Marta y María by Armando Palacio Valdés - HTML preview

PLEASE NOTE: This is an HTML preview only and some elements such as links or page numbers may be incorrect.
Download the book in PDF, ePub, Kindle for a complete version.

—¿Qué tienes, Martita?

—Me siento un poco mal. Dadme un vaso de agua. María corrió por ella.Don Máximo le tomó el pulso y dijo:

—No es más que un amago de vahído, que se cortará con el agua.

En efecto, después que la bebió y se hubo sentado en el sofá empezó aserenarse, y a los pocos minutos ya estaba completamente bien. Siguió laconversación.

IX

EXCURSIÓN AL MORAL Y A LA ISLA

Quince días por lo menos se habló de la excursión al Moral y a la Isla.Durante el invierno las jóvenes tertulianas de la casa de Elorza habíanquerido formar un capital, con los productos de la aduana y lotería,destinado a sufragar los gastos. Don Mariano las dejó formarlo,sonriendo bellacamente cada vez que le participaban el estado de lacaja. Mas cuando llegó la época fijada para la excursión, a presencia detoda la tertulia tomó el puñado de plata del cajoncito donde seguardaba y se lo entregó al cura de Nieva para que lo repartiese entrelos feligreses que más lo necesitaran.

—¿Pues qué—exclamó el noble caballero al mismo tiempo—; no es cienveces mejor dedicar este dinero a matar el hambre en algunos pobres, quea un pasatiempo frívolo y excusado?

—Es cierto, es cierto—dijeron las niñas poniendo una cara que nohacía, en verdad, recordar las puras satisfacciones de la virtud y lasalegrías del justo.

Aquella noche se habló, se cantó y se bailó poco en la tertulia deElorza. La virtud, severa por naturaleza, no gusta de manifestacionesruidosas. Muchachos y muchachas expresaban la íntima y pura satisfacciónque aquel sacrificio les había inspirado con una inefable serenidad quelos tenía mudos y quietos la mayor parte del tiempo, cual si meditasenprofundamente sobre algún texto del Evangelio.

Grande, pues, debió ser el disgusto que sintieron todos cuando donMariano les dijo a última hora:

—Señoras y señores: el jueves, a las ocho de la mañana, agradecería austedes en el alma que diesen una vuelta por el muelle convenientementeprovistos de sombrero, quitasol, abrigo, etcétera. Nada más fácil que aesa hora los marineros de mi falúa se empeñen en llevarnos al Moral, ycomo ustedes comprenden no sería cortés el desairarlos.

La tertulia deploró esta determinación que la privaba de sacrificarsepor la fraternidad universal, con risa inextinguible, voces ymovimientos desordenados:—

«¡Qué don Mariano éste!—¡Siempre ha de teneresas bromas!—El jueves, el jueves,

¿qué tengo yo que hacer el jueves?¡Ah, me parece que nada!—¿Llevaremos el impermeable? Yo creo que bastacon el abrigo, etcétera.»

Y en efecto, el jueves a las ocho de la mañana, la falúa de don Marianoy la de la Sanidad, limpias y aderezadas como dos muchachas en día deromería, aguardaban impacientes a la gente cabeceando una al lado deotra en el atracadero del muelle.

Cuatro marineros daban la última manoen cada una al arreglo del aparejo, dirigiendo de vez en cuando miradasescrutadoras ora a la ría, bien a las calles que desembocaban en elmuelle. Los señores no aparecían y la marea ya había bajado dos pies ymedio.

