nada ocurría. Nada podía hacer. No sabía lo que ocurría, pero no podía moverles las manos. Trataba de mover y tocar sus manos; cuando las había golpeado, seguían allí.

No sé si mis manos las traspasaban, las rodeaban o qué era lo que ocurría. No sentía ninguna presión en sus manos cuando trataba de moverlas.”

“La gente venía de todas direcciones hasta el lugar del accidente. Desde el estrecho sendero donde me encontraba podía verlos. Al llegar no parecían advertirme. Seguían caminando con la vista al frente.

Cuando estaban muy cerca traté de dar la vuelta, de apartarme de su camino, pero pasaron a través de mí.

“Era incapaz de tocar nada, de comunicarme con alguno de los que me rodeaban. Es una terrible sensación de soledad; te sientes completamente solo y eres consciente de ello”.

“Había mucha actividad y la gente corría hacia la

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ambulancia. Siempre que miraba a una persona para saber lo que estaba pensando se producía un efecto semejante al de una lente de zoom y yo me encontraba allí. Pero parecía que esa parte de mí, a la que llamaré mente, seguía estando en su posición primitiva, a varias yardas de mi cuerpo físico. Cuando quería ver a alguien, parecía como si una parte de mí, como una trazadora, se desplazase hasta allí. Tenía la sensación de que si ocurría algo en cualquier parte del mundo podía ir allí.”

“Podía ver a quienes me rodeaban y entender lo que estaban diciendo. No los oía como lo oigo a usted. Era más bien que sabía lo que estaban pensando, pero en mi mente, no en su vocabulario real. Lo sabía un segundo antes de que abrieran la boca para hablar.”

En estos casos aquí mostrados, el fantasma no puede ser visto (como ocurre normalmente) por las personas que le rodean. El ojo humano no esta capacitado, por lo general, para ver “espíritus” y el fantasma se siente impotente al sentirse aislado del mundo de los mortales.

Los casos en que el fantasma puede ser “visto” por un ser humano, como en el caso de Felicitas, son muy excepcionales. Pero en el caso de parientes cercanos, la aparición fantasmal es más común. El psicólogo John Burton tuvo una dramática experiencia personal. Su madre murió en Abril de 1973 de un infarto fulminante a la edad de 67 años. Burton cuenta que mantenía con

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su madre un vínculo muy fuerte, pero que, pese a eso, su familia había logrado asimilar la separación y habían retornado a la rutina cotidiana. Nos cuenta que...

“Una tarde que yo estaba en la cocina a donde había ido a cortar un ananá para servirlo a mi mujer y a unos parientes, sentí pasos de una mujer detrás de mí, a mi derecha. Creí que era mi esposa y giré para preguntarle por una fuente, pero me di cuenta que ella había cruzado hacia la izquierda, fuera de mi campo de visión. Giré para repetirle la pregunta y vi a mi madre de pié, allí. Lucía algo más joven que en la época de su muerte y vestía una túnica celeste ribeteada en marrón, con marabú. Nunca había vista antes esa prenda”

Burton cuenta que gritó y la imagen se disolvió gradualmente. A la mañana siguiente el psicólogo le informa a su mujer lo sucedido y ella se puso...

“muy turbada, sollozaba y se quejaba de que mi madre no se hubiese dirigido a ella. Mi mujer sabía que era cierto. ¿Por qué estaba tan segura? Respondió que ella y mamá habían ido juntas de compras poco antes del ataque y que ella se había probado la túnica que yo había descrito, pero aunque le gustaba, no había querido gastar los 200 dólares que valía”.

Un policía de 47 años, paciente del doctor Melvin Morse (otro de los más importantes tanatólogos), le contó esta historia cuando tenía catorce años. Después de sufrir

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una grave fiebre reumática, fue trasladado hasta el Hospital Infantil de Boston y allí estuvo internado varias semanas.

Mientras estaba internado, empezó a sufrir fuertes dolores en el pecho. Cuando ya no podía soportarlos más, llamó a una enfermera y ésta, tomando cuenta del peligro, salió corriendo a llamar al médico. Allí sucedió lo extraño: era capaz de seguirla. Salió flotando tras ella hasta que ésta encontró al médico y le explicó lo sucedido. Luego los siguió a ambos y regresaron a la habitación para mirar su cuerpo. Se dio cuenta que estaba mirando su propio cuerpo y que estaba suspendido por toda la escena. No sentía dolor y sintió que aumentaba su inteligencia. Notó que dos seres luminosos se encontraban con él observando pacíficamente la escena que se producía abajo. Esos seres le trasmitían paz, amor y comprensión. Estando en ese estado, sintió que la Vida era más simple de lo que pensamos la mayoría de nosotros. Los médicos luchaban sin poder lograr reanimarlo, y ahora le introducían una aguja en el pecho para inyectarle epinefrina al corazón (un líquido utilizado para producir reanimaciones) Los seres de luz le preguntaron si quería quedarse en la Tierra o irse con ellos. “Quiero quedarme” dijo el niño, mientras observaba a los médicos aguardar los resultados de la epinefrina. Los seres luminosos, después de escuchar su respuesta, se marcharon. El niño vio como los médicos

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se daban por vencidos y lo cubrían con una sábana. La muerte había ganado la partida. Los médico estaban desahuciados y una de las enfermeras, que lo había cuidado durante toda la internación, se quedó a su lado llorando suavemente. Acto seguido, los seres luminosos reaparecieron y le dijeron que podía retomar su cuerpo.

Fue así como el niño regresó a su cuerpo. Una vez dentro de él, se quitó la sábana de encima, luego la aguja y exclamó: “¡Estoy vivo! ”. Los seres de luz le dieron otra oportunidad.

Algunas personas que se transforman en fantasmas, afirman que les cuesta reconocer su propio cuerpo. Esto es así porque las únicas personas que saben cómo es realmente nuestro cuerpo son las demás, no nosotros.

Nosotros, en cambio, sólo podemos conocer nuestro cuerpo por medio de un espejo, de una foto o de una filmación, que nos devuelve una imagen plana que oculta nuestro natural relieve, es decir su verdadera forma. ¿Te pusiste a pensar alguna vez que nos pasamos toda nuestra vida sin “saber” realmente cómo somos? Lee con atención este relato de un muerto sorprendido de “sí mismo”.

“No entendía que pudiera tener esa forma. Estaba acostumbrado a verme en fotos o frente a un espejo, y en ambos casos parecía plano. De repente yo, o mi cuerpo, estaba allí y podía verlo. Podía verlo perfectamente

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a cinco pies de distancia. Tardé unos momentos en reconocerme”

El doctor Moody, en su segundo libro sobre ECM, expone los relatos más interesantes, a mi modo de ver, sobre este gran tema de la Muerte. Son relatos extraños y menos comunes que aquellos más conocidos como el de viajar por un túnel y ver hermosos seres de luz, pero que se suelen dar de vez en cuando y deben por ello ser tenidos en cuenta, pues amplifican nuestro conocimiento del mundo de los espíritus. En ellos, los sujetos que pasan por una ECM suelen ver, en sus viajes, un mundo de espíritus desconcertados. Estos espíritus no se ven para nada felices y son descritos como fantasmas errantes que intentan, infructuosamente, comunicarse con los seres vivos. Uno de los pacientes de Moody, que pasó por una muerte clínica, mientras viajaba por el otro mundo, pudo ver a estos desolados fantasmas:

“Se les podía ver intentando contactar con otros seres, pero nadie se daba cuenta de su presencia, la gente les ignoraba… querían comunicarse, pero no había forma de romper la barrera. La gente no parecía reparar en absoluto en ellos. Uno parecía ser una mujer que intentaba desesperadamente comunicarse con los niños y con una señora anciana de la casa. Me pregunté si no se trataría de la madre de los niños, y puede que de la hija de la anciana de la casa, a los que estaba intentando

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llegar. Me pareció que quería comunicarse con los niños, pero éstos siguieron jugando sin hacerles ningún caso mientras que la vieja parecía estar yendo y viniendo por la cocina, haciendo su trabajo, y sin darse cuenta que esta otra persona merodeaba por allí. Era como si intentase ponerse en contacto con ellos, decirles que hicieran las cosas de modo distinto a como ellos las estaban haciendo, que cambiasen, que variasen de forma de vida. Bien esto que voy a decir puede que parezca inventado, pero intentaba que actuasen correctamente, que cambiasen para no verse en la misma situación que ella. “No hagáis lo que yo, para que no os pase esto. Haced las cosas por los demás, para que no os veáis así”… Para decirlo de algún modo, era como si en aquella casa no hubiese ningún amor… Parecía como si estuviera tratando de expiar algo que había hecho… Fue una experiencia que no olvidaré jamás”

Un hombre muerto por un prolongado lapso de tiempo le contó a Moody que vio, mientras estaba fuera de su cuerpo, a un individuo normal caminar por la calle, sin darse cuenta de que uno de aquellos espíritus apagados revoloteaba por encima de él. Dijo que tuvo la sensación de que en vida aquél espíritu había sido la madre de aquel hombre y que, todavía incapaz de renunciar a su papel terrenal, intentaba aconsejar a su hijo sobre lo que debía hacer.

Estos espíritus desconcertados no siempre

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deambulan por la Tierra buscando el contacto con los seres “vivos”. A veces estan atrapados como en una especie de “purgatorio”, de región gris y melancólica expiando alguna culpa o causa pendiente. Estos seres desdichados viven inmersos en un reino desolado sin saber qué hacer o a dónde ir. Allí la apatía o la tristeza es absoluta y su oscura situación no parece tener remedio o consuelo alguno. Una mujer “muerta” durante 15 minutos en un hospital, mientras realizaba su viaje por el “otro reino” pudo ver miríadas de ellos...

“Según iba avanzando, encontré una zona apagada en contraste con toda aquella resplandeciente luminosidad.

Si se para una a pensar en ellos, las figuras estaban más humanizadas que el resto, pero tampoco tenían una forma totalmente humana como la nuestra. Se puede decir que era como si se llevasen la cabeza agachada, su aspecto era triste, deprimido, parecían ir arrastrando los pies, como en una fila de prisioneros encadenados. No sé porqué lo digo pues no recuerdo haber visto pies. No sé quiénes eran, pero resultaba como desteñidos, apagados, grises y parecían estar eternamente arrastrándose y moviéndose de un lado para otro, sin saber a quién seguir o qué buscar.

Al pasar yo – continúa diciendo – ni siquiera levantaron la cabeza para ver qué ocurría. Parecían estar pensando: “Bien, se acabó todo ¿qué hago? ¿De qué va todo esto?” Sólo este comportamiento rotundo, aplastado,

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desesperanzado, sin saber qué hacer, ni adónde ir, ni quiénes eran, ni nada. Más que sentados parecían estar moviéndose continuamente, pero sin rumbo definido.

Empezaban a ir recto, luego giraban a la izquierda, daban algunos pasos y luego giraban a la derecha. Y no tenían absolutamente nada que hacer. Creo que buscaban algo, pero desconozco qué. No parecían estar consientes de nada, ni del mundo físico ni del espiritual. Era como si estuvieran atrapados entre el uno y el otro. En un lugar ni espiritual ni físico, como en un nivel intermedio entre ambos... No podían tomar una decisión sobre qué hacer, ya que todos tenían la expresión más desoladora; no había en ellos ningún color de vida. Parecían totalmente desconcertados…”

Estos relatos de espíritus desolados deben ser tomados como una “advertencia” para aquellas personas que se cierran demasiado en lo “material” alejándose así de su núcleo espiritual. Dichas personas, al no creer en la trascendencia y ceñirse demasiado en el “más acá” corren el riego de terminar sus vidas como esos espíritus tristes...

