El Manuscrito de Mi Madre Aumentado con los Comentarios, Prólogo y Epílogo by Alphonse de Lamartine - HTML preview

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Me han hablado de otro matrimonio para mi hija con un hombre de muchomérito que ha pedido su mano; he conferenciado con ella sobre elparticular, y parece que se presta a la realización de dicho proyecto;creo que ha reflexionado y está resuelta. No he podido comprender siella se ha manifestado condescendiente por sacarme de apuros o si vealguna razón de conveniencia particular: yo procuraré estudiar esteasunto con detenimiento. Alfonso me dice (y tiene mucha razón), que nohaga violencia alguna contra los sentimientos y afecciones que puedaprofesar a otra persona.

Me dice también mi hijo, que si es necesario él me apoyará contra todaslas oposiciones de la familia, hasta el momento en que sea completamentelibre de seguir sus inclinaciones naturales; Cesarina, al oír esto hacontestado que no había experimentado más que el natural sentimiento entoda persona reconocida a otra a quien ha inspirado una pasión, y queseguiría sin pesar alguno la voluntad de la familia, que se uniría sinrepugnancia al hombre apreciable que se le destinaba; parece, por lotanto, que hay en ello tanta reflexión como simpatía. ¡Feliz el marido aquien la Providencia le depare tan angelical criatura!

*

* *

Al poco tiempo, o sea el 21 de febrero de 1819, se ve que la obedienciade Cesarina se trocó en verdadera felicidad, al menos en apariencia.

CIII

Domingo, 21 de febrero de 1819.

El día 17 hemos llegado a Chambery; están los caminos intransitables yhemos hecho el viaje en largas jornadas. La mayor parte de la familianos esperaba con impaciencia; hemos sido recibidos como príncipes.Cesarina parece estar en su elemento, simpatizando con las gentes deeste país, que son buenas

y

sencillas;

nos

colman

de

atenciones,

queverdaderamente puedo calificar de amistosas.

Felicítome mucho todos los días por este casamiento, que tantosdisgustos me ha costado figurándome que había dificultades de verdaderamonta para realizarlo.

La figura de M. de Vignet no es muy notable; su fortuna es mediana; temímuchas veces cometer un disparate; ¡y he sido yo quien lo ha hecho todo!Rogué muchísimo a Dios que me diera acierto y que aclarase mis dudas, yveo ahora con satisfacción que todo lo que pueda llamarse verdaderamentecuerdo y razonable,

se

encuentra

en

este

matrimonio.

He

podidocomprender que Cesarina no ha encontrado la menor repugnancia en lafigura de M. de Vignet; estoy segura de que le amará... Tengo lasatisfacción de ver que no me he equivocado; Cesarina le ama en efecto.

La reputación de M. de Vignet está bien cimentada y es hombre de grandeingenio, muchos conocimientos y méritos de toda especie; su familia esde las principales de este país, y es seguro que llegará a ocupar lospuestos más eminentes a que pueda aspirar, dada la carrera que tiene,así por propios méritos como por el apoyo de su tío el conde de Maistre,actual canciller.

Tiene una hermana, buena y amable, que vive con él, yun hermano, antiguo amigo de Alfonso, el cual ha resultado ser laprincipal causa de este matrimonio.

Soy, por lo tanto, muy dichosa en haber encontrado una salida tanhonrosa para reparar todas las imprudencias que a causa de mi debilidad,había cometido. ¡Cuántas veces yo misma me he reprochado aquellaconducta!

Pero en medio de la satisfacción que siento, recuerdo con honda pena aljoven que tan enamorado estaba de Cesarina y al cual apoyaba en suspretensiones. ¡Pobre joven! ¡Cuánto habrá sufrido!... Puesto que noqueda ya ninguna esperanza, es preciso, pues, romper del todo, lo antesposible; Dios me ayudará como me ayuda siempre, y yo no me cansaré derepetirle millones de veces mi reconocimiento por los beneficios que meconcede.