Alguno de los marineros expresaba sus impresiones desagradablespor la tardanza con un rugido no bastante fashionable. Últimamenteapareció un grupo abigarrado de damas y caballeros, donde predominabanlos sombreros de paja y las manteletas encarnadas, y el viejo lobomarino que acababa de jurar como un carretero, blasfemó otra vez de purosatisfecho y colocó una tabla entre el atracadero y la falúa para quepasase la gente. El primero que saltó fue don Mariano. La falúa seinclinó blandamente sobre un costado al recibir el peso de su amo, comosi le hiciese una reverencia cariñosa. Las niñas todas, incluyendo porsupuesto a las señoritas de Delgado, fueron saltando después, apoyadasen la atlética mano de don Mariano; los caballeros las siguieron. Unavez llena la primera falúa, pasose a cargar la segunda, que a su vez notardó también en llenarse. En la primera iban, entre otras personasdistinguidas, las dos señoritas de Delgado con su hermana la viuda, queiba autorizándolas con su presencia; las de Merino con su hermanoBonifacio, el más complaciente de todos los hermanos; tres o cuatrooficiales de la Fábrica, don Mariano, don Máximo, Martita y Ricardo.María no iba por impedírselo el hábito que había ofrecido con voto de noasistir a ninguna fiesta. Tampoco los achaques de doña Gertrudis ladejaban tomar parte en la excursión. En la segunda se hallaba ya bienacomodada nuestra amiga, la simpática y vivaracha señorita de Mory,escrutada de cerca por los ojos saltones del ilustrado Isidorito.También pudimos distinguir entre otras una jovencita muy linda llamadaRosario, con quien el pollo que está a su lado no había podido bailar lanoche del sarao de Elorza a causa de la guerra que el pianista teníadeclarada a las mazurcas. Los marineros iban ya a zafar los cables paraemprender la marcha, cuando de una de las falúas salió una vozpreguntando:

—¿Y las de Ciudad?

Faltaban las de Ciudad. Don Mariano y el médico de la Sanidad quedaronconsternados al oír este nombre que envolvía un guarismo tan respetable.Antes de que pudieran salir de su consternación ya habían aparecido poruna de las bocacalles del muelle las seis señoritas acompañadas por supapá, su mamá, el ingeniero Suárez y dos hermanitos de menor edad. Enlas falúas ya era imposible acomodar tanta gente: fue necesario buscarotra y tripularla con los primeros marineros que se hallaron, entre locual se perdió un tiempo precioso. Mas al fin, como todo se arregla eneste mundo menos la muerte, las señoritas de Ciudad con sus adyacentesquedaron bien empaquetadas en una embarcación destinada a la pesca, y elpatrón de la Sanidad pudo dar señal de marcha. Los doce remos de lasfalúas empezaron a caer acompasadamente en el agua con chapoteolánguido, como brazos que se esperezan.

La superficie de la ría estaba tersa, inmóvil y brillante, como la de unespejo: la luz proyectaba sobre ella algunas extensas manchas argentadashacia el centro y otras obscuras en los bordes. El cielo se presentabavelado por un levísimo toldo de nubes que hacían soberbia competencia alos quitasoles y sombreros de las señoras. Sólo una tenue brisa cargadacon los acres olores de los pinos de la orilla venía a besar tímidamentela espalda turgente de las aguas y los cuellos no menos turgentes yfrescos de las señoras. No era todavía una brisa legítimamente marinerasino mestiza, con las cualidades de mar y tierra.

Los remos cobraron al fin toda su agilidad y removieron airados con suspalmas el cristal de las aguas, produciendo en ellas remolinos fugaces yespumosos. Todos los semblantes expresaban la cándida alegría quecomunica el movimiento y el espectáculo siempre nuevo y hermoso de lanaturaleza. Las jóvenes inclinadas sobre el carel de la embarcaciónsumergían con deleite las manos en el agua, dejándola deslizarse conruido entre sus blancos dedos ceñidos de sortijas, charlaban, gritaban,reían y se apostrofaban de una embarcación a otra. Los muchachos lessalpicaban el rostro con los bastones y se inclinaban de repente sobreun costado para asustarlas, complaciéndose grandemente con sus gritosdesesperados. Todo era ruido y algazara en la diminuta escuadrilla.Según avanzaba hacia El Moral, las cualidades marineras de la brisafueron sobrepujando a las terrestres: se hizo más intensa, llegandohasta soplar con violencia en algunos parajes, cuando las falúaspasaban frente a alguna cañada formada por las colinas o lomas quecerraban la cuenca de la ría. Las cintas de los sombreros, losgallardetes de los palos de popa, los pañuelos y las corbatas comenzarona tremolar vivamente. Los viajeros sintieron el dulce ensordecimientoque produce el viento agudo del mar, nutrido de sales. Algunos pajaritosacuáticos de poca importancia salieron de una de las orillas y pasaronvolando sobre las falúas, lo cual fue causa para que don Serapio, en unrapto de entusiasmo marítimo, se pusiese en pie sobre la popa y agarradoal palo de la bandera entonase como un energúmeno la canción queempieza:

Al

ver

en

la

inmensa

llanura

del

mar

Las

aves

marinas

con

rumbo

hacia

acá,

siguiendo envidioso su vuelo fugaz, etcétera.

Si la ría pudiera ruborizarse no dejaría de hacerlo al oírse calificartan hiperbólicamente de inmensa llanura, si no es que creyéndolo bromade mal género lo echase a mala parte y se enojase seriamente. De todosmodos, el viento se encargó de vengarla arrebatando de improviso elsombrero del inspirado cantante y cortando el arroyuelo, por no decir eltorrente, de su voz. La falúa que venía detrás lo recogió y lo entregómuy bien remojadito a su dueño, que no manifestó deseos por el momentode seguir apostrofando a las aves marinas.

La escuadrilla continuaba acercándose al puñado de casas de El Moral,que distaban de Nieva legua y media próximamente. La villa se ibaalejando cada vez más de nuestros viajeros, ofreciendo a sus ojos unespectáculo hermoso. Estaba asentada en la misma falda de una montaña nomuy elevada, guarnecida por todos lados de huertas frondosas y bosquesde laurel y naranjo. Su blanco caserío parecía colocado en tal sitio poruna mano de artista amiga de combinar los recursos de la naturaleza paraproducir la emoción estética, como diría un revistero de teatros. Lablancura deslumbrante de la villa resaltaba sobre el verde obscuro de lamontaña como un gran pedazo de nieve desprendido de la cúspide. Lasábana argentada de la ría extendiéndose a sus pies esperaba inmóvil ysumisa que viniera a caer en su seno. Las suaves colinas vestidas depinos que bordeaban las orillas y que nuestros viajeros iban dejandoatrás una en pos de otra semejaban lomos erizados de animalesmonstruosos y fantásticos.

Las conversaciones de falúa a falúa fueron cesando. Las embarcacionesrecobraron su autonomía viviendo para sí. Oigamos algo de lo que secharlaba en ellas.

EN LA FALÚA DE ELORZA.—Yo soy muy viejo, don Máximo, pero cuento quemis hijas han de ver esta ría perfectamente canalizada. La cantidad deagua que penetra por la boca del puerto es capaz de producir, si noestuviese diseminada, un fondo suficiente para los buques de más calado.La cuestión es encauzarla. ¿Y cómo se consigue esto? Pues ha de serforzosamente por medio de dos escolleras paralelas que arranquen en lamisma barra y vengan a parar a Nieva. El agua, lo mismo en el flujo queen el reflujo, pasará entre ellas con mayor velocidad trabajando sobreel fondo hasta profundizarlo. Poco a poco el espacio comprendido entreel canal y las orillas irá quedando en seco y podrá sanearse fácilmente.Una vez saneados estos grandes espacios, no dudo que por ellos se ha deextender la población de Nieva a orillas del hermoso canal, que se verásurcado constantemente por toda clase de embarcaciones.

La moderna villafundada en una planicie tan dilatada tendrá seguramente sus callestrazadas a cordel como las de las ciudades americanas y magníficosmuelles.

Pero el verdadero puerto no puede ser aquí, sino en elsurgidero de los arenales... Muy pronto pasaremos por delante de él...Es un sitio abrigado y extenso donde puede maniobrar una escuadraentera... Hoy tiene poca profundidad, lo sé perfectamente, pero el fondoes de arena y sabe usted que con las máquinas poderosas de dragar quehay ahora en muy poco tiempo se le puede dar dos o tres metros más decalado...

