Ranas a Princesas Latinas Sufridas y Travestidas by Jacobo Schifter - HTML preview

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DE RANAS A PRINCESAS

José es un hombre sudamericano de unos 27 años que para salir de la pobreza se vino a vivir a Costa Rica. Es delgado, moreno, afeminado, alto y nada agraciado. Tiene ojos bonitos aunque demasiado grandes para su cara. Sus labios son carnosos y su pelo rizado. La voz es aguda, las manos delgadas y la nariz puntiaguda. Como hombre no es atractivo. En los bares de homosexuales no recibe mucha atención y generalmente va poco a ellos. Es un tipo sencillo. Sin embargo, José es también “Pepa”, uno de los travestis más cotizados. Como mujer, tiene un cuerpo despampanante. Sus caderas contorneadas la hacen verse como Tina Turner. Cuando se pone una licra negra tallada al cuerpo se parece a Grace Jones. Una peluca de pelo lacio negro le da un toque parecido a Ophra. Su boca pintada de rojo carmesí le da a la cara un brillo como el de Whitney Houston y sus grandes ojos, delineados y con máscara, parecieran los de Sofía Loren. Como mujer, José llama la atención. También algo cambia en su personalidad. De hombre José es un tipo insignificante, tímido, nada diestro en la sexualidad. Como mujer, Pepa es un bólido de fuego, capaz de levantar a cualquier hombre en la calle. “La transformación en una princesa es el anhelo de cada una de nosotras”, afirma ella. “Ser princesa es verse fabulosa, hacerse una mujer atrayente”, explica él.

Creando la magia

“Proyectar una imagen”: en esta frase se encierra mucho del mundo en el cual se desenvuelven los travestis y, aunque no lo teoricen, muchos de ellos lo reconocen, como Corintia, para quien “ser travesti es encanto, fantasía, sueños”.

La inversión que los travestis realizan en sus cuerpos es el mayor rubro de gastos en sus vidas, aunque no lo perciban realmente como inversión. En el mundo travesti la ropa, accesorios, maquillaje y pelucas ocupan buena parte de sus preocupaciones.

La ropa

La mayoría coincide en que manejan varios tipos de vestuario: el que se utiliza en la calle, para la prostitución, que es ropa eminentemente de trabajo, práctica y cómoda, que les permite seducir y que a la vez no sea un estorbo para el trabajo o en caso de emergencia; también poseen colecciones que se utilizan para espectáculos –en el caso de Duquesa - o para acudir a fiestas elegantes y discotecas.

Todas tienen su ropa casual, de diario, en la cual se refleja el manejo andrógino que a veces hacen de sus cuerpos. Cuando Miriam es Hugo, fuera de horas de trabajo, viste con ropas que no pueden definirse como masculinas o femeninas, jugando con elementos como los colores, las hechuras, los accesorios. Duquesa y Alba, en cambio, recurren a ropas masculinas, conservando algunos elementos femeninos, como sus ademanes o la manera de llevar las uñas o el cabello. Corintia, en cambio, viste como mujer.

La ropa de trabajo de Duquesa incluye varias colecciones de vestidos, en su mayoría negros o blancos, y asegura que no todos le traen suerte. Sus vestidos negros para la “putería” son cortos, pegados al cuerpo y “no demasiado lindos”, porque esos no sirven para exhibirse sino sólo para que “los piropeen, sin nada más”. Esa ropa sale de las manos de costureras o costureros a los que les lleva la tela que compra en tiendas. “Tengo una en una tienda que me hace rápido los vestidos, hasta de emergencia”.

Cuando se trata de zapatos, accesorios o vestidos de fiesta, prefiere acudir a tiendas. Duquesa compra muchos de estos objetos en el Mall San Pedro o en lugares como Clásico o Lazo (zapatos de plataforma, de tacón alto o botas), que suelen ser muy caros para sacarlos a la calle y se quedan para fiestas: “no vale la pena echar a perder unos zapatos de ¢17.000 a ¢27.000 por un cliente de ¢5.000”.

Alba hace mucha de su ropa, especialmente la de calle. “Me gusta más la minifalda y los vestidos al cuerpo, porque me veo mejor”. Asegura que los travestis son muy vulgares para la ropa, porque eso le encanta a los clientes.

