Adriana Zumarán by Carlos Alberto Leumann - HTML preview

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"Yo le demuestro ahora una gran indiferencia. Me aterra la idea de queél adivina las preocupaciones mías. Me aterra, también, que yo puedaenamorarme inútilmente. No debo ser el ideal de Julio. No existe suideal.

"Cualquier galantería suya me halaga de un modo indecible.

No puedocreer que mi cariño por él esté condenado a vivir ocultamente, para mísola".

"22 de mayo.

"Esta tarde, con gran espontaneidad, me habló de su vida, de suinfancia, de lo que ha buscado inútilmente cuando cortó sus estudios yviajó por Europa. Para realizar grandes cosas sólo le ha faltado un amorque le diera alas. Es un idealista imposible.

Sus confesiones meimpresionaron, claro está, porque yo también soy una idealistaimposible. Tuve que bajar los ojos y luego fingirme distraída, para queél no pudiese advertir la exaltación que me producían sus palabras. Miactitud le ha sugerido seguramente una idea errónea. Me dio ciertalástima cuando noté que la incomprensión mía le hacía sufrir. Es curiosolo que sucede entre nosotros. Yo lo desconcierto sin querer. Es que yomisma tampoco sé qué pensar con respecto de mí. No responde a coqueteríani menos a cálculo mi modo de ser.

Pero existe en el interior mío unamuy curiosa inconstancia: de pronto me posee un deseo ardiente de quenuestra amistad se convierta en amor, y al rato rechazo como absurdosemejante anhelo

y

prefiero

prolongar

indefinidamente

esta

situaciónambigua, para que él pueda seguir añadiendo a los encantos que tengo loshechizos que me faltan. ¡Cómo debo haber embellecido en su imaginación!Si sobreviniera la intimidad sentimental con él, tendría que despedirme,a la larga, de las mejores prendas con que él me adorna; en cambio, comono sé hablar, las prendas que realmente poseo quedarían invisibles, detodos modos. No podré nunca, por ejemplo, describirle un ángel que seposesiona de mí cuando en él pienso..."

"27 de mayo.

"Ya nada puedo esperar y acepto lo que disponga Dios. Vino Adriana, yCamucha nos hizo bajar a Julio y a mí; se miraron con curiosidad, ella yél; pude notar en los dos, el deseo de hablarse, de tratarseíntimamente".

"4 de junio.

"Hoy he pasado dos horas con Adriana, conversando sin interrupción, demil asuntos y de Julio. ¡Con qué naturalidad hablé de Julio! Ella ninadie hubiera podido sospechar que se trataba de mi pasión. Le dije queera nuestro mejor amigo, nuestro único amigo de verdad, lo puse por lasnubes. No sé por qué lo hice. Mientras hablaba, comprendía muy bien quemis palabras le aumentaban el prestigio. En mí existe una necesidad muyinexplicable de atarme a ella. La acaricio y la beso con una especie desinceridad dolorosa".

"5 de junio.

"El pensamiento de que Adriana y Julio pueden enamorarse, ha hechoavivar mi pasión. Ahora, sí, es una verdadera pasión.

Lo veo de continuoen mi pensamiento, lo siento en mi alma y me cantan en los oídos laspalabras que llegó a decirme. Estoy arrepentida de no haber precipitadolas cosas entonces; para entrar en su alma con más prestigio, hicedemasiado misterio y concluí por sugerirle, acaso, la idea de que seestaba él engañando y de que yo carecía de capacidad para el gran cariñosoñado. Cuando él buscaba la intimidad mía, cuando con tanta reserva ytanta habilidad procuraba vencer mi resistencia tonta, yo, en vez desonreír enigmáticamente debí abrirle mi corazón. ¡Qué júbilo hubiera éltenido, con qué abandono nos hubiéramos puesto a querernos!"

"6 de junio.

"No está todo perdido. ¡Qué mal hice de ponérselo yo misma por los ojos!En adelante ya no le hablaré más de Julio.

