El Mar by Jules Michelet - HTML preview

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En

la

punta

del

mástil,

metido

en

su

camaranchóncubierto de escarcha, el vigilante (verdadera estalactica viviente)señala de cuando en cuando la proximidad de un nuevo enemigo, de unblanco fantasma gigantesco, que muchas veces sobresale del agua dos ótrescientos pies.

Empero esa lúgubre procesión que indica el mundo de los hielos, esecombate para evitarlos, dan más bien ánimo para avanzar que pararetroceder. Hay en lo desconocido del polo cierto atractivo de horrorsublime, de sufrimiento heroico.

Cuantos han estado en el Norte, aun losque no intentaron atravesar el paso, después de contemplar el Spitzbergla impresión no se les borra tan fácilmente de la memoria. Aquella masade picos, de cordilleras, de precipicios, muro de cristal de cuatro milquinientos pies en longitud, es como una aparición en medio del marsombrío. Sus ventisqueros, formados de nieves mates, reflejan vivosresplandores verdes, azules, purpurinos; viéndose ceñidos de unadeslumbradora diadema de chispeantes piedrecitas.

Por espacio de muchos meses la aurora boreal aparece todas las nochesalumbrando aquel cuadro con los más siniestros resplandores. Vastos yhorrorosos incendios que cubren todo el horizonte, erupción de rayosmagníficos; Etna fantástico, que inunda de lava ilusoria la escena deinvierno sin fin.

Todo es prisma en una atmósfera de partículas heladas en que el aire seha convertido en espejos y cristalitos. De ahí sorprendentes escenas deespejismo. Varios objetos vistos á la inversa, momentáneamente aparecencabeza abajo. Las capas de aire que producen esos efectos están encontinua revolución: lo que adquiere más ligereza sube á su vez y cambiael panorama; la más pequeña variación de temperatura hace descender,subir, inclinar el espejo; la imagen confúndese con el objeto, luego sesepara de él, se disipa; otra imagen formada ocupa su puesto, y apareceotra detrás pálida, debilitada, que vuelve á ser derribada.

Tal es el mundo ilusorio. Si sois aficionados á soñar, si soñandodespiertos os complacéis en seguir la movible improvisación y eljugueteo de las nubes, id al Norte; allí veréis el espectáculo real yno menos fugitivo en la flota de los hielos movibles. En el camino quedebe seguirse para llegar hasta ellos, presentan ese espectáculo,imitando todos los géneros de arquitectura conocidos. Estáis viendo elgriego clásico: pórticos y columnatas. Luego, aparecen obeliscosegipcios, agujas que se lanzan al firmamento, sostenidas por otrasagujas caídas. Más allá se distinguen montañas, Ossa sobre Pelion, laciudad de los Gigantes que, regularizada, os ofrece murallas ciclópeas,tablas y dolmens druídicos. Debajo ábrense sombrías grutas. Mas, todocaduco; todo, al soplo del viento, ondula y se derriba. No agrada aquelespectáculo, porque nada hay firme. A cada momento, en ese mundo alrevés, vese burlada la ley de la gravedad: el débil, el ligero,sostienen al fuerte; parece aquello un arte diabólico, un gigantescojuego de niños que amenaza y puede aniquilar.

Acontece á veces un incidente terrible: á través de la gran armada que,majestuosa, lentamente, baja del Norte, llega con brusquedad del Sur ungigante de base profunda, que, hundiéndose seis ó siete pies bajo elmar, vese empujado con gran furia por las corrientes submarinas. Este losepara ó lo derriba todo; aborda, llega hasta la llanura de hielos, peropor eso no se siente embarazado. «El banco hízose pedazos en un minutoen una extensión de algunas millas. Crujió, atronó, como si hubiesensido disparados cien cañonazos; parecía aquello un terremoto. La montañavino á nuestro encuentro, y el mar vióse cubierto, entre ella ynosotros, de sus despojos. Ibamos á perecer, mas aquella masadesapareció arrastrada rápidamente en dirección Noroeste.» (Duncan,1826).

