La Fontana de Oro by Benito Pérez Galdós - HTML preview

PLEASE NOTE: This is an HTML preview only and some elements such as links or page numbers may be incorrect.
Download the book in PDF, ePub, Kindle for a complete version.

—¡Ah! ¿El oficial aquél del otro día?… ¿Y dices que se queríameter aquí?

—Sí; y después me preguntó por usted.

—¿Por mí? ¿Y qué le dijiste?

—Que estaba

güena.

Después dijo que si estaba aquí

el viejo.

Ya veusted qué poco respeto. ¡El viejo! ¡Qué irreverencia! Yo le dije que no.El me dijo que quería entrar á hablar conmigo… Pero vamos … ya soymuy maliciosa, y yo me malicio….

—¿Qué?

—A mí no me engañan así con palabritas. Como es una tan guapetona….

—No tengas cuidado—dijo Clara riendo.—Es que está enamorado de ti yquiere casarse contigo. Si lo sabe el tabernero….

—¿Mi Pascual? No lo sabrá… Si llegara á saber mi Pascual que hay unseñorito que dice chicoleos á Pascuala….

Advirtamos que esta fregona tenía por novio á un Pascual que habíafundado nada menos que una taberna en la calle del Humilladero. Aquellasrelaciones honestas y nobles parecían muy encaminadas al matrimonio; ycomo ella era

así tan guapetona

, habría probabilidades de que aquelpar de Pascuales se unieran ante la Iglesia para dar hijos al mundo yagua al vino.

—Pues como Pascual lo llegue á saber….

—Pero yo soy muy picara … y se me ha puesto en la cabeza… ¿Sabeusted lo que se me ha puesto en la cabeza?

-¿Qué?

—Que él no quiere entrar aquí por mí, sino por usted.

—¿Por mí? No seas tonta—replicó Clara, riendo con la mayornaturalidad.

—¿Le dejo entrar?

—No, cuidado. Por Dios, no hagas tal. No vuelvas á hablarle más. ¿A quétiene que venir aquí ese caballero?

—Yo me malicio … aunque una sea así tan guapetona…. Yo me malicioque á mí no me quiere pa

maldita de Dios la cosa … porque al fin,siempre una es criada y él un caballero…. Pues parece persona muyprincipal. Digo… ¿Le dejo entrar?

—¡Jesús, Pascuala, no lo vuelvas á decir!—exclamó seriamente Clara.—¿Pero á qué quiere entrar aquí ese caballero?

—Toma, á verla á usted.

—¿Y para qué quiere verme á mí?

—Toma, para verla.

—¡Qué ocurrencia!—murmuró pensativa.

En esto se sintió un campanillazo. Abrieron y entró Coletilla.

Las dos muchachas seguían su coloquio cuando sintieron en la calle rumorde voces agitadas, algunos gritos y pasos precipitados. Asomáronse lostres, y vieron que discurrían varios grupos por la calle. Los chisperosmás famosos del barrio dejaban sus hierros y salían en busca deaventuras. Coletilla lanzó una mirada de rencoroso desdén sobre lostranseúntes, y cerrando con estrépito el balcón, dijo;

—¡Otra asonada!

Las dos muchachas temblaron acordándose del miedo que tuvieron pocasnoches antes.

—¡Ay, cuándo se acabarán estas cosas!—observó Clara.

—¡Pronto!—dijo con sequedad el viejo, sentándose y tomando una cartaque había sobre la mesa.

La leyó; después tomó su capa y su sombrero, y dijo á las chicas:

—Voy á salir; tengo que hacer: no volveré en toda la tarde. Mi sobrinollegará esta noche á eso de las ocho: yo no vendré hasta las diez lo mástemprano. Que me espere aquí.

Y embozándose en su capa, miró un triste reloj, que contaba contristísimo compás la vida en el testero de la sala.

—No abráis á nadie: cuidado, cuidado con la puerta. Echad todoslos cerrojos. Cuando venga mi sobrino, dadle algo que comer y queme aguarde.

