Relacion Historial de las Misiones de Indios Chiquitos que en el Paraguay Tienen los Padres de la Compañía de Jesús by Padre Juan Patricio Fernández - HTML preview

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Dispuestas así las cosas de aquella cristiandad, pasó á Tarija, donde elnuevo Provincial ordenó que el P. Juan Bautista de Zea le sucediese enel oficio de Superior, y él se quedase en la Presentación, y los PP.Diego Zenteno y Francisco Hervás pasasen á los Chiquitos.

Cuánto trabajaron y sudaron estos varones Apostólicos en fundar,conservar y acrecentar aquesta nueva iglesia, lo diremos en otro lugardifusamente. V.I–92

CAPÍTULO V

Los Mamalucos intentan la destrucción de estos pueblos;pero sus intentos salieron frustrados.

Mientras de esta cristiandad navegaban viento en popa, aumentándose cadadía más el número de los convertidos á nuestra santa fe, y si bien eldemonio veía se le frustraban sus diabólicas trazas, no perdía el ánimo;antes bien, procuró con todo el esfuerzo posible cortar de un golpe lafelicidad presente y las esperanzas futuras, atizando ó instigando á losMamalucos del Brasil para que viniesen á quitar las vidas á los neófitosy destruir el país á sangre y fuego; y le hubiera salido como esperaba,si Dios, á quien tocaba defender á sus fieles de aquel infortunio, nohubiera frustrado sus designios, disponiendo recayesen sobre la cabezade sus aliados los que había maquinado para total ruina de loscristianos. V.I–93

Habían dichos Mamalucos entrado en aquella provincia los años pasadospara hacer sus robos acostumbrados, y asaltando de improviso algunasRancherías de Chiquitos, hacer á muchos esclavos.

Cobraron con este lance ánimos y atrevimiento para dar en tierra de losPenoquís, con esperanza de lograr en ellos un rico botín. Presintieronéstos la venida de los enemigos, y viéndose sin fuerzas ni armas parasalirles a encuentro y hacerles resistencia en campaña abierta,determinaron repararse con la industria, ya que no podían defenderse conlas armas.

En orden á esto hicieron que se escondiesen algunos junto al caminoestrecho de una selva por donde habían de pasar los enemigos, y aquíescondidos esperaron hasta que entraron ya por esta senda estrecha,contra quienes luego que fueron descubiertos por entre los árboles,jugaron á su salvo sus flechas envenenadas con ponzoña tan activa, quede recibir la herida á caerse muertos era muy poco lo que pasaba.

Los que quedaron con vida exploraron por todas partes de dónde veníaaquella tempestad, y después de algún tiempo cayeron en el engaño; perono pudiendo por entonces vengar de V.I–94 otra manera aquella injuria ni lamuerte de los compañeros, que con guardar en sus pechos la venganza paraotra ocasión, mal de su grado, hubieron de volver atrás.

Por tanto, á principios del año siguiente se embarcó un cuerpo de ellosen el río Paraguay, y entrados en la laguna Mamoré aportaron ydesembarcaron en el puerto de los Itatines. De aquí prosiguieron suderrota por entre Oriente y Mediodía; y atravesando unas veces selvasmuy espesas, otras subiendo montañas muy fragosas (cuánto puede lacodicia), llegando á las Rancherías de los Taus, y hecha de ellos buenapresa, pasaron á ejecutar su venganza en los Penoquíes, que de muyconfiados se perdieron, porque aunque de Ranchería en Ranchería secorrió la voz hasta el pueblo de San Francisco Xavier de que venía elenemigo, ellos no dieron paso para prevenir alguna defensa, ó á lo menospara retirarse y guarecerse en aquella Reducción; y porque pudiendo noquisieron, después, cuando quisieron, no pudieron escapar las vidas,porque aquellos malvados, caminando con industria por librarse de susenvenenadas saetas, dieron sobre ellos de improviso.

No obstante esto, tuvieron ánimo los Penoquíes para exponerse á ladefensa lo mejor que V.I–95 pudieron y resistir el primer encuentro; pero losenemigos, astutos y sagaces, los detuvieron un tanto fingiendo sedisponían á pelear, pero era sólo para hacer tiempo á que los compañerosde la retaguardia se hiciesen dueños de la tierra por otro lado ycogiesen la chusma de las mujeres y niños.