En 1818, después de la guerra europea, reemprendióse esa guerra contrala Naturaleza, la investigación del gran paso, iniciándose con un gravey extraño acontecimiento. El intrépido capitán John Ross, mandado condos buques á la bahía de Baffin, fué víctima de las fantasmagorías deese mundo misterioso.

Habiendo visto una tierra que sólo existía en suimaginación, sostuvo que no se podía pasar más adelante. A su regresofué objeto de las mayores censuras, diciéndosele que no había osadoaventurarse; y hasta se le impidió tomar el desquite y que rehabilitarasu honor perdido. Un comerciante de licores de Londres propúsoseadelantar al Imperio británico, y, al efecto, dió cien mil francos áRoss, con los cuales armó otra expedición y volvió al polo, resuelto ápasar ó á morir. ¡Ninguna de estas dos cosas pudo lograr! Empero seestuvo no sé cuántos inviernos, ignorado, olvidado en medio de tanterribles soledades. Algunos balleneros que encontraron aquella especiede salvaje lo trasladaron á su país, preguntándole antes si, porcasualidad, había visto al difunto capitán John Ross.

Su teniente Parry, que tenía la seguridad de poder pasar, hizo al efectocuatro esfuerzos desesperados, unas veces por la bahía de Baffin y elOeste, y otras por el Spitzberg y el Norte. Parry llegó á descubriralgo, avanzando atrevidamente en un trineo-barca, que unas veces flotabay otras recorría los hielos. Pero éstos invariables en su camino delSur, le llevaban siempre hacia atrás, de suerte que tampoco logrófranquear el paso.

El año 1832 un joven valeroso, de nación francés y llamado Julio deBlosseville, quiso que la gloria de ese paso perteneciera á la Francia,y, al efecto, puso á disposición de la empresa su vida y sus caudales,pereciendo en la demanda. Su primera dificultad fué obtener un buque águsto suyo: diósele el Lilloise, que empezó á hacer agua el mismo díade su partida. (Véase el informe de su hermano). Blosseville reparó laembarcación de su propio peculio, empleando en ello ocho mil pesos, y entan peligroso vehículo acometió la empresa de abordar la Costa deHierro, la Groenlandia oriental. Todo indica que ni siquiera llegó áverla, pues jamás se ha tenido noticia de aquella expedición.

Las de los ingleses eran otra cosa: hacíanse los preparativos con granprudencia, aunque el resultado fuese idéntico. En 1845

el malogradoFranklin se perdió entre los hielos. Por espacio de doce años se lebuscó, demostrando en ello Inglaterra una obstinación muy honrosa. Todosayudaron en esta empresa, que costó la vida á americanos, á franceses yá súbditos de otras naciones. Los picos, los cabos de la regióndesolada, al lado del nombre de Franklin ostentan el de nuestro Bellot ytantos otros que abandonaron el dulce regalo de la vida normal parasalvar la de un inglés. Por su lado John Ross habíase ofrecido á dirigirá los nuestros en busca de Blosseville, organizando por sí mismo laexpedición. La sombría Groenlandia se engalana con tales recuerdos, queel desierto deja de serlo cuando se leen esculpidos en él esos nombres,mudo testimonio de la fraternidad universal.

Lady Franklin ha demostrado una fe admirable. Nunca llegó á imaginarseviuda; incesantemente solicitó el equipo de nuevas expediciones. Estaseñora juraba y perjuraba que su esposo no había muerto, y defendió tanbien su causa, que al cabo de siete años de haberse perdido recibía eltítulo de contralmirante. Tenía razón lady Franklin; su marido vivía. En1850 viéronle los esquimales (dicen ellos) en compañía de unos sesentahombres: luego, sólo fueron treinta, privados de andar y de cazar yalimentándose con la carne de los que morían. Si se hubiese creído álady Franklin, el gran explorador inglés no pereciera en medio de loshielos. Decía la señora (y el sentido común lo indicaba también) quedebía buscársele al Sur: que un hombre, en la situación desesperada desu marido, no sería tan loco de agravarla encaminándose hacia el Norte.El Almirantazgo, al cual probablemente inquietaba menos la suerte deFranklin que el famoso paso, indicaba siempre á sus expedicionarios elcamino del Norte. Desesperada la pobre señora acabó por emprender ellamisma lo que se le rehusaba con tal tenacidad, y equipando con grandesembolso un buque, emprendió el camino del Sur. Mas, era tarde: loúnico que se encontró del célebre Franklin, fueron sus huesos.