Entonces Nieva será el puerto más importante del Cantábrico.La mayor parte de nuestros productos mineros se exportarán por él,porque la dársena de Sarrió es muy chica y no hay posibilidad de darlemás amplitud. En vez de ir a los puertos franceses a pasar el verano,los españoles vendrán a estas hermosas provincias del Norte,abandonadas hoy por falta de vías de comunicación... ¿Qué Biarritz sepuede comparar en el verano a estos sitios frescos y deliciosos? ¿Quéplaya de Arcachón puede sostener la competencia con las nuestras deMiramar y las Huelgas?...

A BORDO DE LA SANIDAD.—Hoy he dormido perfectamente después de unaporción de noches que llevo sin pegar apenas los ojos—dijo la señoritade Mory a su amiga Rosario que estaba sentada a su lado—. No sé quétengo hace algún tiempo...

Me siento nerviosa... Me duele la cabeza allevantarme de la cama... Yo creo que necesito refrescarme.

—Tal vez necesite usted refrescar el corazón, señorita—se aventuró adecir Isidorito con el rostro espantosamente contraído por una sonrisa.

—No sabía yo que se despachasen también en la botica refrescos para elcorazón—

repuso la joven con gesto desdeñoso, dirigiendo sus palabras aRosario.

—¡Oh! no, señorita; en la botica no. El corazón no se cura con lospreparados de la terapéutica ordinaria ni con ninguna fórmula de lafarmacopea, porque tiene, aparte de su naturaleza física semejante a lade las demás vísceras, otra naturaleza puramente espiritual en el usocorriente de la conversación, que no puede ser influida sino pormedicamentos morales. Al decir que tal vez necesitase usted refrescar elcorazón quería indicar que acaso convendría que usted desterrase de élciertas preocupaciones de carácter amoroso que algunas veces lo suelenalterar.

—No tengo esas preocupaciones que usted dice, ni pienso en tenerlas,por ahora, Dios mediante—respondió la señorita con el mismo gestodesabrido y dirigiéndose siempre a Rosario.

—No puede usted afirmar eso de un modo tan categórico.

—¿Pues?

—Porque en la edad que usted tiene es muy difícil, por no decirimposible, sondar las profundidades del espíritu y escudriñar todos suspliegues. Frecuentemente las impresiones se introducen en nuestra almade un modo subrepticio, sin que nos demos cuenta de ello; empiezansiendo vagas y fugitivas y por lo mismo pasan inadvertidas; perolentamente van tomando cuerpo, haciéndose fuertes, y concluyen porapoderarse de la persona y gobernarla a su talante. Entonces pasan a lacategoría de pasiones.

—Pues yo sé perfectamente lo que siento y lo que no siento.

—¡Oh! no, señorita; permítame usted que le diga que no lo puede saber.

—¡Hombre, tiene gracia! ¿No he de saber yo lo que siento?... Puesentonces lo sabrá usted...

—Quizá lo sepa mejor. La observación de sí mismo, según todos losfilósofos y moralistas, es más difícil que la de los demás, y son pocoslos que logran conocerse bien. Por otra parte, la juventud esirreflexiva de suyo y, sobre todo, las mujeres no saben darse cuentacabal de sus inclinaciones y de las vagas emociones que cruzan por sucorazón.

—Mire usted; las mujeres son como Dios las crió, y los hombres también.

—No lo dudo; pero Dios las ha criado así, con una capacidad sensitiva(si vale expresarse de esta suerte) más viva y delicada que la de loshombres. Se puede decir que han nacido exclusivamente para el amor y queel amor debe llenar su existencia.

El amor y las consecuencias que de élse desprenden constituyen el primer fin de la unión conyugal o sea delmatrimonio. Tal es lo que se encuentra establecido en todas laslegislaciones y muy particularmente en la canónica, que es la fuente máspura de todas ellas. La mujer, por consiguiente, obra más bien impulsadapor la fantasía y el sentimiento, que por la razón...

—¡Jesús, cuántas cosas sabe Isidorito de las pobres mujeres!—exclamóla señorita de Mory en tono entre irritado y burlón.

