Ratón Pérez by Luis Coloma - HTML preview

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Ratón Pérez

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CUENTO INFANTIL

Por el P. LUIS COLOMA. S. J..

de la Real Academia Española.

Dibujos de M. Pedrero.

MADRID

Administración de RAZÓN Y FE

Plaza de Santo Domingo, 14, bajo.

1911

MADRID.—Est. Tip. «Sucesores de Rivadeneyra».

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Á

SU

ALTEZA

REAL

EL

SERENISIMO

SEÑOR

PRÍNCIPE

DE

ASTURIAS,

DON ALFONSO DE BORBÓN Y BATTENBERG.

Señor:

Hace cerca de veinte años que escribíestas páginas para S. M. elRey D. Alfonso XIII, vuestro augustopadre. Permitidme, Señor, que,al reimprimirlas hoy, las dediqueá V. A., deseoso de que arraigue envuestra alma, tan honda y fructuosamentecomo arraigó en vuestropadre, la sencilla y sublime idea dela verdadera fraternidad humana.

Que Dios bendiga á V. A. comode todo corazón lo pide diariamente,su affmo. en Cristo,

Luis Coloma, S. J.

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Sembrad en los niñosla idea, aunque no la entiendan:los años se encargaránde descifrarlaen su entendimiento yhacerla florecer en sucorazón.

ntre la muertedel rey que rabióy el advenimientoal tronode la reina Mari-Castañaexiste un largo y obscuroperíodo en las crónicas,de que quedan pocas memorias.Consta, sin embargo,que floreció en aquella épocaun rey Buby I, grande amigode los niños pobres y protectordecidido de los ratones.

Fundó una fábrica de muñecosy caballos de cartón para los primeros,y sábese de cierto, que de estafábrica procedían los tres caballitos cuatralbos,que regaló el rey D.

Bermudo el Diácono á los niños de Hissén I, despuésde la batalla de Bureva.

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Consta también que el rey Buby prohibióseveramente el uso de ratonerasy dictó muy discretas leyes para encerraren los límites de la defensa propialos instintos cazadores de los gatos: locual resulta probado, por los graves disturbiosque hubo entre la reina doñaGoto ó Gotona, viuda deD. Sancho Ordóñez, rey deGalicia, y la Merindad deRibas de Sil, á causa de habersequerido aplicar enésta las leyes del rey Bubyal gato del Monasterio dePombeyro, donde aquellaReina vivía retirada.

El caso fué grave y susmemorias muy duraderas,por más que unosautores digan que elgato en cuestión sellamaba Russaf Mateo,y otros le llamensimplementeMinini. De todos modosel hecho resulta probado, aunquenada diga sobre ello Vaseo, ni tampocolo mencione el Cronicón Iriense, y elbueno de D. Lucas de Tuy haga comoque se olvida del caso, quizá, quizá, porrazones de conveniencia.

Consta también que el rey Buby comenzóá reinar á los seis años bajo latutela de su madre, señora muy prudentey cristiana, que guiaba sus pasosy velaba á su lado, como hace con todoslos niños buenos el ángel de su guarda.

Era entonces el rey Buby un verdaderoencanto, y cuando en los días degala le ponían su corona de oro y sureal manto bordado, no era el oro de sucorona más brillante que el de sus cabellos,ni más suaves los armiños de sumanto que la piel de sus mejillas y susmanos. Parecía un muñequito de Sévres,que en vez de colocarlo sobre la chimenea,lo hubieran puesto sentadito en eltrono.

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Pues sucedió, que comiendo un día elRey unas sopitas, se le comenzó á menearun diente. Alarmóse la corte entera,y llegaron, uno en pos de otro, losmédicos de Cámara. El caso era grave,pues todo indicaba que había llegadopara S. M. la hora de mudar losdientes.

Reunióse en consulta toda la Facultad;telegrafióse á Charcot, por si venía complicaciónnerviosa, y decretóse al cabosacar á S. M. el diente. Los médicos quisieroncloroformizarle, y el Presidentedel Consejo sostuvo porfiadamente estaopinión, por ser él tan impresionable,que nunca dejaba de hacerlo cada vezque se cortaba el pelo.

Pero el rey Buby era animoso y valiente,y empeñóse en arrostrar el peligrocara á cara. Quiso, sin embargo,confesarse antes, porque faena hechano ocupa lugar, y después de todo, lomismo puede escaparse el alma por laherida de una lanza, que por la mellade un diente.

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Atáronle, pues, al suyo una hebra deseda encarnada, y el médico más ancianocomenzó á tirar con tanto pulso y acierto,que á la mitaddel empujehizo el Rey unpucherito, y saltóel diente tanblanco, tan limpioy tan preciosocomo una perlita sin engaste.

