La Montálvez by José María de Pereda - HTML preview

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Ángel desapareció del salón del baile aquella noche, pero no de laplaya. Al otro día se dejó ver instalado en el mismo hotel en que vivíala marquesa. Habló con Luz en el comedor y en el jardín, y dondequieraque le fue posible y le pareció lícito, y Luz se le presentó a su madrea título de amigo suyo, como « el mejor de sus amigos». Así lecalificó.

Se necesitaba tener los ojos muy poco avezados a estudiar fisonomías,escasa luz detrás de ellos, menos mundo y demasiada carga de malicias,para recibir mal a un presentado de aquel corte; y como a la marquesa lesobraban mundo, luces, experiencia, buen gusto y hasta motivosespeciales, «el mejor amigo» de su hija fue recibido por ella muycortés y cariñosamente.

A los pocos días Ángel era también «el mejor amigo de la casa», y elcompañero inseparable de Luz y sus amigas en corrillos, fiestas ypaseos. No podían pasar las cosas de otro modo con un carácter como eldel «guardián del paraíso» de Luz.

«Era un conjunto—escribe la marquesa—de enterezas y formalidades dehombre, de sinceridades de niño y de entusiasmos de artista, envuelto enun cendal de los más nobles y honrados pensamientos; pensamientos que sele leían, aunque callara, como si su cerebro fuera urna de transparentey limpio cristal. Era imposible no franquear todas las puertas de lacasa a un huésped como aquél, que llevaba todo su caudal de sentimientosy de ideas a la vista y sin cerrojos.»

Ya conocía la madre el génesis novelesco de la amistad de su hija conél, y había hecho suma gracia a sus malicias de mujer de larga historia;y le conocía porque Luz, que se había arriesgado a declararla lo más,no tenía para qué ocultarla lo menos. Por cierto que se vio la pobre engrandes apuros para pasar con el idilio entre las sonrisas cáusticas desu madre, siguiendo el fantástico camino por donde habían llegado lascosas al punto en que se hallaban.

Pero, idilio o no, el desenlace era un hecho positivo y de una realidadbien simpática para la marquesa, hasta aquellos momentos.

En

adelante

yavería,

según

fuera

descubriéndose lo mucho que aún ignoraba. Luz lehabía presentado el mancebo con su nombre y apellido; pero como éste lehabía sonado poco a fuerza de parecerle vulgar, ya se había olvidado deél, hasta por costumbre de llamar al presentado por su nombre de pila,que tan bien le cuadraba. Y esto era muy poco saber todavía.

Las amigas de Luz y el novio de la mayor, desde la noche del baile sebebían los vientos olfateando noticias del aparecido en el salón, porsupuesto que con la mejor de las intenciones; pero nada averiguaban defundamento, aunque por la playa corrían ya las versiones más estupendasy contradictorias acerca de la procedencia y vicisitudes del novio deLuz; que por esto solo, es decir, por ser el novio de la bañista máshermosa y más visible de cuantas por allí se exhibían, tenía el tristeprivilegio de atraer sobre sí todos los rigores de la curiosidaddesocupada.

Entretanto, él y ella habían ido trocando poco a poco las tintasideales de sus alegorías, y buscando la comunicación de sus mutuossentimientos por otros carriles más humanos, aunque menos pintorescos;se amaban a la manera de los mortales del mundo sublunar que se aman deveras, sin afirmarlo a cada instante, pero sin vacilaciones ni recelos,ni ansiedades locas ni exigencias ridículas. Luz hallaba menos cargadode poesía este cuadro de la realidad que el otro de su fantasía; pero,en cambio, le parecía más substancioso, y por ello no se lamentaba deltrueque. Verdad es que Ángel sabía mantenerla en tan buena conformidadpintándola a menudo, y para lo porvenir, hasta panoramas enteros, que nopor desenvolverse en el prosaico mundo «de cal y canto», dejaban de serllamativos para la venturosa pareja que había de habitar en ellos.

