hace
catorce
años.
JUAN.—Esa antigüedad demuestra que soy un
hombre
honrado
y
probo.
PAULA.—Eso lo que demuestra, es que eres un
tonto.
JUAN.—Gracias.
10
CARMEN.—Un
bobo
que
no
ha
sabido
aprovecharse
de
las
circunstancias.
JUAN.—Bueno; sea lo que ustedes quieran, pero
déjenme
al
menos
trabajar
un
rato.
PAULA.—¡Trabajar!... ¿Y qué es lo que trabajas,
15
vamos
á
ver?
CARMEN.—Eso; ¿qué es lo que trabajas?
JUAN.—Estoy poniendo en limpio una minuta del
jefe.
PAULA.—¡Poniendo en limpio! Para eso sirves tú,
para ser el mozo de la oficina, para limpiar lo que
otros
20
ensucian.
JUAN.—¡Señora!
CARMEN.—Para llevar el peso de todo, mientras
que
los que cobran grandes sueldos se pasean ó
conspiran
en
provecho
propio.
25
JUAN.—Señora: poner en limpio una minuta es
copiar
en letra clara y correcta una nota del jefe.
PAULA.—¡Claro! Como que la mayor parte de los
jefes
no
saben
escribir.
CARMEN.—Lo que dice ese diputado: son
paniaguados
30
de
los
[Pg
74]ministros.
JUAN.—En fin: ¿me hacen ustedes el favor de
dejarme
concluir?
CARMEN.—¡Ay! Si yo hubiera sabido para lo poco
que
tú
servías,
no
me
caso
contigo.
JUAN.—(¡Ay! ¿Por qué no lo supo?) 5
PAULA.—Ni yo consiento en semejante unión.
JUAN.—Ni yo hubiera tenido una suegra tan...
amable
como
usted.
PAULA.—Parece que lo dices con retintín.
JUAN.—Lo digo como lo siento, señora. 10
CARMEN.—No
haga
usted
caso.
PAULA.—¿Cómo
que
no
haga
caso?
JUAN.—(¡Adiós!
¡El
diluvio!)
PAULA.—Ha de saber tu marido que debe
considerarse
muy honrado con haber entrado en una familia 15
como la nuestra. Somos nobles por los cuatro
costados.
JUAN.—(¡Y
sin
una
peseta!)
PAULA.—¿Lo
duda
usted?
JUAN.—No,
señora.
PAULA.—Y si hoy, por circunstancias de la vida, no
20
nos vemos muy desahogados, nos han envuelto en
ricos
pañales, y mi familia ha levantado siempre su
cabeza,
aun
en
presencia
de
los
magnates.
JUAN.—No
lo
dudo,
señora,
pero...
PAULA.—Déjeme usted en paz, mamarracho. 25
JUAN.—Gracias.
CARMEN.—Tiene
razón
mamá,
tú
debes
considerarte
honradísimo
con
haberte
casado
conmigo.
JUAN.—¿Quién lo duda, mujer, quién lo duda?
PAULA.—¡Como si mi hija no hubiese tenido más
pretendientes30
[Pg
75]que
usted!
JUAN.—Vaya, con permiso de ustedes me voy á
escribir á otra habitación. ( Recoge los papeles. ) PAULA.—Vaya
usted
enhoramala.
JUAN.—Gracias, señora, gracias. (¡Por vida de mi debilidad de carácter!) ( Vase. ) 5
ESCENA II
DOÑA PAULA y CARMEN
PAULA.—Tú tienes la culpa. Si le hubieras dicho á
tu marido que con cinco mil reales de sueldo, y lo
poc
que le dejó su tío el extremeño, no era posible establecer
una familia como la nuestra, no sucedería esto.
CARMEN.—¡Es
verdad;
pero
de
habérselo
advertido
10
antes,
no
se
hubiera
casado
conmigo!
PAULA.—¿Y qué? No te hubieran faltado
proporciones
mejores.
CARMEN.—¡Llevábamos ya tantos desengaños!
PAULA.—Pues mételo en algo; haz que sea algo...
15
hazlo... cualquier cosa, mujer, hazlo, cualquier
cosa.
CARMEN.—¡Si tiene un carácter tan débil que no
sirve
para
nada!
PAULA.—¡Ay! Si yo llevara pantalones y tu
marido
enaguas...
20
CARMEN.—Ó yo.
ESCENA III
DICHAS y LUISA
LUISA.—Pues señor, he estado una hora en el
balcón
y ése no parece, ni viene por lo visto.
[Pg
76]PAULA.—¡Otro
que
bien
baila!
LUISA.—Y me he quedado helada. ( Se sienta al brasero. )
PAULA.—Ya verás cuando venga como le hablo yo
claro. Hace tres meses que estáis en relaciones, y herrar
ó quitar el banco. Tú ya no estás para perder el tiempo.
5
Que
se
case
con
mil
diablos.
LUISA.—No, mamá, con mil diablos no; basta que
se
case
conmigo.
