El Mar by Jules Michelet - HTML preview

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estos

dos

climas,

pasando

insensiblemente de lazona marítima del Oeste á la del Este, en el clima exclusivamenteterrestre de la Borgoña. Luego, caminando con paso lento por las alturasdel Ródano en el Delfinado, afrontaba con menos trabajo la región de losfuertes vientos, Valence y Aviñon. Finalmente, descansando en Aix(Provenza interior), lejos del Ródano y de las costas, acostumbraba supecho y su respiración al clima provenzal: y entonces, sólo entonces,aproximábase al mar.

Francia tiene la admirable ventaja de verse bañada por los dos mares. Deahí la facilidad de alternar según las estaciones, los temperamentos,los grados de la enfermedad, entre la tonicidad salada del Mediterráneoy la tonicidad más húmeda, más suave (salvas las tempestades), que nosofrece el Océano.

En cada uno de estos dos mares hay una escala graduada de estaciones,más ó menos blandas, más ó menos fortificantes. Es muy interesanteobservar esa doble gama, y á menudo el seguirla, yendo del tono másdébil al más fuerte.

La del Océano, que parte de las aguas fuertes y fortificantes,venteadas, agitadas, de la Mancha, se dulcifica en extremo al Mediodíade la Bretaña, humanizándose todavía más en Gironde, y es muy apacibleen la cerrada concha de Arcachón.

La del Mediterráneo, circular casi, tiene su nota más elevada en el secoy penetrante clima de la Provenza y de Génova; dulcifícase hacia Pisa;se equilibra en Sicilia, mientras que en Argel obtiene un grado notablede fijeza. De retorno, gran suavidad en Valencia y Mallorca, y en lospuertezuelos del Rosellón, tan bien abrigados por el Norte.

Dos caracteres hacen agradable el Mediterráneo sobre todas las cosas: suplan tan armónico y la vivacidad, la transparencia de la atmósfera y dela luz. Es aquél un mar azul muy amargo, saladísimo; perdiendo por laevaporación tres veces más de agua que la que le traen los ríos. Sólosería sal y convertiríase en tan acre como el Mar Muerto, si corrientesinferiores, tales como la de Gibraltar, no lo templaran incesantementepor medio de las aguas del Océano.

Cuanto he visto de sus playas era magnífico, mas un tanto áspero. Nadavulgar. La traza de los fuegos subterráneos que se descubre por todoslados, sus sombrías rocas plutonianas, jamás fatigan, cual sucede conlas interminables dunas de arena ó los sedimentos acuosos de las costasbravas. Y si los famosos naranjales parecen un tanto monótonos, encambio los abrigados recodos do domina la vegetación africana, áloes ycactos, los campos de setos exquisitos sembrados de mirto y de jazmín,por último, las odoríferas landas agrestemente perfumadas, causanvuestra admiración. Verdad es que las más de las veces se ciernen sobrevuestra cabeza calvas y estériles montañas: sus largos pies, sus vastasraíces que van continuando hasta el mar, refléjanse en el fondo de lasaguas. «Parecíame que mi barquilla—dice un viajero,—nadaba entre dosatmósferas, como si estuviese impelida por el aire arriba y abajo.» Yprosigue describiendo el mundo variado de plantas y de animales quecontemplaba bajo ese cristal en las costas de Sicilia. Menos afortunadoyo que él, paseándome por el mar de Génova sobre un agua tantransparente como la descrita, sólo veía el desierto.

Las enjutas rocasvolcánicas de la playa, de mármol negro ó color blanco todavía máslúgubre, me representaban en el fondo del brillante espejo monumentosnaturales, especie de sarcófagos antiguos, iglesias en ruinas. A vecesfigurábame distinguir ciertas reproducciones de las catedrales deFlorencia ó de Pisa; otras, creía ver silenciosas esfinges ó monstruosinnominados,

¿acaso ballenas? ¿elefantes? lo ignoro: quimeras de mifantasía, sí, y sueños extraños. Nada de realidades.