Cuando la marquesa comenzaba a echar de menos los pormenores que Luz nopodía darla sobre la procedencia del

«mejor amigo» de ambas, se anticipóel interesado mismo, en una ocasión bien elegida, cuando vino muy apelo, a sacarla de su apuro, relatándola con noble, sencilla y hastaelegante ingenuidad, su filiación entera y verdadera.

Esto ocurrió una tarde, en la intimidad de una conversación habida en elmirador del gabinete de la marquesa entre ésta, su hija y el relatante,al blando rumor de las ondas que venían a morir, deshaciéndose en anchafaja de espumas, sobre la playa inmediata. He aquí la substancia de surelato:

Ángel era el menor de varios hermanos suyos, a quienes no llegó aconocer, porque murieron siendo muy niños. El temor de que también él semuriera, fue causa de que le guardaran sus padres como oro en paño.Cualquier otro en su lugar se hubiera perdido con lo que se hizo con élpor el afán de conservarle. A él le salvó su naturaleza, francamenterefractaria a vivir bajo fanales. Nunca fue niño mimoso ni asombradizo,aunque sí muy avaro del calor del hogar y de la familia. No llegó aperdulario, ni con cien leguas; pero rompió muchos zapatos jugando enlas plazuelas con otros camaradas; se descalabró bastantes veces, y novolvía a casa, de retorno de la escuela o del paseo, con la ropa máslimpia ni más entera que la de cualquier otro muchacho de buenas agallas. Lo que nunca hizo fue negar en casa lo que había hecho en lacalle, ni quejarse contra nada ni contra nadie por sucesos de que élsolo tenía la culpa. Esta sinceridad le valió nuevas largas de quientenía derecho para atarle corto; pero él no las quiso, es decir, no usóde ellas, porque le bastaba con las que ya tenía para expansiónnecesaria de las fuerzas de su temperamento. Cumplió bastante bien consus deberes escolares. No descolló gran cosa entre sus condiscípulos deprimeras y segundas letras, pero tampoco fue de los últimos. Se creíamuy en su puesto estando donde estaba, y por eso jamás tuvo celos de losque le precedían, ni miró con desdén a los que iban detrás.

Cuando llegó el momento de elegir una carrera, hubo grandes porfías ensu casa. Todo parecía poco para él, y él, entretanto, tenía bienlimitadas las ambiciones sobre este particular; no sólo porque era cosaconvenida que no necesitaba la carrera para vivir a expensas de ella,sino porque no quería echar sobre su cabeza mayor carga de la quepudiera sufrir con desahogo. Fue siempre un enigma indescifrable para élla convenida claridad de las matemáticas. Excusado era enderezarle poreste camino.

Aun suponiendo que hubiera sido capaz (que no lo fue) depenetrar los alambicados y abstrusos conceptos de la metafísica,reputaba por perfectamente inútil en la práctica de la vida toda esajerga filosófica que ha tenido siglos enteros en perpetua disputa a lamitad del mundo sabio, sin que haya quedado más fruto positivo ytangible de tan larga y encarnizada batalla que un rimero de infolios enlatín, que van royendo poco a poco los ratones y las polillas. No teníaestómago bastante fuerte ni entrañas del temple necesario para médico,amén de que, como carrera de lujo, la de Medicina le parecía la menos apropósito de todas las carreras. Y así, por este sistema de exclusión,llegó a demostrar a su padre que él no podía ser otra cosa quejurisconsulto, la carrera en que caben todos, los grandes y lospequeños, los listos y los tontos, y los que se buscan el título comopuerta para salir a todos los campos de las humanas ambiciones, que noeran pocas a la fecha.

Y se hizo abogado en unos cuantos años de estudiar regularmente y deasistir a cátedra con bastante puntualidad, sin pedir, por iniciativapropia, más vacaciones que las de reglamento, ni perorar en los motinesuniversitarios, ni fomentar huelgas ni manifestaciones escolares deninguna especie, aunque obligado a servir de comparsa en las que letocaron en suerte.

