Mi Tio y Mi Cura by Jean de La Brète - HTML preview

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BIBLIOTECA DE «LA NACIÓN»

JUAN DE LA BRÈTE

MI TÍO Y MI

CURA

OBRA PREMIADA

POR LA ACADEMIA FRANCESA

BUENOS AIRES

1902

Capítulos: I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII, IX, X, XI, XII,

XIII, XIV, XV, XVI, XVII, XVIII, XIX

PROEMIO

LAScostumbres y usos de nuestros tiempos han convertido la novela, queantaño fue mero pasatiempo y solaz, en una necesidad: todo el mundo lee,o quiere leer algo que llene los vacíos de los ocios domésticos, o lastreguas del trabajo. Pero no todas las novelas son aceptables. Lanovela, como todo lo humano, es bipolar, y consiguientemente de bien ymal susceptible.

Si una novela buena es un beneficio, una mala o perniciosa es más que undaño.

Nuestra librería nacional carece en general de libros bien escritos einteresantes que puedan ir a manos de todo el mundo; las casaseditoriales españolas no se ocupan en traducir más que las novelas deescándalo, vulgo: sensación. ¡Que hasta ese grado de incapacidad moralhemos llegado!

Y si a alguien se le ocurre publicar alguna obra inofensiva, suele serelegida con tan mal tino, que es las más de las veces insulsa y anodina,y su falta de interés coopera al falso descrédito de las obras buenas.

Pero si el naturalismo y mercantilismo modernos han hallado modo defabricar, con el fango del vicio, muñecos que, vidriados con un barnizde pseudociencia y dorados a fuego de pasión, llegan a encantar a ungrupo de lectores, no desesperen por eso los que aun sueñan con la vidadel arte humano, del verdadero arte, que sin desdeñar nuestras miseriasde carne, asciende hasta las regiones del alma para implantar su trono.Ese arte existe todavía. Aunque la sed comercial lo desdeñe, no por esodejan sus cultores el trabajo, y las estatuas, complejas que forman yfunden en sus cerebros esos artífices, surgen diariamente a lapublicidad reflejando en un todo, lo reflejable de nuestra vida, esdecir, lo que tiene luz.

Ese arte existe. ¡Y cómo! tal vez más brillante y vigoroso que nunca.Francia, España, Inglaterra y Rusia lo atestiguan; por más que unaconspiración de silencio pretende ahogar ciertos nombres, su fuerzavital es mayor que la de los que pretenden sepultarlos. Llevan lo belloen las entrañas.

La presente novela de Juan de la Brète, coronada con el premio Montyonpor la Academia Francesa, el mayor de los que dicha corporación disponepara obras literarias, es una obra interesante, rica en vida y frescura,y atravesada por esa ráfaga de poesía que orea los sudores de la vida,cuando la vida es vida.

Baste decir en su elogio que en el breve lapso de dos años el públicoparisiense ha exigido treinta y nueve ediciones de esta obra, lo que esmucho decir, respecto de un libro donde no hay olores acres, ni cuadroscondenables, ni más barro que el de la tierra, los días en que llueve.

Rafael Fragueiro.

I.

SOYtan chica, que bien pudiera dárseme la calificación de enana, si micabeza, mis pies y mis manos no estuviesen en perfecta proporción con miestatura.

Mi rostro no tiene ni el desmesurado largo, ni la anchura ridícula quese atribuye a la cara de los enanos y en general a la de todos los seresdiformes, y la finura y delicadeza de mis extremidades pueden sercodiciados por más de una hermosa dama.

Sin embargo, lo exiguo de mi tamaño me ha hecho verter a hurtadillasbastantes lágrimas.

Y digo a hurtadillas, porque mi liliputiense cuerpo ha encerrado unaalma altiva y orgullosa, incapaz de mostrar a nadie el espectáculo desus debilidades... y menos a mi tía. Este era mi modo de sentir a losquince años. Pero los acontecimientos, las penas, las preocupaciones,las alegrías, en una palabra, el curso de la vida, ha flexibilizadocaracteres mucho más rígidos que el mío.

Era mi tía la mujer más desagradable del mundo y yo la hallaba pésima,en la medida de lo que podía juzgar mi entendimiento que aun no habíavisto ni comparado nada. Su fisonomía era angulosa y vulgar, su vozchillona, su andar pesado y su estatura ridículamente alta.

A su lado, yo parecía un pulgón, una hormiga.

Cuando le hablaba, tenía que levantar la cabeza, tanto como si hubiesequerido examinar la copa de un álamo. Era de origen plebeyo, y como lamayoría de los de su raza, estimaba más que cualquier otra cualidad lafuerza física y profesaba por mi mezquina persona un profundo desprecio.

Sus cualidades morales eran una fiel reproducción de las físicas, yformaban un conjunto de rudeza y asperidades; ángulos agudos contra loscuales rompíanse diariamente las narices los infortunados que vivían conella.

Mi tío, hidalgo campesino, cuya tontera fue proverbial en la comarca,casó con ella, por falta de ingenio y por debilidad de carácter. Muriópoco después de su casamiento y yo no alcancé a conocerle. Cuando fuicapaz de reflexión, atribuí a mi tía esta muerte prematura, pues meparecía con fuerzas suficientes para dar rápidamente en tierra, no digoya con un pobre tío como el mío, sino con todo un regimiento de maridos.

Tenía yo dos años, cuando mis padres se fueron al otro mundo,abandonándome al capricho de los acontecimientos de la vida, y de miconsejo de familia. Dejáronme los restos, no del todo malos, de unafortuna: cerca de cuatrocientos mil francos en tierras que producíanuna buena renta.

Mi tía consintió en educarme. No le gustaban los niños, pero como sumarido había sido mal administrador, se vio pobre, y calculó consatisfacción, que la holgura entraría en su casa junto conmigo.

¡Que casa más fea! Grande, deteriorada y mal dirigida; en medio de unpatio cuajado de estiércol, fango, gallinas y conejos.

Detrás de ellaextendíase un jardín en el que crecían entremezcladas y en desordentodas las plantas de la creación y sin que nadie se preocupara de ellas.

Creo que no había recuerdos en memoria humana, de que se hubiera vistonunca por allí, un jardinero que podase los árboles o arrancase lasmalezas, que brotaban a gusto, sin que ni a mi tía ni a mi se nosocurriese ocuparnos de ello.

Esta selva virgen me desagradaba, porque desde niña he tenido un gustoinnato por el orden.

La propiedad se llamaba de Zarzal. Estaba como perdida en el fondo de lacampaña, a media legua de una iglesia y de una aldehuela compuesta deuna veintena de chozas. No había castillo, castillejo ni casa solariegaen cinco leguas a la redonda.

Vivíamos en completo aislamiento.

Mi tía iba algunas veces a C***, la ciudad más próxima al Zarzal. Perocomo yo deseaba ardientemente acompañarla, no me llevaba nunca.

Los únicos acontecimientos de nuestra vida eran la llegada de losarrendatarios que venían a pagar censos y arrendamientos y las visitasdel cura.

¡Oh, qué excelente hombre era mi cura!

Venía a casa tres veces por semana, pues en un arranque de celo, cargócon la obligación de atascar mi cerebro con cuan