Texts by Patrick A. Durantou - HTML preview

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Poesía y filosofía de Antonio Machado

 

La obra de Machado, poeta-filósofo, filósofo-poeta, impone más que un juicio reductor de un talento de polígrafo y de una creatividad polimorfa, la cuestión de la esencia de lo poético y en relación con ella, la de la finalidad de filosofía.

Esta cuestión surge en la adecuación del Ser, de la Historia y de la Intrahistoria. El pensamiento poético de Antonio Machado queda como esa « ligazón » del hombre-Machado con su creación y con un lienzo de la historia mundial. En este sendito, la obra de Machado es ejemplar : « Hay hombres – decía mi maestro – que van de la poética a la filosofía ; otros, que van de la filosofía a la poética. Lo inevitable es ir de lo uno a lo otro, en esto como en todo ».

De esta manera, a partir del análisis y la recensión de los primeros libros de poesía, hasta Campos de Castilla, luego de su colaboración teatral con su hermano Manuel, a los ensayos, es conveniente ver por qué necesidad y cómo se opera esta fusión de lo poético y del modo de pensamiento filosófico del que el enriquecedor Juan de Mairena sigue siendo centro de un nuevo acercamiento poético intercalado de referencias filosóficas.

En el examen sincrético y alternativo de las poesías y los textos filosóficos se dibujan en géneros literarios diferentes los temas esenciales de la obra del pensador. El método de investigación : el escepticismo (« con el fin de conservar sólo lo que puede ser conservado ») ; los medios : el humor y ese don único de la imagen poética. Este análisis global de las primeras poesías intimistas (Soledades, Galerías) a los cantos de Campos de Castilla y de Nuevas canciones hacia la vivacidad de las compilaciones de artículos de prensa que forman Abel Martín y Juan de Mairena, permite captar las preocupaciones del poeta filósofo, en variaciones sucesivas, que consisten en algunos temas principales : el escepticismo, el tiempo, el amor, el pacifismo.

Descubrir o volver a descubrir en Machado al cantor de los valores progresistas de la España republicana, implica, pues, el total reconocimiento de sus diversos escritos que radican, a pesar de la adversidad, en leitmotivs siempre reafirmados, hasta el nada en que iba a hundirse el mundo.

El pensamiento filosófico se ha afanado – con el propósito de englobar la realidad de forma sistemática – en producir, según esquemas aparentes por ser demasiado reductores, un número de conceptos o menudo inadaptados. Desde los albores del pensamiento griego hasta nuestros días, florecen sistemas salidos de pensamientos dogmáticos donde raciocinios y argucias pretenden abrazar la Verdad. Los peligros de propagación de estos dogmas son tanto más grandes – sobre todo desde hace algunas décadas en las que los medios de difusión son numerosos y sofisticados – cuanto que se apoyan en verdades científicas. Así pues ? ante este obstáculo, un pensamiento, por muy profundo y riguroso que sea, no obtiene, generalmente, a los ojos de especialistas, críticos o comentaristas, el label filosófico si la forma de la exposición, los vocablos empleados, las referencias literarias y filosóficas no responden a criterios preestablecidos por esta intelligencia. Enviadas al banquillo de una actividad cuyo requisito sobreentiende el rechazo de presupuestos y de prejuicios, obras enteras son ignoradas o desconocidas del gran público, a la sombra de los grandes edificios del pensamiento a menudo salpicados de ideas rocivas como lo veremos más adelante en la exposición. La obra filosófica de Antonio Machado sufre todavía de este descrédito entorno a los críticos, a pesar del interés de algunos comentaristas. Más que un simple poeta de evasión prendado de verbalismo, Machado a ha sabido adaptar, con un tono inimitable, la meditación de los grandes pensadores que han influenciado su reflexión sobre la realidad histórica del momento. Conviene recordar, para mostrar su interés por la filosofía, las aserciones del « Discurso de entrada a la Academia de la Lengua » : « Si algo estudié con ahínco fue más de filosofía que de amena literatura. Y confesaros he que con excepción de algunos poetas, las Bellas Letras nunca me apasionaron. Quiero deciros más : soy poco sensible a los primores de la forma, a la pulcritud y pulidez del lenguaje, y a todo cuanto en literatura, no se recomienda por su contenido ».

