Un Paseo por París Retratos al Natural by Roque Barcia - HTML preview

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Un coche es aquí un personaje de primera categoría, la gran carta derecomendación y el gran amigo del extranjero.

El buen fiacre cogió el trote camino del arco, á través delaristocrático palacio de la Industria, del aristocrático palacio de lademocracia (la democracia tiene un palacio casi enfrente del palacio delEmperador); á través tambien de los

cafés cantantes de estío

, delgracioso castillo de las flores, del jardin

Maville

, del jardin deinvierno, del circo de la Emperatriz, y de casas modernas que son lasmás bellas que he visto.

Despues de correr un espacio de cuatrocientas ó quinientas varas,extension aproximativa de los campos Elíseos, nos encontramos bajo labóveda central de aquella apoteosis espléndida de Napoleon, el arco delTriunfo. Desde aquel arco descubriamos, á una distancia de un cuarto delegua, el bosque de Bolonia, cuyo camino aparece sembrado de árboles yelegantes quintas, que le comunican un aspecto muy grato, aunque nobastante pintoresco; porque yo entiendo por pintoresco lo que esvariado, caprichoso, y sobre todo caprichoso de un modo agreste.

Vemos á la vez el arco del Triunfo, el dilatado bosque de Bolonia, elObelisco de la Plaza, mientras que nadando sobre la copa de los árbolesque pueblan el jardin de las Tullerías, allá, como una nube medioperdida en el horizonte, como el amago de una borrasca, como laaparicion indecisa de una sombra, se levanta trémulamente, segun lailusion óptica, la torre negra del Palacio Imperial. De manera quemirábamos, casi simultáneamente, el monumento triunfal levantado á laFrancia revolucionaria y conquistadora, el monumento del Egiptousurpado, y el monumento de la segunda Francia imperial: un triunfo, unausurpacion y un misterio: el arco, el obelisco y las Tullerías.

Eran casi las ocho; y apenas podia distinguir el nombre de los generalesy batallas del imperio, batallas y nombres escritos en las altas paredesde aquella pirámide.

No soy tan entusiasta de Napoleon como otros muchos. Le admiro más porsus desafueros y sus vicios que por sus virtudes y sus glorias: siviviera le apostrofaria vigorosamente en estas páginas. Estando muerto,siendo historia, le acato. Bajo estas bovédas colosales, bajo estacolosal inspiracion de un pueblo entusiasta, le venero. Su evocacion esaquí una sombra que me conmueve, que me ilustra, que me moraliza, quehace hervir mi alma bajo la inmensa idea del hombre. Sí, venero áNapoleon bajo este arco, bajo este mausoleo de su ceniza histórica, comono puede menos de venerarse la memoria de los Faraones tiranos enpresencia de las pirámides egipcias. Sí, le venero; y el que quierasaber cuán poderoso es el genio artístico embelleciendo la historiasocial, un genio embelleciendo á otro genio, un siglo embelleciendo áotro siglo, la humanidad embelleciendo al hombre: el que quiera saber dequé modo una piedra halla el camino de nuestro corazon, que venga ycontemple este arco.

Eran ya las nueve cuando nos dirigiamos hácia la plaza de la Concordia,con el objeto de seguir la calle de Rívoli hasta la casa de la Ciudad úhotel de Ville.

Antes de penetrar en la calle, quisimos ver la perspectiva quepresentaban los campos Elíseos iluminados, así como la plaza de laConcordia.

¡Espectáculo magnífico por cierto! Desde dentro del jardin de lasTullerías, alcanzábamos á ver en dos filas simétricas los muchos farolesde gas que alumbraban los campos Elíseos, hasta el mismo arco de laEstrella, presentándose á nuestros ojos aquellas dos filas como doscolumnas flotantes de fuego. A la izquierda, por entre los árboles,asomaban furtivamente centenares y centenares de luces, unas formandopórticos y fachadas, otras sembradas por entre los árboles del paseo,luces que iluminaban uno de los cafés cantantes de verano. Á la derechase descubrian tres grupos brillantes, que eran otros tantos cafés decanto, en cuyas fachadas habia juegos de gas que representaban varioscaprichos, entre otros, un águila con las alas abiertas y caidas, comosi remedara un lloron.