Ese mar, tal como es, con sus climas poderosos, templa admirablemente alhombre, dándole la fuerza seca, la más resistente, y formando las razasmás sólidas. Nuestros hércules del Norte son tal vez más fuertes, emperoindudablemente no tan robustos ni aclimatables como el marino provenzal,el catalán, el de Génova, el de Calabria, el de Grecia. Estos, curtidosy bronceados, pasan, al estado de metal: rico color que de ningún modoes un accidente de la epidermis, sino una inhibición profunda de sol yde vida. Un discreto médico, amigo mío, mandaba á sus clientesdescoloridos de París, de Lyon, á aquellas costas á tomar baños de sol,y él mismo lo desafiaba hora tras hora sobre una roca, no resguardandomás que la cabeza; lo restante de su cuerpo adquiría un bello matizafricano.

Los enfermos de veras dirigíanse á Sicilia, Argel, Madera y lasCanarias; empero la regeneración de los débiles, de los fatigados, delos descoloridos habitantes urbanos, se efectuará tal vez mejor en losclimas más desiguales. Debe esperarse en primer término de los paísesque han dado al Universo los más altos ejemplos de energía—el acero delgénero humano, la Grecia,—y la raza de sílex, fina, ejercitada,indestructible, de los Colón y los Doria, los Massena y los Garibaldi.

Nuestros puertos del extremo Norte, Dunkerque, Boulogne, Dieppe,azotados por los vientos y corrientes de la Mancha, son también unafábrica de hombres que los hace y rehace. Aquel gran soplo y aquel granmar, en su eterno combate, basta para resucitar á los muertos: y enefecto, allí se operan renacimientos inesperados. El que no tiene lesióngrave se recobra en un instante. Toda la máquina humana funciona confuerza de buen ó mal grado; digiere, respira. La Naturaleza es exigentey sabe el medio de hacerla andar. Los robustos vegetales que forman unasábana de verdura bajo el influjo de los más fuertes ventarronesmarinos, nos hacen asomar la vergüenza al rostro cuando los comparamoscon nuestra languidez. Cada puertezuelo normando es un agujero de lacosta brava por el que se introduce el infatigable Noroeste (el Norouais en buen normando), silbando y haciéndonos revivir. Porsupuesto, que no sopla con tanta violencia á la embocadura del Sena, ála sombra de los bosques de manzanos de Honfleur y de Trouville. Alpartir el manso río, se desliza suavemente á la izquierda, trayendo elinflujo de su carácter agradable y pacífico.

Hase descrito en otro sitio de esta obra el mar vehemente, con terriblefrecuencia, de Granville, Saint-Malo, Cancale. Aquella es la mejorescuela para la gente joven. Allí está el reto del mar al hombre, lalucha en que los fuertes conviértense en fortísimos.

La grande gimnasianaval ha de verificarse en esos parajes entre normandos y bretones.

Si, por el contrario, se tratara de una existencia gastada, frágil, deun niño débil y enfermizo, ó de una mujer agotada en las luchas delamor, buscaríamos un sitio más suave para abrigar ese tesoro. Una playaenteramente tranquila con el agua no tan fría, sin engolfarnos mucho alMediodía, son cualidades de las islitas y penínsulas del Morbihan: todosaquellos islotes forman un laberinto más intrincado que aquel en que unrey ocultó á su Rosmunda. Confíe, pues, usted la suya á ese mardiscreto. Nadie lo sabrá, exceptuando las vetustas piedras druídicasque, con algunos pescadores, constituyen los únicos habitantes de sitiotan agreste y bonancible.—«Pero—pregunta nuestra dama,—¿de qué sevive allí?—Sobre todo, de pesca, señora.—¿Y de qué más?—- De pesca.»No dista mucho Saint-Gildas, la abadía adonde, según dicen los bretones,fué Eloísa para reunirse con su Abelardo. Poco les bastó para vivir álos célebres amantes: adoptaron el sobrio y solitario régimen deRobinsón, comida de viernes. En dirección del Mediodía se encuentranalgunos lugares más civilizados, agradables y deliciosos, tales comoPornic, Royan y Saint-Georges, Arcachón, etc.

