El Estudiante de Salamanca y Otras Selecciones by José de Espronceda - HTML preview

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algunos

momentos,

casi

siempre

sin

conseguirlo,

a

tocar

los

bienes

ligeramente

y

de

pasada.—"La

protección

de

un

sastre,"

novela

original

por

D.

MIGUEL

DE

LOS

SANTOS

ÁLVAREZ

SPIRITUS

QUIDEM

PROMPTUS

EST;

CARO

VERO INFIRMA.—S. MARCOS, "Evangelio"

Vedle, Don Félix es, espada en mano,

Sereno el rostro, firme el corazón;

695

También de Elvira el vengativo hermano

Sin piedad a sus pies muerto cayó.

Y con tranquila audacia se adelanta

Por la calle fatal del Ataúd;

Y ni medrosa aparición le espanta,

700

Ni le turba la imagen de Jesús.

La moribunda lámpara que ardía

Trémula lanza su postrer fulgor,

Y, en honda oscuridad, noche sombría

La misteriosa calle encapotó.

705

Mueve los pies el Montemar osado

En las tinieblas con incierto giro,

Cuando, ya un trecho de la calle andado,

Súbito junto a él oye un suspiro.

Resbalar por su faz sintió el aliento,

710

Y a su pesar sus nervios se crisparon;

Mas, pasado el primero movimiento,

A su primera rigidez tornaron.

«¿Quién va?» pregunta con la voz serena.

Que ni finge valor, ni muestra miedo,

715

El alma de invencible vigor llena,

Fïado en su tajante de Toledo.

Palpa en torno de sí, y el impio jura,

Y a mover vuelve la atrevida planta,

Cuando hacia él fatídica figura

720

Envuelta en blancas ropas se adelanta.

Flotante y vaga, las espesas nieblas

Ya disipa, y se anima, y va creciendo

Con apagada luz, ya en las tinieblas

Su argentino blancor va apareciendo.

725

Ya leve punto de luciente plata,

Astro de clara lumbre sin mancilla,

El horizonte lóbrego dilata

Y allá en la sombra en lontananza brilla.

Los ojos, Montemar, fijos en ella,

730

Con más asombro que temor la mira;

Tal vez la juzga vagorosa estrella

Que en el espacio de los cielos gira;

Tal vez engaño de sus propios ojos,

Forma falaz que en su ilusión creó,

735

O del vino ridículos antojos

Que al fin su juicio a alborotar subió.

Mas el vapor del néctar jerezano

Nunca su mente a trastornar bastara,

Que ya mil veces embriagarse en vano

740

En frenéticas orgias intentara.

«Dios presume asustarme; ¡ojalá fuera»,

Dijo entre sí riendo, «el diablo mismo!

Que entonces ¡víve Dios! quién soy supiera

El cornudo monarca del abismo.»

745

Al pronunciar tan insolente ultraje

La lámpara del Cristo se encendió,

Y una mujer, velada en blanco traje,

Ante la imagen de rodillas vió.

«Bienvenida la luz,» dijo el impío,

750

«Gracias a Dios o al diablo;» y, con osada,

Firme intención y temerario brío,

El paso vuelve a la mujer tapada.

Mientras él anda, al parecer se alejan

La luz, la imagen, la devota dama;

755

Mas si él se pára, de moverse dejan;

Y lágrima tras lágrima derrama

De sus ojos inmóviles la imagen.

Mas sin que el miedo ni el dolor que inspira

Su planta audaz, ni su impiedad atajen,

760

Rostro a rostro a Jesús Montemar mira.

—La calle parece se mueve y camina,

Faltarle la tierra sintió bajo el pie;

Sus ojos la muerta mirada fascina

Del Cristo, que intensa clavada está en él.

765

Y en medio el delirio que embarga su mente,

Y achaca él al vino que al fin le embriagó,

La lámpara alcanza con mano insolente

Del ara do alumbra la imagen de Dios;

Y al rostro la acerca, que el cándido lino

770

Encubre, con ánimo asaz descortés;

Mas la luz apaga viento repentino,

Y la blanca dama se puso de pie.