Excepto la entrada de los emigrados en la plaza del Vaticano, entre unbullicio indefinible de pueblo y millares de hachas encendidas, así comola iluminacion instantánea de la cúpula de la gran Basilica en la nochede San Pedro: exceptuadas estas dos ocasiones, repito, no heexperimentado nunca un sentimiento en que más participara de esa especiede éxtasis con que adormece nuestro ánimo la percepcion de lomaravilloso.

A lo dicho debe juntarse que el tránsito continuo de coches con farolesencendidos por la plaza de la Concordia, causando un desnivel constanteentre sus luces y las luces de los campos Elíseos, de la plaza y de loscafés, comunicaba á todo el grupo el aspecto extraño de una hoguera queparece que pasa y que no acaba de pasar, mientras que al rumor de lasfuentes y de los coches, iba unida confusamente la voz de hombres ymujeres que cantaban en los cafés vecinos.

Mi mujer estaba encantada. Tenia razon: aquello parecia un bosquehechicero. ¡Si todo fuera así!

Eran casi las diez, estábamos muy léjos de la calle de Feydeau, nosencontrábamos muy cansados, yo tenia que escribir esta reseña, ydeterminamos dejar para otro día la visita de la calle de Rívoli, hastael palacio del ayuntamiento, y si el tiempo lo da, hasta la plaza de latan célebre Bastilla

.

Estamos en casa á las diez y media, despues de siete horas de fiacre.

Mi mujer dice que nuestro gran viaje comenzó al llegar á Paris. Tambientiene razon. Las mujeres tienen razon en muchas cosas.

Yo acabo esta revista cerca de la una, y así doy fin al dia tercero.

=Día cuarto=.

Artículo, recuerdos, pesares.

He empleado toda la mañana en escribir un artículo para

La América

,porque es necesario no descuidar la bolsa, que sufre por aquí tantosataques rudos. Pero he notado que mientras que escribia, y mientras queme paseaba por la habitacion, el recuerdo de las muestras y rótulos quehe visto ayer, me tiene casi completamente preocupado. Sin querer, sinapercibirme, repito á mi mujer varios letreros que me acuden á lamemoria, y sin querer tambien aquel recuerdo me entristece. Estatristeza que experimento tiene una historia que seria muy larga decontar; muy larga y muy penosa.

¡Cuántas ilusiones nos forjamos! ¡Y qué caras nos cuestan algunasilusiones! ¡Qué triste es á veces ver la realidad! ¡Ay! Hubo un tiempoen que estuve encantado, y ahora la realidad me desencanta. Hubo untiempo en que yo volvia los ojos á Paris, como quien espera unmilagro…. ¡Qué inocencia!

¡Al Pensamiento!

Y me hallo que es una zapatería. ¡Al bellopensamiento! Y me doy de cara con una caja de confites. ¡A la sílfide! Yme encuentro de manos á boca con un

grasiento restaurant

. ¡A la granindustria del siglo! Y es un salon de limpia-botas. ¡Al dulce céfiro! Yes un almacen de quincalla. ¡A la estrella del Mediodía! Y es quizá unatienda de tapones de corcho. ¡Al buen pastor! y es un almacen debaratijas ó una tienda de comestibles.

Esto no me divierte; al contrario, me repugna, me fastidia, casi mesonroja; sí, casi, casi me da vergüenza.