Siendo abogado a los veintidós años, ya no supo qué hacerse, y por haceralgo tuvo serias tentaciones de abrir su correspondiente estudio; perono cayó en ellas, en primer lugar, porque con los aires de un largoviaje que hizo por entonces para acabar de convencerse de que en elmundo hay algo más que Madrid y sus afueras (lo cual no quieren creertodavía algunos madrileños), se le modificaron mucho las ideas sobre elbufete de letrado; y, en segundo lugar, porque ya le chisporroteaban enla mente ciertos reflejos de otras regiones más altas y serenas que lasdel foro; reflejos que, con el roce y continuo trato de personasavezadas a vivir en ellas, llegaron a ser clara luz con la cualdescubrió nuevos mundos que le despertaban grandes apetitos en sufantasía, y en los cuales eran desconocidos los procuradores y el papelsellado.

Felizmente, conservaba Ángel en toda su pureza la buena pasta de susprimeros años. Continuaba conformándose con lo que en buena ley lecorrespondía, y teniendo por precepto de ella el volverse a su puesto,muy tranquilo, después de malogrársele su intento de valer un poco más,bien convencido de que no todos los viandantes servían para todos lossenderos. De otro modo, no hubiera ganado para sustos, contrariedades ydescalabros; porque el mozo, en este particular, siempre fue curioso ydecidido.

Antojósele que «también él» era poeta, porque era sensible y veía claroen el espacio de las ideas. Allí estaban, y suyas podían ser como decualquier otro. Decidiose, y se apoderó de unas cuantas que mejor leparecieron. Trabajo inútil. Lo que tan hermoso se le antojó disperso yrevoloteando en los cielos de su fantasía, entre manos profanas no eramás que un puñado de cosas descoloradas y deformes. Le faltaba el artecon que vestirlas para que fueran la expresión exacta de lo concebido enla mente, y esto no era ser poeta.

Ya siendo estudiante se había creído capaz de ser pintor, porque sentía y amaba a la naturaleza, y tributaba admiración y hasta saboreaba las obras de los grandes maestros. Además, la herramienta deeste oficio le parecía de mayores recursos y más entretenida que lapluma. Otro desengaño. ¡Siempre la idea desfigurada y confusa entre laobscuridad de un arte deficiente! La misma dificultad con los coloresque con las palabras. Cuanto más trabajaba para dar relieve a las formasde su pensamiento, más le desvanecía y le ahogaba entre la balumba delas frases huecas o de los colores resobados. Esto no era ser artista.

Otro en su lugar no se habría dado por vencido en estas luchas, yhubiera inundado de coplas y de monigotes a España entera, paraofrecernos en cada disgusto un testimonio de que él era tan poeta y tanpintor como los mejores, o de que si no lo era todavía, lo iría siendopoco a poco; pero Ángel, para honra suya y tranquilidad de los españolesincautos, aprovechó las caídas para estimar el valor de lo que a él leestaba vedado, y empleó las fuerzas que otro hubiera gastado en odiar alos que eran lo que él no podía ser, en admirarlos quieta ysosegadamente, porque sabían expresar las más altas ideas con losprocedimientos más sencillos. Y esto era ser poeta y ser artista.

Antes que en pintor, había querido picar en músico; y en este intento,aunque no llegó a dominar el arte, sacó mejores frutos que en los otros:tenía paciencia, mucha maña y buen gusto, y el piano era un almacén desonidos hechos. De este modo, si no creaba, cuando menos se divertíaextrayendo del depósito las notas, concertadas por el orden que se leseñalaba en un papel. Llegó a ser un regular pianista.