Ya he mentado en otra ocasión Saint-Georges, la dulce playa de losolores amargos. Arcachón es asimismo muy apacible en medio de sus pinadas resinosas cuyos perfumes vivifican. Sin la mundana invasión dela populosa y rica Burdeos, sin la muchedumbre que afluye y se atropellaen ciertas épocas, mucho nos agradaría ocultar allí nuestros adoradosenfermos, los tiernos y delicados objetos para quienes tememos elbullicio mundanal.

Mientras estuvo ese sitio encerrado en su conchainterior, ofrecía el contraste de un mar tranquilo y profundo, absoluto,á dos pasos de un mar terrible. Más allá del faro, el furioso golfo deGascuña; dentro, el agua soñolienta y la languidez de una ola muda, queno causa más estrépito que el que producir puede un piececito sobre laelástica almohada del alga marina con que se afirma una capa de arenamuy reblandecida.

En un clima intermedio que no es ni Norte, ni Mediodía, ni Bretaña, niVendée, he visto y vuelto á ver con alegría el precioso y grave abrigode Pornic, sus excelentes marinos, sus agraciadas

muchachas,encantadoras

bajo

sus

gorras

puntiagudas. Es un lugarcillo de reposo,que teniendo enfrente la dilatada isla (península más bien) deNoirmutiers, llégale el mar oblicuamente, de una manera indirecta y conmesura, y apenas ha entrado, se humaniza, hilando por medio de su rizadaonda lino, al parecer, ó muer. En aquella concha de algunas leguas deextensión, ha fabricado el mar otras pequeñas, ancones angostos de suavependiente para las mujeres, ó bañeras para los niños. Esas lindas playasenarenadas, separadas entre sí, ocultas á las miradas indiscretas porrocas respetables, tienen sus pequeños misterios para divertir á los queen ellas se bañan. Vese alguna vida marina, pero mucho más pobre que enotro tiempo: el abrigo es inútil, y también perjudicial. El mundo de lasaguas no recibe en esa concha harto tranquila, rica alimentación; por lotanto, la abandona. Dicho mar se enajena de día en día el gran oleajedel Océano, haciéndose sordo á sus gritos, que sólo se oyen muydebilitados. Semi-silencio que tiene gran encanto. En ningún otro puntohe hallado con más dulzura la libertad de soñar despierto, ni el encantode los mares moribundos.

III

La habitación.

Permítase á un ignorante que, sin embargo, ha adquirido ciertaexperiencia á costa suya, dar algunos consejos sobre los puntos que nocitan los libros, y que hasta el presente han preocupado muy poco á loshombres de la facultad médica. Para que esos consejos no sean tandifusos, los doy á una persona enferma que me pide informes. ¿Es un serficticio? No. La persona á quien me dirijo, hela realmente encontrado, ymás de una vez, en el transcurso de mi vida.

He aquí á una señora joven, debilitada, enferma ó muy cercana á estarlo,y un niño más débil todavía que la madre. El invierno se ha pasado así,así; la primavera con más dificultad. Sin embargo, no hay lesión grave.Debilidad, anemia; esto es todo: sólo dificultad para vivir. Se lesprescribe pasar el verano á orillas del mar.

Gasto exorbitante para una persona de medianos recursos y pocoacomodada. Penoso viaje para una ama de casa. Ruda separación, sobretodo, tratándose de dos esposos que se quieren.

Entrase ennegociaciones: se desearía dulcificar la sentencia. ¿No será bastanteun mes? Empero el muy entendido doctor insiste.

Cree que una estanciademasiado corta hace más daño que bien.

La impresión brusca, violenta,de los baños, sin preparativo de ninguna clase, es más bien propia paratrastornar la salud, aun la más robusta. Las personas razonables, alllegar al puerto de mar, lo primero que deben hacer es aclimatarse,respirar: el mes de junio es excelente para el caso—julio y agosto paratomar los baños;—septiembre, y á veces octubre, procuran el descanso delos fuertes calores, dulcifican la excitación producida por la acritudsalina, consolidan los resultados, y aun con sus frescos ventarronesacostumbran á los fríos invernales.