El fiscal municipal quedó un poco acortado, pero al cabo prosiguiódiciendo sin dejar la seudosonrisa que le atormentaba la cara:

—Siendo, por tanto, el amor el móvil más poderoso, por no decir elúnico, de la vida de la mujer, nada tiene de particular que hayasupuesto que una joven como usted se encuentre agitada por esesentimiento omnipotente y pague tributo a lo que constituye una leyindeclinable de la vida. Vea usted ahora cómo no andaba descaminado alafirmar que tal vez necesitase usted refrescar el corazón o, lo que esigual, aligerarlo de alguna impresión demasiado punzante.

—¡Ay Dios, qué pesado!—dijo la señorita de Mory en voz baja; y en altavoz repuso—: Pues se equivoca usted de medio a medio, Isidorito; nadame pincha ni me punza por ahora.

—Permítame usted que lo dude.

—Es usted muy dueño de dudarlo, pero le aseguro que lo sé de muy buenatinta.

—De todos modos, en buena lógica, por más que usted asegure locontrario, no hay posibilidad de sostener una afirmación semejante. Nosólo la razón y el buen sentido se oponen a ello, sino que de laobservación más superficial de los hechos resulta: primero, que el amores un sentimiento natural y constante en las jóvenes; segundo, que enusted no existen motivos para sustraerse a él, y tercero, que el hechode dormir poco y agitadamente hace muy verosímil la suposición de queusted se encuentra enamorada.

La señorita de Mory se encogió de hombros, hizo una mueca desdeñosa conlos labios y sin dignarse responder entabló conversación con su amigaRosario.

Isidorito había triunfado, como siempre, de su contrario. Porque para eljoven fiscal la mujer con quien hablara era su contrario y se creía enel caso de envolverla en los pliegues de su lógica y estrecharla decerca hasta que la rendía lo mismo que a un litigante rebelde. De estemodo pensaba captarse la admiración y el respeto del sexo femenino. Masel sexo femenino (dicho sea en su desdoro) no sólo no admiraba aIsidorito por su lógica contundente, por su formalidad y por sus vastosconocimientos jurídicos, sino que le miraba con marcada ojeriza y huíasu conversación cual si se tratase de un ruido enfadoso.

La señorita de Mory, con quien había sostenido controversias reñidísimassobre la naturaleza del amor y la amistad, las dulzuras del recuerdo,las amarguras del olvido, la simpatía y todo lo demás referente alcorazón, en las cuales siempre salía, por de contado, victorioso, habíallegado a aborrecerle de muerte. Así que nuestro sensato joven sehallaba a más de cien leguas de los tres mil duros de renta de lagraciosa heredera cuando creía estar tocándolos ya con la punta de losdedos. Su formalidad jamás desmentida, su elocuencia reposada y serena,sus levitas prolongadas, sus ideas de orden y su jurisprudencia sehabían estrellado contra una prevención tan cruel como injustificada.

EN LA FALÚA DE LAS DE CIUDAD.—¡María Julia, Consuelo, mirad qué bonitohace el agua metiendo la mano dentro!

—¡Lindísimo!

—Se va usted a mojar el vestido, Amparo.

—¡Mire usted qué penachitos blancos tan monos salen por entre losdedos, Suárez!

—Preciosos..., pero se va usted a mojar la manga del vestido.

—Aguarde usted un poco... Me la voy a remangar... Ea, ya está bien...Mire usted, mire usted...

—Todavía me parece que se moja... Levántela usted un poquito más...

—¿Más?

—Sí.

—¡Pero me voy a descubrir todo el brazo!

—¡Qué importa!

—Tiene usted razón; el tiempo no está para constiparse. Ahora me pareceque ya queda bien... ¡Huy, qué fría está el agua!... ¡En la mano no senota, pero en los brazos!... Mire usted, mire usted cómo salta...Poniendo la palma de la mano contra la corriente se sube por el brazoarriba... ¿No ve usted qué hermosa y transparente está hoy?...

