Los Amantes de Teruel - Drama Refundido en Cuatro Actos en Verso y Prosa by Juan Eugenio Hartzenbusch - HTML preview

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tu esposo ha de llegar hoy;

y en llegando, tú y él y otros

a sedicioso puñal 360

perecéis.

ZULIMA. ¿Qué desleal

conspira contra nosotros?

MARSILLA. Merván, tu padre supuesto. Si tu cólera no estalla, mi labio el secreto calla, 365 y el fin os llega funesto.

ZULIMA. ¿Cómo tal conjuración a ti!….

MARSILLA. Frenético ayer, la puerta pude romper de mi encierro: la prisión 370 recorro, oigo hablar, atiendo…. —Junta de aleves impía era, Merván presidía.—

Allí supe que volviendo a este alcázar el Amir, 375 trataban de asesinarle.

Resuélvome a no dejarle pérfidamente morir, y con roja tinta humana y un pincel de mi cabello 380 la trama en un lienzo sello, y el modo de hacerla vana.

Poner al siguiente día pensaba el útil aviso en la cesta que el preciso 385

sustento me conducía. Vencióme tenaz modorra, más fuerte que mi cuidado: desperté maravillado, fuera ya de la mazmorra. 390 Junta pues tu guardia, pon aquí un acero, y que venga con todo el poder que tenga contra ti la rebelión.

ZULIMA. Dé a la rebelión castigo 395 quien tema por su poder; no yo, que al anochecer huir pensaba contigo. Poca gente, pero brava, que al marchar nos protegiera, 400 sumisa mi voz espera escondida en la alcazaba. Con ellos entre el rebato del tumulto, partiré; con ellos negociaré 405 que me venguen de un ingrato.

Teme la cuchilla airada de Zaén, el bandolero; tiembla, más que de su acero, de esta daga envenenada. 410 ¡Ay del que mi amor trocó en frenesí rencoroso!

¡Nunca espere ser dichoso quien de celos me mató!

MARSILLA. ¡Zulima!… ¡Señora !… 415

(

Vase Zulima por la puerta del fondo, y cierra por dentro

.)

ESCENA V

OSMÍN.—MARSILLA.

OSMÍN Baste de plática sin provecho. Al Rey un favor has hecho: acaba lo que empezaste.

MARSILLA. ¡Cómo! ¿tú?….

OSMÍN. El lienzo he leído que al Rey dirigiste: allí 420 le ofreces tu brazo.

MARSILLA. Sí, armas y riesgo le pido.

OSMÍN. Pues bien, dos tropas formadas con los cautivos están: serás el un capitán, 425 el otro Jaime Celladas.

MARSILLA. ¡Jaime está aquí! Es mi paisano, es mi amigo.

OSMÍN. Si hay combate, así tendrá su rescate cada cautivo en la mano.

430 Con ardimiento lidiad.

MARSILLA. ¿Quién, de libertad sediento, no lidia con ardimiento al grito de libertad!

OSMÍN. Cuanto a Zulima….

MARSILLA. También 435

Libre ha de ser.

OSMÍN. No debiera; pero llévesela fuera de nuestro reino Zaén.

ESCENA VI

ADEL, SOLDADOS MOROS.—MARSILLA, OSMÍN

ADEL. Osmín, a palacio van turbas llegando en tumulto, 440 y Zaén, que estaba oculto, sale aclamando a Merván. Zulima nos ha vendido.

OSMÍN. Ya no hay perdón que le alcance.

MARSILLA. Después de correr el lance, 445 se dispondrá del vencido.

Cuando rueda la corona entre la sangre y el fuego, primero se triunfa, luego….

OSMÍN. Se castiga.

MARSILLA. Se perdona. 450

VOCES (

dentro

). ¡Muera el tirano!

MARSILLA. ¡Mi espada!

¡Mi puesto!

OSMÍN. Ven, ven a él.

Guarda el torreón, Adel.

ADEL. Ten tu acero. (

Dásele a Marsilla

.)

MARSILLA. ¡Arma anhelada!

¡Mi diestra te empuña ya! 455

Ella al triunfo te encamina.

Rayo fué de Palestina,

rayo en Valencia será.

ACTO SEGUNDO

Teruel.—Sala en casa de don Pedro Segura

ESCENA PRIMERA

DON PEDRO, entrando en su casa; MARGARITA, ISABEL y TERESA,saliendo a recibirle MARGARITA. ¡Esposo! (

Arrodillándose

.)

ISABEL. ¡Padre! (

Arrodillándose

.)

TERESA. ¡Señor!

PEDRO. ¡Hija! ¡Margarita! Alzad.