Con gran lucimiento hemos celebrado la boda aquí y en Mâcón.

CIV

Martes, 9 de marzo 1819, en Saint-Amouren el Franco Condado.

Al salir de Chambery el jueves, día 4, he realizado mi proyecto deatravesar el monte Chat para venir aquí, en donde me encuentro desde elviernes, día 6, a la caída de la tarde: ha sido una larga jornada poraquellos espantosos caminos y ásperas pendientes. M. de Costa, que poseeun castillo al pie del monte, nos ha proporcionado dos caballos para lasubida; a pesar de ello me he visto precisada a caminar a pie en variasde las numerosas y casi inaccesibles revueltas de la carretera, dondeera preciso contener las cabalgaduras; yo estaba llena de miedo viendo,a una profundidad enorme y espantosa, grandes precipicios y el lagoBourguet, en el cual podíamos sepultarnos al más pequeño descuido.

El descenso a la otra parte de la montaña, es al principio más suave,pero, en Yenne, la pendiente vuelve a empezar de nuevo; viene a ser unalimitadísima cornisa sin parapeto, pegada por una parte a laselevadísimas rocas de la montaña y teniendo en la otra, sin el menoramparo, el caudaloso Ródano a tres o cuatrocientos pies de profundidad.A la otra parte del río existen aún las enormes rocas donde estuvieronlas célebres prisiones de Pierre-Chatel, cuyo edificio pertenecía alEstado. El paisaje es allí magnífico e incomparable: entre dos rocasenormes hay un desfiladero: después de los días transcurridos, aún temoque aquellas masas de prodigiosa altura se desprendan y nos sepultenentre sus peñascos.

En todo se admira la inmensa pequeñez de los hombres y el poder de Dios.Si reflexionáramos detenidamente lo poco que somos y valemos, siempreestaríamos prevenidos para recibir la muerte, porque cualquier accidentepuede ocasionarla: no es así, sin embargo... ¡Oh! el orgullo humano esgrande. El hombre no advierte lo que la Naturaleza le muestraconstantemente; esto es, la realidad de lo eterno.

¡Cuánto orgullo hay en este bajo mundo!

¡Cuánta demencia!

*

* *

Me encuentro en casa de mi hija Cecilia, descansando de mis fatigascotidianas; ella vive completamente dichosa; es adorada de todo el mundopor su dulce carácter, y se ve rodeada de hermosísimos hijos cuyo númeroaumenta cada año. Este pueblecito de Saint-Amour es delicioso. He tenidoocasión de entregarme a mis reflexiones; tuve un gran disgusto alsepararme de mi Cesarina, y ella, por su parte, lo tuvo también al vermepartir. Siempre que estoy turbada y abrumada, despejo mi cabezareflexionando. Pero jamás sabemos de cierto en este mundo cuándo obramosbien o mal: Dios lo quiere así para tenernos humillados siempre ennuestra propia desconfianza. A él recomiendo continuamente aquella hijaquerida, que dejé rodeada de una familia llena de virtudes de todogénero, y particularmente de piedad, dispuesta, al parecer, a amarla máscada día.

Goza su esposo de mucha consideración, y aunque tiene más edad que ella,se aman entrañablemente. Ella alternará con lo mejor de la sociedad delpaís. Sus haberes, dado el cargo que desempeña su marido, sonsuficientes a sus necesidades, porque aun cuando en el fondo no sea sufortuna muy considerable, es seguro que la irá aumentando rápidamente.En Chambery abunda poco el lujo, todas las fortunas son limitadas:tengo, pues, motivos para creer que ha de vivir con desahogo ytranquilidad.

La que hoy empieza a ocuparme es mi Susana, belleza de otro género, perobelleza incomparable que llamo la atención de toda la sociedad deChambery y de la juventud de Piamonte, donde me la llevé cuando fuimosa acompañar a su hermana para el casamiento. No se oían más que elogiospara ella, pero es tan cándida y sencilla, que no se preocupa lo másmínimo de su belleza. Se me habló ya de un buen partido para colocarla.¡Ah!