Atrapados indefinidamente en una verdadera cárcel espiritual privados de la felicidad y sin saber a dónde ir o si alguien va a venir por ellos. Si releemos estos últimos relatos, nos daremos cuenta que aquellas almas vivieron alguna vez aquí en la Tierra. Pero eran seres, al parecer, bastante faltos de espiritualidad que, al morir, no supieron cómo continuar en esa nueva forma de existencia

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y quedaron atrapados allí. Tal vez están expiando alguna culpa, no lo sabemos con claridad. Lo que sí sabemos es que no deben haber sido sujetos muy “buenos” que digamos... En el reino de los espíritus, nadie se gana ese lugar “gratuitamente”. Si lo pensamos un poco, muchas personas ya viven en este mundo inmersos en una inmensa soledad, sintiendo un vacío en su propia existencia. Estas personas suelen, en muchos casos, abandonarse a alcohol o al consumo de drogas, buscando entretenerse de a ratos con el escapismo del sexo, la música y la televisión.

Ya están viviendo su propia cárcel aquí en la Tierra. La diferencia radica en que acá por lo menos tienen la música y la T.V. Juguetes con qué entretenerse. Hasta pueden fumarse un cigarrillo. Pero allá parece que no tienen ni siquiera un cenicero...

Después de estudiar tanatología, dejé de inquietarme por los fantasmas. Y sobre todo, dejé de temer a los cementerios. Ahora ya no les tengo miedo. Aunque digan que por “tal lado” ronda uno apareciéndosele de noche a la gente o provocando extraños ruidos. Si tienes temor de los fantasmas y quieres huir de ellos entonces busca esconderte en un cementerio. Allí nunca van a buscarte. Les traen tristes recuerdos. Como a cualquiera de nosotros. Ellos se sienten muy solos y siempre buscan

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la compañía de la gente. Siempre buscan la luz, siempre buscan la ciudad... Trata de no olvidar eso.

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El Túnel

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En una amplia mayoría de los relatos sobre ECM aparece la experiencia de pasar por un “túnel”.

He escuchado gente que se “ríe” o se “divierte” cuando escucha hablar de la experiencia del túnel, donde al final los viajeros astrales encuentran la Luz. Existe una canción perteneciente al popular cantante argentino Ignacio Copani, donde en su letra se “mofa” de esta clase de experiencias. Parecería que la palabra “túnel” les resultara por demás gracioso. Pero le aseguro al lector que el túnel no es gracioso para nada… pues en mis intentos de desprenderme de mi propio cuerpo para lograr un viaje astral, pasé (sin morirme) por una experiencia como esa. Y le aseguro al lector que es una experiencia que, sin llegar a dar miedo, sugestiona bastante. Así que le sugiero que no se “sonría” cuando alguien le habla de que, en un viaje astral o ECM, pasó por un túnel…

El túnel es el vínculo que comunica el mundo de los “vivos” con el mundo de los “desencarnados”. Si hay dos mundos separados, debe existir un camino o algo que los una. Y ese “algo” es el túnel. No siempre el viaje al otro mundo se percibe como un túnel. Muchas veces se

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vive como entrar en una zona oscura donde el cuerpo astral o espíritu se desplaza a gran velocidad (mi caso).

Mi experiencia del “túnel” la tuve después de haber leído el magnífico libro de Oliver Fox “El Viaje Astral”, un libro que le aconsejo que lo adquiera, si le interesa hondar en estos temas. Gracias a ese libro pude iniciarme en el asombroso mundo de los viajes astrales. He tenido muy pocos viajes y no todos son de la misma calidad, pues se necesita un poco de “ejercitación” para lograrlo cuando uno quiere. Viajar por esos lugares no es soplar y hacer botella. Y el mejor de los pocos que tuve fue el primero, que es el que voy a relatar ahora.

Después de haber leído el libro de Fox, un hombre que practicó el viaje astral y escribió una autobiografía sobre ello, intenté realizar mi primer viaje astral sin ningún éxito. Como ocurre con mucha gente que quiere practicar la magia, leer la bola de cristal o viajar despierto por mundos oníricos, mis primeros intentos de querer lograr desprender mi espíritu de mi propio cuerpo fueron completamente infructuosos. Sin desmoralizarme ni mofarme del libro del señor Fox, entendí que quizás no estaba capacitado para tener ese tipo de experiencias y que esa era la causa de mi imposibilidad de poder viajar.

A razón de eso estaba casi a punto de abandonar mi

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intentona psíquica. Pero, antes de darme completamente por vencido, decidí intentarlo por última vez. Un día, después de haber regresado de mi clase semanal de inglés justo al mediodía, me tendí en mi cómoda cama y me puse a descansar. Mi intención era dormirme una “siesta”, pues esa misma noche había dormido poco (unas cuatro horas) y dormir unas horas más no me venía para nada mal. Fue entonces cuando aproveché el momento para realizar mi viaje. Sabía, por mi formación teórica en los asuntos del

“espíritu”, que para realizar un viaje astral era sumamente necesario entrar mentalmente en estado de frecuencia cerebral “theta”, que es un estado más relajado que el estado “alpha”. El estado alpha es cuando uno se relaja y medita, pero en el estado theta el sujeto siente que se está “por dormir”. Digamos que está al filo de dormirse. Y

sabía que para realizar el buscado viaje el estado alpha no me servía. La clave de esto, para que el lector lo entienda, es que el cerebro es, como venía diciendo, “la cárcel del espíritu”. Mientras el cerebro está activo “retiene”

a la mente dentro de él. Cuando el cerebro disminuye su normal actividad (por ejemplo, cuando nos vamos a dormir) el espíritu tiene la posibilidad de liberarse y así desprenderse del cuerpo. Eso explica el fenómeno de las ECM: siempre ocurren cuando el cerebro muere. Y

también eso explica los sueños, que son experiencias en

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algunos aspectos parecidas a las ECM. Los sueños son un misterio para la Ciencia, casi tan misteriosos como la Muerte. En la célebre saga cómica de Neil Gaiman

“The Sandman”, Muerte, que no es una Diosa sino un Eterno, es la mejor amiga de Sueño. Dejando de lado que ambos son hermanos, Muerte (representada por una bella mujer vestida con un estilo gótico o dark) tiene un estilo de vestimenta y un halo de misterio casi igual a Sueño (un hombre también darky de pocas palabras y muy soñador) y siempre se preocupa por su hermano e intenta sacarlo, cuando puede, de los lío en que él se mete (casi siempre por confiar en los humanos). No es casualidad que Gaiman, maestro en su arte, haya establecido un vínculo muy grande entre Muerte y Sueño. Por eso es que considero, sin ánimos de exagerar, que no estamos más cerca de la Muerte que cuando estamos profundamente dormidos. Sin embargo el Sueño nos parece algo dulce y la Muerte ¡algo terrible! Pero la Muerte es un sueño del que no se vuelve. La Muerte es el último de todos los sueños. Hermanos de sangre, como en “The Sandman”.

Ya recostado en mi cama y sin demasiadas expectativas, empecé poco a poco a dormirme. Estaba de espaldas mirando en dirección al cielorraso, y permanecí en dicha posición hasta poder lograr la experiencia.

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Como era de esperar, el señor Sueño se hizo presente para llevarme, pero luché mentalmente para evitar caer en él (tenía la gran ventaja de que había dormido algo), así que pude eludir sus embates. Cuando uno se resiste a dormirse por largo tiempo, entra en un estado que se llama

“ensueño”. El ensueño es un estado intermedio entre el dormir y el estar despierto, donde se mezclan las imágenes reales con las imágenes del sueño. Podemos ver entrar en la habitación a nuestro marido, sabiendo que él todavía no ha vuelto del trabajo. O podemos ver una cortina roja en la puerta de nuestro dormitorio cuando sabemos que eso no es verdad. Así me pasó mientras ensoñaba. Se me mezclaba la realidad con la ficción, como en las historias de Carlos Castaneda. Pero aún así no me dormí, e intenté, en cambio, concentrarme en mi propia conciencia. Ese centro sensitivo que tenemos a la altura del entrecejo. Sin perder en ningún momento la concentración y estando plenamente despierto (podía erguirme de la cama en cualquier momento y salir caminando como si nada) sentí que mi cerebro empezó a “ceder” y a entrar en otra etapa diferente. Cuando uno se resiste a dormirse, ocurre que el cerebro entra en el sueño igual... pero con el sujeto despierto. Esa es la clave de la “estrategia”. Lo primero que sentí es como una especie de vibración acompañado de un sordo zumbido, no muy fuerte pero audible, dentro

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de mi cabeza. Como si algo estuviera a punto de ocurrir.

Empecé a sentir como una punción algo dolorosa a la altura del entrecejo. Como si la frente estuviera a punto de “estallar”. Vino dos veces y se fue, acompañado con un estremecimiento en todo el cuerpo. Todas esas señales, que no había sentido nunca, me indicaban que iba por

“buen camino”, así que seguí forzando el proceso. Estaba muy relajado y lúcido, así que concluí que era cuestión de tiempo para que “algo ocurriera”, aunque no tenía una idea clara de qué (hasta ese momento no estaba seguro de que ese método que estaba aplicando pudiera funcionar).

Pero como dice Jesús: ¡Hombres de poca fe! si uno no tiene fe en lo que hace, nunca va a conseguir lo que busca

¿no es cierto? Finalmente, sentí un fuerte “crack” en mi entrecejo. Como que algo se partió interiormente. Y luego, al instante, el mundo de los mortales desapareció…

Empecé a caer de espaldas a una gran velocidad, atravesando un lugar desconocido y oscuro. Me di cuenta que había comenzado el viaje y pensé, para mis adentros,

¡por fin una! Como dije, iba cayendo a gran velocidad dentro de un espacio sin límites de color azul oscuro.

Me daba la sensación de estar dentro de un océano sin agua. Oscuro y azulado, con muy poca iluminación. Lo necesario como para ver unos cuantos “metros” a mi

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alrededor. No era un túnel (el lector verá luego que no siempre los viajeros lo hacen por un túnel) sino más bien un lugar sin principio ni fin. Era una sensación divertida para mí, no tuve miedo en lo absoluto. El caer en picada como un bólido, dentro de un universo completamente desconocido, me causaba una gran emoción. Pero debo aclarar que en “sí mismo” el viaje no es una experiencia emocionante y puede dar un poco de “estremecimiento”

si uno no está al tanto de lo que hace y en dónde se está metiendo. Mi madre, que es una mujer psíquica y que practicó por muchos años el Yoga (conoció personalmente a Indra Devi y a importantes maestros de dicho culto como Swami Dayananda), cuando se enteró de que pasé al “otro lado” me advirtió que lo que estaba haciendo era “peligroso”, y me aconsejó que desistiera de volver a hacerlo (como no le tengo ningún miedo a la Muerte -

de lo contrario no escribiría este libro - fue obvio que no le hice ningún caso). Mientras caía por ese lugar oscuro, me preguntaba a dónde diablos iba a parar… Estaba despierto y todavía conectado a mi cuerpo físico, aunque no lo sentía en lo absoluto. Sabía, en cambio, que podía cortar el viaje y reincorporarme de la cama como si nada.

No estaba muerto, era simplemente un viaje astral. Luego de caer por unos segundos, ocurrió algo inesperado. Pasé, de repente, por entre medio de un montón de entidades

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luminosas. Puedo describirlas como espíritus. No tenían forma humana, pero pude percibir sus conciencias. No eran “luces de neón” ni “neblinas resplandecientes”. Me pareció percibir en ellos expresiones aunque no vi caras ni brazos ni nada. Me di cuenta que se sorprendieron de que pasara entre medio de ellos y sentí como que algunos me saludaban y otros me miraba asombrados o curiosos. Lo sentí como seres vivos, aunque no vi rostros ni nada. Eran seres de luz. Rápidamente los perdí de vista dada la gran velocidad de mi caída y seguí mi viaje rumbo abajo…

Al final comencé a desacelerarme hasta que me detuve por completo en una especie de “llanura”. Estaba todo oscuro, no se veía nada, pero sentí que no podía seguir cayendo más. Frente a mí soplaba un fuerte viento que me hizo reanudar el viaje, esta vez, horizontalmente. Ahora viajaba a gran velocidad pero en dirección horizontal, como si fuera una hoja empujada por el viento... ¿Hacia a dónde me dirigía ahora? El viento que me empujaba parecía provenir de gigantescos “ventiladores” que se hallaban a la distancia... Digo parecía porque allí, en ese extraño lugar, no se ve absolutamente nada. Era como si fuese de noche. Por ende, uno tiene que andar

“adivinando” qué cosas ocurren o circulan en derredor.

