suspiro
de
amor.
CASTA
( Á
Claudio).—¿Suspira
usted?
CLAUDIO.—No, señorita. Es que bostezo de
debilidad,
porque como no he almorzado todavía... 5
SANDALIA ( Levantándose).—¡Qué oigo! ¿Sin
almorzar...
y se está usted tan callado? ( Todos se levantan. ) CLAUDIO.—¡Claro! ¿Quién tiene ganas de hablar
con
el
estómago
vacío?
PROCOPIO.—Pero, ¿por qué no lo ha dicho? Á ver,
10
niñas,
corriendo,
decid á la criada que le saque algo...
de comer. ( Á Claudio. ) Como nosotros ya hemos almorzado... Pase, pase usted al comedor con mis hijas.
En
seguida
soy
con
ustedes...
CLAUDIO.—Pasen ustedes. ( Se entra antes que
ellas. )15
Gracias.
PROCOPIO.—( Deteniendo á Sandalia, que va á
salir
tras de ellos. ) Ven acá tú. ( Vanse por la segunda puerta
lateral Pura, Casta y Claudio. )
ESCENA V
SANDALIA y PROCOPIO
PROCOPIO.—Ya comprenderás mi idea al hospedar
20
en
casa
á
este
joven.
SANDALIA.—Desde
luego.
PROCOPIO.—En cuanto ví revolotear el pájaro, le
he
preparado
la
trampa.
SANDALIA.—¿Sabes que me parece algo estúpido?
25
PROCOPIO.—Pues que no te lo parezca; tenlo por
[Pg 54]seguro. Mejor. Éstos caen en seguida. Ah, pero
por
nuestra parte, nada de preferencias en favor de una
ó
de otra. No vayas á creer que porque Casta es hija
mía,
arrimo
el
ascua
á
mi
sardina.
SANDALIA.—Pues hasta ahora ella es la que...
PROCOPIO.—¡Quién sabe si le gusta también Pura!
5
SANDALIA.—Pero con las dos no va á casarse.
PROCOPIO.—¡Ojalá! ¡Qué lástima que la ley no lo
permita! Es preciso que las aconsejes, que se dejen
de
sueños y que procedan con él con mucho tacto.
SANDALIA.—¿Y
él,
qué
es?
10
PROCOPIO.—Un imbécil. Ya lo hemos dicho.
SANDALIA.—Me
refiero
á
su
profesión.
PROCOPIO.—¿Su profesión? ¡Oh! Su profesión es
la de futuro Secretario del Ayuntamiento de
Matalauva,
y si se casa con una de nuestras hijas, lo será también
de
15
Matalavieja.
SANDALIA.—¡Qué exagerado eres! ¡Pues mira que
tener
que
irse
á
vivir á
un
pueblo!...
PROCOPIO.—¿Qué importa? La vida del pueblo es
sana y amena. Allí entre sus gallinitas, sus cerdos y
su
20
marido, lo pasará muy bien. ¡Digo! ¡Y á ellas que
les
gustan
tanto
los
animales!...
SANDALIA.—¿Pero tú tienes antecedentes de su
familia?
PROCOPIO.—¡Ya lo creo! Conozco al padre.
¡Buena
persona! Es un antiguo acaparador de cereales, que
25
hizo dinero. En cuanto venía un cargamento de
cebada,
ya lo estaba comprando por grande que fuera.
Nunca
había
bastante
cebada
para
él.
SANDALIA.—¡Qué
estómago!
PROCOPIO.—Conque ve adentro, Sandalia, y haz
tus
30
[Pg 55]ensayos de suegra tierna y bondadosa.
SANDALIA.—¡Qué papeles tiene una que hacer por
las
hijas!
PROCOPIO.—¡Ya, ya! El día que salga de ellas,
¡qué
peso
se
me
va
á
quitar
de
encima!
SANDALIA.—¡Hombre, ni que las llevaras á
cuestas!
