La Copa de Verlaine by Emilio Carrere - HTML preview

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EMILIO CARRÈRE

L A C O P A

DE

V E R L A I N E

MADRID

1918

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Índice

La copa de Verlaine

En Madrid se come mal

El viejo poeta Nerval

Hábitos y extravagancias de los escritores

Los argonautas del vellocino de... cobre

La última copa de Edgard Poe

Los poetas borrachos

Un duelo romántico

Las manos de Elena

Siles y su carrik

Glosario pintoresco

Elegía de un hombre inverosímil

Nuestro amigo el alquimista

El galán de los "ouistitis"

Sindulfo, arqueólogo y cazador de alimañas

El poema del mal poeta

La sombra del rey galán

La plazoleta de los fracasados

Las paellas de un revolucionario

La noche

Un viejo café galante

Perfil de tragicomedia

Santaló

La capa bohemia

La capa de mendigo

A

JESÚS DE LAS HERAS

GRAN AMIGO, GRAN SIMPÁTICO,

VENCEDOR DEL AZAR

EL AUTOR

La copa de Verlaine

PABLO Verlaine tenía una sed fatal, una sed monstruosa y suicida, ybebió hasta la muerte. Tal vez oía la voz de una sirena fabulosa en elfondo glauco del ajenjo. El ruiseñor protervo iba al café D'Harcourt ybebía, bebía... Las cuartillas aguardaban en una carpeta, junto altintero feo, mezquino, de fosforero de café.

El rincón era un suaveremanso melancólico en el triunfo de luz y de sonidos del loco París.

A veces, con el hórrido tintero y la pluma oxidada, que manoseaba elvulgo más gárrulo, Verlaine escribía un poema de maravilla. Pocas vecespodía pagar sus ajenjos. Cuando llegaban algunos admiradores, algunosamigos, el poeta, tristemente borracho, pedía dinero. Después, a laalta noche, en las tabernas de apaches y de meretrices, a la hora de lafatiga del amor callejero, Verlaine arrojaba los luises que habíademandado, como una lluvia de oro, sobre la dolorida canalla. Así susversos eran una lluvia de estrellas sobre los vulgos que aullaban y leofendían al verle pasar borracho por su lado.

En su barrio tenía una popularidad grotesca. Era un viejo loco, beodo ymal vestido, que arrojaba dinero a la chiquillería, que hacía befa de suextraña liberalidad y le tiraba piedras. Cuando murió, las comadreshicieron grandes aspavientos viendo llegar coches blasonados y fulgentesuniformes. Creían que su vecino no era sino un mendigo estrafalario.

Y espiritualmente no era tampoco muy bien conocido: Car elle me comprend et mon cœur transparent pour elle seule,hélas, cesse d'être un problème.

Para esa desconocida, rubia o morena o roja, su corazón transparentecesó de ser un problema, para ella sola...; pero ella no existió jamás.Para sus contemporáneos—a excepción de pocos nobles espíritus—fué ungran poeta que tenía un defecto, se emborrachaba y hacía una vidaabsurda: Derrochó sus felices dotes naturales, que hubiese podidodesarrollar para bien de su obra y de su reputación, haciendo una vidamás metódica.

Al desconocido idiota que escribió esto le conozco yo personalmente. Esuna especie de tonto que abunda en todas partes: el tonto cosmopolita.Poe lo sufrió en Norte América; Verlaine, en París, y en España, muchosespíritus artistas que no se adaptaron a la hosca estupidez delambiente. Es el tonto sensato, valga la horrible paradoja.

¿Y qué más quería el tonto discreto, el tonto metódico, el tonto desentido común, que hubiese hecho Verlaine? Cerca de diez volúmenesincomparables, únicos, escribió el viejo poeta maldito en los cafés, enlas tabernas, acaso en sus largas temporadas de hospital, al que el pobre Lelian llamaba su palacio de invierno.