¡Si yo pudiese casarla más cerca de mí, y casar también a Alfonso!Quién sabe, Dios mío, si de esta suerte olvidaría esta dichosa carreraque le tiene preocupado y que acaso no conseguirá jamás.

CV

Mâcón, 18 de marzo de 1819.

Otra vez me hallo en Mâcón, pero muy intranquila, porque el encono delos partidos políticos se halla en Francia muy excitado. A mi marido y amí se nos critica porque no participamos de la cólera de nuestroscorreligionarios los realistas; esto, a mi entender, no es religioso nirealista; que los hombres no creo hayan sido llamados al mundo parainjuriarse.

Tanto mi marido como yo, nos hemos visto obligados asepararnos de nuestras más íntimas relaciones sociales, encerrándonos ennosotros mismos: nosotros nos contentamos siendo fieles a los Borbones,sin perder por esto nuestra sangre fría, nuestro espíritu de justicia ninuestras almas. ¿No existen acaso bastantes pasiones a que hacer frentedentro de nosotros mismos, sin necesidad de encender los odios políticosen que arden en este momento los espíritus? Dice mi marido que él diosu sangre a los Borbones el 10 de Agosto y que está dispuesto aderramarla nuevamente: pero que él no abandonará jamás su buen sentido alos furores de sus partidarios. Sin embargo, está triste y sufre mucho.Así, dice él, es como se fomentan las guerras civiles. Los enemigos delos realistas también están excitadísimos, de suerte que nos encontramosen medio de dos partidos y en nuestro propio país proscritos ysospechosos a unos y a otros. ¡Dios mío, derrama sobre todos el espíritude paz y de justicia! Alfonso ha partido otra vez para París. ¿Quéobjeto tendrá su viaje?

CVI

11 de junio de 1819.

He hablado con la señora de ***; es la italiana más bella y simpáticaque he tenido jamás ante mis ojos; posee una especie de irradiacióndulce y viva a la vez, que subyuga el corazón al mismo tiempo quedeslumbra la vista: el sonido de su voz, unido a cierto acentoextranjero, despiden una emoción y una ternura que atraen y encantan ala vez. Me ha traído noticias de mi Alfonso, a quien dice que ha vistomuchas veces en París; me ha recitado versos de mi hijo que yodesconocía por completo; son una especie de cadencias entre religiosas ymelancólicas, dentro de las cuales se observa una pasión juvenil que nome atrevo a definir.

CVII

Milly, 4 de junio de 1819.

Ha llegado Alfonso y está muy bien de salud. Encuentro en él algo nuevoque le preocupa mucho. Parece que ha adquirido en Chambery relacionescon una joven inglesa, con quien tiene deseos de contraer matrimonio, ysegún cuenta, ella también le quiere; y ambos están resueltos, medianteel permiso de sus padres, a seguir adelante con sus relaciones. ¡Cómo secomplace la Providencia en realizar mis más puros deseos! Cuando yo meimpacientaba y desesperaba viendo a mi hijo sin ocupación, y sin objeto,vagando de un país a otro para distraerse en vanas inutilidades o endevaneos perjudiciales, he aquí cómo esta misma Providencia nos presentade pronto y como de la mano, a esa extranjera que parece ser una mujerperfecta, y capaz de contener su alma dentro de la felicidad queproporciona una vida honrada. ¿Qué resultará de todo esto? Sea lo queDios quiera.

La joven inglesa es conocida de Cesarina: esto me ha causado muchaalegría. Sin ser una belleza, muchas veces más perjudicial que útil aquien la atesora, es agradable y graciosa, tiene una figura admirable, yuna cabellera como hay pocas; de educación esmerada, mucho talento eingenio superior; pertenece a una familia notable de Inglaterra muy bienrelacionada y emparentada; sin ser rica, su madre, que es viuda, tieneuna posición desahogada; la joven es hija única; su padre fue coronelde las milicias inglesas durante las amenazas de la invasiónbonapartista.