Advirtieron los indios esto cuando ya los enemigos habían logrado suintento, y viéndose burlados con la pérdida de prendas tan amadas, porcuya defensa habían tomado las armas, se desanimaron totalmente, con quevueltas las espaldas como mejor pudieron, se retiraran á los bosques sinresistencia de los vencedores, que juzgaban que el amor á su sangre lostraería esclavos voluntarios, como de hecho sucedió; por cuyo motivo losvencedores no los pusieron en prisiones sino que los trataron conafabilidad y cortesía, y vistieron á los caciques de trajes y aderezosvistosos, prometiéndoles mil dichas y felicidades en San Pablo y de estamanera engañarlos y tomarlos por guía para otras tierras y para llegar ála Reducción de San Francisco Xavier, que ya se había mudado,transportándola á la otra banda del río San Miguel.

Llegó la noticia de esta desgracia hasta los pueblos de los Chiriguanásde que fué inexpli V.I–96 cable la aflicción que tuvo el P. Arce, viendo quelos enemigos como un torbellino salido del abismo, arrasaban aquel suParaíso, que tanto le había costado el plantarle y al punto fué desaladoá repararle y defender la vida de sus neófitos.

A este fin, no sin grande riesgo suyo, quiso registrar el país paraobservar más de cerca los pasos del enemigo; y pasando por lasRancherías de los Boxos, Tabiquas y Taus, fué recibido de ellos conmucho agrado.

Aquí los que se habían escapado le noticiaron de los designios de losMamalucos, y tomando ocasión de la tempestad que les amenazaba, lespersuadió se juntasen en un cuerpo y fundasen un Reducción en sitioventajoso para defenderse de las correrías de aquellas fieras infernalesy lo que antes no había podido recabar con ruegos, poniéndoles pormotivo su eterna salvación, lo obtuvo ahora el deseo de salvar susvidas.

Juntáronse, pues, todos en una llanura que baña el río Jacopó, en quepoco antes se había dado principio á la Reducción de San Rafael, bienacomodada para defenderse por causa de una espesísima selva, en quetenían puestas todas sus esperanzas, y retiradas allí sus pocasalhajuelas, no se atrevieron á menearse de aquel puesto hasta que seserenó aquella borrasca, con V.I–97 que el Apostólico Padre, que se detuvoallí algunos días á fin de penetrar los designios del enemigo, tuvoocasión cómoda para bautizar á los niños é instruir en los misterios denuestra santa fe á los grandes, á quienes el temor de la esclavitud delos Mamalucos hizo abrir los ojos para que saliesen de la del demonio;pero el Padre, advertido, no quiso bautizarlos por entonces, reservandopara mejor ocasión satisfacer sus deseos; y animándolos á laperseverancia, dió la vuelta á la Reducción de San Francisco Xavier; yde aquí, con toda presteza, pasó á Santa Cruz de la Sierra, para darcuenta al Gobernador de los movimientos del enemigo, y juntatamente áanimar á la gente de armas á salir en campaña á pelear con él y ponerleen fuga, en que no tuvo mucho que hacer para mover la piedad tan innatade los españoles que en todas partes resplandece igualmente que el valorhaciéndoles que tomasen por suyas las ofensas de los indios Chiquitos ydefendiesen con su propia sangre aquella nueva iglesia, principalmenteque se podía con razón temer que el orgullo de los Mamalucos osasetambién invadir la ciudad si ellos no le saliesen al encuentro paraatajarle ó cortarle los pasos.

Alistáronse, pues, en pocas horas ciento y treinta soldados bienpertrechados de armas y V.I–98 municiones y lo principal de valor, y porque eltiempo no daba mucho lugar, marcharon á largas jornadas hacia el pueblode San Francisco Xavier, donde recogiendo cerca de trescientos indiosmuy diestros en jugar el arco y flecha, fueron en busca de los enemigosá las tierras de los Penoquís creyendo que allí los hallaríanacuartelados, cuando por medio de los espías supieron que habían entradoen el pueblo de San Francisco Xavier, que ellos habían desamparado yabandonado poco antes, en donde como los Mamalucos no hubiesen halladonada que robar se disponían para ir á sorprender la ciudad de SantaCruz.

