El Manuscrito de Mi Madre Aumentado con los Comentarios, Prólogo y Epílogo by Alphonse de Lamartine - HTML preview

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Se consagra igualmente a la caridad, que ejerce a la par con su marido,sus hijos y sus criados, a quienes tiene obligación de cuidar en susenfermedades, e instruirles, dándoles buenos consejos. No tengo, pues,nada que envidiar a las hermanas hospitalarias: yo también cuidaré decumplir fielmente mis deberes, tan difíciles como los suyos y quién sabesi algo más.

Estas reflexiones han endulzado mucho mi espíritu, y hevuelto a renovar

ante

Dios

los

juramentos

que

hice

al

contraermatrimonio, rogándole me conceda la gracia y fuerzas indispensables paracumplirlos exactamente.

LXIII

Domingo de Ramos de 1805.

Reina por estos contornos un extraordinario bullicio con motivo de lapróxima llegada del Emperador. Mi hermana se encuentra todavía a milado; ambas estamos muy inquietas porque se nos ha dicho que debemosdar alojamiento a Monseñor de Pradt, obispo de Poitiers, limosnero delEmperador, y más tarde arzobispo de Malines, tan célebre por suadulación y por su ingratitud con Napoleón, después de su caída. Medesagrada tener que hospedar a semejante personaje.

LXIV

Lyón, 26 de abril de 1805.

Mi venida a Lyón ha tenido por objeto ver al Papa.

Estoy aquí en compañía de mi hermana. He visto al santo padre cuandopaseaba por el jardín del palacio del obispo. Ayer estuve a oír la misadel Papa en la iglesia de San Juan; vi perfectamente todas lasceremonias, pero me costó mucho trabajo poder llegar hasta su trono parabesarle la chinela; sin embargo, tuve por fin esta satisfacción. Esteanciano tiene verdaderamente el aspecto de un santo, como tambiénalgunos de los prelados que le acompañan.

LXV

12 de mayo de 1805.

Aumenta nuestra fortuna: mi marido acaba de comprar la casa de M. deOzenay; tiene un jardincito, y es muy espaciosa; la amueblaremos parahabitarla este verano, Dios mediante.

Mi marido me entrega ciento veinte pesos mensuales y los frutosnaturales que proceden de nuestras dos fincas, para sostener la casa ypagar el colegio de Alfonso, lo cual es más que suficiente. Cada díaadmiro más las prodigalidades de la divina Providencia para connosotros.

Mi cuartito está muy bien arreglado, y cuantos nos visitan dicen que esmuy bello. Comprendo que estoy demasiado bien en este mundo y que tengomayores bienes de los que me pertenecen. He leído un tratado místicosobre la dulce virtud de la confianza, que me ha hecho un gran bien. Esel tesoro por excelencia, el dulce abandono a la voluntad celestial.

LXVI

20 de agosto de 1805.

El hermoso cuarto en el cual estoy instalada desde ayer, seráprobablemente el último cambio de habitación que yo haga; en él moriré,sin duda. (En él murió efectivamente.) Alfonso llegó ayer. Me preocupo mucho por él y por sus hermanas, pues noveo medio de educarlos fácilmente. Sin embargo, cuando me veo rodeada deestas seis hermosas criaturas, me siento orgullosa y satisfecha. Ruego aDios me dé las luces necesarias, al objeto de cumplir debidamente misobligaciones con respecto a mis hijos.

LXVII

9 de noviembre de 1805.

Hemos venido a pasar unos días en el castillo de Monceau, propiedad demi cuñado. M. de Lamartine, el ángel de la familia, y Mme. de Villars,nuestra Providencia, están con nosotros. Aquí se reúnen los vecinos másdistinguidos, y entre ellos se encuentran M. Blondel, el abate Bourdon yel comendador Folin; cada uno de estos ancianos cuenta a porfíainstructivas anécdotas. Llevamos una vida deliciosa; el tiempo esprecioso y paseamos mucho; durante las veladas, se cuentan historias.Pero no estoy bien de salud: me ha salido como un fuego en la cara, yvoy persuadiéndome de que mi tez se agosta; no he de ocultar que sientomucho esta fealdad. No obstante, si hay en ello humillación, puede serque encierre una gracia que me aparte del mundo alejando de mí susmiradas. Me someto gustosa, pero no sin molestia, pues hubiera queridoverme dispensada de la ley común, conservando en mi vejez los atractivosde la juventud.