ISABEL. Dadme a besar vuestra mano.

MARGARITA. Déjame el suelo besar

que pisas.

TERESA (

a Margarita

). Vaya, señora, 5

ya es vicio tanta humildad.

PEDRO. Pedazos del corazón,

no es ese vuestro lugar.

Abrazadme. (

Levanta y abraza a las dos

.)

TERESA. Así me gusta.

Y a mí luego.

PEDRO. Ven acá, 10

fiel Teresa.

TERESA. Fiel y franca,

tengo en ello vanidad.

PEDRO. Ya he vuelto, por fin.

MARGARITA. Dios quiso mis plegarias escuchar.

PEDRO. Gustoso a Monzón partí, 15 comisionado especial para ofrecer a don Jaime las tropas que alistará nuestra villa de Teruel en defensa de la paz, 20 que don Sancho y don Fernando nos quieren arrebatar: fué don Rodrigo de Azagra, obsequioso y liberal, acompañándome al ir, 25 y me acompaña al tornar; mas yo me acordaba siempre de vosotras con afán. Triste se quedó Isabel; más triste la encuentro.

TERESA. Ya. 30

MARGARITA. ¡Teresa!

ISABEL. ¡Padre!

PEDRO. Hija mía, dime con sinceridad lo que ha pasado en mi ausencia.

TERESA. Poco tiene que contar.

MARGARITA. ¡Teresa!

TERESA. Digo bien. ¿Es 35 por ventura novedad que Isabel suspire, y vos (

a Margarita

) recéis, y ayunéis a pan y agua, y os andéis curando enfermos por caridad?

40 Es la vida que traéis, lo menos, quince años ha….

MARGARITA. Basta.

TERESA. Y hace seis cumplidos que no se ha visto asomar en los labios de Isabel 45 ni una sonrisa fugaz.

ISABEL (

aparte

). ¡Ay, mi bien!

TERESA. En fin, señor, del pobrecillo don Juan Diego de Marsilla, nada se sabe.

MARGARITA. Si no calláis, 50

venid conmigo.

TERESA. Ir con vos

fácil es; pero callar….

(

Vanse Margarita y Teresa. Don Pedro se quita la espaday la pone sobre un bufete

.)

ESCENA II

DON PEDRO, ISABEL

PEDRO. Mucho me aflige, Isabel, tu pesadumbre tenaz; pero, por desgracia, yo 55 no la puedo remediar. Esclavo de su palabra es el varón principal; tengo empeñada la mía: la debo desempeñar. 60 En el honor de tu padre no se vió mancha jamás: juventud honrada pide más honrada ancianidad.

ISABEL. No pretendo yo….

PEDRO. Por otra 65 parte, parece que están de Dios cier tas cosas. Oye un lance bien singular, y di si no tiene traza de caso providencial.

70

ISABEL. A ver.

PEDRO. En Teruel vivió (no sé si te acordarás) un tal Roger de Lizana, caballero catalán. 75

ISABEL. ¿El templario?

PEDRO. Sí. Roger paraba en Monzón. Allá es voz que penas y culpas de su libre mocedad trajéronle una dolencia de espíritu y corporal, 80 que vino a dejarle casi mudo, imbécil, incapaz. Pacífico en su idiotez, permitíanle vagar libre por el pueblo. Un día, 85 sobre una dificultad en mi encargo y sobre cómo se debiera de allanar, don Rodrigo y yo soltamos palabras de enemistad.

90 Marchóse enojado, y yo exclamé al verle marchar: «¿Ha de ser este hombre dueño de lo que yo quiero más? Si la muerte puede sola 95 mi palabra desatar, lléveme el Señor, y quede Isabel en libertad.»

ISABEL. ¡Oh padre!

PEDRO. En esto, un empuje tremendo a la puerta dan, 100 se abre, y con puñal en mano entra….

ISABEL. ¡Virgen del Pilar!

¿Quién?

PEDRO. Roger. Llégase a mí, y en voz pronunciada mal, «Uno (dijo) de los dos 105 la vida aquí dejará.»

ISABEL. Y ¿qué hicisteis?

PEDRO. Yo, pensando que bien pudiera quizás mi muerte impedir alguna mayor infelicidad, 110 crucé los brazos, y quieto esperé el golpe mor tal.

ISABEL. ¡Cielos! ¿Y Roger?

PEDRO. Roger parado al ver mi ademán, en lugar de acometerme, 115 se fué retirando atrás, mirándome de hito en hito, llena de terror la faz. Asió con entrambas manos el arma por la mitad, 120 y señas distintas hizo de querérmela entregar. Yo no le atendí, guardando completa inmovilidad como antes; y él, con los ojos 125 fijos, y sin menear los párpados, balbuciente dijo:

«Matadme, salvad en el hueco de mi tumba mi secreto criminal.» 130

ISABEL. ¡Su secreto!