Pocos hombres hay libres durante todo el verano: y mucho será si elmarido puede pasar junto á su cara mitad uno ó dos meses—agosto yseptiembre, por ejemplo.—Por poco dispuesto que se encuentre ásacrificarla los intereses secundarios, en bien de su misma esposa debequedarse en casa. Hay en la restringida existencia del hombre laboriosocadenas que no puede romper sin gran detrimento de la familia. Así,pues, la señora ha de partir sola. Ya los tenemos divorciados.

¿Partir sola? Nunca lo ha estado. Más tranquila iría si marchaba encompañía de una familia de amigos ricos, que parte sin faltar uno,marido, mujer, niños, criados.—Si me atreviera á dar mi opinión, diría:«Que parta sola.»

La partida en compañía, divertida y agradable al principio, suele tenerconsecuencias bien distintas. Hay incomódos, pendencias, y los quepartieron amigos vuelven enemigos, ó (y esto es peor aún) demasiadoamigos. La ociosidad de los baños produce con harta frecuenciaresultados imprevistos que hay que lamentar toda la vida. El más pequeñode los inconvenientes que puede resultar (y yo no lo encuentropequeño), es que gentes que, separadas, habrían sentido mejor el influjodel mar, trayendo muy buena impresión de su viaje, si han de vivirjuntas proseguirán

el

sistema

de

vida

de

las

grandes

ciudades(frivolidad, vulgaridad, falsa alegría, etc.) Cuando uno está solo, seocupa en algo, medita; en tertulia, se charla, se murmura. Esos amigosricos y gentes de mundo arrastrarán la joven señora á sus diversiones;de suerte que se sentirá agitada y llevará una vida más intranquila yantimedical que en París. Su misión es enteramente distinta. Reflexioneusted lo que la digo, señora; tenga ánimo y sea prudente. Rodeada desoledad, sin más distracciones que las que le procure su hijo, vidainocente, infantil si usted quiere, pero pura, noble, poética, sólohaciendo este género de vida recobrará las fuerzas y la salud perdidas.La justicia delicada y tierna que la hace á usted temer los placeres,mientras otra persona que ha quedado en casa trabaja para la familia, leserá tenida en cuenta, no lo dude. El mar la estimará más si no quiereotro amigo que él mientras esté á su lado; y en dicho sitio de reposo laprodigará su tesoro de vida, de juventud. El niño crecerá como unprecioso árbol y usted florecerá en la gracia, volviendo á su hogarjoven, adorada.

Resígnase y parte. La estación es indicada y hasta conocida.

Se apreciapor el análisis químico el valor real de las aguas.

Empero hay unsinnúmero de circunstancias locales, que no pueden adivinarse á grandistancia, y raras veces las conoce el médico. El hombre de las grandesciudades, tan ocupado siempre, no tiene ocasión ni tiempo para estudiaraquellas localidades.

De las más importantes han sido publicadas guías que no carecen demérito. Por ellas se sabe el gran número de enfermedades que puedencurarse en la estación recomendada.

Mas, pocas, poquísimas, dicen nadasobre lo más esencial que allí se va á buscar, la originalidad delsitio; no atreviéndose á declarar abiertamente lo malo y lo bueno, ellugar que dicho sitio ocupa en la escala de las estaciones. El libro esun elogio general, tan general, que muy poco instruye.

¿Cuál es la situación exacta? Si examinamos el plano, veremos que lacosta hace una ligera inflexión al Mediodía. Pero esto no enseña nada.Podrá suceder que tal ó cual curva del terreno coloque la habitación queusted ocupe bajo una influencia demasiado fría; que, por ejemplo, untorrente desembocando en la costa, un valle oculto, pérfido, la traigael viento del Norte, ó que, merced á un repliegue del terreno, el vientodel Oeste se engolfe y la ahogue con su soplo.

¿Hay pantanos en las cercanías? La respuesta es fácil: diciendo sí, casisiempre se acertará. Mas la diferencia es grande si éstos son salados,renovados, saneados por el mar, ó pantanos adormecidos de agua dulceque, después de las sequías, producen emanaciones febrosas.