Recogiólo en un azafate de oro el gentilhombreGrande de guardia, y fué ápresentarlo á S. M. la Reina. Convocóésta al punto el Consejo de Ministros, ydividiéronse las opiniones.

Querían unos engarzar en oro el dientecitoy guardarloen el tesorode laCorona; yproponíanotros colocarloen elcentro deuna ricajoya, y regalarloá la imagende la Virgen,

patronadel

Reino.Pareceres

ambosen

que

descubríanaquellos

ministroscortesanos,másbien el deseode halagarála madre,que el deservir á laReina.

Mas estaSeñora,que como mujerlista no fiaba deaduladores y eramuy prudente yamiga de la tradición,resolvió queel rey Buby escribiese á Ratón Pérezuna atenta carta, y pusiese aquella mismanoche el diente debajo de su almohada,como ha sido y es uso comúny constante de todos los niños, desdeque el mundo es mundo, sin que

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hayamemoria de que nunca dejase RatónPérez de venir á recoger el dientey á dejar en cambio un espléndidoregalo.

Así lo hizo ya el justo Abel en sutiempo, y hasta el grandísimo pícaro deCaín puso su primer diente, amarillo yapestoso como uno de ajo, escondidoentre la piel de perro negro que leservía de cabecera. De Adán y Evano se sabe nada: lo cual á nadie extraña,porque como nacieron grandecitos,claro está que no mudaron losdientes.

Apuradillo se vió el rey Buby paraescribir la carta; pero consiguiólo alcabo, y no sin grande suerte, pues tansólo llegó á mancharse de tinta los cincodedos de cada mano, la punta de la nariz,la oreja izquierda, un poco del borceguíderecho y todo el babero de encajesdesde arriba hasta abajo.

*

* *

Acostóse aquella noche más tempranoque de costumbre, y mandó que dejasenencendidos en la alcoba todos los candelabrosy arañas.Puso con muchoprimor debajo dela almohada lacarta con el diente dentro, y sentóseencima dispuesto á esperar á RatónPérez, aunque fuese necesario velarhasta el alba.

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Ratón Pérez tardaba, y el Reyecito seentretuvo en pensar el discurso que habíade pronunciarle. Á poco abría Bubymucho los ojitos, luchando contra elsueño que se los cerraba: cerróselos alfin del todo, y el cuerpecillo resbalóbuscando el calor de las mantas, y lacabecita quedó sobre la almohada, escondidatras un brazo, como escondenlos pajaritos la suya debajo del ala.

De pronto, sintió una cosa suave quele rozaba la frente. Incorporóse de unbrinco, sobresaltado, y vió delante de sí,de pie sobre la almohada, un ratón muypequeño, con sombrero de paja, lentesde oro, zapatos de lienzo crudo y unacartera roja, terciada á la espalda.

Miróle el rey Buby muy espantado, yRatón Pérez, al verle despierto, quitóseel sombrero hasta los pies, inclinó la cabezasegún el ceremonial de corte, y enesta actitud reverente esperó á que SuMajestad hablase.

Pero S. M. no dijo nada, porque eldiscurso se le olvidó de pronto, y despuésde pensarlo mucho, tan sólo acertóá decir algún tanto azorado:

—Buenas noches...

Á lo cualrespondióRatón Pérezprofundamenteconmovido:

—Diosse las déá V. M. muy buenas.

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Y con estas cortesesrazones, quedaronBuby yRatón Pérez los mejoresamigos del mundo.Conocíase á la leguaque era éste un ratón muy de mundo,acostumbrado á pisar alfombras y altrato social de personas distinguidas.

Su conversación era variada é instructivay su erudición pasmosa. Había viajadopor todas las cañerías y sótanos dela corte, y anidado en todos los archivosy bibliotecas: sólo en la Real AcademiaEspañola se comió en menos de una semanatres manuscritos inéditos que habíadepositado allí cierto autor ilustre.

Habló también de su familia, que noera muy numerosa: dos hijas, ya casaderas,Adelaida y Elvira, y un hijo adolescente,Adolfo, que seguía la carreradiplomática, en el cajón mismo en queel Ministro de Estado guardaba sus notassecretas. De su mujer habló poco ycomo de paso, por lo cual sospechó elReyecito que habría allí alguna messaallianza, ó quizá disensiones matrimoniales.

Oíale todo esto el rey Buby embobado,extendiendo de cuándo en cuándomaquinalmente la manita, para cogerlepor el rabo. Mas Ratón Pérez, con unaoscilación rápida y ceremoniosa, poníael rabo de la otra parte, burlando así elintento del niño, sin faltar en nada alrespeto debido al Monarca.