El estilo de los escritos filosóficos de Machado va contra la costumbre casi ritual de los pensadores filosóficos de instaurar una relación-truncada con el lector a través de un lenguaje por demasiado abstracto y finalmente vacío ; una preocupación capciosa de universalidad que no es otra que la de reducir lo real a un concepto a menudo inadaptado y/o de producir, de esta manera, una divergencia a través de nuevas nociones y neologismos entre el autor, el texto y el lector. El corto diálogo imaginario presentado en preliminar, como en epígrafe, de Juan de Mairena entre el profesor y sus alumnos, sobre la Retórica, inaugura perfectamente la obra de Machado y resume la intención del autor dirigida al lector en un diálogo teatral donde el fenómeno del doble jugando plenamente el efecto de distancia, transforma la declaración en « eslogan » gracias a una sutil mayéutica. « Los acontecimientos consuetudinarios » se convierte en « lo que pasa en la calle » dentro de lo que Mairena-Machado designa como lenguaje poético que puede juzgarse cándido (« naïf ») si este vocablo debe resumir simplicidad y profundidad. La escritura de Machado se rige por esta regla de simplicidad que no excluye la exactitud y precisión de la expresión ni el deseo soberano de evitar flores de retórica y efectos de estilo redundantes a cambio de una total comunión con el lector. En efecto, estos artículos no pretenden de ninguna manera ser de los llamados de fondo, entendiendo como tales los más alejados de la actualidad, los más abstrusos, antículos de especialistas, sino que pretenden ser como una tribuna filosófica donde se reconocen numerosos lectores sin acceso generalmente al « saber superior ». Como corolario al diálogo entre Mairena y un alumno de la clase de Retórica y de Poética, dirigiéndose a sus alumnos, por una vez en tono afirmativo pero sin dogmatismo, Mairena precisa su gusto por una escritura más hablada y menos escrita, opuesta a la prosa marmórea, ciertamente « no privada de corrección », pero « sin la gracia » de los escritores contemporáneos.

La lengua de Machado está provista de esa gracia, sin ornamentos inútiles pero esencialmente seductora. Machado está por entero en sus personajes Abel Martín y luego Mairena, sofista-seductor que instaura una relación tal con la lengua que la comunión del lector anónimo es estrictamente necesaria para comprender las intuiciones y argumentos del poeta filósofo. No se trata en ningún modo de proselitismo, el tono fundamentalmente escéptico de las reflexiones de Mairena invalidaría este juicio eventual, sino de una complicidad latente que exige el texto, similar a la que se instaura en la escritura autobiográfica. Además de la simplicidad y gracia de la prosa machadiana, el tono ligero, el humor, la ironía, participan en esta relación de seducción. En una escritura « hablada » – más viva –, los epigramas poseen un giro sentencioso donde, como subraya J. Cassou, la locución se vuelve máxima, adagio popular que gusta ser repetido contrariamente a las argucias de los diccionarios, plagios del folklore condenados al olvido. Gracias a su tono ligero y propensión zetética de los personajes que condicionan el asentamiento del lector. Sin embargo, en los diálogos de Mairena con sus alumnos, a diferencia de los textos platónicos, la verdad queda en suspense : el lector es libre de juzgar por la duda permanente de los personajes apócrifos y la consistencia del carácter de los interlocutores. La dialéctia de los caracteres en Juan de Mairena es voluntariamente más « sofisticada » y sutil que en los diversos diálogos que llevan a la escena a Sócrates, incluso si la influencia del « gran » Platón es fuerte. Desprovista de preciosidad literaria, humorística e irónica, la lengua de Machado, mejor que un topos donde se inscribe la perención, busca despejar nuevas perspectivas de convivencia humana, abrir nuevos horizontes espirituales y solucionar los graves problemas que amenazan al mundo.