Empero un momento creyó que veía

Un rostro que vagos recuerdos quizá

775

Y alegres memorias confusas traía

De tiempos mejores que pasaron ya,

Un rostro de un ángel que vió en un ensueño,

Como un sentimiento que el alma halagó,

Que anubla la frente con rígido ceño,

780

Sin que lo comprenda jamás la razón.

Su forma gallarda dibuja en las sombras

El blanco ropaje que ondeante se ve,

Y cual si pisara mullidas alfombras,

Deslízase leve sin ruido su pie.

785

Tal vimos al rayo de la luna llena

Fugitiva vela de lejos cruzar,

Que ya la hinche en popa la brisa serena,

Que ya la confunde la espuma del mar.

También la esperanza blanca y vaporosa

790

Así ante nosotros pasa en ilusión,

Y el alma conmueve con ansia medrosa

Mientras la rechaza la adusta razón.

D. FÉLIX

«¡Qué! ¿sin respuesta me deja?

¿No admitís mi compañía?

795

¿Será quizá alguna vieja

Devota?... ¡Chasco sería!

En vano, dueña, es callar,

Ni hacerme señas que no;

He resuelto que sí yo,

800

Y os tengo de acompañar.

Y he de saber dónde vais

Y si sois hermosa o fea,

Quién sois y cómo os llamáis,

Y aun cuando imposible sea,

805

Y fuerais vos Satanás

Con sus llamas y sus cuernos,

Hasta en los mismos infiernos,

Vos delante y yo detrás,

Hemos de entrar; ¡vive Dios!

810

Y aunque lo estorbara el cielo,

Que yo he de cumplir mi anhelo

Aun a despecho de vos;

Y perdonadme, señora,

Si hay en mi empeño osadía,

815

Mas fuera descortesía

Dejaros sola a esta hora;

Y me va en ello mi fama,

Que juro a Dios no quisiera

Que por temor se creyera

820

Que no he seguido a una dama.»

Del hondo del pecho profundo gemido,

Crujido del vaso que estalla al dolor,

Que apenas medroso lastima el oído,

Pero que punzante rasga el corazón,

825

Gemido de amargo recuerdo pasado,

De pena presente, de incierto pesar,

Mortífero aliento, veneno exhalado

Del que encubre el alma ponzoñoso mar,

Gemido de muerte lanzó, y silenciosa

830

La blanca figura su pie resbaló,

Cual mueve sus alas sílfide amorosa

Que apenas las aguas del lago rizó.

¡Ay! el que vió acaso perdida en un día

La dicha que eterna creyó el corazón,

835

Y en noche de nieblas y en honda agonía

En un mar sin playas muriendo quedó!...

Y solo y llevando consigo en su pecho,

Compañero eterno su dolor crüel,

El mágico encanto del alma deshecho,

840

Su pena, su amigo y su amante más fiel;

¡Miró sus suspiros llevarlos el viento,

Sus lágrimas tristes perderse en el mar,

Sin nadie que acuda ni entienda su acento,

Insensible el cielo y el mundo a su mal!

845

Y ha visto la luna brillar en el cielo

Serena y en calma mientras él lloró,

Y ha visto los hombres pasar en el suelo

Y nadie a sus quejas los ojos volvió!

Y él mismo, la befa del mundo temblando,

850

Su pena en su pecho profunda escondió,

Y dentro en su alma su llanto tragando

Con falsa sonrisa su labio vistió!!...

¡Ay! quien ha contado las horas que fueron,

Horas otro tiempo que abrevió el placer,

855

Y hoy solo y llorando piensa como huyeron

Con ellas por siempre las dichas de ayer;

Y aquellos placeres, que el triste ha perdido,

No huyeron del mundo, que en el mundo están;

Y él vive en el mundo do siempre ha vivido,

860

Y aquellos placeres para él no son ya!

¡Ay del que descubre por fin la mentira!

¡Ay del que la triste realidad palpó!

Del que el esqueleto de este mundo mira,

Y sus falsas galas loco le arrancó!...