“Ni las prostitutas, que son mujeres, se visten tan putas como nosotras”, afirma Alba, quien ha salido a la calle vestida tan sólo con hilo dental, sostén y botas, cubierta por un abrigo. También divide su ropa en aquella para prostituirse, la casual para ir a discotecas o fiestas de amigos, y la de gala, para ocasiones especiales. Esta última sale de boutiques y Alba dice “gastar montones en esa”.

Corintia no se complica tanto. Se hace alguna de su ropa ella misma o se la encarga a una costurera, porque su ropa no es cara, sino ligera, “casi miniatura”. “Dicen que con mi cuerpo los engancho”, sonríe.

El otro lado de la moneda es Miriam. Ella manda a hacer su ropa con una modista que tiene desde hace cinco años, a la cual le corta el cabello y a la que no le importó que su estilista se volviera travesti. “Tiene unos figurines preciosos y tengo vestidos copia de Calvin Klein o Christian Dior”, cuando se trata de ropa para ocasiones especiales y cuyas telas compra en tiendas. Su ropa casual sale también de las manos de su costurera, “con acabado de boutique”.

Miriam no compra trajes en tiendas, pero sí va a ellas para probarse ropa y dibujar los modelos que luego lleva a su modista.

“Fui a Sheloky6 y me probé un vestido que tenían y que costaba ¢80.000 más impuestos. Copié el modelo de la ventana y con la modista me salió en ¢22.000, porque me cobra barato ya que le corto el pelo, al marido y a los hijos, y me ha tomado cariño”.

Sus gustos se refinan muchísimo cuando habla de sus pasiones. Una es la ropa interior femenina de marca: “he pagado caprichos de los que después me arrepiento, como cuando dí ¢12.000 por un blumer”.

Su otra pasión son los perfumes caros. “Son mi debilidad, me matan… cambio a un hombre por un perfume”, dice ella, quien ha acumulado hasta ¢200.000 en perfumes finos, como el Cartier. Miriam, sin embargo, se enorgullece del impacto que eso ha tenido en su trabajo, ya que nunca ha tenido el disgusto de que un cliente la baje de su auto por sentirse ahogado por un perfume barato, además de servirle como juego de seducción: “el cliente fino dice reconocer mis perfumes y lo reto a probar qué tan buen catador de perfume es, reconociéndolo”.

Silvestre Atelier es propietario de Gipsy Internacional, una tienda en los predios mismos de la zona de la Clínica Bíblica, cuya especialidad son los coloridos, vistosos y muchas veces extravagantes vestuarios que se utilizan en espectáculos.

Cuando Atelier abrió su tienda, los travestis eran su clientela esperada, por eso se ubicó en esa zona. Al tie mpo descubrió que no le compraban. “San José es una ciudad pequeña y son pocas. Ellas mismas arreglan su ropa, se les hace más cómodo trabajar así”, dice.

En sus talleres de costura se fabrican ahora prendas que abastecen a bailarinas y a clubes nocturnos heterosexuales, aunque aún acuden a él algunos travestis, sobre todo los que ofrecen eventualmente espectáculos de transformismo. Duquesa ha sido una de éstas.

Hay que tomar en cuenta, también, el costo. Aunque poca de la ropa de Gipsy es importada, Atelier considera que los travestis proyectan una imagen exagerada de sus ganancias. “A unos sí les va bien con sus clientes; otros vienen, encuentran cara la ropa y no compran”.

Las costureras de Gipsy han elaborado para algunos travestis vestidos o conjuntos que pueden alcanzar unos ¢15.000, pero de manera esporádica. “Los travestis no tienen tanto dinero”, dice Atelier.

Maquillajes y pelucas

Otro rubro de inversión es el maquillaje, necesario para crear la ilusión de la femineidad, aunque muchas no se complican exageradamente al respecto.

Alba, Corintia y Duquesa usan apenas lo indispensable: base y polvos translúcidos para el cutis, lápiz labial y esmalte de uñas. Las tres indicaron que lo principal es encontrar la tonalidad adecuada para la piel y cuidarla lo más posible.

Miriam, de nuevo, es un caso aparte. Su constante temor por envejecer y por evitar las arrugas que podría causarle su trabajo la convierte casi en adicta a los productos para el cuidado de la piel: “Invierto mucho en mi cutis porque me trasnocho y la actividad sexual gasta. Vivo el momento, tengo eyaculaciones todos los días porque siento lo que hago, sobre todo si el cliente vale la pena”.