Mientras tanto, llevábanse á cabo algunos viajes más largos al par quemás afortunados hacia el polo antártico. Aquí, nada de esa mezcla detierra, mar, hielos y deshielos tempestuosos que constituyen la fazhorrible de la Groenlandia; sino un gran mar sin límites, con oleajefuerte y violento. Osténtase en esa región un inmenso ventisquero muchomás extenso que el nuestro, y poca tierra. La porción de ésta que se havisto ó creído ver deja en la duda si serán playas variables, una simplefaja de hielos continuos y acumulados. Todo cambia allí al compás de losinviernos. Morel en 1820, Wedell en 1824 y Ballerry quince años después,encontraron una sesgadura, penetraron en un mar libre que otros muchosno han podido hallar después.

El francés Kerguelen y el inglés James Ross lograron resultadospositivos, encontrando tierras verdaderas.

El primero descubrió en 1771 la gran isla Kerguelen, llamada Desolation por los ingleses. De doscientas leguas de extensión, tienefondeaderos excelentes, y, á pesar del clima, una vida animal bastanterica en focas y aves, con las que puede aprovisionarse cualquieraembarcación. Este descubrimiento glorioso, que Luis XVI al subir altrono recompensó con un grado, causó la pérdida de Kerguelen, á quien seatribuyeron varios crímenes; ensañándose contra él la furiosa rivalidadde los oficiales nobles, sus émulos declararon en contra suya. Desde elfondo de un calabozo de seis pies en cuadro firmó Kerguelen la narraciónde su descubrimiento (1782).

En 1838 Francia, Inglaterra y América hicieron tres expediciones eninterés de las ciencias. El ilustre Duperrey había abierto el camino delas observaciones magnéticas, que se deseaba continuar bajo el mismopolo. Los ingleses confiaron esta misión á una expedición al mando delya citado James Ross.

Fué aquella expedición modelo, donde todo estuvocalculado, escogido, previsto. James regresó á su país sin perder unsólo hombre ni haber tenido un enfermo siquiera.

El americano Wilkes y el francés Dumont d'Urville no iban tan bienprovistos, de suerte que tuvieron que soportar mil peligros y lasenfermedades los diezmaron. Más afortunado James, dando la vuelta alcírculo antártico, penetró en medio de los hielos y halló una tierrareal. El mismo confiesa con notable modestia, que el éxito de su empresafué debido únicamente al modo admirable con que habían sido preparadoslos dos barcos que llevaba, el Erebus y el Terror, con máquinas degran potencia, sierras para cortar el hielo, proa á propósito, lintel dehierro, que les permitió navegar á través de la costa rechinante,encontrando al otro lado un mar libre, lleno de focas, aves y ballenas.Un volcán de doce mil pies de elevación, tan grande como el Etna,despedía llamas. Nada de vegetación, ningún punto de reposo: sólo seofreció á su vista una escarpada masa de granito donde ni la nieve sesostiene. No hay duda que aquello es la tierra. El Etna del polo, al quese dió el nombre de Erebus, allí queda con su columna de fuego paradar testimonio de este aserto.

Así, pues, un número terrestre centraliza los hielos antárticos (1841).

En cuanto á nuestro polo ártico, los meses de abril y mayo de 1853 sonpara él una fecha notable.

En abril encontróse el paso que durante trescientos años se buscara,hecho que fué debido á un afortunado exceso de desesperación.