Después de su fracaso de poeta, quedábale el recurso de la prosa, queparece ser el prado del concejo para todos los aficionados a retozaren los campos acotados de las letras, y aun de las artes, las pedestres inclusive. Ángel no llevaba a tal extremo sus aprensiones,porque esto no cabía en un mozo de tan buen sentido; pero muy cerca leandaba cuando consideraba el caso desde lejos. Por de pronto, creía quesin las trabas del metro y de la rima, el ropaje de la idea era muchomás fácil de cortar. En la prosa, el arte, si arte se necesitaba paramanejarla bien, era llanote y campechano; las pruebas abundaban, aldecir de las gentes, de que en España bastaba querer para convertirse unzapatero en literato distinguido; y esto no sería del todo exacto porlo tocante a los zapateros; pero podía serlo por lo tocante a él, quehabía cultivado la inteligencia, conocía bastante bien la lengua en quepensaba, y hasta sabía distinguir los libros escritos con arte de los emplantillados por zapateros.

Y se atrevió con una novela, cuyo asunto vela bastante claro en sucabeza. Cuestión de coger aquellos personajes, decir cómo eran, dóndevivían y de qué modo; de qué pie cojeaba cada uno, y moverlos de acápara allá, lo mismo que se mueven las gentes en el mundo, al compás desus necesidades y según lo pidan sus virtudes o sus pasiones.

Nada mássencillo ni hacedero. No se lo parecería tanto sí se tratara en lanovela de cosas del otro jueves: de laberintos de

sucesos,

de

lancesinesperados,

de

sorpresas

deslumbradoras y espantables, obra para lacual se exige una fuerza inventiva de todos los demonios, y hasta unacopio de auxiliares mecánicos que no se hallan ni se construyen en lostalleres de un novelista cualquiera.

La armazón de la novela de Ángel era la siguiente: un comerciante muyrico tenía una mujer muy guapa, la cual mujer era, además, ligera decascos. De este matrimonio nació una hija que llegó a ser moza, sin que,su madre se recatara de ella todo lo que debía para entregarse a susliviandades, que iban de mal en peor y al cabo llegaron a matar depesadumbre y de vergüenza al pobre comerciante. A la hija la pretendióun abogadete poco aprensivo; la pretendida le quiso y llegó a casarsecon él; al poco tiempo de casada la galanteó un coronel muy guapo: aella le gustaba mucho el coronel, que era mejor mozo que su marido; yporque le gustaba y estaba muy hecha a considerar, en el ejemplo de sumadre, que el ser mujer casada no impide enamorarse de otro más,aceptó los galanteos del coronel, el cual desorejó en un duelo alabogado ofendido, por habérsele quejado éste de la ofensa. Cuando secansó del coronel, amó a un ingeniero civil, y después del ingeniero aun periodista, y así sucesivamente hasta un torero de fama; porque elpúblico llevaba

una

cuenta

minuciosa

de

todas

esas

prodigalidadesamorosas, aunque la pródiga pensaba que nadie se las veía. Con este casobien podía darse a entender, sin declararlo con la pluma, que, sin unmilagro de Dios, de madre mala no puede nacer hija buena, porque aun sincontar con lo que influye en las inclinaciones de las segundas el malejemplo de las primeras, hay quien cree que los vicios se heredan comolas escrófulas y la tisis. Pero la esposa del abogado tuvo también unahija, y ésta hija era guapa y parecía muy buena. Por de pronto, se habíaeducado de muy distinta manera que su madre: lejos de ella y del ruidode los escándalos. De esta chica se enamoraba un forastero, ignorantede todo lo que pasaba y había pasado en aquella familia; el forasteroera guapo mozo, muy honrado y sumamente noble y sencillo de carácter,por todo lo cual la chica llegaba a quererle con todo su corazón... Yaquí entraba la dificultad que había sumido al autor en grandes dudas.¿Qué hacía con la pareja de enamorados? ¿Conservaba al novio en suignorancia y los

casaba,

exponiéndole

por

toda

su

vida

a

laconmiseración ultrajante del público, que estaba en autos, cuando no amás graves peligros si la cabra tiraba al monte a lo mejor? ¿Le enterabade todo? Y en este caso, ¿qué hacía el pobre muchacho después de poneren horrible lucha a su corazón con sus naturales repugnancias?¿Renunciaba a la hija, que era buena, por los pecados que había cometidosu madre? Y en caso afirmativo, ¿disculpaba su resolución con la verdad?procediendo así, ¿qué hacia ella?