Aunque tardío, el interés de Machado por la filosofía suscitado en parte por H. Bergson, se acrecentó a lo largo de los años. Como hemos visto anteriormente, estudió griego con el fin de leer a los presocráticos, Platón y Aristóteles en el original y obtuvo su licenciatura en 1918. Adquirió un conocimiento sin fallas de la historia de la filosofía ; siguiendo las huellas de M. de Unamuno y del joven Ortega, su acercamiento a los pensadores existencialistas tales como S. Kierkegaard y, más tarde, M. Heidegger, es notable por su portunidad y clarividiencia. Los numerosos artículos publicados en los diversos periódicos que formarán Abel Martín, cancionero y Juan Mairena difundieron a mayor escala las ideas ignoradas por el hombre de la calle, del conjunto de esos grandes pensadores contemporáneos y de los siglos pasados (Spinoza, Leibniz, Kant, Schopenhauer), ideas mezcladas con intuiciones originales. Este deseo de propagar regularmente reflexiones sobre lírica, política, metafísica, al estilo de una seria, es tanto más admirable cuanto que constituía un desafío al oscurantismo de los medios oficiales bajo la dictadura de Primo de Rivera. La estructura epigramática de estos escritos responde a una voluntad de concisión y de claridad – la adecuación de la imagen con la realidad de los últimos meses del periodista filósofo es perfecta –, como un mensaje lanzado desde el « mirador de la guerra » que sucedió al de la extinción cultural y social de la España anterior a 1931.

Ciertas personas pueden ver un misterio en la obra de Machado en cuanto a las desviaciones que ha sufrido su obra poética ; un « misterio » que, como en el caso de Rimbaud y su abandono de la poesía, mantiene el mito. No ha habido ningún rechazo de la poesía en Machado, sólo un uso de modos de expresión diversos en detrimento de la forma estrófica clásica de los comienzos. A pesar de ciertos gustos pronunciados al salir de la adolescencia, que ninguna biografía puede desmentir, sería igualmente erróneo afirmar que el autor de teatro, el filósofo-periodista, el académico y el orador estaban ya en germen en el joven poeta de Soledades. Es después de Soledades los « primúltimos » cantos del ego machadiano, cuando se determinan las afinidades de Machado con la filosofía. en este punto vemos menos una censura estética en la obra machadiana que un corte fenomenológico y ético. De un abandono del yo un reconocimiento del nosotros, más que una simple sustitución de pronombres personales, de una elevación del yo en términos husserlianos a la intersubjetividad transcendental. De forma menos abrupta, el peota, para analizar el sentido ético de esta conversión, ha optado por otra realidad – dueña más tarde de toda su obra – : la realidad del otro, celebrando la armonía y la comunión de todos. En los cantos matinales de Soledades, el joven poeta expresa sus afectos, pasiones, emociones (« sin anécdotas ») en una poesía intimista, punto inaugural neceserio – apodíctico –, primera etapa hacia la poesía más madura y que él mismo calificará de « objetiva » de Campos de Castilla. En este poemario el lirismo machadiano se ha dilatado y extendido a un pueblo, a una tierra con la que comparte su destino hasta el final. No hay en absoluto un viraje en la obra de Machado, sino, al contrario, una continuidad admirable a pesar de los cambios de forma o del nivel de la expresión.

La creación del primer personaje apócrifo, Abel Martín, fue casi concomitante a la de las primeras obras teatrales. La mayor parte de ellas, como hemos visto, son de factura clásica y revelan las preocupaciones del creador :

1° profundizar la problemática del otro en la encarnación,

2° presentar una dialéctica de los caracteres sin negaciones ni oposiciones,

3° hacer comprender mejor su pensamiento filosófico a través del efecto catártico de la tragedia.