Con frecuencia me olvido de que ya cuento treinta y ochoaños, y todo cuanto me lo recuerda me es desagradable. Dios mío, hacedque acuda siempre a mí el recuerdo de la nada y tened compasión de estadébil mujer.

LXVIII

Milly, 6 de julio de 1806.

Otra vez estoy en mi retiro, donde me hallo más en paz con mi especialmanera de ser. Es cierto que amo al mundo, pero también amo elrecogimiento que me proporcionan mi jardín y mi cuartito.

Hemos hecho mis hijas y yo, montadas en asnos, una excursión a lasruinas y lugares vecinos; hemos bebido leche, hemos charlado largamentecon los aldeanos que me conocen, y que parece que me quieren porhaberles dado consejos y remedios para sus hijos: esto me satisface.Siempre gusta uno de ser amado, y no deja de ser conveniente y agradableel cariño de las pobres mujeres del campo; nunca se pierde el tiempoempleado en hacer el bien y en adquirir simpatías.

LXIX

7 de septiembre.

Mi marido ha vuelto de la posesión que su hermano tiene en Dijón. Noshallamos nuevamente en Saint-Point, lugar que, a decir verdad, prefieroa todos, a pesar de los destrozos del castillo; quiero encerrarme en unretiro moral aún más profundo.

Conviene alguna vez aislar nuestrocorazón en la soledad y en el silencio.

LXX

Domingo, 24 de septiembre.

Estos días los he pasado completamente retirada; únicamente el señorcura nos ha acompañado a comer algún día que otro.

El día no resulta bastante largo para todo lo que yo quisiera hacer, ymis fuerzas se agotan antes que la voluntad y el deber.

Voy todos los días a misa a eso de las siete, como me propuse en unprincipio. Mis hijas me acompañan. Después de la misa nos desayunamos ycomenzamos a trabajar, alternando nuestras tareas con la lectura de laBiblia; después y hasta la hora de comer, mis hijas dan lecciones degramática e historia. Con estas ocupaciones, el tiempo lo encontramoscorto. Después de comer tenemos una hora de recreo. Luego volvemos atomar nuestra labor y alguna lectura amena que yo escojo siempre,procurando que sea tan agradable como instructiva; algunas vecesrecitamos de memoria algunos párrafos de la historia o de la gramática.Vamos luego a rezar nuestro rosario a la iglesia o a nuestro gabinete;paseamos después hasta la noche, y durante la velada, mientras yo juegoal ajedrez con mi marido, las niñas se entretienen aprendiendo dememoria algunas de las fábulas de La Fontaine.

Mientras no ocurra novedad alguna que nos interrumpa, esta es la vidaordinaria que llevo con mis hijas, con las diferencias naturales queexigen las diversas estaciones del año; mi principal objeto esinspirarles mucha piedad, ocupándolas siempre en cosas útiles.

Ayer recibí carta de mi Alfonso; está bien de salud; me parece un sabioen la manera de escribir.

LXXI

Milly, 25 de septiembre.

Mi pobre esposo ha sufrido una pérdida de cuatro mil doscientos pesos.El comerciante encargado de vender el vino se ha declarado en quiebra.

Esta gran desgracia mi marido la sufre con la mayor resignación.

Según se dice, el comerciante de vinos, que es de Nuits, resulta ser undesgraciado, pero de una honradez sin límites. Esta mañana ha venido élmismo a anunciarnos la suspensión de pagos, diciendo que va a convocar atodos sus acreedores para que se repartan cuanto le queda, y que no sereserva nada para él.

