El Paraiso de las Mujeres (Novela) by Vicente Blasco Ibáñez - HTML preview

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V

La lección de Historia del profesor Flimnap

Gillespie, que había puesto en duda la civilización avanzada de estospigmeos, tuvo que reconocer que sabían hacer las cosas aprisa y bien.

Al aparecer el segundo sol después de su entrada en aquella Galeríarecuerdo de una feria universal, todo lo más primario de su instalaciónestaba ya hecho. Una tropa de carpinteros manejó incesantemente susmartillos, subiendo y bajando por escalas y cuerdas con agilidadsimiesca.

Así tuvo el segundo día un taburete en que sentarse, apropiado á suestatura, y una mesa, cuyos tablones, aunque no más anchos que laspiezas de un entarimado fino, estaban ensamblados con tal exactitud queapenas si se distinguían las rayas divisorias.

Cada pata de la mesa sostenía en torno de ella un camino en espiral, porel que podían subir y bajar los servidores. Uno de estos caminos hastatenía la anchura y el suave declive necesarios para que ascendiesen porsus revueltas los portadores de literas.

En el fondo de la Galería se habían improvisado varias cocinas para laalimentación del gigante, sus guardianes y su servidumbre. Eran cocinasportátiles pertenecientes al ejército. Los alimentos del Hombre-Montañaexigían un trabajo extraordinario. Dos bueyes formaban un simple platopara su apetito colosal.

Atravesados por fuertes asadores, estosanimales daban vueltas sobre enormes hogueras hasta quedar dorados y ápunto de ser comidos. Los cuadrúpedos más pequeños, así como las aves,entraban á docenas en la confección de cualquiera de los platos.

Uno de aquellos vehículos automóviles, veloces y sin ruido, que teníanforma de animales, servía para trasladar los alimentos delHombre-Montaña desde las cocinas hasta los pies de su mesa.

En cada viaje sólo llevaba un plato. Al llegar, su motor lanzaba tresrugidos, é inmediatamente descendía de lo alto un cable con dos ganchosque sujetaban automáticamente el plato. Una grúa fija en el borde de lamesa subía el enorme redondel de metal repleto de viandas humeantes.Varios hombres de fuerza se agarraban á sus bordes al verlo aparecer,empujándolo hasta las manos del coloso.

Gillespie tuvo la esperanza de que esta alimentación abundante seríaacompañada con algún vino del país; pero en las tres comidas que llevabahechas, la grúa sólo subió un tonel, que podía servirle de vaso, llenode agua. Al ver su gesto de extrañeza, la mujer que prestaba serviciosde mayordomo hizo subir un segundo tonel, pero sólo contenía leche.

Todas las funciones de su vida estaban previstas y atendidas por lacomisión encargada de su cuidado.

Detrás de la eminencia en cuya cumbrehabía sido construída la Galería de la Industria se deslizaba un río queiba á desembocar cerca del puerto. En este río anchísimo, que para elgigante era un riachuelo, podía lavarse y satisfacer otras necesidadescorporales.

Por el frente de la Galería gozaba á todas horas de un hermosoespectáculo. Los organizadores de su existencia habían echado abajo lavidriera que servía de fachada, convirtiéndola en una puerta siempreabierta.

Gillespie admiró en las horas de sol la blanca arquitectura de lacapital, á la que podía llegar con sólo varios saltos, y durante lanoche sus espléndidas iluminaciones. Veía entrar y salir en el puertolos buques, que parecían juguetes de estanque, y llegar por el aire,sobre la llanura oceánica ó sobre las montañas, innumerables máquinasvoladoras llevando sobre sus lomos y sus pintarrajeadas alas pasajeros ymercancías procedentes de misteriosos países.

Estos navíos aéreos anunciaban su llegada nocturna con los rayos de susojos, entrecruzándolos con los rayos de otros aviones, así como de losvehículos terrestres, de las torres de la ciudad y de los navíos delpuerto.

Cuando sentía cansancio, después de esta contemplación nocturna, se ibaal fondo del edificio para tenderse en un blando colchón formado con dosmil ochocientos colchones del país. También podía envolverse en unamanta cuyo grueso estaba formado con cinco de las que empleaban lasmuchachas del ejército cuando salían de maniobras. Esta envoltura habíaconsumido el material de abrigo de tres regimientos.