—¿Pero cómo va usted á salir con esos alborotos?—dijo Clara contemor.—No nos deje usted solas: tenemos mucho miedo.

—¡A mí ¿Qué me han de hacer á mí? ¡Ay de ellos!—murmuró con ahogadofuror.—Tened cuidado con la puerta os repito.

Y después, como hablando consigo mismo, dijo en voz baja:

—Sí es preciso tomar una determinación … buena determinación.

Clara pudo oírlo, y pensó en la cómoda, en el traje, en las flores, enel cuchillo y en la determinación, en aquella maldita determinación queno conocía. Pero aun esto, que la tuvo cabizbaja y melancólica un buenrato, no fué bastante para quitarle la felicidad que aquel día rebosabaen su alma.

CAPÍTULO IX

#Los primeros pasos#.

Los grupos de la calle crecían. La población toda presentaba ese aspectoextraño y desordenado que no es tumulto popular, pero sí lo que leprecede. Era el 18 de Septiembre de 1821. La mayor parte de loshabitantes de Madrid estaban en la calle. El ansioso ¿qué hay? salía detodas las bocas. En tales ocasiones basta que se paren dos para que enseguida se vayan adhiriendo otros hasta formar un espeso grupo. Entoncestodos los que vemos nos parecen

malas caras

. El accidente más curiosoen tales días es el que ofrece la llegada de la persona que se suponeenterada de lo que va á haber. Rodéanle: el

enterado

se hace de rogar,principia á hablar en lenguaje simbólico para aumentar la curiosidad,sienta por base que sin la más profunda discreción y la promesa deguardar el secreto, no puede decir lo que sabe.

Todos le juran por lomás sagrado que guardarán el secreto, y, por fin, el hombre empieza ácontar la cosa con mucha obscuridad; excitado por los oyentes, se decideá ser claro, y les encaja tres ó cuatro bolas de tente-tieso, que losotros se tragan con avidez, desbandándose en seguida para ir á vomitarlaen otros grupos: tan indigestos son esta clase de secretos.

La tarde á que nos referimos era casualmente cierto lo que nuestro amigoCalleja, enterado

oficial de la

Fontana

, contaba en uno de losgrupos formados en la Carrera.

—Pues qué, ¿no saben ustedes?—decía bajando la voz y haciendo unos gestos dignos del único espartano que, escapado en las Termópilas, llevó á Atenas la noticia de aquella catástrofe memorable.—¿No saben ustedes?

Pues no hay más sino que mañana habrá procesión cívica en honor de Riego, cuyo retrato será paseado por todas las calles de la Corte.

—Bien, bien—dijo uno de los oyentes.—¿Íbamos á consentir que semaltratara al héroe de las Cabezas, al fundador de las libertadesde España?

—Pues lo grave es que el Gobierno está decidido á que no hayaprocesión. Pero es cosa decidida. La Fontana

lo ha resuelto y se hará:ya está preparado el retrato. Y por cierto que es una linda obra: estárepresentado de uniforme, y con el libro de la Constitución en la mano.¡Gran retrato! Como que lo hizo mi primo, el que pintó la muestra delcafé

Vicentini

.

—¿Y el Gobierno prohibe la fiesta?

—Sí: no le gustan esas cosas. Pero habrá procesión ó no somosespañoles. El Gobierno la prohibe.

En efecto: en aquel momento las esquinas recibían un emplasto oficial,en que se leía el bando prohibiendo la fiesta preparada por los clubspara el siguiente día. La tropa estaba sobre las armas.

—Y esta noche tenemos gran sesión en la

Fontana

.

—Mira, Perico, guárdame un buen sitio esta noche—dijo un joven queformaba parte del grupo;—

guárdame un puesto, que tengo que ir esta nocheá primera hora al parador del Agujero

á recibir unos amigos que vienende Zaragoza.

Y después añadió con misterio, dirigiéndose á otros dos ó tres queparecían amigos suyos:

—Buenos chicos aquellos chicos de Zaragoza, de que os he hablado. Estanoche llegan. Son del club republicano de allá. Buenos chicos.