¿Es puro el mar ó mezclado? ¿Y en qué proporción? Gran misterio que unono se atreve á esclarecer. Pero para las personas nerviosas, para losnovatos que empiezan la serie de baños de mar, los más suaves son losmejores. Un mar un poco mezclado, el aire no muy salado ni acre, unaplaya risueña que ofrezca las perspectivas del campo, son las mejorescircunstancias.

Un punto grave y capital es la elección de vivienda. ¿Quién va ádirigir á usted? Nadie. Preciso es ver, observar por sí mismo.

Muy pocaluz se saca de los que han visitado la comarca, aunque hayan vivido enella, pues la elogian ó critican, no según su verdadero mérito, sinoconforme á lo que se divirtieron ó á las amistades contraídas. Larecomendarán á algún amigo que la recibirá con los brazos abiertos, y alcabo de algunos días palpa usted los inconvenientes. Ve que vive en lacasa menos cómoda, y á veces malsana y peligrosa. No importa, está ustedligada; ofendería á la persona que la recomendó y á la amable, excelentey hospitalaria familia que la ha recibido bajo su techo.

«Bueno; no me ligaré. Mas al llegar, si encuentro un médico honrado,querido, suplicaréle me guíe.»—¡Honrado! No basta esto; debería sertambién intrépido, heroico, para poder hablar con franqueza sobre puntotan capital. Se pondría mal con todos los habitantes del lugar; seríahombre al agua. Todo el mundo le rechazaría, viéndose precisado á vivircomo una fiera, y podría darse por muy contento si alguna noche noencontraba quien le jugara una mala pasada.

Detesto las construcciones ligeras hasta lo absurdo que levanta laespeculación para climas tan variables. Como uno llega en la época delos grandes calores, acéptase sin titubear tal vivac: pero confrecuencia se prolonga la estancia durante septiembre y aun todo eloctubre, expuestos á la furia de los vientos y las lluvias.

Los propietarios del país que gozan de buena salud, constrúyense paraellos buenas y sólidas casas, perfectamente resguardadas. Y paranosotros, pobres enfermos, edifican albergues de tablas, absurdos chalets (no rellenados de musgo cual los de Suiza, sino abiertos y conlas junturas despegadas).

Esto sí que se llama burlarse del prójimo.

En esas quintas, de apariencia lujosa, si bien miserables en el fondo,nada ha sido previsto. Salones, piezas de aparato con vistas al mar,pero nada de interior agradable; nada de esas dulces comodidades de quetanto necesita la mujer. La pobre no sabe do guarecerse, viviendo allícomo en una semitempestad continua, sufriendo á cada momento bruscastransiciones de temperatura.

Por otro lado, la sólida casa del pescador, y aun del hombre de la clasemedia, suele ser baja y húmeda, incómoda, inconveniente para ciertasdisposiciones. Muchas veces no sólo carece de doble y grueso techo, sinoque tiene un sencillo envigado por donde penetra y sube á lashabitaciones superiores el aire frío de los bajos. De ahí losconstipados y reumatismos, las gastritis y cien otras enfermedades.

Cualquiera de aquellas dos habitaciones que escoja usted, señora, ¿sabelo que deseo contenga ante todas cosas? Ríase cuanto quiera, no importa.Lo que deseo contenga es, á pesar de hallarnos en el mes de junio, unabuena chimenea á prueba de viento. En nuestra hermosa Francia con sufrío Noroeste, y lluvioso Suroeste, que en el año que corre ha reinadonueve meses, es preciso poder encender fuego en todo tiempo. En medio deuna velada húmeda, cuando su hijo de usted se presenta tiritando y nopuede entrar en calor antes de acostarse, debe encenderse un buen fuego.

Dos cosas hay que han de estar previstas anticipadamente en todahabitación: el fuego y el agua—agua potable, cosa bastante rara juntoal mar.—Caso de que no pueda beberse, trate usted de suplirla concerveza ú otra bebida de las usadas en el país.

