Al Primer Vuelo by José María de Pereda - HTML preview

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—¡Carape!—exclamó Leto para sus adentros—; pues ese era mi caso, yahora resulta que le importa a ella menos que a mí.—

Y en voz altadijo—: Eso precisamente es lo que más la califica.

—Y ¿por qué no ha de ser cierto lo que afirma?—preguntole Nievesvuelta un poquito hacia él y enviándole las palabras bajo los fuegos deuna mirada firme y serena.

—Porque no puede ser—respondió Leto con su correspondienteserenidad—; porque no hay razón para que lo sea; y, en cambio, hay unade mucho peso para que resulte mentira.

Nieves no mostró el menor deseo de conocer aquella razón, y así quedó elasunto. Un poquito más allá, preguntó a Leto:

—Y a las Escribanas, ¿las conoce usted?

Con esta pregunta se quedó Leto bastante atarugado y algo encendido demejillas: ¡le había dado tantas bromas el fiscal con la Escribana mayor!Pero se rehízo enseguida, y contestó a Nieves:

—Otras bachilleras por el estilo.

No coló el disimulo; porque Nieves, aunque no le miraba de frente, lepescó el fogonazo en la cara y la sacudida que le había precedido.

—No lo decía por tanto—repuso a buena cuenta y por si había dado enblando la pregunta.

Un poco más adelante y bastante adentro ya del pinar, seguidos a cortadistancia de los dos señores mayores, que se despistojaban mirando acá yallá por si se rebullía alguna tórtola en las inmediaciones del sendero:

—¿Llegaremos pronto al sitio ese?

—Antes de diez minutos—respondió Leto—. Ya estamos casi en laexplanadita en que hemos de comer; a poco más de veinte varas a laderecha está lo que buscamos.

—Por supuesto, que traerá usted los dibujos de ello, que le encarguéanoche.

—Como lo prometí—respondió Leto señalando uno de los bolsillos de suamericana.

—¿Quiere usted enseñármelos?—le preguntó Nieves.

—¿Ahora mismo?...

—Ahora mismo—respondió la sevillana con un mirar que no admitíaréplica.

Pasó Leto la tijerilla a la mano izquierda después de haber colocadodebajo del mismo brazo la cartera, o más bien, cartapacio de Nieves, ysacó del bolsillo derecho su álbum de apuntes... Pero en el momento deentregársele a Nieves, se atarugó más que la otra vez, y se puso, norojo como entonces, sino pálido... ¡Carape! ¡buena la había hecho!¡Pícara memoria y pícaros aceleramientos los suyos! No tuvo otra cosa enla cabeza toda la noche, y al fin se le olvidó hacerlo al echarse elálbum en el bolsillo, de prisa y corriendo; porque ya se iba sin él...¡Carape!... Y que ya no había enmienda posible.

Pensando así, entregó el álbum a Nieves, con la forzada abnegación conque se entrega un criminal a la Guardia civil.

—Hágame usted el obsequio de abrirle—la dijo—, porque yo no tengo másque una mano desocupada... Esta es la tapa de arriba... Así... Yo lediré en qué hojas están esos dibujos.

—Es que pienso verlos todos—le advirtió Nieves abriendo el álbum comoLeto quería.

Y es claro, en cuanto quedaron sueltos los broches, el álbum se abriósolito por las páginas entre las cuales estaba el contrabando quepensaba Leto escamotear al ir pasando las hojas con la mano libre.

La palidez del pobre mozo se trocó en carmín subidísimo.

Nieves le miró entonces con una sonrisilla muy picante.

—Perdone usted—le dijo al mismo tiempo—, si esto tiene algún valorespecial... Yo no lo sabía.

—¡Qué ha de tener!—exclamó Leto, sin saber lo que se decía—. Eso esun clavel...

—Ya lo veo—interrumpió Nieves, como si no se enterara de la turbacióndel otro—; y rojo... y doble.

