

¿QUIÉN SOY YO?
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Por fin tengo la oportunidad de decirte cómo me siento al estar donde estoy, mirando al Océano Pacífico, cerca de emerger de mi crisálida como mariposa.
Para mí la vida está llena de emoción, alegría, asombro, gratitud, diversión, risas, sorpresas, plenitud, relajación y, especialmente, paz de espíritu.
Ya no me preocupo de nada, sobre todo del dinero. Sé con certeza, desde la experiencia directa de poner a examen el modelo y comprobarlo, que mi Yo Infinito proveerá todo lo que yo necesite para las experiencias que quiere que yo tenga, como siempre ha hecho. Si no lo hace no puedo tener esas experiencias, puesto que, como Jugador en este lado de El Campo, no tengo el poder de crear nada por mí mismo. Puede ser que no siempre sepa de dónde viene el dinero, pero tampoco necesito saberlo. Sólo sé que estará ahí, a menudo de fuentes que nunca me habría imaginado ni hubiera planeado. (Ver el capítulo treinta, “Dinero”, en la tercera parte de este libro.)
Vivo con una confianza total en mi Yo Infinito. Me es fácil hacerlo porque he tenido muchas experiencias que han probado que mi Yo Infinito es completamente digno de confianza, que me ama y me cuida como su representante en el Juego Humano, y que creará para mí (como siempre ha hecho) exactamente lo que quiera que experimente, hasta el más mínimo detalle. (Ver capítulo veintinueve, “Confianza”, en la tercera parte de este libro.)
No tengo necesidades, carencias o deseos personales que deban satisfacerse, aunque tengo mis preferencias como ya he explicado previamente. Nunca pienso en lo que no tengo, sino que expreso mi agradecimiento por lo que sí tengo. A fin de cuentas, nuestras necesidades y carencias se basan a menudo en juicios: necesitamos algo que no tenemos y lo queremos porque creemos que es “mejor” que lo que tenemos. La verdad es que a medida que vayas dejando los juicios, prejuicios, creencias y opiniones, lo único que necesitarás y querrás jamás será exactamente lo que tienes ante ti.
No hago planes para el futuro, incluso dudo que el pasado haya existido jamás. No tengo metas, ni órdenes del día, ni objetivos, ni nada que sienta que necesite hacer, o que debería hacer, o que tenga que hacer. Vivo en el momento.
Pero aún puedo soñar. Rudyard Kipling lo dijo mejor en su poema “Si”…
«Si puedes soñar y no hacer de tu sueño tu dueño,
si puedes pensar y no hacer de tu pensamiento tu meta,
si puedes conocer al Triunfo y al Desastre
y tratar por igual a esos dos impostores…»1
Tengo niveles mínimos de drama o conflicto en mi vida diaria, y prácticamente no tengo dolor ni sufrimiento, con una excepción de la que hablaré en un momento.
Estoy liberado del mundo de las dicotomías, lo que significa simplemente que no veo nada “correcto” o “erróneo”, “bueno” o “malo”, “mejor” o “peor”, “bien” o “mal” en mis experiencias holográficas. Alguna vez que otra, cuando en mi crisálida aún necesito asimilar alguna capa persistente del ego, podría ocurrir que juzgase algo de “ahí fuera” con lo que me encuentre. Confío que mi Yo Infinito me creará hologramas para que yo vea esos juicios y los procese, de manera que no tengo que ir buscando nada. Pero hace ya tiempo que no ha aparecido ninguna de esas experiencias de cierta importancia.
La gran mayor parte del tiempo sólo veo perfección a mi alrededor. No sólo en el magnífico ambiente terrenal que mi Yo Infinito ha creado para mí, sino también en las guerras y la violencia, y también en el dolor y el sufrimiento. En definitiva, por las experiencias directas de examinar el modelo y ponerlo a prueba, sé que nada de esto es real, sino un juego que se juega por la consciencia, en la consciencia y para la consciencia.
La forma en que me relaciono con los demás, con el mundo y conmigo mismo es la forma en que siempre he querido relacionarme. Tengo una familia maravillosa y muchos amigos a los que quiero, pero a los que no estoy apegado. No pertenezco a grupo alguno, pero no me siento nunca solo ni solitario.