Algunas de las siete obras están más influenciadas por Manuel que por Antonio ; sin embargo, puede descubrirse en casi toda la colaboración del segundón y el medio de expresión teatral mencionado de un teatro que no es situación sino psicológico. Es en Abel Martín, cancionero y Juan Mairena donde Machado desarrolla y conceptualiza la problemática del otro, del amor, del « éternel feminin » siguiendo los pasos de las intuiciones ontológicas y teológicas donde se afirma la heterogeneidad de la substancia y su pananteísmo. De esta serie de artículos brota, como en una de las poesías de San Juan de la Cruz, una « llama de amor viva » en el culto a la mujer, eterneo ídolo, y al prójimo. No obstante, si Machado se convierte, en colaboración con su hermano Manuel, en autor de teatro y periodista filósofo, no deja por ello de lado la poesía y publica en 1924 las Nuevas Canciones para componer más tarde las de la escena y de los medios de comunicación, la dispersión del talento creativo, excepto algunas disgresiones sobre problemas de la lírica y de estética, es decir, los tres problemas metafísicos del otro, del tiempo y de Dios que implican una reflexión sobre la libertad, la muerte y el significado de la redención de Cristo. El mirador de la guerra, como el título indica, era la compilación necesaria de un período crítico de la historia española y mundial, la constatación del fracaso de una civilización cuyos idelas iban a llevar por el camino del crimen a miles de hombres.

En los últimos años del poeta la poesía se hace militante, arma espiritual en tiempo borrascoso. Hubo himnos que celebraron la resistencia de los ejércitos republicanos contra las blasfemias del enemigo. El poeta es el cantor de un pueblo, como Hyperión, el héroe imaginario de Hölderin, un guía que aleja a los durmientes de los humos oníricos para combatir al « felón » y sus falsos valores. Las poesías de guerra ilustran eminentemente las teorías poéticas afirmadas algunos años antes. Con ellas « estalla » el arte combinatorio de Machado que une – sin redundancias – forma y contenido a través de la exaltación o el desprecio de hechos históricos precisos en cánticos inmortales asociados para siempre a la época, palabra en el tiempo como esta « Canción » compuesta apenas un año antes de su muerte, una pieza de antología :

Ya va subiendo la luna

sobre el naranjal.

Luce Venus como una pajarita de cristal :

Ambar y berilo,

tras de la sierra lejana,

el cielo, y de porcelana

morada en el mar tranquilo.

Ya es de noche en el jardín

– ¡El agua en sus atanores !–

y sólo huele a jazmín

ruiseñor de los olores.

¡Cómo parece dormida

la guerra, de mar a mar.

Mientras Valencia florida

se bebe el Guadalaviar !

Valencia de finas torres

y suaves noches, Valencia,

¿estaré contigo,

cuando mirarte no pueda,

donde crece la arena del campo

y se aleja la mar de violeta ?

(Rocafort, mayo de 1937)

El escepticismo

El pensamiento de Machado es como un entramado compuesto de motivos diversos, expresados ya sea en sentencias cortas, ya sea en epigramas que se completan formando un todo diferenciado.

No obstante existe en la obra un hilo conductor que es el amor a la verdad. Esta pasión de la verdad, análoga a la que proclama Unamuno en Vida de don Quijote y Sancho y que fascina a Machado con su célebre aserció : « La verdad no es lo que nos hace pensar sino lo que nos hace vivir », existe en el poeta filósofo mezclada a la intuición del misterio.

En la búsqueda de la verdad no hay ninguna certidumbre y la duda es omnipresente. Ya en Campos de Castilla, mucho antes de que fueran publicados los trabajos en prosa, Machado escribía :

Confiemos

en que no será verdad

nada de lo que sabemos.