Con esta nueva fué inexplicable la alegría que mostraron los españolesesperando en su valor poder dar su merecido á aquellos infames, lo cualdebía de temer ó pronosticárselo su corazón presagioso al capitán de losenemigos, pues vistas en San Francisco Xavier tantas pisadas decaballos, sospechó que estaban prevenidos los españoles y queríavolverse atrás, lo cual hubiera ejecutado á no haberle dicho algunosindios del país que poco antes había pasado por allí el ganado de laReducción de San Francisco Xavier.

Enderezó, pues, su marcha nuestro ejército hacia donde estaban acampadoslos enemigos, V.I–99 y al entrar la noche llegaron cerca de donde estaban ydeterminaron aguardar á la mañana del día siguiente, que era el delglorioso mártir español San Lorenzo, principal abogado y patrón deaquella provincia, para presentarles la batalla.

Con esto los soldados tuvieron algún tiempo para reposar, y como no secreía que la batalla había de ser muy sangrienta de ambas partes porhaberse de pelear con gente tan diestra en manejar las armas, quisieronlos más ajustar con Dios las partidas de su conciencia, para lo cual lesoyeron de confesión seis Padres que á este fin habían venido de allí.

En esto se gastó buena parte de la noche, y habiendo tomado un poco desueño, al despuntar el alba se tocó á marcha, mandando los oficiales quepuestos en orden los soldados, y con el fusil en punto, avanzasen ávista de los enemigos y si no rindiesen las armas, los atacasen.

Pero Dios Nuestro Señor que había tomado á su cuenta el castigo de lasmaldades de aquellos malvados, quiso que pagasen ahora la pena, ysingularmente los capitanes, que aquí quedaron muertos, pagandojuntamente de una vez todas las deudas de las iniquidades que habíancometido en la destrucción de los pueblos de Villarica del EspírituSanto en la gobernación V.I–100 del Paraguay, disponiendo fuese la victoria, noá costa de mucha sangre de ambas partes como se pensaba, sino á costa delos nuestros y á mucha de los enemigos; porque mientras un indiointimaba el orden á los enemigos, adelantándose ciertos soldados pararecibir las armas de los capitanes, un criado de éstos les detuvodisparándoles un fusilazo, matando á uno de ellos.

No pudo sufrir esto Andrés Florián, valerosísimo caballero español, yrespondió luego con otro tiro semejante, de que derribó en tierra áAntonio Ferraez de Araujo, y sacando su puñal arremetió á Manuel Frías yle mató á puñaladas, quedando al primer paso muertos los dos capitanesenemigos. Quedando con esto los Mamalucos sin caudillos, sin gobierno ysin alientos, se turbaron del todo, y tirando sus armas se arrojaron alrío que les recibió, no para librarles como esperaban, sino parasepultarles en sus corrientes, de que ya cansados, por más esfuerzos quehicieron, no pudieron librarse.

Viendo los españoles y nuestros neófitos que Dios manifiestamente estabade su parte, fueron con grande ánimo en su alcance, y con una tempestadde saetas y mosquetazos que les dispararon, hicieron en ellos sangrientoestrago. También nuestros Misioneros quisieron entrarV.I–101 á la parte dehecho tan estupendo, asistiendo con el Crucifijo en las manos, y sinhacer caso de la vida iban delante con sus armas espirituales, no sóloen ayuda de los vencedores, sino también de los vencidos, á quienesprocuraban ayudar.

De los enemigos sólo seis escaparon con vida, de los cuales tres,malamente heridos, quedaron prisioneros. Nuestros heridos no fueronmuchos, y los muertos ocho solamente, dos indios y seis españoles.

Fué increíble la fiesta y regocijo de los españoles y de nuestros indiospor tan señalada victoria obtenida tan á poca costa; y fué sentimientocomún que Dios había peleado con ellos contra sus enemigos en defensa desu honra y de aquella nueva cristiandad.

