El Pintor de Salzburgo by Carlos Nodier - HTML preview

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BIBLIOTECA de LA NACIÓN

CARLOS NODIER

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El Pintor de Salzburgo

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TRADUCCIÓN DE

TOMÁS ORTS-RAMOS

BUENOS AIRES

1919

Derechos reservados.

Imp. de LA NACIÓN.—Buenos Aires

ÍNDICE

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De los tipos en literatura

El pintor de Salzburgo

Las meditaciones del claustro

Adela

DE LOS TIPOS EN LITERATURA

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La imitación es el objeto del arte propiamente dicho; la invención es elsello del genio.

Invención absoluta, tampoco, ciertamente, la hay. La invención más llenade atrevimiento y de originalidad, no es más que un conjunto deimitaciones escogidas. El hombre no compone nada de la nada; pero seeleva casi al nivel de la potencia creadora, cuando de una multitud deelementos dispersos forma una individualidad nueva y le dice: ¡Sé!

El escultor copia una figura de hombre; es el mismo hombre con lasproporciones armoniosas de sus miembros, la ondulante flexibilidad desus miembros, la elasticidad animada de sus carnes casi vivas a lavista: el escultor no ha hecho más que una academia.

Busca, compara, reúne, pone en relación en un orden posible, tan posibleque parece verdadero, todas las partes de una organización perfecta, querespira la majestad soberana apenas humanizada por un resto de cólera yde desdén; entonces ya no es un escultor; ha hecho un Apolo, ha hecho undios.

En el tiempo de Homero, ningún guerrero fue identificado con su Aquiles,o con su Ajax, o con su Diomedes, ni ningún rey con su Nestor; y, sinembargo, ese rey y esos guerreros, que no han existido jamás, son seresvivientes.

Si queréis reconocer por signos seguros en el poeta la invención y elgenio, que son lo mismo, deteneos a examinar aquellos personajes que sehan convertido en tipos en todas las literaturas y cuyos nombrespropios hacen casi el efecto de sustantivos en todas las lenguas. Esque, en efecto, el nombre de una figura típica ya no es una etiquetabanal que se adosa al zócalo de un busto o a los plintos de un bajorelieve; es el signo representativo de una concepción, de una creación,de una idea.

Aun hoy mismo, el título de héroe o de semidiós habla menosal pensamiento que el nombre de Aquiles.

En las edades secundarias, en que el movimiento progresivo de lacivilización ha puesto en juego nuevos resortes y desarrollado nuevascombinaciones, el espíritu humano ha seguido dos caminos: el uno, yatrillado, que no conducía más que a la reproducción perpetua de losbellos tipos antiguos; el otro, innovador y temerario, en el que seaspira a apoderarse del carácter y de la fisonomía de los tipos modernos. Es quizás en la elección de estas direcciones donde se hamanifestado la división de las dos escuelas que se llaman clásica y romántica, bien que al principio las dos hayan también sido románticas y hayan de convertirse en resultado tan clásica la unacomo la otra.

En los pueblos de segunda formación, cuanto más se ha pensado laeducación sobre la tradición de los pueblos antiguos, más se haprevalecido el espíritu de imitación. Si se exceptúa esa galeríafantástica de Dante, en que los tipos más sorprendentes y másextraordinarios están amontonados con una profusión espantosa, como enel Juicio Final de Miguel Angel, los italianos han sido raramentecreadores. En cambio, Shakespeare es tan rico en tipos como Homero, y harecorrido todos los grados de la escala de la imaginación, desde elnatural más positivo

hasta

la

más

delirante

fantasía.

La

petulanciacaballeresca, la fogosidad de las costumbres y la agudez del lenguajedel italiano Mercucio, no tienen más verdad que la ferocidad sensible yla heroica ingenuidad de Otelo, ni más individual que el vaporosoinfantilismo de Puck y la grosera brutalidad de Caliban. PeroShakespeare sabía personificarlo todo, incluso el genio, las pasiones,los errores, las vagas inquietudes y la enfermedad naciente de unasociedad que se despierta con los gérmenes de la muerte en el seno. Lasublime figura de Hamlet, que no será nunca bastante apreciada, es unprototipo completo de la Edad Media. Los alemanes, a quienes unapropensión orgánica al misticismo arrastra siempre hacia laespiritualidad, eran menos aptos a comprender y a fijar las imágenes dela vida social en sus realidades absolutas. El impulso de un psiquismosoñador les lleva hacia un mundo más ideal, y cuando descubren un tipo sensible, es más pronto por el privilegio de la previsión que por el dela percepción, y más en el porvenir que en el presente. El hombre, talcomo es, desaparece para ellos ante el hombre que será o ante el hombrecomo debería ser. Estacionarios en las costumbres, porque han colocadosu vida moral en otra región, marchan como precursores a la cabeza delas ideas. Así, en Los bandidos, obra maestra de Schiller, cuyo mismoautor apenas si concebía el alcance, hay un sumario poético de laspróximas revoluciones.