Vivía en una aparente libertad. Todos los pigmeos instalados en laGalería para su servicio procuraban evitarle molestias, y hastapretendían adivinar sus deseos cuando estaba ausente el traductor. Perole bastaba ir más allá de la puerta para convencerse de que sólo era unprisionero. Día y noche permanecían inmóviles en el espacio, sobre lavivienda del gigante, dos máquinas voladoras, que se relevaban en esteservicio de monótona vigilancia.

Si intentaba ir hacia la capital, ó si avanzaba por el lado opuesto másallá del río, sentiría inmediatamente en su cuello el enroscamiento deuno de aquellos hilos de platino que le amenazaban con la decapitación.Imposible también salir durante la noche, pues los ojos de las bestiasaéreas partían incesantemente la sombra con sus cuchillos luminosos.

La única satisfacción de Gillespie era ver aparecer sobre un borde de sumesa el abultado cuerpo, la sonrisa bondadosa, los anteojos redondos yel gorro universitario del profesor Flimnap. Era el único pigmeo quehablaba correctamente el inglés y con el que podía conversar sinesfuerzo alguno. Los otros personajes, así los universitarios como lospertenecientes al gobierno, conocían su idioma como se conoce una lenguamuerta. Podían leerlo con más ó menos errores; pero, cuando pretendíanhablarlo, balbuceaban á las pocas frases, acabando por callarse.

El profesor temía las escaleras y las cuestas á causa de su obesidad desedentario dedicado á los estudios; pero, á pesar de esto, acometíavalerosamente cualquiera de las rampas en torno á las patas de la mesa,llegando arriba congestionado y jadeante, con su honorífico gorro en unamano, mientras se limpiaba con la otra el sudor de la frente, echandoatrás la húmeda melena.

De buena gana hubiese ordenado la instalación de un ascensor; pero elpensamiento de que sus cuentas podían ser examinadas y discutidas enpleno Senado le hizo desistir de tal deseo.

Al fin se decidió á emplear en sus visitas la grúa montadora dealimentos. Silbaba desde abajo para que los trabajadores hiciesendescender el cable, y sentándose en uno de los platos más pequeñosempleados en el servicio, subía sin fatiga hasta la gran planicie dondeapoyaba sus codos el gigante amigo.

Éste la vió llegar en la mañana del segundo día de su instalaciónacompañada de varios objetos, que los siervos masculinos fueron sacandodel plato-ascensor.

Después colocaron ante el Hombre-Montaña una mesita y un sillón, quesobre la mesa enorme parecían juguetes infantiles. También depositaronen la mesita muchos libros.

Llegaba el profesor vestido de ceremonia, con su mejor toga y su birretede gran borla, lo mismo que si fuese á leer una tesis ante laUniversidad en pleno.

—Gentleman—dijo—, hoy no vengo como amigo ni como administrador de suvida material. El gobierno me envía para que ilustre su entendimiento, yhe creído del caso vestir mis mejores ropas universitarias y traer lonecesario para una buena explicación.

Ocupó solemnemente su pequeña poltrona, ordenó sobre la mesita losmontones de libros y quedó mirando el rostro gigantesco de su amigo, quesólo estaba á un metro de distancia de ella.

No necesitaba Flimnap de bocina, como en otras ocasiones. Podíaexpresarse sin esforzar su voz, que era naturalmente armoniosa ycontrastaba con su exterior algo grotesco.

—Le confieso, gentleman, que me turba ver su rostro de tan cerca. Meinfunde espanto. Ad emás, su fealdad aumenta por horas; las cañas dehierro que surgen de su piel son cada vez más grandes y rígidas. Habráque ver cómo los barberos de la capital pueden suprimir esta vegetaciónhorrible. Permítame que le mire un poco á través de mi lente, para verlecon unas proporciones más racionales y justas, como si fuese un ser demi especie.

El dulce profesor contempló al gigante largo rato á través de unalenteja de cristal sacada de su toga, mientras tenía los anteojossubidos sobre la frente. Su rostro se contrajo con una sonrisa dedoncella feliz, como si estuviese contemplando algo celestial. Al fin searrancó á este deleite de los ojos para cumplir sus deberes de maestro.