Por lo cual los soldados dieroná S. M. solemnemente las gracias al uso militar, con repetidos tiros defusil y mosquetes, y los indios con torneos y juegos á su usanza,concluyeron la alegría de aquel día.

Pero no fué cumplido el contento, porque mientras se trataba deexterminar lo restante de los enemigos que habían quedado en las tierrasde los Penoquís en guardia de la presa que montaban más de milquinientas almas y de limpiar totalmente el país, nacieron, no sé de V.I–102 qué origen, algunas disensiones entre los cabos, con que se tuvo pormejor consejo levantar el campo y volver á la ciudad de San Lorenzo, dedonde saliéronlos á recibir el gobernador, alcaldes y regidores con todala ciudad; fueron recibidos con festivos repiques de las campanas detodas las iglesias y con muchos tiros de artillería que disparó elcastillo, y por muchos días se celebró con gran magnificencia aquellapoco menos que milagrosa victoria.

Los tres Mamalucos que escaparon, caminaron con la presteza posiblesiguiendo su fuga y llevaron tan infausta nueva á sus compañeros,quienes habiendo entendido contra toda su esperanza la últimadestrucción de los suyos, quedaron yertos de miedo, y como si ya viesencerca de sí á los vencedores, se retiraron á toda prisa, llevándose losmás esclavos que pudieron, y embarcados en el río Paraguay navegaron áboga y remo camino de San Pablo, cuando encontrándose con una compañíade sus mismos paisanos que iban al mismo fin de apresar piezas (como acállamamos) ó indios, les contaron el suceso referido; pero los que veníande San Pablo, oída la causa de aquella vuelta tan desacostumbrada quedaban á su tierra tan perdidos de ánimo, los empezaron á burlar de quepor tales encuentros se desani V.I–103 masen tanto; con que ya de vergüenza, yacon esperanza de rehacerse de la pérdida pasada, mudaron de parecer y seaunaron con ellos, y todos juntos dieron sobre algunas Rancherías deindios, de los cuales fueron rechazados con braveza y valor; por locual, mal de su grado, con las manos poco menos que vacías, se vieronprecisados á volverse á San Pablo.

Mientras éstos atravesaban la laguna Mamoré, ciertos Guarayos que porgran tiempo habían militado á su sueldo, abiertos los ojos y volviendosobre sí mismos para ponderar el poco bien y mucho mal que se les hacía,y que al fin no podían esperar de aquel azaroso oficio más que unamuerte desgraciada por término de una vida infeliz, resolvieron desertary buscar lugar donde vivir con seguridad y reposo, y valiéndose de laobscuridad de la noche se retiraron hacia Poniente á una campaña, dosjornadas más adelante de aquel lago, y por hallarse sin mujeres hicieronlas amistades con los Curacanes, sus confinantes por el lado delSeptentrión. Estos, pues, no mucho después, deseando salir de lagentilidad y hacerse cristianos, se vinieron á vivir y hacer sus casasen nuestra Reducción de San Juan Bautista.

De mucho provecho fué esta victoria, porque después acá no se hanarriesgado más los V.I–104 Mamalucos á poner el pie en los contornos deaquellas Reducciones, y solamente en el año 1718

plantaron un fuerte enlas riberas del río Paragua, ochenta leguas distante del pueblo de SanRafael, con que se espera que convertidas en breve con el favor de Dioscincuenta ó sesenta mil almas, como nos prometen las esperanzas, se lesimpedirá también el hacer corso por aquel río, porque los neófitos porsingular privilegio de nuestros católicos reyes, pueden usar armas defuego con que fácilmente podrán quebrantar el orgullo de estoscorsarios, como sucedió en las misiones de Guaranís, á quienes nocesaron de molestar hasta que aquellos pueblos dieron una grande rota ácinco mil Mamalucos que habían pasado al último exterminio de aquellacristiandad. V.I–105

CAPÍTULO VI

Con los sucesos pasados se entibia algo la santa fe:muere el P.

Antonio Fideli y se habla largamente delos trabajos de los Misioneros.