La capa de mendigo deVerlaine es hoy la bandera de la Francia espiritual. Está ungida por lagloria. Es una cumbre dorada por la inmortalidad.

Estas glorias póstumas suelen ser un sarcasmo. Sirven para enriquecer aleditor; más amargo viceversa, cuanto que el poeta ha pasado una vidadesastrosa. Es la eterna tragicomedia desgarrante.

Verlaine tenía una sed fatal que no se saciaba nunca... ¿Fué por eso unoriginalísimo y alto poeta? Pedro Luis de Gálvez cree que sí, y quizátenga razón este admirable ingenio, este excelso poeta, odiado,desdeñado, absurdo, fantástico, que rueda por las calles, borracho ytriste, al asalto de unas pocas monedas de cobre roído, en estemiserable país de la calderilla. Pedro Luis lleva una fatalidadmisteriosa sobre su cabeza.

No hay poeta que, como Verlaine, esté ungido de la gracia lírica. Tieneuna emoción única y una magia peculiar para engarzar las palabras encollares armoniosos, de divinos matices crepusculares. Se puede decir,sin hipérbole, que es un brujo de las rimas, de las inefables palabrasmusicales, donde vierte su alma mística y pagana, ferviente, pecadora,universal. ¡Pobre Verlaine, mendigo, borracho y solitario! ¿De quésideral armonía estaba henchido tu triste corazón, que era al par unagusanera de pecados mortales?

¿Qué enorme catástrofe de alma te engendró aquella gran sed, monstruosay suicida? Una sirena encantadora cantaba en el fondo del vaso y tú noquerías oír sino su voz emponzoñada de trágica Loreley. Y allí teesperaba la Muerte, la marioneta descarnada, todo blancura y piruetas,como la Colombina de tus fiestas galantes.

Colombine

rêve

surprise

d'écouter

un

cœur

dans

la

brise

et de sentir dans son cœur voix.

Tú también oías voces milagrosas en tu corazón cuando cincelabas tusversos con la pluma menguada y con el tinterillo ruin del café bohemio.¡Oh, pobre, maldito y solitario! A tu lado pasaba el triunfo de laciudad sirena, de Lutecia, la loca, sin una sonrisa de cariño para eldivino poeta, que, con un humorismo que hiela los huesos, llamaba alhospital su palacio de invierno, del tremendo invierno parisiense.Quizá el genio sea la compensación de la miseria y de la desgracia, que ser feliz y artista no lo permite Dios, como, con dichosa y amarga lucidez, ha escrito Manuel Machado. Ser ungran poeta equivale, pues, a ser un gran infortunado. Mercurio tiene eloro guardado en la caja de su trastienda. El amor de las mujereshermosas, la admiración de la multitud es en España para esos muñecosemocionantes vestidos de oro que saben sonreír cuando la Muerte les rozalos caireles.

Acaso llegue la gloria para los artistas... pero despuésde muertos. Es una burla demasiado cruenta del Destino.

¡Copa de verde y ponzoñoso licor, donde la sirena del genio supo cantarpara Verlaine! ¡Acaso en el fondo del vaso esté el dulce talismán queencanta la vida! Embriagaos de amor, de virtud o de vino. Cuidad deestar siempre ebrios, dijo el trágico Baudelaire al sentir el enormevacío de su existencia, que fué gloriosa... más tarde, cuando una vidanegra y una muerte de perro le arrojaron a la eternidad como un guiñapomuy glorioso, pero muy maltrecho y muy dolorido.

En Madrid se come mal

NUESTRO amigo Zarathustra, en una de sus andanzas, se casó con una joveninglesa, hija de un español que tenía una librería de viejo en un barrioapartado de Londres. Zarathustra es literato y, en consecuencia, notiene dinero. Trajo a su mujer a Madrid, la llevó a comer a los figonesde los poetas bohemios y durmieron en las clásicas posadas de la CavaBaja. A los pocos días madama Zarathustra exclamó ingenuamente:

—¡En Madrid se come muy mal!