El capitán Maclure había penetrado por el estrecho de Behring, yencerrado en medio de los hielos, hambriento, imposibilitado de volverseatrás al cabo de dos años, aventurose á avanzar. Sólo llegó á andarcuarenta millas, mas encontró en el mar del Este algunos buquesingleses. Su atrevimiento le salvó, consumándose de esta suerte el grandescubrimiento.

Casi en el mismo momento (mayo de 1853), salía una expedición deNueva-York para el extremo Norte. Un marino que todavía no contabatreinta años y ya había recorrido toda la tierra conocida, Elíseo KentKane, acababa de proclamar una idea atrevida, pero magnífica, que habíaexaltado vivamente la ambición americana. Así como Wilkes prometieradescubrir un mundo, Kane se comprometía á encontrar un mar, un mar librebajo el polo. Mientras los rutinarios ingleses exploraban de Este áOeste, Kane se proponía remontar en derechura al Norte y tomar posesiónde aquella concha inexplorada. Su proyecto llamó la atención general.Un armador neoyorkino, Mr. Grinell, dió generosamente dos embarcaciones,auxiliando la empresa las sociedades científicas y el público todo. Lasseñoras trabajaban con sus propias manos en los preparativos, animadasde religioso celo. Elegidas las tripulaciones, que las formaronvoluntarios, juraron tres cosas: obediencia ciega, abstinencia delicores y de todo lenguaje profano. El mal éxito que tuvo la primeraexpedición no logró desanimar á Mr. Grinell ni al públiconorteamericano; organizóse otra con los socorros prestados por ciertassociedades de Londres que tenían en mira, ó la propagación bíblica, óuna postrera investigación respecto al malogrado Franklin.

Pocos viajes hay más interesantes que éste, y se explica á maravilla elascendiente que el joven Kane había ejercido sobre todos. A cada pasoestaba indicada su fuerza de voluntad, su vivacidad brillante y sumaravillosa potencia de ¡avance! El lo sabe todo, está seguro de loque emprende, es ardiente en sus cosas, pero positivo. Presiéntese queno flaqueará, ni le arredrarán los obstáculos, sino que irá lejos, tanlejos como puede irse. Es curiosa la lucha entre ese carácter y ladesapiadada lentitud

de

la

Naturaleza

del

Norte,

murallas

de

obstáculosterribles. Apenas ha abandonado el puerto de partida cuando le acosanlos fríos, viéndose precisado á invernar por espacio de seis meses entrehielos. Y en plena primavera marca el termómetro en aquellas latitudes¡setenta grados bajo cero! A la aproximación del segundo invierno (día28 de agosto), encuéntrase

poco

menos

que

abandonado,

pues

de

diecisietehombres no le quedan más que ocho. Empero, á medida que disminuyen sushombres y sus recursos, más severo y duro en las fatigas se muestra,queriendo—dice,—hacerse respetar mejor. Sus buenos amigos, losesquimales, que le procuran provisiones de boca, y de los que se veobligado á aceptar algunos objetos de poca monta (p. 440 de sunarración), se han apropiado tres vasijas de cobre suyas, y Kane, enrepresalias, se apodera de dos de sus mujeres. Castigo excesivo,salvaje. No era prudente traerlas entre los ocho marineros que le quedany en los cuales la disciplina comenzaba á relajarse: además, aquellaspobres criaturas eran casadas.

«Sivu, mujer de Metek, y Aningna,consorte de Marsinga,»

estuvieron llorando por espacio de cinco días. AKane aparenta divertirle esto, y hace asomar la risa á nuestros labioscuando nos lo cuenta: «Lloraban—dice,—y entonaban todo género delamentos, mas, no perdían el apetito.» Los maridos, los padres de losrehenes, devuelven los objetos sustraídos y toman la cosa buenamente,cual hombres inteligentes que no tienen para oponer á los revólversnorte-americanos otras armas que huesos de pescados. Así, pues, sepliegan á todo, prometen amistad, alianza; pero, al cabo de algunosdías, huyen, desaparecen, ¿Qué sentimientos les animan respecto á losexploradores? No es difícil adivinarlo. En su camino irán diciendo á lastribus errantes cuánto hay que desconfiar del hombre blanco. De estamanera se cierran las puertas del mundo.