—Va usted á saber—dijo—lo que tanto desea desde que nos conocimos.Vengo para explicarle la historia de este país y lo que fué la VerdaderaRevolución. Los misterios y secretos que le preocupan van ádesvanecerse. Escuche sin interrumpirme, como hacen las jóvenes queasisten á mi cátedra. Al final me expondrá sus dudas, si es que lastiene, y yo le contestaré.

Después de este preámbulo, el profesor empezó su lección.

—Usted sabe, gentleman, quién fué el primer Hombre-Montaña que visitóeste país. Hasta creo que el tal gigante dejó escrito un relato de suviaje, y usted debe haberlo leído, indudablemente.

Como ya le dije, otros gigantes vinieron detrás de él en diversasépocas; pero esto sólo tiene una relación indirecta con los sucesos quequiero relatarle. Ya sabe usted también, aunque sea de un modo vago,cómo era la vida de mi país en aquella época remota. Nuestro puebloestaba gobernado por los emperadores, que se creían el centro del mundoy de una materia divina distinta á la de los otros seres. La vida de lanación se concentraba en la persona del soberano. Los más altospersonajes saltaban sobre la maroma y hacían otros ejerciciosacrobáticos para divertir al monarca del Imperio, que entonces sellamaba Liliput. La gran ambición de todo liliputiense era conseguiralgún hilo de color de los que regalaba el déspota para cruzárselo sobreel pecho á guisa de condecoración. En resumen: mi país vivía sometido áuna autoridad paternal pero arbitraria, y los hombres llevaban unaexistencia monótona y soñolienta, al margen de todo progreso. De lasmujeres de entonces no hablemos. Eran esclavas, con una servidumbrehipócrita disimulada por el cariño egoísta del esposo y la falsa dulzuradel hogar.

Así era el Imperio de Liliput, cuando siglo y medio después de lallegada del primer Hombre Montaña se inició la serie de acontecimientoshistóricos que acabaron por cambiar su fisonomía.

Un náufrago gigante que había pasado algún tiempo entre nosotros tuvoocasión de volver á su tierra natal valiéndose de un bote en armonía consu talla que la marea arrastró hasta nuestras costas.

Al emprender su viaje de regreso no iba solo. Un liliputiense se marchótambién; unos dicen que de acuerdo con el gigante; otros, y son los más,suponen que se escondió en la enorme barca con el deseo de conocer elmundo de los Hombres-Montañas.

Este viajero extraordinario es célebre en nuestra historia. Su nombrefué Eulame. Yo tengo compañeros en la Universidad que suponen que Eulameera una mujer, pues no pueden explicarse de otro modo tanta inteligenciay tanto heroísmo reunidos en una sola persona. Han escrito varios librospara probar que Eulame fingió ser hombre porque en aquellos tiempos sólodominaban los hombres, y casi lo demuestran plenamente. Pero yo nunca mehe apasionado por este misterio de nuestra historia. Bien puede Enlamehaber sido hombre, como creyeron los de su época. Una excepción noaltera la regla, y reconozco que el débil sexo masculino es capaz deproducir de tarde en tarde algún personaje célebre, sin que esto lesaque de su inferioridad….

Digo que Eulame se marchó al país de los gigantes y permaneció alláalgunos años. También este período de su existencia ha dado lugar ámuchos estudios históricos y críticos. Unos dicen que anduvo por aquelmundo monstruosamente grande, de feria en feria, siendo exhibido encircos y barracas como una curiosidad nunca vista, y que sus viajes lesirvieron para conocer los diversos pueblos en que se hallan divididoslos colosos.

Otros autores afirman, basándose en el testimonio de personas quetrataron á Enlame y pudieron oir sus confidencias, que el audazliliputiense apenas fué conocido por la generalidad de los gigantes. Ély el marinero en cuyo bote se escapó fueron recogidos por un gran barco,y, al llegar á la tierra donde todo es monstruosamente enorme, losnavegantes lo vendieron á un sabio, y con él vivió, en el ambiente deuna soledad estudiosa, aprendiendo con rápidas síntesis todo lo que elilustre gigante había buscado en los libros y en las experiencias delaboratorio durante muchos años.

Tampoco en esta cuestión me decido ni por unos ni por otros. Enrealidad, no se sabe nada sobre el primer período de la vida de Eulame,que fué tan misterioso como la juventud de muchos fundadores dereligiones.

Todo lo que dicen mis compañeros de Universidad y lo quedijeron igualmente muchos sabios anteriores está fundado en hipótesis.