El viento que me empujaba se sentía claramente, pero su

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origen o fuente me resultaba difusa. Al final, fui arrojado al corriente mundo de los sueños (estando despierto, claro), porque lo que le siguió fueron experiencias corrientes propias de sueños, tan ordinarios, que no vale la pena mencionar. Eso sí, siempre volando por el “aire”

empujado por ese misterioso viento que me arrastraba casi sin pausas. Cuando mi mente dio por finalizado el viaje, pude sentirme completamente en mi cuerpo, por lo que abrí los ojos y me reincorporé (cuando medito o intento hacer un viaje astral siempre cierro los ojos para facilitar la concentración). Me levanté de la cama y sentí mi cuerpo muy cansado, como si hubiera corrido una maratón o hubiese estado dos horas haciendo gimnasia, pero pude reponer energías con el correr de los minutos y transcribir luego en mi “diario de viaje” la experiencia vivida, para que no se perdiera ningún detalle importante.

En ningún momento vi la Luz pues no se me permitió verla…(el viento de los ventiladores) La Luz la ven solamente los que están bien muertos, no los vivos. En los viajes astrales no te permiten ir para el “otro lado” (el señor Fox tampoco vio ninguna Luz en sus viajes). Sólo puedes viajar por el plano físico y por el plano intermedio o “tierra media”, como le dicen los brujos, que es el lugar donde deambulan o viven los fantasmas y están,

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además, los lugares mágicos o de ensueño, que solemos visitar algunas veces cuando estamos profundamente dormidos, pero nunca – cuando intentas hacer un viaje astral – puedes llegar a la “tierra alta”, que está pasando el túnel… En la “tierra alta” o “tierra del Verano”, si logras llegar, te ocurren dos cosas: o te despachan rápidamente o te retienen para siempre. No hay opción intermedia.

Quizás yo llegué un poco más lejos en mi aventura, pues pude ver aquellos seres de luz... pero no se puede pasar más de eso. A medida que sigas leyendo este libro, aprenderás que en el mundo espiritual existen fuertes

“restricciones”. No podemos hacer lo que queremos o ir a dónde queramos (en algo se parece a este triste mundo que nos toca vivir a diario…) En fin, pasemos ahora a los testimonios de aquellos que sí se murieron y que vieron la famosa Luz.

“Me ocurrió cuando tenía nueve años. Hace veintisiete de ello; pero fue tan sorprendente que nunca lo he olvidado. Una tarde me puse muy enfermo y me llevaron a toda prisa al hospital más cercano. Cuando llegué, dijeron que iban a dormirme, aunque no recuerdo el motivo, pues era muy joven entonces. En aquella época se utilizaba el éter. Me lo suministraron pasándome un paño por la nariz y, según me dijeron después, al instante mi corazón se detuvo. En aquel momento no supe que eso era precisamente lo que me había ocurrido, pero lo importante es que cuando ocurrió tuve una experiencia.

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Lo primero que sentí fue un ruido rítmico parecido a brrrrrnnnng-brrrrrnnnng brrrrrnnnng. Luego comencé a moverme a través – pensará que es fantasía – de un largo espacio oscuro. Parecía una alcantarilla o algo semejante. Me movía y sentía todo el tiempo ese ruido zumbante.”

Esta experiencia se parece a la mía en cuanto al estremecimiento previo y al largo espacio oscuro.

También las dos que siguen tienen algunas semejanzas.

“Tuve una reacción alérgica a una anestesia local y dejé de respirar. Lo primero que ocurrió – bastante rápido

– fue que pasaba a gran velocidad por un vacío oscuro y negro. Puede compararlo a un túnel. Era como si fuera montado en la montaña rusa de un parque de atracciones y pasara por ese túnel a gran velocidad.”

“El doctor ya había avisado a mi hermana y hermano para que me vieran por última vez. La enfermera me puso una inyección que me ayudara a morir mejor. Las cosas que me rodeaban en el hospital comenzaron a parecerme cada vez más lejanas. Mientras ellas retrocedían, entraba en un estrecho y oscurísimo pasadizo. Parecía encajar en su interior. Y comencé a deslizarme y a caer, caer, caer”.

En algunos viajes astrales menos intensos o relevantes, siento, al igual que este sujeto, que paso por un túnel oscuro estrecho y sinuoso (tipo montaña rusa) que me lleva a lugares desconocidos y en general poco

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interesantes, como los que se encuentran en cualquier sueño ordinario (sólo que despierto, claro). Como conté en mi experiencia de viaje astral, tuve la fortuna de ver por unos segundos a seres luminosos en ese inmenso vacío, pero que no tenían forma humana. Esto se le conoce como

“encuentros con otros”. Aquí un relato de ese tipo pero, a diferencia de mi caso, ni siquiera pudo verlos. Sólo los pudo “sentir”.

“Mientras estuve muerto en aquel vacío hablé con gente; en realidad no puede decirse que hablase con gente corporal. Tenía la sensación de que había gente que me rodeaba. Podía sentir su presencia e incluso sus movimientos, pero no pude ver a nadie. De cuando en cuando hablaba con alguno de ellos, pero no podía verlos. Siempre que preguntaba qué era lo que ocurría recibía un pensamiento de alguno de ellos diciéndome que no pasaba nada, que estaba muriendo pero que sería hermoso. Por tanto, nunca me preocupé de mi condición.

Siempre obtenía una respuesta a cada pregunta que hacía.

No dejaron mi mente en la incertidumbre.”

Algunos de los que pasan por el túnel o caen dentro de él logran salir “al otro lado” y pueden ver la maravillosa Luz, que es la luz del mundo de los espíritus.

No veo nada raro en ese fenómeno, es decir pensarlo como algo “extraordinario” o “increíble”. Yo lo veo como algo perfectamente normal. Personalmente pienso que es

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nuestra realidad física la que nos mantiene metidos dentro de la oscuridad. Tanto es así, que cuando nos movemos al plano “etéreo” nos encandilamos con esos resplandores y vemos, por ende, todo “brillante”. Pero seguro que las criaturas que están acostumbradas a vivir allí (pasando el túnel) sienten que esa “luz” es algo totalmente normal y no consideren para nada que su mundo está iluminado de una manera “especial”. No creo tampoco que ellos se sientan seres “privilegiados” perteneciente a una casta aparte, como ocurre con la gente burguesa que vive cómoda en ciudades como París o New York. Nosotros, en cambio, nos iluminamos con la luz del Sol, una luz que “quema y no emociona” y que además puede ser imitada por cualquier artefacto eléctrico... La luz que alumbra nuestro mundo es más física, la luz que ilumina a los espíritus es más astral, como el alma que llevamos dentro...

“Oí a los doctores cuando dijeron que había muerto y comencé a sentir que estaba cayendo – en realidad era como si flotase – por aquella oscuridad, que era una especie de cápsula. Lo cierto es que no hay palabras para describirlo. Todo era muy negro salvo, a gran distancia, esa luz. Era muy brillante, aunque no muy grande al principio. Crecía conforme me iba acercando a ella.

Trataba de llegar a esa luz, pues sentía que era Cristo.

No era una experiencia atemorizadora. Al contrario, resultaba agradable hasta cierto punto. Inmediatamente conecté la luz con Cristo, quien dijo: «Yo soy la luz del

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mundo.» Me dije a mí misma: «Si es así, si voy a morir, ya sé lo que me espera al morir: esa luz.»”

En nuestra cultura occidental, profundamente cristiana, relacionamos la Luz con la figura de Jesús.

El viajero, al acercarse al final del túnel, toma contacto con una fuente de espiritualidad muy fuerte (la Luz) e inmediatamente asocia ese gran resplandor con la luz de Jesús, que es el Cristo, porque así se lo enseñó su religión.

Está claro que el sujeto en cuestión es una persona con una marcada influencia religiosa, pues no todos los occidentales asociamos la Luz con Cristo, aunque sí con lo espiritual. La historia de Martha Todd, una respetada profesora de Inglés del sur de EE.UU, es una de las historias más interesantes sobre este tema pues contiene un buen número de elementos típicos de una ECM. Tuvo esa experiencia cuando estaba siendo operada de un quiste. Cuando le suministraron la anestesia, una reacción alérgica le produjo un paro cardíaco. Recuerda que escuchó al médico pedir a gritos el “carro de choque”. El carro de choque es el resucitador, es decir que se murió.

Oyó que alguien en la habitación habló de “paro cardíaco”

y entonces ocurrió lo siguiente:

“Me encontré flotando en el techo, podía ver a todo el mundo alrededor de mi cama, perfectamente bien, incluso mi propio cuerpo. Pensé que era curioso que

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estuvieran tan volcados en mi cuerpo. Yo estaba bien y quería que ellos lo supieran, pero por lo visto no había manera de hacérselos saber. Era como si hubiera un velo o una pantalla entre yo y los demás en la habitación.

Percibí una abertura, si así se puede llamar. Parecía alargada y oscura, y yo empecé a elevarme rápidamente a través de ella. Yo estaba desconcertada y excitada a la vez. Salí de éste túnel hacia un reino de amor y luz, suave y brillante. El amor estaba en todas partes. En algún momento se me mostró, o yo vi, los acontecimientos de mi vida. Estaban en una especie de gran panorama.

Todo esto es en realidad difícil de describir. Las personas que yo conocí y que habían muerto estaban allí conmigo en la luz, un amigo que había muerto en el colegio, mi abuelo y una tía abuela, entre otros. Ellos eran felices y radiantes. Yo no quería volver, pero un hombre en la luz me dijo que tenía que hacerlo. Me estaba diciendo que yo no había terminado lo que tenía que hacer en la Vida.

Volví a mi cuerpo con una sacudida repentina.”

Esto de “despachar” a la gente que cruza la frontera que separa nuestro mundo del otro es algo clásico en las ECM. Lo he leído infinidad de veces. Por eso hablé en su momento de restricciones cuando uno se mueve por los mundos astrales. En un sueño maravilloso o en una fantástica alucinación, uno goza de la posibilidad de quedarse en ese estado surrealista todo el tiempo que dure el efecto de la pastilla ingerida o lo que dure el sueño, pero en las ECM, en cambio, el tiempo dura lo

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que lo establecen estos “señores luminosos”, especie de guardianes o policías celestes que te dicen “hasta aquí llegaste, regresa a tu cuerpo que tienes todavía mucho que hacer...”, y allí termina nuestra increíble aventura. Nunca te dicen “qué cosa tienes que hacer”, simplemente te despachan diciéndote eso, a modo de sutil escusa. Esta es una de las tantas razones que me convencen, por lejos, de que estas experiencias no son sueños sino otra cosa. Pero sigamos. Un científico de fama internacional (de nombre Tom) le relató al doctor Morse la siguiente ECM cuando tenía 5 años. En esa época estuvo a punto de ahogarse en una piscina y un pariente le salvó la vida. Cuando fue trasladado al hospital los médicos de la sala de urgencias le dijeron a la familia que el niño estaba muerto… pero poco después resucitó espontáneamente, para la sorpresa de todos. Este es su relato:

“Cuando me metí bajo el agua, lo siguiente que recuerdo es que descendí por un largo túnel. La luz, que podía sentir, pasó de ser muy dura a ser muy brillante.

Después vi a Dios en un trono. Unas persona, quizás fueran ángeles, estaban abajo, mirando hacia arriba, al trono. Me senté en el regazo de Dios, y éste me dijo que tenía que regresar. “No es tu tiempo” dijo. Yo quería quedarme, pero regresé”.

Tom dijo que esa experiencia cambió su vida. Desde

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ese día se sintió impulsado por adquirir conocimientos.