—Sí, señora: doble y rojo—repitió Leto—. Un clavel doble y rojo queyo tenía en la boca en cierta ocasión, mientras dibujaba... ¿Está usted?Pues bueno: estando así, se le partió el rabillo y se me cayó al suelo;y entonces yo... maquinalmente, le cogí... y, maquinalmente, le guardédonde usted le ve; y ahí se ha quedado hasta hoy...

—Muy bien hecho, Leto—dijo Nieves volviendo a mirarle con la mismasonrisita maliciosa—. Eso es lo que debe hacerse siempre con losclaveles que se caen de la boca... y no lo que se hizo con uno que yorecuerdo... Rojo era también y doble, si no me engaña la memoria... y enel suelo se quedó el infeliz...

Verdad que no valía la pena de serguardado, porque la boca de que se había caído era la mía.

Leto, al sentir esta estocada, se estremeció de pies a cabeza y se pusode veinticinco colores; y Nieves, al verle así, soltó la risa con todasu alma.

—Suyo o ajeno el clavel—le dijo en seguida—, el encontrármele yo aquíha sido causa de un mal rato para usted.

¡Cuánto lo siento! Volvamos lahoja, si le parece, y veamos los dibujos.

¡Qué dibujos ni qué carape! ¡Bueno estaba Leto ya para entender en cosaalguna sino en el asunto del clavel que se le había caído a ella de laboca! Por las señales, no solamente había notado Nieves el suceso quetanto le había preocupado a él, sino que le había parecido muy mal,claro: como tenía que parecerle; como que había sido la mayor gansadaque podía cometer un hombre acompañando a una señorita. La casualidad lebrindaba una ocasión de acreditar que la falta cometida se habíareparado en lo posible... Pues ¡carape! aprovechar esa ocasión sinpérdida de momento... Que este recelo, que el otro, que si podríatomarse la aclaración así o del otro modo, por este lado o por el de másallá... Que se tomara, ¡carape! que se tomara, aunque fuera por elextremo más absurdo: cualquier cosa menos pasar plaza de rocín en elconcepto de una mujer como aquella... ¡Cuidado si tenía picante laalusión que le había hecho!...

Enardecido con el fuego de todas estas reflexiones que le pasaron en uninstante por el magín, respondió con gran energía a lo dicho por lasevillana:

—No hay dibujo que valga, Nieves, mientras no quede orillado el puntodel clavel que se le cayó a usted de la boca...

Hablemos de eso uninstante.

Nieves se sorprendió un poco con el arranque de Leto, y le preguntó muyseria:

—¿Pero usted sabe a qué clavel me refería yo... en chanza?

—Sí, señora—respondió Leto impávido y resuelto a todo—: al que se lecayó a usted en el Miradorio, y recogí yo del suelo...

para volver aarrojarle; en una palabra... a ese mismo clavel que está usted viendo.

Entonces fue Nieves quien se inmutó, y no poco; pero se repuso alinstante, y dijo a Leto en el mismo son de broma que antes y cerrando elálbum:

—Pero, hombre, ¿cómo puede ser eso, si el clavel quedó allí y nosotroscontinuamos andando?...

—Es verdad—respondió Leto sin perder una chispa de su ardimiento—;pero volví yo por él en cuanto me despedí de ustedes en la botica,después del paseo.

Nieves no dijo una palabra, ni mostró señal alguna por donde pudieranotársele la impresión causada en ella por la noticia: con el álbumcerrado, pero sin abrochar, en la mano izquierda, continuaba andando ymirando serenamente hacia adelante. Leto, después de una breve pausa,prosiguió:

—Yo no soy hombre de perfiles galantes; pero a mi manera, sé distinguirde colores; y por saberlo, tan pronto como tiré el clavel conocí que nodebía de haberle tirado de aquel modo... ni de otro, por si usted lohabía notado... y aunque no lo notara: siempre era una cosa muy malhecha... El caso es que toda la tarde estuve preocupado con ello...porque, créalo usted, Nieves: un hombre, por despreocupado y modesto quesea, se resigna a pasar por bandolero antes que por ridículo delante deuna mujer; y con esta preocupación, en cuanto pude, volví por el clavel:encontrele, y le guardé donde usted le ha hallado ahora, sin otro finque reparar mi falta en lo posible y tener siempre conmigo la prueba deello. Yo no soñé con que usted llegara a verla jamás; pero esta mañana,al coger de prisa el álbum, me olvidé de sacar de él el contrabando,como lo tenía pensado desde anoche; y le juro a usted a fe de hombrehonrado, que no eché de ver el olvido hasta que fui a entregarle a ustedel libro hace un momento. Me dolió un poco la alusión hecha a lainconveniencia mía, y sobre todo el averiguar que usted la había notado;y entre quedar con el sambenito encima, y el riesgo de que volvierausted a reírse de mí declarándole la verdad, opté por esto, que resultamenos desairado que lo otro...

a mi manera de ver.

—Y ¿por qué había de reírme?—observó Nieves apartando con la conterade su sombrilla cerrada algunas pedrezuelas del suelo que no estorbabana nadie.

—Por lo que pudiera hallar usted de... inocentada en el caso, es unsuponer—respondió Leto con entera sinceridad; y enseguida añadió—: detodas maneras, ahí está el clavel. Si a usted le pesa o le parece malque le haya recogido yo, con volver a tirarle en cuanto usted me loordene...

—Y ¿por qué ha de pesarme tal cosa, ni he de darle a usted una ordensemejante?—exclamó la sevillanita abriendo otra vez el álbum por dondeestaba el clavel—. ¡Pobrecillo!—añadió contemplándole—. ¡Volver aarrojarle al suelo después de haber vivido tantos días en este alcázardel Arte!... Además, usted se le ha ganado en buena ley... Conque déjeledonde está, si no le estorba, y vamos a ver los dibujos...

Leto, felicitándose por salir tan fácilmente del atolladero en que sehabía visto, se arrimó más a Nieves; la cual le entregó el clavelaplastado y marchito, para que no se cayera del álbum mientras lehojeaban.

Hojeándole y andando, llegaron al sitio apetecido; y por llegar a él,después de ponderarle mucho Nieves, dijo a Leto:

—Yo no quiero dibujar.

—¡Que no?—exclamó Leto asombrado—. ¿Y por qué?

—Porque después de ver lo que he visto en el álbum de usted, se mecaería el lápiz de la mano. Dibuje usted solo algo nuevo de aquí, peroen mi block... digo, si no abuso...

No hubo modo de reducirla a que dibujara, aunque se unieron a lasexcitaciones de Leto, las de su padre que había llegado ya con su amigo,cansados de husmear tórtolas en balde.

—Y ¿en qué vas a entretenerte?—la preguntó al fin don Alejandro.

—Por de pronto, en coger florecillas y helechos, que abundan entreestas peñas sombrías. ¡Verás qué guirnaldas y qué ramilletes tan lindosvoy a hacer!...

—Vamos, tu manía. A veces vuelves a casa hecha una varita de san José.Corriente. Ya tienes tu ramo de helechos y manzanilla atravesado en elpecho, como la banda de una gran cruz, y tu manojito en el pelo, y turamillete en la mano. ¿Y

después?

—Después, y también antes, de rato en rato, veré lo que va dibujandoLeto, y cómo cazan ustedes... hasta que llegue la comida, que de segurollegará mucho antes de que pueda yo empezar a aburrirme.

Y así sucedió al cabo, para que se cumplieran las profecías de Nieves, yuna más, hecha la víspera por don Claudio Fuertes a propósito de lascomidas en el campo, a usanza pastoril. Estas comidas en el santo suelo,con música de pajarillos y aromas silvestres, eran, en opinión delcomandante, de lo más hermoso...

pintadas en un papel; pero gozadas alnatural, resultaban un suplicio.

Todos convinieron con el preopinante, mientras buscaban posturasinsufribles para llevarse a la boca las viandas en salsa tibia, o el pancon tábanos, o el fiambre con correderas. Pero había que hacerse a todopara saber de todo. Por último, o se estaba en el campo o no se estaba.