Todo lo que Miriam compra para su cutis es de marca: Christian Dior, Lancome, Payot, Esteé Lauder. Ha comprado reparadores de párpados cuyo costo asciende a ¢32.000, cremas faciales para el día de ¢19.000 a ¢22.000 y en cierta ocasión acudió a una tienda especializada en maquillaje donde le valoraron todo un set de productos de una marca suiza por ¢400.000, que finalmente no compró.

A diferencia de su ropa, los productos faciales que usan los consiguen en farmacias o tiendas dedicadas a ello, a las que acuden sin pensarlo dos veces. “Compro en farmacias, sin problemas. No soy acomplejada y me pruebo el maquillaje ahí mismo; los acomplejados resultan ser los vendedores, si son hombres… las mujeres son más pasables en eso”, indicó Alba.

Hay un elemento adicional en la creación de imagen que conviene anotar: las pelucas. La tendencia general es no recurrir a ellas, ya que muchos de los travestis lucen cabellos bien cuidados y la moda del momento permite a un hombre usar el cabello largo sin problemas: el corte de Alba y Duquesa es aceptable socialmente, tanto en mujeres como en hombres, Corintia lo lleva largo y lo luce porque su apariencia femenina lo requiere, y Miriam tiene una cabellera abundante y bien cuidada que no necesita accesorios postizos.

“La peluca es incómoda. Es un gorro caliente que se usa cada vez menos, pero hay quien la usa porque su pelo no le da, lo tiene muy corto o muy maltratado. Sin embargo, es cuestión de capricho”, aseguró Miriam.

En algunos casos, la peluca puede utilizarse para crear una imagen diferente cada día o en ocasiones especiales, como espectáculos de transformismo. En esos casos, es posible encontrar travestis que tienen verdaderas colecciones: pelucas de distintos colores o cortes, de cabellera larga o corta, postizos o “zorros”, que son colas que se adhieren al cabello propio.

Las pelucas o postizos se consiguen en peluquerías, algunas de las cuales se especializan en venderlas a travestis. “Siempre que vea un zorro en la ventana de una peluquería significa que ahí le venden a travestis”, dice Duquesa. El costo de las pelucas varía según el estilo –postizos o completas-, el corte o el material –de cabello natural o sintético-, pero en términos generales oscila entre los ¢5.000 y los ¢45.000.

Rellenos y hormonas

Un truco final son los rellenos. Cuando uno es un hombre flaco, sin cadera y de piernas largas existe un remedio para contornearse y curvearse: los forros de espuma, panties o hasta el papel higiénico. Un buen trapo o pañuelo puede hacer que los senos se abulten. Una “enrollada” de papel higiénico en las piernas las engorda. Diez panties puestos uno encima del otro hacen que la cadera aumente y la cintura se vea más pequeña. Unos pantalones rellenos de espuma hacen surgir un trasero que impresiona. Algunos travestis llevan tanta espuma “que hasta duermen en la cárcel con los colchones que hacen de sus pantalones”, nos revela Laura. Muchos de los cuerpos esculturales son así una ilusión: “Un cliente”, nos cuenta ella, “se quejó de que después que me desnudé quedé más plana que una tortilla. Le dije: ‘No sea tonto, ¿no ve que la belleza es una ilusión? Hasta Cindy Crawford se estiró las tetas’. Sí, me dijo, pero por lo menos va con sus tetas a la cama mientras usted las dejó todas en el piso”.

Un campo poco conocido y estudiado de la realidad travesti es el uso de hormonas femeninas, a las que muchos recurren para moldear sus cuerpos. Las hormonas son muy útiles en el intento del travesti de parecerse lo más posible a una mujer, lo cual explica su marcado interés en la formas externas y visibles de la femineidad, incluyendo senos y caderas, con lo cual logran parecer mujeres sin perder el componente de poder inherente a su masculinidad7.

Aunque existe mucha literatura respecto al uso de hormonas y sus consecuencias entre la población femenina, no es así en cuanto a los efectos que pueda tener su aplicación en hombres. Pablo Soto, médico del ILPES que ha impartido talleres a los travestis sobre las consecuencias del uso de hormonas femeninas, señaló que éstos carecen de un esquema de uso adecuado de las mismas, sobre todo de los anticonceptivos a los que recurren.

