La Guardia Blanca-Novela Histórica Escrita en Inglés by Arthur Conan Doyle - HTML preview

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—¿Oís? exclamó la joven, erguida, brillante la mirada. Van á partir. Esla voz de mi padre. Vuestro puesto está á su lado, desde este momentohasta su regreso, hasta el regreso de ambos. Ni una palabra más, Roger.Conquistad ante todo la estimación de mi padre. El buen caballero noespera recompensa hasta después de haber cumplido su deber. ¡Adiós, y elcielo os proteja!

El doncel, lleno de alegría al escuchar aquellas palabras, se inclinópara besar la mano de su amada. Retiróla ésta prontamente, al sentir elcontacto de los ardientes labios de Roger y salió presurosa de lahabitación, dejando en manos del atónito y alborozado escudero el veloblanco que en vano había solicitado Froilán de Roda como preciadísimapresea. Oyóse en aquel momento el chirrido de las cadenas que bajaban elpuente levadizo; los expedicionarios aclamaron á su jefe, que puesto alfrente de la columna había dado la voz de marcha y Roger, besandofervorosamente el fino cendal, lo ocultó en el pecho y salió corriendoal patio.

Soplaba un viento frío y el cielo empezaba á cubrirse de nubes cuandolos soldados de Morel tomaron el pendiente camino del pueblo. Á orillasdel Avón los esperaban casi todos los vecinos de Salisbury, que vieronen primer lugar á Reno, vistiendo armadura completa, caballero en negrocorcel y llevando majestuosamente el pendón de su famoso capitán. Trasél, de tres en fondo, doce veteranos de las grandes guerras, queconocían la costa de Francia y las principales ciudades, desde Calaishasta Burdeos, tan bien como los bosques y villas de su tierra natal, elcondado de Hanson.

Iban armados hasta los dientes, con lanza, espada yhacha de dos filos y llevaban al brazo izquierdo el escudo corto ycuadrado que usaban los hombres de armas de la época.

Campesinos, mujeres y niños aclamaron con entusiasmo la bandera de lascinco rosas y su arrogante guardia de honor. Seguíanla cincuentaarqueros escogidos, robustos y de elevada estatura, que llevaban elcasco sencillo, la cota de armas y sobre ella el coleto blanco con elrojo león de San Jorge y calzaban recios borceguíes anudados á la piernacon luengas correa, todo lo cual constituía el equipo de los ArquerosBlancos. Á la espalda la bien provista aljaba de cuero y el arco decombate, arma la más terrible y mortífera de las conocidas hasta lafecha y pendiente del cinto la espada, el hacha ó la maza, según laelección de cada cual. Á pocos pasos de los arqueros iban los atabalesy clarines, cuatro en número, y tras ellos diez ó doce mulas con laimpedimenta de la pequeña columna, tiendas, ropas, armas de repuesto,batería de cocina, provisiones, herramientas, arneses, herraduras ydemás artículos indispensables ó siquiera útiles en campaña. Un servidordel barón conducía la blanca mula vistosamente enjaezada que llevaba lasropas, armas y otros efectos de la propiedad del noble guerrero. Formabael centro de la columna un centenar de arqueros y cerraba la marcha elresto de la caballería, es decir, los hombres de armas reclutadosrecientemente, soldados escogidos todos ellos, aunque no veteranos comosus compañeros de la vanguardia. Mandaba el grueso de los arquerosnuestro amigo Simón y tras él, en primera línea, descollaba Tristán deHorla, un Alcides con capacete, cota de malla, arco, flechas y mazadescomunal.

Apenas desembocó la columna en la calle del pueblo comenzó un fuegograneado de chanzas, y menudearon las despedidas y los abrazos.

—¡Hola, maese Retinto! gritó Simón al ver la nariz amoratada deltabernero. ¿Qué harás con tu vinagre y tu cerveza aguada, ahora que nosvamos nosotros?

—Pues voy á descansar, porque tú y tus compañeros os habéis bebidohasta la última gota de cuanto tenía en casa, excepto el agua.

—¡Tus toneles estarán enjutos, pero tu escarcela repleta, truhán!exclamó otro arquero. Á ver si haces buena provisión para cuandovolvamos.

—Trae tú el gaznate ileso, que lo que es cerveza y vino no te faltarán,arquero, gritó una voz entre la multitud, respondiéndole grandescarcajadas.

