Viajes por Filipinas: De Manila á Tayabas by Juan Álvarez Guerra - HTML preview

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CHAPTER V

CAPÍTULO V.

Despedida de Lucban.—Arroyos que se convierten en torrentes.—Huellasde un baguio.—Puentes derruídos.—Troncos de cocos.—La sampaca y eljazmín silvestre.—Pedregales, hondonadas y pendientes.—Relente dela tarde.—Aguas sulfurosas.—El puente de la Princesa.—Belleza delpaisaje.—

Bravía y salvaje naturaleza tropical.—Melancolía.—Unacaña acueducto.—El camarín de Alaminos.—

Cuatrocientas dalagasá caballo.—Tubiganes.—Garzas blancas.—Cuesta y puente de lasDespedidas.—

Bulliciosa cabalgata.—Cocales.—El puente de laEse.—Vista de Tayabas.—El kilómetro 146.

La buena y franca amistad que encontré en Lucban, detuvo mi viajemás tiempo del que me había propuesto, decidiéndome por último,aunque no sin trabajo, á señalar día para seguir á Tayabas; aquelllegó como todo en la vida, y en una entoldada tarde, me puse enmarcha acompañado de mi inolvidable amigo Pardo.

A los pocos pasos que dieron los caballos, encontramos las huellas delterrible baguio del año 1873. Dos riachuelos que en tiempo de secasson completamente inofensivos, pero que en las grandes avenidas hacenimposible su vadeo, y que corre el primero á la salida del pueblo,y el segundo á un tiro de fusil de aquel, mostraban al viajero lasruinas de sus dos puentes, habiéndose establecido sobre las delúltimo un arriesgado paso, formado de troncos de coco. El día en quehacíamos este viaje, ambos ríos traían poquísima agua, así que nospusieron los caballos al otro lado sin salpicarnos las botas. Pasadoel último, dejamos á la espalda una pequeña eminencia que da entradaá una bellísima cañada sombreada por miles de cocos, entremezcladosde cañas, baletes y madre-cacao, cuyas verdes cimeras entrelazabanaquella vegetación virgen con las flexibles lianas, salpicadas depálidas campanillas de la sampaca y del jazmín silvestre. En la cañadaretozaban hermosos toretes, cuya lustrosa piel y buen estado de carnes,bien claramente demostraban la abundancia de agua y de pasto. Unsostenido galope nos alejó de aquel espacioso trozo de camino,haciéndose la marcha embarazosa por los pedregales y resbaladizaspendientes que íbamos encontrando.

El cielo estaba surcado de nubes, cosa muy frecuente en aquellasalturas; los picachos del Banajao los envolvía la bruma, y la humedadde que estaba impregnada la atmósfera nos obligó á ponernos loscapotes á fin de preservarnos del desapacible relente de la tarde.

De hondonada en hondonada, y caminando siempre entre una salvaje yexuberante vegetación, entre la que de trecho en trecho se elevabaalguna que otra casita, morada de sementereros ó abrigo de viajeros,llegamos á la altura del puente de la Princesa, en la que un fuerteolor á huevos podridos nos indicó la presencia en aquellas cercaníasde algún manantial sulfuroso. El olor á medida que avanzábamos era másacentuado, notando por último en la misma meseta de la prominencia,ligeros surcos impregnados de los residuos mineralógicos que arrastranlas aguas. En el puente de la Princesa dimos un pequeño descanso á loscaballos, y tuvimos ocasión de examinar la solidez de su fábrica. Unaescalinata hecha en uno de los estribos, nos condujo guardando ciertasprecauciones al lecho del río. El puente lo constituye un solo ojode una gran altura fabricado con suma valentía, y cuya consistenciala probó en el último baguio, el cual arrastró por completo uno delos estribos, quedando el arco totalmente descarnado por uno de loslados, sin resentirse gran cosa su bóveda en el año y medio que durósu reconstrucción. Dicho puente, según las inscripciones que muestransus pretiles, fué dedicado á la Princesa de Asturias, y concurrieronpor igual, tanto para los gastos como para los trabajos, los pueblosde Tayabas y Lucban, constituyendo en la actualidad el comedio dedicho puente, la línea jurisdiccional entre aquellos.

El paisaje que se admira desde el puente de la Princesa es de lomás bello que puede crear la naturaleza.