Aunque la fortuna de esta tempestad no deshizo esta nueva cristiandad,no obstante, la conmovió no levemente y cortó al mejor tiempo el cursopróspero de nuevos aumentos, porque agostó las floridas esperanzas deacrecentar con buen número de almas la Reducción de San FranciscoXavier, y aun de fundar otras en los Penoquís, Xamarós y Quicmes, queestaban bien dispuestos para alistarse en el número de los fieles; antesbien de este accidente provino la destrucción de las dos Reducciones deChiriguanás, aunque tan distantes y remotas del peligro.

No habló al aire aquel sabio caballero don Agustín de Arce, cuando dijose perdía inútilV.I–106 mente el tiempo y el trabajo con aquella gente, y ahoralo tocaron con las manos los Misioneros, á los cuales amaban aquellosbárbaros solo por lo que sacaban de su pobreza.

Por más que hacían los Padres no querían acudir á los Divinos Oficios nioir la doctrina cristiana, que al entrar la noche se explicaba, ni aunquisieron darles un muchacho que les ayudase en las haciendas de casa ysirviese en la iglesia y cultivase un pequeño huertecillo.

Con todo eso perseveraban los Misioneros sufriendo grandes incomodidadesy trabajos que les hacía fáciles de tolerar la esperanza de coger algúnfruto de paciencia, hasta que enfadados los bárbaros de tantos sermonesy pláticas que les hacían se determinaron echarles del país con pretextode que eran enviados por los Mamalucos para juntarlos y entregarlos átodos en sus manos como lo habían (según decían ellos) hecho con losChiquitos, bien que había entre ellos muchos que de esta mentira erantestigos de vista por haber ido sirviendo á los españoles en la guerrareferida.

Divulgóse esta voz por el pueblo, y fuese por malicia de ellos ó porardid diabólico del demonio, que perdía mucho en la conversión deaquellos bárbaros, comenzó la chusma á hacer muchos maltratamientos alvenerable P. Lucas V.I–107 Caballero y al P. Felipe Suárez, antes que condetestable atrevimiento pusiesen fuego á la iglesia, de donde por esteinsulto se vieron obligados á salir y pasarse á un rancho ó choza pocodistante; pero ni aun aquí pudieron parar, porque los bárbaros lesbuscaron por todas partes armados con sus arcos y macanas, y hubiéranloshecho pedazos si no hubiera sido porque esperaban á sus caciques queestaban no muy lejos de allí.

Viendo los nuestros que las cosas estaban de tan mal semblante,resolvieron en la oscuridad de la noche retirarse hacia Santa Cruz de laSierra y de aquí pasar á Pari, donde se había mudado la Reducción de SanFrancisco Xavier.

Llegada la noticia de este suceso al P. Superior Joseph Pablo deCastañeda, sospechó prudentemente que lo mismo ó peor sucedería á laReducción de San Ignacio, y así ordenó á los Padres que allí residían,se retirasen procurando escapar de las garras de aquellas fieras lomejor que pudiesen, encaminándose á los Chiquitos, donde Dios NuestroSeñor quiso consolar á sus siervos con mejor logro de sus fatigas ysudores.

Por causa de las revoluciones pasadas y por lo que en adelante se podíatemer, se mudó la V.I–108 Reducción de San Francisco Xavier desde el río de SanMiguel á una llanura llamada Pari, ocho leguas distante de Santa Cruz dela Sierra, donde también se repararon algunos Piñocas y Xamarós queescaparon de las manos de los Mamalucos, con que se fabricó unaReducción bien numerosa.

Pero no obstante esta mudanza que ahora hicieron, se vieron precisados áretirarse de las cercanías de aquella ciudad por causa del gradísimodaño que suele causar á los recién convertidos á nuestra santa fe el malejemplo de los cristianos viejos que han nacido y vivido en ella, loscuales hacen abominable nuestra ley santa con sus escandalososprocederes; y si la profesan con las palabras la niegan con las obras,viviendo más con la libertad de infieles, que arreglados á losdictámenes cristianos de nuestra religión santísima.

Llegábase á esto el vil interés de tal cual, que degenerando de lainnata piedad de sus mayores, no hacía escrúpulo de apresar ya á este,ya al otro de aquellos pobres indios cristianos y reducirlos á miserableesclavitud.