Verdaderamente es asombrosa la resistencia de los estómagos literarios.Cada joven poeta del arroyo es un caso de supervivencia milagrosa, «apesar» de los restaurantes donde ha yantado. Para entretenimiento dellector bien alimentado recordaré alguna de estas yácijas de lanecesidad. El restaurante del Loro, La Precisa, La Marina, El figón de El Imparcial, La Montaña... Por estos desapacibles lugares hemosarrastrado la ilusión nuestros veinte años, hemos contemplado nuestrorostro, nuestra pipa y nuestras guedejas en los viejos espejos, y anteestas mesas—mientras nos servían el ligero condumio—

hemos declamadonuestros primeros sonetos en obsequio de algún amigo, también portalira,con mucho pelo y muchos sueños bajo las haldas enormes de su chambergo.

La Precisa era un figón muy interesante. Y también diremos muy doloroso.Tenía un comedor interior muy lóbrego donde se juntaban empleados deexiguas mesadas, con sus chaquets ribeteados de trencilla parda y loscalzones en hilachas, ilustres mártires de la Administración, en lalamentable compañía de sus esposas y de sus criaturas—la infancia feapor el tatuaje de la miseria—, que palmoteaban gozosas ante losmanteles vinosos y corcusidos, exclamando:

—¡Qué gusto, hoy vamos a comer de fonda!

Una tortilla costaba un real; una sardina, cinco céntimos; una ensalada,otros cinco; un plato de legumbres, 15...; un bifteck con patatas, dosreales. Cuando algún parroquiano pedía este plato inusitado, el mozodudaba antes de servirlo, o murmuraba suspicaz:

—Este pájaro «está en dinero». Debe de haber cometido alguna estafa...

Iban algunas viejas pensionistas que «tenían crédito» en la casa, muyparlanchinas, que contaban antiguas grandezas de cuando vivía su esposo,el «brigadier», y daban saraos y «salían todos los años». Las viejassolitarias suelen estar un poco locas.

Todo el pasado les está hablandoconstantemente y les pesa sobre sus pobres huesos desvencijados y sobresus almas saturadas de las antiguas coqueterías, de sus eternasfrivolidades de mujer. Suelen tener un amor furioso y extravagante hacialos perros y los gatos. Una desviación caricaturesca de sus maternosinstintos estériles o frustrados. El día de cobro gustan de beber unpoco, porque el aguardiente es un diablejo galante y piadoso que leshace olvidar que son muy pobres y demasiado viejas...

Aparte de los aprendices de literato, los demás eran el bajo fondo de laclase media. Los literatos no pertenecen a ninguna clase social. DonUriarte de Pujana, por ejemplo, confía en ser jefe del Estado de unmomento a otro, tiene amores con grandes duquesas y cena chicharrones encualquier tabernón. Esto es: la política, la aristocracia y el puebloque se funden en el radio de acción de nuestro intrépido amigo.

El restaurante del Loro—tenía un magnífico y odioso loro disecadopendiente

del

techo—presentaba

«las

mismas

condiciones de economía ypulcritud». Allí oímos cantar por primera vez a una gentil cantatriz quedespués conquistó puestos honrosos en el Arte. Cantó la «Siciliana» de Cavalleria rusticana; todos los poetas nos enamoramos repentinamentede ella y la dedicamos apasionados sonetos. Su padre, que era zapatero,muy emocionado por nuestra ofrenda, se brindó heroicamente acomponernos las botas a todos los poetas, gratuitamente.

Muchas familias de «náufragos provincianos» caían en los figones,«personas decentes» que rodaban los escalones de la penúltima miseria.Haremos notar que nunca se debe decir la última miseria; es unaimprudencia que puede molestar a la Desgracia, y entonces nos apretarámás el resuello. Siempre hay mayores extremos de dolor, y callar esbueno. Estos provincianos adquieren de la corte la misma opinión demadama Zarathustra:

—¡En Madrid se come muy mal!

