
En la vid, con sus pámpanos lozana,
Relucen cual topacio los racimos.
Quita lluvia temprana
Al alma tierra la aridez estiva,
Y los frutos opimos
Medran con nuevos jugos en la oliva
Y en el almendro que entre riscos brota.
Recobra el claro río
El caudal que perdiera en el estío;
Y el áspera bellota
Se madura y endulza entre el pomposo
Follaje, donde el viento,
Para las gentes de la edad primera,
Con fatídico acento
La voluntad de Júpiter dijera.
No como en primavera
El campo está de flores matizado;
Que el labrador cansado
En las flores cifraba su esperanza,
Y ora en cosecha sazonada alcanza
El premio de su afán y su cuidado.
Embalsama el membrillo con su aroma
Los céfiros ligeros;
Y en el limón y en la madura poma,
Y en los sabrosos peros
El oro luce y el carmín asoma.
Que brillaron en rosas y alelíes;
Mientras, por celos de su flor, empieza
Á romper la granada su corteza,
Descubriendo un tesoro de rubíes.
Con la otoñal frescura
Nace la nueva hierba, y su verdura
La palidez de los rastrojos cubre.
Serena está la esfera cristalina,
Y hacia el rojo Occidente el sol declina
En una hermosa tarde del Octubre.
Filis, la pastorcilla soñadora,
Bella como la luz de la alborada,
Abandonando ahora
Su tranquila morada,
Va de las ninfas á la sacra gruta;
Y en vez de flores, por presente lleva
Un canastillo de olorosa fruta.
Con que á vencer la resistencia prueba
Que hacen á sus amores
Las Ninfas que en el suelo
Á Cupidos traviesos y menores
Dan vida y ser contra el amor del Cielo.
No bien el antro con su planta huella,
Donde reinan las sombras y el reposo,
Con terror religioso
Se estremece la tímida doncella.
Su presente coloca
De las silvestres Ninfas en el era.
Y altas razones de prudencia rara,
Que pone el Numen en su fresca boca,
Con esmerada concisión declara:
"Ninfas, no os ofendáis de mi desvío;
No déis vuestro favor á los zagales
Que cautivar pretenden mi albedrío.
Son como los rosales,
Que lucen mucho en la estación florida
Y dan amarga fruta desabrida.
De su orgullosa mocedad el brío
Apetece y no ama;
Y con enojo en sus palabras leo
Que poética llama
Ni ennoblece ni ilustra su deseo;
Y que el conato que imprimió natura
En todo ser viviente,
No se acrisola allí ni se depura
Del Cielo con la luz resplandeciente.
Ya sé que los Cupidos,
Vuestros hijos queridos,
Dan á la tierra su vil tud creadora;
Mas el amor, que en el Empíreo mora.
Esa misma virtud en ellos vierte,
Y difunde do quier su vida arcana,
Vencedora del mal y de la muerte.
Pues bien; la que se afana
Los misterios ocultos y supremos
Por saber de este Amor, ¿lograrlo puede
Con un zagal sencillo y sin doctrina?
Las que tesoro tal gozar queremos,
¿No es mejor que busquemos
Al varón sabio á quien el Dios concede
El vivo lampo de su luz divina?
Por esto, Ninfas, á mi Irenio adoro:
Como en arca sagrada,
Guarda dentro del alma inmaculada
Del Amor el tesoro;
Y arde su llama bajo el limpio hielo
Con que el tenaz trabajo de la mente
Corona ya su frente,
Como corona el cano Mongibelo.
Así Irenio recobra por la ciencia
Lo que roba del tiempo la inclemencia.
¡Cuánto zagal con incansable mano
Toca el rabel en vano
Por carecer de gracia y maestría;
Mientras que Irenio, con su blando tino
Y su plectro divino,
Produce encantadora melodía,
Y hace sentir al alma lo que quiere,
No bien la cuerda hiere!
Si el zagal inexperto
Persigue al perdigón en la carrera,
Ó le pierde ó le coge medio muerto;
Mas la diestra certera
Pone Irenio prudente
En el oculto nido,
Do el pájaro reposa con descuido,
Y su pluma naciente
Sin destrozar, sus alas no fatiga,
Y le aprisiona al fin para su amiga.
Ni resplandece menos el ingenio
Del doctísimo Irenio
En componer cantares
Y en referir historias singulares.
Cuando me alcanza de la rama verde
La tierna nuez, la alloza delicada,
Elige lo mejor, sin tronchar nada.
Cuando algún corderillo se me pierde,
El le busca y á casa me le lleva;
Y de continuo me regala y prueba
Su cariño sincero,
Ó haciendo con esmero
De los huesos de guinda
Ya un barquichuelo, ya una cesta linda.
Ó enseñando á sacar á mi jilguero
El alpiste menudo
De entre mis labios con su pico agudo.
Tan sólo me perturba y me desvela
Que Irenio á veces con el alma vuela
Por donde de su amor terreno dudo.
Pero si Irenio de verdad me amara,
Mayor triunfo sería
El lograr la victoria,
No de pastoras de agraciada cara,
Sino de la poesía,
De la ciencia, del arte y de la gloria."
Irenio á Filis, escondido, oía;
Y apareciendo y dándole un abrazo,
Dijo con modestísima dulzura:
"Este amoroso lazo,
Que labra mi ventura,
En vano, Filis, explicar pretendes
Con tus alambicadas discreciones.
¡Ay, candorosa Filis! ¿No comprendes
Que, á pesar del saber que en mi supones,
Amor no te infundiera
Tu rabadán si muy anciano fuera?
Cuando mi amor al del zagal prefieres
Por viejo no, por rabadán me quieres."
Madrid, 1876.
ACABÓSE DE IMPRIMIR ESTE LIBRO EN LA IMPRENTA ALEMANA EN MADRID Á XXXIDÍAS
DE AGOSTO DE MCMVI AÑOS