Decidió estudiar Ciencia e Ingeniería, con el objeto de descubrir el orden natural de las cosas. Lo que motivó luego su firme creencia en la Vida después de la Muerte no fué una educación religiosa, como le ocurre a la mayoría de la gente, sino una experiencia espiritual propia. Una experiencia que al parecer no lo enfrentó al conocimiento científico.

Como puede verse, al bueno de Tom también lo despacharon... y eso que era un niño. ¿Cómo es eso de que Jesús dijo que los niños serán los primeros en entrar al reino de los cielos? Tal vez Tom se presentó con cara de adulto y Dios lo hizo esperar... Creo sinceramente que se deberían corregir algunos dogmas de la Iglesia pues me parece que no nos están informando muy bien sobre la verdadera relación entre Dios y los niños. O tal vez para Dios no seamos niños sino simplemente almas... Entidades celestes “sin edad”. Y ser un niño sea algo que sólo tiene valor terrenal y pero no espiritual. Debemos barajar todas las opciones posibles. Lo que sí está muy claro (y el lector lo irá comprobando cada vez más) es que las ECM no son de ninguna manera experiencias religiosas, por si hay alguno por allí que pueda “espantarse”.

Algunos viajeros (pues para mí no estan muertos

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sino que viajan por otros mundos) sólo logran ver la Luz, pero en otros casos afirman que la Luz les “habla”, como en un caso que vimos páginas atrás. Cuando esto les ocurre, no es que estan dentro de un “mundo iluminado”

sino que han contactado con una “entidad superior”. Como los espíritus son seres de luz, si un espíritu vibra (por usar un término entendible) con una intensidad astral muy alta, ese ser puede ser confundido con una luz que posee entendimiento. Aquí tenemos un caso característico:

“Sabía que estaba muriendo y que nada podía hacerse, ya que nadie podía oírme... Estaba fuera de mi cuerpo; no me cabía la menor duda, pues podía verlo en la mesa de operaciones. ¡Mi alma estaba fuera! Todo ello hizo que al principio me sintiera muy mal, pero entonces vino esa luz brillante. Parecía un poco apagada al principio, hasta que se convirtió en ese enorme haz. Era una tremenda cantidad de luz; no un gran foco brillante, mucho más.

Me daba calor y me invadió una cálida sensación. Era de un blanco brillante y amarillento...; predominaba el blanco. Tremendamente brillante, tanto que no puedo describirlo. Parecía cubrirlo todo y, al mismo tiempo, no me impedía ver cuánto me rodeaba: la mesa de operación, los doctores y enfermeras. Podía verlo todo porque no me cegaba. Al principio, cuando la luz llegó, no estaba muy seguro de lo que ocurría, pero luego me preguntó – bueno, fue algo parecido a una pregunta

– si estaba listo para morir. Era como hablar con una persona, aunque no había allí ninguna. La luz hablaba

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conmigo, sonoramente. Pienso ahora que la luz que me hablaba comprendía que no estaba preparado para morir, que se trataba más de probarme que de otra cosa. Desde el momento en que la luz me habló me sentí muy bien, seguro y amado. No es posible imaginar ni describir el amor que llegaba hasta mí. Era agradable estar con esa persona. Y tenía también sentido del humor.”

Como había dicho al principio, el viaje a la “tierra alta” no siempre ocurre por un túnel. El sujeto se dirige hacia el otro lado por otros medios, como en estos dos relatos que siguen a continuación. En cualquier caso, los viajeros suelen llegar a una especie de “frontera” o

“limite” que, por alguna razón, les es imposible superar (a mí me pusieron “ventiladores”). El sujeto en cuestión simplemente se limita a ver qué hay del otro lado de la medianera y luego, retorna rápidamente a su cuerpo. Tal es el caso de esta enfermera, que pasó por este tipo de experiencia después de dar a luz a su primer hijo.

“Esta experiencia tuvo lugar durante el nacimiento de mi primer hijo. Al octavo mes de embarazo enfermé de algo que mi doctor describió como condición tóxica y me pidió que ingresara en el hospital para tener el hijo.

Nada más acabar el parto sufrí una grave hemorragia que tuvieron dificultades para controlar. Era consciente de lo que estaba pasando, ya que, como yo misma era enfermera, comprendía el peligro existente. En aquel momento perdí la conciencia y escuché un molesto

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zumbido. En la siguiente imagen que vi navegaba en una nave o una pequeña vasija hacia el otro lado de una masa de agua. En la otra orilla pude ver a los seres queridos que habían muerto: mi madre, mi padre, mi hermana, y otros.

Podía verlos, incluso sus rostros, como los conocí en la tierra. Me llamaban y pedían que fuera allí, y mientras tanto yo les decía: «No, no. No estoy preparada para unirme a vosotros. No quiero morir. No estoy preparada para ir.» La experiencia fue muy extraña, pues durante todo el tiempo podía ver a los doctores y enfermeras trabajando con mi cuerpo, pero era más como si fuera una espectadora en lugar de la persona – el cuerpo – con la que estaban trabajando. Trataba desesperadamente de comunicarle al doctor que no iba a morirme, pero nadie podía escucharme. Todo los médicos, las enfermeras, la sala de partos, la nave, el agua y la costa distante-formaba una especie de conglomerado. Todo estaba mezclado, como si una escena tuviera sobreimpresa la otra. La nave casi alcanzó la costa distante, pero cuando iba a hacerlo dio la vuelta y tomó la dirección opuesta.

Finalmente, logré comunicar con el doctor y decirle:

«No voy a morir.» Creo que fue en ese momento cuando volví a entrar en el cuerpo y el doctor explicó lo ocurrido.

Había tenido una hemorragia posterior al parto y casi me muero, pero iba a ponerme bien.”

Aquí esta mujer tuvo una experiencia que yo llamo de simultaneidad, pues mientras iniciaba su viaje al otro mundo, todavía seguía adherida a su cuerpo físico. Eso genera en ella esa sensación de estar en el más allá y

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en el más acá al mismo tiempo. “La sala de partos, la nave, el agua y la costa distante – dice – formaba una especie de conglomerado” . Esto puede resultar algo confuso de entender para muchos de nosotros pero es algo perfectamente explicable y natural. En mi libro anterior había afirmado que la mente es un campo y como tal puede extenderse, estar simultáneamente en dos situaciones a la vez. En uno de los pocos viajes astrales que pude lograr, pude sentir la experiencia de “doblarme en dos cuerpos”. Le aseguro al lector que es una experiencia única, pues es difícil de poder comprenderla racionalmente y sin embargo, cuando uno tiene la chance de tenerla, la vive como algo simple y natural. En dicho viaje astral (no el primero que conté), sentí que me desprendía de mi cuerpo y viajaba con cierta velocidad.

Lo hacía por un lugar oscuro y no vi espíritus ni nada, era simplemente un “sentirse libre” en una dimensión ajena a ésta. Mientras me dejaba llevar, deslizándome en forma de espectro por esa extraña dimensión, podía sentir al mismo tiempo mi cuerpo físico recostado sobre la cama, que estaba totalmente quieto. Era una situación realmente divertida. Incluso podía sentir las sábanas y objetos que estaban en mi habitación, cuando focalizaba mi mente en ellos. El mismo cuerpo que reposaba plácidamente en la cama se estaba desplazando velozmente por un mundo

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oscuro pero lleno de paz. La explicación que le encuentro a dicho fenómeno es que mi mente (que es un campo y no impulsos eléctricos) estaba conectada a mi cuerpo físico y a mi cuerpo astral simultáneamente. Uno viajaba fuera del cuerpo a cierta velocidad y el otro yacía como un troco en su lecho. Era una sensación anormal que la viví con mis facultades mentales completamente plenas y sin consumo de drogas ni nada. Aquí en este nuevo relato, tenemos el caso de una mujer que, después de sufrir una muerte clínica, viajó al otro mundo atravesando una niebla gris y se encontró con su tío fallecido un año atrás. Como le ocurre a casi todos los viajeros, la despacharon de regreso a la Tierra.

“Tuve un ataque de corazón y me encontré en un hueco negro. Me daba cuenta de que había dejado el cuerpo físico. Sabía que estaba muriendo, y pensé:

«¡Dios mío, hice todo lo que pude según lo que sabía en cada momento. Por favor, ayúdame!» Inmediatamente la negrura se tornó gris pálido y seguí moviéndome y deslizándome con rapidez hasta que enfrente de mí, muy distante, pude ver una niebla gris y me precipité hacia ella. Tenía la impresión de que no me acercaba tan deprisa como era mi deseo, pero cuando me aproximé lo bastante pude ver a través de ella. Más allá de la niebla había gente, y sus formas eran como las de los terrestres.

También vi algo que podría tomarse como edificios. Todo era penetrado por una maravillosa luz: un resplandor vivo

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de amarillo dorado, pero de color pálido, no ese dorado duro que conocemos aquí. Cuando me acerqué más, me sentí segura de que iba a atravesar la neblina. Tuve una sensación de maravillosa alegría; no hay palabras para describirlo en ningún lenguaje humano. No me había llegado el momento de cruzar la niebla, pues al instante apareció en el otro lado mi tío Carl, que había muerto unos años antes. Cerró el camino, y me dijo: «Regresa.

No has completado tu labor en la Tierra. Regresa ahora.»

Si bien no quería hacerlo, no tenía otra alternativa, y enseguida estaba de vuelta en el cuerpo. Sentí un terrible dolor en el pecho y oí a mi hijo pequeño diciendo: «¡Dios mío, devuélveme a mamá!»”

Esta mujer afirmó, en su relato, que vio más allá de la niebla algo que parecía ser una población con edificios alrededor. Un lugar cubierto por una luz dorada, como si nos hablara de una especie de ciudad de luz. Estas ciudades de luz, que son centros urbanos de una belleza y exotismo no encontrados o vistos ni en nuestros mejores sueños, son también parte del inventario que pueblan las extraordinarias ECM, y el tema, además, de nuestro próximo capítulo.

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Ciudades de Luz

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La Muerte y el Sueño, como en The Sandman, van siempre de la mano. Nunca estamos más cerca de la Muerte que cuando estamos dormidos (es una frase que no me puedo cansar de repetirla). El acto de dormir es el acto de practicar diariamente la Muerte, para que cuando nos toque encontrarla al final de nuestra vida, ya la conozcamos. Es por eso que no debemos temerle a la Muerte. Debemos temerle, en todo caso, a la tragedia del vivir. A aquellos monstruos que andan sueltos por la Tierra y que nos persiguen para lastimarnos...

Desde niño siempre tuve muchos sueños. Algunos más extraordinarios y otros demasiado “grises” como para recordar. De la gran mayoría de ellos, sólo unos pocos me han quedado grabados en la memoria. Esos sueños son aquellos que han sido, para mí, los más “inolvidables”.

Un sueño inolvidable es un sueño que se sale de la norma, que supera con creces lo que uno espera de un sueño corriente. El mundo de los sueños si bien se vincula, como dice Freud, con nuestro subconsciente, se entremezcla también con los mundos astrales, con las Experiencias Cercanas a la Muerte y sus infinitos mundos paralelos.

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No siempre nuestra mente deambula por nuestro cerebro enroscado en los problemas o asuntos cotidianos. No.

Muchas veces se escapa de su coraza craneana y viaja hacia otros universos… Cuando regresa, por alguna extraña razón, se olvida de esos lugares visitados pero otras veces (las menos) las recuerda y entonces quedan grabadas en nuestra memoria como un preciado tesoro.