Así en la pintura de esa sensibilidad soñadora,irritable y apasionada de Werther, que acaba por verse obligado areaccionar sobre sí mismo, Goethe ha revelado el misterio. Si pudieseisencerrar esos dos tipos en un círculo trazado a compás, no habríanecesidad de conservar otros monumentos de nuestra historiacontemporánea, porque en ellos se encuentra toda.

Ya he dicho que el genio del escritor se reconoce sobre todo por lacreación de tipos y que ningún carácter de invención se convierte en tipo si no presenta esa expresión de individualidad original, peroasequible, que la hace familiar a todo el mundo.

¿Quién de vosotros noconoce a Don Quijote y a Sancho? ¿quién no se complacerá en creerlostrotando juntos, el uno sobre Rocinante, el otro sobre su rucio, por lasllanuras de la Mancha?

¿quién, encontrándose en España, no abandonará acosta de grandes molestias, los animados corros de la Rambla o lasvoluptuosidades del Prado para ir a buscar el inmortal espíritu de losdos héroes a alguna posada? En una de esas guerras imperiales que teníanpor objeto dar a España un soberano a hechura de nuestro señor, losfranceses, hostigados por los guerrilleros, se vengaban, según el usoinmemorial de los héroes, recorriendo el país a la claridad delincendio. De pronto llegan a una población que seguirá la suerte de lasotras, cuando a alguien se le ocurre preguntar su nombre: es Toboso. Unacarcajada simpática y cordial se eleva en todas partes; las armas caende las manos del vencedor y los afortunados compatriotas de Dulcineaescapan a la carnicería, bajo la protección del genio de Cervantes.

Con frecuencia se ha negado a los franceses el genio de invención. Y,sin embargo, ningún pueblo los ha poseído en el mismo grado ni ha sidomás variado en la creación de sus tipos; lo que le ha faltado es lalibertad literaria que se le disputa, desde que posee una literatura, ennombre de Aristóteles, en nombre de la Sorbona, en nombre de laUniversidad, en nombre de la Academia, y que, en los días deemancipación universal a que hemos llegado, se le negará probablementeen nombre de la universidad. Yo no sé por qué el genio en Francia merecuerda siempre la fábula de Gulliver y de Liliput. Si él aparece, sele huye; si se duerme, se le montan encima, y cuando despierta, seencuentra agarrotado por los enanos.

Lo que hay de cierto, es que este espíritu de creación nos era propio.Nuestro viejo Pathelin es un tipo inmortal y, como tantos otros,confirma mi regla; se ha convertido en substantivo.

Rabelais es elinventor de tipos más fecundo que haya existido.

Después de él, no seha hecho más que espigar. Son los Panurgo, los Hermanos Juan, los Rominagrobis, Picrochole, Bridoie, Janotus de Bragmardo;personajes esencialmente verdaderos, los que pasan cada día al alcancede nuestra mano, pero que sólo Rabelais ha sabido sorprender. Paraencontrar un genio gemelo suyo hay que remontarse a Molière. Todo elmundo conoce a Tartufo; todo el mundo, o, poco menos, ha tenido tratoscon Harpagón. En cuanto al Misántropo, ya es otra cosa. Para él seha servido de moldes blandos, estropeados, indescifrables.