Las hormonas son de venta libre en Costa Rica y los travestis las consiguen en farmacias, las obtienen gratuitamente de visitadores médicos o de sus clientes, que se las facilitan. Soto indicó que utilizan estrógenos inyectables, anticonceptivos como el Depo-Provera, o simplemente compran lo que se les ocurra.

Según Soto, no es posible estimar los efectos negativos que el uso de hormonas femeninas puede tener en los travestis, dada la carencia de estudios en el país, aunque indicó que uno de ellos puede ser el cáncer de próstata. “Hay que prever los efectos a partir de lo que se conoce en la población femenina, pero los efectos nocivos que podrían estar ocurriendo entre las travestis no pueden verse a simple vista”.

Pero el uso de hormonas tiene efectos sociales sobre ellos. Herman Loría, encargado del proyecto Priscilla del ILPES, considera que los cambios físicos que las hormonas provocan en el travesti le dificultan algo tan simple como salir a la calle de día. “Si salen vestidos de hombre se les evidencian sus características físicas, y se burlan de ellos por maricones, si salen vestidos de mujer los maltratan por travestis”.

Con ojos ajenos

Lo cierto es que vivir en el filo de la transgeneridad resulta difícil para ellos cuando tienen que enfrentarse a situaciones ordinarias, como el simple hecho de comprar algo. Ante esta situación, sentirse femenina o masculino depende de las circunstancias, en un juego de mutaciones que les permite sistematizar su capacidad de intercambiarse3. En otras palabras, se sienten femeninas cuando se maquillan, compran o usan vestido, pero se sienten masculinos cuando hacen uso de la fuerza, con su pene o simplemente con su voz.

Alba compra ocasionalmente su ropa en tiendas, donde tiene que enfrentarse con vendedores, ante los que utiliza la fuerza si es necesario. “Voy y compro como cualquiera, si me dicen algo les reclamo porque voy a pagar. Les saco la plata de la cartera y se las restriego”.

Miriam dice ser “cara de barro y medio” cuando va de compras. “Entro a una boutique y me pruebo los vestidos porque tengo todo mi derecho. No voy a pedir fiado ni regalado, yo pago. Las empleadas se quedan con la boca abierta y si no les gusta les tiro el vestido en la cara y me voy”.

Para Duquesa, adoptar su lado masculino es difícil, aún cuando sólo sea vestir pantalón y camisa. “Cuando salgo así de día me afecta para ir a trabajar. Si me pongo vestido y maquillaje cuando anduve de hombre durante el día me siento varonil aún vestido de mujer y no encuentro la forma de ser femenino”. A pesar de eso recurre a su masculinidad cuando tiene que ir de compras.

“Paso a ser muy varonil. Me agrando las cejas, me pongo laca en el pelo, me quito el esmalte de las uñas y camino muy hombre. Así llego a la tienda, a comprar ropa de hombre, y de repente veo un vestido, pregunto por él y empiezo a ´botar plumas´, entonces las empleadas me lo enseñan”.

Duquesa dice no tener muchos problemas al ir de compras, acaso porque tiene tiendas fijas donde ya lo conocen. “Nunca he ido a un lugar donde me discriminen y una vez, cuando a una amiga un empleado no la quería dejar probarse unos zapatos de mujer, buscamos a la dueña y lo despidieron”.

Esmeralda, por su parte, ha recibido las dos versiones de ser obvia. En el Mall de San Pedro, en una tienda de zapatos de mujer, se fue a comprar un par. Al notar el vendedor que Esmeralda dudaba del tamaño le dijo: “Si quiere, pruébeselos, aquí somos de mente abierta”. En otras tiendas, por el contrario, le dicen que “aquí no se les vende a homo sexuales”.

Más allá de los hombres

La creación de la nueva imagen es algo más que ponerse la ropa del sexo contrario. Podríamos analizarlo como el anhelo de ser alguien especial. José y Pepa son dos personas que conviven en un mismo cuerpo: una más sobresaliente que la otra. Durante ciertos momentos del día, en ciertas situaciones, con determinadas personas, José continúa existiendo. En este plano, él trabaja como diseñador y como periodista. En su barrio, es el profesional fino que le cae bien a la gente, pero que nadie se preocupa por conocer. Como mujer, Pepa llama la atención. Verse fabulosa y conocer hombres distintos que lo cortejan como una dama, que lo invitan a bailar, a cenar, a dormir en buenos moteles y que después le hagan el amor, le parece tentador. “Me siento felíz cuando los veo babeando por mi cuerpo, tragando saliva de la tentación”, nos dice orgullosa.