Ello fue que antes de las dos de la tarde, los de Peleches saboreabancon delicia la frescura de la sombra de los hidalgos paredones; y elcomandante Fuertes y el hijo del boticario bajaban por la Costanilla enbusca de las respectivas madrigueras.

Media hora después hallábase Nieves en el saloncillo del nordeste,contemplando y admirando los dibujos hechos por Leto en el pinar, yconfundiendo en sus mientes con esta admiración al talento de su amigo,el análisis minucioso del otro caso, del extraño caso del clavel, queella había descubierto por una casualidad. Estando a vueltas con estospensamientos, entró su padre muy diligente, con una carta en la mano ydiciendo:

—Oye, oye, Nieves: una buena noticia.

Dejó Nieves lo que hacía y lo que pensaba, y se volvió hacia su padrepreguntándole qué noticia era ella.

—Acabo de recibir con el correo de hoy esta carta que es de tu tíaLucrecia. Según me dice la pobre mujer, que continúa engordando sinconsuelo, Nachito había salido la antevíspera.

Deja para la vuelta lavisita a los Estados Unidos, y viene por Inglaterra desde Veracruz.Contando con lo que piensa detenerse en Londres y en París, calcula quepodrá estar en Villavieja, digo en Peleches, a últimos del mes queviene, de agosto... Nada, canástoles: mañana, como quien dice... Toma lacarta: puedes enterarte de ella si quieres...

—¿Para qué?—dijo Nieves inalterable y serena.

—«¡Para qué!...» ¡Otra te pego!... ¿Para qué se entera uno de lascartas que lee?

—Pues si ya estoy enterada, papá.

—Ya, ya; pero me parecía a mí que, en tales casos, debiera picarnos lacuriosidad un poquito más de lo que nos pica... Eso es... Yo no sé quécanástoles me sucede contigo siempre que sale a danzar este punto... Noacabo, vamos, de... En fin, que no veo a mi gusto las...

Nieves, que le miraba de hito en hito, viéndole tan apurado se echó areír y le puso las manos sobre los hombros.

—¿Quieres que me ponga a bailar por la noticia?—le preguntó—. Dimeque sí, y ya estoy bailando.

—¡Pataratas!—respondió

Bermúdez

fingiéndose

más

contrariado de lo queestaba—. Yo no quiero extremos, Nieves: no quiero otra cosa que loregular. A mí se me figuró que la noticia había de alegrarte, y vinecorriendo a dártela.

—Y me alegra, papá, y te la agradezco mucho; sólo que yo soy así,vamos, poco aparatosa para expresar lo que siento. No es culpa mía, quéquieres.

—¡Si lo sé, hija, si lo sé!... Pero se me figuraba a mí que, en vistade esta noticia, cuando menos confesarías la razón que tengo paraapurarme muchas veces por un asunto que a ti te hace reír: el asunto de su gabinete, que continúa a estas fechas a medio arreglar.

—Abajo tiene el que le destina Rufita, bien emperifollado.

—¡Otra vez la broma! Pues mira, Nieves: me carga por ser broma, y porlo de Rufita; ya sabes que tengo atravesada aquí, detrás de la mismanuez, a esa tarasca de los demonios, grosera y sin pizca de educación.

—¡Es posible que lo tomes en serio? ¡Bah! A mí me incomoda un pococuando la oigo disparatar... y eso por lo que va conmigo; pero en cuantola pierdo de vista, te juro que me hace reír... Ríete tú también... Pero¡ay, Dios mío!... Si Nacho ha salido de Méjico, ya no puede recibir allála carta que yo pensaba escribirle.

—Naturalmente.

—Yo le debía esa carta desde Sevilla; pero como en Peleches se va eltiempo por la posta... ¡Qué cabeza la mía!... En fin, ya no tieneremedio: le contestaré aquí de palabra; y... ¡quién sabe si asísaldremos ganando los dos? ¿No es verdad, papá?

—¡Ah, picaruela, picaruela!—dijo Bermúdez dándole unos golpecitos enla cara con la carta de doña Lucrecia—. ¡Si tienes tú más trastiendacuando te conviene!...