Era ya tarde, y como el rey Buby nopensaba en despedirle, Ratón Pérez insinuóhábilmente, sin faltar á la etiqueta,que le era forzoso acudir aquella mismanoche á la calle de Jacometrezo, número64, para recoger el diente de otroniño muy pobre, que se llamaba Gilito.Era el camino áspero y hasta cierto puntopeligroso, porque había en la vecindadun gato muy mal intencionado, que llamabanD. Gaiferos.

Antojósele al rey Bubyacompañarle en aquella expedición,y así se lo pidió áRatón Pérez con el mayorahinco. Quedóse éste pensativo,atusándose el bigote: laresponsabilidad era muy grande, y éraleforzoso además detenerse en su propiacasa para recoger el regalo quehabía de llevar á Gilito en cambio de sudiente.

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Á esto respondió el rey Buby que élse tendría por muy honrado con descansarun momento en casa tan respetable.

La vanidad venció á Ratón Pérez, yapresuróse á ofrecer al rey Buby unataza de té, á trueque de conquistar elderecho de poner cadenas en la puertade su casa, como se hacía en aquellostiempos en todas las que conseguían elhonor de hospedar á un monarca.

Vivía Ratón Pérez en la calle del Arenal,núm. 8, en los sótanos de CarlosPrats[A],

frente por frente de una granpila de quesos de Gruyère, que ofrecíaná la familia de Pérez, próxima y abastadadespensa.

Fuera de sí de contento, tiróse el reyBuby de la cama, y comenzó á ponersesu blusita. Mas Ratón Pérez saltó de repentesobre su hombro, y le metió porla nariz la punta del rabo: estornudóestrepitosamente el Reyecito, y por unprodigio maravilloso, que nadie hasta eldía de hoy ha podido explicarse, quedóconvertido, por el mismo esfuerzo delestornudo, en el ratón más lindo y primorosoque imaginaciones de hadaspudieran soñar.

Era todo él brillante como el oro, ysuave como la seda, y tenía los ojitosverdes y relucientes como dos esmeraldas cabochon.

Tomóle de la manoRatón Pérez, sin usar yatantas ceremonias, y entrósecon él, disparadocomo una bala,por unagujeroque debajode la cama y oculto por la alfombrahabía.

Era su carrera desatinada, obscuroel camino, húmedo y hasta pegajoso, ycruzábanse á cada paso con bandadasde diminutas alimañas, que á tientas lespinchaban y mordían.

Á veces deteníase Ratón Pérez en algunaencrucijada, y exploraba el terrenoantes de seguir adelante: todo locual puso al rey Buby un poco nerviosoy de mal humor, porque llegó á sentirdesde el hociquito hasta la punta delrabo ciertos ligeros escalofríos que leparecieron señales de miedo. Acordóse,sin embargo, de que El miedo es natural en el prudente,

Y el saberlo vencer es ser valiente,

y se venció y fué valiente por razón,que es en lo que el verdadero valorconsiste.

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Tan sólo una vez, al sentir un estrépitoespantoso sobre su cabeza, que noparecía sino que pasaban por encimadiez docenas de Ripers-Oliva[B], preguntómuy bajito á Ratón Pérez si eraallí donde vivía D. Gaiferos. ContestóleRatón Pérez haciendo con el rabo unademán negativo, y siguieron adelante.

Á poco entraron en una suave explanada,que venía á desembocar en un sótanoancho y muy bien embaldosado,donde se respiraba una atmósfera tibia,perfumada de queso.

Doblaron unaenorme pila de éstos, y encontráronsefrente á frente de una gran caja de galletasde Huntley.

Allí era donde vivía la familia de RatónPérez, bajo el pabellón de CarlosPrats, tan á sus anchas y con tanta holgura,como pudo vivir la rata legendariade la fábula, en el queso de Holanda.

Ratón Pérez presentó el rey Buby ásu familia como un touriste extranjeroque visitaba la corte, y las ratonas leacogieron con esa elegante aisance delas damas acostumbradas á mucho trato.Las señoritas hacían laborcon su aya Miss Old-Cheese,ratona inglesa muy ilustrada,y la señora dePérez bordabapara sumarido unpreciosogorro griegoal calorde una chimenea enque ardíaalegre fuegode rabitosdepasas.

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Agradó mucho al rey Buby aquel plácidointerior de familia burguesa, querevelaba en todos sus detalles esa aureamediocritas (dorada medianía) de quehabla el poeta comodel estado más aptopara hallar paz y felicidad en esta vida.