Habiendo recibido muy bien a los emigrados franceses en su casa deLondres, acogió muy particularmente a una gran dama emigrada de Saboya,conocida por la señora marquesa de la Pierre, a quien tuve el honor deconocer en casa del gobernador de Saboya con motivo del casamiento deCesarina. Es una persona que ha debido ser de una bellezaextraordinaria.

Esta dama pasó todo el tiempo del destierro de los reyes de Cerdeña enInglaterra, hasta el 1818; tuvo algunas hijas nacidas y educadas enLondres; estas niñas han vivido después de su infancia, como hermanas,con la joven inglesa, su amiguita. A su vuelta a Saboya, hicieron que laamiga viniese con ellas para prodigarle a su vez la hospitalidad que deella habían recibido; estaban, como es natural, satisfechas de poderleofrecer su patria, su castillo, cuantas consideraciones gozaban en suprovincia y en los

dominios

que

les

habían

sido

restituidos

en

parte.Actualmente habitan una magnífica quinta con un gran jardín al extremode uno de los arrabales, situados a poca distancia de Chambery; estaquinta es el centro de reunión de la sociedad más distinguida eilustrada de aquella deliciosa población. Allí se dibuja, se pinta, sedan conciertos, se monta a caballo; es una especie de cantón ingléstransplantado a Saboya.

Cesarina va allí muchas veces, y su cuñado, Luisde Vignet, el amigo de Alfonso, está casi siempre; hace versos y se loslee a las señoritas de la reunión; les ha leído también algunos,escritos por

Alfonso,

que

han

sido

celebrados

por

la

concurrencia:cuando se le interroga sobre su amigo, hace de él un elogio exagerado,le compara a cierto joven poeta inglés, cuyo nombre no recuerdo en estemomento: únicamente sé que ha escrito poemas fantásticos que hoy gustanmucho, y les ha prometido presentar a su amigo cuando pasara porChambery de regreso de Suiza: Alfonso se encontraba entonces en aquelpaís solo, y habitaba en la cabaña de un pescador a la orilla de unlago.

He aquí cómo ocurrió el caso, que viene a ser por cierto algo novelesco.

La fama adquirida por Alfonso, gracias a las exageraciones de su amigo,hizo que hubiera de presentarse en Bissy, quinta de recreo del coronelde Maistre en Chambery.

Tenían todos grandes deseos de conocer al hermano de Cesarina, y creíanque su aspecto había de ser elegante, como sus composiciones poéticas, ysimpático como su hermana. No pudo ocultar la joven inglesa su pasiónpor las poesías del joven francés, y su madre, que hace siempre lo quesu hija quiere, sonrió sin disgusto a esta inclinación. Alfonso ha sidopor unas semanas

el

favorito

de

la

casa;

y

aprovechando

estacircunstancia, hizo hablar a Cesarina con madame de la Pierre, para queesta señora lo hiciera a su vez con la madre de la joven inglesa. Perola gran dificultad que me tiene intranquila ha de venir de nuestraparte, sobre todo de mis cuñadas de aquí; porque la joven de que setrata es protestante. Sin embargo, Cesarina (que tiene también muchasganas de casar a su hermano), me asegura que la amiga de las señoritasde la Pierre, se ha aficionado a la religión católica, diciendo que yahubiera abjurado del protestantismo, si no hubiese temido disgustar a sumadre. Si ella ha prometido sinceramente a Cesarina entrar en nuestrareligión, y educar sus hijos en nuestra fe, creo que habrán terminadocon esto los obstáculos.

¡Qué de disgustos me cuesta el ir venciendo las dificultades que seoponen al bienestar de la familia y sobre todo la tranquilidad de mishijos!