—Hablando con franqueza le diré—murmuró el ingeniero al oído deAmparo—que en este momento me llama más la atención su lindo brazo.

—Si no se calla usted, pícaro, le sacudo el agua en la cara—manifestóla niña en medio de castas contorsiones.

—Aunque usted me echase a la ría lo seguiría diciendo... Yo soy artistaante todo, ya lo sabe usted... Nada hay tan hermoso como la formahumana... cuando es hermosa; y ese brazo sostiene la competencia con losmás acabados modelos del arte escultórico.

—Vamos, no sea usted bromista... Mi brazo es como otro brazocualquiera... Lo que hay es que ya voy sintiendo frío en él... ¡Carambacon el agua! ¡Parecía tan templadita al principio!... ¡Y cómo se vaenfriando poco a poco hasta que se le mete a una por los huesos!...

—Sáquelo usted, sáquelo usted... Vamos a secarlo.

Y Amparito lo sacó, en efecto, del agua, y lo entregó inocentemente alingeniero, que se puso a secarlo con el pañuelo, prodigándole cuidadosexquisitos y diciendo al mismo tiempo:

—¡Pero qué brazo tan precioso tiene usted, Amparito!... ¡Québlancura!... ¡Qué cutis delicado!... ¡Y qué bien torneado sobre todo!...El brazo de la mujer ha de ser así..., redondo y fino, como el de laVenus de Médicis... La disminución hacia la muñeca debe ser gradual yproporcionada... La verdad es que si el resto del cuerpo corresponde albrazo, es usted una de las mujeres mejor formadas que un artista puedeapetecer para modelo... Las mujeres bien hechas son ahora bastanteescasas. A esto se debe la decadencia de la escultura, según loscríticos. Si hubiera muchas como usted, no podrían decir eso,seguramente... ¡Qué brazo, qué brazo tan lindo!... No puede ustedfigurarse el placer que siento al tener una obra tal de arte entre lasmanos...

El ingeniero al decir esto daba tantas vueltas al brazo de la niña, lomanoseaba tanto, que el señor de Ciudad, que contemplaba la operacióndesde la proa con ojos torvos, no pudo menos de exclamar en tonocolérico:

—Amparo, ¿quieres bajarte esa manga?... ¡Chicuela más tonta!...

La niña se ruborizó y bajó la manga. El ingeniero, no pudiendodesenvolver sus teorías artísticas con el modelo a la vista, renunciópor algún tiempo al uso de la palabra.

Las falúas estaban ya delante de los Arenales. El sol había conseguidohacer algunos agujeros en el toldo nubloso y amenazaba desgarrarlo porcompleto en plazo más o menos breve. El manojo de rayos que por estosagujeros caía sobre los montecillos de arena, hacíalos brillar comoenormes pepitas de oro derramando sus resplandores sobre toda laextensión de la sábana de agua. A veces, cuando los rayos del solfenecían momentáneamente por la interposición de alguna nube, losresplandores se apagaban y la arena tomaba los matices grises y doradosde las telas amarillas de seda.

Los viajeros convinieron todos en queaquellos arenales daban una idea bastante aproximada de los desiertos deÁfrica, y don Mariano expresó la opinión de que sería muy fácil fijar laarena por medio del esparto y otras plantas adecuadas y convertirlospronto en magníficos bosques de pinos.

El valle, que en la mitad del camino se abría adquiriendo mayoramplitud, tornaba a cerrarse al llegar al Moral. Las aguas se mostrabanmás inquietas, revelando la proximidad del mar. Las colinas queprotegían el pueblecillo con sus faldas pedregosas y sus cimas desnudasy tristes, también lo anunciaban. Empezaba a sentirse el hálito delmonstruo que soplaba vivo y soberbio por la estrecha boca de la ría yescuchábase a lo lejos el sordo y formidable rumor de sus entrañas. Lasfalúas tropezaban aquí y allá con algunos pañuelos de espuma que veníanrodando sobre el agua como jirones desgarrados del manto de algún diosque hubiese combatido toda la noche con los monstruos del océano.