Por estos motivos, pues, hubieron los nuestros de trasplantar aquellastiernas plantas á lugar más retirado, encomendando este negocio alcuidado del venerable P. Lucas Caballero; y V.I–109

aunque en tales mudanzasperecieron muchos por las incomodidades y enfermedades que lessobrevinieron, de que participaron también nuestros misioneros, noobstante, poco después volvió la Reducción á su antiguo esplendor,porque vinieron luego otros infieles que se incorporaron en ella.

La segunda Reducción que se fabricó fué la de San Rafael, distante de laotra diez y ocho días de camino hacia el Oriente, escogiendo y señalandoel sitio para ella los PP. Juan Bautista de Zea y Francisco Hervás, áfines de Diciembre del año de 1696 y trayendo á ella algunos Tabicas yTaus y otros que habían ya prometido al P. Arce que abrazarían nuestrasanta ley, llegaban á mil las almas, aunque la peste que hubo luego sellevó gran parte de ellos; con que á instancia de los mismos indios sevolvió esta Reducción á su antiguo sitio, que era muy á propósito parael intento de los nuestros, que deseaban establecer el comercio de estasReducciones con las de los Guaranís por el río Paraguay.

Fundaron, pues, sus casas y se poblaron á las orillas del río Guabys,que se cree desemboca en el río Paraguay.

La tercera Reducción se puso debajo del patrocinio del señor San Joseph,á instancias del piadosísimo señor marqués de Toxo, D. Juan V.I–110 JosephCampero, insigne bienhechor de esta cristiandad, y se fabricó sobre unmonte, por cuya falda corre un riachuelo que fecunda un gran espacio detierra llana; fundáronla los Padres Felipe Suárez y Dionisio de Avila,que por gran tiempo fueron inseparables compañeros en sus trabajos ysudores, no teniendo muchas veces con qué acallar el hambre y reparar elcuerpo en tantas y tan largas fatigas; y así, para que oprimidos de lasincomodidades no diesen con la carga en tierra, les vino no muchodespués á ayudar el P. Antonio Fideli. Pero les duró poco tiempo esteconsuelo, porque en breve quedó postrado de tan insufribles trabajos;pues por más remedios que según la pobreza de aquellas tierras se leprocuraron aplicar, nunca se pudo recobrar.

Dicho P. Fideli, como era recién venido de Europa, y hallando campo tangrande á su celo, no paraba de día ni de noche en domesticar aquellossalvajes; y mientras sus compañeros iban en busca de gentiles, él seocupaba en limpiar á aquellos nuevos cristianos de los resabios de suvida brutal, con que se podía quizás manchar la pureza de su fe y lainocencia de nuestra religión cristiana; era su tarea cuotidiana juntarde día á los niños toda la mañana, y al entrar la noche á los adultos;para hablarV.I–

111 les de las cosas que debían creer y obrar; acudir á todostiempos á sus necesidades sin negarse á nada; cuidar de las almas y delos cuerpos de los enfermos, velándolos de día y de noche y dándolessepultura después de muertos; y en tantos trabajos no tenía otra cosacon qué mantener sus fuerzas para llevar tan gran peso, que un poco depan muy desabrido que allí se hace de unas raíces que llaman mandioca,la cual, hecha harina, se amasa y hace un pan bien malo, el cual solíaacompañar con un pedazo de carne de algún animal del monte, asada, comola comen los indios, dura y desabrida, y por gran regalo alguna frutasilvestre.

Pero en medio de tan mal tratamiento, nunca daba treguas al trabajo, yesto con tal alegría de su espíritu, como si el cuerpo se mantuviese conel pasto espiritual del alma, hasta que postrada totalmente lanaturaleza, no pudo volver en sí, por más medicamentos que según laposibilidad del país le procuraron aplicar sus compañeros, que le amabantiernamente; con que no bien cumplidos dos años en estas Misiones, pasóal eterno descanso para recibir el galardón de sus apostólicas fatigas,en el mismo pueblo de San Joseph, el día 1.º de Marzo de 1702.