El río corre entre doseminencias, en las que el Sumo Hacedor ha derramado uno de los máshermosos destellos de su poder. Todos los matices de la flor, todoslos misterios de la selva y toda la grandiosidad de la vegetaciónintertropical, se muestran escalonados en aquellas alturas, en las querepercutido se deja oir el estridente chillido del mono, el agorerocanto del

calao,

el triste gemir del

bató-bató

, el monótono piardel

solitario

y los alegres gorjeos del

pájaro del sol

. Todo esteconjunto, cerrado casi de continuo por compactas nieblas, predisponefuertemente á la melancolía. No concibo pueda reírse al pasar elpuente de la Princesa.

Aquel panorama oprime el alma, aquellas alturas concentran en uncírculo de tristeza el espíritu, y las brumas que se corren desdelas quebradas del Banajao, las da vida la fantasía, convirtiéndolasen sombríos sudarios.

¡Qué triste, qué salvaje, y á la par qué hermoso es todo esto!—dijeá mi buen amigo, al par que ligeramente rozaba con la espuela loshijares del caballo.

Pasamos un sencillísimo

acueducto

á los pocos pasos, tansencillísimo, que solo lo componía una gruesa caña que comunicaba elagua de un borde á otro del desmonte que cruzábamos, y que da paso áuna limpia planicie sembrada de caña dulce. Señalándome aquel lugar,me dijo Pardo se le conocía con el nombre del camarín

de Alaminos. Leinterrogué sobre este particular y me contó que allí se había elevadoun precioso kiosco

de caña y flores en la visita de aquel general,al cual, según el testimonio de mi amigo, esperaban en aquel sitio másde 400 dalagas á caballo adornadas con sus mejores galas y escoltadaspor unos 4.000

jinetes. Me sonreí con cierto aire de incredulidad,pareciéndome muchos caballos, pero más adelante quedó fijada laveracidad de la cifra por las notas conservadas por el Alcalde. [10]

Pasado el cañadulzal, empiezan á verse

tubiganes

ó sean terrenosregadíos, labrados y escalonados, en los que se siembra el arroz yen los que vimos grandes bandadas de garzas blancas.

Puestos los caballos al paso y afianzándonos en el borrel de la silla,bajamos la escabrosa cuesta de las Despedidas

, á cuya falda seasienta sobre un riachuelo el puente de aquel nombre, el cual lefué dado, según he podido averiguar, por ser el lugar señalado porla costumbre para despedir los de Tayabas á los que se van. ¡Quétiernas escenas habrá presenciado! ¡Cuántas lágrimas habrá absorbidosu candente arena! ¡De cuántos juramentos y de cuántas fugaces promesashabrá sido mudo testigo!….

El camino mejora notablemente desde aquel puente, pudiéndose haceruso del carruaje. El bosque y el matorral cesan y solo se extiendená uno y otro lado, tierras cultivadas, sembradas de palay ó plantadasde coco. El agua es abundantísima, manteniendo los cuadros del arrozconstantemente anegados.

Al otro lado del puente nos encontramos una alegre caravana, en laque nos llamó la atención varias dalagas á caballo perfectamenteataviadas, luciendo caprichosos sombreros con gran profusión de gasasy flores. Los colores de las faldas y los pañuelos que resguardabansus hombros, eran de colores muy fuertes que destacaban el negro del

tápiz

. La tayabense jamás deja el

tápiz

; monta admirablemente ycifra su orgullo en su traje de montar y en la riqueza de los atalajesde su caballo. Todas montan al lado izquierdo y desconocen el uso de laespuela, sustituyéndola con flexibles latiguillos que suspenden de lamuñeca con una cadenita de plata. La tayabense á caballo, es sumamentelocuaz y decidora, desconoce el peligro, se impacienta á menudo ypocas veces lleva al paso su cabalgadura. Aquellas dalagas supimosse dirigían á una de las vecinas sementeras á pasar un día de campo.

Dejando á ambos lados del camino umbrosos cocales recargados defruto, pasamos el pequeño puente de la

Ese

—así llamado por suconfiguración que lo asemeja á dicha letra—y dimos vistas á Tayabas,á cuyo bantayán

llegamos de una trotada. El poste telegráfico quese eleva en la afuera del pueblo, marca en una tablilla el km. 146,cifra que representa la distancia que separa á Tayabas de Manila. DeLucban á Tayabas hay 12 km. y pico.