865

¡Ay de aquel que vive sólo en lo pasado!

¡Ay del que su alma nutre en su pesar!

Las horas que huyeron llamará angustiado,

Las horas que huyeron jamás tornarán!...

Quien haya sufrido tan bárbaro duelo,

870

Quien noches enteras contó sin dormir

En lecho de espinas, maldiciendo al cielo,

Horas sempiternas de ansiedad sin fin....

Quien haya sentido quererse del pecho

Saltar a pedazos roto el corazón,

875

Crecer su delirio, crecer su despecho,

Al cuello cien nudos echarle el dolor,

Ponzoñoso lago de punzante hielo,

Sus lágrimas tristes que cuajó el pesar,

Reventando ahogarle, sin hallar consuelo,

880

Ni esperanza nunca, ni tregua en su afán.

Aquél, de la blanca fantasma el gemido,

Única respuesta que a Don Félix dió,

Hubiera, y su inmenso dolor, comprendido,

Hubiera pesado su inmenso valor.

D. FÉLIX

885

«Si buscáis algún ingrato,

Yo me ofrezco agradecido;

Pero o miente ese recato,

O vos sufrís el mal trato

De algún celoso marido.

890

¿Acerté? ¡Necia manía!

Es para volverme loco,

Si insistís en tal porfía;

Con los mudos, reina mía,

Yo hago mucho y hablo poco.»

895

Segunda vez importunada en tanto,

Una voz de süave melodía

El estudiante oyó que parecía

Eco lejano de armonioso canto,

De amante pecho lánguido latido,

900

Sentimiento inefable de ternura,

Suspiro fiel de amor correspondido,

El primer sí de la mujer aun pura.

«Para mí los amores acabaron;

Todo en el mundo para mí acabó;

905

Los lazos que a la tierra me ligaron

El cielo para siempre desató,»

Dijo su acento misterioso y tierno,

Que de otros mundos la ilusión traía,

Eco de los que ya reposo eterno

910

Gozan en paz bajo la tumba fría.

Montemar, atento sólo a su aventura,

Que es bella la dama y aun fácil juzgó,

Y la hora, la calle y la noche oscura

Nuevos incentivos a su pecho son.

915

«—Hay riesgo en seguirme.—Mirad ¡qué reparo!

—Quizá luego os pese.—Puede que por vos.

—Ofendéis al cielo.—Del diablo me amparo.

—Idos, caballero, no tentéis a Dios.

—Siento me enamora más vuestro despego,

920

Y si Dios se enoja, pardiez que hará mal;

Veame en vuestros brazos y máteme luego.

—¡Vuestra última hora quizá ésta será!...

Dejad ya, Don Félix, delirios mundanos.

—¡Hola, me conoce!—¡Ay! ¡temblad por vos!

925

¡Temblad no se truequen deleites livianos

En penas eternas!—Basta de sermón,

Que yo para oírlos la cuaresma espero;

Y hablemos de amores, que es más dulce hablar;

Dejad ese tono solemne y severo,

930

Que os juro, señora, que os sienta muy mal.

La vida es la vida: cuando ella se acaba,

Acaba con ella también el placer.

¿De inciertos pesares por qué hacerla esclava?

Para mí no hay nunca mañana ni ayer.

935

Si mañana muero, que sea en mal hora

O en buena, cual dicen, ¿qué me importa a mí?

Goce yo el presente, disfrute yo ahora,

Y el diablo me lleve siquiera al morir.

—¡Cúmplase en fin tu voluntad, Dios mío!—»

940

La figura fatídica exclamó;

Y en tanto al pecho redoblar su brío

Siente Don Félix y camina en pos.

Cruzan tristes calles,

Plazas solitarias,

945

Arruinados muros,

Donde sus plegarias

Y falsos conjuros,

En la misteriosa

Noche borrascosa,

950

Maldecida bruja

Con ronca voz canta,

Y de los sepulcros

Los muertos levanta,

Y suenan los ecos

955

De sus pasos huecos

En la soledad;

Mientras en silencio

Yace la ciudad,

Y en lúgubre són

960

Arrulla su sueño

Bramando Aquilón.