Lo único cierto es que Eulame volvió á Liliput, pero no en una simplebarca, como la que le trajo á usted, Gentleman-Montaña. Al otro lado dela gran barrera de rocas y espumas levantada por nuestros dioses quedó,según cuentan los cronistas de aquella época, un buque de proporcionesinmensas, un verdadero navío de gigantes. Un simple bote salvó elobstáculo de la muralla divina, trayendo hasta nuestras costas á Eulamey á un Hombre-Montaña viejo, seco de cuerpo, con barba blanca, quesupongo debió ser su estudioso protector.

Éste tenía el propósito de ir trayendo en la lancha hasta nuestra tierratodos los inventos de su mundo, de que venía repleto el navío enorme;pero nuestros dioses, como aman poco á los gigantes, agitaron el mar sinlímites con una furiosa tempestad, y el buque se estrelló contra labarrera de rocas y de espumas.

Quedó entre nosotros el gigante viejo tan desamparado y falto de medioscual se ve usted ahora. Además, como sus años no le permitían vivir enun mundo tan nuevo para él y tan falto de las comodidades que necesitala vejez, murió al poco tiempo. Yo sospecho que los emperadores de laúltima dinastía se sintieron inquietos tal vez por la frecuencia con quellegaban á nuestras costas huéspedes de la misma talla, y trataron alviejo con brusquedad, sin considerar que el pobre venía atraído por losrelatos de Eulame para establecer generosamente su civilización entrenosotros.

Su cadáver dió poco trabajo para ser anulado. Era un esqueletorecubierto de piel nada más, y sus huesos se emplearon como ricosmateriales en numerosas obras de arte. Todavía conservamos en laUniversidad varios libros de él, que me sirvieron muchísimo para elestudio de la lengua que usted habla y para el conocimiento de lascostumbres de los Hombres-Montañas.

Pero volvamos á Eulame. Al verse solo, se lanzó á predicar entre suscompatriotas las ventajas de la civilización de los gigantes. Losdescontentos del Imperio, que eran muchos, vieron en él un jefe quepodía sustituir á la dinastía reinante. Los sabios le escucharon como unmaestro divino, y todas las universidades fueron declarándose discípulassuyas. De entonces data la introducción del inglés en este país comoidioma secreto y sagrado, que sirvió para entenderse á las personas declase superior.

¡Las cosas que hizo Eulame en poco tiempo! Jamás se conoció en nuestrahistoria una actividad como la suya. El pueblo no pudo creer que fueseun hombre igual á los demás, y le tuvo por hijo de los dioses. Hasta laindustria del país la modificó radicalmente en pocos meses. Implantóentre nosotros todos los progresos mecánicos que había visto en el mundode los colosos. Nuestros ingenieros, que hasta entonces habían marchadoá ciegas, moviéndose siempre dentro del mismo círculo, luego de escucharlas lecciones de Eulame vieron nuevos caminos abiertos ante sus ojos, yse lanzaron por ellos, haciendo descubrimientos con una rapidezvertiginosa, inventando casi instantáneamente lo que había costado talvez largos años de meditación en el país de los gigantes.

El último emperador intentó asesinar al profeta; pero éste poseía lafuerza, y creyó llegado el momento de pasar de las palabras á la acción.Había traído del otro mundo los explosivos y las armas de fuego. Losricos industriales partidarios del eulamelismo fabricaron secretamenteun material de guerra igual al de los Hombres-Montañas, y bastó que mildiscípulos con fusiles y cañones marchasen contra el palacio delemperador para que éste huyese, acabando en un momento la dinastíasecular.

Las viejas tropas, armadas con arcos y lanzas, se desbandaron, dandovivas á Eulame, al recibir la primera granizada de balas de suspartidarios. El Regenerador fué elevado entonces á la dignidad imperial,y empezó el período más agitado, más sangriento é interesante de nuestrahistoria.

Debo advertir que como entonces dirigían los hombres la marcha del país,tuvieron el cinismo de dar el nombre de

época gloriosa

á un período enel que murieron millones de personas, siendo además incendiadas muchasciudades, que aún no están reconstruidas, y devastadas provinciasenteras.

Al verse Eulame en el poder, se creyó investido de una misiónsobrehumana.