Creo que semejantes desatinosson contra el respeto que debe merecernos la opinion pública, contra eldecoro que todos debemos á la formalidad, contra la cortesia universalque debe el hombre al buen sentido. ¡Zapato galante! ¿Cómo y en qué? ¿Dequé modo puede un zapato tener galantería? ¡Al pensamiento! ¿Quién es unfabricante de calzado para hablarnos del pensamiento? ¿Qué pensamientopuede encerrarse en su zapatería? ¿Ni quién es tampoco un fabricante deconfites para hablarnos de pensamientos bellos? ¿Qué sabe él lo que esun pensamiento bello? ¿Qué belleza de pensamiento puede esconderse ensus confituras? ¿Ni qué tiene que ver el céfiro con un almacen dequincalla, ni el poner betun en las botas con la gran industria delsiglo, ni una sílfide con una fonda, ni un almacen de tapones de corchocon la estrella del Mediodía, ni una tienda de comestibles, en donde sevende aceite, vinagre y velas de sebo, con el buen pastor, con ese buenPastor que es una personificacion religiosa, un símbolo moral, unaespecie de poder divino? ¿Qué es esto? ¿Dónde estamos?

Los españoles serémos menos cultos; pero somos más circunspectos, mássérios, más formales. Serémos africanos, serémos hotentotes, bien; perono podemos hacer un arte de la humorada de divertir al mundo conchocarrerías. Esta gravedad cómica y esta jovialidad trágica que tienenlos franceses para decir los mayores disparates con la esplendidez máspomposa, hasta con cierto engreimiento, hasta con cierta altanería, esuna cosa que me subleva y me amargura. Al ver tan pueriles frivolidades,antes que vivir en Paris, preferiria vivir en una choza, enclavada en elfondo de un bosque, aunque fuese un bosque de la selva Negra.

¡Ay! y quizá la Europa, tal vez el mundo, espera de este pueblo larevolucion moral de un principio, la constitucion de un pensamiento, lapauta y la fórmula de un sistema! ¡La Europa y el mundo esperan acaso deesta ciudad una idea, una conducta, un código!

¡Ay! Hubo un tiempo en que yo lo esperaba tambien. ¡No habia estado en Paris!

Si faltando la ayuda del pueblo francés, para esa revoluciontrascendental, lenta, difícil, concienzuda, prudente, á la vezconvencida y demostrada; si faltando la ayuda de Paris para esalaboriosa transformacion, tuvieran todos los pueblos de la tierra quecavar su sepulcro, pueblos de la tierra, pueblos del mundo, empezad ácavar vuestra sepultura. Esa revolucion no saldrá de aquí. Ignoro sisaldrá de los hijos del Cáucaso, de los agrestes y bárbaros Kalmukos;pero creo que no ha de salir de los franceses.

Paris es una vieja que se mira al espejo, se ve el rostro lleno dearrugas y de lacras, y coge compotas, coge menjunges, coge untos, y seadoba y se alisa la cara, como el albañil alisa una pared.

Esta cultura es una tiniebla iluminada por un fuego fátuo; es una sombraherida exteriormente por una luz que viene de abajo, que no viene dearriba, que alumbra por fuera, que no alumbra por dentro. Esta culturaes una civilizacion endeble, flaca, postiza, enferma, que quiereengalanarse para que no se vea lo asqueroso de la enfermedad, como lostísicos proyectan viajes y romerías cuando sienten en la garganta laagonía de la muerte. Esta cultura tan decantada, tan brillante, tancoqueta; esta civilizacion tan adornada, tan entrometida, tanjactanciosa, es una púrpura que cubre una llaga; es la sonrisa con queel cortesano oculta el cáncer de sus envidias y de sus odios, la flordesgraciada con que se corona la copa de un veneno. Esta cultura es unacivilizacion que vive á expensas de la verdad y del ser de las cosas; deesa verdad que Dios ha puesto en todas partes; la verdad con que el humosube, con que baja la piedra, con que la luz alumbra, con que la lavaquema, con que la catarata corre, con que el huracan arrebata; esaverdad que es el gran enigma, el gran principio, la gran ciencia, eldogma sempiterno de la creacion. Esta cultura es una civilizacion quetriunfa a costa de la ciencia de Dios, y Dios no puede permitir que estepueblo sea el pueblo de la humanidad. ¡No! no puede ser el maestro delmundo, un pueblo que llama gran industria del siglo á la operacion delustrar las botas, y céfiro á una tienda de quincalla, y estrella delNorte ó del Mediodía á un almacen de tapones de corcho, y buen pastor áun despacho de aceite y de vinagre, y sílfide á un mesón, y pensamientoá una zapatería, y bello pensamiento á unos confites.