Realmente no tengo motivospara pensar que mi felicidad se ha desvanecido. Han vuelto a encontrarsehoy. Ni en él ni en ella he notado nada de particular. Hasta se hanhablado con cierta indiferencia. Seguramente el otro día yo he vistovisiones. Ella hoy se fue temprano. El saludo que se hicieron sólodemostraba afecto amistoso. Claro está que si cometo la torpeza depintárselo como un héroe, ella no podrá menos que enamorarse.

"Decididamente mi opinión es esta: con el recuerdo de la ocasión en quese hablaron con tanta galantería, el año pasado, los dos se habíanllenado la imaginación y deseaban volverse a ver; se vieron y la pasiónno se produjo. Yo deseo infinitamente que así sea. La esperanza de mivida volvería a brillar.

"Sin embargo, si esa indiferencia no fuera sino fingida, en los dos...

"Nada hay peor que esta clase de incertidumbres. Para distraerme, paraarrancarme un poco la preocupación, acompañé a Camucha al taller derepujado que tiene una profesora francesa.

Son muchas las señoras y lasniñas que aprenden ese trabajo.

Camucha está en la tarea muy seria de unbargueño. Quién sabe cuándo lo terminará, porque no permite que nadie laayude. Ella se lo piensa regalar a abuelita, y la verdad que el bargueñoharía juego con el armario y con la cómoda. Yo desde el lunes tambiéncomenzaré a ir".

"11 de junio.

"Hoy Adriana trajo violetas, que Zoraida puso encima del piano. Nosquedamos conversando, todos. En cierto momento Julio se levantó, ypasando junto al piano, se detuvo a mirar las flores. Fingiendo queaspiraba el perfume, las tocó con los labios. Lo hizo tal vezdistraído".

"12 de junio.

"Tengo un gran desgano para todo; no he querido ir al taller derepujado. Me sorprenderían a cada rato dejando el punzón para ponerme apensar. Cuando tomo un libro, obligándome a mí misma a leer, ocurre queal poco rato ni sé lo que estoy leyendo.

Comencé una novela que, segúndice Zoraida, es interesantísima.

No he podido pasar del segundocapítulo. Han dejado de interesarme, ahora, los dramas puramenteimaginados y la hermosura del estilo me entristece, no sé porqué.

"No puedo quitarme la visión de Julio cuando tocó con los labios, comodistraído, las violetas de Adriana.

"Hasta los dramas reales han dejado de interesarme. Hoy Camucha entrócorriendo para contarnos cómo acaba de romperse el compromiso de unaprima nuestra que iba a casarse el mes que viene. Una cuestión deintrigas, complicadísima, y ella que amenaza con envenenarse. Una horaestuvo Camucha contando los detalles. Yo la oía sin escucharla. Entoncessucedió algo cómico. A propósito de lo que contaba reclamó miopinión.—¿A ti te parece, dime?—Sí, Camucha, le contesté al azar.Todos pusieron una cara de sorpresa.—¿Entonces tú lo defiendes, a esepillo? Yo había aprobado, sin vacilación, inconscientemente, la actituddel novio indigno".

"13 de junio.

"Anoche casi me desmayé. Se trata de algo tan penoso y desagradable queno puedo arrancarme a la impresión. He dado al hecho mayor trascendenciade la que tiene, porque en realidad

¿puede importarme algo, ahora, queJulio sepa o no sepa mi asunto con José Luis? ¿Acaso abrigo todavíaesperanzas?

Estábamos en el comedor conversando, cuando a Camucha se leocurrió hablar de mi antigua pasión por José Luis. Yo sentí como si medieran un golpe en el pecho y no pude dejar de mirar a Julio. Noté muybien en su cara una pequeña sorpresa y también se me ocurrió que lanoticia le producía algo así como un desencanto. ¿Me habrá puestodemasiado alto, me habrá figurado inasequible cuando parecía festejarme?Todo esto se junta en mi alma con reflexiones oscuras y me sería difícilescribirlo. Pero no me cabe duda de que él, al notar cómo yo meconturbaba, fingió no oír la frase de Camucha. ¿Para qué fingió? ¿Sabeque yo lo quiero? ¿Lo adivinó en ese momento al pensar, lógicamente, queyo le había ocultado esa pasión? No puedo salir de las conjeturas".

"14 de junio.

