
Al principio, los bares gais eran lugares excitantes y glamorosos en donde podíamos sentirnos a gusto con nuestra identidad. Es nuestro único espacio, con excepción de las fiestas, para estar con otros como bares se volvieron en un rutina y nos empezamos a aburrir en el os. Ya no existía la misma esperanza de encontrar mucha diversión en el os y de ahí que un traguito fuera la manera de aguantarlos mejor.
Tal vez esta noche vamos a un nuevo bar esperando encontrar algo en realidad nuevo. Pero no, el bar es diferente pero la gente es la misma, nuestra insatisfacción es la misma y la angustia y aburrimiento, el mismo.
Entonces tomamos un trago para sentirnos un poco mejor, menos tensos, menos aburridos. Una vez con el primer trago, no podemos parar. No hay otro camino que continuar porque no hay salida de este bar que no sea por medio de la intoxicación. Aunque nos duela emborracharnos y las cosas que nos pasan cuando estamos tomados, nos vamos acostumbrados a sufrir y a sentirnos víctimas. Esto nos da seguridad y nos excusa por no haber logrado lo que anticipabamos cuando entramos en el bar.
Gradualmente, el licor empieza a substituir la excitación perdida del bar y se torna en la razón praa ir a él. Lo que comenzó como divertido va perdiendo su encanto. ¿Qué pasó con los buenos tiempos en que sentíamos el bar como algo nuevo y agradable? Pues no quedó nada y lo único de excitante que quedó es la bebedera.
Todos los gais y lesbianas nos hemos preguntado alguna vez por qué somos así. Aunque tratemos de escapar de todo el mundo tras las botel as en un bar, no podremos encontrar la paz hasta que nos hayamos dado la respuesta. Existe una gran similitud entre salir del closet como gais y como alcohólicos. Ambos dependen de dejar de engañarnos y a los demás. Llega un momento en que hay que decirlo, ponerle nombre.
¿Por qué yo?
Nosotros vivimos en contra de lo que los demás dice es ser normal. Vivimos opuestos a la sociedad. Esto es doloroso ya que hemos sufrido un exilio social.
A veces duele tanto que negamos laa realidad para protegernos de esa verdad. Pero si no nos aceptamos como tales, viviremos en una pesadil a. El alcohol viene a ser nuestra forma de anestesiar el dolor. Negamos que nos hacemos daño porque aceptar el daño es aceptar que tendremos que enfrentarnos a la sociedad.
No nos debe extrañar el por qué seamos presa fácil de la adicción. Es muy difícil aceptar la represión social y vivir con el a. Todos los gais y lesbianas hemos estado expuestos a esta homofobia que corre la sociedad costarricense. Nunca nos han aceptado como somos, no estamos seguros de quiénes no s quieren de verdad, no sabemos cuándo no va a traicionar. Es un gran dolor vivir con ésto. No lo neguemos más.
No podremos recuperarnos hasta que admitamos que somos alcohólicos y que somos gais y lesbianas alcohólicos. Nadie lo puede hacer por nosotros. Tenemos que romper con el aislamiento saliendo dos veces del closet. Una como gais o lesbianas, otra como dependientes.
Una decisión agonizante
Los gais y lesbianas tenemos ante nosotros una dificilísima decisión. Las drogas y el alcohol son generalmente el centro de conexión con amantes y amigos. Es difícil romper con los bares, que son después de todo, nuestra única institución. Pareciera que dejar el alcohol es una invitación a perder nuestra única actividad social.
También a nuestros amigos ya que, generalmente, el os^ toman en cada reunión (y el os jamás pensarían que son alcohólicos) y sin tomar, no haremos nada con el os.
Los bugas, cuando dejan de tomar es'tan ante una sociedad dispuesta a aceptarlos con los brazos abiertos.
Esto no es lo mismo con los gais. Aunque dejemos de tomar, no encontraremos esta aceptación y este apoyo de la sociedad. En un sociedad homofóbica como la costarricense, no hay más que incomprensión para nosotros.
Entonces, necesitamos un espacio propio donde encontrar gente con los brazos abiertos. No son los grupos corrientes de AA en los que tendremos que cambiar el género de nuestros amantes para no ser til dados de homosexuales, sino en grupo nuestros en que nos podamos quitar la careta.
Los gais, ya discriminados como tales, sufrimos por la posibilidad de ser discriminados también como alcohólicos (de ahí la mayor negación). Eso nos atemoriza porque es demasiado rechazo, es estar demasiado en la marginalidad.
Pero hay una alternativa. Es la aceptación de nosotros mismos. Si aceptamos que somos alcohólicos, encontraremos que no tenemos por qué serlo. Tampoco tenemos que vivir negando la realidad.
Existe vida después de alcoholismo. ¿Recuerda lo difícil que fue aceptar en un principio la homosexualidad y cómo las coasa no resultaron como las temías? Pues lo mismo sucede con la dependencia. Podemos eliminarla de nuestras vidas y podemos vivir plenamente. Pero antes, hay que empezar aceptándolo: Somos Alcohólicos.
En realidad, hay mucha vida después del alcoholismo. Más ahora a que tenemos un grupo de AA para nosotros mismos. Cuando empiezas a asistir a las reuniones (todos los sábados a las 7:30 p.m. en el 2828, 95 mts sur de la Prensa Libre, casa 486), te das cuenta de la fuerza que existe en la comunidad gay y el sentimiento de haber encontrado otra vida social, otros amigos.
Después de todo, nunca te sentiste bien tomando en los bares. Nunca valió la pena intoxicarse y tampoco vale la pena para los demás que lo hacen. Si te pones a pensar honestamente, ¿cuán a gusto estuviste tomando en los bares y cuán a gusto estaban lo demás? No le hagas caso a la voz que te dice que no hay vida sin tragos y que no aguantarías vivir como sobrio (a).
Nosotros los alcohólicos nos decimos que sin el trago, moriríamos y que no podríamos vivir sin él. Pero no es así.
Pertenecemos a la comunidad gay y a la de alcohólicos anónimos gais y lésbicos. No tenemos que seguir creyendo que estamos solos en el mundo y que nadie nos entiende.
Aunque en nuestros hogares nos hayamos sentido como bichos raros, ésto no tiene por qué continuar.
Cuando decidas dar ese paso entenderás lo que significa la fuerza del grupo. Ni te lo cuento porque vos tenés que averiguarlo por vos mismo(a).