Blondas exquisitas, exquisitos bordados, jabones trasparentes, pomadasperfumosas, untos embrujados para que nazca el pelo, muñecosgraciosísimos, preciosos juguetes, cuquerías envidiables; eso, sí: unarevolucion moral, lenta, constante, trabajosa, concienzuda; un trabajoprofundo y difícil; una creacion lógica, extensa, trascendental; unacosa grave, formal, seria, eso, no.

¡Cuánto más ha de hacer mi pobre España, esa España que los francesesllaman salvaje; que los franceses han comparado á la Morería! ¡Cuántomás ha de hacer en favor de la humanidad! ¡Cuánto más ha de hacer paraque se cumplan en el mundo los ocultos designios de la Providencia! Eltiempo lo dirá.

¡Yo esperó de Paris el mejoramiento político y social! ¡Me arrepiento,señor! Ni el social, ni el político, ni el filosófico, ni el científico,ni el religioso, ni el artístico, ni el literario, ni el industrial, niel comercial, ninguno, ninguno verdaderamente formulado, ninguno en laalta escala de la ciencia, del derecho y de la moral.

Encantarnos, entusiasmarnos, aturdimos, sí. Hacernos buenos y felices,no.

Hay un calderero, madre,

Que alarma á la vecindad,

Y toda la gente acude

A los porrazos que da.

Este antiguo cantar español viene de molde, en cierto modo, á las cosasde este fabuloso Paris. Es un gran caldero que aturde al mundo, y elmundo atribulado acude á los golpes.

[Ilustración: Arco del Triunfo.]

[Ilustración: La Magdalena.]

=Dia quinto=.

La Magdalena.

A las siete y media de la tarde tuvimos que pedir auxilio al fiacre, ynos dirigimos á la Magdalena.

¡Hermoso edificio! ¡Fábrica suntuosa! Alcontemplar aquel enorme grupo, me parece que no estoy en Paris.

Creo queme han hecho viajar estando dormido, y que despierto en Grecia. LaMagdalena es un fastuoso palacio griego, no un templo cristiano. Untemplo es la casa de Dios, destinado á despertar en nuestro espíritu laemocion religiosa. Donde no hallo la emocion religiosa, no hallo eltemplo, y la Magdalena, ese precioso y espléndido alcázar, no despiertaen mi alma aquella emocion casi divina. Contemplándolo, siento elentusiasmo de la admiracion, no la veneracion de la fe: creo verestátuas de héroes, no efigies de santos: me acuerdo de Alejandro, deCésar, de Anníbal; no me acuerdo de Dios: me ecuerdo de Chipre y deVénus; no me acuerdo del monte Calvario, ni del Redentor, ni de laVírgen, ni de la Magdalena: me acuerdo de la gloria; no me acuerdo de laPasion.

La Magdalena es un

magnífico anacronismo

, un palacio asombroso y unamala basílica; un gran alcázar y una mala iglesia; un gran templo gentily un mal templo cristiano.