"¿Por qué se habrán conocido? Tal vez ella hubiera sido feliz con otro.Yo, en cambio, sin él estoy perdida. Lo que me mata es una duda egoísta.Tengo el deseo, la esperanza última, de que no lleguen a un amorduradero. Me pongo a pensar, a meditar horas y horas sobre qué clase desentimiento puede haber entre ellos.

Dicen que una pasión violenta pasapronto; en tal caso, ojalá se quieran con la pasión más ardiente, hastala locura, ojalá lleguen a los minutos de la dicha más grande, a laembriaguez de la dicha, ojalá sean felices como jamás podría serlonadie. Mi alma, mi corazón, los bendecirá. Y después, después... que eluno al otro se dejen para siempre. ¡Yo entonces lo llamaré, yo misma lollamaré; y si ha quedado triste, mi consuelo será como una dulzuratibia, tomaré para él una delicadeza de lirio, y seré tan íntegramentesuya que nada podrá nunca más separarnos!"

"30 de junio.

"¿Por qué vienen ahora con tan poca frecuencia? Estoy segura de que seven en otra parte. Se me ocurre que ella ha sospechado.

"Y yo conservo por Adriana, cosa curiosa, una simpatía íntima, mientrascomprendo que toda la desdicha me viene de ella. Ya ni yo misma meentiendo. Hubiera preferido mil otras rivales. Es muy extraño que no lapueda odiar ni tampoco dejar de quererla mucho. Si ella supiera el amormío por Julio, estoy segura que tampoco me perdería el cariño. Alcontrario ¡y yo le daría una lástima!

"Es una verdadera pena que se hayan conocido".

"18 de julio.

"¡Si mis hermanas comprendieran lo que me hacen sufrir con sus alusionesa José Luis! Parece que llegará pronto. Yo lo espero con indiferencia.Estoy segura que no sentiré ninguna emoción al volverlo a ver. Memostraré con él tan amable como ellas; si es posible, más. Sesorprenderá mucho de no ver en mí sino la sonrisa amistosa. Pensará quefinjo, que me han hecho coqueta. Le pareceré así más interesante.

"He tenido un susto, nunca en mi vida he tenido un susto igual.

Estatarde, en vez de guardar mi diario en el cajoncito del escritorio comohago siempre, lo dejé bajo el almohadón para seguir después escribiendo.Pero vino Adriana, y más tarde Julio.

Camucha, no sé para qué, los trajoa mi cuarto. Después se sentó en la cama y empezó a jugar con elalmohadón. De repente me acordé que allí estaba mi diario. Camucha esirreflexiva, no tiene conciencia de la gravedad de ciertas cosas. Corríen seguida, saqué a Camucha de mi cama y me senté apoyando la mano en elalmohadón. Todos me miraron sin saber lo que me estaba pasando. Para noparecerle a Julio una "tocada", saqué el diario y fui a guardarlo en elcajoncito.

"Pero Carmen se viene detrás mío a las calladas, me lo arrebata, salecorriendo y desde el vestíbulo se pone a llamar a gritos: "¡Julio!¡Julio! ¡El diario de Laura! ¡Venga!" Yo me precipito, pero todos salentambién detrás mío, y Julio, Zoraida y yo la acorralamos a Camuchacontra la baranda de la escalera para quitárselo. Ella se defiende yquiere entregárselo a Julio. Yo la abrazo a Carmen para hacérselosoltar, pero con la agitación y con el miedo, me faltan las fuerzas.Llamo a Juana, la sirvienta, en mi auxilio. Todos gritamos. Por encimade mi cabeza Carmen levanta el brazo, tira el diario y Julio lo caza enel aire.

"Sucedió todo en un abrir y cerrar de ojos. Yo me quedé fría, mirando enlas manos de Julio estas páginas que contienen, desnudas, tantas cosasíntimas y ardientes que a él se refieren.

"No sé si tuvo Julio la intención de abrirlo. No sé si lo hubiera hecho.Pero yo debí poner tal cara, con el susto, que dejó de reír y me loentregó. ¿Me habré traicionado? ¿Habrá él adivinado?

"Tampoco Adriana se reía".

"3 de julio.

"Hace ya quince días que no viene. ¡Qué tristeza! Estoy adelgazandomucho. Dicen que es anemia.

