La Montálvez by José María de Pereda - HTML preview

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XI

Un mozo rico, muy guapo, de alma noble, de claro y bien cultivadoentendimiento, sin gota de sangre azul en las venas y sin trato niconexiones de ninguna especie con el

«gran mundo», era cuanto, puesta asoñar, hubiera soñado la Montálvez para novio de su hija. Y este novioexistía de verdad, y amaba a Luz, y Luz estaba enamorada de él.

Hasta aquí el asunto iba rodando sobre carriles de seda y oro. PeroÁngel, el autor de aquella novela nonata, en la cual se hilaba tandelgado a propósito de las hijas buenas de madres malas, resultaba, aúltima hora, pedazo de las entrañas de aquel espectro que parecía notenerlas para las madres pecadoras, y que la marquesa no podía olvidar,con no haberle visto más que una vez; y con este resultando y aquellasdudas novelescas del mozo, ya el asunto cambiaba de aspecto y demarcha, y hasta cabía pensar en que descarrilara, si el diablo se metíapor medio con una de las suyas. Por de pronto, solamente al diablo se lepodía haber ocurrido la idea de que tantas y tan buenas prendasestuvieran reunidas en un hijo de aquel otro demonio, y que este hijo sele hubiera metido a ella por las puertas, y hasta en lo más hondo delcorazón de Luz. ¿Por qué no le había parido otra madre más humana? Y¿cómo se concebía que pudiera nacer tan hermosa rama de tan feo tronco?Caprichos de la naturaleza.

A todo esto, la marquesa estaba ya, de vuelta de sus baños, en su casade Madrid; la cual casa frecuentaba mucho Ángel, porque para eso lehabía sido ofrecida por la amable señora. ¡Y qué bien se acomodaba elmozo a aquellos ambientes refinados que tan nuevos eran para él!

Verdadque, fuera del aparato escénico que ya nos es conocido, no había en lascostumbres de la casa de Luz la menor singularidad que pudieraextrañarle ni aturdirle.

La mayor parte de las noches la madre y la hija se las pasaban sin saliry eran contadísimas las personas que las visitaban: señores mayores, muysosegados y juiciosos, y muy atentos y muy amables con él. Algunasseñoras por el estilo andaban por allí de vez en cuando, y, más de tardeen tarde, dos, como de la edad de la marquesa, jamonas tan de buen ver todavía como ella. La una era rubia, condesa viuda de Camposeco; pero lamarquesa siempre la llamaba por su nombre de pila: Sagrario. Gastaba muybuen humor, y solía decirle cuchufletas; lo mismo que a los demás. Laotra, también viuda y también titulada, aunque por derecho propio,marquesa de Espinosa, y también llamada por la de Montálvez por sunombre de pila, Leticia, era muy distinta de Sagrario: menosestrepitosa, más seria y, quizá, mejor tipo. Tenía unos ojos negros yescrutadores que punzaban al mirar, correctísimas facciones, algomorena, y muy esbelta todavía. Observaba mucho y hablaba poco; pero estopoco resultaba esculpido. Con él, con Ángel, estaba sumamente amable, ycuando no le hallaba hablando con Luz, le llamaba para que se sentara asu lado. Le hacía muchas preguntas sobre su modo de vivir, sobre elorigen de su enamoramiento

y

sobre

el

de

Luz,

y

parecía

interesarseprofundamente por los dos, y con este motivo le daba consejos, y muyjuiciosos; a veces, hasta le floreaba todo cuanto cabía en una señoratan discreta y tan...

últimamente mostraba gran empeño en que fuera devez en cuando por su casa. No le pesaría. Había en ella buenos cuadros,bronces de mérito, encuadernaciones y grabados que merecían verse por unhombre de tan nobles aficiones y de tan buen gusto como él; sólo queÁngel, aunque muy reconocido a tan inmerecidas deferencias, no seatrevía a abusar de ellas ni juzgaba que debía hacerlo por entonces.Temía adquirir nuevos compromisos de sociedad, cuando su trato con lamarquesa de Montálvez era todo cuanto podía soportar sin trastornoconsiderable del método de vida que se hacia en su casa. Más adelante yasería otra cosa... y hasta conveniente para él. ¿Quién dudaba que eraprovechosa la amistad bien cultivada de una persona tan distinguida,discreta e influyente como aquella señora?

Además, o era aprensión suya, o la marquesa de Montálvez no ponía tanbuena cara a estas dos amigas como a otras que también la acompañaban aratos; y por si el recelo era fundado, trataba de intimar lo menos quepodía con ellas, y jamás hablaba a la marquesa de las confianzas ydeferencias con que Leticia le distinguía.