Lo que sigue es bien lúgubre. Las fatigas hácense tan crueles, que unosmueren, los otros quieren volverse á su país. Kane se mantiene firme; haofrecido un mar, y preciso es que lo encuentre. Conspiraciones,deserciones, actos de traición, vienen á hacer más horrible laexistencia de aquellos desgraciados.

Durante el tercer invierno, faltode víveres y de combustible, habría perecido si otros esquimales no loalimentaran con su pesca; en cambio Kane cazaba para ellos. Mientrastanto, algunos de sus hombres enviados á explorar, tienen la buenasuerte de descubrir el mar que así le preocupa. A su regreso cuentahaber visto una gran sábana de agua, libre de hielos, y alrededor aves,que al parecer hallaban abrigo en ese clima no tan rudo.

Era cuanto se necesitaba para hacer cobrar aliento al célebre navegante.Salvado Kane por los esquimales, que no habían sabido abusar de lafuerza que les daba el número, ni de la miseria extrema en que veíansumidos á los exploradores, déjales su embarcación en medio de loshielos.

Débil, extenuado, consigue por medio de un viaje, que duró ochenta y dosdías, volver al Sur, empero allí encuentra la muerte. Este jovenintrépido, que se acercó al polo más que ningún otro mortal, al morirganó la corona con que adornaron su tumba las sociedades científicas deFrancia: el primer premio de geografía.

En su relato, que encierra hechos tan terribles, hay uno conmovedor, elcual da la medida de los sufrimientos inauditos anejos á tal viaje:hablamos de la muerte de sus perros.

Llevábalos de Terranova magníficos,y perros esquimales; á todos ellos teníalos por mejores compañeros queal hombre. En sus

dilatadas

estaciones,

cuando

las

noches

se

prolongabanmeses y meses, los canes vigilaban alrededor de la nave. Al pasearseKane por entre horrorosas tinieblas, guiábalo el tibio aliento deaquellas fieles bestias, que calentaba sus manos. Primero, enfermaronlos de Terranova, lo cual atribuía Kane á la falta de luz: si se lesponía ante los ojos una linterna encendida se aliviaban: mas, poco ápoco fué consumiéndolos extraña melancolía y se volvieron locos. Losperros esquimales siguieron sus huellas, y hasta su perra Flora, «lamás discreta,»

la que reflexionaba mejor, comenzó á delirar como suscompañeros y sucumbió. En toda la áspera relación de sus aventuras nohay un solo pasaje, si no me engaño, exceptuando éste, en que su corazónse sienta conmovido.

V

Guerra á las razas marinas.

Recapitulando lo que antecede y la historia de todos los viajes,experiméntanse dos encontrados sentimientos: 1.º Admiración por la audacia y el ingenio con que el hombre ha hecho laconquista de los mares, subyugando su planeta.

2.º Sorpresa al ver su inhabilidad en cuanto se refiere al hombre mismo:al notar que, para la conquista de las cosas, no ha sabido emplear laspersonas; que por doquiera el navegante hase presentado cual enemigo,aniquilando los pueblos nuevos, los cuales bien llevados, hubieranllegado á ser, cada uno en su reducida esfera, un elemento especial paravalorarla.

Ya tenemos al hombre en presencia del globo que acaba de descubrir;veisle cual músico novicio ante un órgano de grandes dimensiones, delque apenas hace brotar algunas notas. Salido de la Edad Media, reino dela teología y la filosofía, encuéntrase poco menos que salvaje; delsagrado instrumento sólo ha sabido romper las teclas.

Hase visto que los buscadores de oro comenzaron no queriendo más queoro, oro y siempre oro, y destruyendo al hombre. Colón, á pesar de serel mejor de todos ellos, en su Diario nos indica lo que acabamos demanifestar con una candidez terrible que, anticipadamente, entristece elánimo pensando en lo que harán sus sucesores. Desde el momento en quepone la planta en Haití: «¿Dónde está el oro? ¿Quién tiene oro?» son susprimeras palabras. Los naturales se sonreían, estaban como atontados deesa hambre de oro, y prometíanle buscarlo, deshaciéndose en el acto desus sortijas para satisfacer cuanto antes apetito tan apremiante.