Le estoy viendo delante de mí, le estoy contemplando durante cuatro ócinco minutos, quiero concentrarme, quiero abstraerme, quiero venerar,quiero que la idea de un ente supremo deje caer sobre mi alma una sombrainmensa; no puedo conseguirlo. Las musas me llaman, la fábula griega medistrae, los bosques de la isla de Calipso me hablan de amor; veoflores, mujeres, altares profanos; huelo perfumes embriagadores; divisoflorestas, cuyas sombras parecen ocultar misterios lascivos; oigo á loléjos un ruido que me intranquiliza, que me seduce; pero que me seducecomo nos seduce una maga ó una circe. Cedemos al placer, pero cedemossuspirando: nuestros sentidos están alegres; nuestro corazon estátriste. En una palabra, mirando ese rico palacio ateniense, lo veo todo,menos la lágrima de la Magdalena, aquella lágrima escondida y humilde,fervorosa y santa; aquella lágrima que es una poesía más sublime que lamás sublime poesía de todos los poetas del mundo; la poesía delCalvario.

¡Cómo la piedra nos enseña tambien! ¡Qué historia más grande es laarquitectura! El libro puede escribirse de dos modos, en papel y enmármol. La imprenta existió siempre: antes se llamó Fidias; luego sellamó Guttemberg.

Estudiando ese alcázar que me llena de admiracion, se comprende lainfinita superioridad del Cristianismo sobre todas las religiones delAsia, de la Grecia antigua y de la antigua Roma, no sólo en materia dedogma, de ciencia, de política y de moral, sino hasta en materia dearte. Chateaubriand decia muy bien: el mismo bronce, la ruda campana,nos inspira cierta melancolía dulce y religiosa, cierto éxtasisindefinible, cuando es intérprete de los sentimientos cristianos.

La poesía cristiana no nos ofusca, no nos arrebata; nos llama, nosatrae, nos acaricia: no nos seduce; nos persuade; no nos alucina, nosduerme.

La poesía cristiana, el arte cristiano, no es brillante, deslumbrador:es grave, severo, recatado. Es una figura que se cubre á medias con unvelo. La parte que vemos, hace que nos enamoremos de ella, y la amamos.La parte que no logramos ver, nos hace adivinar un prodigio, y laadoramos.

El paganismo no hacia más que amar, porque no veia más que formas. ElCristianismo ama y adora al mismo tiempo, porque al mismo tiempo vecuerpo y alma, formas y prodigios, tierra y cielo, humanidad y Dios.

El arte gentil habla á los sentidos, al corazon y á la fantasía.

El arte cristiano habla al sentimiento, á la conciencia y á la fe.

El arte gentil conoció la poesía del placer.

El arte cristiano conoce y siente la poesía del dolor.

El arte pagano tenia mujeres.

El arte cristiano tiene Marías y Magdalenas.

Bajo el arte asiátiaco y griego, cerramos los ojos y vemos bacanales.

Bajo el arte del Cristianismo, cerramos los ojos y vemos vírgenes.

La gentilidad nos abate; el Cristianismo nos enaltece. Segun la felizexpresion de Pascal, el paganismo nos trae

, el Cristianismo

noslleva

. El uno viene, el otro va.

Pues volviendo al edificio que tengo delante, nos alucina; no nos llama;pertenece al arte gentil, no al arte cristiano; es una especie deidolatría; no un culto; no una adoracion; tendré que decirlo otra vez:es un

brillante anacronismo

. El culto divino no hubiera perdido casinada, si se hubiera llevado á cabo el pensamiento de Napoleon, quequeria convertirlo en templo de la gloria. Como templo de la gloria,admirable; como templo cristiano, no habla á mi inteligencia y á mi fe,por más que me haga latir el corazon.

Ahí, en donde ahora se levanta ese precioso monumento ático, noexistian, hace siete siglos, más que prados, pastores y ovejas, ¡Quiénlo habia de decir entonces!

El edificio que contemplo sucedió á una iglesia, edificada el siglo XVpor Cárlos VIII, en la cual este príncipe estableció la cofradía de laMagdalena, de donde trae orígen el nombre actual de ese monumento. Y laiglesia de Cárlos VIII, sucedió á una granja y capilla que en el sigloXII construyó un obispo de Paris, en donde los cristianos de aqueltiempo orarian indudablemente con más fervor, que los cristianos delsiglo XIX oran en ese régio alcázar. En torno á la capilla y á la granjade aquel prelado, se fué formando un barrio populoso, conocido en lahistoria con el nombre de ciudad del Obispo, ville-l'Evèque

.