—Estrechar filas, que aquí la calle es callejuela, ordenó Simón. ¡Porvida de! Allí está Catalina, la molinerita, más preciosa que nunca. ¡Aurevoir, ma belle! Aprieta ese cinturón, Guillermo, ó el hacha te va ácortar los callos. Y á ver si andas con un poco más de vida, moviendoesos hombros y alta la cabeza, como sólo saben andar los arquerosblancos. Y tú, Reinaldo, no vuelvas á sacudirte el polvo del coleto. ¿Sicreerás que vamos á alguna parada? Aguarda, hijo, que antes de llegar alpuerto estarás tan empolvado como yo, por mucho que te limpies.

Había llegado la columna á las últimas casas del pueblo cuando el señorde Morel salió del castillo, caballero en el brioso Ardorel, negrocomo el azabache y el mejor caballo de batalla de todo el condado.Vestía el barón de terciopelo negro y birrete de lo mismo con largapluma blanca, sujeta por un broche de oro, y no llevaba más armas que suespada, suspendida del arzón. Pero los tres galanos escuderos que leseguían bien montados llevaban, además de sus propias armas, Froilán elyelmo con celada de su señor, Gualtero la robusta lanza y Roger elescudo blasonado. Junto al barón trotaba el blanco palafrén de suesposa, pues ésta deseaba acompañarle hasta la entrada del bosque. Labuena baronesa no había querido confiar á nadie la tarea de elegir yempaquetar cuidadosamente las ropas y efectos de su esposo; todo lohabía dispuesto ella misma, á excepción de las armas. Y eran de oir lasinstrucciones que daba á Roger y á los otros escuderos, al encomendarlesla persona del barón.

—Creo que nada se ha olvidado, iba diciéndoles. Te lo recomiendo mucho,Roger.

La ropa va toda en esa caja, al lado derecho de la mula. Lasbotellas de Malvasía en el cestillo de la izquierda; le prepararás unvaso de ese vino, bien caliente, por las noches, para que lo tome antesde acostarse. Cuida de que no permanezca horas y horas con los piesmojados, porque lo que es él jamás se acuerda de tal cosa. Entre la ropava un estuchillo con las drogas más indispensables; y cuanto á lasmantas del lecho, han de estar bien secas, sobre todo en campaña....

—No os inquietéis por mí, dijo el barón riéndose al oir aquellaenumeración. Os agradezco en el alma vuestra solicitud, pero queréis quemis escuderos me traten más bien como viejo achacoso que como soldadoaguerrido. ¿Y tú qué dices, Roger? ¿Por qué tan pálido? ¿No te alegra elcorazón, como á mí, el ver las cinco rosas sirviendo de enseña á tanbizarros soldados?

—Ya te he dado la escarcela, Roger, continuó impávida la baronesa, paraevitar que tu señor se quede sin blanca desde los primeros días demarcha. Mucho cuidado con el dinero. Los borceguíes bordados de oro sonexclusivamente para el día que el barón se presente á nuestro graciososoberano, ó al príncipe su heredero, y para las reuniones de losnobles. Después los vuelves á guardar, antes de que el barón se vaya decaza con ellos puestos y los destroce....

—Mi buena amiga, observó el señor de Morel, duéleme en el almasepararme de vos, pero hemos llegado á los linderos del bosque y nodebéis ir más lejos. La Virgen os guarde á vos y á Constanza basta miregreso. Pero antes de separarnos, entregadme, os ruego, uno de vuestrosguantes, que lo quiero llevar al frente de mi casco en torneos ycombates, como prenda de la mujer amada.

—Dejad, barón, que yo soy vieja y nada hermosa y los apuestos señoresde la corte se reirían de vos si os proclamaseis paladín de tan pobredama....

—¡Oid, escuderos! exclamó el señor de Morel. Vuestra vista es mejor quela mía, y quiero que si véis á un caballero, por noble y alto que sea,menospreciar esta prenda de la dama á quien sirvo, le anunciéisinmediatamente que tiene que habérselas con el barón León de Morel, ácaballo con lanza y escudo ó á pie con espada y daga, en combate ámuerte.

