Novelas y Teatro by Miguel de Cervantes Saavedra - HTML preview

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Aquí dió fin a su razonamiento la lastimadaperegrina, y principio a un copioso llanto, que, en parte,fué consolado por las muchas y buenas razones que mi mujerle dijo. Finalmente, ésta se

fué abuscar donde llevar la niña, que era lamás hermosa que mis ojos hasta entonces habían visto,y es esta misma que vuesa merced acaba de ver ahora.

Fué la madre a su romería. Cuandovolvió, estaba ya la niña dada a criar por mi orden,con nombre de mi sobrina, en una aldea dos leguas de aquí.En el bautismo se le puso por nombre Costanza; que así lodejó ordenado su madre, la cual, contenta de lo que yohabía hecho, al tiempo de despedirse me dió una cadena de oro, que hasta agora tengo, dela cual quitó seis trozos, los cuales dijo quetraería la persona que por la niña viniese.También cortó un blanco pergamino a vueltas y aondas, a la traza y manera como cuando se enclavijan las manos y enlos dedos se escribe alguna cosa, que estando enclavijados losdedos se pueden leer, y después de apartadas las manos quedadividida la razón, porque se dividen las letras, que envolviendo a enclavijar los dedos, se juntan y corresponden demanera, que se pueden leer continuadamente: digo que el unpergamino sirve de alma del otro, y encajados se leerán, ydivididos no es posible, si no es adivinando la mitad delpergamino; y casi toda la cadena quedó en mi poder, y todolo tengo, esperando el contraseño hasta ahora, puesto queella me dijo que dentro de dos años enviaría por suhija, encargándome que la criase, no como quien ella era,sino del modo que se suele criar una labradora; que la perdonase elno decirme su nombre, ni quién era; que lo guardaba paraotra ocasión más importante. En resolución,dándome cuatrocientos escudos de oro y abrazando a mi mujercon tiernas lágrimas, se partió, dejándonosadmirados de su discreción, valor, hermosura y recato.Costanza se crió en el aldea dos años y luego latruje conmigo, y siempre la he traído en hábito delabradora, como su madre me lo dejó mandado. Quinceaños, un mes y cuatro días ha que aguardo a quien hade venir por ella, y la mucha tardanza me ha consumido la esperanza de ver esta venida; y si en esteaño en que estamos no vienen, tengo determinado deprohijalla y darle toda mi hacienda, que vale más de seismil ducados, Dios sea bendito.

Resta ahora, señor Corregidor, decir a vuesa merced, sies posible que yo sepa decirlas, las bondades y las virtudes deCostancica. Ella, lo primero y principal, es devotísima deNuestra Señora; confiesa y comulga cada mes; sabe escribir yleer; no hay mayor randera en Toledo; canta a la almohadilla comounos ángeles; en ser honesta no hay quien la iguale. Pues enlo que toca a ser hermosa, ya vuesa merced lo ha visto.

Calló el huésped, y tardó un gran rato elCorregidor en hablarle; tan suspenso le tenía el suceso queel huésped le había contado. En fin, le dijo que letrujese allí la cadena y el pergamino; que queríaverlo. Fué el huésped por ello, ytrayéndoselo, vió que era así como lehabía dicho. Tuvo por discreta la señal delconocimiento y juzgó por muy rica a la señoraperegrina que tal cadena había dejado al huésped; yteniendo en pensamiento de sacar de aquella posada la hermosamuchacha cuando hubiese concertado un monasterio donde llevarla,por entonces se contentó de llevar sólo el pergamino,encargando al huésped que si acaso viniesen por Costanza, leavisase y diese noticia de quién era el que por ellavenía, antes que le mostrase la cadena, que dejaba en supoder. Con esto, se fué, tan admirado del cuento y suceso de la ilustre fregona como desu incomparable hermosura.

