Zadig by 1694-1778 Voltaire - HTML preview

PLEASE NOTE: This is an HTML preview only and some elements such as links or page numbers may be incorrect.
Download the book in PDF, ePub, Kindle for a complete version.

La hoguera.

Embelesado Setoc hizo de sti esclavo su mas íntimo amigo, y no podiavivir sin él, como habia sucedido al rey de Babilonia: fué la fortunade Zadig que Setoc no era casado. Descubrió este en su amo excelenteíndole, mucha rectitud y una sana razon, y sentia ver que adorase elexército celestial, quiero decir el sol, la luna y las estrellas, comoera costumbre antigua en la Arabia; y le hablaba á veces de esteculto, aunque con mucha reserva. Un dia por fin le dixo que eran unoscuerpos como los demas, y no mas acreedores á su veneracion que unárbol ó un peñasco. Sí tal, replicó Setoc, que son seres eternos quenos hacen mil bienes, animan la naturaleza, arreglan las estaciones;aparte de que distan tanto de nosotros que no es posible ménos dereverenciarlos. Mas provecho sacais, respondió Zadig, de las ondas delmar Roxo, que conduce vuestros géneros á la India: ¿y por qué no ha deser tan antiguo como las estrellas? Si adorais lo que dista de vos,tambien habeis de adorar la tierra de los Gangaridas, que está al cabodel mundo. No, decia Setoc; mas el brillo de las estrellas es tanto,que es menester adorarlas. Aquella noche encendió Zadig muchas hachasen la tienda donde cenaba con Setoc; y luego que se presentó su amo,se hincó de rodillas ante los cirios que ardian, diciéndoles: Eternasy brillantes lumbreras, sedme propicias. Pronunciadas estas palabras,se sentó á la mesa sin mirar á Setoc. ¿Qué haceis? le dixo esteadmirado. Lo que vos, respondió Zadig; adoro esas luces, y no hagocaso de su amo y mio. Setoc entendió lo profundo del apólogo, albergóen su alma la sabiduria de su esclavo, dexó de tributar homenage á lascriaturas, y adoró el Ser eterno que las ha formado.

Reynaba entónces en la Arabia un horroroso estilo, cuyo orígen veniade la Escitia, y establecido luego en las Indias á influxo de losbracmanes, amenazaba todo el Oriente. Quando moria un casado, y queriaser santa su cara esposa, se quemaba públicamente sobre el cadáver desu marido, en una solemne fiesta, que llamaban la hoguera de laviudez; y la tribu mas estimada era aquella en que mas mugeres sequemaban.

Murió un árabe de la tribu de Setoc, y la viuda, por nombreAlmona, persona muy devota, anunció el dia y la hora que se habia dotirar al fuego, al son da atambores y trompetas. Representó Zadig áSetoc quan opuesto era tan horrible estilo al bien del humano linage;que cada dia dexaban quemar á viudas mozas que podian dar hijos alestado, ó criar á lo ménos los que tenian; y convino Setoc en que erapreciso hacer quanto para abolir tan inhumano estilo fuese posible.Pero añadió luego: Mas de mil años ha que estan las mugeres enposesion de quemarse vivas. ¿Quién se ha de atrever á mudar una lejconsagrada pur el tiempo? ¿ni qué cosa hay mas respetable que un abusoantiguo? Mas antigua es todavía la razon, replicó Zadig; hablad voscon los caudillos de las tribus, miéntras yo voy á verme con la viudamoza.

Presentóse á ella; y despues de hacerse buen lugar encareciendo suhermosura, y de haberle dicho quan lastimosa cosa era que tantasperfecciones fuesen pasto de las llamas, tambien exâltó su constanciay su esfuerzo. ¿Tanto queríais á vuestro marido? le dixo. ¿Quererle?no por cierto, respondió la dama árabe: si era un zafio, un zeloso,hombre inaguantable; pero tongo hecho propósito firme de tirarme á suhoguera. Sin duda, dixo Zadig, que debe ser un gusto exquisito esto dequemarse viva. Ha, la naturaleza se estremece, dixo la dama, pero notiene remedio. Soy devota, y perderia la reputacion que por tal hegrangeado, y todos se reirian de mí si no me quemara. Habiéndola hechoconfesar Zadig que se quemaba por el que dirán y por mera vanidad,conversó largo rato con ella, de modo que le inspiró algun apego á lavida, y cierta buena voluntad á quien con ella razonaba, ¿Quéhiciérais, le dixo en fin, si no estuviérais poseida de la vanidad dequemaros? Ha, dixo la dama, creo que os brindaria con mi mano. LlenoZadig de la idea de Astarte, no respondió á esta declaracion, pero fuéal punto á ver á los caudillos de las tribus, y les contó lo sucedido,aconsejándoles que promulgaran una ley por la qual no seria permitidoá ninguna viuda quemarse ántes de haber hablado á solas con un mancebopor espacio de una hora entera; y desde entónces ninguna dama se quemóen toda Arabia, debiéndose así á Zadig la obligacion de ver abolido ensolo ua dia estilo tan cruel, que reynaba tantos siglos habia: pordonde merece ser nombrado el bienhechor de la Arabia.