El grupo se disolvió; al mismo tiempo, la siniestra figura de Tres Pesetas cruzaba por la calle, unida á la no menos desapacible de Chaleco.

Del grupo salieron tres jóvenes de los que hablaron anteriormente. Erantres mancebos como de veinticinco años. No podemos llamarles lechuguinosnetos; pero tampoco podía decirse de ellos que carecían de todadistinción y elegancia. Eran amigos íntimos, que compartían sus fatigasy sus goces, las fatigas de la pobreza estudiantil y loa goces del aurapopular, conquistada con artículos de periódicos y discursos en el club.

El uno era un joven de familia distinguida, segundón, á quien habíanmandado á estudiar Cánones y sagrada Teología en Salamanca, con elobjeto de que fuera sacerdote y disfrutara unas pingües capellanías quehabían pertenecido á un su tío, chantre de la catedral de Calahorra.Capellán te vean mis ojos, que obispo como tenerlo en el puño. Enefecto: Javier, que así se llamaba el muchacho, hubiera sido obispo,porque su familia tenía gran influencia. Pero el chico, que no amaba loshábitos y se sentía impresionado por las nuevas ideas, hizo su hatillo,y falto de dineros, aunque no de osadía, se puso en camino, y se plantóen Madrid el mismo bendito año de 1820. Vagó por las calles solo; peropronto tuvo bastantes amigos; escribió á su abuelita, que le concedió unmedio perdón y algunos cuartos (pocos, porque la familia, aunque la másnoble del territorio leonés, se hallaba en situación muy precaria);marchó después á Zaragoza, donde vivió algunos meses, figurando mucho enlos clubs democráticos, y volvió después á la Corte, no muy bien comidoni bebido, pero alegre en demasía.

Escribía en

El Universal

furibundosartículos, y contento con su poquito de gloria, iba pasando la vida,pobre, aunque bien quisto. Cautivaba á todos por la amabilidad de sucarácter y lo generoso de sus sentimientos. En política profesabaopiniones muy radicales, y pertenecía á la fracción llamada entonces exaltada

.

En la misma militaba el segundo de estos tres amigos que describimos, elcual era andaluz, de veintrés años, delgado, pequeño y flexible. EnEcija, su patria, pasaba el tiempo escribiendo verbos á Marica, áRamona, á Paca, á la fuente, á la luna y á todo. Pero todo causa, y lapoesía á secas no es de lo que más entretiene: un día se encontróaburrido y pensó salir del pueblo. Pasó por allí á la sazón el ejércitode Riego, y aquellas tropas excitaron su curiosidad.

Preguntó; le dijeron que eran los soldados de la libertad, y esto resonóen sus oídos con cierta agradable armonía. "Me voy con ellos", dijo ásus padres. Estos eran muy pobres, y contestaron: "Hijo, vete con Dios,y que El te haga bueno y feliz; pórtate bien, y no te olvides denosotros."

El poeta siguió el ejército, llorando sus padres, y aun es fama quelloraron á escondidas tres de las chicas más guapas de Ecija. Al llegará Madrid, el joven volvió á ser poeta, y entonces hacía versos al Reycuando abría las Cortes, á Amalia, á Riego, á Alcalá Galiano, á Quiroga,á Argüelles. En su vida cortesana, este poeta, que, como despuésveremos, pertenecía á la escuela clásica en todo su vigor, pasó algunosclásicos apurillos; mas después, escribiendo en casa de un abogado,desempeñando funciones modestas en el periódico

El Censor

, vivíasiempre alegre, siempre poeta, siempre clásico, apreciado de sus amigos,con alguna fama de calavera, pero también con opinión de joven listo yde buen fondo.