Dicho esto, recibió respetuosamente el guante que le tendía la baronesay lo aseguró en su gorra, con el mismo broche de oro que sostenía laondulante pluma. Despidióse después afectuosamente de la dama anegada enlágrimas y poniendo su caballo al trote, seguido de los escuderos, tomóel camino del bosque.

CAPÍTULO XIV

AVENTURAS DE VIAJE

EL barón permaneció algún tiempo cabizbajo; Froilán y Roger no ibanmenos silenciosos y pensativos que él, pero el alegre Gualtero, que notenía penas ni amores, se entretenía en blandir la pesada lanza de suseñor, amenazando con ella á los árboles y dirigiendo grandes botes áimaginarios enemigos, aunque cuidando mucho de que el barón noadvirtiese su belicosa pantomima. Iban á retaguardia de la columna, y áveces oía Roger el paso acompasado de los arqueros y los relinchos delos caballos.

—Venid á mi lado, muchachos, dijo el señor de Morel al pasar frente áun cortijo, donde el camino se ensanchaba notablemente. Puesto que mehabéis de seguir á la guerra, bueno será que os diga cómo quiero serservido. No dudo que Froilán de Roda mostrará ser digno hijo de suvaliente padre, y tú, Gualtero, del tuyo, el noble señor de Pleyel.Cuanto á Roger, recuerda siempre la casa á que perteneces y el honor quete hace y los deberes que te impone la larga línea de los señores deClinton. No cometáis el error, muy común entre soldados, de creer quenuestra expedición tiene por objeto principal el de obtener botín yrescates, aunque ambas cosas puede y suele conseguirlas todo buencaballero. Vamos á Francia, y á España según espero, en primer lugarpara sostener el brillo de las armas inglesas y en segundo término parahacer famosos nuestro nombre y nuestro escudo, ventaja inmensa delcaballero sobre el villano. Y ese prestigio puede obtenerse no sólo encombates y asedios sino en justas y duelos, para los cuales nunca faltarazón ó pretexto. Pero en tierra extraña ó en territorio enemigo nipretexto se necesita y basta desenvainar la espada é invitarcortésmente á otro hidalgo á duelo singular. Por ejemplo, siestuviéramos en Francia diría yo ahora á Gualtero que se dirigiese algalope hacia aquel caballero que allí viene y que después de saludarloen mi nombre lo invitase á cruzar conmigo la espada.

—Pues no se llevaría mal susto el infeliz, exclamó Gualtero, que mirabaatentamente al desconocido. Como que es el molinero de Salisbury,caballero en su mula bermeja y probablemente atiborrado de cerveza,según costumbre.

—Por eso es que el escudero debe preguntar, en caso de duda, si elpasante es ó no caballero. Yo he tenido muchas y muy interesantesaventuras de viaje, y una de las que más recuerdo es mi encuentro á unalegua de Reims con un paladín francés con quien combatí cerca de unahora. Rota su espada, me dió con la maza tan terrible golpe que caímaltrecho y no pude despedirme como deseaba de aquel valiente campeón,ni preguntarle su nombre. Sólo recuerdo que tenía por armas una cabezade grifo sobre franja azul. En parecida ocasión recibí en el hombro unaestocada de León de Montcourt, con quien tuve la honra de cruzar laespada en el camino de Burdeos. Fué aquella nuestra única entrevista yconservo de ella el más grato recuerdo, porgue mi enemigo se condujocomo cumplido caballero. Y no olvidemos al bravo justador Le Capillet,que hubiera llegado á ser un gran capitán de las huestes francesas....

—¿Murió? preguntó Roger.

—Tuve la desgracia de matarlo en un delicioso bosquecillo inmediato álos muros de Tarbes. Aventuras parecidas las hallábamos en todas partes,en el Languedoc, Ventadour, Bergerac, Narbona, aun sin buscarlas, porqueá menudo nos esperaba un escudero francés, á la vuelta del camino,portador de cortés mensaje de su señor para el primer caballero inglésque quisiera aceptar el reto. Uno de ellos rompió tres lanzas conmigo enVentadour, en honor de su dama.

—¿Pereció en la demanda, señor barón? dijo Froilán.

—Nunca lo he sabido. Sus servidores se lo llevaron en brazos, aturdido,desmayado ó muerto. Por entonces no cuidé de indagar su suerte porque yomismo salí de la lucha contuso y malparado. Pero allí viene un jineteal galope, como si lo persiguiera una legión de enemigos.