Se come mal y se duerme mal... y caro. A los vagabundos que no tienendomicilio fijo y duermen en las posadas les cuesta siete u ocho duros almes y no tienen casa en realidad, sino una yácija para tirarse de noche.Notad qué importancia adquieren estos menesteres de dormir y comer en lacontemporánea literatura de costumbres. El aprendiz de literato añade lamusa de la alimentación a las otras nueve hermanas.

Hay algunos habituados a La Precisa y a los dormitorios de la calle dePeña de Francia o de casa de la Coja. Son los espíritus paralíticos queno saldrán jamás de ese ambiente que si es pintoresco, también esamargo. Es igual que la bohemia, que es un puente que se pasa bien en lajuventud; pero es peligroso seguir de por vida de bracero con estatriste querida del arroyo, que al par de nosotros va envejeciendo y enseguida pierde su salvaje belleza y la alegría de la primera horailusionada.

El viejo poeta Nerval

GERARDO de Nerval es un nombre desconocido de nuestro público. Fué ungran poeta francés que, hace muchos años, una noche lúgubre de enero, sefué de la vida, ahorcándose del hierro de un tragaluz, en la horrible ysucia calleja de la Vieille Lanterne, en un rincón del París de losapaches y de las buscadoras de amor.

Perteneció a la generación literaria de Gautier, de Balzac, deBaudelaire, de Murger y de Houssaye; época de la bohemia dorada,pintoresca y espiritual. Los amplios bolsillos de su levita negra eranuna amplia biblioteca ambulante. Libros de versos, de filosofía, deestética, e innúmeros cuadernos de apuntes. Nerval amaba lo raro en lavida y en los libros; fué un profundo orientalista—además de unexquisito poeta—, y se inició en todos los ritos esotéricos. Tradujo el Fausto, y Goethe le escribió estas palabras: «Nunca me he entendidomejor que cuando os he leído».

En 1836 publicó su Bohemia galante. Hizo, con Gautier, la críticateatral en La Presse, y publicó interesantes trabajos; pero era unhombre tímido y solitario que desdeñaba la popularidad y los firmaba conseudónimos distintos. Tenía la inocente vanidad de que se le creyese unperezoso, y, en realidad, trabajaba intensamente, sin darle importancia,en un rincón de cualquier cafetín solitario, dando tregua a sus lecturasprofundas y eruditas.

Dedicó la mayor parte de sus horas a crearse una vida fantástica yúnicamente interior, que para él tenía una absoluta realidad, como aquelM. Joyeuse, de Daudet. Cualquier detalle que veía al paso heríavivamente su imaginación; el resto de la novela se elaboraba rápidamenteen su laboratorio mental. Se enamoró de una belleza misteriosa, a laque no dijo nunca nada de su cariño; pero un día que la Casualidad, laprovidencia de los poetas, le envió un montón de oro, se fué a casa deun mueblista y compró un amplio lecho Renacimiento, con bellasesculturas, entre las que se veía la salamandra de Francisco I. Pero nose había ocupado de alquilar un cuarto, y la magnífica cama fué a parara casa de Gautier... donde inútilmente esperó a que reposase en ella elcuerpo de la bella desconocida.

Tenía la fiebre de la lectura. Leía acostado doce horas de un tirón, yencontró un modo extravagante de alumbrado: ponía en equilibrio sobre sucabeza una gran palmatoria de cobre, que iluminaba perfectamente laspáginas; pero, a veces, se dormía y la palmatoria rodaba por la cama,con grave peligro de incendio.