¿Cómo no apreciar semejante conducta y nocompadecer a quien nos arruina tan contra su voluntad? Porque no hayduda que vamos a quedar por ello pobres durante todo el año, ya que sólocontábamos con la suma que se ha perdido. ¡Hágase la voluntad de Dios!Admiro la calma de mi marido después de semejante contratiempo; élsufre, sin embargo, por mis hijos y por mí; pero exteriormente, esdecir, en cuanto no nos hiera materialmente a nosotros, es un hombre debronce.

Alfonso debía regresar el día 17 del colegio; fui a recibirle en Mâcón.Llegó por la noche, solo. Le encontré mucho mejor de lo que esperaba; esya cuatro dedos más alto que yo, está algo flaco y pálido; parece unbuen muchacho: los jesuitas, sus maestros, se admiran de sus facultades;ha venido cargado de coronas, premios, discursos en latín y en francés,versiones y poesías latinas y... a pesar de todo, es modesto sinpetulancia alguna. Lo que me ha agradado también mucho es que pareceinclinado a la piedad. ¡Dios lo quiera! ¡Porque creo que es lo único quepuede hacerle feliz!

Después de su llegada he corrido a la iglesia, llenos los ojos delágrimas de alegría, a dar gracias a Dios por el gran favor que acaba dehacerme con el feliz regreso del hijo de mi corazón.

*

* *

Al presentar a Alfonso a toda la familia en Monceau, he sentido un pocode orgullo. Sin embargo, no le encuentro el tono tan dulce como yoquisiera. Creo que debo alejarle de mí, que tanto le amo y que tanto lemimo por añadidura; y por otra parte, he de mimarle por condescendencia.¡Cuan difícil es formar un hombre!... Tanto mi marido como yo nosencontramos apurados para acertar en lo que debemos hacer con él.

Adora la carrera militar, que es la de su padre: ¡pero esa guerra contrala Prusia devora tantos y tantos jóvenes! y además, la carrera de lasarmas es mortal de necesidad para la juventud inocente.

LXXII

Mi madre vuelve a la ciudad el 25 de diciembre de 1806.—He aquí lo quese lee en su diario del 2 de enero de 1807: 2 de enero.

Hoy he quedado convencida de que camino aceleradamente hacia laeternidad.

Las virtudes en que yo pienso fijar especialmente la atención este año,son la dulzura y la humildad. Me parece que son las principales. Quierohablar poco de mí, sobrellevar con paciencia las contrariedades y lashumillaciones que pueda soportar sin menoscabo de la dignidad humana, norebuscar en mi tocado vanidad alguna, no reprender a mis hijos y a otraspersonas con acritud ni enredarme nunca en discusiones; quiero asimismono decir jamás una palabra que pueda molestar al prójimo, presente oausente. Estos son mis proyectos durante este año; si puedo cumplirlosfielmente, habré empleado bien el tiempo.

LXXIII

No hay nada de particular en las anotaciones de este año hasta el mes deseptiembre, en el cual se lee:

*

* *

Vivo sola en Milly con mis hijas y mis libros; esta soledad me encanta.He dado esta tarde un gran paseo por la montaña de Craz, situada detrásde nuestra casa, sobre nuestras viñas. Estoy sola; gusto mucho, durantelas horas de la tarde, de irme sola y lejos. Amo mucho el otoño y loslargos paseos, sin otro entretenimiento que mis impresiones; éstas songrandes como el horizonte y llenas del espíritu de Dios. La Naturalezaconmueve mi corazón bajo mis reflexiones, y me infunde cierta tristezaque me fascina; no sé lo que es, pero siento una especie de armoníasecreta entre nuestra alma infinita y el infinito de las obras de Dios.Cuando vuelvo la vista y observo desde lo alto de la montaña la luz quebrilla en el interior del cuarto de mis hijas, bendigo y doy gracias ala Providencia por haberme concedido este nido, casi oculto a la vistade todo el mundo, para dar calor y vida a los hijos de mi alma.