Es sabido que los artistas recurren a sus sueños para crear sus obras. Y cuando no lo consiguen fuman opio o algún otro alucinógeno para liberar su mente y así poder inspirarse. Pensemos en las pinturas de Salvador Dalí o de H.R.Gigerś, en la música mística de Karunesh o de Vangelis, en los cuentos de Bradbury, Le Fanú o Borges… El Arte y el Sueño están íntimamente ligados. Y eso sabemos que no es ninguna novedad. Así, en mis noches de sueño, me ha tocado visitar lugares tan exóticos y extraordinarios que me han hecho recordar por mucho las obras de esos famosos creadores. Yo tengo, afortunadamente, una facultad psíquica que la visto en muy poca gente. Y es que a menudo puedo saber cuando estoy soñando. Al darme cuenta que estoy en un sueño, elijo rápidamente interactuar dentro de él, y eso me da desde luego muchas ventajas. Al hacerlo, siento que estoy dentro de un mundo mágico, dento de otra dimensión,

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y me cuesta creer que las cosas que veo (edificios, autopistas, árboles, personas, objetos, casas, autos) sean fruto exclusivo de mi inconsciente o de mi imaginación.

Esa es una de las razones de por qué me interesaron tanto las ECM; porque los viajeros ven y concurren a lugares que son, por su exotismo y belleza, realmente extraordinarios. Tan extraordinarios que es muy difícil traducirlo al lenguaje humano. Unos de esos lugares que visitan estos viajeros pueden ser definidos como

“ciudades de luz”. Título poco apropiado para tamaña experiencia, pues los occidentales entendemos que una ciudad de luz es una especie de ciudad nocturna con

“lamparitas” que cuelgan de todos lados. Y esa idea es muy burda y completamente alejada de la realidad pues la palabra luz debe ser tomada como una metáfora y no de manera literal (perdóneme el lector si en la imagen de la primera página de este capítulo – la ciudad de Hong Kong

– ha logrado provocarle confusión).

Cuando una persona tiene una ECM o viaje astral y dice haber visitado una “ciudad de luz” está queriendo decir que visitó una comunidad revestida con un resplandor especial, mágico, sin parangón con lo visto en la Tierra.

Los viajeros dicen que los colores allí son “brillantes”, que la luz que reviste todas las cosas no parece provenir

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de ninguna “fuente” (como si la luz fuese una propiedad intrínseca de los materiales que componen todas las cosas) y que hay edificios y construcciones poseedoras de un brillo o luminosidad indescriptibles, como queriendo decir que la belleza de dicha construcciones fuera excelsa, inigualable, soberbia. La gente que vive allí (pues esas ciudades están pobladas de gente) vive feliz, en estado de gozo y paz perfectos. Hay hermosas fuentes de agua (un agua más brillante y mágica que la que tenemos acá en la Tierra) pájaros y flores exóticas, viviendas con molduras, adornos y diseños tan creativos como bellos y extraordinarios. A menudo remarcan que hay gente aprendiendo (en esas ciudades el conocimiento es muy importante) y se suelen ver gigantescas Universidades, descritas como a veces como “catedrales de luz”.

¿Cómo puedo yo describir esos lugares de esa manera si nunca tuve una ECM (se preguntará usted)? Justamente porque en algunos sueños que tuve visité lugares extraordinarios, parecidos a los vistos por esos sujetos.

Esa es la razón de por qué puedo entender a la perfección a esos afortunados viajeros; porque, aunque nunca tuve una ECM, sé perfectamente de lo que están hablando. Lo tengo tan claro que casi puedo imaginármelo. Le aseguro que si usted visitara una sola vez esos lugares, este mundo

– aún con sus “maravillas” – le parecería luego de lo más

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aburrido.

Una de las experiencias “oníricas” que jamás me pude olvidar fue la de visitar una ciudad que yo llamaría

“increíble”. Había tenido un sueño de lo más ordinario (como lo son el 99% de los sueños que tenemos) y era plenamente consciente de ello (sabía que estaba soñando) Todo era aburrido en ese sueño: los colores, las viviendas, las cosas que vivía… una porquería para no recordar. Otra frustración onírica como tantas otras que soñé. Por más que me esforzaba en vivir algo emocionante, no pasaba absolutamente nada que pudiera valer la pena. Era un sueño pobre, chato, así que me di por vencido y tomé la decisión de abandonarlo. Ya, cuando estaba a punto de salir del sueño, y sintiéndome frustrado por no haber visto nada interesante, visité – de pura casualidad – una ciudad que jamás la pude ver ni en mis mejores imaginerías… Estaba volando a gran velocidad (en mis sueños me desplazo, por lo general, volando) cuando ingreso de repente a una ciudad increíble. Como no podía controlar mi vuelo en ese momento (era como si me llevase un viento…) me limité a contemplar lo que mis asombrados ojos me trasmitían.

El lugar en el que viajaba era de noche, pero todo estaba perfectamente iluminado, como si fuera una metrópolis moderna. No vi fuentes de iluminación eléctrica por

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ningún lado, sino que el lugar estaba “iluminado”. Así de simple. La ciudad por donde yo transitaba estaba poblada de extrañas construcciones de gran tamaño. No eran casas ni edificios monoblocks sino que parecían edificios públicos, como los de las universidades o los palacios de justicia. La arquitectura de dichas construcciones eran de una belleza única: exóticas, donde se mezclaba el estilo moderno (sobrio y lineal) con el clásico y barroco. Las molduras, los biseles, las columnas y paredes, las figuras que adornaban las distintas partes del edificio, también la combinación de colores y efectos de luz... todo se combinaba de una manera perfecta, como si hubiese sido hecho por el mejor de los artistas. No existe manera de poder describirlo, pues si bien me he cansado de ver construcciones clásicas y modernas aquí en la Tierra, y muchas de ellas de gran belleza, nunca vi algo como eso.

Además todas las estructuras estaban recubiertas por un color dorado tenue pero a la vez brillante. Un color de gran belleza visual pero que trasmitía a la vez una sensación de paz, de armonía interior. Los colores no eran fríos, como los que vemos en este mundo, sino vívidos. Trasmitían una magia interna. Podía quedarme a hacer meditación trascendental con sólo contemplar esa ciudad. Y no exagero en lo más mínimo en mis palabras. Mis ojos no podían dar crédito a lo que estaba viendo, pues venía

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de un sueño de lo más vulgar para pasar a ese lugar que parecía encantado. Un lugar de otro mundo. Pensé que era una lástima no disponer en ese momento de una Pólaroid para llevarme una foto al mundo “real” y ponerlo de papel tapiz en mi computadora o hacer un cuadro para colgarlo en la pared de mi habitación. Como era consciente de que estaba soñando y que no disponía de una cámara de foto, aproveché para disfrutar de cada detalle de esa exótica y bella arquitectura. Mi visibilidad era perfecta, contemplaba toda esa belleza sin nubarrones ni nada que me perturbase. No había gente habitando el lugar, y era por demás inmenso. La ciudad parecía dormida. Sólo veía a esas resplandecientes construcciones poseedoras de una belleza exótica, de hermosos y resplandecientes colores, revestidas por un brillo dorado que parecía divino. El

“sueño” duro varios minutos, y luego, me desperté…

Es decir abrí los ojos porque en todo momento estuve despierto. Ese no es el único lugar “encantado” que visité en mis experiencias oníricas. Tengo algunas otras además de mi viaje astral. Pero sí fue la primer “ciudad de luz”

que vi. Es por eso que puedo comprender sin asomo de asombro lo que vieron estos viajeros astrales que, lejos de estar “soñando” como yo lo hice, pudieron traspasar el umbral de la Muerte para ver las cosas más asombrosas.

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Es muy importante remarcar que las llamadas ciudades de luz (cuyos relatos vamos a leer a continuación) no son ciudades materiales. Dichas ciudades, aunque son perfectamente reales y habitadas por personas que alguna vez vivieron en el Universo material, están constituidas del mismo material de los sueños. El tejido onírico es un tejido mental, y la mente se relaciona con eso que llamamos

“espíritu”. Y el mundo “material” sabemos que no existe, porque la materia es pura percepción. Lo que existe es lo que constituye eso que llamamos materia o Universo físico. Y el Universo físico o material es lo que la Ciencia nunca termina de abarcar o comprender. No tenemos todavía una teoría definitiva que abarque o unifique todo el comportamiento de la “materia”. La materia sigue siendo objeto de estudio. Es por eso que la Ciencia es tan vasta y compleja, porque su objeto de estudio (la materia) es vasto y complejo también. Así que no deberíamos preocuparnos demasiado de ello y tendríamos que concentrarnos en lo único que tenemos “seguro” y que es nuestra propia mente y nuestra propia manera de percibir psíquicamente el Universo. Pues toda nuestra experiencia humana se reduce, al fin y al cabo, a una experiencia psíquica. A cómo el sujeto internaliza toda la información que procedente del medio y construye con eso la realidad.

Como venía diciendo, los lugares que existen más allá

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del túnel son lugares espirituales, oníricos, regidos por leyes ajenas a nuestro “plano existencial”. La increíble belleza de esos lugares radica en que la mente, cuando está libre del cuerpo, percibe los objetos que le rodean con una claridad mayor a la que puede percibir cuando depende exclusivamente de sus limitados sentidos físicos.

Nuestro cuerpo, aunque necesario para poder interactuar en nuestro mundo (de lo contrario seríamos “fantasmas”), nos limita la percepción terriblemente. Esa restricción necesaria reduce el ingreso de información proveniente del medio a nuestra mente y “opaca” o desvirtúa, entre otras cosas, la belleza de los objetos materiales. Nuestro Universo desborda de belleza, y esa belleza la percibimos a menudo en la Naturaleza, en las estrellas y galaxias, en las construcciones y obras de arte que hay en nuestra civilización. Pero aún así, aunque estemos rodeados de tanta belleza, sentimos que esa belleza no nos basta.

Que esa belleza es limitada y por ende, no nos permite sentirnos satisfechos plenamente. Es por eso que la belleza “terrenal”, aunque alcance niveles excelsos, no nos hace mejores personas… Ni la belleza que hay en la música, en las pinturas, en la literatura y obras teatrales.

El vivir en un Universo bello debería hacernos más buenos y felices, pero sabemos que no es así. Vivimos, en cambio, como apagados, como si no tuviéramos luz

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interior… Nos entregamos a diario a la vulgaridad, a lo prosaico, a lo de fácil acceso. Es por eso que los estados alterados de la conciencia (que se obtienen mediante psicoactivos naturales o artificiales) son buscados por tantas personas (sobre todos jóvenes y adolecentes). En la discoteca los jóvenes se estimulan con el alcohol, el baile y la música, permitiendo que sus mentes vuelen a estados de éxtasis. También en los recitales de música los jóvenes se liberan. El sexo también libera psicoactivos que nos hacen “volar”, y es por eso que es el “deporte” favorito de muchas personas. El trabajo, la práctica de algún deporte, la meditación también libera estimulantes naturales que focalizan nuestra mente en actividades que nos llevan a un estado de bienestar interior. Por eso que hay sujetos que son adictos al trabajo, al sexo, a algún tipo de alimentos, al consumo de drogas. Siempre se busca el “placer interior”, el “bienestar mental” aunque sea mediante actividades físicas y aunque esas actividades o hábitos dañen, a veces, nuestra salud. La clave de todo eso que estoy hablando es el psicoactivo. ¿Qué es lo que provoca en el cerebro el psicoactivo? El psicoactivo lo que provoca es liberar la mente del cerebro, de su “cárcel”, para ampliar las posibilidades de percepción. Así, al tener nuestras facultades psíquicas amplificadas, podemos conectarnos fácilmente con la “otra realidad”. Otra realidad que,

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aunque nos parezca muy cercana en su apariencia, está más distante o lejos de lo que comúnmente suponemos.

Básicamente, el estado de bienestar interior sucede cuando la mente está LIBRE. Cuando la mente pueda llevarnos a explorar todas las cosas que nuestro infinito Universo nos ofrece. Por ende, la felicidad no es tanto el resultado de hacer lo que uno quiere, sino más bien que – lo que uno quiere – libere verdaderamente nuestro espíritu. Sacarnos de la cárcel cotidiana en la que vivimos inmersos. Cuando hacemos lo que queremos pero eso que queremos no nos

“libera” entonces el resultado es la infelicidad. Se deduce con eso que no existe felicidad sin CONOCIMIENTO. El conocimiento es lo único que nos hace libres (y es por eso este libro).