CAPITULO XII.

La cena.

No pudiendo Setoc apartarse de este hombre en quien residia lasabiduría, le llevó consigoá la gran feria de Basora, donde sejuntaban los principales traficantes del globo habitable. Zadig sealegró mucho viendo en un mismo sitio juntos tantos hombres de tanvarios paises, y le pareció que era el universo una vasta familia quese hallaba reunida en Basora. Comió el segundo dia á la misma mesa conun Egipcio, un Indio gangarida, un morador del Catay, un Griego, unCelta, y otra muchedumbre de extrangeros, que en sus viages freqüentesal seno Arábigo habian aprendido el suficiente árabe para darse áentender. El Egipcío no cabia en sí de enojo. ¡Qué abominable pais esBasora! mil onzas de oro no me han querido dar sobre la alhaja maspreciosa del mundo. ¿Cómo así? dixo Setoc; ¿sobre qué alhaja? Sobre elcuerpo de mi tia, respondió el Egipcio, la mas honrada muger deEgipto, que siempre me acompañaba, y se ha muerto en el camino; hehecho de ella una de las mas hermosas mómias que pueden verse, y en mitierra encontraria todo quanto dinero pidiese sobre esta prenda. Buenacosa es que no me quieran dar siquiera mil onzas de oro, empeñando unefecto de tanto precio. Lleno de furor todavía iba á comerse lapechuga de un excelente pollo guisado, quando cogiéndole el Indio dela mano, le dixo en tono compungido: Ha ¿qué vais á hacer? A comer deese pollo, le respondió el hombre de la mómia. No hagáis tal, replicóel Gangarida, que pudiera ser que hubiese pasado el alma de la difuntaal cuerpo de este pollo, y no os habeis de aventurar á comeros ávuestra tia. Guisar los pollos es un agravio manifiesto contra lanaturaleza. ¿Qué nos traeis aquí con vuestra naturaleza, y vuestrospollos? repuso el iracundo Egipcio: nosotros adoramos un buey, ycomemos vaca. ¡Un buey adorais! ¿es posible? dixo el hombre delGanges. ¿Y cómo si es posible? continuó el otro: ciento treinta ycinco mil años ha que así lo hacemos, y nadie entre nosotros lo llevaá mal. Ha, en eso de ciento treinta y cinco mil, dixo el Indio, hay supoco de ponderacion, porque no ha mas de ochenta mil que está pobladala India, y nosotros somos los mas antiguos; y Brama nos habiaprohibido que nos comiéramos á los bueyes, ántes que vosotros lospusiérais en los altares y en las parrillas. Valiente animal esvuestro Brama comparado con Apis, dixo el Egipcio; ¿qué cosas tanportentosas ha hecho ese Brama? El bracman le replicó: ha enseñado álos hombres á leer y escribir, y la tierra le debe el juego deaxedrez. Estais equivocado, dixo un Caldeo que á su lado estaba; elpez Oanes es el autor de tan señalados beneficios, y á él solo se ledebe de justicia tributar homenage. Todo el mundo sabe que era un serdivino, que tenia la cola de oro, y una cabeza humana muy hermosa, ysalia del mar para predicar en la tierra tres horas al dia.

Tuvomuchos hijos, que todos fuéron reyes, como es notorio. En mi casatengo su imágen, y la adoro como es debido. Lícito es comer vaca hastano querer mas, pero es accion impía sobre manera guisar pescado.Dexando esto aparte, ámbos sois de orígen muy bastarda y reciente, yno podeis disputar conmigo.

La nacion egipcia no pasa de cientotreinta y cinco mil años, y los Indios no se dan arriba de ochentamil, miéntras que conservamos nosotros calendarios de quatro milsiglos. Creedme, y dexaos de desatinos, y os daré á cada uno unaefigia muy hermosa de Oanes. Tomando entónces la palabra el hombre deCambalu, dixo: Mucho respeto á los Egipcios, á los Caldeos, á losGriegos, á los Celtas, á Brama, al buey Apis, y al hermoso pez Oanes;pero el Li ó el Tien, como le quieran llamar [P. D.: Voces chinas,que quieren decir Li, la luz natural, la razon; y Tien, el cielo; ytambien significan á Dios.], no valen ménos acaso que los bueyes y lospeces. No mentaré mi pais, que es tamaño como el Egipto, la Caldea ylas Indias juntas, ni disputare acerca de su antigüedad, porque lo queimporta es ser feliz, y sirve de poco ser antiguo; pero si se trata dealmanaques, diré que en toda el Asia corren los nuestros, y que losposeíamos aventajados, ántes que supieran los Caldeos la arismética.