Esta misión consistía en llevar á todas las naciones próximas pobladaspor seres de nuestra especie los beneficios de la civilizaciónimplantada por él. Además, como disponía de una fuerza superior,necesitaba usarla, lo mismo que el atleta, incapaz de vivirtranquilamente sin dar golpes contra algo para ejercitar sus músculos.

Las tropas irresistibles de Eulame marcharon contra Blefuscú, el puebloque durante siglos había sido nuestro adversario. Resultó una guerrafácil por la gran desigualdad entre los respectivos armamentos; pero losde Blefuscú se defendieron con esa tenacidad irracional que la Historiallama heroísmo, dejándose matar en cantidades enormes.

Después de haber dominado á esta nación, el conquistador llevó sus armasá otra, y luego á otra, no quedando continente ni isla que dejase dereconocer su autoridad imperial. Pero la misma grandeza de su éxito pesósobre él, acabando por aplastarle. Sus generales obedecieron á esa leyde los ho mbres según la cual todo discípulo, cuando se ve en lo alto,debe atacar á su maestro.

Llegó un día en que los belicosos caudillos que gobernaban pordelegación las tierras conquistadas se sublevaron contra Eulame. Todo loque éste había aprendido en el país de los gigantes lo comunicóconfiadamente á sus allegados: los nuevos medios de destrucción eran yadel dominio común; sus adversarios sabían lo mismo que él; ya no era unsemidiós, era un hombre como los otros. Y como sus enemigos resultabanmucho más numerosos, le vencieron en una batalla campal á las puertas deesta ciudad, que entonces se llamaba Mildendo, reuniéndose después encongreso diplomático para decidir su futura suerte.

No se atrevieron á matarle porque habían sido sus discípulos; pero comodeseaban verse libres de su presencia, lo confinaron perpetuamente enuna pequeña isla, en un peñón solitario y malsano, lejos de toda vida,en las inmediaciones de la muralla de rocas y espumas que muy pocos osanpasar.

El emperador murió á los pocos años en este destierro de un modoobscuro. Aún vivían las familias de los catorce ó quince millones deseres que habían muerto á causa de sus guerras y sus ambiciones. Luego,con el transcurso de los años, el vulgo, que necesita para vivir elculto de los héroes y cuando no los tiene los inventa, ha glorificado áEulame, convirtiendo sus matanzas en hazañas gloriosas y dando uncarácter casi divino á su recuerdo.

Yo puedo enseñarle, gentleman, como unos cincuenta mil libros escritospara glorificar á Eulame y narrar sus hazañas. Sin embargo, su herenciano pudo resultar más fatal. Este fabricante de guerras hizo lo necesarioantes de desaparecer para que nuestro mundo se viese condenadoeternamente á la guerra.

El congreso reunido en Mildendo intentó un nuevo reparto de lasnaciones, dividiendo las antiguas conquistas de Eulame; pero estearreglo fué un semillero de futuras peleas. Todos los vencedoreshablaban de la paz á gritos, pero cada uno procuraba vivir más armadoque los otros, y al sentirse con mayores fuerzas exigía una porción másconsiderable en el reparto.

Abreviaré mi relato, gentleman, pues me duele recordar este período, elmás vergonzoso de nuestra historia.

Los pueblos vivían regidos por loshombres; las armas estaban en manos de los hombres; el trabajo loorganizaban y reglamentaban los hombres … ¿qué otra cosa podíaocurrir?…

Los herederos del emperador organizaron cada uno á su placer el pedazode tierra que les tocó en el reparto.

Algunas naciones se constituyeronen República; otras fueron monarquías; unas cuantas, con el título deImperios, restauraron la autoridad despótica y terriblemente paternal delos antiguos soberanos.

Nuestra nación, al recobrar sus primitivos límites, creyó oportunoquedarse con dos provincias de Blefuscú, fundándose en confusos derechoshistóricos. Durante varios años los de Blefuscú sólo pensaron enrecobrar estas provincias, como si les fuese imposible la vida sinellas. Las recordaban en sus cantos patrióticos; no había ceremoniapública en que no las llorasen; los muchachos, al entrar en la escuela,lo primero que aprendían era la necesidad de morir algún día para quelas provincias cautivas recobrasen su libertad; los hombres organizabansu existencia con el pensamiento fijo de que eran soldados de una guerrafutura. Y al fin vino la guerra, y los de Blefuscú nos quitaron las dosprovincias.