Acaso bebía un poco o se entregaba al opio; lo cierto es que susextravagancias se hicieron muy frecuentes. Hubo que llamar al médico,cosa que indignó mucho a Nerval, que no comprendía la ingerencia de laciencia total, porque un día se paseó por el Palais Royal, llevando trassí un cangrejo sujeto por un largo cordón azul. «¿Acaso—decía—uncangrejo es más ridículo que un pato, que una gacela, que un león o quecualquier otro animal de que pueda uno hacerse seguir? A mí me gustanlos cangrejos porque son pacíficos, serios, saben los secretos del mar,no ladran ni asustan a las gentes como los perros, que tan antipáticosle eran a Goethe, el cual, sin embargo, no estaba loco».

Tenía la preocupación del mundo invisible y de los mitos cosmogónicos,

ycultivó

los

círculos

misteriosos

de

Swendenborg y, del clérigoTerrasson. En un viaje que hizo por Oriente compró una esclava «de pieldorada y de cabellos rubios y el pecho pintado de soles». Iba adocumentarse para escribir un poema de la reina de Saba y de Salomón, yse dirigió al Líbano.

Fué huésped de los jefes drusos y maronitas, «semejantes a los burgravesdel siglo XIII».

Bien pronto olvidó los motivos literarios de su viaje, y quiso penetrarla doctrina secreta de los drusos. Un día, jinete en su caballo blanco,fué a visitar al Cheih Said Escherazy para pedirle la mano de su hija,«la attaké» Siti Salema. Esta virgen drusa aceptó a Gerardo de Nerval,le dió un tulipán y plantó un arbolillo, que debía crecer con susamores. Pero el poeta, un día que iba a ver a su prometida, divisó unescarabajo y, tomándolo por mal augurio, renunció a su pintorescoenlace. Con todas estas noticias, conociendo su labor poética, susinquietudes filosóficas y su fértil imaginación, que contrastaba con suvida de bohemio menesteroso, este soneto epitafio tiene un gran interésde emoción:

SONETO

EPITAFIO

A

ratos

vivió

alegre,

igual

que

un

gorrión,

este

poeta

loco,

amador

e

indolente;

otras

veces,

sombrío

cual

Clitandro

doliente...

Cierto

día,

una

mano

llamó

a

su

habitación.

¡Era

la

Muerte!

Entonces,

él

suspiró:—Señora,

dejadme

urdir

las

rimas

de

mi

último

soneto—.

Después

cerró

los

ojos—acaso,

un

poco

inquieto

ante

el

helado

enigma—para

aguardar

su

hora...

Dicen

que

fué

holgazán,

errátil

e

ilusorio,

que

dejaba

secar

la

tinta

en

su

escritorio.

Lo

quiso

saber

todo

y

al

fin

nada

ha

sabido.

Y

una

noche

de

invierno,

cansado

de

la

vida,

dejó

escapar

el

alma

de

la

carne

podrida

y se fué preguntando:—¿Para qué habré venido?

Dijeron que se había ahorcado en una hora de locura. Pero este epitafiorimado demuestra lo contrario. Se fué de la vida en la cumbre de una deesas crisis morales en las que acaso el hombre alcanza mayor lucidez.¡Quién lo sabe!...

Hábitos y extravagancias de los escritores

EL público que ha sentido la emoción de la poesía, que ha reído con lascomedias y que ha seguido febril por el interés los episodios de unhéroe de novela, tiene, sin duda, una gran curiosidad por saber cómo hansido escritas las obras literarias de su predilección. Aparte de lasinteresantes visitas de nuestro Caballero Audaz, muy poco se hacultivado en España esta literatura íntima y anecdótica: únicamente losque establecemos nuestro despacho en la mesa de un café ofrecemos unpedazo de intimidad

al

interés

de

los

lectores.

Zamacois,

RobertoCastrovido, escriben sus admirables novelas y sus artículos maravillosossobre una mesa de mármol, con un tinterillo menguado, entre elbullicio, envueltos en el humo de las salas de un cafetín de barrio. Eséste un milagro de aislamiento entre la muchedumbre, para el que espreciso una gran fuerza mental.