Sirvieron el té Adelaida y Elvira enprimorosas tazas de cáscaras de alubias,y luego se hizo un poco de música. Adelaidacantó al arpa el aria de Desdémona, assisa al pie d'un salice, con ungusto y afinación que encantaron al reyBuby.

No era Adelaida bonita, pero teníamodales muy distinguidos, y hacía oscilarsu rabo con cierta melancólica coquetería,que revelaba, sin duda, algunapena secreta.

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Elvira, por el contrario, era vivarachay hasta un poco ordinaria; pero la energíade su alma le rebosaba por los ojos,y el rey Buby creyó ver delante de síuna espartana repitiendo el himno delas Termópilas, cuando cantó al pianocon trágica entonación y enérgicos rencoresde raza:

En el Hospital del Rey

Hay un ratón con tercianas,

Y una gatita morisca

Le está encomendando el alma.

Entró en esto Adolfo, que venía delJockey-Club, donde con harto sentimientode sus padres perdía tiempo ydinero jugando al Pocker con los ratonesagregados á la Embajada alemana.

El roce continuo con estos diplomáticosle había engreído y extranjerizado,y no tenía otros tópicos de conversaciónque el Polo y el Lawn-Tennis.

Con gusto hubiera prolongado el reyBuby la velada, pero Ratón Pérez, quese había ausentado un momento, volviócon su cartera terciada á la espalda, yal parecer bien repleta, y le manifestórespetuosamente que ya era hora departir.

Hizo, pues, el rey Buby, con muchagracia, sus corteses ofrecimientos dedespedida, y la Ratona Pérez, en unarranque de cordialidad un poco burguesa,plantóle en cada mejilla un sonorobeso. Adelaida le tendió una patacon cierto aire sentimental, que parecíadecir:

—¡Hasta el cielo!

Elvira le dió un apretón de manos ála inglesa, y Miss Old-Cheese le hizouna ceremoniosa cortesía á lo reina AnaStuard, y le enfiló su lorgnon de conchahasta que le perdió de vista.

Adolfo estuvo también muy expresivo:acompañóles hasta la entrada dela cañería, y allí reiteró á Buby su ofrecimientode presentarlo en el Polo-Club,y le recomendó por tercera vez el usode las raquetas J. Tate del núm. 12, ó álo más del 12½. Las del 13

resultabanya, para manos ratoniles, algo pesadas.

Agradecióselo mucho el Reyecito, y sedespidió pensando que Adolfo podríaser en verdad muy elegante, pero quesin duda tenía los sesos de picatoste.

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Comenzaron de nuevo su desatinadacarrera Buby y Ratón Pérez, con unlujo de precauciones que sobresaltaronal Reyecito.

Caminaba delante un grueso pelotónde fornidos ratones, gente toda de guerra,cuyas aceradas bayonetas de finasagujas relumbraban á veces en la obscuridad.Detrás venía otro pelotón no menosnumeroso, armados también hastalos dientes.

Confesó entonces Ratón Pérez queno se había determinado á emprenderaquella expedición, sin garantir suficientementecon aquella aguerrida escoltade Cazadores ligeros la personadel joven monarca que con tanta noblezase le confiaba.

De repente vió el rey Buby que desaparecíala vanguardia entera por unestrecho agujero, que dejaba escaparreflejos de tenue luz.

Había llegado el momento del peligro,y Ratón Pérez, despacito, haciendovibrar suavemente la punta del rabo,asomó poquito á poco el hocico poraquel temeroso boquete: observó un segundo,retrocedió dos pasos, tornó áavanzar lentamente, y de improviso,agarrando al rey Buby por la mano,lanzóse con la rapidez de una flecha porel agujero, atravesó como una exhalaciónuna extensa cocina, y desapareciópor otro agujero que frente por frentehabía, detrás del fogón.

Con la rapidez con que se ven en eldía de hoy desfilar los palos del telégrafopor las ventanillas de un tren, asívió pasar el rey Buby ante sus ojos, ensu veloz carrera, el pavoroso cuadro deaquella cocina... Al calorcito de la lumbreoculta bajo el rescoldo dormía eltemido D. Gaiferos, gatazo enorme, cartujano,cuyos erizados bigotes subían ybajaban al compás de su pausada respiración...

La guardia ratonil, inmóvil, silenciosa,preparada, mordiendo ya casi elcartucho, protegía el paso del rey Buby,formando desde el dormido D. Gaiferoshasta los dos agujeros de entrada y desalida el formidable triángulo romanode la batalla de Ecnoma...

Era aquello imponente y aterrador...