Molière se hacolocado en medio de esta sociedad insignificante, sin originalidad, sinrelieve, sin caracteres salientes en que poder apoyarse, y, sin embargo,él la ha sorprendido, se ha apoderado de ella y la ha arrojado en elmolde inmortal de sus invenciones, ha hecho un tipo de ella. Si labella y altanera organización de Corneille no hubiera sidomiserablemente sometida por la Academia de su tiempo a las dimensionesde este hecho de Procusto, sobre el cual debían ser torturados a su veztodos los genios de Francia, nos hubiera dejado más tipos, porque lanaturaleza le había dotado en el más alto grado de la potencia creadora.Pero, ¿qué hacer, ¡gran Dios!, cuando se tiene a Richelieu por enemigo,a Scudery por adversario y a Chapelain por juez? No obstante, los tipos que él ha creado tienen la huella de una especialidad taníntima, que ni siquiera la imitación se atreve a desflorarlos. Poliuto y Nicomedes son figuras vírgenes.

Admitiendo la hipótesis que yo heabrazado, se comprenderá fácilmente que Racine, aún más sometido queCorneille a las exigencias académicas, y para colmo de desgraciasobligado a ser cortesano, haya producido menos tipos sorprendentescuya expresión viva y original representa, con toda la exactitud de unacifra, el valor real del poeta. Ha sido preciso que prescindiese un día,por la elección del asunto, de las tradiciones rutinarias de laantigüedad y de la perniciosa influencia de los grandes señores, paraque se atreviese a trazar el carácter de Acomato y el de Roxana. Ahíúnicamente se ha mostrado como era, capaz de novedades atrevidas y desublimes invenciones; el resto no es más que un reflejo deslumbrador delos trágicos griegos y de los líricos sagrados.

Después viene Voltaire, que él mismo constituía un tipo.

Cortesanoasiduo de los poderes que acababan y de los que comenzaban, clásico revolucionario y romántico meticuloso, uno de esos genios inquietos,pero indecisos, que sirven de eje a las revoluciones del mundo, sabíaromper las cadenas, pero arrastraba los andadores. Sus personajes soncasi siempre calcos en los que apenas se encuentran las líneas de unafisonomía humana. Desde Orosmane, que es una imitación amanerada de Otelo, hasta Pangloss, que es una contraprueba borrosa de Panurgo,no ha hecho mover una imagen verdadera, una imagen típica de hombre. Secreería que se había impuesto la tarea de disfrazarla, de parodiarla.Sus güebros no son tales güebros, sus escitas no son escitas, susmusulmanes no son musulmanes, sus americanos no son americanos. Soncomparsas del club de Holbach que recitan en versos alejandrinosfragmentos de filosofía rimada. El tipo de Mahomet era uno de los queestaban por hacer; él lo ha intentado y ha fracasado; y es, no obstante,en esta obra, donde él ha probado por una vez que no carecía delespíritu de invención. Seide es un tipo y se ha convertido, comotodos saben, en un substantivo: ésta es una piedra de toque infalible.

Si el genio tiene un marco adecuado para la creación de tipos, esprimeramente el drama y después la novela. Teniendo esto en cuenta, esfácil calcular cuán limitado es el número de los escritores de genio,relativamente a la masa innumerable de los escritores de profesión, yaun relativamente a la selección, también muy restringida, de losescritores de talento. La novela, género esencialmente moderno, se ha,en efecto, multiplicado de día en día, desde hace tres siglos, en unaprogresión siempre creciente y tan infinita que escapa ya a lasdimensiones de las bibliografías especiales. No obstante, podríancontenerse en muy pocas líneas los títulos de todas las novelas que,después de las inmortales obras maestras de Cervantes y de Rabelais,contienen tipos verdaderos, originales y bien caracterizados, ymerecen un puesto en esta categoría. Nadie se atreverá, sin duda, anegar a Lesage un espíritu sutil, fino, creador, lleno de agilidad en laforma y de aptitud en la observación, animado de una alegría verbosa ycomunicativa y de rasgos adústicos y graciosos; pero no ha puesto ni unsolo tipo en la circulación de las creaciones literarias. Gil Blas es un personaje convencional colocado con una rara habilidad en unafábula ingeniosa, pero no es una individualidad arrebatada de una piezaa la cantera de la naturaleza.