*

* *

Todos los días, por la tarde, digo una oración de muy pocas palabras: uncántico interior que ninguna persona llegaría a entender; pero vos, Diosmío, vos lo comprendéis muy bien, como entendéis el zumbar de losinsectos entre las florecillas de los matorrales y el ruido de la hojaseca, juguete del viento.

*

* *

En el año 1807 sólo contiene el diario misteriosos exámenes de unaconciencia escrupulosa hasta el extremo, y obligaciones de una madrepara salvar de todo peligro a sus hijos. De regreso a la ciudad parapasar en ella el invierno de 1808, vuelve a tomar la pluma alguna queotra vez, pero la pluma parece que se resiste a trazar sus ideas. 1808 yuna parte de 1809 faltan. Véase, no obstante, lo que sucedió entonces ami familia.

Había por aquel tiempo en Mâcón una bellísima joven perteneciente acierta familia muy distinguida; era elegante, hermosa y de espíriturecto y cultivado, quien inspiró a su hijo una de aquellas inclinacionesinfantiles e inocentes y puras, que son siempre, mejor que lasexplosiones, el presentimiento del amor. No obstante las diferencias deedad, temían entrambas familias pudiera traer aquella simpatíaconsecuencias que no entraban en sus cálculos.

Por este motivo, acordaron alejar de allí por algún tiempo al joven bajoel pretexto de un viaje a Italia. Creíase, no sin razón, que el aire delos Alpes desvanecería aquella fantástica imaginación.

Veamos el manuscrito.

Aquellos pensamientos prudentísimos casi no existen en él: suimaginación se ocupa exclusivamente en buscar el bien para su hijo.

LXXIV

Domingo, 26 de noviembre de 1809.

Me ocupo en leer las Memorias de Mme. Roland, cuyo marido fue ministroal principio de la Revolución, por la cual Mme.

Roland fue guillotinada.Hubiera sido esta mujer un gran talento, un carácter, un dechado devirtudes, si durante su juventud no se hubiese penetrado deldeslumbrante y falso espíritu que entonces reinaba, arrastrándola en ladetestable cima, desde la que derrumbó el mundo, perdiéndose a sípropia; porque fueron sus opiniones las que la condujeron a laguillotina.

Sus Memorias están bien escritas y me han interesado, pero no he leídonada de lo que se trata de religión, puesto que habla de ella bastantemal. No he querido que mi hijo leyera dichas Memorias, a pesar de quelo ha deseado mucho. Ya sé yo que él puede hacerse, a pesar mío, concuantos libros quiera, pero al menos no deberé reprocharme el haberledado autorización para leerlos y menos proporcionárselos.

He pensado asimismo que el hombre se permite a cierta edad leer cuantoslibros se le presentan, bajo el pretexto de que ya no corre peligro; sinembargo, siempre esto es peligroso, ya que la fe puede extraviarse atodas las edades; debe estar siempre prohibido el combatir con elespíritu. El hombre acaba por llenar su cabeza con el abigarramiento detoda especie de lecturas; así es que sólo a la prohibición de aquellasque, aun agradables, pueden ser peligrosas, debe confiarse laconservación de las sanas creencias.

Ha muerto en Mâcón M. Sigorgne, a la edad de noventa años.

Como era unsabio, había sostenido correspondencia con J. J.

Rousseau sobre lareligión y sobre la filosofía. Gran amigo de M.

de Lamartine, mi cuñado,dio por amistad lecciones de matemáticas a mi Alfonso. Era uno de estosmonumentos antiguos que no quisiéramos jamás ver derrumbados. Amamos eltiempo cuando somos jóvenes, pero al llegar a viejos, el amor seconvierte en veneración.

Alfonso irá a pasar este invierno a Lyón para que se vaya acostumbrando,poco a poso, a los usos y costumbres de la alta sociedad.