¡Cuánto daría por poder levantar con la palabra la quinta del porvenirtal como se presenta en mi ánimo! No me refiero á la casa fastuosa, alpalacio que quisieran los ricos erigir orillas del mar: hablo de lamodesta casa de las fortunas medianas. Es un arte que está por creartodavía, y todos parecen ignorarlo. Los ensayos hechos hasta ahora soncopia de tipos en contradicción con nuestros climas y la vida de lascostas. Esos kioscos, accidentados de ligeros adornos, son á propósitopara lugares abrigados, pero en los nuestros dan miedo: parece que elviento va á llevárselos. Los chalets que, en Suiza, ostentan grandescobertizos para resguardarse de las nieves y encerrar el heno, tienen elgrave inconveniente de quitar mucha luz. El sol (en nuestros mares delNorte) no debe ser desterrado, sino acogido con gran cuidado. Y encuanto á las imitaciones de capillas, de iglesias góticas tan incómodaspara vivienda, dejemos á un lado esas monadas ridículas.

Orillas del mar, el primer problema es una gran solidez, firmeza,espesor de las paredes á prueba de los temblores y conmociones que sesienten cuando uno está metido en una frágil vivienda, fundamentos, enfin, que inspiren confianza; de suerte que en medio de la más horrorosatempestad tenga la mujer tímida la seguridad de que no hay peligro paraella ni para cuanto la rodea, y pueda dibujarse en su rostro la sonrisay esa felicidad del contraste que hace exclamar: «¡Qué bien se estáaquí!»

El segundo punto es que la pared de la casa que mira á la tierra estétan bien abrigada, que haga olvidar el mar, y que al lado de aquelcontinuo torbellino puedan los moradores encontrar el descanso.

Para responder á esas dos necesidades, preferiría la forma que da menosasidero al viento, la semicircular ó de media luna, cuya parte convexaprocuraríame por el lado del mar un panorama variado, viniendo el sol ádar la vuelta de una á otra ventana y recibiéndolo á todas horas.

La concavidad de ese semicírculo, el interior, estaría protegido por lospicos de la media luna, para que abrazara el lindo parterre del ama decasa. A partir de ese parterre, la inclinación progresiva del suelopermitiría formar un jardín de alguna extensión, resguardado de losvientos marinos. Con frecuencia basta un repliegue del terreno paraneutralizar su influencia.

«Flora aborrece el mar,» dícennos. Lo que aborrece es la negligencia delhombre. Desde aquí estoy viendo Etretat, y ante un mar muy enfurecido,en lo más elevado de la costa brava, expuesta á la furia de los vientos,una granja con un vergel y árboles admirables. ¿Qué precauciones hantomado sus dueños?

Un sencillo terraplén de cinco pies de alto, dejandocrecer encima todo género de vegetación fortuita, un zarzal. Detrás deese terraplén ha brotado una hilera de olmos bastante robustos quedieron abrigo á los demás. Asimismo hubiese podido tomar ejemplo deotras localidades de Bretaña. ¿Quién ignora la gran cantidad de frutas yde legumbres que produce Roscoff, las cuales llegan á venderse á vilprecio hasta en la misma Normandía?

Volviendo á nuestro edificio, lo quiero no muy alto. Bajos y un pisopara los dormitorios. Nada de granero arriba, sino alguna pieza baja ódesván que aisle el primer piso del techo.

Luego, la casa pequeña. En cambio, que sea sólida, con dos hileras decuartos, una habitación mirando al mar y otra á la tierra.

Los bajos, de cara á la tierra, deberían estar abrigados un tanto por elprimer piso que sobresaldría sólo unos cuatro ó cinco pies: estoconstituiría en esa media luna interior una especie de galería paraabrigarse durante el mal tiempo. Los cuartos bajos servirán de comedor,otra piececita, si se quiere, para la biblioteca (viajes, historianatural) y otra para baños. No se habla aquí de una verdadera bibliotecani una lujosa sala de baños. Lo más esencial, muy sencillo, cómodo, y estodo.

Me gustaría, en los momentos en que la playa es inabordable para lospechos delicados, me gustaría, digo, ver al ama de casa, sentada y bienabrigada, leyendo, trabajando en el parterre.

Debería estar rodeada dealguna cosa que recordare la vida, flores, pajarera, una conchita llenade agua de mar donde podría llevar todos los días sus descubrimientos,las pequeñas curiosidades que la proporcionarían los pescadores.