El viento barría el camino, que en aquel punto formaba suave pendiente.Al otro lado de una hondonada volvía á subir y se perdía en unbosquecillo, entre cuyos primeros árboles desaparecía en aquel momentola retaguardia de la columna. El jinete pasó junto á ésta sin detenersey empezó á subir la cuesta en cuya cima estaban el barón y susservidores, hostigando incesantemente á su caballo con espuela y látigo.Roger vió que el corcel venía cubierto de polvo y sudor y que lo montabauno al parecer soldado, de duras facciones y con casco, coleto de ante yespada. Sobre el arzón llevaba un paquete envuelto en blanco lienzo.

—¡Paso al mensajero del rey! gritó al acercarse.

—Poco á poco, seor gritón, dijo el noble atravesando su caballo en elcamino.

También yo he sido servidor del rey por más de treinta años,pero jamás lo he ido pregonando á voces.

—Estoy de servicio y llevo conmigo lo que al rey pertenece. Me impedísel paso á vuestra costa....

—Entre mis muchas aventuras tampoco me ha faltado la de toparme demanos á boca con bergantes que encubrían sus traidores designiospretendiendo ser mensajeros de Su Alteza, insistió el señor de Morel.Veamos qué credenciales os abonan.

—¡Á la fuerza, entonces! gritó el jinete echando mano á la espada.

—Si sois caballero, dijo el barón, continuaremos nuestra entrevistaaquí mismo. Si plebeyo, cualquiera de estos tres escuderos míos, aunquede noble cuna, se dará por bien servido con castigar vuestra audacia.

El desconocido los miró airado y soltando el puño de la espada comenzó ádesenvolver apresuradamente el paquete que sobre el arzón llevaba.

—Yo no soy caballero ni escudero, dijo, sino antiguo soldado y ahoraservidor de la justicia de nuestro príncipe. ¿Queréis credenciales? Puesaquí las tenéis; y presentó á los horrorizados caballeros una piernahumana reciéncortada. Esta es la pierna de un ladrón descuartizado enDunán y que por orden del justiciero mayor llevo á Milton para clavarlaallí en un poste donde todos la vean y sirva de escarmiento.

—¡Peste! exclamó el barón. Hacéos á un lado con vuestra carga. Seguidmeal trote, escuderos, y dejemos atrás cuanto antes á este ayudante delverdugo. ¡Uf! Os aseguro, continuó cuando estuvieron en la laderaopuesta, que los montones de muertos en un campo de batalla no me causantanta repugnancia como una sola de esas carnicerías del cadalso.

—Pues á bien que no han faltado atrocidades en las guerras de Francia,según los relatos de nuestros soldados, observó Roger.

—Cierto es, contestó el barón. Pero sabed que los mejores combatientes,los verdaderos soldados, no maltratan jamás á un hombre vencido ydesarmado, ni degüellan y destrozan prisioneros, ni se encarnizan en losdébiles en el saqueo de una plaza. Esa tarea cruel se queda para loscobardes y los viles, que por desgracia nunca faltan y para esas turbasde merodeadores que van como buitres en seguimiento de las tropas y enbusca de fáciles presas. Si no me engaño, allí á la derecha del caminohay una casa entre los árboles.

—Una capilla de la Virgen, dijo Froilán, y á su puerta un ancianopordiosero.

El noble se descubrió y deteniendo su caballo á la puerta de la modestacapilla, rogó en alta voz á la Reina de los Cielos que bendijese susarmas y las de sus soldados en la próxima campaña.

—Una limosna, mis buenos señores, dijo entonces el mendigo, con vozsuplicante.

Favoreced á este pobre ciego, que hace veinte años no ve laluz del día.

—¿Cómo perdisteis la vista, abuelo? preguntó el barón.

—Entre las llamas de un incendio, que me quemaron toda la cara.

—Grande es vuestra desdicha, pero también os libra de ver no pocasmiserias, como la que acabamos de contemplar nosotros en este mismocamino, dijo el señor de Morel, recordando la ensangrentada pierna delladrón descuartizado. Dale mi bolsa, Roger, y apresuremos el paso, quenos hemos quedado muy atrás.