Ha marchado en compañía de M. de Balathier, persona de excelentesmodales; estamos muy contentos de semejante oportunidad, porque ellaserá causa que le privará de las malas compañías de otros jóvenes de suedad.

Me encuentro sola con mis cinco hijas, todas ellas fáciles de serconducidas al bien. Nuestra vida aseméjase a la de un monasterio: por lamañana leemos en comunidad algo piadoso, luego estudiamos juntas lahistoria antigua; me agrada e interesa tanto como a las niñas. Despuésde comer se trabaja un poco; al caer la tarde rezamos también juntas, ydurante la velada, acostumbramos a leer alguna de las comedias deMoliere. Creo yo que no hay en ello ningún mal, pero suprimo laspalabras que creo peligrosas. Después de esto, rezamos la oración de lanoche; de

esta

suerte

el

día

pasa

ligero.

¡Que

nuestras

oracionesaprovechen a nuestras almas! Si fuera yo libre, creo que me consagraríacompletamente a Dios.

LXXV

Mi esposo se halla en Mâcón, en el consejo general del departamento,presidido por M. Denon. M. Denon es hombre de bastante edad, pero jovende ingenio. Este señor ha estado con nosotros unos días y nos ha contadosus viajes a Egipto con el Emperador; dice que diseñaba las batallasdurante los combates.

Ha colmado a mi marido de distinciones, y le ha propuesto hacerlenombrar diputado; pero mi marido ha dicho que podría encontrarse, sillegaba el caso, entre su conciencia y su fortuna, y que prefería, porlo tanto, sacrificar toda grandeza mundanal a la oscuridad y paz de suconciencia. Admiro y respeto mucho los motivos que le obligan a obrar detal manera, aunque mi amor propio disfrazado bajo el color de la fortunade mis hijos, me conduzca a desear tales honores, y la natural forma ynombradía que lleva consigo un cargo semejante.

LXXVI

7 de enero de 1810.

La peligrosa ociosidad en que se encuentra mi Alfonso me tiene inquieta.En estos momentos, es cuando necesito para él todo el socorro divino quesiempre he solicitado.

Sus pasiones empiezan a desarrollarse; temo que su juventud y su vidasean demasiado borrascosas; le veo de continuo melancólico y agitado; nosé lo que pretende. ¡Ah! quisiera encontrar el medio para tenerlocontento. Nos critican por haberle dejado ir a pasar el invierno a Lyón,fiados en su buena fe; pero los que tal hacen desconocen las razones quehemos tenido para ello. Muchas veces conviene dejar que diga el mundo loque quiera y hacer lo que nosotros creamos mejor. El parece que deseaadquirir relaciones y tiene afición al estudio; contando con recursossuficientes, es mucho más fácil en una población grande ocupar eltiempo, huyendo de los peligros de la ociosidad, que en una poblaciónpequeña, donde hay que hacer siempre la misma cosa. Por otra parte,estoy muy contenta de que todo el mundo no lo vea así, porque siendo,como es, de aspecto gallardo y elevada estatura, podría también tentar alos agentes del Emperador para que no admitiesen en reemplazo suyo elsubstituto que le hemos comprado para que sirva en el ejército.

LXXVII

Milly, 11 de abril de 1810.

Desde ayer estoy en este pueblo con Cecilia y Eugenia; el tiempo esmagnífico; he querido venir a gozar de una hermosa mañana de primavera,y lo he conseguido por completo. Hoy, desde que me he levantado, heestado en mi jardín por espacio de más de tres horas leyendo, rezando,reflexionando y dando gracias a Dios por sus beneficios, que procuroaprovechar tan bien como es posible. La hora ha sido deliciosa, losárboles están cargados de flores y capullos que perfuman el aire.

Empiezan a brotar las hojas, a cantar los enamorados pajarillos y azumbar los insectos. Es esta la época en que resucita la Naturaleza desu muerte aparente durante el invierno, y en que más se disfruta de ellaen estos solitarios parajes. Por desgracia, tengo necesidad de volver ala ciudad, donde he de permanecer algún tiempo. Será la voluntad de Diosel que yo me aleje de estos sitios; cúmplase, pues, su santa voluntad.