Crebillon,

hijo,

y

Marivaux

eran

tambiénobservadores, pero cuyo tacto minucioso se sujetaba a maravilla a lasmezquinas proporciones de una sociedad de pigmeos. Se creería que sededicaron a aplicar a las costumbres de su tiempo el estudio de loinfinitamente pequeño. El microscopio más eficaz en perseguir lamateria en sus últimas divisiones no os hará descubrir un solo tipo;sólo encontraréis átomos. El genio absolutamente idealista de Rousseaule ha hecho incurrir en el extremo contrario. Acostumbrado a vivir en elmundo conjetural que se había forjado, estaba demasiado alejado del otropara discernir un solo tipo distinto. Nadie ha penetrado másprofundamente en el pensamiento ni nadie ha desflorado mássuperficialmente al hombre. El no tenía esa mirada universal del águilaque le permite a la vez mirar frente a frente el sol y divisar alinsecto oculto bajo la hierba: no sabía leer más que en los cielos. Noobstante, a fuerza de elevación y de poder, conseguirá alguna vez hacercompartir la ilusión que se hace a sí mismo; pero no hay que engañarse:es una ilusión. Los tipos que se esfuerza en imaginar no son solamentedefectuosos e incorrectos, son falsos. No son tipos, son fichasespeciales cuyo valor ficticio queda aniquilado a la primera prueba delensayador. Hay cien veces menos realidad moral en los caracteres deSaint-Preux, de Julia y de Volmar, que en los del Ogro y Pulgarcito.

Dejadle que se extravíe en la vaga altura de sus concepciones conalgunos espíritus especulativos que no tienen contacto con nuestranaturaleza más que por un pequeño número de puntos, y que han rechazado,con el pretexto de una perfección imaginaria, las simpatías íntimas desu propia especie. El tipo de una perfecta organización de joven, peroingenua y verdadera en su perfección, de una inocencia instintiva, de unpudor heroico, ese tipo, revestido de la más celeste idealidad, es aBernardino de Saint-Pierre a quien estaba reservado producirlo; es ladeliciosa y conmovedora

figura

de

Virginia,

concepción

fresca,

pura,inimitable, que su ingenuidad y su candor han hecho popular, aunque ellaemane de lo alto, aunque su gracia angélica pareciera participar menosde las invenciones de un poeta que de las revelaciones de un dios.

El nombre de Saint-Pierre recuerda siempre el del más ilustre prosistade nuestros tiempos, el de Chateaubriand, y cuando se pasa revista alos tipos en literatura, no es permitido olvidar a René, imponente ymagnífica creación, en la cual el genio ha depositado el secreto denuestra civilización expirante. He dicho antes que la historiaanticipada de las revoluciones próximas a desbordarse sobre Europaestaba enteramente contenida en Carlos Moor y en Werther. René contiene, como una profecía amarga y terrible, la historia de lassociedades extinguidas. A la primera impresión no ofrece más que rasgosgraves, solemnes, místicos y de una vaguedad en la que el pensamiento seanonada, pero tienen huella del dedo todopoderoso que trazó sobre lasparedes del palacio de Baltasar la sentencia de una monarquía, y, cosamaravillosa, permanecerán largo tiempo ininteligibles, tanto a lossabios como a los grandes de la tierra.

Será necesario, para penetrar elformidable enigma, que los reyes despierten, de la pompa de sus fiestasy de la embriaguez de sus festines, al ruido de los tronos destrozados yal crujido del cristianismo que se derrumba.

En Francia cuando no se tienen los brazos bastante largos para abrazaruna idea nueva en toda su intensidad, no se renuncia por ello a lapretensión de someterla y de apropiársela, y, para conseguirlo, hay unmedio seguro y cómodo que no falta nunca a la crítica: el de reducir lasdimensiones en una proporción análoga a las facultades que la juzgan yempequeñecerla progresivamente hasta que entra en la medida común. Asíse ha querido ver en René una imitación de Werther, y es muy posibleque no se vea esto más que cuando se es corto de vista.

En general, miopinión es que no deben ser comparadas las obras maestras. Lasproducciones del espíritu tienen su individualidad como los hombres, ylas que carecen de esta individualidad no vale la pena de ocuparse enellas. Entonces entran en los dominios de la mediocridad, donde lacomparación es fácil porque ya no se encuentran tipos; pero, Werther y René, que son tipos arcanos, son, no obstante, tipos distintos.El de Werther es la expresión de los trastornos de un alma que nopuede bastarse a sí misma; el de René es la expresión de lasangustias de un alma que lo ha abarcado todo y que siente que todo se deescapa porque todo acaba. Es la ansiedad mortal, la duda inexorable, esla inconsolable desesperación de una agonía sin porvenir, es el gritoespantoso de la creación social en el momento de disolverse. En Werther hay la emoción profunda de algunas generaciones dolientes; en René la última convulsión de un mundo que muere.