"Esta mañana me quedé un buen rato delante del espejo, mirándome en losojos, fijamente. No podría escribir lo que sentí. Me pareció leer, en elfondo de mis ojos, mi destino. Les pedí una expresión de esperanza, ysólo vi negrura. Ahora he perdido hasta la dulzura de la resignación".

"19 de julio.

"Me ha visto otro médico. Estuvo examinándome durante una hora. Creo quese sorprendió, como el doctor Castro Fernández, de no encontrarvestigios de tuberculosis. Dice que tengo pulmones de roble. ¡Quéexageración! Pero también recomendó que me llevaran a la estancia osino a Mendoza, por el clima.

"Yo creo que me agravo tanto porque no me desahogo, porque no digo anadie la pena que me mata. Claro que si los médicos supieran esto noandarían tan despistados. Castro Fernández preguntó, es cierto, si nohabía pasado disgustos, pero yo lo miré riendo, a todos los miré riendo.Y al médico se le fue en seguida la sospecha".

"22 de julio.

"Camucha me señaló en el diario la noticia de que José Luis ha llegadode Europa hoy. Gran indiferencia mía que a Camucha sorprendió muchísimo.Dice que hago "pose".

"Seguramente José Luis nos visitará".

"24 de julio.

"Adiviné: hoy nos visitó José Luis y anuncia para pasado mañana otravisita.

"Lo recibieron Camucha y Zoraida. Yo demoré bastante para salir. Habrácreído que era por arreglarme. Según dice Camucha, él no podía disimularsu impaciencia. Después, como estaba invitado a una comida en laLegación de España, no hemos tenido tiempo de conversar mucho. Se mostróinquieto por mi palidez, nos aconsejó un viaje a Europa.

"Me ha sucedido con José Luis lo que yo preví, lo que yo sabía. Un pocode curiosidad por ver cómo había cambiado su cara y para explicarme elmotivo de haberme enamorado tanto, en aquel tiempo. Ahora tengo casi laimpresión de que no fue pasión mía".

"Agosto 5 (11 p. m.).

"Como el médico ha ordenado que me acueste temprano, ellas ahora todaslas noches, para obligarme a obedecer, se privan de hacer sobremesa y dequedarse, como antes, levantadas hasta tarde. Se han puesto en cama ytoda la casa está a oscuras, menos aquí, en mi cuarto. Con tal que no sedespierten. ¡Qué raro me parece estar así, sola completamente, a estahora, mientras todo el mundo duerme! Es como si esto fuera la soledad demi vida misma. Pero en medio de este silencio, tengo en mí como una grandulzura. Estoy libre de las angustias que me dominaban. Es como si nosintiera mi desdicha. Todo me parece más ligero y más claro.

"Adriana, hace ya dos semanas que no te vemos. Julio, algo más constanteque tú, no mucho más, vino ayer. Es cierto que apenas estuvo durantemedia hora. Parecía triste, pero bajo esa capa de tristeza creí adivinarla plenitud de la dicha. No te guardo rencor ninguno, Adriana. Alcontrario. Nadie sospecha la pasión que con tanto cuidado procuroocultar, esta pasión que no me conocen Camucha ni Zoraida; y si, pordesgracia, la sospecha influye para que dejes pasar tantos días sinvenir, quiero hacer a toda costa que ella desaparezca de tu espíritu.Diré a Camucha que te escriba y cuando estés aquí hallaré la manera depersuadirte. Te daré bromas con él y reiré mucho, mucho; así me saldráun poco de color en la cara. No quiero que mi desdicha sea una sombra enla felicidad tuya. Oigo ruido. Zoraida que se ha levantado."

"1 a. m.

"Me acosté delante de Zoraida, luego me finjí dormida. Ella misma apagóla luz, después de besarme en la frente. Me besó y se fue suspirando.¡Qué buena es, qué íntima lástima me tiene!