Todo el tiempo que gastó el huésped en estar conel Corregidor y el que ocupó Costanza cuando la llamaron,estuvo Tomás fuera de si, combatida el alma de mil variospensamientos, sin acertar jamás con ninguno de su gusto;pero cuando vio que el Corregidor se iba y que Costanza se quedaba,respiró su espíritu y volviéronle los pulsos,que ya casi desamparado le tenían. No osó preguntaral huésped lo que el Corregidor quería, ni elhuésped lo dijo a nadie sino a su mujer; con que ellatambién volvió en si, dando gracias a Dios que de tangrande sobresaltó la había librado.

El día siguiente, cerca de la una, entraron en la posadacon cuatro hombres de a caballo dos caballeros ancianos devenerables presencias, habiendo primero preguntado uno de dos mozosque a pie con ellos venían si era aquella la posada delSevillano; y habiéndole respondido que sí, seentraron todos en ella. Apeáronse los cuatro y fueron aapear a los dos ancianos, señal por do se conoció queaquellos dos eran señores de los seis. Salió Costanzacon su acostumbrada gentileza a ver los nuevos huéspedes, yapenas la hubo visto uno de los dos ancianos cuando dijo alotro:

--Yo creo, señor don Juan, que hemos hallado todo aquelloque venimos a buscar.

Tomás, que acudió a dar recado a las cabalgaduras,conoció luego a dos criados desu padre, y luego conoció a su padre y al padre de Calmazo,que eran los dos ancianos a quien los demás respectaban; yaunque se admiró de su venida, consideró quedebían de ir a buscar a él y a Carriazo a lasalmadrabas: que no habría faltado quien les hubiese dichoque en ellas, y no en Flandes, los hallarían; pero no seatrevió a dejarse conocer en aquel traje: antes,aventurándolo todo, puesta la mano en el rostro, pasópor delante dellos y fué a buscar a Costanza, y quiso labuena suerte que la hallase sola; y apriesa y con lengua turbada,temeroso que ella no le daría lugar para decirle nada, ledijo:

--Costanza, uno de estos dos caballeros ancianos que aquíhan llegado ahora es mi padre, que es aquel que oyeres llamar donJuan de Avendaño: infórmate de sus criados si tieneun hijo que se llama don Tomás de Avendaño, que soyyo, y de aquí podrás ir coligiendo y averiguando quete he dicho verdad en cuanto a la calidad de mi persona, y que tela diré en cuanto de mi parte te tengo ofrecido. Yquédate adiós; que hasta que ellos se vayan no piensovolver a esta casa.

No le respondió nada Costanza ni él aguardóa que le respondiese, sino volviéndose a salir, cubiertocomo había entrado, se fué a dar cuenta a Carriazo decómo sus padres estaban en la posada. Dió voces elhuésped a Tomás, que viniese a dar cebada; pero comono pareció, dióla él mismo. Uno de los dos ancianos llamó aparte a una delas dos mozas gallegas, y preguntóle cómo se llamabaaquella muchacha hermosa que habían visto, y que si era hijao parienta del huésped, o huéspeda de casa. LaGallega le respondió:

--La moza se llama Costanza; ni es parienta del huéspedni de la huéspeda, ni sé lo que es.

El caballero, sin esperar a que le quitasen las espuelas,llamó al huésped, y retirándose con élaparte en una sala, le dijo:

--Yo, señor huésped, vengo a quitaros una prendamía que ha algunos años que tenéis en vuestropoder; para quitárosla os traigo mil escudos de oro, y estostrozos de cadena, y este pergamino.

Y diciendo esto, sacó los seis de la señal de lacadena que él tenía. Asimismo conoció elpergamino, y alegre sobremanera con el ofrecimiento de los milescudos, respondió:

--Señor, la prenda que queréis quitar estáen casa; pero no está en día la cadena ni elpergamino con que se ha de hacer la prueba de la verdad que yo creoque vuesa merced trata; y así, le suplico tenga paciencia;que yo vuelvo luego.