Valle-Inclán escribe en la cama, con lápiz. El pobre y grande FelipeTrigo no podía trabajar sino en unas cuartillas en un tamaño de octavomenor. Uno de nuestros más terribles revolucionarios, que tiene lasuerte de estar casado con una bella dama andaluza, urde sus furibundosartículos... envuelto en un mantón de Manila de su esposa. No digo sunombre para evitarle el sonrojo ante los terribles compañeros del Comité de barrio.

Los franceses han cultivado mejor este género de literatura íntima. Asísabemos detalles interesantes y pintorescos. Moliere leía sus comedias asu criada conforme las iba escribiendo.

Cuando a la buena mujer no leagradaba una escena el poeta la tachaba. Era su previa censura, elmismo espíritu del público para el cual escribía.

El poeta Delille era muy perezoso, y su mujer le encerraba con llavepara que trabajase. Ella se iba a dar un paseo o a ver escaparates, y siacaso llegaba alguna visita, el pobre poeta secuestrado abría elventanillo y exclamaba, con una resignación un poco cómica:

—¡Estoy cautivo! Le ruego tome asiento en la escalera; mi esposa nopuede tardar en venir.

Cuando ésta llegaba, hacía entrar a los visitantes con visible malhumor,porque durante el tiempo de la visita el poeta no trabajaba. Delillesolía recitar algunas estrofas del poema que estaba

componiendo;

pero

suesposa

le

interrumpía

violentamente:

—¡Eres un camello! No digas el argumento de lo que escribes, porquealguno de estos señores te lo puede robar.

Delille se ponía colorado y los amigos se marchaban haciendo furiosasprotestas de honradez literaria. En seguida la señora le colocaba lascuartillas delante.

—Ahora, querido poeta, a ganar el tiempo perdido.

—Si he trabajado mientras tú no estabas en casa.

—No importa. Tú sabes que cada línea nos vale cinco francosaproximadamente. Es preciso hacer versos, hasta veinte duros, antes dealmorzar.

Y le dejaba encerrado con llave en su despacho.

Balzac fué también un forzado del trabajo literario. Murió literalmentevíctima del exceso de labor. Se acostaba a las seis de la tarde y selevantaba a las doce de la noche, se envolvía en una especie de capuchónfrailuno, tomaba un gran tazón de café y a la luz de una araña de sietebujías trabajaba hasta las doce de la mañana. Conforme iba escribiendoarrojaba las cuartillas al suelo, sin leerlas y sin numerarlas. A lasdoce entraba su criado a traerle el almuerzo, recogía las cuartillasesparcidas y las llevaba a la imprenta.

Los impresores temían a las cuartillas de Balzac. Era para ellos comouna pesadilla. En pruebas, las rehacía totalmente. Teófilo Gautierdescribe de este modo pintoresco las pruebas de imprenta de Honorato deBalzac:

«Unas rayas gruesas partían del principio, del centro, del fin de lasfrases hacia las márgenes de arriba a abajo, de izquierda a derecha, coninfinitas correcciones. A veces parecía un castillo de pirotecniadibujado por un niño. Del texto primitivo apenas quedaban algunaspalabras. El autor trazaba cruces, círculos, signos griegos, árabes...,figuras ininteligibles, todas las llamadas imaginables, para fijar laatención del tipógrafo. Tiras de otro papel atiborradas de escrituraiban adheridas a las pruebas con alfileres».

Gautier escribía muy de prisa. Las novelas que publicó en La Prensa las iba haciendo diariamente en la misma imprenta, entre el ruidoensordecedor de las máquinas. Aurora Dupin gozaba de parecida facilidad.Trabajaba de un tirón ocho horas diarias, con la condición ineludible deque había de ser por la noche.

Todo lo contrario fué el gran novelista Gustavo Flaubert, que despuésde horrenda lucha con su estilo torturado, en una sesión de diez horassólo podía producir una cuartilla impecable, eso sí, y maravillosa.