El domingo estuvo a comer con nosotros M. Morel, distinguido dibujante ybuen músico; es él quien ha trazado la mayor parte de los jardinesingleses que admira todo el mundo en los alrededores de París. Ha venidoaquí para hacer algunos trabajos que le ha encargado M. Rambuteau. Hetenido ocasión de hablarle y me ha dicho que había sido muy amigo de mimadre y de mi padre, con lo cual he tenido una alegría grande; en suconsecuencia, le he convidado a comer y he tenido la satisfacción deentrar en relaciones con él. Es ya muy viejo, pero conservaperfectamente expedito el uso de todas sus facultades, a pesar de susochenta y cuatro años, lo cual se atribuye a su gran sobriedad; dice quejamás ha bebido vino.

Esto me ha confirmado en el propósito que yo tengohecho de no beberlo nunca.

Creo ver mañana a M. Rambuteau, porque dice que ha asistido alcasamiento del Emperador y tengo deseos de saber algo de aquellaceremonia tan magnífica, según dicen todos; las iluminaciones parecenhaber excedido a todo cuanto se había visto hasta hoy en su género. Heaquí una cosa que me hace reflexionar sobre la insignificancia de lo quese ocupan los hombres, puesto que uno de sus mayores placeres consisteen reunir algunos centenares de candilejas colocándolas unas junto aotras, es decir, que podemos exclamar fundadamente:

¡Vanitas,vanitatum! un poco de luz, un poco de ruido y otro poco de humo; ¡estaes la gloria a que todos aspiramos! ¡Y

pensar que yo la deseo para mihijo!

LXXVIII

Milly, 17 de abril de 1810.

He pasado sola, en Milly, un día delicioso. Hace un tiempo precioso.Nunca he paseado tanto. He leído el primer volumen de un librointeresantísimo; se titula Itinerario de París a Jerusalén, por M. deChateaubriand. Es una obra excelente.

Ayer fui a Changrenon a hacer una visita a madame Rambuteau, en compañíade la cual se encuentran actualmente M. de Narbonne, su padre, su maridoy su hermana. Tenía curiosidad de volver a ver a M. de Narbonne, quienhabía sido en otra época muy amigo de mi hermano mayor (secretario en laembajada de Holanda y hombre distinguido). He hablado con él, y parecepersona muy amable; dicen que goza de la consideración del Emperador. Sehabla de él para el ministerio de Relaciones Exteriores. Ha hecho unagrande acogida a Alfonso, y le ha comprometido a que vaya a visitarlecuando esté en París; pero tengo para mí que esto puede acarrear másdaño que utilidad. Yo no pido para mis hijos las grandezas de estemundo; únicamente deseo para ellos un modesto y tranquilo bienestar,adquirido en el cumplimiento estricto de sus deberes.

LXXIX

11 de octubre de 1811.

Alfonso me escribe desde Roma cartas llenas de entusiasmo sobre losmonumentos de esta ciudad célebre; mucho me gustaría estar en sucompañía, pero mi pobreza no me lo permite. Los gastos de su viaje nosayudan a cubrirlos sus tíos. Para este objeto, nos dieron ayertrescientos pesos. Alfonso, si es económico, podrá pasar concuatrocientos pesos el invierno en Nápoles, pero como es joven y deimaginación viva y ardiente,

¿qué va a hacer entregado a sí mismo en lospaíses lejanos? Yo, que aspiraba a verle partir, aspiro ahora a verlevolver; durante el día, lo recomiendo veinte veces a la proteccióndivina, ¡Qué desgracia es tener un hijo desocupado! A pesar de larepugnancia de la familia por verle servir a Bonaparte, deberíamos mejorpensar en él que en semejantes repugnancias; cuando se trata de loshijos conviene hacer caso omiso de las opiniones políticas.