Es curioso que, sabiendo que la felicidad pasa por encontrar la llave que libere a nuestra mente de la atadura de nuestro cuerpo, estemos a menudo tan aferrados a la materia. Y viviendo, pues, en una sociedad tan materialista o de consumo. En realidad solemos ser materialistas porque reconocemos con franqueza nuestra incapacidad para poder liberarnos. Y, al no poder hacerlo, nos refugiamos en “pequeños paraísos”. Pero cuando el sujeto se libera de su cuerpo (como en una ECM) y descubre la realidad “tal cual es” abandona para siempre su visión

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materialista de las cosas y se apunta a vivir la Vida de otra manera. ¿En qué radicó el fenomenal cambio? Ya lo habíamos dicho: en el conocimiento. El conocimiento de que el Universo es mucho más de lo que percibimos con nuestros limitados sentidos. El descubrir que el Universo no nos ha estafado, sino que fuimos nosotros los que no supimos VER. Aquí tenemos un fabuloso relato de alguien que “vio”:

“Sufrí un paro cardíaco y estuve clínicamente muerto… Lo recuerdo con absoluta claridad… de repente me sentí paralizado. Comencé a sentir los sonidos como algo distante… Estuve en todo momento perfectamente consciente de cuanto estaba ocurriendo. Escuché como se paraba el monitor del corazón. Vi como la enfermera entraba en la habitación, llamaba por teléfono, y también cómo entraban los médicos, las enfermeras y los ayudantes. Cuando las cosas comenzaron a desvanecerse se produjo un sonido imposible de describir; era como el batir de un tambor, muy rápido, un ruido arrollador, como el de un torrente al pasar por una garganta. Me incorporé y me encontré alzado unos cuantos centímetros mirando mi propio cuerpo. Allí estaba, con gente que me atendía.

No sentía ningún miedo, ningún dolor. Sólo paz. Al cabo de probablemente un segundo o dos me pareció dar la vuelta y elevarme. Estaba oscuro, se le podría calificar de agujero o túnel, y había aquella luz brillante. Se hizo cada vez más brillante. Y me pareció atravesarla. De repente me encontré en otro lugar. Había una luz como dorada

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en todas partes. Hermosa. Pero no pude hallar la fuente en ningún lado. Simplemente me rodeaba, viniendo de todas partes. Se oía música. Me pareció encontrarme en el campo, con arroyos, hierba, árboles y montañas, pero cuando, por decirlo de alguna forma, miré a mi alrededor, vi que no había árboles ni ninguna cosa que conocemos.

Lo que me resultó más extraño es que hubiese gente. No encarnada en una forma o cuerpo, tal como normalmente la conocemos; simplemente estaban allí. Había un sentimiento de paz y de gozo perfectos, de amor. Era como si yo formara parte de ello. Esa experiencia pudo haber durado toda la noche o sólo un segundo… No lo sé”

En el más allá se suele perder la noción del tiempo.

Es algo perfectamente normal. Otro relato, esta vez con mejores detalles:

“Se produjo una especie de vibración que me rodeaba... y al vibrar me disocié de mí misma. Entonces pude ver mi propio cuerpo... Me mantuve alejada durante un rato, contemplando a los médicos y a las enfermeras trabajando sobre mi cuerpo, preguntándome qué iba a pasar. Estaba en la cabecera de de la cama, mirándoles a ellos y a mi cuerpo, y en un momento determinado una enfermera extendió el brazo para coger la cámara de oxígeno que había en la pared, encima de la cama, y al hacerlo, su brazo pasó a través de mi cuello... Después me encontré flotando, atravesé aquel oscuro túnel…

Entré en un túnel negro y salí a una luz deslumbrante…

un poco más tarde me encontré con mis abuelos, mi padre

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y mi hermano, que estaban muertos… Alrededor había la luz más bella y resplandeciente que pueda describirse.

Era un lugar muy hermoso, lleno de colores brillantes, no como los de aquí en la Tierra, sino sencillamente indescriptibles. Y en aquel lugar había gente, gente feliz… Se hallaban por todas partes, algunos reunidos en grupos, otros estaban aprendiendo… A lo lejos, en la distancia… pude ver una ciudad. Había edificios, unos separado de otros. Resplandecientes, brillantes. La gente era feliz allí. Había agua centellante, fuentes…; supongo que habría que describirla como una ciudad de luz… Era maravillosa. Sonaba una música hermosísima. Todo era resplandeciente, maravilloso… Pero que si llego a entrar allí no hubiera vuelto nunca… Se me dijo que si iba allí no podría volver… que la decisión era mía.”

Esta mujer parece que tuvo el “privilegio” de que le dejaron elegir, pues lo normal es que te despachen enseguida. Parece – según se deduce de su relato – que en ese momento no estaban presente los “policías celestiales”

(quizás estaban almorzando) y fue recibida por sujetos corrientes (ciudadanos). Seguramente optó por regresar pues no quiso abandonar a su familia, pues la mayoría de los que pasan el túnel prefieren no volver a la Tierra...

La escritora Katherine Anne Porter (autora de

“Barco de Locos”) pasó por una ECM. Quedó tan maravillada, que casi perdió el interés por vivir en este mundo (imagínense lo que habrá visto). En una entrevista

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que le hicieron relató lo siguiente:

“Yo había tenido mi visión celestial y el mundo me pareció algo aburrido después de aquello. Durante mucho tiempo, en los años siguientes, tuve la impresión de que no merecía la pena vivir en él. Y, sin embargo, tenemos fe, tenemos una fuerza interior que procede de alguna parte, que probablemente hemos heredado de alguien. A lo largo de mi vida ha habido momentos durante el día en los que he sentido, por un lado, un intenso deseo de morir, y, por otro, una impaciencia que no se podía esperar para ver el siguiente día. De hecho, si no hubiera tenido la resistencia de un gato de cristal no estaría hoy aquí”

Los viajeros que llegan a esas ciudades maravillosas suelen encontrarse, algunas veces, con centros de estudio o “Universidades”. En mi libro anterior relaté el caso de Dannion Brinkley donde, después de haberse muerto por el impacto de un rayo mientras hablaba por teléfono en su dormitorio, tuvo una ECM. En ella, Brinkley (que por entonces era agente de la CIA) visita un extraño lugar pero que define como de una increíble belleza. El lugar podría ser descrito como una “ciudad de luz” y además parecía estar repleto de “catedrales de cristal” . Era

– según él – un lugar de conocimiento y comprensión.

Nada de lo conocido en la Tierra se le parecía. Estuvo en ese lugar por un tiempo y, según sus palabras. “estaba

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más vivo de lo que nunca lo estuve en mi vida” . Allí recibió el conocimiento de lo que ocurriría en la Tierra después de su regreso, pero adquirió además facultades psíquicas sorprendentes. Lo gracioso de su conducta era que su ECM le había quitado las ganas de “vivir”. ¡Quería morirse de nuevo! Pero el doctor Moody le convenció de que dejara que sus médicos le ayudaran (había quedado mal del corazón después de recibir el impacto terrible del rayo) y así desistió. A parte de Brinkley, otro joven visitó estas extrañas “Universidades” después de pasar por una ECM:

“En ese momento yo estaba en una escuela o Universidad… y era algo real. No eran imaginaciones mías. Era como una escuela, no había en ella nadie, y, sin embargo, había mucha gente, pues si uno miraba alrededor, no veía nada… pero si prestaba atención, sentía, notaba la presencia de otros seres alrededor…

Era como si me llegasen lecciones y tuviese la certeza de que seguirían llegándome… No hay palabras para ello. No es posible describirlo. No se puede comparar con nada de éste mundo. Los términos que uso están muy lejos de lo que quiero describir por medio de ellos… pero es todo cuanto puedo hacer, porque se trata de un lugar donde el lugar es en sí conocimiento… se absorbe conocimiento. Súbitamente conoce uno las respuestas a todos los interrogantes… Es como si uno enfocase mentalmente un objetivo fotográfico hacia un punto determinado, y el conocimiento, como en un

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efecto “zoom” empezase a fluir desde ese sitio hacia uno, automáticamente… Es como si uno hubiese seguido una docena de cursos de lectura acelerada. Yo sigo buscando el conocimiento. Uno puede encontrar por sí mismo el conocimiento. Pero yo rezo para que se me conceda buen juicio, buen juicio por sobre todas las cosas”

Hay personas que, en vez de visitar Universidades celestiales tienen, en cambio, algo que se conoce como visión de conocimiento:

“Eso parece que ocurrió después de pasar mi vida ante mí. Era como si de repente tuviera el conocimiento de todas las cosas, de todo lo que había comenzado desde el principio de los tiempos, de todo lo que seguiría durante toda la eternidad, durante un segundo me pareció conocer todos los secretos de todas las edades, todo el significado del Universo, de las estrellas, de la Luna…, de todo. Pero tras mi decisión de regresar esos conocimientos se perdieron, y no recuerdo nada de ellos.

Parece ser que cuando tomé esa decisión se me dijo que no retendría nada de ese conocimiento. Pero mis hijos me seguían pidiendo que regresaran… Este todopoderoso conocimiento se abrió ante mí. Me decían, al parecer, que iba a seguir enferma durante bastante tiempo y que estaría en peligro de muerte otras veces, y, ciertamente, lo estuve en varias ocasiones posteriormente. Me dijeron que parte de esto sería para que se me borrase ese todopoderoso conocimiento que había recogido…que se me había otorgado el conocimiento de los secretos universales y que tendría que transcurrir algún tiempo

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para que olvidase ese conocimiento. Pero sí conservo el recuerdo de que una vez lo supe todo, de que eso ocurrió, pero que no era un don que conservaría si regresaba.

Más yo opté por regresar junto a mis hijos… Y también aquella sensación que tenía de conocerlo todo desapareció cuando retorné a mi cuerpo. No sé cómo explicarlo, pero yo sabía, conocía… durante un minuto no hubo pregunta que no tuviese respuesta. Cuánto tiempo tuve ese conocimiento, eso no podría decirlo. En todo caso no se trató de tiempo terrenal.

Frente a la “lógica idea” de que es inútil buscar el conocimiento aquí en la Tierra porque allá en el “Cielo”, al fin de cuentas, terminaremos sabiéndolo todo... la mujer, con énfasis, respondió:

“¡No! Uno sigue queriendo buscar el conocimiento incluso después de regresar aquí. Yo continúo tratando de encontrarlo… no es una tontería tratar de hallar las repuestas en éste mundo. Yo tenía en cierto modo la sensación de que eso constituía en parte la finalidad de nuestra peripecia personal… pero que ese conocimiento no era sólo para una persona, sino para que se beneficiase de él toda la humanidad. Estamos siempre tendiendo la mano para ayudar a los demás con lo que sabemos.”

Una señora de mediana edad nos cuenta también su ECM:

“Hubo un momento en esto – bueno, no hay manera

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de describirlo – que fue como si yo supiese todas las cosas… Durante un momento, allí, fue como si la comunicación no resultase necesaria. Tenía la certeza de que cualquier cosa que quisiese saber, podría saberla

Otra experiencia que se relacionan con la visión de conocimiento es la visión de futuro. En ella, al sujeto se le permite tener una instantánea de lo que le va a ocurrir en su vida futura o lo que le puede ocurrir a su comunidad. Einstein decía que el tiempo no es algo que

“transcurre” sino que, contrario a lo que opina nuestro sentido común, es una parte más del espacio. Es decir que el futuro no es algo que se nos “viene encima” sino algo que, sencillamente, está ahí esperándonos, como si viéramos algo a la lejanía. Parece que Michelle Sorenson lo comprobó, pues afirma que vio su futuro. Ella es una investigadora que, de adolecente, se había lesionado de una pierna. Después de una infección de la sangre y el hueso la pobre estuvo a punto de morirse. Esta es su historia:

“De pronto estaba encima de mi cuerpo, mirando hacia abajo, desde una esquina de la habitación. Sentía un calor maravilloso y nada de frío. Un hombre estaba de pié detrás de mí. La calidez parecía llegarme de esa persona y extenderse a mi alrededor. No me di la vuelta.