Entonces nosotros les imitamos, y durante varios años los niños denuestras escuelas aprendieron que había que morir para recobrar estosterritorios, y hubo cánticos iguales á los del país enemigo, y loshombres fueron todos soldados, y surgió una segunda guerra, en cuyotranscurso recobramos las dos provincias….

Y los de Blefuscú se prepararon á su vez para una tercera guerra….

Al mismo tiempo había luchas sangrientas entre los demás países pobladospor gentes de nuestra especie.

Ninguna nación podía conformarse con suslímites actuales. A la adoración de los antiguos dioses había sucedidola idolatría de unos trapos de colores llamados banderas. Cada uno, conagresivo fetichismo, consideraba que el trapo de su nación era máshermoso que los otros y debía ondear triunfante sobre los paísesinmediatos. Las gentes separadas por un brazo de mar, un río, unamontaña ó un bosque, llamados fronteras, se odiaban de un modo feroz,sin haberse visto nunca.

Cada país calumniaba al otro, inventando sobre él las más absurdasmentiras, y estas mentiras las aceptaban las generaciones siguientes sintomarse el trabajo de comprobarlas. De padres á hijos se perpetuaba ladegollina por la simple razón de que los abuelos también se habíandegollado.

Nunca se realizaron inventos con tan asombrosa rapidez; pero todos ellosservían fatalmente para agrandar el arte de las matanzas. La ciencia sehabía hecho servidora de la guerra; los laboratorios temblaban depatriótico regocijo cuando un descubrimiento proporcionaba la seguridadde poder exterminar mayor número de hombres. Las fábricas más potenteseran las de materiales para la guerra. Todos los países rivalizaban enuna carrera loca, buscando adelantarse los unos á los otros en losmedios de destrucción. Los hombres se mataban sobre la tierra y sobre elmar, y hasta en el último momento llegaron á exterminarse en lassilenciosas alturas de la atmósfera.

Las fortunas más grandes de cada país las poseían los fabricantes dearmamento. La lucha industrial y los egoístas deseos de lucro tomaban uncarácter de abnegación patriótica. Si un país inventaba un cañón enorme,al año siguiente el país adversario producía otro dos veces más grande.Sobre las olas todavía era más disparatada esta exageración de losmedios ofensivos. Como Blefuscú y nosotros estamos separados por el mar,nos lanzamos á una rivalidad devoradora de nuestras riquezas y denuestro trabajo.

Estudiábamos ansiosamente su flota para que nuestra flota resultasesuperior. Si ellos construían un navío grande, con numerosos cañones,nosotros al momento empezábamos en nuestros astilleros otros navíos másenormes, hasta llegar á proporciones inverosímiles, que parecían un retoal buen sentido y á todas las leyes físicas.

Baste decir, gentleman, que hemos tenido buques de guerra más grandesque la barca que le trajo á usted; navíos con cien piezas de artilleríaiguales al revólver que le sacamos del bolsillo, ó tal vez mucho másgrandes, y llevando tres mil ó cuatro mil hombres de tripulación…. Enfin, verdaderas islas flotantes.

Y lo peor fué que estas construcciones gigantescas y los gastos enormesque exigían, todo resultó inútil. El continuo invento de mediosdestructivos dió vida á nuevas embarcaciones no más grandes que algunospeces de nuestros mares, pero que, á semejanza de éstos, podíandeslizarse por la profundidad submarina, atacando de lejos á losmonstruos flotantes hechos de acero. A pesar de su humilde aspecto,muchas veces, en nuestros combates navales, echaron á pique á los navíosgigantescos, que representaban el valor de una ciudad.

Toda guerra resultaba más mortífera y costosa que la anterior. Lasmadres, al dar á luz á sus hijos, sabían que no fabricaban hombres, sinosoldados.

No pretendo hacerle creer, gentleman, que la guerra era algo nuevo ennuestra historia y sólo la habíamos conocido después que Eulame trajosus inventos del país de los gigantes. Habíamos tenido guerras desde lasépocas más remotas, como creo que las tuvieron todos los grupos humanos.Pero eran guerras con pequeños ejércitos, que no alteraban la vida delpaís; guerras sostenidas por tropas de combatientes voluntarios yprofesionales; una especie de lujo sangriento, de elegancia mortífera,que se permitían nuestros viejos emperadores de tarde en tarde. Perodespués de la demencia ambiciosa de Eulame y del perfeccionamiento delos medios de destrucción, las guerras fueron de pueblo á pueblo, y todala juventud de un país, abandonando campos y talleres, corría á matar lajuventud vigorosa del otro país que había hecho lo mismo.