Mucho despues, la ciudad del Obispo entró á formar parte de Paris, yhabiéndose verificado la apertura de la calle Real, determinaronconstruir el actual templo de la Magdalena, enfrente del palacio deBorbon y de la plaza de Luis XV. Este monarca principió la obra, lacual, atravesando la Revolucion, el Imperio y la Restauracion, llegó áLuis Felipe, que la puso la última piedra.

Nos aproximamos un poco. La entrada es verdaderamente régia, gallarda,arrogante. El gran pórtico del Mediodía, que es el que vemos, estácoronado por hermosos frontones triangulares, y adornado de un bajorelieve de 35 á 40 metros de anchura, sobre 7 ú 8 de altura, en el cualse ve á Santa Magdalena echada á los piés del Salvador, teniendo á suderecha la fe, la esperanza y la caridad, y á su izquierda, casirevueltos y confundidos, los siete pecados capitales. Así al ladoderecho como al izquierdo, divisamos otras figuras. Las de la derechadeben ser bienaventurados, que guardan las tres virtudes teologales, ylas de la izquierda parecen ser figuras de réprobos, imágen de los sietepecados.

Nos acercamos más. La enorme puerta principal, toda de bronce, es untrabajo de mérito notable; una obra maestra. Allí se ven, simbólica yadmirablemente explicados los diez mandamientos de la ley escrita, pormedio de figuras del antiguo Testamento. Aquella grande historia,escrita en bronce, me ha llenado de asombro, no tanto por su hábilejecucion, como por su vasta y feliz inteligencia.

Entramos en el templo, y nos hallamos en un espacioso átrio ó vestíbulo,formado por una arcada de 25 á 30

metros de altura, sobre 14 ó 15 delatitud, en donde están las dos capillas del bautismo y del matrimonio.La primera tiene un grupo de mármol que representa el bautismo deJesucristo; y la segunda, otro grupo que representa las bodas de laVírgen con San José. Las pilas del agua bendita, obra del maestroAntonin Moyne, son una verdadera preciosidad á los ojos del arte.

Nos volvimos para dirigir una mirada hácia el fondo del templo, ynuestros ojos aturdidos se perdieron en una sola nave, alta, anchurosa,iluminada, inmensa, llena de valentía, de fuerza y majestad. No es unamajestad ingénua, bíblica, inocente; no es esa majestad sencilla ycandorosa que saca su encanto del espíritu; no es una majestadcristiana; es una majestad poderosa, esplendente, fantástica, agorera;una majestad que saca su encanto de la forma; una majestad del artepagano; pero indudablemente estas formas tienen algo imponente,majestuoso y grande.

Aquellas bóvedas silenciosas, quietas y como amontonadas sobre símismas, aquella techumbre formidable que parece estar suspendida por elgenio del hombre, no nos trae esperanzas del cielo, no nos trae palabrasy consuelos de otra vida mejor, pero nos da una grande idea de latierra. Aquí todo respira grandeza, atrevimiento, orgullo. Sí, orgullo,porque creaciones tan fastuosas como esta, nos inspiran el sentimientode la emulacion, casi de la envidia. ¡Cuántos hombres no escalarían latierra, si pudiesen, para hallar luego un trono en este palacio! Aquípensamos en el sitio de Troya, en Aquiles y Ulises, en Hector y Eneas;aquí no pensamos en Providencia, ni los ángeles, ni en bienaventuranza.Por este camino vamos á Chipre, no á Jerusalen. ¡Con cuánto talentoqueria Napoleon convertir esta iglesia en templo de la Gloria!