¿Le culpaba a él, o culpaba a sumadre? ¿La mataban el dolor y la vergüenza, o se resignaba y vivía? Nohabía lucha ni vacilaciones en el novio después de descubrir lo queignoraba, y entraba con todas, porque su amor le cegaba: ¿era supapel, en este supuesto, más airoso que el de casado en la ignorancia delo que ahora conocía? ¿Salía buena su mujer, o salía mala? ¿Cuál era lomás natural, lo más humano, lo verdadero, teniendo en cuenta que su obrano había de ser un libro de tesis, sino la exposición amena de algunossucesos arrancados de la realidad de la vida?

Dejando estas dudas sin aclarar por de pronto, y muy confiado en que lafuerza misma de las cosas al tratar de ellas le daría resueltas lasdificultades, comenzó a escribir la novela... ¡Otra sorpresa más y unnuevo desengaño! Con saberse todo el Diccionario de la Lengua y conoceral dedillo personas y lugares, los retratos y pinturas de ellos, másque cuadros de color, le resultaban inventarios de escribano. Tambiénallí hacia falta el arte, y mucho arte; porque hasta que lo tocó con lasmanos no pudo convencerse de que lo más sencillo y trivial a la simplevista, lo que estamos contemplando a todas horas, porque vivimos entreello, es lo más difícil de pintar en un libro.

Entonces arrojó la pluma pecadora y se curó de toda tentación de meterlaen donde no la llamaran; pero, en cambio, fue desde aquel momento undevoto, hasta lo místico, del arte en todas sus verdaderasmanifestaciones, sin temores ni barruntos de que pudiera incurrir jamásen el feo vicio de profanarle con atrevimientos de aficionado, y conla lícita vanidad de ser el único español que, pudiendo, no habíamolestado a la paciencia pública con una sola

« muestra de sumenguado ingenio».

Yo no sé si parecerá bien a los lectores de cierta contextura, que unmozo como Ángel les fuera con aquellas puerilidades y estas retóricas ados señoronas de Madrid que estaban pasando una temporada en una playade baños, y entretenidas en ver desde el mirador de una fonda cómorompían las olas del mar, allí cerca; pero, poniéndome en el peor de loscasos, quiero que consideren aquellos caballeros que de todo se puedehablar con señoras, por aburridas que estén, hasta del teorema deSturm, que es la materia más desabrida que yo conozco; porque elpeligro de cansar al prójimo no está en lo que se le cuente, sino en elmodo de contárselo, y puedo certificar que el relato de Ángel, por lofresco, por lo natural, ingenuo y desenfadado, fue oído por las damassin desperdiciar punto ni coma. Por otra parte, ¿de qué había de hablaren aquella ocasión un mozo sin historia, a dos mujeres que estabaninteresadas en conocer hasta su modo de dormir?

¡Vaya si les iba cautivando la atención! Tenía que leer la cara de lamarquesa, particularmente cuando el relatante expuso el plan de sumalograda novela y apuntó las dudas que le asaltaron en lo másinteresante. No parecía sino que se había ideado para ella ¡Qué demoniode chico, por dónde había ido a tomar el punto; y de qué manera tanfácil podía llegar a ser un hecho la ficción aquella, sin haberseescrito todavía, y a resolverse en su casa, por la marcha fatal de lossucesos, la dificultad que no había acertado a resolver él en susespeculaciones imaginativas! ¡Tendría que ver eso!

Luz, aunque nada temía por este lado, no por ello se interesaba menosque su madre en los relatos de Ángel.

Veíale entre ellos adelantarrápidamente en su ya comenzada metamorfosis de ente ideal en hombre vivoy efectivo, y no la desilusionaba pizca la realidad que se ibadescubriendo.