Y al momento fué a avisar al Corregidor de lo que pasaba,y de como estaban dos caballeros en su posada, que veníanpor Costanza.

Acababa de comer el Corregidor, y con el deseo que teníade ver el fin de aquella historia, subió luego a caballo yvino a la posada del Sevillano, llevando consigo el pergamino de la muestra. Y

apenas hubo vistoa los dos caballeros, cuando, abiertos los brazos, fué aabrazar al uno, diciendo:

--¡Válame Dios! ¿Qué buena venida esésta, señor don Juan de Avendaño, primo yseñor mío?

El caballero le abrazó asimismo, diciéndole:

---Sin duda, señor primo, habrá sido buena mivenida, pues os veo, y con la salud que siempre os deseo. Abrazad,primo, a este caballero, que es el señor don Diego deCarriazo, gran señor y amigo mío.

--Ya conozco al señor don Diego --respondió elCorregidor--, y le soy muy servidor.

Y abrazándose los dos, después de haberse recebidocon grande amor y grandes cortesías, se entraron en unasala, donde se quedaron solos con el huésped, el cual yatenía consigo la cadena, y dijo:

--Ya el señor Corregidor sabe a lo que vuesa mercedviene, señor don Diego de Carriazo: vuesa merced saque lostrozos que faltan a esta cadena, y el señor Corregidorsacará el pergamino, que está en su poder, y hagamosla prueba que ha tantos años que espero a que se haga.

--Desa manera --respondió don Diego--, no habránecesidad de dar cuenta de nuevo al señor Corregidor denuestra venida, pues bien se verá que ha sido a lo que vos,señor huésped, habréis dicho.

--Algo me ha dicho; pero mucho me quedó por saber. Elpergamino, hele aquí. Sacó don Diego el otro, y juntando las dos partesse hicieron una, y a las letras del que tenía elhuésped, que eran E T

E L S Ñ V D D R,respondían en el otro pergamino éstas: S A S A E ALER A E A, que todas juntas decían: ÉSTA ES LASEÑAL VERDADERA. Cotejáronse luego los trozos de lacadena, y hallaron ser las señas verdaderas.

--¡Esto está hecho! --dijo el Corregidor--. Restaahora saber, si es posible, quién son los padres destahermosísima prenda.

--El padre --respondió don Diego-- yo lo soy; la madre yano vive: basta saber que fué tan principal que pudiera yoser su criado.

A estas razones llegaba don Diego cuando oyeron que en la puertade la calle decían a grandes voces:

--Díganle a Tomás Pedro, el mozo de la cebada,cómo llevan a su amigo el Asturiano preso; que acuda a lacárcel, que allí le espera.

A la voz de cárcel y de preso, dijo elCorregidor que entrase el preso y el alguacil que le llevaba.Dijeron al alguacil que el Corregidor, que estaba allí, lemandaba entrar con el preso, y así lo hubo de hacer.

Venía el Asturiano todos los dientes bañados ensangre, y muy mal parado, y muy bien asido del alguacil, yasí como entró en la sala, conoció a su padrey al de Avendaño. Turbóse, y por no ser conocido, conun paño, como que se limpiaba la sangre, se cubrió el rostro. Preguntó elCorregidor que qué había hecho aquel mozo, que tanmal parado le llevaban. Respondió el alguacil que aquel mozoera un aguador que le llamaban el Asturiano, a quien los muchachospor las calles decían: "¡Daca la cola, Asturiano; dacala cola!", y luego en breves palabras contó la causa porquele pedían la tal cola, de que no riyeron poco todos. Dijomás, que saliendo por la puente de Alcántara,dándole los muchachos priesa con la demanda de la cola, sehabía apeado del asno, y dando tras todos, alcanzó auno, a quien dejaba medio muerto a palos; y que queriéndoleprender se había resistido, y que por eso iba tan malparado.