Y una calle y otra cruzan,

Y más allá y más allá;

Ni tiene término el viaje,

965

Ni nunca dejan de andar.

Y atraviesan, pasan, vuelven,

Cien calles quedando atrás,

Y paso tras paso siguen,

Y siempre adelante van;

970

Y a confundirse ya empieza

Y a perderse Montemar,

Que ni sabe a dó camina,

Ni acierta ya dónde está;

Y otras calles, otras plazas

975

Recorre, y otra ciudad,

Y ve fantásticas torres

De su eterno pedestal

Arrancarse, y sus macizas,

Negras masas caminar,

980

Apoyándose en sus ángulos,

Que en la tierra en desigual,

Perezoso tranco fijan;

Y a su monótono andar,

Las campanas sacudidas

985

Misteriosos dobles dan,

Mientras en danzas grotescas,

Y al estruendo funeral,

En derredor cien espectros

Danzan con torpe compás;

990

Y las veletas sus frentes

Bajan ante él al pasar,

Los espectros le saludan,

Y en cien lenguas de metal,

Oye su nombre en los ecos

995

De las campanas sonar.

Mas luego cesa el estrépito,

Y en silencio, en muda paz

Todo queda, y desparece

De súbito la ciudad:

1000

Palacios, templos, se cambian

En campos de soledad,

Y en un yermo y silencioso,

Melancólico arenal,

Sin luz, sin aire, sin cielo,

1005

Perdido en la inmensidad.

Tal vez piensa que camina,

Sin poder parar jamás,

De extraño empuje llevado

Con precipitado afán;

1010

Entretanto que su guía,

Delante de él sin hablar,

Sigue misteriosa, y sigue

Con paso rápido, y ya

Se remonta ante sus ojos

1015

En alas del huracán,

Visión sublime, y su frente

Ve fosfórica brillar

Entre lívidos relámpagos

En la densa oscuridad,

1020

Sierpes de luz, luminosos

Engendros del vendaval;

Y cuando duda si duerme,

Si tal vez sueña o está

Loco, si es tanto prodigio,

1025

Tanto delirio verdad,

Otra vez en Salamanca

Súbito vuélvese a hallar,

Distingue los edificios,

Reconoce en dónde está,

1030

Y en su delirante vértigo

Al vino vuelve a culpar,

Y jura, y siguen andando,

Ella delante, él detrás.

«¡Vive Dios! dice entre sí,

1035

O Satanás se chancea,

O no debo estar en mí,

O el Málaga que bebí

En mi cabeza aun humea.

«Sombras, fantasmas, visiones....

1040

Dale con tocar a muerto,

Y en revueltas confusiones,

Danzando estos torreones

Al compás de tal concierto.

«Y el juicio voy a perder

1045

Entre tantas maravillas.

¡Que estas torres llegue a ver,

Como mulas de alquiler,

Andando con campanillas!

«¿Y esta mujer quién será?

1050

Mas si es el diablo en persona,

¿A mí qué diantre me da?

Y más que el traje en que va

En esta ocasión le abona.

«Noble señora, imagino

1055

Que sois nueva en el lugar:

Andar así es desatino;

O habéis perdido el camino,

O esto es andar por andar.

«Ha dado en no responder,

1060

Que es la más rara locura

Que puede hallarse en mujer,

Y en que yo la he de querer

Por su paso de andadura.»

En tanto Don Félix a tientas seguía,

1065

Delante camina la blanca visión,

Triplica su espanto la noche sombría,

Sus hórridos gritos redobla Aquilón.

Rechinan girando las férreas veletas,

Crujir de cadenas se escucha sonar,

1070

Las altas campanas, por el viento inquietas,

Pausados sonidos en las torres dan.