La fisonomía del tercero no era tan agradable ni predisponía tanto sufavor como la de los anteriores. Sin embargo, tenía fama de buen chico;y en cuanto á opiniones políticas, no podía echársele en cara latibieza, porque era frenético republicano. Algunos mal intencionadosdecían que en el fondo era realista, y que sólo por cálculo hacía alardede aquel radicalismo intransigente. Pero aún no tenemos motivo paraaceptar esta aseveración, que es quizá una calumnia. Llamábanle elDoctrino, porque había estudiado primeras letras en el colegio de SanIldefonso. No podía negarse que había en su carácter cierta astuciadisimulada, y en sus modales alguna afectación bastante notoria. Erahijo natural de un vidriero, que le reconoció al morir, dejándolepequeña fortuna; pero los albaceas testamentarios, á quienes el difuntodió amplios poderes, hicieron un inventario, del cual resultaba que elvidriero no había dejado en el mundo cosa alguna de valor.

El Doctrinoles pedía dinero, y ellos le solían decir: "Tome usted para unsemestre." Y le daban una onza.

Pero sus amigos le ayudaban á vivir, le mantenían y le compraban algúnlevitón de pana. Era notorio (y aun llegó á tratarse seriamente delasunto) que poco antes de la época en que esta historia comienza, elDoctrino gastaba más dinero que de costumbre; y cuando sus amigos lepreguntaban el origen de aquel caudal, respondía evasivamente y mudabade conversación.

Estos tres jóvenes eran inseparables, sin que alteraran la paz lasdesventuras pasajeras del uno, ni las ganancias fortuitas del otro. Laonza semestral del Doctrino perecía en Lorencini

ó en la

Fontana

endos días de café, chocolate y jerez; pero después Javier escribía unartículo tremendo sobre la soberanía nacional para comprarle unas botasal poeta clásico, y el mismo Doctrino sacaba de un misterioso bolsilloun doblón de á cinco para atender á las necesidades amorosas de Javier,que tenía pendiente cierta cuestión con la hija de un coronel decaballería, hombre atroz y fiero como un cosaco.

Estos tres jóvenes vagaron juntos por las calles, acercándose á losgrupos, preguntando á todos, contando noticias fraguadas por la fecundaimaginación del poeta, hasta que, llegada la noche, se dirigieron alparador del

Agujero

, sito en la calle de Fúcar, á esperar á unosamigos de Javier, que llegaban aquella misma noche de Zaragoza.

Ni en la arquitectura antigua ni en la moderna se ha conocido unmonumento que justificara mejor su nombre que el parador del

Agujero

en la calle de Fúcar. Este nombre, creado por la imaginación popular,había llegado á ser oficial y á verse escrito con enormes y torcidasletras de negro humo sobre la pared blanquecina de la fachada.

Unportalón ancho, pero no muy alto, la daba entrada; y esta puerta, cuyodintel consistía en una inmensa viga horizontal, algo encorvada por elpeso de los pisos principales, era la entrada de un largo y obscurocallejón que daba al destartalado patio. Este patio estaba rodeado porpesados corredores de madera, en los cuales se veían algunas puertasnumeradas.

En lo alto residía el establecimiento patronil de _LaRiojana,_antonomasia imperecedera que se conservó por tres generaciones.Allí se servía á los viajeros, recién descoyuntados y molidos por elsuave movimiento de las galeras, algún pedazo de atún con cebolla, algúncapón, si era Navidad ó por San Isidro, callos á discreción, lonjasescasas de queso manchego, perdiz manida, con valdepeñas y pardillo.Esta comida frugal, servida en estrechos recintos y no muy limpiosmanteles, era la primera estación que corría el viajero para entrardespués en el

vía crucis

de las posadas y albergues de la villa.

Dos veces al día un ruido áspero y creciente aumentaba la normalalgarabía del barrio. Se oían las campanillas, el chasquido del látigo yun estrépito de ruedas que de bache en bache, de guijarro en guijarroiban saltando. La máquina llegaba frente al portal, y aquí era donde seprobaba la habilidad náutico-cocheril del mayoral: la máquina daba unavuelta, los machos entraban en el portalón, y tras ellos el vehículo,siendo entonces el ruido tan formidable, que la casa parecía venirse alsuelo. El navío daba fondo en el patio, los brutos eran desenganchados,el mayoral bajaba de lo alto de su trono, y los viajeros, que aún semantenían con la cabeza inclinada, y muy agachados, resabio de cuandoatravesaron el portal, notaban al fin que no tenían el techo en lacorona, se admiraban de verse con vida, y descendían también.