Me despierto cada mañana con la emoción y la curiosidad expectante de descubrir qué experiencias holográficas tiene preparadas mi Yo Infinito para mí ese día.
Es una forma muy relajante de vivir saber que no soy yo quien crea mis experiencias, que no tengo que pensar que debo hacer nada, o hacer que ocurra nada. Mientras mi Yo Infinito me quiera como su Jugador, sé por experiencia directa que me proveerá de todo lo que necesito para sobrevivir. No tengo que esforzarme constantemente para llegar a fin de mes. Me he quitado un gran peso de encima al darme cuenta de que jamás he hecho nada “erróneo,” ni lo haré; de que cada reacción y respuesta que tengo en cada experiencia es valiosa y deseada por mi Yo Infinito; de que no hay reacción o respuesta que sea “correcta”, o “errónea”, o “mejor” que cualquier otra.
Me maravillo cada día de la belleza, el esplendor y la magnificencia de mi vida y de mi mundo. Aquí estoy, en la costa mediterránea de España, rodeado de agua y árboles y playa y cielos azules y calidez… Me asombran continuamente el holograma y su creador. Río bastante a menudo, expreso mi gratitud a mi Yo Infinito y me hago preguntas (retóricas) sobre cómo he llegado aquí y sobre el universo holográfico en general. Qué asombroso es que cada Jugador tenga su propia experiencia holográfica única e independiente, y, aún así, que esos hologramas individuales puedan interactuar tan sin fisuras y tan perfectamente que podamos darnos regalos unos a otros. ¡Vaya juego!
No medito ni rezo, pero intento permanecer bien despierto y consciente, observando las ondas del Universo que pasan a mi alrededor, y las sigo con las manos apartadas del timón. (¿Qué te parece eso como koan?) (N. del T.: El koan es una declaración o pregunta, sucinta o paradójica, que se usa como disciplina de meditación por los novicios del Zen.)
Yo observo (soy “testigo” de) lo que le ocurre “ahí fuera” a los demás, a los lugares y las cosas, sin sentirme involucrado ni apegado. Aunque me gustaría que todo el mundo pudiera experimentar la alegría, la paz y la serenidad de ser que ahora disfruto, sé que cualquier experiencia que tengan en este momento también es perfecta para ellos; que para cualquier cambio en esa experiencia se necesita una decisión voluntaria por su parte con sus reacciones y sus respuestas, y que no hay nada que yo “deba” hacer, aparte de “ser el cambio” que desearía para ellos.
No tengo miedo a la muerte ni a la no-existencia. Hasta que se pruebe lo contrario, supongo que dejaré de existir cuando este cuerpo muera y se termine mi papel como Jugador en el Juego, y estoy muy conforme con eso. Ha sido todo un viaje mientras duró. Sé que todos los sentimientos que haya tenido jamás como Jugador se han transmitido a mi Yo Infinito a través de nuestra conexión y que serán parte de su naturaleza infinita para siempre.
Me siento muy relajado al no tener que acarrear por ahí las capas del ego que me definían y establecían mi identidad. Ya no tengo que ser padre, marido, ex marido, hijo, amante, amigo, entrenador, profesor, guía, alumno, músico, político, piloto, quiropráctico, hombre de negocios, adjunto a dirección, aprendiz de todo y maestro de nada… y la lista seguiría para siempre. Pronto dejaré también de ser “explorador” y seré completamente libre de ser yo, que no es nada.
Brevemente: la vida es mucho más de lo que nunca imaginé y lo que soy ahora es lo que durante muchos, muchos años, esperaba que podría llegar a ser. Y todavía no he terminado mi transformación en mariposa, así que a lo mejor aún hay más.
Sé que he hecho bien mi trabajo y cumplido mi propósito, porque ahora sé quién soy y el propósito de estar aquí, que es lo más importante.
Soy un Jugador para mi Yo Infinito, creado por mi Yo Infinito para representarle en el Juego Humano. Me siento honrado y privilegiado por ser eso y nada más. He dejado de intentar ser algo que no soy. Llamo “serenidad de ser” a este estado de aceptación total, con alegría y gratitud totales por ser “quien yo soy”.