"Adriana, mi único desahogo es escribirte aquí, en estas páginas quenadie ha de leer nunca. Pero se me ocurre que te escribo a otro mundo,donde un día, dentro de mucho tiempo, podrás leerlas sin que puedahacerte daño su amargura. ¡Si supieras lo que a pesar de todo hay parati en mi corazón! ¡Y si supieras la extraña alegría con que pienso aveces que voy a morir, idealizada por el sacrificio, perdonando a todosy bendiciendo tu gran amor a Julio! Pasé varios días mortales, escierto, en que no hubo delante de mis ojos ni la sombra de la esperanza.Pero ahora ya no la tengo en Julio, ahora es otra clase de esperanza,muy distinta, aunque muy inexplicable. Inquietud ya no siento. Es algoasí como si tuviera júbilo de morirme y dejarlos a ustedes felices. Yoquiero que se acuerden de la pobre Laura, pero sin sospechar nunca porqué se puso anémica y por qué murió..."

Adriana y Carmen no pudieron seguir. Las lágrimas les anegaban los ojosy caían sobre las páginas del manuscrito. Las dos se pusieron asollozar. Oyeron un ruido de pasos ligeros que se acercaban. AparecióLaura. Hizo un ligero gesto de susto, al ver el cuaderno en las manos deCarmen; luego se llevó las manos a la cabeza como atontada por un golpe.

Adriana levantándose, caminó hacia ella, acercó su cara dolorida a lacara pálida de Laura y la abrazó con desatinada vehemencia, sacudida porlos sollozos.

Parecían querer fundirse la una en la otra, para formar o un mismo amoro una misma desolación.

En tanto Zoraida y Julio, dejando a la abuelita, habían bajado también yconversaban con tranquilidad en el vestíbulo. De pronto oyeron lossollozos de Adriana; iban a levantarse, sorprendidos, cuando ella cruzócorriendo, con el pañuelo en los ojos y desapareció como una sombra porla escalera, sin oír a Zoraida que asomándose por encima de labarandilla la llamaba desesperada, a gritos.

XXII

Precisamente a esa hora del anochecer salía Muñoz de la casa de Julio.Le había esperado durante dos horas, a pesar de afirmarle el sirvienteque no volvería antes de la una. Le hubiera esperado dos horas más, porla sensación de oscuro alivio que le produjo estarse allí, solo, ysentado al escritorio y entre las cosas de un hombre a quien odiabaahora con toda su alma. Pero no se quedó más tiempo por cierto temor:había sacado de su marquito de plata un retrato de Adriana y después deromperlo se había metido los fragmentos en el bolsillo. Era indudableque el sirviente, al entrar, podría advertir la desaparición; le hubierapreocupado mucho menos la idea de que pudiese advertirlo Julio.

Nada le hacía más daño, en aquellos momentos, que el recuerdo cercano dela Adriana transfigurada por misteriosa luz de bondad, y no podíasoportar la suposición de que la bondad le hubiese nacido con el amor aJulio. A éste le exigiría, y tal era el propósito de su fracasadavisita, un esclarecimiento definitivo para sus tristes dudas. Lo maloestaba en que había escrito a ella suplicándole, para esa misma noche,la última entrevista en casa de Charito, contando con ir en seguida queJulio le pusiera al corriente de toda la verdad. Pero le tranquilizó laamarga evidencia de que Adriana no iría a casa de Charito. "¿Cómo pudoocurrírseme, pensó, que ella me tendrá en cuenta ahora, justamente ahoraque todas sus preocupaciones van hacia Lagos?

Se habrán citado, conseguridad, en alguna parte, en casa de las muchachas fantásticas, porejemplo. Tal vez han pasado toda la tarde allí. Y he sido tan torpe parano adivinarlo. Y habrán quedado a comer, los dos, para luego seguirconversando; por eso me ha dicho el sirviente que no volvería antes dela una".

Y Muñoz experimentaba una nueva y muy extraña sensación de desahogorevolviéndose en el corazón, mediante tales conjeturas, el puñalatravesado de los celos.

Pero no había andado veinte pasos por la acera, cuando vio llegar aJulio en un carruaje. Chistó al cochero, subió y se sentó al lado de surival. Por la emoción misma no advirtió la falta de respuesta que habíaseguido a su breve saludo. Ambos bajaron del carruaje sin haberconversado una palabra.

—Debías echar a tu sirviente—dijo Muñoz al fin;—me aseguró que novolverías hasta la madrugada.