5
PROCOPIO.—¡Anda, mujer, anda; que sabe Dios
cuándo nos veremos en otra! ( Vase Sandalia por la
segunda puerta lateral. )
ESCENA VI
PROCOPIO, solo
PROCOPIO ( Frotándose las manos de contento).—
Esto
es hecho. La verdad es que ser Secretario del
Ayuntamiento
10
de un pueblecillo, no es una posición muy
brillante.
Sin embargo, él es rico por su casa, y... peor sería que fuese el barbero, el veterinario ó el herrador.
Esto último sí que sería peor que todo; porque eso
de
que un padre entregue su hija al herrador... En cualquiera
15
de estos casos no sé lo que habría hecho; pero casi estoy por asegurar que hubiera transigido. En
fin,
voy á ver á mi futuro yerno... ( Se dirige á la segunda
puerta lateral en el momento en que sale Claudio comiéndose
un bizcocho, y tropieza con Procopio. ) 20
ESCENA VII
PROCOPIO y CLAUDIO
PROCOPIO
( Al
tropezar).—¡Canastos!
CLAUDIO.—Usted
perdone...
PROCOPIO.—¡Calle! ¿Ha almorzado usted ya?
¿Tan
[Pg
56]pronto?
CLAUDIO.—Yo acostumbro á comer en un pe...
pe...
( Atragantándose
con
el
bizcocho. )
PROCOPIO.—(Sí;
en
un
pesebre.)
CLAUDIO.—En un periquete. Á poco me ahogo.
¿Sabe
usted que tiene usted un vinillo que se cuela sin sentir?
5
PROCOPIO.—¿Le
ha
gustado?
CLAUDIO.—Mucho.
¡Vamos,
que
estoy
animadete!...
¡Jé!...
¡jé!...
PROCOPIO.—¡Magnífico! Cuando se bebe con
cierta
medida es muy bueno. El vino tomado así, tiene la
10
virtud de inspirar á los necios y hacer atrevidos á los
apocados.
¡Es
una
gran
cosa!
CLAUDIO.—Sí que lo es. Tanto que he requebrado
á
sus
hijas
y
hasta
á
su
señora.
PROCOPIO.—¿Á mi mujer también? Hola, hola...
15
(¡Pues es más valiente de lo que yo pensaba!...) CLAUDIO.—Son muy amables. Ya todos somos
una
familia.
PROCOPIO.—Eso: eso me agrada. (La cosa
marcha.)
Mucha confianza, ¿eh? Nada de cumplidos.
¿Conque,
20
qué piensa usted hacer ahora? ¿Quiere usted que salgamos?
CLAUDIO.—No; ahora voy á escribir á mi padre.
PROCOPIO.—Es muy justo. Pues aquí tiene usted
todo cuanto necesita. ( Indicándole la mesa.
Claudio
se
25
sienta
ante
ella
dispuesto
á
escribir. )
CLAUDIO.—Bueno,
bueno...
PROCOPIO.—Entonces yo le dejo, para que
tranquilamente...
CLAUDIO.—No se vaya usted. Á mí no me estorba
30
[Pg
57]usted...
Está
usted
en
su
casa...
PROCOPIO.—Ya, ya lo sé; pero voy un instante allá
dentro...
Vuelvo,
vuelvo...
CLAUDIO.—Como usted quiera. ( Vase Procopio
por
la segunda puerta lateral. )
ESCENA VIII
CLAUDIO, PURA y después PROCOPIO
CLAUDIO.—¡Qué buena gente es ésta! Yo estoy
muy
5
contento dequedarme con ellos. ( Escribiendo. )
«Querido
padre: He llegado bien, por fortuna, pues en el camino tuve una cuestión con un torero, que quiso
matarme
cuando pasé por Toro. Fué horrible...» ( Entra Pura y mira por la habitación como buscando algo. )
10
(¿Eh? ¿quién anda ahí? Ah; es la mosquita muerta.