Aquí, si había parientes esperando, empezaban los abrazos, los besos,las felicitaciones. Era propinado con algún real mal contado el cochero,y cada cual se iba por su camino, siendo costumbre tomar allí mismo, enlos aposentos de la Riojana, un preámbulo estomacal para poder subir lacalle de Atocha, que era entonces algo más inaccesible que ahora.

Esta vez, cuando la nave hizo su parada definitiva en el patio, hubo unaaclamación general. El Doctrino abrazó á sus amigos.

—¡Javier!

—¡Lázaro!

Y se abrazaron con efusión. Después de los monosílabos de alegría ysorpresa, el segundo dijo al primero:

—¿Tú en Madrid? … al fin! ¿Vienes de Ateca?

—Sí.

—Bien. No podías llegar más á tiempo. ¿Y los amigos de Zaragoza? ¿Perode dónde vienes? … ¿Y el club

… y nuestro club? …

—Ya sabes que nos lo disolvieron. Hace seis meses que estoy en Ateca.

—¿Y estarás mucho aquí?

—Siempre!

—Bien. Aquí la juventud, la vida. Y si he de decirte la verdad …hacemos falta.—Sí … ¿oh?

—Señores, aquí tenéis á mi amigo, al grande orador del club de Zaragoza, mi amigo y compañero.

Los demás jóvenes, tanto viajeros como visitadores, rodearon alaragonés.

Expliquemos. Cuando Javier estuvo en Zaragoza, trabó amistad muy íntimacon Lázaro. En el club propagaron ambos las ideas democráticas(democracia de 1820)que entonces cundieron rápidamente por aquella nobleciudad. Privadamente estos dos jóvenes, afines por carácter ytemperamento, se miraban como hermanos, tenían una misma bolsa, comíanen un mismo plato, y confundían en un común sentimiento sus pesares yalegrías. Desde la salida de Lázaro para su pueblo no se habían visto.

—Cuánto me alegro de que vengas acá!—dijo Javier, abrazándole otravez.—Hacen falta jóvenes como tú.

La juventud de ayer se vacorrompiendo: unos se enervan, otros retroceden y algunos se venden porfalta de fe.

—Señores, vamos á

Vicentini

—dijo el Doctrino, llevándose ásus amigos.

—¿Qué

Vicentini

? A

La Cruz de Malta

. Allí hay muchos aragoneses,todos son aragoneses.

—Este no viene sino á la

Fontana

—dijo Javier, señalando á su amigo.

—Viva la

Fontana

, el rey de los clubs!

—Y el club de los reyes—dijo uno que se escurrió como si hubiera dichouna imprudencia.

—¿Quién ha dicho eso?—exclamó el Doctrino furioso.

—No hagas caso: es uno de los que creen esas calumnias—indicó Javier.—Vamos, señores: esta noche hay gran sesión en la

Fontana

.

—Mañana me llevarás allá—dijo Lázaro á su amigo con empeño.

—¿Cómo mañana? Esta noche misma, ahora mismo. ¿Vas á perder la másimportante sesión que se ha visto ni verá?

—¿Pero cómo puedo ir esta noche? Si acabo de llegar. Tengo que ir ácasa de mi tío.

—¿Tienes aquí un tío? ¿Es liberal?

—Presumo que sí: no le conozco.

—¿Y ahora vas allá?

—Naturalmente.

—¡Qué disparate! Déjate ahora de tíos. Vente á la

Fontana

. Son lasocho: ya va á empezar. A la salida irás á tu casa.

—Hombre … eso no me parece bien—dijo Lázaro suspenso.