Y se fue tan satisfecho. Nieves, con ojos cariñosos, pero que parecíanalgo compasivos, le vio salir; y enseguida se sentó al piano y comenzó apreludiar una melodía de Schubert, que ella sabía de memoria... y Letotambién.

En la tertulia de aquel mismo día, el hijo del boticario no estuvo tanen lo suyo como de costumbre: se distraía con frecuencia y parecía quele hormigueaba algo sobre el cuerpo y sobre el espíritu. Cuando entrócon su padre, don Alejandro y su amigo el comandante discutían sobreunas noticias políticas que el primero acababa de leer en losperiódicos, y Nieves, sentada en el balcón, se adormecía al arrullo delas lejanas rompientes de la mar... Leto, que cabalmente flaqueaba porel lado de la travesura para entretener a las mujeres, y aquella nochemucho más, iba y venía de la sala al balcón y del balcón a la sala,pescando aquí dos palabras y dirigiendo allá otras dos a Nieves queestaba muy poco habladora. En una de sus idas al balcón,

después

dehaber

contemplado

en

la

salita

maquinalmente el retrato de Nachito, dijoa Nieves, por decirla algo:

—Y es guapo de verdad el primito ese.

Se lo tenía dicho a Nieves en más de diez ocasiones, y en otras tantasle había contestado ella lo mismo que le contestó entonces:

—No está mal así.

—Ya luego vendrá—añadió Leto por primera vez.

—Pregúnteselo usted a Rufita González—contestó Nieves muy seria—, quelo sabrá con exactitud...

¡Carape si la picaba Rufita González en aquel particular! Pero no se diopor tentado de la sospecha, y dijo sencillamente:

—Y ¿por qué lo ha de saber Rufita mejor que usted?

—Porque ya tiene el gabinete preparado... y hasta los dulces para laboda. Aquí sólo sabemos, por carta que se ha recibido hoy, que vendrá afines de agosto.

—¡Qué pronto!—exclamó Leto dejándose llevar, sin duda alguna, de sunatural bondadoso.

Y no se habló más de Nacho. Nuevas idas y venidas de Leto.

En una de ellas, es decir, de las idas al balcón, le preguntó Nieves, encrudo como solía:

—¿Por qué se puso usted colorado en el pinar cuando le pregunté siconocía a las Escribanas?

Leto se alegró en el alma de que la noche fuera tan obscura como era,porque así no se desvirtuaría la sinceridad de la respuesta con lasofoquina que le había causado lo extraño de la pregunta.

—Me puse como usted dice—contestó sencillamente—, porque, de untiempo acá, le ha dado a ese culebrón de fiscal por embromarme con lamayor de las tres, sin maldito el fundamento; y ya sabe usted lo que soyen determinadas apreturas.

—Como coincidió lo de la sofoquina de usted—repuso Nieves abanicándosemucho—, con el hallazgo del clavel en el álbum...

Leto soltó una risotada; y enseguida dijo a Nieves:

—Gracias por el favor que usted me hacía.

—Hombre—replicó la sevillana—, sería un gusto como otro cualquiera:para mí todos son respetables. Pero, en fin, más vale que mintieran lossíntomas; porque verdaderamente... no era de envidiar el gusto ese... Ya otra cosa: mañana no, porque estaré ocupada en casa; pero pasadomañana ¿podríamos dar otro paseíto en el yacht?...

—Ya sabe usted que está enteramente a sus órdenes.

—¡Cómo me gusta eso, Leto!... Cada día más... Pero, hombre,

¿cuándoharemos una escapadita afuera?

—Pues la haremos un día que esté la mar a propósito y no vaya donAlejandro, que tras de marearse, no tiene los ánimos de usted.

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Se quedó en ello y se habló algo de la partida campestre de la mañana yde los dibujos de Leto; hasta que se dio por terminada la tertulia,yéndose a cenar los de casa y a la calle los de fuera.