¡Y es muy mona! Se parece á la Santa Casilda, que
hay
en
la
iglesia
de
mi
pueblo.)
PURA.—(No
le
veo.)
CLAUDIO.—¿Qué
busca
usted?
15
PURA ( Con fingida sorpresa).—¡Ah! ¿Estaba usted ahí?
Buscaba
mi
devocionario.
CLAUDIO.—Vea
usted
si
en
la
mesa...
PURA ( Acercándose á ella y mirando).—No, no está.
¿Escribe
usted?...
20
CLAUDIO.—Sí,
una
carta.
PURA.—¿Á
su
novia,
sin
duda?
CLAUDIO.—No.
Á
mi
padre.
Vea
usted.
( Dándosela. )
PURA ( Mirándola).—¡Ay, qué buena letra! 25
[Pg 58]CLAUDIO.—La letra no es maleja; pero la
ortografía...
PURA.—Sí; ya veo que pone usted horrible sin
hache.
CLAUDIO.—¿Horrible se escribe con hache? Pues
no lo corrijo. Mejor. Así le parecerá más horrible todavía.
5
PURA.—Pues...
ya
le
dejo.
CLAUDIO.—No
se
vaya
usted,
señorita.
PURA.—No me llame usted señorita. Llámeme
Pura.
CLAUDIO.—Pues bien, Pura, no se vaya usted. 10
PURA.—Temo
molestarle...
CLAUDIO.—¿Á mí? Al contrario. Tengo tanto
gusto
en
verla...
PURA.—Es usted muy galante. No ha entrado
usted
en Madrid y ya se vuelve cortesano. 15
CLAUDIO.—Confieso que desde que estoy con
ustedes
me siento otro. No sé si será el vinillo... ¡Caramba!
¿No
tiene
usted
frío?
PURA.—No.
CLAUDIO.—Pues
yo
sí.
20
PURA.—Pobre Claudio... ¡Tiene frío!... Echaré
más leña en la chimenea. ( Lo hace. ) ¡Ajajá! Ya está.
Verá
usted
como
ahora
se
le
pasa.
CLAUDIO.—Es
usted
muy
buena.
PURA ( Encontrando el devocionario sobre la
chimenea
y
25
tomándolo).—¡Ah! aquí está mi libro. Puesto que no
quiere usted que me vaya, mientras usted escribe, yo
leeré. ( Se sienta en la butaca frente al público, y se pone
á
leer.
Pausa
breve. )
CLAUDIO.—Bueno.
30
[Pg
59]PURA.—¿Se
le
pasa?
CLAUDIO.—No.
PURA.—¡Claro! Está usted tan lejos de la lumbre...
CLAUDIO ( Levantándose y yendo hacia la
chimenea).—Tiene
usted razón. Soy lo más topo... ( Mirando el fuego. ) ¡Anda, como arde! ( Se sienta junto á Pura. )
5
Esto ya es otra cosa. ¿Qué lee usted?
PURA.—Los medios de que se vale el diablo para perdernos.
CLAUDIO.—Deben ser muchos. ¿En cuál está usted
ahora?
10
PURA.—En
«La
Tentación.»
CLAUDIO.—Vaya, no lea usted más. ( Quitándola
el
libro y echándolo en la butaca de al lado. ) PURA.—¿Y
qué
vamos
á
hacer?
CLAUDIO.—Toma; pues... hablar: mirarnos... 15
PURA.—En cuanto á lo primero, mi conversación,
¿qué puede interesarle? Y respecto á lo segundo,
¿qué
encanto le puede ofrecer contemplar á una pobre mujer
sin
atractivos?
CLAUDIO.—No diga usted eso, Purita. Pues si tiene
20
usted
unos
ojos...
PURA.—¿No
siente
usted
ya
frío?
CLAUDIO.—Ya, no. ( Fijándose en el pie de Pura. ) Y un pie... ¡Ay, qué pie!... ( Contemplándolo. ) PURA ( Enseñando el pie con coquetería).—¿Qué tiene
25
mi
pie
de
particular?