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"¡Daca la cola, Asturiano; daca la cola!"...

Mandó el Corregidor que se descubriese el rostro, yporfiando a no querer descubrirse, llegó el alguacil yquitóle el pañuelo, y al punto le conoció supadre, y dijo todo alterado:

--Hijo don Diego, ¿cómo estás desta manera?¿Qué traje es éste? ¿Aún no sete han olvidado tus picardías?

Hincó las rodillas Carriazo, y fuese a poner a los piesde su padre, que, con lágrimas en los ojos, le tuvo abrazadoun buen espacio. Don Juan de Avendaño, como sabía quedon Diego había venido con don Tomás su hijo,preguntóle por él; a lo cual respondió que donTomás de Avendaño era el mozo que daba cebada y pajaen aquella posada. Con esto que elAsturiano dijo se acabó de apoderar la admiración entodos los presentes, y mandó el Corregidor al huéspedque trujese allí al mozo de la cebada.

--Yo creo que no está en casa--respondió elhuésped--; pero yo le buscaré.

Y así, fué a buscalle.

Preguntó don Diego a Carriazo que quétransformaciones eran aquéllas, y qué leshabía movido a ser él aguador y don Tomás mozode mesón. A lo cual respondió Carriazo que nopodía satisfacer a aquellas preguntas tan en público;que él respondería a solas.

Estaba Tomás Pedro escondido en su aposento, para verdesde allí, sin ser visto, lo que hacían su padre yel de Carriazo. Teníale suspenso la venida del Corregidor yel alboroto que en toda la casa andaba. No faltó quien ledijese al huésped como estaba allí escondido;subió por él, y más por fuerza que por grado,le hizo bajar; y aun no bajara si el mismo Corregidor no saliera alpatio y le llamara por su nombre, diciendo:

--Baje vuesa merced, señor pariente; que aquí nole aguardan osos ni leones.

Bajó Tomás, y con los ojos bajos y sumisióngrande se hincó de rodillas ante su padre, el cual leabrazó con grandísimo contento, a fuer del que tuvoel padre del Hijo Pródigo cuando le cobró deperdido.

Ya, en esto, había venido un coche del Corregidor, paravolver en él, pues la gran fiesta no permitíavolver a caballo. Hizo llamar aCostanza, y tomándola de la mano, se la presentó a supadre, diciendo:

--Recebid, señor don Diego, esta prenda, y estimalda porla más rica que acertáredes a desear. Y

vos, hermosadoncella, besad la mano a vuestro padre, y dad gracias a Dios, quecon tan honrado suceso ha enmendado, subido y mejorado la bajeza devuestro estado.

Costanza, que no sabía ni imaginaba lo que lehabía acontecido, toda turbada y temblando, no supo hacerotra cosa que hincarse de rodillas ante su padre, ytomándole las manos se las comenzó a besartiernamente, bañándoselas con infinitaslágrimas que por sus hermosísimos ojos derramaba.

En tanto que esto pasaba, había persuadido el Corregidora su primo don Juan que se viniesen todos con él a su casa;y aunque don Juan lo rehusaba, fueron tantas las persuasiones delCorregidor, que lo hubo de conceder; y así, entraron en elcoche todos. Pero cuando dijo el Corregidor a Costanza que entrasetambién en el coche, se le anubló el corazón,y ella y la huéspeda se asieron una a otra, y comenzaron ahacer tan amargo llanto que quebraba los corazones de cuantos leescuchaban.