—XV—

Cartas cantan

UERIDÍSIMA Virtudes: ¡Cómo me habrás puesto, allá a tus solas! ¡Quécosas habrás pensado de mí! Al despedirme de ti en Sevilla, muchaspromesas; y después, si te he visto no me acuerdo. No te lo digo porquesea verdad, sino porque imagino que lo dirás tú cuando me tienes en lamemoria. Ni es verdad eso, ni siquiera de su casta... Es decir, verdades que te prometí escribirte a menudo, y verdad que no lo he hecho hastahoy; pero no es verdad que me haya olvidado de ti, ni podría serloaunque yo hubiera querido y tú te hubieras empeñado en ello también.

Yome acuerdo de ti todos los días y a todas horas: lo que hay es que conlos mejores propósitos de escribirte «mañana» cada vez que apago la luzpara dormirme, viene el diablo con una trampa de las suyas en cuanto medespierto... y hasta la otra. Porque tú pensarás que en una soledad comola de Peleches, hasta por recurso de distracción debiera ser yo muydiligente en escribirte, y que cuando no lo hago ni siquiera paraentretener el fastidio que debe de estar consumiéndome, señal es de queno me acuerdo ni de la Virgen de tu nombre. Pues ahí está, Virtudes demi alma, tu grandísima equivocación: en suponer que yo me aburro en estasoledad ni poco ni mucho, ni siquiera un solo instante. Lejos deaburrirme, son tantas las distracciones que tengo, que me falta tiempopara todo, hasta para escribirte; solamente me sobra para conocer mipecado y sentir sus mordeduras en la conciencia. ¡Esta sí que es la puraverdad!

»Hoy, no porque está el día lluvioso y no se puede salir, sino porque yalo tenía decidido con toda resolución, te voy a consagrar la mañanaentera, y aun la tarde, si fuere menester, para escribirte una carta quevalga por todas las que te debo, y un poquito más a cuenta de lasposibles faltas sucesivas; porque ya sabes que somos pecadoras y quecaemos a cada paso, por mucho cuidado que pongamos al andar.

»Pues verás tú, Virtudes, lo que pasa: yo sabía lo que era Peleches porlo que había oído a papá: un lugar muy alto y despejado, y en lo másllano de él, nuestra casa, la única casa en todo Peleches, con grandesvistas a la mar y hermosos campos por los otros lados: lo que a mí megusta sobre todas las cosas del mundo, como tú sabes muy bien; pero,amiga de mi alma,

¡qué diferencia de lo pintado a lo vivo! Maravilladame quedé al ver con mis propios ojos el incomparable panorama que papáme fue enseñando desde los balcones de esta casa al día siguiente dellegar, de noche y obscura como boca de lobo; de manera que todo cuantoiba viendo aquella madrugada, era nuevo para mí.

¡Qué mar! ¡qué montes!¡qué vega! ¡qué puerto! No me cansaba de contemplarlo, ni me canso hoy,ni me cansaría jamás, aunque me pasara la vida contemplándolo.

»Por aquí, no me había engañado la ilusión: para pintar, para pasearmepor mar y por tierra, para sentir, para soñar... para todo y mucho más,daba lo que tenía delante. Pero, amiga, quién te dice que, a lo mejor demis entusiasmos, ahí viene la etiqueta de las gentes villavejanas... ¿Tehe hablado algo de Villavieja?...

Espérate que repase lo escrito...No... Pues Villavieja es el pueblo, la villa a que corresponde el sitiode Peleches: Peleches en lo más alto, y Villavieja en lo más bajo, perocasi unidos por una calle muy mala y un paseo regular. Villavieja es unpoblachón negro y antiguo, sucio y desmantelado, con mucha gentedesocupada, unos señores muy raros, unas señoritas muy cursis y otrasmuy estrafalarias. También hay personas muy apreciables; pero pocas.Pues a lo que iba: sin darnos tiempo para sacudirnos el polvo delcamino, ¡zas! una nube de visitas; y enseguida otra... ¡Ay, Virtudes demi corazón! ¡qué fatigas aquellas... y qué tipos de señoritas, y deseñoras... y aun de señores! De lo que hicieron y dijeron y las galasque traían, no te quiero hablar aquí, porque no puedo: es materiademasiado larga; y además, para que la pintura resulte fiel, hay queremedar voces y movimientos, gesticulaciones y otras cosas muyimportantes.