Siguiendo el mozo su historia, dijo que entre sus tentativas de poeta yde novelista fue cuando conoció a Luz, al salir ésta un domingo de lasCalatravas. Se metió en el carruaje que la aguardaba en frente, ydesapareció calle abajo. Ángel sólo tuvo tiempo para admirarla y parasaber su nombre. Le oyó pronunciar en un corrillo de desocupados que laconocían. Otra vez la vio en un teatro, al cual había él llegado aúltima hora. Ninguna de las pocas personas a quienes pudo preguntarsabían quién era. Esto no debía extrañar a la marquesa. Su mundo estabamuy lejos del mundo de Ángel, y los amigos de éste eran muy contados,porque muy pocos eran también los que se avenían a su manera provinciana de vivir en la corte.

Y no volvió a ver a Luz; pero lejos de borrársele su imagen en lamemoria, más se ahondaban sus trazos cada día al calor del pensamiento,que no se apartaba de ella un solo instante. Llegó a creer que en aquelseñorío que el recuerdo de Luz había hecho de su corazón y de sufantasía, había algo de inspiración sobrehumana. Aceptolo así; y conando a esta idea todos los entusiasmos que cabían en su alma virgen,llegó a convertirla en culto fervoroso y apasionado. Esto podría tenersus puntas de romántico y sus lados de inocente; pero así era la verdad,y verdad muy agradable para él. Tenía ciega fe en que había de hallar aLuz algún día, y en que, después de hallada, no había de desconocerle. Ysalió a buscarla, sin impaciencias, por aquel camino que eligió a lacasualidad. Apenas llegó, oyó hablar de ella y hasta supo cuál era sulinaje. No se desanimó al conocerle, ni dudó que aquella Luz de quehablaban pudiera ser otra Luz que ella. Y así sucedió.

Lo demás no tenía para qué referirlo, porque ya lo sabía Luz... y sumadre también.

A estos informes particularísimos de su persona añadió algunos otros quepudieran llamarse de familia.

Su padre era un bendito de Dios, y su madre otra que tal, en el fondo,pero algo más áspera y sombría en las formas.

El uno y la otra no vivíanya sino por él y para él. No querían que se contagiara de la vida queellos hacían, modesta y retirada; les gustaba que fuera más corriente y algo mundano, y al mismo tiempo temían verle muy metido en el mundopor los peligros que soñaban en él, particularmente su madre, que erademasiado recelosa y aprensiva. Ángel procuraba acomodarse a este tira yafloja a que querían someterle, y lo conseguía sin gran esfuerzo, porquetenía todo lo suficiente para sus necesidades mundanas, escogiendo entrelo mucho lícito y honrado que en el mundo había.

Por aquellos temores, más llevaderos en el padre que en la madre,ansiaban los dos porque el hijo tropezara pronto con su media naranja.Solamente viéndole casado, y bien casado, se atreverían a conceptuarleseguro.

Y aquí se calló el relatante, porque ya no tenía más que decir, a sujuicioso entender. Sin embargo, la marquesa echaba de menos un detallede gran monta allí; detalle que si Ángel no le había omitido, ella lehabía olvidado ya. En la duda, le preguntó con dulcísima afabilidad:

—¿Cómo dijo usted—porque soy muy flaca de memoria para nombres—que sellamaba su padre?

Y Ángel, que tampoco se acordaba si lo había dicho o no, y temiendo eneste último caso que se atribuyera la omisión a un motivo que no cabíaen la nobleza de su alma, aceptó con gusto la fórmula que le dio en supregunta la marquesa, para responder cuanto podía venir allí muy alcaso, sin que se tomara en mal sentido la respuesta:

—Santiago Núñez, antiguo droguero de la calle de la Cruz, y hoydedicado a negocios de pasatiempo, en la calle Imperial, 15, segundo,derecha, que es la casa de ustedes, con permiso de mi padre, que nodesautorizará mi ofrecimiento.