Miraba aliviada mi forma, que estaba en la cama. Estaba en paz, sabía que estaba muerta. Entonces pensé: ¡debería

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haber hecho esto antes! A lo largo de los años, me ha sido muy difícil explicar cómo me habló este hombre. Y sin embargo lo hizo, y la comunicación fue tan cálida, y amorosa y pacífica que sabía que la luz blanca radiante era su amor. Sabía lo que yo había estado pasando, y su compasión me hizo descansar.

- Estás muerta. Lo sabes, dijo

- Sí, lo sé. ¡Es estupendo!

- ¿Realmente quieres estar muerta?

- Oh sí ¿Por qué no, si todo esta es tan maravilloso?, pensé en la Luz y el amor

Mirándome a mí misma, allí abajo en la cama, vi que mi amiga pasaba la mano por mi frente y luego por el cuello para encontrar el pulso. Estaba llorando. Otras personas de la habitación gritaban que yo estaba muerta.

Vi los rostros de mi madre y de mi hermano. El vivía lejos y estaban llamando por teléfono. Vi toda una red de líneas telefónicas, con los rostros de la gente al teléfono.

Me produjo tristeza que se sintieran tan turbados, pero pensé que ya se les pasaría. Incluso mi madre y mi padre hubieran querido que yo me liberara del dolor que estaba sufriendo.

- Pero mira lo que te estás perdiendo, dijo la voz Vi a un hombre alto y rubio caminar con dos niños.

La niña daba saltos moviendo los rizos de su pelo. El otro era un niño. Reconocí que era mi familia futura. ¡Sentí un deseo de mi marido e hijos antes incluso de haberle

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conocido! La bendición que sentía como persona muerta disminuyó temporalmente. Empecé a dudar de la alegría de estar muerta antes incluso de haber experimentado la plenitud de la Vida.

- Sí. Quiero regresar, dije. Y regresé.

La Luz cambió la vida de Michelle. La iluminó.

Se convenció de que la Vida tiene un propósito. Según sus palabras “Me di cuenta que no había que temer a la Muerte. El único miedo auténtico es el de no realizar nuestro trabajo en la Vida” . El tiempo transcurrió por su cauce y Michelle conoció a un hombre rubio jugador de baloncesto. Se casó con él y tuvo dos hijos: un niño y una niña. Su futuro se había cumplido.

Un hombre que vive en EE.UU (o vivía, pues debe tener ahora unos 80 años) pero que se crió en Inglaterra, a la edad de 10 años tuvo un ataque de apendicitis y tuvo que ser operado. Le escribió una carta al doctor Kenneth Ring, uno de los tanatólogos más importantes del mundo, relatándole su increíble experiencia. Este relato lo puse en mi libro anterior pero lo transcribo de nuevo por lo detallado y extenso:

“Después de la operación, durante la convalecencia, noté que tenía unos extraños recuerdos sobre algunos acontecimientos que se iban a producir en mi vida futura.

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No sé cómo llegaron hasta mí… pero allí estaban… Sin embargo, en ese momento (1941), y en realidad hasta 1948, me limité a no creer en ellos… “Te casarás a los 28 años” Ese fue el primero de los recuerdos, y fue percibido como una afirmación categórica. No había en él ninguna carga emocional. Y eso ocurrió de verdad, aunque el día de mi cumpleaños no había encontrado todavía a la persona con la que me iba a casar. “Tendrás dos hijos y vivirás en la casa que vez” A diferencia de la primera predicción, esta fue sentida, tal vez sea más correcto decir experimentada. Tengo el recuerdo vivo de estar sentado en una silla, desde la que se podía ver dos niños jugando en el suelo frente a mí. Yo sabía que estaba casado, aunque en esa visión no aparecía la persona con la que estaba casado. Ahora bien, una persona casada sabe lo que significa estar casado, porque ella está casada, pero para una persona soltera es imposible saber lo que es estar casado ¡Sobre todo si se trata de un niño de 10

años! Es este sentimiento tan extraño e imposible lo que recuerdo con tanta claridad y por eso ese incidente se ha quedado grabado en mi mente ¡Tuve el “recuerdo” de algo que se iba a producir casi 25 años después! Pero yo no estaba viendo el futuro, en el sentido convencional, estaba experimentando el futuro. En este incidente el futuro estaba presente. En esa experiencia veía directamente en frente de mí y a la derecha, como ya he indicado. No pude ver a mi izquierda, pero yo sabía que la persona con la que estaba casado estaba sentada en ese lado de la habitación. Los niños que jugaban en el suelo tenían unos cuatro y tres años, el mayor era una niña y era morena, el pequeño era rubio y era menudo. Pero resulta

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que son dos chicas. Y también me daba cuenta que detrás de la pared había algo muy extraño que yo no entendía del todo. Mi mente consciente no podía comprenderlo, yo sólo sabía que había algo diferente allí. Ese recuerdo, de repente, se hizo presente un día de 1968, cuando estaba yo sentado en una silla, leyendo un libro y se me dio por echar una mirada a los niños… entonces me di cuenta que ese era el “recuerdo” que tenía desde 1941. Entonces empecé a darme cuenta de que esos extraños recuerdos significaban algo. El extraño objeto que estaba detrás de la pared era un radiador de aire. Ese tipo de radiador no se utilizaba (y que yo sepa sigue sin utilizarse) en Inglaterra.

Esa es la razón por la que no pude comprender lo que era; no estaba en mi esfera de conocimiento en 1941”

Einstein debe estar ahora contento “en el más allá”

sabiendo que su teoría del espacio-tiempo es correcta...

Seguro que debe estar dando clases en alguna de esas Univesidades de luz... Bueno. Aquí terminamos este capítulo y espero que al lector le haya gustado. El saber que una ciudad de luz nos espera el día que nos toque partir es, por demás, gratificante. ¿Qué desafíos nos esperan cuando bajemos del barco en esa gran ciudad?

Por desgracia no lo sabemos. Seguramente, cuando nos encontremos con algún familiar fallecido, nos pondrá rápidamente al tanto de eso. Y entonces esta vida, con todas sus dificultades, será para nosotros un viejo y remoto recuerdo. Un sueño mal avenido. Un lugar que,

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por millonarios que hayamos sido, no querríamos más regresar… Mientras tanto, mientras nos toque seguir viviendo acá, en este duro y difícil planeta, tendremos que seguir haciendo “nuestro trabajo”, que no es otra cosa que el hacer cosas positivas para nuestra comunidad, desde el lugar que nos toque desempeñarnos; como docentes, comerciantes, empresarios, trabajadores, políticos y locutores de radio. También como escritores.

En todas las historias hasta aquí vistas, los sujetos que pasan por una ECM traspasan la frontera que nos separa del más allá. Pero el más allá no es algo que sólo se visita. A veces, como los fantasmas, nos visitan a nosotros... Los desencarnados, antes de partir, suelen despedirse de sus seres queridos para trasmitirles un breve mensaje, generalmente de tranquilidad. Un mensaje que intenta minimizar el efecto del dolor de la separación.

Otras veces mantienen charlas más prolongadas como si nada hubiera pasado. Se comunican con nosotros mientras estamos dormidos, en un extraño y misterioso sueño, e incluso en la vigilia bajo la forma de una fugáz neblina. También lo hacen por teléfono… ¿Existen los llamados de ultratumba? ¿Puede un ser “inmaterial” discar nuestro número de teléfono y hablarnos? ¿Existirán esas historias solamente en las películas japonesas de terror

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o serán también parte de nuestra compleja y misteriosa

“realidad”? Lea el próximo capítulo y lo sabrá.

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Voces del Más Al á

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Capítulos atrás toqué el tema de los fantasmas, entidades que para muchos sólo existen en la mente de gente supersticiosa o en las películas japonesas de terror.

Imaginar que un fantasma se nos aparece representa la fantasía o el deseo de muchos. Pero una cosa es que un fantasma se aparezca y otra muy distinta es que nos

“hable”. Y mucho menos que nos hable por teléfono... Me empecé a interesar sobre este tema cuando leí la obra del doctor Rogo, que recopila un montón de información al respecto de las ECM. Pero me interesé mucho más por el tema cuando, estando una mañana en la clase de Inglés, una compañera mía de curso nos contó la conmovedora historia de su hijo muerto. Era una mujer de unos 70 años aproximadamente pero de una lucidez mental excepcional, aparte de buena persona. Estábamos hablando sobre las posibilidades de vida tras la muerte del cuerpo, cuando, de repente, salió a la luz su dolorosa historia. Resulta que su hijo había fallecido en un accidente automovilístico, si mal no recuerdo. Después del trágico hecho, había pasado alrededor de un par de días cuando una amiga o conocida del muchacho (que no estaba enterada del

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suceso) le llamó por teléfono a la madre, es decir mi compañera de curso, y mantuvo una conversación con ella. En dicha conversación, la amiga se entera de la fatal muerte de su amigo. Supongamos que el muchacho falleció un día viernes. La muchacha no daba crédito al asunto pues, según ella, el joven le había llamado a ella al primer o segundo día siguiente al accidente (es decir el sábado o el domingo). En el llamado, el muerto mantuvo una charla con ella donde le informa que “estaba bien”, respuesta que la amiga interpretó como que “la estaba pasando bien en el lugar donde estaba”. Mi compañera le aseguró de que eso no era posible pues había fallecido un día viernes. Pero la amiga insistía en que sí, que su hijo le había llamado… La madre y la joven estaban totalmente confundidas, pues no entendían la lógica de ese extraño suceso. Ambas se conocían bien y sabían que no se les ocurriría “jugar” con algo tan doloroso como la muerte de un ser querido. Todos en el curso escuchamos con atención y sin interrupciones la asombrosa historia de mi compañera. Muchos no sabían qué pensar, pero a nadie se le ocurrió dudar de ella.

La pregunta que todos nos hacemos es ¿Puede comunicarse por teléfono una persona muerta? Y la respuesta es SI. Los muertos pueden comunicarse con

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nosotros desde el lugar en donde estén. Según un encuesta realizada por el doctor W. Dawi Rees, quién entrevistó a 293 viudas y viudos, cerca del 50% de ellos creían haber establecido contacto fugaz con su pareja muerta. Eso no ocurría sólo fugazmente sino durante muchos años. Otro informe, realizado por los doctores Kalish y David K. Reynolds arrojó que de 434 adultos de origen negro, japonés, mexicano y caucásico, más de un 50% de las mujeres y del 33% de los hombres declararon haber experimentado contactos espontáneos con personas fallecidas. La mayoría de las veces eran mediante sueños, pero sueños más vívidos que lo normal. Otras veces se aparecían mediante voces, apariciones o presencias percibidas psíquicamente. Otro estudio en Chicago, realizad sobre 1500 personas, el 25% declaró a cerca de contactos espontáneos con los muertos. Esto indica que este tipo de experiencia no depende ni de razas ni de nacionalidades ni de clase social. Incluso de religión.

Es un fenómeno universal. La historia de mi compañera no terminó allí. Un día, cuando unos amigos del joven visitaron su casa, uno de los muchachos se apartó del grupo allí reunido y se dirigió al dormitorio de su amigo fallecido. Ya dentro de su habitación, parece ser que el joven presintió su presencia. Y entonces le “llamó”. Le dijo a su amigo que si estaba allí de verdad le diera una

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“señal”. En el dormitorio había una estantería con libros y después del llamado, la estantería se cayó repentinamente, sin ninguna causa aparente, haciendo un desparramo de libros por todo el piso. El joven salió conmocionado de la habitación mientras que todos los presentes se dirigieron al lugar y fueron testigos del milagroso suceso.