¿Y qué puede haber más antipático a los ojos de los tíos y tías deAlfonso, tan severamente razonadores, que este casamiento tan novelescocon una extranjera? Apenas me atrevo a hablar a mi marido y a sushermanos, y de no ser así, no puede llevarse adelante el matrimonio.Toda la fortuna de la familia está en sus manos; Alfonso no tiene másque la corta pensión que le asignó su padre, y unos cincuenta milfrancos sobre la propiedad de Saint-Point, cuando faltemos nosotros.Todas las heredades de mi padre político son de mis cuñados y cuñadas;si ellos no lo aseguran en el contrato, ¿cómo presentar así un joven sincarrera y sin fortuna a una familia más rica que nosotros? El amor locompensa e iguala todo para los jóvenes, pero ellos no son los quecierran los contratos.

Estoy tan preocupada que no puedo conciliar el sueño.

CVIII

9 de noviembre de 1819.

Todo ha terminado. Alfonso está de vuelta. La madre de la joven inglesase ha llevado su hija a Turín para alejarla de él, pero tengo laseguridad de que ellos se escriben de cuando en cuando. Estoy muytriste. Mi marido, disgustado por nuestra pena, por la pérdida de lascosechas, y por las deudas de su hijo que es preciso pagar antes de quese case, para que la familia a quien se una no resulte engañada; mimarido, digo, desea vender la casa de Mâcón y retirarse al campo; quierevivir completamente aislado de las gentes. Si lo hace así, ¿cómo voy acolocar las dos hijas solteras que me quedan? ¿Quién vendrá por ellas alfondo de una pobre aldea? Semejante conversación con mi esposo y eltemor de que venda la casa, me ha hecho derramar muchas lágrimas estanoche. Mis dos hijas pequeñas me han visto llorar, y en seguida hancorrido ambas a encerrarse sin ruido en el gabinete de las Musas, juntoa mi alcoba (en este gabinete están esculpidas en la madera de losarrimaderos, las nueve Musas). Al entrar yo en el referido gabinete, hesorprendido a las dos arrodilladas, rogando y llorando ante Dios paraque me consuele. ¡Qué dichosa me he considerado al ver la ternura y lasensibilidad de mis piadosas hijas! Pero ¡ay!

ello no hace sinodisgustarme más al ver que no puedo ocuparme como debo del porvenir aque son acreedoras, por las virtudes que atesora su corazón.

CIX

25 de diciembre de 1819.

Esta mañana ha marchado Alfonso: he notado que estaba muy triste. Elseñor barón de Mounier, que le aprecia mucho, le ha escrito que vayainmediatamente a París, porque tiene alguna esperanza de hacerleentrar.

CX

6 de enero 1820

Nada de nuevo, si no es que me ha escrito diciéndome que Alfonso ha sidobien recibido con mucha distinción entre personas de la mayorconcurrencia, donde su personalidad y sus talentos produce, según laexpresión de Mme. Vaux, mi hermana, un tipo de entusiasmo. Ella me citalos nombres de una multitud de personas entre las cuales he conocido susmadres en mi juventud: la princesa de Talmont, la princesa de laTréouille, Mme. Raignecourt, la amiga de Mme. Elisabeth, Mme. deSaint-Aulaire, la duquesa de Broglie, hija de Mme. de Staël, Mme.

deMontcalm, hermana del duque de Richelieu, Mme. Dolomieu a que conocí enla casa de la duquesa d'Orléans; y muchos hombres eminentes que seapresuraron a ofrecerle su amistad, a él antes tan oscuro; el jovenduque de Rohan, el virtuoso M. de Montmorency, M. de Molé, M. Lainé, dequien se dice ser un gran orador, M. Villemain, discípulo de M. deFontanes, que conoció en casa de M. Decazes, el favorito del rey, yotros más que no recuerdo. Puede decirse que es ya conocido de todo elmundo; empieza a sentirse una especie de rumor sordo precursor de lagloria. ¡Qué satisfacción para una madre ver a su hijo en el pináculo dela fama!... Estoy satisfecha de la inesperada acogida de que ha sidoobjeto mi hijo, pero pido a Dios antes que la gloria y los honores, quesea un hombre digno, y buen cristiano, como lo es su padre. Todo lodemás, ya lo he dicho otras veces, no es más que vanidad.