Nos dirigimos al altar mayor, y este gran monumento me confirmó más enmi juicio. El grupo principal, la exaltacion de la Magdalena, esculpidocon la esplendidez y la frescura que el genio audaz de Marochetti sabedar á sus obras, representa á nuestro Señor, á la Santa, á los Apóstolesy á los Evangelistas, y alrededor de este grupo cristiano, en torno áeste hogar religioso, rodeando esta familia bendita, vemos el artegriego, la poesía mitológica, que nos ofrece una infinidad depersonajes, desde el bautismo del rey Clovis, hasta el Concordato de1802. Constantino, Clovis, Santa Genoveva, Carlomagno, Godofredo, Juanade Arco, reyes, héroes, Napoleon, el cardenal Gonsalvi; razas distintas,gustos diversos, diversos caractéres, civilizaciones contrarias: todoestá revuelto y mezclado aquí, como se mezclan en un nicho las cenizasde varios difuntos.

Eso no es una exaltacion de la Santa; eso es unagalería de historia: eso no es un cuadro religioso; es una pinturasocial: eso no es un altar del Cristianismo; es el trofeo de una nacion.Aquí reina la Francia, no el Redentor del mundo; reina el artista, no elsacerdote; reina el hombre, no reina Dios. No comprendo cómo la gentereza aquí. Yo no podria rezar. Frescos brillantes de Ziegler, suelosmagníficos de mármol, cielos rasos preciosamente cincelados bajo ladireccion de Derre; todo llama y provoca la materia; todo incitanuestros sentidos; todo es contra la poesía del templo, porque todo escontra la poesía del alma; sobre todo, contra la poesía austera ysublime de la Cruz. Si Santa Magdalena se levantara de la tumba, es bienseguro que se persignaria escandalizada de que la adorasen aquí; es bienseguro de que miraria en este templo, lo que un aleman miraba en laBasílica de San Pedro de Roma: UNA DELICIOSA TENTACIÓN.

Salimos de la Magdalena entre alegres y tristes, y á los veinte óveinticinco pasos nos volvimos, como para dominar el conjunto de aquelalcázar esplendoroso. Su vista es agradable, armoniosa, poética, casiimponente. Mirado por fuera el edificio, tiene algo solemne, porque logrande tiene tambien su solemnidad. Su plano forma un rectángulo de 70 á80 metros de longitud, sobre 20 á 25 de latitud, mientras que alrededor,sobre un basamento de 50 ó más metros, corre un perístilo ó galería decincuenta y dos columnas gigantescas entre las cuales se ven muchasestátuas, con el nombre del santo y el del escultor.

Esto confirma más ymás mi anterior idea. Si ese templo no es una exposicion de bellasartes, ¿á qué viene el nombre del artista? Si es un lugar de veneracion,¿á quién tenemos que venerar sino al santo? El escultor pone tambien sunombre; es decir, pide su parte de devocion, de culto; reclama tambiensu parte de limosna á la fe del creyente. El escultor quiere reinar allado del héroe de la Iglesia. Esas estátuas representan dos santidades:el santo y el artífice.

El lector debe ser un tanto indulgente conmigo, porque escribo sinpreparacion, y sin corregir una palabra de lo que trasmito al papel. Veouna cosa, y sin más antecedentes que verla, digo buenamente lo que seme ocurre, ó lo que siento. Esto tiene el inconveniente del descuido quedebe notarse en la obra, pero tiene, en cambio, la ventaja de laingenuidad más estricta y de la más perfecta exactitud.

De vuelta al hotel, nos encontramos en la puerta á la señora, que nospreguntó, con una sonrisa muy amable, si veniamos de visitar algunmonumento. Sí, señora, la contesté. Venimos de la Magdalena.

¿Que vous semble-t-il? ¿Qué le parece á usted?

preguntó la señora,avivando un tanto los ojos, y marcando mucho las palabras, con ciertaexpresion orgullosa.