PAULA.—Bueno; pero que se decida de una vez.
CARMEN.—Si es que ésta no sabe. Yo no tuve
relaciones
10
con Juan más que el tiempo preciso para arreglarlo
todo.
PAULA.—Y
aun
eso
es
mucho.
LUISA.—Sí; pero no vayan ustedes por querer
darle
prisa
á
hacer
que
se
escame.
15
PAULA.—¿Cómo que se escame? ¿Y qué más
puede desear él? ¿Qué es el tal Felipe? Un músico,
un pianista sin lecciones, que porque obtuvo un premio
en el Conservatorio ya se cree más músico que
Metternich.
20
LUISA.—No, mamá, si Metternich no fué músico.
PAULA.—Bueno; pues Metternach, es igual.
CARMEN.—Tiene razón mamá; la solfa da poca
grasa
á
los
garbanzos.
PAULA.—Más cuenta te hubiese tenido hacerle
caso
25
al teniente de casa de las de González.
LUISA.—¡Toma! Ya le hice todo el caso posible,
pero cuando se enteró que no teníamos un real, se
llamó
andana
y
me
dejó
plantada.
PAULA.—¿Y quién le dijo á él que no teníamos un
30
[Pg
77]real?
LUISA.—Las
de
González,
sin
duda.
CARMEN.—¡Envidiosas! Como ellas no han
podido
casarse,
y
ya
son
jamonas...
PAULA.—¿Qué han de casarse con aquellas narices
que parecen mangas de riego? Y eso que se han pasado
5
la vida dando reuniones para ver si enganchaban á
alguno.
LUISA.—¡Ah! Á propósito; ¿han leído ustedes en
La Correspondencia que esta noche dan una reunión?
PAULA.—¡Cómo! ¿Reciben los González y no nos
10
han
convidado?
CARMEN.—¡Qué
grosería!
LUISA.—Aquí,
aquí
lo
dice:
( Coge
«La
Correspondencia»
y lee. ) «Mañana,» que es hoy, «inauguran sus reuniones de invierno los señores de González,
para
cuya
15
fiesta han invitado á sus numerosos amigos.»
CARMEN.—No
hay
duda.
PAULA.—¿Y no nos han convidado á nosotras?
¡Qué
grosería!
CARMEN.—Serán
otros
González.
20
LUISA.—Yo le preguntaré á Felipe; él es amigo y debe
saberlo.
PAULA.—Ellos serán, los muy...
ESCENA IV
DICHOS y FELIPE
FELIPE.—Muy
buenas
noches,
señoras.
LUISA.—(¡Él!)
25
PAULA.—Buenas
noches.
[Pg 78]FELIPE ( Saludando).—Carmencita, ¿y don Juan?
CARMEN.—Bueno;
por
allá
dentro.
LUISA.—¡Buena
hora
de
venir!
FELIPE.—Vida mía, he tenido que hacer.
LUISA.—No
sé
qué.
FELIPE.—Probar un piano que quiere comprar un 5
discípulo, y cuyas teclas no marchaban bien.
LUISA.—Sí; tú siempre tienes alguna tecla que
tocar
para
excusarte.
FELIPE.—No
seas
maliciosa.
PAULA.—Á propósito, Felipe, ¿tiene usted noticia
de
10
si
los
González
reciben
esta
noche?
FELIPE.—Más que noticia, tengo una invitación.
Por eso vengo ya vestido para no tener que volver
á
casa
é
ir
con
ustedes
desde
aquí.
LUISA.—¿Con
nosotras?
¡Estás
fresco!
15
FELIPE.—¿Qué? ¿Acaso no las han invitado á
ustedes?
PAULA.—¿Cómo que no? ¡Pues no faltaba más!
Estamos invitadas desde hace ocho días.
FELIPE.—Entonces...
20
PAULA.—Pero no vamos; á mí me duele mucho la
cabeza.
CARMEN.—Y
á
mí.
LUISA.—Y
á
mí.
FELIPE.—¡Caracoles! ¡Esta casa es un hospital! 25
¡Ah!
Tal
vez
el
tufo
del
brasero...
PAULA.—Sí;
puede.
FELIPE.—He oído decir á un médico amigo, que el
brasero
es
una
cosa
muy
malsana.
CARMEN.—¡Bah! Nuestros antepasados no tenían
30
[Pg
79]otro
fuego.
FELIPE.—Por
eso
se
han
muerto
todos.
LUISA.—¿De modo que no yendo nosotras,
supongo
que
tampoco
irás
tú?
FELIPE.—Hija... estoy comprometido á presentar
á un amigo; y además á tocar el piano para que bailen.
5
LUISA.—Eso es; pues que lo toque otro.
FELIPE.—Ya
cuentan
conmigo.
LUISA.—Bueno; ¿y por dar gusto á esos cursis de González,
me
has
de
disgustar
á
mí?
FELIPE.—Mujer,
yo
creí...