El almirante nos ha dejado un retrato conmovedor de aquella razainfortunada, de su belleza, su bondad, su ilimitada confianza. Y contodo, el genovés ha de satisfacer su avaricia, sus rudos hábitos. Lasguerras turcas, los atroces galeones y sus forzados, las ventas de sereshumanos, era la vida común de aquellos tiempos. El espectáculo de esemundo tan joven é indefenso, aquellos pobres cuerpos de niños, deinocentes y lindas mujeres sin abrigo, todo esto sólo le inspira unaidea mercantil, triste es decirlo, la idea de trocarlos en esclavos.

Sin embargo, no quiere Colón que sean arrebatados de sus hogares,«puesto que son propiedad del Rey y de la Reina.»

Empero de sus labiosse escapan estas palabras, harto significativas: «Son seres tímidos ynacidos para obedecer; harán cuantos trabajos se les manden. Bastan tresde los nuestros para poner en dispersión á mil de los suyos. Si VuestrasAltezas me ordenan traérselos ó avasallarlos aquí, nadie se opondrá:para ello son suficientes cincuenta hombres.» (14 octubre y 16diciembre).

No tardará en llegar de Europa la sentencia general de ese pueblo.Ellos son los siervos del oro, los que tienen obligación de buscarlo,estando sometidos todos á trabajar por la fuerza. El mismo Colón noshace saber que doce años más tarde habían desaparecido las siete octavaspartes de la población, y Herrera añade, que al cabo de veinticinco añosquedaba reducida de un millón á catorce mil almas.

La continuación, todo el mundo la sabe. El minero y el plantadorexterminaron un mundo, repoblándolo incesantemente á costa de la sangrenegra. ¿Y qué ha sucedido? Que sólo el negro vivió y vive en las tierrasbajas y cálidas, fecundísimas. La América está destinada á ser supatrimonio exclusivo, ya que la Europa obró precisamente al revés de loque pensara.

Su impotencia colonial descuella por todas partes. El aventurero francésllegaba sin familia á aquellos países, con sus vicios, confundiéndosecon la masa salvaje, en vez de civilizarla; el inglés, exceptuando dospaíses templados adonde se dirigió en masa y con sus familias, tampocose fija al otro lado de los mares, y dentro de un siglo la India noguardará memoria de que haya vivido en ella. El misionero protestante,el católico,

¿tuvieron alguna influencia? ¿Convirtieron un solo salvaje al cristianismo? « Ninguno,» decíame Burnouf, tan bien enteradode estos asuntos. Hay entre ellos y nosotros treinta siglos, treintareligiones. Si se quiere forzar su inteligencia, sucede la que Mr. deHumboldt observó en los pueblos americanos llamados todavía lasMisiones: habiendo perdido la savia indígena sin tomar nada nuestro, elcuerpo vivo pero muerto el espíritu, estériles, inutilizados parasiempre, son toda su vida niños grandes, embrutecidos, idiotas.

Las excursiones de nuestros sabios, que tanto honran á la generaciónpresente, el contacto de la Europa civilizada que va á todas partes, ¿enqué han aprovechado á los salvajes? No sé verlo. Mientras las razasheroicas de la América del Norte perecen de hambre y de miseria, lasrazas perezosas y afables de la Oceanía se consumen, con gran vergüenzade nuestros navegantes que allí, al extremo del mundo, arrojan la caretade la decencia, no conteniéndose más. Población cariñosa y débil, en laque notó Bougainville el exceso del abandono, y entre la cual losmercaderes apóstoles de la Inglaterra ganan dinero pero no almas, seextingue míseramente devorada por nuestros mismos vicios y nuestrasenfermedades.

La dilatada costa de la Siberia estuvo habitada en otro tiempo.