Quédese todo ello para pintado al natural cuando nosveamos, y conténtate con saber ahora que cuando me vi enredada entretanta visita y con la obligación de pagarlas una a una, y hasta conciertas amenazas sordas de festivales solemnes y de reunionesparticulares, me espanté como si toda la mar y toda la villa, hechaescombros, se me vinieran encima. Pero me tranquilizaron papá y unosseñores muy buenos que andan aquí con nosotros, asegurándome que aquellopasaría en media semana, y que en otra media quedaría pagado en lo quevalía.

»Y así sucedió afortunadamente. Hecha nuestra última visita, vivimoslibres e independientes como el aire que respiramos en estas alturas; ytan ocupadas tenemos las horas, que, según te dije al principio, hastapara escribirte me ha faltado tiempo; y verás como no hay exageración enlo que te digo. Sabes que tengo la pasión del campo, la pasión de lamar, la manía de andar mucho, y el vicio de embadurnar lienzos ypapeles, por no decirte que tengo el vicio de pintar; pues para saboreary dar fomento a estos vicios y pasiones, hay aquí no solamente losmedios abundantes que ofrece la Naturaleza, sino ciertos recursosaccesorios, pero de grandísima importancia, que me ha proporcionado lacasualidad. Hay, por ejemplo, quien conoce este paisaje senda a senda ypalmo a palmo, y tiene, como yo, el vicio de andar por él; hay quienpinta y dibuja admirablemente; hay un barquito de paseo, un balandro...un yacht primoroso que está a mi disposición, y quien le gobierna conuna destreza y una serenidad, que te pasmarían... hasta hay, por haberde todo, quien oiga con corazón de artista algo de lo que yo toco alpiano, y aun cante, con hermosa voz, parte de ello, acompañado por mí.Con esto no podía contar yo, racionalmente, al venir a Villavieja; ymucho menos con que el incansable guía, el andarín entusiasta de laNaturaleza, y el pintor y el diestro piloto, y el dueño del hermoso yacht, y el aficionado a la buena música, estuvieran reunidos en unasola persona, un mozo que no pasará de veintiocho años. Pásmate ahoramás: este mozo es farmacéutico; y ¡pásmate más todavía! se llama Leto denombre y Pérez de apellido; es decir, Leto Pérez, boticario deVillavieja, como le pondrán en los sobres de las cartas. ¿No parecementira?...

También nos acompaña mucho, casi tanto como él, un señor demuy buena sombra, don Claudio Fuertes y León, comandante retirado yadministrador y apoderado de papá aquí. Pero éste, aunque es muy bueno,y fino y cariñoso, y con caídas deliciosas, es ya un señor mayor, yademás, con un miedo a los paseos marítimos, que nos hace morir de risa.Figúrate que él es de Astorga... A estos dos sujetos y a don Adrián elboticario, padre de Leto (un viejecillo todo negro de arriba abajo,menos la cabeza que es gris, y la carita trigueña, muy bueno,¡buenísimo!), que nos acompaña un rato hasta la hora de cenar, estáreducida nuestra sociedad en Peleches. Pues con ella sola y lo que Diosha esparcido con tanta abundancia y hermosura alrededor de este

«solarde mis mayores», como dice papá, resultan maravillas de placer... Porsupuesto que a ti que te espanta la soledad, y te entristece el ruido delas arboledas, y te hechiza el de la calle, y te embriaga el vaho de lossalones, ha de parecerte inconcebible lo que te afirmo; pero te adviertoque no trato de que me envidies, sino de que sepas lo que me pasa.Recuerda, para que te cueste menos trabajo creerme, en cuántas cosas heandado yo al revés de las demás. Por ejemplo (y te le cito porque me lehas citado tú bien a menudo, como de lo más asombroso de mis rarezas):yo entré en el colegio, por gusto mío tanto o más que de mi padre, a laedad en que algunas colegialas dejan ya de serlo; y todo el afán quetuviste tú, y de ordinario se tiene entre vosotras, por vestirse