Una vieja feísima dormía en una silla,con la calceta á medio hacer caída sobrelas faldas.

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Cesó el peligro una vez franqueadoel agujero de salida, y faltabaya tan sólo subir á la últimabuhardilla de aquella misma casa,que era donde Gilito vivía. Todoera entrada en aquella miserablehabitación abierta á todos los vientos,y los ratones la invadieron por rendijas,grietas y agujeros, como se invade unaciudad ya desmantelada.

Encaramóse el rey Buby en el palode una silla sin asiento, única que había,y desde allí pudo abarcar todo aquelcuadro de horrible miseria, que nuncahubiera podido ni aun siquiera imaginar.

Era aquello un cuchitril infecto, enque el techo y el suelo se unían por unlado, y no se separaban lo bastante porel otro para dejar cabida á la estaturade un hombre.

Entraba por las innumerablesrendijas el viento helado del alba,que ya clareaba, y veíanse por debajode la tejavana del techo grandes cuajaronesde hielo.

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No había allí más muebles que la sillaque servía de observatorio al rey Buby,un cesto de pan vacío, colgado del techoá la altura de la mano, y en el rincónmenos expuesto á la intemperie, unacama de pajas y de trapos, en que dormíanabrazados Gilito y su madre.

Acercóse Ratón Pérez, llevando al reyBuby de la mano, y alver éste de cerca al pobreGilito, asomandolas yertas manecitas porlos trapos miserablesque le cubrían,y pegada la preciosacarita al seno desu madre, parabuscar allí un poco de calor, angustióseleel corazón de pena y de asombro, yrompió á llorar amargamente.

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¡Pero si él nunca había visto eso!...¿Cómo era posible que no hubiese él sabidohasta entonces que habíaniños pobres que tenían hambrey frío y se morían demiseria y de tristeza enun horrible camaranchón?...¡Ni mantas quería él yatener en sucama, mientrashubieseen su reinoun solo niño que no tuviera por lo menostres calzones de bayeta y un vestiditode bombasí!...

Conmovido también Ratón Pérez, seenjugó á hurtadillas una lágrima con lapata, y procuró calmar el dolor del reyBuby, enseñándole labrillante monedita deoro que iba á ponerbajo la almohada deGilito, en cambio de suprimer diente.

Despertó en esto la madre de Gilito, éincorporóse en el lecho, contemplandoal niño dormido. Amanecía ya,y érale forzoso levantarse paraganar un mísero jornal, lavando en elrío. Cogió á Gilito en sus brazos, y lepuso de rodillas, medio dormido, delantede una estampita del Niño Jesús dePraga que había pegada en la pared,sobre la misma cama.

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El rey Buby y Ratón Pérez sepusieron de rodillas con elmayor respeto, y hasta loscazadores ligeros se arrodillarontambién, dentrodel canasto vacío en quemerodeaban silenciosos.

El niño comenzó á rezar:

¡Padre nuestro, queestás en los cielos!...

Hizo el rey Buby un gesto de inmensasorpresa al oirle, y se quedó mirando áRatón Pérez con la bocaabierta.

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Comprendió éste su estupory fijó en el Reyecitosus penetrantes ojos; masno dijo una sola palabra,esperando sin duda queotro las dijese.

Emprendieron el viaje de vuelta silenciososy preocupados, y media horadespués entraba el rey Buby en su alcobacon Ratón Pérez.

Tornó allí éste á meter en la nariz delRey la punta de su rabo; estornudó denuevo Buby estrepitosamente, y encontróseacostadito en su cama, en los brazosde la Reina, que le despertaba, comotodos los días, con un cariñoso beso demadre.

Creyó, por el pronto, que todo habíasido sueño; mas levantó prontamente laalmohada, buscando la carta para RatónPérez que había puesto allí la nocheantes, y la carta había desaparecido.

En su lugar había un precioso estuchecon la insignia del Toisón de Oro,toda cuajada de brillantes, regalo magníficoque le hacía el generoso RatónPérez, en cambio de su primer diente.

Dejólo caer, sin embargo, el Reyecitosobre la rica colcha, sin mirarlo casi, yquedóse largo tiempo pensativo, con elcodo apoyado en la almohada. De prontodijo, con esa expresión seria y meditabundaque toman á veces los niños,cuando reflexionan ó sufren:

—Mamá... ¿Por qué los niños pobresrezan lo mismo que yo, Padre nuestro,que estás en los cielos?...

La Reina le respondió:

—Porque Dios es padre de ellos, lomismo que lo es tuyo.

—Entonces—replicó Buby aun máspensativo—seremos hermanos...