El Corregidor, enternecido, mandó que asimismo lahuéspeda entrase en el coche, y que no se apartase de suhija, pues por tal la tenía, hasta que saliese de Toledo.Así, la huéspeda y todos entraron en el coche, y fueron a casa del Corregidor, dondefueron bien recebidos de su mujer, que era una principalseñora. Comieron regalada y sumptuosamente, y despuésde comer contó Carriazo a su padre cómo por amores deCostanza don Tomás se había puesto a servir en elmesón, y que estaba enamorado de tal manera della, que sinque le hubiera descubierto ser tan principal como era siendo suhija, la tomara por mujer en el estado de fregona. Vistióluego la mujer del Corregidor a Costanza con unos vestidos de unahija que tenía de la misma edad y cuerpo de Costanza, y siparecía hermosa con los de labradora, con los cortesanosparecía cosa del cielo: tan bien la cuadraban, que daba aentender que desde que nació había sido señoray usado los mejores trajes que el uso trae consigo.

Entre el Corregidor y don Diego de Carriazo y don Juan deAvendaño se concertaron en que don Tomás se casasecon Costanza, dándole su padre los treinta mil escudos quesu madre le había dejado, y el aguador don Diego de Carriazocasase con la hija del Corregidor.

Desta manera quedaron todos contentos, alegres y satisfechos, yla nueva de los casamientos y de la ventura de la fregonailustre se extendió por la ciudad, y acudíainfinita gente a ver a Costanza en el nuevo hábito, en elcual tan señora se mostraba como se ha dicho.

Un mes se estuvieron en Toledo, al cabo del cual se volvieron a Burgos don Diego de Carriazo y sumujer, su padre y Costanza, con su marido don Tomás.Quedó el Sevillano rico con los mil escudos, y con muchasjoyas que Costanza dio a su señora: que siempre con estenombre llamaba a la que la había criado. Dio ocasiónla historia de la fregona ilustre a que los poetas deldorado Tajo ejercitasen sus plumas en solenizar y en alabar la sinpar hermosura de Costanza, la cual aún vive encompañía de su buen mozo de mesón, y Carriazoni más ni menos, con tres hijos, que sin tomar el estillodel padre ni acordarse si hay almadrabas en el mundo, hoyestán todos estudiando en Salamanca; y su padre, apenas veealgún asno de aguador, cuando se le representa y viene a lamemoria el que tuvo en Toledo, y teme que cuando menos se cate hade remanecer en alguna sátira el "¡Daca la cola,Asturiano! ¡Asturiano, daca la cola!"

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HISTORIA DE LOS TRABAJOS DEPERSILES Y

SIGISMUNDA

LIBRO I

CAPITULO XXII

Donde el capitán da cuenta de las grandes fiestas queacostumbraba a hacer en su reino el rey Policarpo.

--"Una de las islas que están junto a la de Hibernia medio el cielo por patria: es tan grande, que toma nombre de reino,el cual no se hereda, ni viene por sucesión de padre a hijo;sus moradores le eligen a su beneplácito, procurando siempreque sea el más virtuoso y mejor hombre que en él sehallara; y sin intervenir de por medio ruegos o negociaciones, ysin que los soliciten promesas ni dádivas, de comúnconsentimiento de todos sale el rey y toma el cetro absoluto delmando, el cual le dura mientras le dura la vida o mientras no seempeora en ella. Y con esto, los que no son reyes procuran servirtuosos para serlo, y los que lo son, pugnan serlo máspara no dejar de ser reyes; con esto se cortan las alas a la ambición, se atierra la codicia, yaunque la hipocresía suele andar lista, a largo andar se lecae la máscara y queda sin el alcanzado premio; con esto lospueblos viven quietos, campea la justicia y resplandece lamisericordia, despáchanse con brevedad los memoriales de lospobres, y los que dan los ricos, no por serlo son mejordespachados; no agobian la vara de la justicia las dádivasni la carne y sangre de los parentescos: todas las negociacionesguardan sus puntos y andan en sus quicios; finalmente, reino esdonde se vive sin temor de los insolentes y donde cada uno goza loque es suyo.