En el interesante libro del doctor Scott Rogo existen muchos testimonios semejantes a éste. La esposa del escritor Ronald Beard, por ejemplo, había muerto y éste había viajado a Roma para intentar recuperarse de su trauma emocional. Era un mes de Marzo de los 60´

y el cuerpo de su esposa reposaba en un cementerio británico. Una mañana, cuando Beard dormitaba aún en el hotel, sonó su teléfono y la operadora le anunció, asombrosamente, una llamada persona a persona de su esposa (es decir que la operadora escuchó también la voz de la mujer) Poco después una voz fantasmal se dejó oír en línea. Era ciertamente su mujer que recitaba unas palabras de uno de sus propios poemas. Poco después, su vos fantasmal se dejó de oír en línea. Otro caso interesante es el del prominente médico de Los Ángeles (EE.UU) John Medved. En 1977 se había comunicado con varios parapsicólogos para hallar una resolución a su “problema”.

Resulta que al morir su madre en 1974, Medved viajó a

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su pueblo natal en Idaho, pues ella siempre había deseado ser enterrada allí, y colaboró con los arreglos para su funeral. Al siguiente día de su regreso, Madved recibió una llamada de su madre a las 6.30 de la mañana. El doctor Madved le contó a un colega que “Cuando dije hola, la voz del teléfono dijo Johnny. Era un sonido raro y pensé que era una de mis hermanas. Sonaba acongojada, como llamando a causa de un problema”. Luego le dijo que preguntó si había algún inconveniente, pero la voz sólo repitió su nombre, pronunciándolo pavorosamente

“Johnnnyy…”. Madved repitió “Qué sucede? ¿Quién es?”. Luego dijo que empezó a sentirse “acalorado”. La extraña voz le preguntó a continuación “Eres tú Johnny querido”. Madved le confesó a su colega médico que

“Para entonces ya no sabía si alguien me estaba haciendo una broma o algo por el estilo. Alcé el tono de mi voz:

“Qué sucede? dije, ¿Quién es? La voz seguía repitiendo lo mismo hasta que dijo “Tu madre”. Según Madved, la voz que escuchó era el timbre exacto de su madre. No tenía duda al respecto. Lo que corrobora que no fue una broma macabra sino una auténtica comunicación.

Mary Meredid, ama de casa que vivía en Oklahoma, tenía una prima llamada Shirley Jean, con la que eran muy unidas. Un día recibió una carta donde se enteró

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que su prima había fallecido. Mientras leía la carta, suena el teléfono y una voz le dijo “Hola Mary, soy Shirley Jean” . Mary, sorprendida preguntó “¿Quién?” y la voz repitió “Soy Shirley Jean”. La voz era la misma que la de su prima, pero Mary, desconcertada, pensó que eso no podía ser cierto y respondió “¿Qué clase de persona es usted? ¿Es una enferma? ¿Qué clase de persona puede hacerle esto a alguien?” . Luego de eso Mary cortó. La señora Meredid le contó al doctor Rogo que “Quedé tan trastornada que debí echarme a la cama. Entonces el teléfono volvió a sonar y, recobrando como pude la calma, respondí. Era la misma voz y le dije: quiero saber quién es usted. Y la voz me contestó: “Mary, soy yo Shirley Jean. ¿Te encuentras bien?” Intente no perder la cabeza y pregunté: ¿Cómo supiste que he estado enferma? Ella dijo: “Estuve en el hospital contigo” Lo negué, pero ella insistió que había estado.” Mary le dijo al doctor que nadie en Oklahoma sabía que ella tenía una prima llamada Shirley Jean, lo que significa que no fue una broma de mal gusto. Respecto a Shirley, podemos suponer que ahora continúa con una existencia espiritual y sigue pendiente de lo que le pueda ocurrir a su querida amiga.

¿Cómo es posible que un muerto se comunique por

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medios físicos? A simple vista parece imposible. Habíamos visto que los fantasmas tienen grandes dificultades para hacerse ver y escuchar frente a los vivos. De no ser así, veríamos fantasmas por todas partes y escucharíamos sus murmullos todo el tiempo. Sabemos que los fantasmas suelen sentirse solos y buscan el contacto con los vivos afanosamente mientras siguen adheridos al “plano físico”.

Pero meditando sobre el tema, llegué a la conclusión que en realidad ellos no se comunican por medios físicos sino que logran influenciar sobre nuestra mente… Es nuestra mente la que los escucha, no nuestro oído. Si sentimos el sonido del teléfono, no es que haya sonado el teléfono sino que el “ring, ring” ha sonado en nuestra mente. La mente no siempre necesita oídos para escuchar, y eso lo sabemos por teoría y por experiencia. Al oír la llamada “fantasmal”

nos dirigimos al teléfono y nos comunicamos con la voz del difunto, que inmediatamente nos habla, seguramente para trasmitirnos un mensaje que nos deje tranquilo (la mayoría de las llamadas de ultratumba se realizan a poco de morirse el sujeto). Pero la llamada nunca existió físicamente. Y si tenemos dudas podemos consultar las llamadas registradas de nuestro teléfono o celular. Para nuestra sorpresa, verificaremos que las llamadas no existen… Una notable actriz de Hollywood, que pidió reservas sobre su identidad, contó que, cuando tenía ocho

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años de edad, en el día de Acción de Gracias, estaban en la casa de una amiga de la familia y había mucha melancolía es día porque dos años antes había muerto la hija de esa señora en un accidente automovilístico cuando venía de la Universidad. El teléfono sonó y ella, que era una niña, tendió el teléfono. “Oí a la operadora anunciar una llamada por cobrar. Mencionó el nombre de la dueña de casa y de su hija fallecida. Yo era apenas una niña y el hecho me perturbó lo suficiente como para decir “espere un minuto”. Fui a buscar a la amiga de mi madre. Cuando ella escuchó, se puso blanca y se desmayó. Después me enteré de lo sucedido aunque mantenían el asunto fuera de mi alcance. Supe que había oído a su hija – que había estado muerta dos o tres años – que la hablaba”. La actriz dijo que la madre llamó a la compañía telefónica para saber si tenía registrada la llamada, pero ellos no registraron ninguna llamada… ¿Habrán los empleados de la empresa revisado mal los registros telefónicos? Lo dudo. Lo más claro para mí es que esa llamada no era una llamada normal. Veamos otro caso. Un hombre de mediana edad había sido testigo de una de estas llamadas fantasmales, cuando vivía en una granja con su abuela.

El teléfono en cuestión era usado por vecinos y visitantes abusivamente, por lo que su abuela, harta de ello, lo desconectó. Sin embargo, una tarde, la campanilla sonó…

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Era una llamada de larga distancia de una amiga de West Virginia que decía que “todo está bien” que “ella se estaba yendo” y que el hombre “oiría más de unos cuantos días” La voz le pareció al sujeto hueca y lejana.

Al enterarse de esta llamada, la abuela, perpleja, se quejó a la compañía de teléfono a cerca de por qué no le habían interrumpido el servicio y ésta envió a un electricista para resolver el asunto. El electricista examinó la línea y luego le informó a la abuela que, ni el poste de entrada ni en la casa, estaban conectados al cable. Días después, tal como estaba anunciado, llegó una carta con la noticia de la muerte de la amiga, en el mismo momento de la extraña llamada.

Bonnie y C. E. Mac Connell Eran amigos de la escritora y filántropa Enid Johlson, quien en su vejez había empobrecido y enfermado. No podía a hacer frente a sus cuentas médicas y terminó siendo rechazada en un hospital y otro (EE.UU tiene uno de los sistemas de salud peores del mundo. Pueden ver la película “Sicko” de Michael Moore para comprobarlo) Su esperanza era escribir un libro que la señora Mac Connell respaldaba, pero la obra nunca fue escrita y las amigas perdieron contacto. Después de varios meses, los Mac Connell recibieron una llamada de Enid un día domingo. Su voz sonaba joven y vibrante,

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como en los buenos tiempos. Explicó que había sido transferida al sanatorio Judío Handmaker y, recordando que su cumpleaños era sólo unos días después, la señora Mac Connell se ofreció a llevarse una botella de regalo.

“No la necesito ahora”, contestó la voz, y siguió hablando del tipo de atención que estaba recibiendo y del libro aún inconcluso. Admitió “que nunca se había sentido más feliz” . La conversación duró alrededor de media hora. El día viernes, la señora Mac Connell decidió llamar a Enid al sanatorio Handmaker y sobrevino la conmoción. La operadora le informó que Enid Johlson había fallecido el domingo anterior a las 10.30, varias horas antes de que los MacConnell recibieran la llamada.

Obsérvese que los muertos, cuando se comunican con nosotros, tienen bien en claro que están muertos, aunque no lo revelan, seguramente, para no confundirnos o alarmarnos (ellos saben que tarde o temprano nos enteraremos de eso y es mejor que sea así). La mujer rechazó la botella que le ofrecían diciendo “no la necesito ahora” ¿Por qué dijo ahora? Finalmente la mujer termina diciendo “que nunca se había sentido más feliz”, lo cual nos revela que ya había superado su dura enfermedad, aunque no la recuperación de su cuerpo físico…

El 21 de febrero de 1977 la policía de Chicago

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descubrió el cuerpo apuñalado y parcialmente quemado de Teresita Basa, de 48 años. Era una filipina que trabajaba en el hospital Edgwater, como terapeuta respiratoria y era estimada por sus compañeros de trabajo.

La policía al principio sospechó de su amante, pero, tras el interrogatorio, descartaron la hipótesis y se hallaron sin pistas. Sin embargo, el espíritu de Teresita Basa no encontraba descanso y tomó contacto con la esposa del doctor José Chua, una mujer que había trabajado en el hospital Edgwater en la época del crimen. Una noche, estando ambos en la cama, la mujer del doctor Chua empezó a hablar en tángalo, lengua nativa de Filipinas y dijo “Ako´y (soy yo) Teresita Basa” y denunció que su asesino era un ordenanza del hospital, llamado Allan Showery, cuyo móvil había sido robarle unas joyas. La señora Chua salió del trance y su marido quedó asustado y preocupado. La cosa no terminó allí y la señora Chua tuvo otro trance, y la voz se quejó de que Showery siguiera impune y que hubiese regalado su anillo de perlas a su conviviente. Hubo una tercera comunicación y entonces la señora Chua no aguantó más y decidió dar parte a la policía. Los inspectores que intervinieron en el caso fueron Joseph Stachula y Lee Epplen, que no dieron mucho crédito a lo contado por los Chua, pero que aún así decidieron emprender su tarea con profesionalidad.

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Los policías le preguntaron al matrimonio si Teresita Basa había declarado una violación el día del crimen, y el doctor Chua contestó negativamente. Esta respuesta convenció a los policías pues sabían, por el informe del médico forense, que Teresita Basa había muerto virgen, es decir que los Chua no falseaban su testimonio. Acto seguido los detectives empezaron a investigar a Allan Showery y en una pesquisa en su vivienda encontraron las joyas robadas de la mujer asesinada y el anillo de perlas en manos de su amante. Showery fue arrestado y confesó posteriormente su crimen.

En West Virginia, en 1897, una joven mujer llamada Zona Heaster Shue fue asesinada por su esposo al pié de las escaleras de su casa. El hombre era un herrero y ocultó la verdad, haciéndolo pasar por un accidente. Su mujer fue enterrada, entonces, sin denuncia ni autopsia.

Después del incidente, la madre de Zona empezó a recibir las visitas de su hija asesinada, y allí se enteró de la verdad. A pedido de la madre, la Justicia ordenó la exhumación del cadáver y se descubrió la evidencia del crimen. En el juicio, la señora Heaster declaró que su hija se le apareció cuatro veces y que le contó que el marido la había matado porque ella demoró su cena. El jurado deliberó 10 minutos antes de condenar al criminal.

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Una ama de casa, cuya madre murió en 1959 a los 49 años, dijo que su madre la visitaba en sueños... El recibir la visita de un pariente fallecido mientras estamos soñando es una experiencia bastante común oírla en boca de muchas personas. Si es verdad que nunca estamos más cerca de la Muerte que cuando estamos dormidos, este tipo de “visitas nocturnas” no debería sorprendernos para nada.