—¿Pero cómo vas á perder esta sesión? Habla Alcalá Galiano, RomeroAlpuente, Flórez Estrada, Garelli y Moreno Guerra. No habrá otra sesióncomo ésta. ¿Qué más da que vayas á tu casa ahora ó á las doce? Tu tíocreerá que no ha llegado la diligencia.

—Hombre, no. Estoy cansado. Me esperan tal vez en su casa.

—No seas tonto. Vente á la

Fontana

. No hay más remedio sino que vas.

¿Dónde vive tu tío?

—Calle de Válgame Dios.

—¡Jesús, qué lejos! No vayas allá ahora.

Lázaro tenía un vivo deseo de llegar pronto á casa de su tío: ya secomprenderá por qué. Pero le era humanamente imposible, porque sucariñoso amigo le llevaba casi por fuerza al club. Además, las razonescon que disculpaba aquella determinación tenían también algún peso en sumente. Aquel recibimiento caluroso, la noticia de aquella gran sesión dela célebre Fontana

, estimularon el entusiasmo á que siempre propendíasu carácter, y se dejó llevar.

Quién sabe si había algo de providencial en aquella extemporánea visitaá la Fontana

. Sería cosa de ver que sin sacudir el polvo del camino(esto pensaba él) le acogieran con aplauso en el club más ilustre ycélebre de la monarquía. Tal vez le conocían ya de oídas por susbrillantes discursos de Zaragoza. ¿Cómo tal vez? Sin duda le conocíanya. A estos pensamientos se mezclaba el orgullo de que á oídos de Clarallegara al día siguiente su nombre llevado por la fama. Una apoteosis sele presentaba confusamente ante la vista. ¿Por qué no? Sin duda aquelloera providencial.

Así es que la resistencia que al principio opuso fué disminuyendo ámedida que se acercaba á la Fontana

. No le tengáis por loco todavía.

Llegaron. La puerta estaba obstruida por un inmenso gentío. Pero elDoctrino con los suyos, y Javier con Lázaro y el poeta, tuvieron mediode entrar por un patio interior. La sesión era muy agitada. Un oradoracusaba al Gobierno de la destitución de Riego. Contó lo que habíapasado en Zaragoza, y acusó á los habitantes de esta ciudad por no haberdefendido á su General.

—Poner la mano—decía—en un héroe como Riego, es la mayor de lasprofanaciones. ¿Y qué ha hecho Zaragoza? ¡Oh! la ciudad en que tal cosaha pasado permaneció muda y permitió que su Capitán General fueradestituido; dejó que un vil esbirro manchara la sagrada investidura dela autoridad, despojando de ella á Riego.

(Grandes aplausos.)

Se hadado el pretexto de que Riego fomentaba el desorden en todo Aragón. Estono es cierto: es una mentira fraguada en esos obscuros conciliábulos decierto palacio que no quiero nombrar.

(Rumores y risas.)

Se le mandade cuartel á Lérida como un sospechoso, y se entrega el mando al jefepolítico. ¿Quién es ese jefe político? Siempre fué enemigo de lalibertad. Todos le conocéis: es un enemigo encubierto de la libertad.¡Abajo los disfraces!

(Aplausos.)

Lo que se quiere bien lo conocéis:es ir apartando poco á poco de los cargos públicos á los buenosliberales, para poner en ellos á esos hipócritas que se llaman nuestrosamigos, y nos detestan en el fondo de sus corazones corrompidos.

(¡Sí!¡sí! ¡sí!)

¿Qué se pretende? ¿A dónde nos conducen? ¿Qué va á resultarde esto? ¡Ay de la libertad que hemos conquistado! Mucha atención,ciudadanos. No os descuidéis. Estad alerta, ó si no, ¡ay de la libertad!

(Bien, bien.)

Pero lo repito, señores: ¡de quien tengo más quejas es del pueblo deZaragoza, de ese pueblo que yo creí el más grande de la tierra y que nolo es!… ¡No, no lo es!

(Rumores.)