"Esta costumbre, a mi parecer justa y santa, puso el cetro delreino en las manos de Policarpo, varón insigne y famoso,así en las armas como en las letras, el cual teníacuando vino a ser rey dos hijas de extremada belleza, la mayorllamada Policarpa y la menor Sinforosa; no tenían madre, queno les hizo falta cuando murió sino en lacompañía: que sus virtudes y agradables costumbreseran ayas de sí mismas, dando maravilloso ejemplo a todo elreino. Con estas buenas partes, así ellas como el padre sehacían amables, se estimaban de todos. Los reyes, porparecerles que la malencolía en los vasallos suele despertarmalos pensamientos, procuran tener alegre el pueblo y entretenidocon fiestas públicas y a veces con ordinarias comedias;principalmente solenizaban el día que fueron asumptos alreino con hacer que se renovasen los juegos que los gentiles llamaban Olímpicos, en el mejor modoque podían. Señalaban premio a los corredores,honraban a los diestros, coronaban a los tiradores y subíanal cielo de la alabanza a los que derribaban a otros en la tierra.Hacíase este espectáculo junto a la marina, en unaespaciosa playa, a quien quitaban él sol infinita cantidadde ramos entretejidos que la dejaban a la sombra; ponían enla mitad un suntuoso teatro, en el cual, sentado el rey y la realfamilia, miraban los apacibles juegos. Llegóse un díadéstos, y Policarpo procuró aventajarse enmagnificencia y grandeza en solenizarle sobre todos cuantos hastaallí se habían hecho; y cuando ya el teatro estabaocupado con su persona y con los mejores del reino, y cuando ya losinstrumentos bélicos y los apacibles querían darseñal que las fiestas se comenzasen, y cuando ya cuatrocorredores, mancebos ágiles y sueltos, tenían lospies izquierdos delante y los derechos alzados, que no lesimpedía otra cosa el soltarse a la carrera sino soltar unacuerda que les servía de raya y de señal, que ensoltándola habían de volar a un términoseñalado, donde habían de dar fin a su carrera, digoque en este tiempo vieron venir por la mar un barco que leblanqueaban los costados el ser recién despalmado, y lefacilitaban el romper del agua seis remos que de cada bandatraía, impelidos de doce, al parecer, gallardos mancebos, dedilatadas espaldas y pechos y de nervudos brazos; veníanvestidos de blanco todos, sino el queguiaba el timón, que venía de encarnado, comomarinero. Llegó con furia el barco a la orilla, y elencallar en ella y el saltar todos los que en élvenían en tierra fué una misma cosa. MandóPolicarpo que no saliesen a la carrera hasta saber qué genteera aquélla y a lo que venía, puesto queimaginó que debían de venir a hallarse en las fiestasy a probar su gallardía en los juegos. El primero que seadelantó a hablar al rey fué el que servía detimonero, mancebo de poca edad, cuyas mejillas, desembarazadas ylimpias, mostraban ser de nieve y de grana; los cabellos, anillosde oro; y cada una parte de las del rostro tan perfecta, y todasjuntas tan hermosas, que formaban un compuesto admirable. Luego lahermosa presencia del mozo arrebató la vista y aun loscorazones de cuantos le miraron, y yo desde luego le quedéaficionadísimo. Lo que dijo al rey:

"--Señor, estos mis compañeros y yo, habiendotenido noticia destos juegos, venimos a servirte y hallarnos enellos, y no de lejas tierras, sino desde una nave que dejamos en laisla Scinta, que no está lejos de aquí; y como elviento no hizo a nuestro propósito para encaminaraquí la nave, nos aprovechamos de esta barca y de los remosy de la fuerza de nuestros brazos. Todos somos nobles y deseosos deganar honra, y por la que debes hacer, como rey que eres, a losextranjeros que a tu presencia llegan, te suplicamos nos concedaslicencia para mostrar o nuestrasfuerzas o nuestros ingenios, en honra y provecho nuestro y gustotuyo.