* * *
Recuerdo una noche, en 1995, cuando navegaba al Este del Atlántico de Madeira a Tenerife…
Era una noche sacada de un sueño. Estaba al timón del Kairos, una goleta de madera de veinticinco metros, mirando al cielo de la medianoche cuajado de estrellas. No había ninguna otra luz, ni tierra a la vista. Un viento suave llenaba las velas y el único sonido era el del barco respondiendo con facilidad a través de las pacíficas aguas. De cuando en cuando, unos delfines dejaban trazos fosforescentes cuando corrían a toda velocidad hacia la proa.
Yo estaba solo en el puente. Había otras veinte personas a bordo esa semana para hacer un seminario, incluida una docena de mujeres hermosas que hubieran dicho que “sí” si se lo hubiera pedido, pero que a aquellas horas estaban dormidas abajo confiando que yo les llevaría con seguridad a nuestro próximo destino.
«¿Puede haber algo más perfecto que esto?», pensé, girando el timón ligeramente para ajustar el curso.
Pero con el pensamiento siguiente, el sueño se esfumó:
«Entonces, ¿por qué no estoy contento?»
Era cierto. Cuando miro honradamente al modo en que me sentía en aquel momento, de hace quince años, no estaba contento. Allí estaba yo, a mis cincuenta años, rodeado de todo lo que creí que quería en la vida. A decir verdad, tenía más de lo que había pedido. Lo había conseguido todo y me encontraba en la escena misma que siempre supuse que me llevaría al Nirvana. Ese era el momento para el que había estado trabajando y esperando toda mi vida y, sin embargo, no estaba contento.
Por supuesto que eso ocurría mientras todavía estaba dentro de la sala de cine, y evidentemente no podía estar contento de veras entonces. Pero me resulta interesante comparar ese momento con el presente, unos quince años después, y observar que lo cierto es lo contrario de todo. Ahora estoy verdaderamente contento, y eso no tiene nada que ver en absoluto con lo que pase fuera de mí.
* * *
Jed McKenna dijo que uno llega a un lugar en la autolisis espiritual hacen el que ha “terminado”:
«En una encrucijada a tres kilómetros de la casa, Paul se unió a mí. Estaba encantado de verle. Siempre me encanta ver a alguien que ha alcanzado el lugar en el que yo creía que ya estaba Paul. Se unió a mí en silencio y seguimos andando. Pasaron diez minutos antes de que él hablara. “He terminado”. Sonreí y la calidez se vertió en mi corazón. Animado por el recuerdo del día en que por mí mismo llegué a la misma alarmante e improbable conclusión, y animado por las veces que se lo había oído decir a otros. Animado por conocer la jornada que uno emprende para llegar a un lugar tal, y animado por saber lo que hay por delante. Es así cuando llegas, no hay campanas ni clarines, no hay luces radiantes, no hay coros de ángeles. Como dice Layman P’ang, eres “sólo un tipo corriente que ha completado su trabajo”. “No tengo más preguntas”, dijo Paul. No sólo quiso decir que ya no tenía más preguntas que hacerme, quiso decir que ya no tenía más preguntas, punto. Así es cuando llegas al final: simplemente, has terminado.»2
Es posible que ya no me queden más preguntas, o, por lo menos, ninguna realmente importante, pero no puedo decir que haya “terminado”. No lo he hecho, y lo sé. Todavía estoy en la crisálida y, aunque puedo verlo como vería una luz brillante al final del túnel, el Océano Pacífico está aún a cierta distancia.
He logrado atravesar las Montañas Rocosas, aunque la subida a la Gran Divisoria Continental3 fue difícil y estuvo llena de limitaciones e impedimentos. He logrado atravesar el gran desierto norteamericano4, en el que tuve que liberarme de gran parte del equipaje que recogí por el camino si quería sobrevivir; y atravesé la Sierra Nevada5, las últimas “subidas” y “bajadas” antes de alcanzar el océano.
Al hacerlo he encontrado un camino seguro para que otros viajen al mismo lugar (no es un camino fácil, pero es seguro), si es que quieren ir allí. Así que he elegido detenerme aquí y escribir este “informe de exploración” sobre lo que he descubierto hasta ahora, antes de que se me olviden muchos detalles o pierda la motivación.
Sin embargo, antes de que llegue realmente al Pacífico me queda una gran capa de ego por derribar. Tiene que ver con el cuerpo, está ahí esperando a que la asimile durante el tiempo que me quede por estar en la crisálida.