Luego le detuvo en el vestíbulo, por la idea del retrato desaparecido,cuyos fragmentos apretaba nerviosamente en el bolsillo. Entonces, comoJulio, sin atenderle, se dejara caer en un sillón, le miró: habíacerrado los ojos, palidísimo, y apoyaba la cara de perfil en elrespaldo; una de sus manos colgaba inerte.

Se sorprendió Muñoz extraordinariamente. En seguida una alegríafrenética le agitó. Adriana, sin duda, había hecho una de las suyas, sehabía burlado de Julio. La sospecha se le hizo certidumbre; recordó quetambién él había regresado una vez a su casa así, abrumado, aplastadopor uno de aquellos fríos desaires con que ella acostumbraba acontradecir la hechicería de su dulzura. No era, pues, la única víctima.

Experimentaba, pensando esto, un alivio para todos sus celos.

Adriana,como una divinidad, prodigaba a capricho su favor y su desdén sobre losinfortunados que alzaban hacia ella los ojos. Y

Julio también sehumillaría, Julio también buscaría avergonzado la mediación de Charito,y acaso en la mañana de los domingos, para la misa de las once, sedeslizaría como él, furtivamente, en la iglesia del Socorro, por elmiserable consuelo de contemplarla arrodillada en la penumbra.

Y como si Julio le hubiese efectivamente confesado la innegable causa desu abatimiento:

—Yo te lo advertí muy sinceramente aquella vez, en casa de Charito.Adriana es una muchacha perversa, diabólica. Lo declaran sus amigasmismas: Charito, por ejemplo. Ella goza en hacer sufrir, suvoluptuosidad es esa. Pero tú, en vez de hacerme caso, tomaste sudefensa, ¡te pusiste a idealizarla!... Se detuvo, sintiendo que lainflexión floja de su voz traslucía la satisfacción vengativa que lesubía de las entrañas.

Luego le entró cierta lástima y sentándose en un brazo del sillón,sacudió a Julio. Le vio abrir los ojos y fijarlos en él cansadamente.

—¿Pero qué ha pasado, al fin?—le preguntó.

—Nada. Estoy muy bien.

Y los párpados volvieron a recaerle sobre los ojos. La alegría de Muñozdesapareció, sustituida por una idea espantosa.

—¡Adriana ha muerto!

Julio movió negativamente la cabeza, y su mano, alzándose como la de unenfermo, tomó la de Muñoz.

—No puedo explicarte nada. No hay nada que explicar. Vengo de allá. Siquieres hacerme un gran bien, ahora, déjame solo. La parte de la tierra,tal vez, te corresponda a ti.

Muñoz no pudo sacarle más una palabra. Y se retiró intrigado por aquellaúltima frase. En la calle tiró los fragmentos del retrato de Adriana.Pero al punto, desandando el trecho andado, volvió a recogerlos.

Durante largo rato todavía quedó Julio abatido por la gravedad de laimprevista catástrofe. Francisco, su sirviente, se había acercado variasveces, de puntillas, sin valor para llamarle.

Julio al fin se levantó, echó sobre Francisco una mirada vaga y entrandoal escritorio lo alumbró. Vio el marco vacío y comprendió que Muñozhabía robado el retrato. No atribuyó a esto mayor importancia. Apenas sipodía comenzar a recoger sus energías para considerar el doloroso sucesoque había caído como un rayo sobre la plenitud de su dicha. Todo auneran imágenes que rápidamente pasaban y volvían a pasar en sucavilación: así la silueta de Adriana huyendo con el pañuelo sobre losojos, inútilmente llamada por los alarmados gritos de Zoraida, o la caraconsternada de Carmen cuando les refirió lo sucedido con la lectura deldiario.

Arrancándose a la impresión que pesaba sobre él como un manto de plomo,pudo ponerse, poco a poco, al análisis de la situación, a ese extrañoanálisis que suele desprenderse del espíritu formando como un espíritunuevo, fríamente lúcido y despojado de todo lo que al otro apasiona yconturba. Asoció las circunstancias del caso, y meditando sobre cada unode sus aspectos, contempló las cosas como si se tratara de un dramaajeno. ¿Qué sucedería ahora? ¿Qué actitud tomaría Adriana ante él y conrelación a la pobre Laura? ¿Y cuál sería su propia actitud?