Roger se guardó muy bien de obedecer la orden de su señor y recordandolas instrucciones de la baronesa, tomó una sola moneda de la escarcelaencomendada á su cuidado y se la dió al mendigo, que la recibiómurmurando gracias y oraciones.

Desde una eminencia cercana vieron los viajeros el pueblo de Horla,situado en el fondo de un valle y á cuyas primeras casas llegaba enaquel momento la vanguardia de las fuerzas de Morel. Éste y susescuderos pusieron los caballos al galope y muy pronto alcanzaron lasúltimas filas, á tiempo que se oyó una voz estridente y estallaron lascarcajadas de los soldados. El barón vió entonces un gigantesco arqueroque marchaba fuera de las filas y tras él una viejecilla diminuta,vestida pobremente y con una vara en la mano, con la cual sacudíavigorosamente las espaldas del arquero á cada pocos pasos, sin dejar dereñirlo á gritos. La víctima de aquella novel ejecución hacía tanto casode los palos que recibía como si hubiesen sido dados en uno de losrobles del bosque.

—¿Qué es eso, Simón? preguntó el señor de Morel. ¿Qué atropello hacometido el arquero? Si ha ofendido á esa mujer ó apoderádose de suhacienda, juro dejarlo colgado en la plaza del pueblo, aunque sea elmejor soldado de mi compañía.

—No, señor barón, contestó el veterano esforzándose por contener larisa. El arquero Tristán es de este pueblo de Horla y la mujer es sumadre, que le da la bienvenida á su manera.

—¡Yo te enseñaré, holgazán, perdido, gandul! gritaba la viejaesgrimiendo la vara.

—Poco á poco, madre, decía Tristán, que ya no ando de vago sino que soyarquero del rey y voy á las guerras de Francia.

—¿Con que á Francia, bribón? Más te valiera quedarte aquí, que yo tedaré toda la guerra que quieras, sin ir tan lejos.

—Eso no lo dudaré yo, buena mujer, dijo Simón, que ni franceses niespañoles han de sacudirle el polvo como vos lo hacéis.

—¿Y á tí qué te importa, deslenguado? exclamó la viejecilla volviéndoseairada contra Simón. ¡Bonito soldado estás tú también, entrometido,borrachín!

—¡Aguanta, Simón! dijeron los arqueos en coro, con gran risa.

—Dejadla en paz, camaradas, dijo Tristán, que ha sido siempre buenamadre y lo que la desespera es que yo he hecho mi santa voluntad toda lavida, en lugar de trabajar como un forzado con los leñadores de Horla.Ya es hora de decirnos adiós, madre, continuó, levantando á la endeblemujer como una pluma y besándola cariñosamente. Quedad tranquila, que oshe de traer una saya de seda y un manto de terciopelo que ni para unareina y decid á Juanilla mi hermana que también habrá para ella buenosducados de plata cuando yo vuelva.

Dicho esto regresó el arquero á las filas y continuó la marcha con suscompañeros.

La mujer se quedó lloriqueando, y al llegar junto á ella elbarón le dijo:

—¿Lo véis, señor? Siempre ha sido lo mismo; primero se metió á frailepara holgazanear, y porque una mozuela no le quiso, y ahora se me marchaá la guerra dejándome vieja y pobre, sin un alma de Dios que me traigaun brazado de leña del monte....

—Consoláos, buena mujer, que con la protección de Dios él volverá sanoy salvo y no sin su parte de botín. Lo que siento es haber dado mi bolsaá un mendigo allá en el bosque....

—Perdonad, señor, dijo Roger; todavía quedan en ella algunas monedas.

—Pues dádselas á la madre del arquero, ordenó el noble, poniendo altrote su caballo, mientras Roger depositaba dos ducados en la mano de lavieja, que olvidando su cólera invocó las bendiciones del cielo sobre elbarón, Tristán y sus compañeros.