Robert Scheinfeld llama “huevos” a esos paquetes de equipaje. Huevos de la emoción, huevos del dinero, huevos del miedo, y así. Tenemos que abrir esos “huevos” y asimilar lo que haya dentro de ellos.
El “huevo” del cuerpo es quizá el último y más difícil aspecto del ego del que liberarse, al menos para mí, pero me parece que para mucha gente también. A fin de cuentas, nos identificamos mucho con nuestro cuerpo, en muchos casos hasta consideramos que es lo que somos realmente. Incluso cuando un Humano-Adulto empieza a acostumbrarse a la idea de que no hay un “ahí fuera” por ahí (de que nada de lo que se percibe en el universo holográfico es real), tiene la tendencia a dejarse a sí mismo fuera de esa ecuación, pensando que “es” real o que su cuerpo es real, mientras que todo lo demás no lo es.
Me parece un poco difícil asimilar mis “huevos” mentales, espirituales y emocionales, pero me parece extremadamente difícil asimilar mi “huevo” físico. Dicho de otra manera, me fue relativamente fácil abandonar los prejuicios, juicios, creencias, opiniones, miedos y capas asociadas del ego con respecto a algo de “ahí fuera”, pero para nada tan fácil en lo que se refiere a mi propio cuerpo.
Llevo un tiempo trabajando en esto y he avanzado poco. Es como si mi ego supiera que esto es su última oportunidad antes de su práctica aniquilación y luchase con todas sus fuerzas contra ello. Tengo mi imagen de pie sobre la cumbre de una colina, mirando al Pacífico, sabiendo que mi cuerpo no puede llevarme allá en las condiciones actuales. Reconozco que le he hecho pasar por mucho en la jornada a través de las Rocosas, el desierto y Sierra Nevada, y admito que tampoco tuve buen cuidado de él mientras estaba en la sala de cine.
Por decirlo sencillamente, en este momento, cuando escribo estas palabras, experimento una cantidad considerable de dolor físico.
Ahora bien… puedo decirte que el dolor no es real y que el cuerpo no es real. Puedo decirte que el cuerpo es sólo un holograma que podría cambiar en un instante y que al minuto siguiente yo estaría libre de dolor, como se evidencia en los casos documentados de trastornos de personalidad múltiple:
«El Trastorno de Personalidad Múltiple, o TPM, es un síndrome extraño en el que dos o más personalidades distintas habitan el mismo cuerpo. Las víctimas del trastorno, o “múltiples,” a menudo no son conscientes de su situación. No se dan cuenta de que el control de su cuerpo va pasando de una a otra de las personalidades diferentes; en lugar de eso se sienten como si padecieran de alguna clase de amnesia, confusión o ausencia temporal. La mayoría de los múltiples tienen entre ocho y trece personalidades, aunque los llamados supermúltiples pueden llegar a tener más de cien sub-personalidades…»
«En este sentido, convertirse en un múltiple puede ser el ejemplo definitivo de lo que [el físico cuántico] David Bohm quiere decir con fragmentación. Es interesante hacer notar que cuando la psiquis se fragmenta no se convierte en una colección de esquirlas rotas de bordes afilados, sino en una colección de “completas” más pequeñas; completas y autosuficientes, con sus propios rasgos, motivos y deseos. Aunque esas “completas” no son copias idénticas de la personalidad original, están relacionadas con las dinámicas de la misma, y esto ya de por sí indica que alguna clase de proceso holográfico debe estar involucrado…»
«Otro rasgo no habitual en el TPM es que cada una de las múltiples personalidades posee un patrón de ondas cerebrales diferente. Esto es sorprendente, porque como señala Frank Putnam, psiquiatra del Instituto Nacional de la Salud que ha estudiado estos fenómenos, normalmente el patrón de ondas cerebrales de una persona no cambia ni siquiera en estados de emoción extrema. Puesto que los patrones de ondas cerebrales no se limitan a una simple neurona o a un grupo de neuronas, sino que son una propiedad global del cerebro, eso indica también que algún tipo de proceso holográfico puede estar implicado. Así como un holograma de imágenes múltiples puede almacenar y proyectar docenas de escenas completas, quizá es que el holograma cerebral puede almacenar y convocar una multitud similar de personalidades completas…»
«Además de poseer un patrón diferente de ondas cerebrales, las subpersonalidades de un múltiple tienen una fuerte separación psicológica entre sí. Cada una tiene su propio nombre, edad, recuerdos y habilidades. A menudo cada una tiene también su propia letra, sexo, preferencia sexual, antecedentes culturales y raciales, talentos artísticos, fluidez en lenguas extranjeras y coeficiente intelectual.»