CXI

Hay aquí una interrupción: el manuscrito no continúa. Aquella pobremadre ha hecho un viaje a París. He aquí la causa.

Habíanla escrito deallá, que su hijo estaba enfermo de una afección al pecho; púsose encamino la noche del 12 de febrero en compañía de su hija Susana, jovende dieciséis años, más parecida por su belleza a un ángel que a unacriatura humana. En sus notas de viaje se observa ligeramente que enChalón-sur-Saona

tuvo

el

disgusto

de

encontrarse

con

una

mascaradagrotesca, en la cual todos los objetos de su devoción, esto es, lapiedad, la religión, la monarquía y el pudor, estaban groseramenteridiculizados; su alma se contrajo dolorosamente bajo este que lepareció funesto augurio, presintiendo alguna catástrofe; al pasar porAuxerre, una voz salida del fondo de un coche público, gritaba con vozde trueno: «El duque de Berry ha sido asesinado». Aquella buena madrellegó a París tristemente emocionada, pero sin ver cumplidos los fatalesaugurios. Su hijo había entrado en el primer período de convalecencia yhabía sido asistido cuidadosamente por sus amigos, los cuales sehallaban a su lado en la pequeña bohardilla que le servía de habitación.Su alegría fue inmensa y pronto olvidó las malas impresiones recibidasdurante el viaje, al saber que las primeras poesías de su hijo debíanaparecer luego impresas en un pequeño volumen.

Esas poesías le habíanconquistado en poquísimo tiempo las simpatías generales y un buennombre. M. de Talleyrand mismo, este juez desdeñoso e infalible, acababade dar la señal de admiración. La dichosa madre recibió una carta al díasiguiente de la publicación del tomo de su hijo. El diplomático decía ala princesa*** que le había proporcionado el volumen: He pasado la mayorparte de la noche leyendo. Mi insomnio es una sentencia. No soy profeta,no puedo deciros cuál será el efecto que produzca en el público, pero elpúblico mío, que lo componen mis impresiones, y que se oculta bajo misblancos cabellos, oigo que dice: «Aquí hay un genio». Ya tendremosocasión de hablar más despacio.

No es esto todo; los amigos de su hijo, confirmándose en la benevolenciadel

aplauso

público,

hombres y

mujeres,

aprovecharon este momento decalor para abrumar a solicitudes al ministro de Negocios Extranjeros. M.Pasquier, literato también al mismo tiempo, nombró inmediatamente aljoven poeta secretario de la embajada de Nápoles. M. Simeón, ministrodel Interior e Instrucción pública, le remitió de parte del rey LuisXVIII una colección de los clásicos latinos de Lemaire con ellisonjero testimonio de la satisfacción de S. M., quien le concedíaespontáneamente una pensión literaria, con cargo al presupuesto delfomento de la literatura; cuya pensión venía destinada a suplir en parteel pequeño sueldo que disfrutaba en la diplomacia.

La vida, la fortuna, la ambición, la gloria, y, sobre todo, el favorgeneral, estallaron al mismo tiempo sobre aquella existencia por tantotiempo retraída y desesperanzada. El corazón de la madre se inundó dealegría. La celebridad de su hijo, la admiración que causó en París laextraordinaria belleza de Susana, su hija idolatrada: las presentesalegrías, las halagüeñas esperanzas del porvenir y sobre todo laesperanza de que su hijo podía más adelante enlazarse con la joveninglesa, de tal manera excitaron la mano temblorosa de la madre, quedurante tres meses, se observa en las páginas del diario unembriagador entusiasmo.

Estas páginas son demasiado íntimas; permita el lector que sobre ellasguarde secreto. Existe una, sin embargo, que debo hacerla pública por laextraña coincidencia profética de sus leyes, y de los sentimientos entreel destino de la madre y el del hijo.