También era visita de la marquesa el señor don José Celestino de Guzmán,el amigo de su padre... y de él, salvas las debidas distancias. ¡Con quégusto le vio aparecer allí una noche! ¿Y quién se lo había contado?Porque el señor de Guzmán lo sabía todo, a juzgar por algunas cosasque le dijo entonces, y otras varias que le fue diciendo después.Preguntole una noche, sonriendo, si lo sabían en su casa, y Ángel ledijo que no. Otra vez, y también muy risueño, le preguntó si creía quepodría servirle de algo...

para allanarle el camino, por ejemplo; yÁngel, sin detenerse a poner en claro de qué camino se trataba,apresurose a responder que sí; pero a su tiempo, si fuera necesario:por de pronto, quería ser él quien diera la sorpresa a su familia, ycontaba con que la sorpresa fuera grata.

Con ser Guzmán el que menos andaba por allí, en opinión de Ángel era elmejor recibido de todos los visitantes de la casa, particularmente deLuz. ¡Cómo le quería... y cómo la mimaba él!... Lo mismo que hija ypadre. ¡Y qué bien le sentaba al señor de Guzmán el papel de padre deuna hija como aquella! ¡Si, por una rara casualidad, hasta separecían... y mucho! Según le refirió la marquesa, a Luz la habíaconocido y tratado él desde que era muy niña. Por eso se querían tanto.Lo que era una compasión, a juicio de Ángel, que siendo viuda lamarquesa y soltero su amigo, no hubieran tenido la ocurrencia decasarse. Formarían una excelente pareja...

Pero ¿de dónde habían sacado las personas que Ángel trataba fuera deallí, que las gentes del «gran mundo» eran unas tales y unas cuales? ¿Dedónde lo había sacado su madre, que las tenía siempre entre cejas? Ajuzgar por lo que iba observando él en aquella muestra, ¿qué mayorllaneza, qué mayor afabilidad en el trato, ni qué mayor sencillez decostumbres? Cuidado que en aquella casa hasta se rezaba bien a menudo.Varias veces había llegado él en ocasión de estar la madre y la hija enel oratorio; porque hasta oratorio tenía la casa de la marquesa deMontálvez... ¡Ah!, si las personas mal informadas, si su aprensiva madrepudieran ver lo que él iba viendo tan despacio y tan desapasionadamente,¡qué diversos serían sus juicios sobre aquel delicado particular!

Muchas veces estuvo a punto de hablar con ella de estas cosas; perosiempre había concluido por considerarlo fuera de sazón todavía. Poreso ni su padre ni su madre estaban al tanto de lo que pasaba.Sospechaban que había algo, porque Ángel era muy otro de lo que fue,por el desarreglo de sus horas, por sus arrobamientos y preocupaciones yhasta por el modo de vestir; pero nada más. Echábanle saetillas bienintencionadas en la mesa y en los ratitos de conversación que había amenudo entre los tres; pero la buena parte iban con indirectas ¿No leveían risueño, no le veían gozoso y no estaban siempre hurgándole paraque saliera en busca de su media naranja? Pues si de estar buscándolaya se trataba, como ellos iban sospechando, y le veían lúcido, sano ycontento, ¿qué más necesitaban saber por de pronto? Ya se andaría lo quefaltaba por andar; ya les daría la sorpresa de las sorpresas cuandofuera la hora de dársela...

Pero ¿por qué lado la tomarían entonces? Estaba seguro de haber oídohablar más de una vez en su casa de la marquesa de Montálvez, norecordaba si para bien o si para mal, ni con qué motivo, porque no sefijaba nunca en el tema

de

las

conversaciones

que

no

le

interesabanprobablemente sería para mal, porque, para bien, jamás tomaba en boca sumadre el nombre de ninguna señorona. Manías sin importancia de la pobremujer.

Entretanto, que continuara aquella casi muda porfía que aguzaba losapetitos de la curiosidad de los cariñosos viejos con lima de mayoresdientes cada día (y ya duraba cerca de cuatro meses la labordestructora), y que le dejaran apurar hasta la última gota de la miel desus amores castos, la cual le brindaba nuevas dulzuras a cada momento.

Porque Ángel, artista de corazón y con el pecho atestado de impresionesvírgenes y profundas, estaba maravillado de ver cómo aquella florpurísima iba desplegando sus hojas al calor del nuevo sol, y absorbiendocon avidez la luz y el ambiente del desconocido mundo, a medida que seensanchaba y crecía sobre su tallo oscilante.