A la afirmación socrática : « sólo sé que no sé nada », Machado añéa : « incluso de eso no estoy completamente seguro ». Se trata en este caso de un escepticismo integral que no aspira a instaurar una doctrina y también evita caer en un dogmatismo contradictorio : « contra los escépticos se esgrime un argumento aplastante : « quien afirma que la verdad no existe ? pretende que eso sea la verdad, incurriendo en palmaria contradicción ». Sin embargo, este argumento irrefutable no ha convencido, seguramente, a ningún escéptico. Porque la gracia del escéptico consiste en que los argumentos no le convencen. Tampoco pretende él convencer a nadie » (Juan de Mairena).

Hay en Machado una duda esencial, como una dificultad en optar por una verdad, una indecisión permanente, una práctica que se une a la idea pirroniana de suspensión del juicio frente a la isostemía, es decir, la igual fuerza de razones opuestas. En efecto, Machado constata al estilo de los escépticos griegos, del pirronismo, la naturaleza contradictoria de las soluciones que pueden ser propuestas a cada problema filosófico. A toda tesis puede oponerse una antítesis, cualquier argumento puede ser derribado por otro igualmente convincente. El escepticismo filosófico, fundado por Pirrón en la época en que aparecen las escuelas epicúreas y y estoicas y al que Machado toma prestado mucho a varios niveles de su poesía, confirma la observación según la cual no hay nada en la historia del pensamiento que surja ex-nihilo. Si los primeros pensadores de Grecia, les filósofos jonios (Tales, Anaxímenes, Anaximandro) no parcen apenas preocupados por las modalidades y los límites del conocimiento, sin embargo Heráclito testimonia ya por su relativismo sobre la imposibilidad de adquirir certezas absolutas ; se pueden descubrir además elementos de crítica al conocimiento empírico afirmada por el hecho de que la experiencia sólo nos revela el cambio y la multiplicidad. El heraclitismo del pensamiento machadiano tiene su fuente en este reconocimiento de la divergencia entre el pensamiento y lo moviente. La idea central del efesio sobre el abandono de los sentidos justificada por la imposibilidad de éstos de informarnos sobre la esencia de alcanzar el ser será retomada por varias generaciones de pensadores antes de convertirse en uno de los argumentos sostenidos por los filósofos escépticos griegos. El fundador del atomismo, Demócrito, mostró su desconfianza respecto al conocimiento sensible juzgado oscuro, que el ponía al conocimiento de la razón, única la dicotomía presentada por el filósofo de Abdera, a saber, la realidad constituyente, los átomos y el vacío por una parte y al realidad constituida, transitoria y relacional por otra, como implicando dos conocimientos antinómicos al estilo de los eleatas. Como lo hace notar J. M. Gabaude en la compilación de lecciones reunidas bajo el título El joven Marx y el materialismo antiguo, conviene considerar que « el mundo sensible constituido por los átomos y el vacío existe en sí mismo y no solamente por nosotros y no es otra coasa que los-átomos-y-el-vacío ». Según esta realidad (relacional), la percepción debe pues ser pre-venida por la razón. Demócrito no duda de la percepción. La físico-gnosiología democrítica sin ser esencialmente escéptica es una forma relativa de poner en tela de juicio el conocimiento sensible (incluso si Demócrito critica a los adversarios del conocimiento sensible) que prefigura los tropos de los filósofos pirronianos. Entre las diversas interpretaciones posibles, Machado juzga la elaborción de las teorías atomísticas de Demócrito como « un gran acto poético negativo, desrealizador » luego añade, « creador, en el sentido que mi maestro atribuía a esta palabra » preconizando el escepticismo como medio de defensa frente a lo trágico de la situación, a saber, el heco de que los átomos podrían ser sin nosotros y que nosotros no podríamos ser sin los átomos. La posición de Machado es radicalmente subjetivista ; según el poeta filósofo, los átomos no pueden ser sin nosotros puesto que en resumidas cuentas aparecen en nuestra conciencia : « nuestra conciencia los engloba, junto con los colores del iris y las pintadas plumas de los pavos reales » (Confer. Juan de Mairena, XII, « Sobre Demócrito y sus átomos »).