Rüido de pasos de gente que viene

A compás marchando con sordo rumor,

Y de tiempo en tiempo su marcha detiene,

1075

Y rezar parece en confuso són,

Llegó de Don Félix luego a los oídos,

Y luego cien luces a lo lejos vió,

Y luego en hileras largas divididos,

Vió que murmurando con lúgubre voz

1080

Enlutados bultos andando venían;

Y luego más cerca con asombro ve

Que un féretro en medio y en hombros traían

Y dos cuerpos muertos tendidos en él.

Las luces, la hora, la noche, profundo,

1085

Infernal arcano parece encubrir.

Cuando en hondo sueño yace muerto el mundo,

Cuando todo anuncia que habrá de morir

Al hombre que loco la recia tormenta

Corrió de la vida, del viento a merced,

1090

Cuando una voz triste las horas le cuenta,

Y en lodo sus pompas convertidas ve,

Forzoso es que tenga de diamante el alma

Quien no sienta el pecho de horror palpitar,

Quien como Don Félix, con serena calma,

1095

Ni en Dios ni en el diablo se ponga a pensar.

Así en tardos pasos, todos murmurando,

El lúgubre entierro ya cerca llegó,

Y la blanca dama, devota rezando,

Entrambas rodillas en tierra dobló.

1100

Calado el sombrero y en pie, indiferente

El féretro mira Don Félix pasar,

Y al paso pregunta con su aire insolente

Los nombres de aquellos que al sepulcro van.

Mas ¡cuál su sorpresa, su asombro cuál fuera,

1105

Cuando horrorizado con espanto ve

Que el uno Don Diego de Pastrana era,

Y el otro ¡Dios santo! y el otro era él!...

Él mismo, su imagen, su misma figura,

Su mismo semblante, que él mismo era en fin;

1110

Y duda, y se palpa, y fría pavura

Un punto en sus venas sintió discurrir.

Al fin era hombre, y un punto temblaron

Los nervios del hombre, y un punto temió;

Mas pronto su antiguo vigor recobraron,

1115

Pronto su fiereza volvió al corazón.

«Lo que es, dijo, por Pastrana,

Bien pensado está el entierro;

Mas es diligencia vana

Enterrarme a mí, y mañana

1120

Me he de quejar de este yerro.

«Diga, señor enlutado,

¿A quién llevan a enterrar?»

«—Al estudiante endiablado

Don Félix de Montemar,»

1125

Respondió el encapuchado.

«—Mientes, truhán.—No por cierto.

—Pues decidme a mí quién soy,

Si gustáis, porque no acierto

Cómo a un mismo tiempo estoy

1130

Aquí vivo y allí muerto.

«—Yo no os conozco.—Pardiez,

Que si me llego a enojar,

Tus burlas te haga llorar

De tal modo que otra vez

1135

Conozcas ya a Montemar.

«¡Villano!... mas esto es

Ilusión de los sentidos,

El mundo que anda al revés,

Los diablos entretenidos

1140

En hacerme dar traspiés.

«¡El fanfarrón de Don Diego!

De sus mentiras reniego,

Que cuando muerto cayó,

Al infierno se fué luego

1145

Contando que me mató.»

Diciendo así, soltó una carcajada,

Y las espaldas con desdén volvió;

Se hizo el bigote, requirió la espada,

Y a la devota dama se acercó.

1150

«Conque, en fin, ¿dónde vivís?

Que se hace tarde, señora.

—Tarde, aun no; de aquí a una hora

Lo será.—Verdad decís,

Será más tarde que ahora.

1155

«Esa voz con que hacéis miedo

De vos me enamora más.

Yo me he echado el alma atrás;

Juzgad si me dará un bledo

De Dios ni de Satanás.

1160

«—Cada paso que avanzáis

Lo adelantáis a la muerte,

Don Félix. ¿Y no tembláis

Y el corazón no os advierte

Que a la muerte camináis?»

1165

Con eco melancólico y sombrío

Dijo así la mujer, y el sordo acento,

Sonando en torno del mancebo impío,

Rugió en la voz del proceloso viento.

Las piedras con las piedras se golpearon,

1170

Bajo sus pies la tierra retembló,

Las aves de la noche se juntaron,

Y sus alas crujir sobre él sintió;

Y en la som