Estas metáforas eran de Ángel. Luz era la flor; el amor de Ángel, esdecir, Ángel entero y verdadero, el sol que la esponjaba; y el ambientey la luz, los cuadros de humana realidad con que él iba despertando a lacándida soñadora de paraísos alegóricos.

Ya habían concluido entre los dos los temas de aquel coloridofantástico: se habían bajado a la tierra de los mortales; y era deadmirar el relieve y la vida que había adquirido la belleza de Luz coneste cambio de residencia y de clima. Hasta se sonreía cuando Ángelevocaba aquellas imágenes

idílicas

para

compararlas

con

las

realidadespresentes.

—Y has de concluir por borrarlas de tu memoria—la dijo una vez elentusiasmado mozo.

—¡Eso no!—respondió Luz con gran vehemencia—.

¡Cómo he de olvidar yoque por allí vinimos?

Y Ángel no acertó a responder con palabras, ni se atrevió a sustituirlascon el único medio, sobrado terrenal, que se le ocurría, de beberse larespuesta de Luz para refrescar sus ideas.

Así fueron corriendo estos trámites, que parecían no tener fin, porqueen un alma como la de Luz siempre hallan tesoros nuevos corazones tanhonrados y tan novicios como el de Ángel; pero si no se columbraba elfin, había que salir a buscarle; y Ángel dio los primeros pasos con esosrumbos, bien resuelto a no detenerse en el camino. Lo que él entendíapor su deber, que acaso fuera una necesidad mal comprendida, le imponíaesta resolución.

Luz no se desorientó tampoco en el nuevo terreno a que la llevó laconsulta de Ángel. No llegaba su inocencia al extremo de ignorar a dóndese iba por donde ellos andaban con un mismo impulso y una solavoluntad. ¿Pensaba él que ya era hora de poner fin a aquella placenterajornada de su viaje y de emprender otra nueva y más agradable todavía?Pues bien pensado estaría. Todo era creíble para Luz, menos que Ángel yella no fueran una misma cosa, con un mismo corazón y un mismopensamiento; que lo que les estaba pasando a los dos no fuera lo quedebía pasar, ni que hubiera en el mundo suceso ni contrariedaddestinados a impedirlo. ¿Quién, ni qué se resiste contra el ambiente quese respira y el sol que alumbra? Pues como el sol y el ambiente eranpara ella la vida y el amor de Ángel: elementos naturales y necesariosde su propia existencia.

Y esto se lo contaba ella a él a su modo; pero tan sencilla ydesembarazadamente como si el ocultárselo le fuera tan imposible comodejar de verle cuando le estaba mirando.

Con lo que Ángel acabó deperder los estribos, y se fue poco después, despidiéndose con desusadoacento «hasta mañana», dejándola el corazón entero en una frase, yllevándose la energía de los grandes héroes en un propósito.

Recién llegada Luz de su expedición de verano, se había hecho retratar agusto de Ángel: de cuerpo entero y con un vestido de falda bien plegada,sin pabellones, frunces ni embutidos en ninguna parte; la caída naturalde los paños, y el cuerpo ajustado y descubierto; la cabeza sin másadorno que una flor, y el pelo sin artificios piramidales, ni greñas deestúpido ganapán sobre la hermosa frente; la actitud sencilla y lamirada fija en él. Esto le pareció un poco difícil de conseguir a Luzno estando presente Ángel; pero Ángel, que ya contaba con la dificultad,tenía bien estudiado el modo de vencerla, y de vencerla al tenor de susdeseos.

«Para retratarte así, la encargó, vuélvete con la imaginación atu paraíso, y mírame desde la azotea de tu chalet». Y eso hizo Luz, demuy buena gana; y por eso resultó su cara en el retrato con la expresiónde la de una virgen ideal de las Catacumbas, en sus arrobamientoscelestiales.

Ángel llevaba siempre consigo y sobre el corazón un retrato de estos; yen contemplarle en la soledad de su cuarto se le iban las horas muertas:de modo que, con las que invertía en conversar con el original, casi sele pasaba el día sin separarse de Luz... y la noche también, porque encuanto se dormía el bendito de Dios, ya estaba soñando con ella.

Pues bien; en la virtud de este retrato confiaba grandemente el hijo dedon Santiago Núñez para facilitar sus primeras exploraciones en el ánimode su madre.