10
PAULA.—Tiene razón la niña; un joven que está en
relaciones y en relaciones tan formales como las de
usted
con mi hija, no se pertenece, ni puede
comprometerse
á
nada
sin
contar
con
su
futura.
FELIPE.—Pero considere usted que hay 15
compromisos...
CARMEN.—No le hubiera yo consentido á Juan
semejantes
libertades.
LUISA.—Ni yo á éste... Si quieres ir... hemos
concluído.
20
FELIPE.—Pero
mujer...
PAULA.—Tiene razón Luisa. Todo Madrid sabe
con la frecuencia que visita usted esta casa, y por lo
tanto, deducen lo próxima que está la boda.
FELIPE.—(¡Caracoles!)
25
PAULA.—Y eso de que en vísperas de casarse vaya
usted á un baile, mientras nosotras nos quedamos en
casa,
ha
de
chocar á todo
el
mundo.
FELIPE.—Pero, doña Paula, yo no he dicho que
pensaba
casarme
en
seguida.
30
[Pg 80]PAULA.—¡Cómo es eso! ¿Trata usted, por
ventura,
de entretener á mi hija, de ponernos en ridículo y de
abusar
de
nuestra
bondad
y
confianza?
FELIPE.—¡Señora!
PAULA.—Esa conducta es indigna de un caballero;
y
sepa usted que en esta casa hay hombre que pueda
pedir
5
á
usted
una
satisfacción.
CARMEN.—¡Ya lo creo que se la pedirá!
FELIPE.—Pero señora, ¿qué he dicho yo desde el
primer
día?
PAULA.—Lo que sin duda no pensaba usted
cumplir.
10
FELIPE.—¿Yo?
LUISA.—No; no se altere usted. Éste busca sin
duda un pretexto para concluir, y como á mí no me
duelen prendas... Puede usted ir á ese baile y á donde
le
acomode.
( Llorando. )
15
PAULA.—Incluso á... ¡Qué barbaridad! ¡Lo que
iba
á
decir!
FELIPE.—¡Pero
señora!
PAULA.—¡Ay,
ay!...
¡Agua!...
¡Agua!...
LUISA.—Por
Dios,
mamá...
20
FELIPE.—Pero ¿qué motivo hay para esto?
CARMEN.—Usted
es
la
causa
de
todo.
FELIPE.—(¡Cáspita!)
LUISA.—¡Infame! Toma, mamá; toma. ( La da
agua. )
25
FELIPE.—Pero,
por
Dios,
doña
Paula...
CARMEN.—¡Jesús!...
¡Está
sin
sentido!
FELIPE.—Aflójela
usted
el
corsé.
PAULA.—¿Cómo es eso? ¿Quiere usted que me
aflojen
el
corsé
en
su
presencia?
30
[Pg
81]FELIPE.—¡Señora!...
PAULA.—¡Desvergonzado! ¿Para eso le he abierto
á usted las puertas de mi casa? Si cuando yo os decía
que
sus
intenciones
no
eran
buenas...
FELIPE.—(¡Demonio!...)
LUISA.—¡Infame!
5
PAULA.—Puede usted marcharse cuando quiera.
CARMEN.—Y ya irá Juan á entenderse con usted.
LUISA.—Eso es: á pedir á usted una satisfacción.
FELIPE.—Pero vamos á ver: ¿qué ha pasado aquí?
10
PAULA.—Usted
lo
dirá.
FELIPE.—¿Que no les parece á ustedes bien que
vaya
á
esa
reunión
no
yendo
Luisa?
LUISA.—Claro.
FELIPE.—Pues
bien;
no
voy.
15
LUISA.—¿De
veras?
PAULA.—No; si por nosotras puede usted ir donde
le
acomode.
FELIPE.—Nada; no voy, no señora. Pero tendré
que ir á avisar al amigo que había citado, y al propio
20
tiempo escribir á los González para que busquen otro
que
toque
el
piano.
PAULA.—¿Y para qué avisar? Que toque el dueño
de
la
casa
si
quiere.
FELIPE.—¡Si don José no es pianista! 25
PAULA.—Bien
¿y
qué?
FELIPE.—Vaya, voy en un vuelo á avisar á ese
amigo,
y
vuelvo
en
seguida.
LUISA.—Pero
no
tardes.
FELIPE.—No. ¿Están ustedes contentas? 30
[Pg 82]PAULA.—No hace más que lo que debe.
FELIPE.—Ya lo sé, señora. (¡Caracoles, en la que me
he
metido!)
LUISA.—Y múdate de ropa, porque si no, voy á
creer
que
vas
después.
FELIPE.—Bueno,
mujer.
5
LUISA.—Adiós,
vidita.
FELIPE.—Adiós.
(¡Caspitina!
¡Qué
familia!)
( Vase. )
ESCENA V
DOÑA PAULA, CARMEN, LUISA y después JUAN
LUISA.—¡Qué
bueno
es!
PAULA.—Eso es: así estropeáis á los hombres con
llamarlos buenos. ¿Qué sería de vosotras sin