Llegada la columna al río Léminton se dió la voz de alto para comer ydescansar, y antes de que el sol empezara su marcha hacia el ocasoreanudaron la suya los soldados, entonando alegres canciones. Por suparte el barón deseaba vivamente llegar al término de su viaje y átierra enemiga, para cruzar la espada y romper lanzas una vez más conlos adversarios de sus anteriores campañas. Pensando iba en ellas cuandoél y sus escuderos vieron venir por el camino á dos hombres que desdeluego llamaron toda su atención. El que iba delante era un ser raquíticoy deforme, cuyos alborotados cabellos rojos aumentaban el volumen deuna cabeza enorme; cruel y torva la mirada de los húmedos ojos, parecíalleno de terror y tenía en la mano un pequeño crucifijo que alzaba enalto, como mostrándolo á todos los pasantes. Iba tras él un sujeto altoy fornido, con luenga barba negra, llevando al hombro una mazaclaveteada que á intervalos alzaba sobre la cabeza del otro,amenazándole de muerte.

—¡Por San Jorge, aventura tenemos! dijo el barón. Averigua, Roger, quégente es esa y por qué uno de los villanos así amenaza y espanta alotro.

Pero no necesitó adelantarse el escudero, porque los dos hombressiguieron andando y pronto llegaron á pocos pasos del barón. El quellevaba el crucifijo se dejó caer entonces sobre la hierba y el otroenarboló enseguida la pesada maza, con tal expresión de furor y odio queen verdad parecía llegada la última hora del caído.

—¡Teneos! gritó el barón. ¿Quién sois y qué os ha hecho ese infeliz?

—No tengo que dar cuenta de mis actos á los viandantes que encuentro enel camino, contestó secamente el desconocido. La ley me protege.

—No es esa mi opinión, dijo el noble, que si la ley os permite amenazarcon esa clava á un hombre indefenso, tampoco me ha de impedir á míponeros la espada al pecho.

—¡Por los clavos de Cristo, protejedme, buen caballero! exclamó enaquel punto el del crucifijo, poniéndose de rodillas y tendiendo lasmanos en ademán suplicante. Cien doblas tengo en el cinto y vuestras sonsi matáis á mi verdugo.

—¿Cómo se entiende, tunante? ¿Pretendes comprar con oro el brazo y laespada de un noble? Creyendo estoy, á fe mía, que eres tan ruin de almacomo de cuerpo y que tienes merecido el trato que recibes.

—Gran verdad decís, señor caballero, repuso el de la maza, que es éstePedro el Bermejo, salteador de caminos y con más de una muerte sobre laconciencia, terror por muchos meses de Chester y toda la comarca. Unasemana hace que mató á mi hermano alevosamente, perseguíle con otrosvecinos míos y acosado de cerca se refugió en el monasterio de San Juan.El reverendo prior no quiso entregármelo hasta que hube jurado respetarla vida de este asesino mientras tenga en la mano el crucifijo que ledió en prenda de asilo. He respetado mi juramento hasta ahora como buencristiano, pero también he jurado seguir al miserable hasta que caigarendido y matarlo como un perro, tan luego se le escape de las manos lasanta cruz que aun le protege.

El bandido rugió como una fiera, acercósele amenazante el otro con lamaza en alto y los espectadores de aquella escena los contemplaron algúntiempo en silencio, alejándose después por el camino que llevaba lacolumna.

CAPÍTULO XV

DE CÓMO EL GALEÓN AMARILLO SE HIZO Á LA VELA

LOS soldados de Morel durmieron aquella noche en San Leonardo,repartidos entre las granjas, graneros y dependencias de aquel poblado,perteneciente, como tantos otros, á la rica abadía de Belmonte, que nomuy lejos quedaba. Roger volvió á ver con alegría el hábito blanco dealgunos religiosos allí aposentados y recordó conmovido sus años de vidamonástica al oir la campana de la capilla convocando á vísperas.

Alrayar el alba se embarcaron hombres de armas, arqueros y servidores enanchas barcas que los esperaban en la ría del Lande y pasando frente alpintoresco pueblo de Esbury llegaron á la rada de Solent y al puerto deLepe, donde debía de efectuarse su embarco en la galera del rey. En elpuerto vieron multitud de barcas y botes, y anclado á buena distancia unbuque de gran tamaño que se balanceaba sobre las espumosas olas.

—¡Dios sea loado! exclamó el barón. Nuestros amigos de Southampton hancumplido su promesa y hé allí el galeón pintado de amarillo que nosdescribían y ofrecían enviarnos á Lepe en sus últimas cartas.

—Amarillo canario, dijo Roger. Y á lo que parece, bastante grande pararecibir á bordo más soldados que semillas tiene una granada.