Los ingleses, cuya fisonomía moral es más variada que la nuestra, hanpodido, más que nosotros, multiplicar sus tipos en literatura. EnFielding son ingeniosos y sorprendentes, en Richardson ingenuos ysublimes. Walter Scott, cuyas fábulas demasiado difusas, los asuntosprincipales subordinados con frecuencia a los accesorios y losdesenlaces demasiado precipitados, no llenan siempre exactamente lascondiciones de una composición bien entendida, debe probablemente lapopularidad de su genio a la abundancia y a la popularidad de sus tipos. Es verdad que un cierto número de ellos pertenece a unanaturaleza fantástica, donde la imaginación se mueve con mayordesembarazo, porque dispone entonces de una creación que le pertenecepor derecho propio, y que no reconoce por regla más que la potenciamágica que la crea; pero sería injusto sacar de ello la conclusión deque esos tipos carecen del grado de verdad relativa que es el carácteresencial de lo bello en las obras de los hombres. Poco importa elcarácter ideal o positivo en el cual el autor coloca sus personajes,puesto que les da un sello de identidad que siempre puede reconocerse.Es evidentemente en virtud de una ficción muy inverosímil y de unaalucinación muy amplia,

que

nosotros

atribuimos

a

los

animales

nuestrascostumbres y nuestras pasiones, y, sin embargo, La Fontaine es más ricoél solo en tipos de una sorprendente realidad que todos los demáspoetas juntos. Las gentes sensatas no creen en el diablo ni en lasbrujas, y todo el mundo conviene, sin embargo, en que Fausto y Mefistófeles son tipos admirables.

En mi opinión, pues, sólo el genio es capaz de inventar tipos, y laimitación más hábil no conseguirá apropiárselos. La contraprueba de un tipo se hace ella misma traición por los esfuerzos que hace parasustraerse a la comparación, y sus esfuerzos son tanto más torpes, porcuanto no pueden producir nada verosímil alterando una naturalezaverdadera. Vale más encerrarse entonces en las atribuciones modestas deltraductor y del

copista,

destino

literario

que

no

tiene

en

nadaabsolutamente de humillante, porque hay cien mil copistas por cadainventor. Una traducción espiritual, una imitación bien hecha, unarreglo hábil, aunque no sean obras de genio, no dejan de ser obras debuen gusto y de talento; y después, si no satisface este lote, que es elpatrimonio de todos los hombres distinguidos, si se encuentran estrechaslas filas sobre las cuales se elevan unos pocos genios dotados del másraro de los privilegios, si se está provisto de una de esas presuncionesrobustas que consideran usurpadas todas las glorias cuyas alturas nologran alcanzar, hay un recurso aún, ejemplo Aristóteles, La Harpe yMarmontel; se puede clamar contra la barbarie y la estupidez al bordedel camino de los triunfadores; y queda aún el medio de refugiarse, comoAquiles, en su tienda, en los honores de la Academia: esto es un granconsuelo.

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EL PINTOR DE SALZBURGO

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DIARIO DE LAS EMOCIONES DE UN CORAZÓN

DOLORIDO

1803

25 de agosto.

Sí, todos los acontecimientos de la vida están en relación con lasfuerzas del hombre, porque mi corazón no se ha roto aún.

Yo me pregunto aún si no es alguna pesadilla la que me ha traído establasfemia:—¡Eulalia esposa de otro!—Y miro a mi alrededor paraasegurarme si estoy despierto; y me desespero cuando encuentro lanaturaleza en el mismo estado que antes.

Valdría más que mi razón sehubiese extraviado. Algunas veces querría también reposar en mi valor,pero he aquí que viene de pronto esa noticia increíble que aun resuenaen mis oídos y que se apodera de mí con las angustias de la muerte.

Yo he contado muchos infortunios; ¡pero éste es demasiado amargo!Desterrado de Baviera como un miserable faccioso, proscrito y fugitivo,errante por espacio de dos años desde las riberas del Danubio a lasmontañas de Escocia, me lo habían robado todo, la patria y el honor.¡Pero me quedaba Eulalia! y este recuerdo inefable encantaba mi miseriay acompañaba mi soledad. Yo era dichoso por el porvenir y por ella.