—Me parece, señora, la contesté, que aquello es un lugar de triunfo yde alegría, no de sacrificio, de meditacion y de recogimiento. Es unaVénus, no una Magdalena; un festin, no una lágrima. Si ese monumento nofuese tan magnífico, seria menos palacio; pero seria más iglesia.

Diciendo y haciendo, cogí la escalera, y la señora se quedó mirándome,como una persona que piensa y que no acaba de comprender su propiopensamiento.

=Día sexto=.

Calle de Rívoli, casa de la Ciudad, columna de Julio, arco del Triunfo,campos Elíseos.—¿Se vive aquí mejor que en otros puntos?

Luego que se empezaron á encender los faroles en la ciudad, nosdirigimos á la calle de Rívoli.

Figúrese el lector la situacion siguiente: puesto en la plaza de laConcordia, frente á la Magdalena, se ven dos palacios: uno es elministerio de Marina y de las Colonias: el otro corresponde á diferentesparticulares, los cuales le dieron la forma de palacio para que formaraun grupo simétrico con el de Marina.

Demos ahora la izquierda á la Magdalena, y hallarémos que entre elministerio de Marina y el jardin de las Tullerías, palacio del mismonombre y el Louvre, media un espacio de 30 ó 35 pasos, que se extiendehasta la plaza de la Bastilla, en una extension de media legua poco másó menos.

Hé aquí, pues, el panorama: hácia la derecha (en primer término) jardin,palacio de las Tullerías, unido al palacio del Louvre: hácia laizquierda, una hilera simétrica de casas de tres y cuatro pisos, aunquetodas con la misma altura, formando arcadas bastante espesas, hasta laverja en que el Louvre concluye.

En segundo término, hileras de casas á derecha é izquierda, simétricasen la forma, no en la direccion; despues un torreon colosal con jardin;luego la casa de la Ciudad con plaza extensa; por último, nuevas casashasta la calle de San Antonio, la cual se prolonga hasta la plaza de laBastilla.

Esto es lo que se llama calle de Rívoli. Tiene de 300 á 400 edificios,de 300 á 400 arcos, de cada uno de los cuales pende á la misma altura unfarol de gas: está surcada por 76 calles, entre las que cuento la plazaReal, con el palacio Real enfrente, y el bulevar de Sebastopol.

Si á esto se añade que casi todos los pisos bajos son establecimientosde lujo, iluminados con profusion, así como las 76 travesías, no serádifícil representarse el panorama que ofrecerá de noche la calle deRívoli.

Aún despues de ver los campos Elíseos y la plaza de la Concordia, lahermosa galería de Rívoli no puede menos de ofrecer un espectáculonotable, algo penoso, si se quiere, porque nos agobia con la impresionque causa en nuestro ánimo toda obra grandiosa.

Así que salimos á la plaza de la Concordia, divisamos, entre el juego demuchas luces particulares, un surco contínuo de fuego, tirado á cordel;á medida que el coche avanzaba, veiamos escaparse, como aparicionesfugitivas, la rica y espaciosa calle de Castiglioni, divisando como unrelámpago la enorme columna de Vendome; la plaza y la fachada delpalacio Real, iluminadas perfectamente, el anchuroso bulevar deSebastopol, con sus dos hileras de faroles que se van juntando á medidaque la mirada se prolonga, hasta que se pierden en un montecillo deluces trémulas, á una distancia que parece de ocho ó diez millas; elgigantesco torreon negro, con su jardin alrededor, como una azucenasembrada al pié de una roca deforme; el palacio de la Ciudad y su plaza,alumbrada por grandes faroles, la caserna de Napoleon, hasta llegar á laBastilla, plaza extensa, menos brillante que la de Vendome ó la de lasVictorias; pero no menos interesante como teatro histórico. Aquí laescena cambia de aspecto; de un círculo de luz y de bullicio, pasamos áun círculo de meditacion y de melancólica poesía. Hay luces que vienen áreflejarse