"--Por cierto--respondió Policarpo--, agraciado joven,que vos pedís lo que queréis con tanta gracia ycortesía, que sería cosa injusta el negároslo.Honrad mis fiestas en lo que quisiéredes; dejadme amí el cargo de premiároslo: que, según vuestragallarda presencia muestra, poca esperanza dejáis a ningunode alcanzar los primeros premios.

"Dobló la rodilla el hermoso mancebo y se inclinóla cabeza en señal de crianza y agradecimiento, y en dosbrincos se puso ante la cuerda que detenía a los cuatroligeros corredores; sus doce compañeros se pusieron a unlado, a ser espectadores de la carrera. Sonó una trompeta,soltaron la cuerda, y arrojáronse al vuelo los cinco; peroaún no habrían dado veinte pasos, cuando, conmás de seis se les aventajó el recién venido,y a los treinta, ya los llevaba de ventaja más de quince;finalmente, se los dejó a poco más de la mitad delcamino, como si fueran estatuas inmovibles, con admiraciónde todos los circunstantes, especialmente de Sinforosa, que leseguía con la vista, así corriendo como estandoquedo, porque la belleza y agilidad del mozo era bastante parallevar tras sí las voluntades, no sólo de los ojos decuantos le miraban. Comenzó luego la invidia a apoderarse delos pechos de los que se habían de probar en los juegos,viendo con cuánta facilidad se había llevado elextranjero el precio de la carrera. Fué el segundo certamen el de la esgrima:tomó el ganancioso la espada negra, con la cual, a seis quele salieron, cada uno de por sí, les cerró las bocas,mosqueó las narices, les selló los ojos y lessantiguó las cabezas, sin que a él le tocasen, comodecirse suele, un pelo de la ropa. Alzó la voz el pueblo, yde común consentimiento le dieron el premio primero. Luegose acomodaron otros seis a la lucha, donde con mayorgallardía dio de sí muestra el mozo: descubriósus dilatadas espaldas, sus anchos y fortísimos pechos, ylos nervios y músculos de sus fuertes brazos, con loscuales, y con destreza y maña increíble, hizo que lasespaldas de los seis luchadores, a despecho y pesar suyo, quedasenimpresas en la tierra. Asió luego de una pesada barra queestaba hincada en el suelo, porque le dijeron que era el tirarla elcuarto certamen; sompesóla, y haciendo de señas a lagente que estaba delante para que le diesen lugar donde el tirocupiese, tomando la barra por la una punta, sin volver el brazoatrás, la impelió con tanta fuerza, que, pasando loslímites de la marina, fué menester que el mar se losdiese, en el cual bien adentro quedó sepultada la barra.Esta monstruosidad, notada de sus contrarios, les desmayólos bríos, y no osaron probarse en la contienda.Pusiéronle luego la ballesta en las manos y algunas flechas,y mostráronle un árbol muy alto y muy liso, al cabodel cual estaba hincada una media lanza, y en ella, de un hilo,estaba asida una paloma, a la cualhabían de tirar no más de un tiro los que en aquelcertamen quisiesen probarse.

"Uno, que presumía de certero, se adelantó ytomó la mano, creo yo, pensando derribar la paloma antes queotro; tiró, y clavó su flecha casi en el fin de lalanza, del cual golpe, azorada la paloma, se levantó en elaire; y luego, otro no menos presumido que el primero, tirócon tan gentil certería, que rompió el hilo dondeestaba asida la paloma, que suelta y libre del lazo que ladetenía, entregó su libertad al viento y batiólas alas con priesa. Pero el ya acostumbrado a ganar los primerospremios disparó su flecha; y, como si mandara lo quehabía de hacer, y ella tuviera entendimiento paraobedecerle, así lo hizo, pues, dividiendo el aire con unrasgado y tendido silbo, llegó a la paloma y le pasóel corazón de parte a parte, quitándole a un mismopunto el vuelo y la vida. Renováronse con esto las voces delos presentes y las alabanzas del extranjero; el cual en lacarrera, en la esgrima, en la lucha, en la barra y en el tirar dela ballesta, y entre otras muchas pruebas que no cuento, congrandísimas ventajas se llevó los primeros premios,quitando el trabajo a sus compañeros de probarse en ellas.Cuando se acabaron los juegos, sería el crepúsculo dela noche; y cuando el rey Policarpo quería levantarse de suasiento, con los jueces que con él estaban, para premiar alvencedor mancebo, vió que, puesto de rodillas anteél, le dijo:

"--Nuestra nave quedó sola y desamparada; la noche cierraalgo escura; los premios que puedo esperar, que por ser de tu manose deben estimar en lo posible, quiero, ¡oh granseñor!, que los dilates hasta otro tiempo, que conmás espacio y comodidad pienso volver a servirte.

"Abrazóle el rey, preguntóle su nombre, y dijo quese llamaba Periandro. Quitóse en esto la bella Sinforosa unaguirnalda de flores con que adornaba su hermosísima cabeza,y la puso sobre la del gallardo mancebo, y, con honesta gracia, ledijo al ponérsela:

"--Cuando mi padre sea tan venturoso de que volváis averle, veréis cómo no vendréis a servirle sinoa ser servido."

LIBRO II

CAPITULO X

Cuenta Periandro el suceso de su viaje.

--"El principio y preámbulo de mi historia, ya quequeréis, señores, que os la cuente, quiero que seaéste: que nos contempléis a mi hermana y a mí,con una anciana ama suya, embarcados en una nave cuyo dueño,en el lugar de parecer mercader, era un gran corsario. Las riberasde una isla barríamos; quiero decir que íbamos tan cerca de ella quedistintamente conocíamos, no solamente los árboles,pero sus diferencias. Mi hermana, cansada de haber andado algunosdías por el mar, deseó salir a recrearse a la tierra;pidióselo al capitán, y como sus ruegos tienensiempre fuerza de mandamiento, consintió el capitánen el de su ruego, y en la pequeña barca de la nave, consolo un marinero, nos echó en tierra a mí y a mihermana y a Cloelia, que éste era el nombre de su ama.

Altomar tierra vio él marinero que un pequeñorío, por una pequeña boca, entraba a dar al mar sutributo; hacíanle sombra por una y otra ribera gran cantidadde verdes y hojosos árboles, a quien servían decristalinos espejos sus transparentes aguas. Rogámosle seentrase por el río, pues la amenidad del sitio nosconvidaba. Hízolo así, y comenzó a subir porel río arriba, y habiendo perdido de vista la nave, soltandolos remos, se detuvo y dijo: "Mirad, señores, del modo quehabéis de hacer este viaje, y haced cuenta que estapequeña barca que ahora os lleva es vuestro navío,porque no habéis de volver más al que en la mar osqueda aguardando, si ya esta señora no quiere perder lahonra y vos que decís que sois su hermano, la vida."Díjome, en fin, que el capitán del navíoquería darme a mí la muerte, y queatendiésemos a nuestro remedio, que él nosseguiría y acompañaría en todo lugar y en todoacontecimiento. Si nos turbamos con esta nueva júzguelo elque estuviere acostumbrado a recebirlas malas de los bienes que espera.

Agradecíle elaviso y ofrecíle la recompensa cuando nos viésemos enmás felice estado. "Aun bien--dijo Cloelia--, que traigoconmigo las joyas de mi señora." Y aconsejándonos loscuatro de lo que hacer debíamos, fué parecer delmarinero que nos entrásemos el río adentro;quizá descubriríamos algún lugar que nosdefendiese, si acaso los de la nave viniesen a buscarnos.

"Mas novendrán--dijo--, porque no hay gente en todas estas islasque no piense ser cosarios todos cuantos surcan estas riberas, y enviendo la nave o naves luego toman las armas para defenderse, y sino es con asaltos nocturnos y secretos, nunca salen medrad