Ayer mismo, palpitante de deseo, de impaciencia, de amor, aun creía...¡y hoy!...

26 de agosto.

Hay una idea que oprime mi corazón, una idea dolorosa y mortal.

¿En qué consiste que nuestras impresiones más profundas sean una cosatan incierta, tan yaga, que el transcurso de algunos meses, de algunosdías, de un instante casi indiscutible, las borra? ¿Cuál es lanaturaleza de este sentimiento, tan violento en su embriaguez, tanrápido en su duración, que aspira a sojuzgar el porvenir y que un añodevora? ¿Será verdad que los afectos del hombre no son más que un arenalinvertido que deja escapar poco a poco todo su contenido? ¿Y serápreciso que muramos en todas

partes

donde

hemos

vivido—allí

mismo

dondeencontrábamos tanta dulzura en inmortalizarnos—en el corazón de los quenos aman?

¡Oh! ¡cuán sabia fue la Providencia al asignar una carrera tan corta alos viajeros de la vida! Si hubiera sido más pródiga y si el tiempo noshubiera traído más lentamente la hora de nuestra destrucción, ¿quéhombre hubiera podido envanecerse de arrastrar consigo algunos recuerdosde la juventud? Después de haber errado en un círculo sin fin desensaciones siempre nuevas, llegaría, solo, a la tumba y, lanzando unamirada apagada sobre la escena oscura y confusa del pasado, buscaríainútilmente una de las emociones de sus primeros años: lo habríaolvidado todo,

¡todo! hasta el primer beso de su amada, hasta loscabellos blancos de su padre.

Pero, si el vulgo emplea sus días en esas miserables irresoluciones, meparecía, por lo menos, que era dable a ciertas almas eternizar sussentimientos. Una vez creí haber encontrado esa alma semejante a la míay le confié mi dicha. ¿Quién podría repetir el encanto de esas horas deembriaguez en que, recostado sobre el seno de Eulalia, respirando sualiento, atento al menor latido de su corazón y en que todas misfacultades se abismaban en una sola de sus miradas? ¡Y, no obstante, meha engañado! y cuando, al estrecharla en los tristes abrazos de unalarga despedida, le pedí el título de esposo, me lo concedió ante elpadre de todo amor. ¿Qué derecho me ha arrebatado? ¿por qué me hareducido a este estado de anonadamiento?

Me han olvidado todos, porque si alguna voz amiga hubiera hecho vibrarmi nombre en medio del solemne perjurio...—Pero me han olvidado todos ynadie le ha dicho—: ¡Tiembla, Eulalia, Dios te ve!—Me han olvidadotodos y la traición se ha consumado.

28 de agosto.

Esta tarde caminaba al azar, y no sé cómo ha sido, he sentido un pesoque me oprimía, una nube que turbaba mi vista, un fuego que recorríatoda mi sangre, y me he sentado. Un instante después he levantado lavista y he reconocido en la casa que tenía enfrente la mansión deEulalia. En su habitación había luz.

Eulalia ha llegado y se ha detenidodetrás del balcón en una contemplación silenciosa. Ella sufría, porqueha mirado al cielo.

Su pecho parecía hinchado, sus cabellos en desorden;se ha llevado la mano a la frente, que sin duda ardía. En seguida se haretirado sin haber advertido mi presencia, y yo he visto su sombracrecer sobre la pared y luego confundirse con las demás sombras. Yo hequerido hablar, pero mi voz se ha negado a obedecerme y he permanecidomudo como el viajero nocturno que se encuentra con una aparición.

Después, me he aproximado a aquel balcón y me he visto inundado de laclaridad que de él descendía. Pero no he podido resistir tantasagitaciones, y he reanudado tristemente mi camino, y cuando he llegado ami casa mis piernas han flaqueado; me he dejado caer por tierra y heregado el suelo con mis lágrimas.

29 de agosto.

Todo conspira a mi desesperación. Al atravesar por esos campos he visto,delante de mi linda quinta, una mujer limpiamente vestida y, antes deque hubiese podido distinguir sus facciones, se ha arrojado en misbrazos y ha regado mis mejillas con sus lágrimas. «¿No me reconoceusted?—me ha dicho