Cada guerra significaba un largo alto en el desenvolvimiento humano, yluego un retroceso. En la capital de cada país había un arco de triunfopara que desfilasen bajo su bóveda unas veces el ejército que volvíavictorioso y otras los invasores triunfantes.

Después de toda guerra, el suelo abandonado parecía vengarse del olvidoy de la bestialidad de los hombres restringiendo su producción. Lasgrandes empresas militares iban seguidas por el hambre y las epidemias.Los hombres se mostraban peores al volver á sus casas durante una pazmomentánea. Habían olvidado el valor de la vida humana. Reñían con elmenor pretexto; se encolerizaban fácilmente, matándose entre ellos;pegaban á sus mujeres. Además, todos eran alcohólicos. Durante suscampañas, los gobernantes les facilitaban en abundancia el vino y loslicores fuertes, sabiendo que un hombre en la inconsciencia de laembriaguez teme menos á la muerte.

La riqueza pública ahorrada durante muchos años se derrochaba en unosmeses, convirtiéndose en humo de pólvora, en acero hecho fragmentos, enescombros de poblaciones y de fábricas.

Cuando, al fin, llegaba la paz, era para que empezase una nuevamiseria….

Los períodos tranquilos resultaban tan peligrosos como los tiempos deguerra. Siempre han existido descontentos de la organización social;siempre los que no tienen mirarán con odio á los que poseen.

Perodespués de las guerras la falta de concordia social aún era másviolenta. La envidia que siente el de abajo resultaba más amarga. Comolos pobres habían sido soldados á la fuerza, se consideraban con nuevosderechos á poseerlo todo. Cuando cesaban las guerras, los hombres seresistían al trabajo y hablaban de un nuevo reparto de la riqueza….

Esta situación absurda no podía durar.

Yo reconozco, como he dicho antes, que existen entre los hombres almasgenerosas y superiores, aunque con menos abundancia que entre lasmujeres. Los crímenes originados por los hombres no podían menos deconmover á algunas de estas almas masculinas, y un gobernante de aquellaépoca dió una especie de reglamento para la paz humana, dividido encatorce artículos.

Pero entre los hombres las mejores ideas se transforman y se corrompen.Hay en ellos un fondo de egoísmo que desfigura toda idea generosa apenasse encargan de implantarla.

No había un país que dejase de alabar la paz, pero esta paz debíahacerse de acuerdo con sus gustos y ambiciones. Todos querían que lascosas fuesen no como deben ser, sino con arreglo á sus conveniencias.

Ylos catorce artículos ó puntos se vieron retorcidos y desfigurados detal modo, que acabaron por convertirse prácticamente en otras tantascalamidades. Así ocurre siempre con las leyes hechas por los hombres yaplicadas por los hombres.

Los pueblos sintieron la necesidad de poner remedio á esta demenciageneral. Era preciso suprimir las guerras, resolver las cuestiones entrelos países por medio de tribunales, como se resuelven las diferenciasentre los individuos. Y cada Estado designó varios representantes, quese reunieron en esta ciudad, formando un organismo llamado Sociedad delas Naciones.

Mientras los oradores se limitaron á pronunciar elocuentes arengas ennombre de los más sublimes principios todo marchó bien; pero cuando laasamblea tuvo que hacer algo práctico, su trabajo resultó infructuoso ytan temible como el de los gobernantes guiados por la ambición.

Los congresistas, al rehacer el mapa, dieron más terrenos á unos paísesy se lo quitaron á otros, fundándose en antecedentes históricos,geográficos y étnicos. Fué un trabajo de gabinete semejante á los quehacemos en la Universidad, é inspirado por la mejor buena fe. Pero lospueblos fuertes y rapaces se reían de sus consejos cuando losconsideraban perjudiciales para su egoísmo, y en cambio los exhibíancomo obras maestras siempre que eran favorables á sus intereses. Por suparte, los pueblos adolescentes, ganosos de crecimiento, cuando teníanun vecino débil olvidaban á la Sociedad de las