Bajoaquel durísimo clima vivían tribus nómadas, cazando los animales depreciosa piel, que les procuraban sustento y abrigo.

La pérfida y mañosapolítica obligóles á establecerse ó á convertirse en agricultores en unpaís donde no es posible el cultivo. Así es como la muerte se ceba enellos, y en particular sobre los varones. Por otra parte el comercio,insaciable, imprevisor, no respetando á los animales en la época delcelo, halos exterminado también. Hoy reina el silencio, el más completosilencio en una costa que se extiende por espacio de mil leguas. Noimporta que silbe el viento, que se hiele el mar, ni que la auroraboreal transfigure la interminable noche: al presente la Naturaleza notiene otro testigo que ella misma en aquellas antes bulliciosasregiones.

El primer cuidado que se hubiera debido tener en los viajes árticos dela Groenlandia, era entablar relaciones amistosas con los esquimales,dulcificar su trabajosa existencia, adoptar á sus hijos educándolos sino todos, parte de ellos en Europa, formar colonias en aquellosapartados climas, escuelas de descubridores.

Tanto en las obras de JohnRoss como en todas las que se refieren al mismo asunto vese que estánlos esquimales dotados de inteligencia y muy aprisa se asimilan lasartes de Europa.

Hubiéranse efectuado enlaces entre sus hijas y nuestrosmarinos, naciendo de esas uniones una población mixta dueña por derechopropio de aquel continente Norte. Este era el medio verdadero deencontrar sin dificultades, de regularizar el paso tan deseado. Bastabanpara ello treinta años: hanse empleado trescientos, y al fin y al cabonada se ha conseguido, pues atemorizando á esos pobres salvajes que vanal Norte y mueren,

¡habéis excluido de allí definitivamente al hombrede la región y el genio de la comarca! ¿Qué importa haber visto esedesierto, si lo hacéis inhabitable é inabordable para siempre?

Fácil es pensar, que si el hombre ha tratado con tanta rudeza á susemejante, no habrá sido más clemente ni mejor para con los animales.Cebóse furiosamente en las especies más tímidas, convirtiéndolas ensalvajes y agrestes.

Todas las relaciones antiguas están contestes en asegurar que, al vernospor primera vez, sólo demostraban confianza en nosotros y una curiosidadsimpática. Los viajeros pasaban por entre las pacíficas familias de loslamantinos y de las focas, que se dejaban tocar. Los pingüinos y losmancos seguían á los navegantes, aprovechándose de sus comestibles, y,llegada la noche, guarecíanse bajo las ropas de los marineros.

Nuestros padres estaban creídos, y no sin cierto grado de verosimilitud,que los animales sienten como nosotros. Los flamencos atraían el sábalocon el ruido de las campanillas.

(Valenc., 20,327). Cuando se tañíaalgún instrumento en las embarcaciones, presentábase en seguida laballena (Noël, 223), siendo la jubarta[3] la que más se complacía con lasociedad del hombre, puesto que jugueteaba y brincaba alrededor delbarco.

Lo mejor de los animales, y que se ha llegado á destruir casi del todo áfuerza de persecuciones, era el matrimonio. Aislados, fugitivos, ahorasus amoríos son pasajeros, viéndose compelidos á guardar un míserocelibato, de cada día más estéril.

El matrimonio, fijo, real, es la vida de la Naturaleza que seencuentra en casi todas las cosas. El matrimonio, amor único, fiel hastala muerte, existe entre el corzo, entre la urraca, entre la paloma,entre el inseparable (especie de lindo papagayo), entre el intrépidocamique, etc. Respecto á las demás aves, dura á lo menos hasta que lospequeñuelos están en estado de manejarse por sí mismos: entonces lafamilia vese precisada á separarse necesitando extender el radio dondese procura su sustento.

La liebre en medio de su vida agitada y el murciélago que vive envueltoen tinieblas, son tiernísimos para su familia; y hasta los crustáceos,los pulpos, se quieren y se auxilian: cuando se pesca la hembra, elmacho se precipita sobre ella y déja