—De lo cual me alegro, observó Froilán, porque ó mucho me engaño ó noharemos el viaje solos. ¿No véis allá á lo lejos, entre aquellascasuchas de la playa, los colores de un gonfalón y el brillo de lasarmas? Esos reflejos no proceden de remos de pescadores ni de ropilla devillanos.

—Muy cierto es ello, contestó Gualtero. Mirad, allá va un bote lleno dehombres de armas, con dirección á la nave. Tendremos compañía numerosa,tanto mejor. Y por lo pronto nos dan la bienvenida; ved á los del puebloque vienen á recibirnos.

Grupos numerosos de hombres, mujeres y niños se dirigían al encuentro delas barcas y agitaban desde la playa sombreros y pañuelos, lanzandoalegres exclamaciones y vitoreando al famoso capitán. Apenas saltaron átierra los arqueros de la primera barca, mandados por el sargento Simón,se acercó á éste un obeso personaje ricamente vestido, que llevaba alcuello gruesa cadena de oro de la que pendía sobre el pecho enormemedalla del mismo metal.

—Sed bienvenido, alto y poderoso señor, dijo descubriendo una grancalva y saludando profundamente á Simón. Sed bienvenido á nuestra ciudady aceptad nuestros humildes respetos. Dadme desde luego vuestrasórdenes, capitán ilustre, y decidme en qué puedo serviros, á vos y ávuestra gente.

—Pues ya que tan atento lo ofrecéis, contestó Simón con sorna, por loque á mí toca me contentaré con un par de eslabones de esa cadena quelleváis al cuello, que más gruesa no la he visto jamás, ni aun entre losmás opulentos caballeros de Francia.

—Sin duda os chanceáis, señor barón, repuso admirado el personaje, queno era otro sino el corregidor de Lepe. ¿Cómo he de entregaros parte deesta cadena, insignia del municipio de nuestra ciudad?

—Acabáramos, gruñó el veterano. Vos buscáis al barón de Morel, nuestrovaliente capitán, y allí lo tenéis, que acaba de desembarcar y monta elcaballo negro.

El corregidor contempló sorprendido al barón, cuya endeble aparienciamal se avenía con la fama de sus proezas.

—Sois tanto más bienvenido, díjole después de repetir el respetuososaludo que antes había dirigido al taimado arquero, por cuanto esta lealciudad de Lepe necesita más que nunca defensores como vos y vuestrossoldados.

—¿Qué decís? Explicaos, exclamó el señor de Morel, esperandoatentamente la respuesta del funcionario.

—Lo que pasa, señor, es que el sanguinario pirata Cabeza Negra, uno delos más crueles bandidos normandos, acompañado del genovés Tito Carleti,ha aparecido últimamente por nuestras costas, saqueando, incendiando ymatando. Ni el valor de nuestro pueblo ni las vetustas murallas de Lepeofrecen protección suficiente contra tan temibles enemigos, y el día quese presenten por aquí....

—Adiós Lepe, concluyó Gontrán el escudero, á media voz.

—¿Pero tenéis motivos para creer que atacarán vuestra villa? preguntóel barón.

—Sin duda alguna. Las dos grandes galeras cargadas de piratas hansaqueado ya las vecinas poblaciones de Veymouz y Porland y ayerincendiaron á Coves. Muy pronto nos tocará el turno.

—Pero es el caso, observó el señor de Morel poniendo su caballo endirección de las puertas de la ciudad, que el príncipe real nos esperaen Burdeos y por nada en el mundo quisiera verle en camino dejándomerezagado. No obstante, os prometo dirigirme á Coves y hacer todo loposible para descubrir y castigar á esos bandidos por aquellascercanías, tratándolos de suerte que no piensen en nuevas expedicionesni desembarcos.

—Mucho os agradecemos la oferta, repuso el magistrado, pero no veo cómopodáis triunfar con vuestro único barco sobre las dos poderosas galerascorsarias, al paso que con vuestros arqueros en los muros de Lepe fácilos sería dar á los piratas una lección sangrienta.

—Ya os he dicho mis razones para no detenerme aquí. Y por lo que hace ála desigualdad de fuerzas, creed que me infunde gran confianza elaspecto de aquel galeón amarillo que allí me espera, y que con mi genteá bordo no temeré lo