Algunos psiquiatras han visto con malos ojos que una persona desee tener una personalidad adicional. Las películas de Hollywood se han encargado de darnos una visión distorsionada de aquellas con personalidades múltiples. Se les vincula con las peores patologías, como el canibalismo en la película “El silencio de los inocentes”, en la cual un transexual mata a mujeres para hacerse un vestido con su piel, o como víctimas enfermas por el abuso sexual en “Cybil”. Sin embargo, todos tenemos, hasta cierto punto, diferentes facetas, muchas desconectadas unas de otras. La persona que va a misa y se da en el pecho al son de las diatribas antisexuales de la iglesia y que luego mira una película porno con su amante tiene una forma de personalidad múltiple. El actor que interpreta a distintos personajes también. Su inmersión en éstos no es nada distinta a la que hace el travesti: ambos representan a otras personas. Los políticos, con su aura de respetabilidad y decoro, tienen una cara pública y otra privada. Un conocido político costarricense, por ejemplo, le pega a su esposa, sin embargo, defiende las leyes en contra de la violencia doméstica.

Aunque muchos tildarían ésto de hipocresía, podríamos mejor verlo como variaciones del síndrome de personalidades múltiples. ¿Quién puede convencernos de que a los 10, 20, 30 o 70 años tenemos una misma personalidad? Los cambios entre estas edades son tan contundentes como ponerse un día calzones y otro calzoncillos.

No está claro cuándo se aceptó en Occidente la idea de que la personalidad debe estar “unificada”. Freud contribuyó a ésto cuando hipotetizó sobre etapas psicosexuales de desarrollo. El psiquiatra estableció un camino que todo ser humano debía seguir para tener una personalidad normal2. Sin embargo, ni Freud ni nadie han podido probar hasta ahora que las personas que encarnan distintas personalidades estén más sanas que las que no lo hacen. Tampoco se nos ha podido demostrar la existencia de una personalidad “unificada”. La filosofía postmodernista actual más bien objeta la existencia de una personalidad independiente de la cultura o de los discursos. Para ella, después de la lluvia de ideas de los distintos discursos, en nuestras cabezas no queda nada. No existe un yo, un punto independiente, una personalidad esencial que nos sirva de referente. En otras palabras, nadie tiene “una” personalidad3.

Los pocos estudios que se han hecho sobre el tema no han podido concluir que vestirse de mujer o de hombre haga a la persona menos o más felíz, eficaz o sana4. Tampoco han podido demostrar que el travestismo sea una patología sexual. Hemos visto que los travestis heterosexuales se visten de mujer por razones ajenas a ligar un varón. Lo mismo sucede con los homosexuales. Muchos lo hacen para su propio gusto o para realizar espectáculos para otros homosexuales. No está en su mente hacerlo sólo para conquistar a un macho. El placer lo obtienen de las cosas del otro sexo: pinturas, pelucas, trajes, maquillaje, bisutería y, como veremos a continuación, de un estado mental distinto.

Sentirse princesa

Con todo esto en mente, le pedimos a Pepa que nos cuente qué es “sentirse como una princesa”:

-Existen personas que dirían que vos estás enferma por ser travesti. ¿Qué responderías?
-Disfruto enormemente lo que hago. Además, soy una persona productiva. Me gusta mi trabajo de periodista. No estoy haciendo nada malo. Muchas personas me critican no tanto por vestirme de mujer sino por hacer algo que ellos no se atreven a hacer. En realidad, todos tenemos deseos de hacer cosas que la sociedad ridiculiza o condena. Unos querrán tener relaciones en un avión y otros salir desnudos en la playa. Pero por el qué dirán, no se atreven. Entonces cuando miran un travesti, les da rabia que una sí tenga los huevos para hacer lo que quiere sin importarle la sociedad. Creo que ésto provoca más cólera que el que nos vistamos de mujer. Por eso nos tachan de enfermas, pero en el fondo lo que disgusta es que seamos más atrevidas. ¿Cuál es el problema con la ropa de mujer? ¿Quién determinó que una tela de seda es sólo para ella? ¿Cómo se estableció que un perfume tiene órganos sexuales como para decir que es de hembra o de macho? Eso es pura mierda. En Escocia, los hombres andan con enaguas y nadie dice nada. Los curas andan con ellas y nadie chista. ¿Por qué una monseñora puede andar divina de traje largo, envuelta en una tela rosada y yo no?
-Pero tenés que disimular con la gente, no podés ser Pepa y José al mismo tiempo...
-No puedo por la discriminación que hay. Sin embargo, existen personas que conocen mis dos caras y se llevan bien con las dos.
-¿Qué sentís cuando sos José?
-Pues siento que soy un hombre corriente. Como Pepa, soy distinta.
-¿Distinta cómo?
-Cuando estoy vestida de mujer tengo otra personalidad. Soy muy alegre, coqueta y seductora. Me siento más segura de mí misma y trato con hombres que no son gays, que buscan una mujer. Es una relación muy distinta. Se hablan cosas diferentes, se siente hasta una temperatura distinta en el cuerpo, se mira uno de otra forma.Una no se viste de mujer sólo para agradarle a un chivo. ¡No! Una lo hace porque quiere experimentar algo nuevo, sentir lo que es el lado femenino, suave, delicado y exhuberante de una misma. Una quiere verse bella. Los hombres bugas también tienen este lado, pero les da miedo tocarlo. Entonces se buscan a las mujeres para que, por medio de ellas, se puedan dar el permiso de apreciar una flor, un atardecer, un gesto suave de cariño. Son muy cobardes y muy frustrados.
-¿Creés que el travestismo hace que la gente se relacione diferente con vos?
-Claro que sí. En primer lugar, cuando estoy vestida de mujer, la gente responde conmigo como si lo fuera. Aún mis amigos que saben que soy hombre, cuando me ven con un traje de luces y toda maquillada, no me hablan de la misma manera, lo hacen con más respeto y consideración. Me ayudan a bajar las gradas o me encienden el cigarrillo. Son cosas que tanto hombres como mujeres aprendemos a responder ante una mujer, sepamos que lo sea o no. En segundo lugar, como te dije, me relaciono con hombres machos. En vez de andar con un homosexual, salgo con un tipo que le gustan las mujeres. Es un hombre distinto, aunque algunos los llamen homosexuales. No lo son en verdad. No se acostarían jamás con un hombre. Pero una vez que estás con ellos, te tratan como una mujer. Te dicen cosas románticas, cosa que jamás un gay te va a decir, te tocan más suavemente y son más delicados al hacer el amor.
-¿Qué sentís cuando tenés que quitarte la peluca y el maquillaje y volver a ser José?
-Una gran tristeza. Si tuviera que abandonar a José del todo también creo que me haría falta. Pero dejar a Pepa es más difícil porque es más atractiva. Siento un gran vacío cuando no estoy vestido. Mi respiración, pulso, metabolismo, corazón y todo el cuerpo funciona distinto. Te voy a contar algo raro: cuando soy Pepa casi no orino, como es más difícil hacerlo para una mujer en la calle, me acostumb ré a aguantar. Lo mismo me pasa cuando me duermo maquillada y pintada en los brazos de un hombre. Sueño diferente. Me salen cosas como la ropa y los colores fuertes que nunca aparecen cuando sueño como José. Mi humor y mi vocabulario cambian de José a Pepa. Soy más ácida como hombre que como mujer. Algunas palabras nunca las digo. No lo hago a propósito pero, por ejemplo, jamás oirás a Pepa decir ‘jueputa’ o ‘playo’ o palabras vulgares. No es hipocresía, simplemente no me salen.
-¿Existen personas que te conocen de las dos formas y que les pase algo parecido?