Yo confío en que su amigo M. Almón de Virieu irá a reunírsele; es unbellísimo sujeto, ya entrado en años, y que ha de serle de gran utilidaden algunas circunstancias.

*

* *

En esta época fue cuando yo abandoné Roma para ir a Nápoles, en cuyaciudad hice la vida errante y poética descrita en el episodio, verdaderoen su fondo, titulado Graziella. (Véase el primer volumen de las Confidencias).

LXXX

Hay aquí una grande interrupción.

El diario no continúa hasta que su hijo ha vuelto de sus viajes, el 24de julio de 1812.

24 de julio.

Más de quince días hace que me encuentro aquí; fue el 7 de julio el díaque vine a establecerme; mi esposo ha estado en la ciudad con Cecilia.Los primeros días creí disgustarme porque no experimentaba el placerordinario que siento cuando estoy en el campo, pero desde que vine, heido acostumbrándome poco a poco y me encuentro ya muy bien. Mis paseossolitarios, el trabajo y la lectura en compañía de mis hijas y elcuidado de algunos

enfermos,

todo

ha

recobrado

para

su

interésordinario, y yo he estado tan bien como merezco, si puedo estarlo.Solamente Dios sabe cuán escasos son mis merecimientos. Pero estatranquilidad ha sido turbada por una circunstancia.

LXXXI

10 de agosto de 1812.

Me encuentro ya en la deliciosa morada de mi cuñado el abate Lamartine,en Montculot, en medio de bosques y de fuentes, en una especie dedesierto que parece una abadía. Debiera estar aquí en paz, y sin embargono es así; los cuidados de madre de familia me siguen por todas partes,incluso aquí mismo. ¡Ah! ¡cuántos reproches debo echarme en cara! Soyextremada en todo, toda del mundo, y en la soledad, acaso demasiadaaustera; los objetos presentes agítanse con violencia sobre missentidos; en fin, yo sufro. Ofrezco todas mis penas a Dios, rezo muypoco y leo mucho; estoy excesivamente impresionada por la brevedad de lavida y la necesidad de prepararme para la eternidad.

Tratofrecuentemente de penetrarme de lo que recuerdo haber escrito una vez,esto es, que yo no quería considerar esta vida más que como unpurgatorio, y que todas las penas que Dios me envíe debo encontrarlasdulces en comparación de las que yo merezco. Lo que me hace temblar esel porvenir de mis seis hijas. ¡Cuántos disgustos preveo por estacausa!; pero el tormento que semejante previsión me ocasiona escondenable, porque vengo probando de continuo que el socorro de Diosjamás me ha faltado en circunstancia alguna, y que con mayor fuerza derazón debo yo considerar ser éste el verdadero centro de mi vida.

LXXXII

17 de diciembre de 1812.

Nuevamente he regresado de Milly para instalarme en la ciudad: al pasarpor Changrenon he comido en casa de Mme.

Rambuteau, lo cual me hacausado un placer grande, porque hemos hablado mucho de personajes deParís que conocimos durante nuestra juventud.

LXXXIII

31 de enero de 1813.

Mañana se anuncia, al fin, el casamiento de mi primera hija, con ungentilhombre del Franco Condado, que se llama M. de Cessia. Cecilia esmuy bella y más joven que él.

A pesar de la diferencia de edad, él es muy bueno y razonable.

A losdieciséis años recibió una herida formando parte del ejército de Condé,y cojea un poco. Vive con su padre; que cuenta ya ochenta y seis años,de carácter imperioso y absoluto, y dos hermanos solteros. Es unexcelente casamiento que, aunque me preocupa un poco, espero ha de hacerla felicidad de mi Cecilia.

Alfonso está en París; ha sido muy bien acogido por M. de Pansey,consejero de Estado y presidente del Tribunal de Casación. La prima deAlfonso, madame de Pré, quien vive en compañía de M. de Pansey, es unapersona muy amable, aunque de mucha edad. Me admira que en laspostrimerías