PEDRO. En fin, de estarse tanto sin pestañear, él, cuyos sentidos eran la suma debilidad, se trastornó, cayó; dió 135 la guarnición del puñal en tierra, le fué la punta al corazón a parar al infeliz, y a mis plantas rindió el aliento vital.

140 Huí con espanto: Azagra, viniéndose a disculpar conmigo, me halló; le dije que no pisaba el umbral de aquella casa en mi vida; 145 y él, próvido y eficaz, avisó al rey, y mandó el cadáver sepultar.— Ya ves, hija: por no ir yo contra tu voluntad, 150 por no cumplir mi palabra, quise dejarme matar; y Dios me guardó la vida: su decreto celestial es sin duda que esa boda 155 se haga por fin … —y se hará, si en tres días no parece tu preferido galán.

ISABEL (

aparte

). ¡Ay de él y de mí!

ESCENA III

TERESA.—DON PEDRO, ISABEL

TERESA. Señor, acaba de preguntar 160 por vos don Martín, el padre de don Diego.

ISABEL (

aparte

). ¿Si sabrá?…

TERESA. Como es enemigo vuestro, le he dejado en el zaguán.

PEDRO. A enemigo noble se abren 165 las puertas de par en par.

Que llegue. (

Vase Teresa

.) Ve con tu madre.

ISABEL (

aparte

). Ella a sus pies me verá llorando, hasta que consiga vencer su severidad. (

Vase

.) 170

ESCENA IV

DON PEDRO

Desafiados quedamos al tiempo de cabalgar yo para Monzón: el duelo llevar a cabo querrá. Bien.—Pero él ha padecido 175 una larga enfermedad. Si no tiene el brazo firme, conmigo no lidiará.

ESCENA V

DON MARTÍN.—DON PEDRO

MARTÍN. Don Pedro Segura, seáis bien venido.

PEDRO. Y vos, don Martín Garcés de Marsilla, 180

seáis bien hallado: tomad una silla.

(

Siéntase don Martín, mientras don Pedro va a tomar suespada

.)

MARTÍN. Dejad vuestra espada.

PEDRO (

sentándose

). Con pena he sabido

la grave dolencia que habéis padecido.

MARTÍN. Al fin me repuse del todo.

PEDRO. No sé….

MARTÍN. Domingo Celladas….

PEDRO. ¡Fuerte hombre es, a fe! 185

MARTÍN. Pues aun a la barra le gano el partido.

PEDRO. Así os quiero yo. Desde hoy, elegid al duelo aplazado seguro lugar.

MARTÍN. Don Pedro, yo os tengo primero que hablar.

PEDRO. Hablad en buen hora: ya escucho. Decid. 190

MARTÍN. Causó nuestra riña….

PEDRO. La causa omitid: sabémosla entrambos. Por vos se me dijo que soy un avaro, y os privo de un hijo. De honor es la ofensa, precisa la lid.

MARTÍN. ¿Tenéisme por hombre de aliento?

PEDRO. Sí tal. 195

Si no lo creyera, con vos no lidiara.

MARTÍN. Jamás al peligro le vuelvo la cara.

PEDRO. Sí, nuestro combate puede ser igual.

MARTÍN. Será por lo mismo….

PEDRO. Sangriento, mortal.

Ha de perecer uno de los dos. 200

MARTÍN. Oíd un suceso, feliz para vos…

Feliz para entrambos.

PEDRO. Decídmele. ¿Cuál?

MARTÍN. Tres meses hará que en lecho de duelo

me puso la mano que todo lo guía.

Del riesgo asustada la familia mía 205

quiso en vuestra esposa buscar su consuelo.

Con tino infalible, con próvido celo

salud en la villa benéfica vierte,

y enfermo en que airada se ceba la muerte,

le salva su mano, bendita del cielo. 210

Con vos irritado, no quise atender

al dulce consejo de amante inquietud.

«No cobre (decía) jamás la salud,

si mano enemiga la debe traer.»

Mayor mi tesón a más padecer, 215

la muerte en mi alcoba plantó su bandera.

Por fin, una noche… ¡Qué noche tan fiera!

Blasfemo el dolor hacíame ser;

pedía una daga con furia tenaz,

rasgar anhelando con ella mi pecho… 220

En esto a mis puertas, y luego a mi lecho,

llegó un peregrino, cubierta la faz.