Una es mi hermana. Sabe que soy travesti y me ha visto vestida. Al principio, la pobre casi se muere del susto. Aunque se lo había advertido y preparado para la ocasión, no pudo resistir el impacto. Pero poco a poco se acostumbró. Sin embargo, me cuenta que ella misma reacciona distinto cuando me ve como mujer. Cuando nos vemos, tiende a hablarme de ciertas cosas cuando estoy como mujer y otras como hombre. Si es Pepa, conversamos sobre la familia, sobre mamá, sobre los problemas de amor. Si es José, hablamos más sobre el trabajo, la política o hasta el fútbol. No es que lo planeamos de esta manera. Creo que sale de manera inconsciente. Algo parecido me pasa con el verdulero que se apunta conmigo. Fijáte que cuando llego vestida de mujer, me trata como una reina. Me regala chicharroncitos, frijoles, zapallitos y todo lo que a mí me gusta. Algunas veces hacemos el amor en su tramo y otras no. Sin embargo, cuando llego vestido de hombre, me vuelve a ver como a cualquier cosa y nunca me regala nada. Soy la misma persona pero él no puede relacionarse con las dos caras.
-¿Qué es lo que más te gusta del travestismo?
Me encanta tener dos caras y poder ser bella en una de las dos. A mí nunca se me ocurriría cortarme el pene porque creo que perdería una fuente de mucho disfrute. Más bien siento que soy afortunada siendo una mujer con pene. Soy dichosa por poder sentir sensaciones que la mayoría de la gente, por miedo, se las niega. No hay nada más rico que poder dejar que un hombre te haga el amor y después, hacérselo vos a él y sentir lo que él sintió anteriormente. Para mí es sacarse la lotería. Existen miles de hombres que se verían fabulosos como mujeres y que no lo hacen por miedo al que dirán. Seguirán toda su vida como ranas cuando pudieron haber sido príncipes, perdón, quiero decir princesas. ---Hay gente que te diría que el hombre y la mujer están hechos el uno para el otro y que por eso los órganos sexuales son distintos y complementarios.¿Qué dirías a ésto?
Eso es la farsa más grande. Los machos que me echo se quejan de que aunque les atraen las mujeres, el sexo con ellas es menos satisfactorio. En primer lugar, las mujeres tienen orgasmos de manera muy distinta a los hombres. Duran más, hay que estarlas güeveando para que se rieguen, todo les duele, a veces no quieren. Muchos varones no saben si las satisfacieron o no porque son diestras en fingir el orgasmo. Otros no saben cómo funcionan los órganos genitales femeninos y los miran como un “sapo” extraño y misterioso. Mis clientes me cuentan que a veces la chucha de sus mujeres les huele mal. El clítoris les parece extraño y no saben qué hacer con él. El macho, por el contrario, siente más rico cuando penetra un esfínter que es talladito y aprieta más. Con una mujer bien lubricada, no se siente, a veces, nada. La queja de muchos varones es que cuando sus mujeres han dado a luz, quedan muy flojas. Les da pereza tener que aguantar tanto el orgasmo para esperar el de ellas. Con un travesti, no tiene que batear a ver qué le gusta porque conoce su cuerpo y sabe cómo lo lleva al orgasmo. Además, sabe cómo estimularlo porque conoce bien el suyo. Si se quieren regar al mismo tiempo, lo pueden hacer fácilmente. Cuando ambos se vienen, pueden descansar sin que al otro se le vengan un montón de orgasmos en fila, como pasa con las mujeres. En fin, ¿creés que es cierto que el hombre y la mujer disfrutan más?
-¿Algo más?
-Sí. Cuando escribás tu libro no te pongás a ponernos los nombres de mujer entre comillas, ni a usar el masculino en los pronombres. Si hay algo que me pone como una fiera es cuando los periodistas, para burlarse, nos ponen así los nombres y aún vestidas de mujer nos llaman señores. Eso lo hacen como para demostrar que no somos reales y que estamos engañando a la gente.
-Te lo prometo. Nada de comillas y nada de pronombres en masculino.
-¿Y lo malo de ser así?
-La discriminación, la burla, la sorna, el desprecio, la falta de comprensión y lo difícil de conseguir zapatos altos de buen tama ño.

Algunas triunfan

Algunas travestis, como Alma Stone, se convierten en mujeres fabulosas. Un hombre de negocios italiano se la llevó nada menos que a Roma, en donde Alma trabaja para una clientela exclusiva. Con sus ingresos, piensa hacerse la cirujía plástica en Bélgica y transformarse en una mujer. Esta es parte de una carta que le escribió a July:

“Estoy felíz en Italia. Los hombres aquí son superguapos y los travestis tenemos mucha aceptación. No se da nada de la polada de allá que te gritan cosas, o que la policía te ande jodiendo. Enrico me introdujo en un bar de primera, “El Búho”, que es sólo para travestis y sus clientes. Cobro $500 por una noche. ¿Te imaginás lo que hubiera tenido que chupar en Costa Rica para ganarme esta suma? Pues los clientes te tratan como a una reina. Lo que se ve aquí hace que lo que hacíamos en Costa Rica fuera cosa de niñas. Imagináte que hace tres semanas llegaron 14 hombres de un equipo de fútbol de primera, el (...)