Por lo tocante á la pajarera, preferiría fuese la pajarera libre que heaconsejado en uno de mis libros, aquélla en que los pájaros vienen ábuscar un albergue para pasar la noche y un poco de alimento. Se cierraal anochecer para preservarlos de los mochuelos, y se abre de mañanita.Los pájaros no faltan á hora fija. Y aun creo que si aquélla fuesegrande y se colocara en medio el árbol que les es común, fácilmenteharían en él sus crías, bajo su protección, señora, confiándola á ustedsus pequeñuelos.

Existencia seria, encantadora. ¡Qué soledad tan agradable en esteintermedio de la vida, mientras dura esa rápida viudez! La situación esenteramente nueva: nada de tráfago casero, nada de negocios. Con elhijo al lado, la soledad de la madre es más grande que si estuvieseseparada de él. Si no tuviese consigo aquel compañerito, ofreceríaseleotra compañía, los ensueños, engolfándola en la vida de las vanasvisiones. Empero ese inocente guardián, el niño, lo impide: él laentretiene, la hace charlar. Recuerda el hogar doméstico. Junto á suhijo no se borra de su memoria el sentimiento de que es precisotrabajar, y recuerda que en otro punto hay alguien que trabaja paraellos y cuenta también las horas que transcurren.

Floreced, pura, agradable flor. Hoy más rejuvenecida que nunca, seencontrará usted como cuando era niña libre, y con bien dulce libertad,bajo la salvaguardia de su hijo.

IV

Primera aspiración del mar.

Es dar un paso muy grande y brusco el que abandona á París en tan bellomomento dirigiéndose á la desierta playa; París, resplandecienteentonces con sus magníficos jardines y sus floridos castaños. Junio sedeslizara de un modo encantador en la costa si se encontraban dospersonas solas, antes de invadirla la muchedumbre. Mas, cuando uno llegasolo, la conversación con el mar y la noble sociedad de aquel gransolitario no dejan de producir cierta tristeza.

En las primeras visitas que hacemos á la playa, la impresión que noscausa es poco favorable: la hallamos monótona, agreste, árida. Lainusitada grandeza del espectáculo nos hace sentir, por contraste,nuestra debilidad y pequeñez: el corazón se oprime. El pecho delicadoque respiraba dentro de una mala habitación y se encuentrarepentinamente en el anchuroso cuarto del Universo, expuesto al sol y elviento, siéntese oprimido. El niño juega, va, viene, corre. La enfermase sienta, é inmóvil, comienza á temblar á impulsos de aquel aire frío,y acude á su memoria la templada atmósfera del abandonado nido. Sinembargo, el hijo se divierte y esto la consuela un tanto.

Todo cambiará, señora. Fortalézcase usted. La impresión será biendistinta cuando, conociendo mejor el mar, lo vea tan poblado. La penosaconstricción que usted siente en el pecho desaparecerá por el hábito:debe acostumbrarse á ese aire fresco, pero salado y acre, que lo menosque hace es refrescar. Hay que habituarse á él con lentitud, no quereraspirarlo expresamente.

Poco á poco, sin apercibirse de ello, en losabrigados repliegues del terreno, jugando con su hijo, respirará ustedlibremente y sus pulmones se ensancharán. Empero, al principio, nopermanezcan mucho tiempo en la playa, antes bien dirija sus pasos alinterior de la comarca.

La tierra, su amiga habitual, la llama á usted. Los pinares rivalizancon el mar en emanaciones saludables: las que le son propias, resinosas,son tonificantes como las que despide el mar, y carecen de acritud.Ellas penetran nuestro ser, se introducen por todos los poros, modificanla sangre, la salubrifican perfumándonos con un aroma sutil. En laslandas, detrás de los pinos, los simples y las hierbas un poco fuertesque huella usted, la prodigan su fragancia, no sosa y embriagadora comola que despide la peligrosa rosa, sino agradablemente amarga.

Siénteseusted en medio é imítelos, abrigándose en ese suave repliegue que formael terreno. ¿No se diría que nos encontram