Como
todos.
CLAUDIO.—Sí; como todos los pies bonitos. Y su
mano... ( Cogiéndola. ) Vaya una mano linda.
( Acariciándola. )
¡Y
qué
cutis
más
fino!...
PURA.—Me va usted á hacer creer que soy un
conjunto
30
[Pg 60]de perfecciones. Vamos, estése usted quieto.
CLAUDIO.—¿La
incomodo
á
usted?
PURA.—No; pero... ( Levantándose rápidamente y
pasándose la mano por la frente. ) ¡Uf! qué calor despide
la chimenea. ( Vase junto á la mesa, donde se queda
en
pie jugando con los libros. Claudio, sin moverse de
su
5
sitio, se pasa también la mano por la frente. ) CLAUDIO.—Es verdad. Ha echado usted tanta leña
al fuego... ( Breve pausa. Se oye tocar el piano. )
¡Hola!
música;...
¿Quién
toca
el
piano?
PURA ( Con desdén).—Ésa. Mi... mi hermana. 10
CLAUDIO.—Toca
bien.
PURA.—¡Bah! Lo de siempre. No sale de ahí. Se
conoce que quiere desplegar ante usted todas sus habilidades.
CLAUDIO ( Levantándose).—¿Cree usted eso? 15
PURA.—Pero no le molestará á usted mucho.
¡Tiene
tan pocas! ( Como arrepintiéndose de lo que dice. )
¡Ah!
pero usted dispense: ahora caigo en que está usted
enamorado
de
ella,
y...
CLAUDIO.—¿Yo?
No
hay
tal
cosa.
20
PURA.—Pero
le
gusta
á
usted.
CLAUDIO.—Eso
sí:
es
bastante
guapa.
PURA.—¿Que es guapa? No sé donde tiene usted
los ojos. ¿Qué ha visto usted en ella de notable?
Sus
facciones son incorrectas; su figura es vulgar... 25
CLAUDIO.—Sin
embargo...
PURA.—Vaya, veo que tiene usted muy mal gusto.
( Hace un gracioso mohín y se sienta en la butaca.
Cesa
el piano. Claudio se aproxima á ella. )
CLAUDIO.—No lo tendré tan malo, puesto que
usted
30
[Pg
61]me
gusta
más
que
ella.
PURA.—¡Adulador!...
( Muy
cariñosa. )
CLAUDIO.—Á su lado no sentiría lo que siento al de
usted. No me dominaría esta fuerza irresistible que
me
hace cogerla á usted la mano, besársela...
PROCOPIO ( Saliendo de pronto y viendo que
Claudio
está
5
besándola la mano).—(¡Zambomba! ¡Esto va de veras!)
( Desaparece rápidamente por donde ha salido. ) ESCENA IX
PURA, CLAUDIO y á poco CASTA
PURA ( Levantándose).—Pero, ¿qué hace usted?
CLAUDIO.—Pues ya lo ve. Probarle que la prefiero
á
su
hermana.
10
PURA.—¿De veras?... ¡Ay, Claudio! No me engañe
usted, y considere que sería una infamia que no fuese verdad que había llegado el momento para
mí
de
dejar
de
ser...
CLAUDIO ( Viendo aparecer á Casta).—Su
hermana
15
de
usted...
CASTA ( Saliendo y reparando, contrariada, en
Pura).—¡Calle!
¿Estabas
aquí?
PURA.—Ya
lo
ves.
CASTA.—Si estorbo, me voy. ( Haciendo un
movimiento
20
para
ello.
Claudio
la
detiene. )
CLAUDIO.—No. Quien se va soy yo. Con el viaje
y las emociones que he tenido, necesito descansar.
Voy
á echarme un rato. ( Se dirige á la primera puerta lateral.
Á Casta y Pura. ) Adiós... Aquí estoy. ( Entra. ) 25
[Pg 62]
ESCENA X