La noche del día de Pascua de 1820, escribe ella, se sintió

«comoahogada por su propia dicha y por la de sus hijos», y tuvo necesidad deir, a la caída de la tarde, a reponer su corazón demasiado lleno degracia y de lágrimas, a la iglesia de San Roque, donde ella iba a orarfrecuentemente en los primeros años de su juventud. Entra en el temploacompañada de su hija Susana, y se arrodilla al lado de uno de lospilares de la iglesia para dar gracias a Dios por los inmensos favoresque acaba de recibir. Aquellas oraciones, o mejor dicho, aquel himno quedejó escrito, surge de su diario envuelto en las últimas lágrimas dejúbilo y de piedad que derramó sin duda en medio de aquel éxtasis deconcentración ante Dios. ¡Todos los hijos deberían poder leer líneasparecidas, para que, observándolas, como depende de ellos, casi siempre,no amargar con desdichas, y sí llenar de felicidades, los corazones desus madres!

CXII

De nuevo vuelve mi madre a abrir su diario, interrumpido por algunassemanas, transcurridas entre viajes y ocurrencias de géneros diversos.

*

* *

Mâcón, 3 de julio de 1820.

Desde el día 31 de mayo han sido tales mis ocupaciones, que no me hasido posible consignar en este diario, un hecho altamente interesantey que es de los más importantes de mi vida.

El casamiento de mi hijo Alfonso ha tenido lugar el 6 de junio en laiglesia propiedad del gobernador de Chambery. Mi hija política pasó enel retiro más completo los días que precedieron al de la boda. Laceremonia tuvo lugar a las ocho de la mañana, habiendo asistido a ellael gobernador y su esposa, el ayudante de campo del gobernador, lamarquesa de la Pierre y sus cuatro hijas, el señor conde de Maistre, M.de Vignet y la señorita Olimpia, su hermana, y monseñor el obispo deAnnecy; celebró la misa y consagró el matrimonio el abate de Etioles.Mi nueva hija vestía con toda la seriedad y elegancia imaginables;llevaba un magnífico vestido de muselina bordada, y un riquísimo velo deencaje que la cubría casi por completo; imposible imaginar otrapresencia tan llena de dignidad, de gracia y de modestia.

¡Qué modalestan elegantes y tan llenos de naturalidad!... Yo estaba afectadísima yno me es posible referir todo lo que pasó por mí al ver llegado para mihijo el momento más solemne e importante de su existencia; he rogado aDios con mucho ardor, pero debo reprocharme, como me reprocho todavía,el no haber rogado

lo

bastante;

¿cómo

puede

una

madre

dar

graciassuficientes por las alegrías de su corazón, cuando llega a tocar para suhijo el colmo de cuanto podía desear? La misión de las madres sobre latierra, termina con el día en que ven asegurada la dicha de aquellos queson sangre de su sangre.

Espero rezar al pie de estos mismos altares, por iguales ceremonias,alguna vez más, porque hoy me han hablado de un buen partido para mihermosa Susana; ¡dichoso, dichoso aquél a quien Dios tenga destinada laposesión de semejante ángel!

Alfonso, su esposa y su madre política, han partido para Italia despuésde la ceremonia, yendo a ocupar en Nápoles su puesto junto al duque deNarbona.

Me he llevado conmigo a mi pobre Cesarina hasta. Mâcón, a fin deconsultar por su salud con los médicos de Lyón; se encuentra algoenferma: Dios parece que quiere mandarme algunas penas proporcionadas ami felicidad. He encontrado igualmente a mi buena amiga, Mme. Paradis,mi segunda hermana en todo conceptos, muy enferma también. ¡Ah!

heestado junto a ella más de quince días, cuidándola día y noche; la pobreno tenía tranquilidad, aparente a lo menos, sino al verme a su lado:¡ha muerto en mis brazos! ¡Qué amiga tan santa he perdido en ella! Yotuve la fortuna de inspirarle una fe y una resignación que ella nosentía como yo, al nacer la amistad que nos ha unido; pero ha muerto enla esperanza y, creo poder a