Las referencias a Heráclito y Demócrito son numerosas en la metafísica poética de Machado. El primero de los citados inauguró una lógica poética de contrarios y una manera de pensera con conciencia de la inestabilidad y del devenir del mundo vivaz en la historia universal del pensamiento que aporta a Machado argumentos contra el eleatismo de numerosos sistemas filosóficos como el sistema cartesiano. Demócrito y su visión de los átomos y el vacío fascinan a Machado en su amor a la verdad debido a la actitud eminentemente filosófica que supone semejante despertar a lo real. Los sofistas, incluso si debemos matizar nuestra opinión según las doxografías de los antiguos y de Platón en particular, abren perspectivas interesantes de las que se sirve el poeta. Protágoras sienta la base del relativismo escéptico que inspira los diálogos machadianos. La influencia de los pensadores escépticos griegos en la filosofía de Machado es grande, no obstante la enseñanza del imaginario profesor Mairena no es didáctica y no concierne a las teorías expuestas por los discípulos de Pirrón o por Sexto Empírico al que no cita. No hay una vuelta precisa a la filosofía griega en el pensamiento de Machado sino una evocación poética de Haráclito y Demócrito, y una huella casi permanente de Platón y de los pensadores escépticos.

Uno de los grandes temas de la reflexión de Machado es el reconocer la insuficiencia de la lógica y los límites de la razón para alcanzar la verdad. En lo que concierne la lógica, Machado pone en tela de juicio la vieja lógica aristotélica de la que la Humanidad se sirve desde hace siglos « para andar por casa », lógica que como todo sistema filosófico es necesario considerar de forma crítica. Sea como sea ? Machado se entusiasma por esos edificios humanos como la filosofía de Platón, el criticismo de Kant, el intuicionismo de Bergson, la fenomenología hursseliana y la ontología heideggeriana, pero preconiza una posición de desconfianza. El acercamiento a la verdad divina tampoco puede realizarse con la razón sola y Machado propone un pascalismo mezclado de intuicionismo bergsoniano. Según nuestro poeta filósofo no hay nada como la intuición vital y el corazón, al modo de Pascal, para paliar los límites de la razón, alcanzar la verdad y captar lo real.

El pensamiento pético-filosófico de Machado puede definirse de forma ambivalente como un examen crítico fundamentalmente escéptico y una búsqueda de nuevos valores, la exhumación de algunos otros. El escepticismo esencial, « apasionado escepticismo » de Mairena que además aconsejaba una posición escéptica frente al escepticismo, participa como subraya Sánchez-Barbudo de la oscuridad externa del pensador. El escepticismo filosófico, a pesar de la nobleza del modo de vida que propone o implica, padece de no pretender alcanzar la verdad. La circunspección espiritual de Machado frente a las ideologías integristas tiene también cierto parentesco con el fenomenismo de Hume por la anorexia del juicio. Mairena no cree estar en posesión de ninguna verdad que pueda revelar a sus alumnos pero sugiere posibilidades de vida. Enseña la duda poética que debe consister primeramente en dudar de su propia duda y no en una duda metódica similar a la duda cartesiana para la adquisición de certezas absolutas. La verdad en el sentido griego de alezeia, entendia como des-velamiento no puede ser aprehendida. Es la alezeia la que se apodera de nosotros. El decir poético-filosófico de Machado teñido del vitalo-intuicionismo de Bergson es una exégesis de los metafísicos occidentales que aspira a mostrar sus límites con el fin de liberar el pensamiento de los contemporáneos de certezas nocivas. Su escepticismo consciente que a veces parece ser doctrinal, y como constata B. Sesé más cercano del de G. Berkeley que del de Augusto Comte, es un instrumento de verdad : « el escepticismo que, lejos de aspirar, como muchos piensan, a negar todo es al contrario el único medio de defender ciertas cosas, vendrá en nuestra ayuda ».