¿Por qué permitió que Riego fueradestituido? ¿Por qué le dejó marchar? ¿Y es ésta la ciudad de 1808?

No,yo diré á esa ciudad: no te conozco, Zaragoza. Tú no eres Zaragoza. Yano sabes levantarte como un solo aragonés. Has dejado atropellar áRiego. ¡Tú nos salvaste en otro tiempo; pero hoy, Zaragoza, nos hasperdido!

(Grandes y continuados aplausos.)

Un joven se levantó (era aragonés).

—Protesto—dijo con la mayor energía—contra las acusaciones lanzadas ámi patria, á la noble capital de Aragón, por ese señor, cuyo nombre nosé … ni quiero saberlo.

(Una voz dice: Alcalá Galiano.)

Mi patriano ha olvidado su honor. ¿Qué queréis que hiciera contra lo mandado enun decreto del Gobierno constitucional?…

—Desobedecerlo—gritaron varias voces.

—Señores, dejadme continuar.

—¡Que siga, que siga!

—Protesto en nombre de mis paisanos, y afirmo que es Zaragoza el pueblode España que más ha hecho en todos tiempos por la libertad. ¿No se leacusa de ser un foco de exaltación republicana? ¿No se ha dicho que deallí salen las ideas más disolventes, que allí se elabora unaconspiración para sostener la República?

—Hechos quiero y no palabras—dijo el primer orador.

—Pues hechos tendréis. ¿No sabéis que existe en Zaragoza un club, cuyainfluencia y prestigio alcanzan á todo Aragón? Ese club, llamado

democrático,

ha sido en dos años la más entusiasta y eficaz asambleade la nación. Lo que allí se ha predicado bien lo sabéis. Las voceselocuentes que allí han resonado bien autorizadas son. La propaganda queallí se ha hecho ha llegado hasta aquí.

(Rumores.)

—No sabemos lo que es ese club. Siempre nos hablan ustedes losaragoneses del club de Zaragoza, y aun hoy no sabemos lo que es eso.¿Qué es eso? Mucho discurso democrático, pero ningún acierto para hacerpropaganda y formar un partido. Pero en último resultado, ¿cuáles sonlas teorías de ese club tan decantado? Yo desconfío de él. ¿Quién hablade ese club? Conozcamos á sus hombres. Creo que la mayor parte de losque estamos aquí reunidos miran á esa insignificante reunión con eldesdén que merece.

(Voces y algazara.)

Muchos aragoneses se levantaron apostrofando al orador. Lázaro escuchabatodo, inmutándose por grados.

Sus amigos le decían en voz baja quedefendiese al club de Zaragoza. De repente un aragonés se levantó enmedio de la sala, y señalando al sitio donde se hallaba Lázaro con losdemás llegados aquella noche, dijo:

—Presentes están algunos señores que han pertenecido á ese club.

Todos miraron á aquel sitio.

—Bien—dijo el orador.—Si están ahí esos señores, que hablen, que nosdigan lo que es ese club y qué ha hecho. Queremos oírles: que hablen.

—¡Aquí está el orador más notable del club democrático de

Zaragoza!—dijo en voz muy alta Javier, señalando á su amigo.

—¡Sí, sí!—dijeron todos los aragoneses que había en el recinto,reconociendo á su compatriota.—

Defiéndanos usted, defiéndanos.

Todas las miradas se fijaron en Lázaro. ¡Cosa singular! En aquel momentouna súbita transformación se verificó en el ánimo del joven. Se sintióturbado, se esforzó en saludar, quiso decir algo y no pudo. Pero leimpelían hacia la tribuna, y no había remedio. Si no hablaba, ¿quédirían de él? Lázaro había brillado en Zaragoza por su elocuencia; habíaaprendido á dominar la multitud, á sobreponerse á ella, á manejarla á suantojo. Pero en aquella ocasión se encontraba novicio, se desconocía,tenía miedo.

—¡Que hable, que hable!

—Abrid paso—exclamó uno de los dipu