Aguas Fuertes by Armando Palacio Valdés - HTML preview

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EL PASEO DE RECOLETOS

Voy a denunciarme ante el severo tribunal de la sociedad fashionablede Madrid, y entregarme con las manos atadas a su justa reprobación.

«Egregias damas: señores sietemesinos: Tengo la vergüenza de confesar austedes que la mayor parte de los domingos y fiestas de guardar me pasola tarde dando vueltas en el paseo de Recoletos lo mismo que un mancebode la Dalia azul. Y no subo hasta el Retiro, a admirar respetuosamentevuestros chaquettes y vuestros perros ratoneros, porque deje de poseercarruaje; pues si bien es mucha verdad que no lo poseo (¡misericordia!)no es menos exacto que tengo unas piernas que no me las merezco, lascuales han hecho con fortuna más de una vez la competencia al tranvía, yde ello puedo presentar testigos. Me quedo, por tanto, en Recoletos sinmotivo alguno que pueda justificarme, por pura perversidad, lo cualrevela mi depravada índole. Vuestra conciencia distinguida se alarmaríaaún más si supieseis… ¡pero no me atrevo a decirlo!… ¡que me gustanmucho las cursis! ¡Perdón, señores, perdón! Ahora que he confesado miindignidad descargando el alma del peso que la abrumaba, aguardoresignado vuestro fallo. Condenadme, si queréis, a perpetuos pantalonesanchos. Los llevaré como marca indeleble de mi deshonra, los pasearéhasta la muerte como la librea del presidario… pero los pasearé losdomingos por Recoletos».

El paseo de Recoletos no es bello ni grande; los árboles que loguarnecen dejan mucho que desear en cuanto a corpulencia y follaje; laacera que lo atraviesa a lo largo cansa y lastima los pies. Pero tienela ventaja de estar dentro de la población. Parece hecho para la gentede negocios que dispone de poco tiempo para pasear. Los días de trabajono suele haber mucha concurrencia: en cambio los domingos no hay quiencamine libremente por allí, lo cual declara bien paladinamente lacondición social de sus habituales concurrentes. Es el paseo de laburguesía, y esto basta para que se haya captado la antipatía de lasociedad distinguida y ociosa.

Mas en el sexo femenino que allí acude los días de fiesta suelen verserostros muy lindos, dicho sea con perdón de aquella sociedad. Las damasque cruzan arrellanadas en su landau hacia el Retiro, podrán volverdesdeñosamente la cabeza y no verlos; los jóvenes, que apetecen lagloria inmarcesible de vivir y morir perteneciendo al Veloz, pasaránvelozmente con la cabeza erguida, el sombrero ladeado y el bastón aguisa de lanza, dando miradas amorosas a todos los carruajes y ansiandodescubrir su cabeza venerable ante alguna duquesa ajamonada, sin fijarla atención en ellos; pero no es menos cierto que allí están para honray gloria de Dios y regocijo de los villanos y pecheros que en taleslugares paseamos.

La palabra cursi, que la magnanimidad nunca bastante loada de losseñores de la calle de Valverde ha introducido en nuestro diccionario,se emplea como proyectil mortífero contra aquellos rostros celestiales.Todo sietemesino bien criado tiene en su carcaj una buena cantidad detales flechas para arrojar a la primer belleza anónima que se presenteen su camino. Si habéis gozado la honra de acompañar alguna vez en susexpediciones gloriosas por la carrera de San Jerónimo a uno de estosjóvenes y habéis incurrido en la flaqueza de alabar la hermosura dealguna niña modesta, de seguro le habréis visto fruncir el nobleentrecejo, alargar el labio inferior en testimonio de desdén y dejarcaer estas o semejantes palabras:

—¡Pero, hombre, que siempre te has de fijar en estas cursilillas demedia tostada!

Efectivamente, tengo esa desgracia. Lo mismo me pasa con las flores: larosa y el clavel, las más cursilonas de la jardinería, son las que másme gustan. Pero no soy el único. Antes que yo el doctor Fausto fuedecidido partidario de las cursis y por ellas vendió su alma al diablo.Los abonados al paraíso del Teatro Real saben muy bien que cuandoGayarre en el primer acto brama con voz atiplada la giovinezza, escon el objeto exclusivo de ir a decir ternezas a Margarita en eltercero. ¿Y quién era Margarita? Una muchacha que hilaba, barría, lavabala ropa de sus hermanos y paseaba los domingos por Recoletos. Pues esoes precisamente lo que le seduce a Gayarre, y bien se le conoce cuandose queda tan abrazadito con ella al tiempo de caer el telón y sueltaaquellas feroces carcajadas el artista mallorquín señor Uetam.

En general, bien se puede decir que Goethe no ha amado ni pintado másque cursis. Margarita, Federica Brion, Carlota, Lilí, Olimpia, eranmujeres muy bonitas, pero absolutamente incapaces de molestar con sucharla desde las plateas del teatro Real a los abonados de las butacas,los cuales, si no oyen la ópera en paz, en cambio tienen el honor de sermolestados por alguna dama ilustre, descendiente de los guerreros de lareconquista.

Tengo la seguridad, pues, de que Goethe se hubiera paseado los domingospor Recoletos. Esto le habría enajenado las simpatías de los salones (sies que los salones pueden tener simpatías) y le colocaría en el conceptode los nobles sietemesinos (si es que los sietemesinos pueden tenerconcepto) muy por bajo del señor Grilo. Yo creo que ha hecho muy bien envivir en la corte de Weimar donde tales flaquezas se perdonabanfácilmente.

Y para terminar con el paseo de Recoletos. Ahora en la estaciónprimaveral queda cubierto por una bóveda de follaje que le prestafrescura y belleza. Cualquier ciudadano pacífico, incluso los poetaslíricos, puede pasar un rato agradable viendo desfilar una muchedumbrede Margaritas rubias y morenas con las cuales se pudieran empezarnovelas tan amenas, si no tan famosas, como la de Fausto. Además, en elcentro del paseo hay un estanquillo.