Pero lo que no pudo hacer en la tierra en V.I–112 provecho de aquella nuevacristiandad, lo hizo bien presto y más eficazmente con sus oracionesdesde el cielo, porque aquellos neófitos dejaron luego la embriaguez yotros vicios que trae consigo esta bestial costumbre, cosa que hastaentonces había costado mucho trabajo sin fruto. Sintieron los indiosinconsolablemente la pérdida de su amantísimo Misionero á quien ellosllamaban Padre cariñosísimo de su alma.

Fué el P. Fideli natural de Ciudad de Regio, en Calabria, hijo de padresde la primera nobleza de ella, bien que por su humildad y desprecio delmundo jamás dió la menor noticia de su calidad.

Los primeros años de su juventud los pasó aprendiendo buenas letras enel Seminario de San Francisco Xavier de Nápoles, donde le enviaron áestudiar sus padres.

Aquí, en la flor de su edad, le llamó Dios á la Compañía, donde luegoque entró en ella se dió de veras al estudio de la virtud en que salióaventajado, y se mantuvo con vida ejemplar en la larga carrera de susestudios, con igual aprobación, así de los Superiores como de loscompañeros, de los cuales era á un mismo tiempo amado por la dulzura desu trato afable y caritativo y venerado por la solidez de sus virtudessiempre igual á sí mismo, y manteniendo unV.I–113 tenor de alegríainalterable, afabilísimo con todos, y liberal y pronto á servir á sushermanos aun en las cosas más difíciles.

Parecióle poco lo que obraba en bien de las almas y servicio de Dios ensu provincia de Nápoles, por cuya causa pidió con instancia de nuestroPadre general, le concediese licencia de pasar á Indias, y conociendo sufervor, le dió su paternidad grata licencia, asignándole para que pasaseá esta provincia en la Misión que conducía á ella su procurador general,P. Ignacio Frías.

Despacháronle, pues, á Cádiz el año 1696 para embarcarse á estaprovincia; pero por no haber oportunidad de embarcación le fué precisoesperar dos años en Sevilla, donde en la casa profesa dió muestra de suespíritu con singular edificación de los nuestros, trabajando de día yde noche en los ministerios propios de la Compañía.

Su tarea casi cotidiana era gastar siete y ocho horas en oirconfesiones, porque acudían todo género de personas nobles y plebeyas,que le amaban como padre y veneraban como santo, y él les correspondíacon afecto de fina caridad.

Ocupado en estos ejercicios, se llegó el tiempo de embarcarse, y pasandode Sevilla á Cádiz, V.I–114 se dió á la vela para Buenos Aires el año de 1698en compañía de otros cuarenta y cinco Jesuitas repartidos en tres naves,con viaje se puede decir afortunado; porque después de grandesinfortunios que padecieron en veintidós meses de navegación, plugo áDios Nuestro Señor traerlos salvos al puerto de Buenos Aires.

Hubo varias causas de esta larga tardanza, y la principal fué elapartarse y dividirse las naves pocos días después de la partida deCádiz, y perderse de vista la una de la otra, que encontrandorapidísimas

corrientes

que

la

desviaban,

furiosísimos vientos que lamaltrataban, disformes tempestades que la echaron á las costas deGuineos, se vió precisada la almiranta, en que le cupo venir á nuestroP. Antonio, á aferrar en la isla de Santiago, una de las islasHespérides, que llamamos ahora Cabo Verde.

Aquí fueron recibidos de los religiosísimos Padres de la venerable Ordende San Francisco que quisieron hospedarlos en su convento para que nosintiesen algún maligno efecto de aquel clima, sumamente nocivo á losforasteros, causa porque llaman á este

promontorio

sepulcro

de

loseuropeos,

como

lo

experimentaron los demás pasajeros, de quienes lamayor parte cayeron enfermos, y más de ciento perdieron allí la vida ylas esperanzas de enri V.I–115 quecer que los conducía á las Indias.

Pero delos nuestros ninguno murió por la grande caridad que con ellos usaronlos religiosos, que con indecible amor cuidaban de su salud,advirtiéndoles lo que debían hacer y de lo que se debían guardar paraconservarla.

En el tiempo que aquí se detuvieron, el Superior de los nuestros P.Jose