Llegaron al Moral. Don Mariano les tenía preparado un suculentorefrigerio dentro de un vasto almacén que allí poseía, y la numerosacomitiva demostró una vez más que los aires del mar son el más excelenteaperitivo para todos los estómagos. Cuando hubieron dado buena cuenta deél y descansado un ratito, tornaron a embarcarse para continuar suexcursión. A poco trecho del Moral se hallaba la boca del puerto, pordonde salieron, dejando a la derecha la torre del faro colocada sobreuna eminencia. Los marineros soltaron el remo e izaron las velas paraaprovechar el viento fresco del N. E. que los empujaba. Eran las once dela mañana. El toldo nubloso se había replegado enteramente sobre elhorizonte, mostrando al descubierto un hermoso cielo diáfano y azul,donde el sol nadaba altivo y encendido como nunca.

El mar se desplegó ante los ojos de nuestros viajeros como una manchaazul, enorme, infinita, que cerraba por todas partes la esfera celestepara recoger su luz y su armonía. Sobre esta mancha azul la madejaluminosa del sol hacía brillar otra de plata poblada de luces trémulas ychispeantes que se extendía en línea recta hacia el Occidente. En cadauna de las crestas que la brisa levantaba en el agua, los rayos delastro depositaban una luz fugitiva y viva, que al mezclarse yconfundirse con las demás en cabrilleo incesante semejaba la ebulliciónmonstruosa y fantástica de los tesoros ocultos en el fondo del océano.Los viajeros siguieron con la vista aquella línea argentada sindesplegar los labios por un buen espacio, gustando la impresiónprofundamente amable y solemne que el mar produce siempre en el alma.Los contornos de la Isla se dibujaban a lo lejos, desvaídos y confusospor el exceso de la luz, frente a la misma embocadura de la ría, a unascinco millas de la costa. En torno de ella percibíanse grandes jironesde espuma que crecían y menguaban alternativamente ciñéndola de unblanco cinturón de encaje. El viento soplaba recio, pero franco ybenigno, porque tenía espacio donde extenderse. Las tres falúas con lasvelas desplegadas cortaban el agua una en pos de otra como otras tantasgaviotas que se persiguieran. Las maromas rechinaban, los palos gemíanen los agujeros que los aprisionaban y las velas se doblaban bajo elsoplo de la brisa, inclinando las embarcaciones harto más de lo quedesearan las señoras. El agua al dejar paso se rompía, produciendo ungarganteo flautado que sonaba en la proa, deslizándose después por amboscostados con rumor de sedería que se despliega.

Don Serapio sintiose acometido nuevamente de un rapto marítimo, ysujetando el sombrero con una mano y accionando dramáticamente con laotra, cantó: Dichoso

aquel

que

tiene

su

casa

a

flote

y

a

quien

el

mar

le

mece

su camarote.

La voz indefinible del fabricante de conservas tuvo el honor de unirseal eterno concierto de los mares, como uno de tantos ruidos de olas quechocan o piedras que se arrastran. El viento no quiso encargarse dellevarla a veinte varas de distancia siquiera.

Las falúas al resbalar sobre la espalda turgente de las olas subían ybajaban con movimiento blando y perezoso, que agradó en un principio alos pasajeros. Se dejaban columpiar dulcemente; cerraban los ojos consonrisa voluptuosa y feliz, entregándose de nuevo a los sueños vagos ypoéticos que la brisa del mar despertaba en su mente.

¡Quién había dedecir, ¡ay!, que los que tan gratamente soñaban y se mecían en un mundorisueño de fantasmas vaporosos y doradas ilusiones se habían de ver alos pocos minutos con la cabeza tristemente inclinada sobre el mar, elcuello apoyado en el carel como si fuese un tajo, el rostro lívido y losojos fijos en el agua, cual si tratasen de escrutar los arcanos delocéano! ¡Oh terrible instabilidad de las cosas humanas!

¿Pero qué pasaba en la falúa de la Sanidad para que diese la vuelta y seapartase de sus compañeras? Un suceso imprevisto y muy enojosociertamen