Ángel parecía de salud y paz…

Me habla, me consuela, benigno licor

al labio me pone; me alivia el dolor, 225

y parte, y no quiere quitarse el disfraz.

La noche que tuve su postrer visita,

ya restablecido, sus pasos seguí.

Cruzó varias calles, viniendo hacia aquí,

y entró en esa ruina de gótica ermita, 230

que a vuestros jardines términos limita.

Detúvele entonces: el velo cayó,

radiante la luna su rostro alumbró …

era vuestra esposa.

PEDRO. ¡Era Margarita!

MARTÍN. Confuso un momento, cobréme después, 235 y vióme postrado la noble señora. —Con tal beneficio, no cabe que ahora provoque mi mano sangriento revés. Don Pedro Segura, decid a quien es deudor este padre de verse con vida, 240 que está la contienda por mí fenecida. Tomad este acero, ponedle a sus piés.

(

Da su espada a don Pedro, que la coloca en el bufete

.)

PEDRO. ¡Feliz yo, que logro el duelo excusar con vos, por motivo que es tan lisonjero! Si pronto me hallasteis, por ser caballero, 245 cuidado me daba el ir a lidiar. Con tal compañera, ¿quién no ha de arriesgar con susto la vida que lleva dichosa? Ella me será desde hoy más preciosa, si ya vuestro amigo queréisme llamar. 250

MARTÍN. Amigos seremos. (

Danse las manos

.)

PEDRO. Siempre.

MARTÍN. Siempre, sí.

PEDRO. Y al cabo, ¿qué nuevas tenéis de don Diego? En hora menguada, vencido del ruego de Azagra, la triste palabra le dí. Si antes vuestro hijo se dirige a mí, 255 ¡cuánto ambas familias se ahorran de llanto! No lo quiso Dios.

MARTÍN. Yo su nombre santo bendigo; mas lloro por lo que perdí.

PEDRO. Pero, ¿qué…?

MARTÍN. Después de la de Maurel,

donde cayó en manos del Conde Simón, 260

de nadie consigo señal ni razón,

por más que anhelante pregunto por él.

Cada día al cielo con súplica fiel

pido que me diga qué punto en la tierra

sostiénele vivo, o muerto le encierra: 265

mundo y cielo guardan silencio cruel.

PEDRO. El plazo no tuvo su fin todavía.

Piedad atesora inmensa el Eterno:

y mucho me holgara si fuera mi yerno

quien a mi Isabel tan fino quería. 270

Pero si no viene, y cúmplese el día,

y llega la hora … por más que me pesa,

me tiene sujeto sagrada promesa:

si fuera posible, no la cumpliría.

MARTÍN. Diligencia escasa, fortuna severa 275 parece que en suerte a mi sangre cupo: quien a la desgracia sujetar no supo, sufrido se muestre cuando ella le hiera.

Adiós.

PEDRO. No han de veros de aquesa manera.

Yo quiero esta espada; la mía tomad

(

Dásela

.) 280

en prenda segura de fiel amistad.

MARTÍN. Acepto: un monarca llevarla pudiera.

(

Vase don Martín, y don Pedro le acompaña

.)

ESCENA VI

MARGARITA, ISABEL

MARGARITA (

aparte, siguiendo con la vista a los dos que se

retiran

.)

Aunque nada les oí,

deben estar ya los dos

reconciliados.

ISABEL (

que viene tras su madre

). Por Dios, 285

madre, haced caso de mí.

MARGARITA. No; que es repugnancia loca la que mostráis a un enlace, que de seguro nos hace a todos, merced no poca. 290 Noble sois; pero mirad que quie n su amor os consagra es don Rodrigo de Azagra, que goza más calidad, más bienes: en Aragón 295 le acatan propios y ajenos, y muestra, con vos al menos, apacible condición.

ISABEL. Vengativo y orgulloso es lo que me ha parecido. 300

MARGARITA. Vuestro padre le ha creído digno de ser vuestro esposo. Prendarse de quien le cuadre no es lícito a una doncella, ni hay más voluntad en ella 305 que la que tenga su padre. Hoy día, Isabel, así se conciertan nuestras bodas: así nos casan a todas, y así me han casado a mí. 310

ISABEL. ¿No hay a los tormentos míos

otro consuelo que dar?

MARGARITA. No me tenéis que mentar

vuestros locos amoríos.

Yo por delirios no abogo. 315

Idos.

ISABEL. En vano esperé.

(

Sollozando al retirarse

.)

MARGARITA. ¡Qué! ¿lloráis?

ISABEL. Aun no me fué vedado este desahogo.

MARGARITA. Isabel, si no os escucho, no me acuséis de rigor. 320