«Más notorios todavía son los cambios biológicos que tienen lugar en el cuerpo de un múltiple cuando cambia de personalidades. Frecuentemente, una enfermedad que padece una personalidad se desvanece misteriosamente cuando otra personalidad toma el mando. El doctor Bennett Braun, de la Sociedad Internacional para el Estudio de las Personalidad Múltiple, de Chicago, ha documentado un caso en el que todas las subpersonalidades de un paciente eran alérgicas al zumo de naranja, menos una. Si el hombre tomaba zumo de naranja cuando alguna de sus personalidades alérgicas estaba al control, se desencadenaba un sarpullido horrible, pero si el paciente cambiaba a su personalidad no alérgica, el sarpullido comenzaba instantáneamente a desaparecer y podía tomar zumo de naranja libremente…»
«Las alergias no son lo único que los múltiples pueden encender y apagar. Si hubiera alguna duda del control de la mente inconsciente sobre los efectos de las medicinas, se disipa por la hechicería farmacológica de los múltiples. Cambiando de personalidades, un múltiple que esté borracho puede estar sobrio instantáneamente. Las personalidades diferentes también responden diferentemente a fármacos distintos. Braun ha registrado un caso en el que 5 miligramos de diazepam, un sedante, bastaban para sedar a una personalidad, mientras que 100 miligramos tenían poco o ningún efecto sobre otra. A menudo una o varias de las personalidades del múltiple son niños, y si se le suministra un fármaco a una personalidad adulta y luego una personalidad de niño toma el mando, la dosis de adulto puede ser demasiado para el niño y acabar en sobredosis. También es difícil anestesiar a algunos múltiples, hay relatos de múltiples que se despiertan en la mesa de operaciones después de que una de sus subpersonalidades “no anestesiables” toma el mando.»
«Otras cosas que pueden variar de personalidad en personalidad son las cicatrices, las marcas de quemaduras, los quistes, y el ser zurdo o diestro. La agudeza visual puede ser diferente, algunos múltiples tienen que llevar encima dos o tres pares de gafas diferentes para ajustarse a las personalidades alternas. Una personalidad puede ser daltónica y otra no, incluso el color de los ojos puede cambiar. Hay casos de mujeres que tienen dos o tres ciclos menstruales cada mes porque cada una de sus subpersonalidades tiene su propio ciclo. La logopeda Christy Ludlow ha averiguado que el patrón de voz de cada una de las personalidades del múltiple es diferente, una hazaña que requiere un cambio psicológico tan profundo que ni siquiera el actor más completo puede alterar tanto su voz como para alterar su propio patrón. Una múltiple, ingresada en un hospital por diabetes, desconcertaba a sus médicos al no mostrar síntomas cuando una de sus personalidades no diabéticas estaba al control. Hay informes de que la epilepsia va y viene con los cambios de personalidad. El psicólogo Robert A. Phillips, Jr. informa de que incluso pueden aparecer y desaparecer tumores (aunque no especifica qué clase de tumores).»
«Los múltiples también tienden a sanar más rápido que los individuos normales. Por ejemplo, hay varios casos registrados de quemaduras de tercer grado que se curan con rapidez extraordinaria. Lo más escalofriante de todo es que una investigadora (la doctora Cornelia Wilbur, la terapeuta cuyo tratamiento pionero de Sybil Dorsett se describe en el libro Sybil) está convencida de que los múltiples no envejecen tan rápido como los demás…»6
Sí, es cierto. Mi cuerpo podría cambiar en un parpadeo, mi dolor podría irse y yo podría estar completamente sano. Todo lo que haría falta es que mi Yo Infinito descargase un holograma nuevo de mi cuerpo y al segundo siguiente yo estaría por ahí corriendo y dando saltos.
Sé todo esto intelectualmente, pero, joroba… ahora mismo el dolor sigue ahí.