Se formuló por orden estas preguntas, para derivar consecuenciaslógicas. Pronto empezaron a brillar las terribles respuestas. Eraevidente, desde luego, que su amor por Adriana había cambiado de sentidoy de realidad. El viento de la triste tragedia se llevaba consigo laatmósfera de ensueño que les envolviera durante aquellos últimos meses.Desvanecido el encanto, tanto Adriana como él rehuirían seguramente laocasión de

encontrarse

y

la

posibilidad

de

cualquier

mezquinatransigencia, y esto a causa de la tendencia angélica que habían tomadosus sentimientos en las alturas ideales. Más valdría, sin duda, queningún azar volviese a juntarlos nunca: a la desesperación de no podermirarse ya con los mismos ojos ni sentirse con la misma alma, erapreferible la larga pesadumbre de una separación definitiva. Elidealismo ardiente que los había unido, alzaba ahora entre ellos unamuralla de desolación.

A ratos, como vencido por esta hostil certidumbre, el espíritu deanálisis flaqueaba, y Julio recaía en la contemplación interior de sutristeza, ¡Cómo había cambiado todo, repentinamente! Su vida la hubiesedado sin vacilar a cambio de que retrocedieran los acontecimientos y aocultas del sombrío presente le fuera concedida una hora del hechizomuerto: ¡una hora revivir con Adriana la tranquilidad de lasconversaciones que traían, a lo íntimo de sus almas, los júbilos alados!

Tuvo la sensación indecible de que en aquella tarde habían pasado años yaños. Y ni siquiera podía reconstruir el cercano recuerdo. La cara deAdriana se le representaba cubierta por el dolor. Julio cansaba suimaginación sin lograr que aquellos ojos tomaran para él la dulzuraconocida.

Hasta la voz de Adriana se modulaba en su memoria con una inflexióndistinta: aquella voz que más de una vez escuchara desatendiendo adredeel sentido de lo que ella hablaba, para sólo percibir el secreto de laidea en el rumor musical de las palabras.

¿Y Laura? Era fácil imaginar la consternación de su alma exquisitamentesusceptible.

En

otro

tiempo

y

otras

circunstancias,

el

conocimiento

deaquella

pasión

tan

celosamente oculta, hubiera sido para él motivo deinsensata delicia. Ahora era causa de aflicción, con un algo dereminiscente melancolía. Se le representaron los días en que ella leintimidaba con sus desvíos vagos, cuando en las frases de Julio moría laindecisa ternura como flor que al punto de brotar se hiela. Habíaconcluido por ver, en el excesivo afecto amistoso que le demostraraella, la manera de un fino agradecimiento, para compensarle de no podercorresponder al adivinado deseo de adoración. Después, ya en plenoidilio con Adriana, solía preguntarse, intrigado aún, si alguna llama deamor no habría flotado invisible para él, entre aquellos desvíos, quetan mansamente contradecían la atención demasiado seria y dulce con queotras veces le escuchaba.

Meditando de esta suerte, le entraba gran lástima y piedad para Laura,para Adriana y para sí mismo.

Procuró adivinar el probable porvenir de Adriana. Sin duda ningún otroamor nacería nunca en su corazón. Pero la vida y el ambiente recobraríansobre ella sus derechos. Revestida entonces de una engañosasuperficialidad, se recogería en esa penumbra íntima que suele ser, paralas mujeres semejantes a ella y a las Aliaga, el ignorado refugio de losensueños, el mundo interior que nadie sospecha.

Mucho antes de conocerla, ya su anhelo de ideal, apartándole de losafectos comunes, había tomado un camino casi místico hacia la adoraciónde aquel cierto tipo porteño cuya originalidad le asombrara y sedujeracomo una fina revelación. Y había amado un poco a todas las mujeres quede él traían algún inconfundible signo, en el óvalo suave, en la sombrade una mirada serena, en la gracia de una actitud o en la ligera armoníadel andar.

Recordó la noche en que se explayara acerca de este tema, en una salitadel Jockey Club, con Ricardo Muñoz.

Sí, era indudable que Adriana aceptaría a la