Todos sois unos ignorantes, todos sin excepcion, exclamó el Griego.¿Pues qué, no sabeis que el padre de todo es el caos, y que el estadoen que vemos el mundo es obra de la forma y la materia? Habló el talGriego largo rato, hasta que le interrumpió el Celta, el qual habiabebido miéntras que altercaban los demas, y que creyéndose entóncesmas instruido que todos, dixo echando por vidas, que solo Teutates ylas agallas de roble merecian mentarse; que él llevaba siempre agallasen el bolsillo; que sus ascendientes los Escitas eran los únicossugetos honrados que habia habido en el universo, puesto que de verdadcomian á veces carne humana, pero que eso no quitaba que fuesen unanacion muy respetable; por fin, que si alguien decia mal de Teutates,él le enseñaria á no ser mal hablado. Encendióse entónces lacontienda, y vió Setoc la hora en que se iba á ensangrentar la mesa.Zadig, que no habia desplegado los labios durante la altercacion, selevantó, y dirigiéndose primero al Celta, que era el mas furioso, ledixo que tenia mucha razon, y le pidió agallas; alabó luego laeloqüencia del Griego, y calmó todos los ánimos irritados. Poco dixoal del Catay, que habia hablado con mas juicio que los demas; y alcabo se explicó así: Amigos mios, íbais á enojaros sin motivo, porquetodos sois del mismo dictámen. Todos se alborotáron al oir tal. ¿No esverdad, dixo al Celta, que no adoráis esta agalla, mas sí al que crióel roble y las agallas? Así es la verdad, respondió el Celta. Y

vos,Señor Egipcio, de presumir es que en un buey tributais homenage al queos ha dado los bueyes. Eso es, dixo el Egipcio. El pez Oanes,continuó, le debe ceder á aquel que formó la mar y los peces.

Estamosconformes, dixo el Caldeo. El Indio y el Catayés reconocen igualmenteque vosotros, añadió, un principio primitivo. No he entendido muy bienlas maravillosas lindezas que ha dicho el Griego, pero estoy cierto deque tambien admite un ser superior del qual depende la forma y lamateria. El Griego, que se vía celebrado, dixo que Zadig habiacomprendido perfectamente su idea. Con que todos estais conformes,repuso Zadig, y no hay motivo de contienda. Abrazóle todo el mundo; ySetoc, despues de haber vendido muy caros sus géneros, se volvió consu amigo Zadig á su tribu. Así que llegó, supo Zadig que se le habiaformado causa en su ausencia, y que le iban á quemar vivo.

CAPITULO XIII.

Las citas.

Miéntras este viage á Basora, concertáron los sacerdotes de lasestrellas el castigo de Zadig. Pertenecíanles por derecho divino laspiedras preciosas y demas joyas de las viudas mozas que morian en lahoguera; y lo ménos que podian hacer con Zadig era quemarle por elflaco servicio que les habia hecho. Acusáronle por tanto de quellevaba opiniones erróneas acerca del exército celestial, y declarároncon juramento solemne que le habian oido decir que las estrellas no seponian en la mar. Estremeciéronse los jueces de tan horrendablasfemia; poco faltó para que rasgaran sus vestiduras al oir palabrastan impías, y las hubieran rasgado sin duda, si hubiera tenido Zadigcon que pagarlas; mas se moderáron en la violencia de su dolor, y seciñéron á condenar al reo á ser quemado vivo. Desesperado Setoc usótodo su crédito para librar á su amigo, pero en breve le impusiéronsilencio. Almona, la viuda moza que habia cobrado mucha aficion á lavida, y se la debia á Zadig, se resolvió á sacarle de la hoguera, quecomo tan abusiva se la habia él presentado; y formando su plan en sucabeza, no dió parte de él á nadie. Al otro dia iba á ser ajusticiadoZadig: solamente aquella noche le quedaba para libertarle, y laaprovechó como muger caritativa y discreta.

Sahumóse, atildóse, aumentó el lucimiento de su hermosura con el masbizarro y pomposo trage, y pidió audiencia secreta al sumo sacerdotede las estrellas. Así que se halló en presencia de este venerableanciano, le habló de esta manera: Hijo primogénito de la Osa mayor,hermano del toro, primo del can celeste (que tales eran los dictadosde este pontífice), os vengo á fiar mis escrúpulos. Mucho temo habercometido un gravísimo pecado no quemándome en la hoguera de mi amadomarido. Y en efecto, ¿qué es lo que he conservado? una carneperecedera, y ya marchita. Al decir esto, sacó de unos luengos mitonesde seda unos brazos de maravillosa forma, y de la blancura del maspuro alabastro. Ya veis, dixo, quan poco vale todo esto. Al pontíficese le figuró que esto valia mucho: aseguráronlo sus ojos, y loconfirmó su lengua, haciendo mil juramentos de que no habia en toda suvida visto tan hermosos brazos. ¡Ay! dixo la viuda, acaso los brazosno son tan malos; pero confesad que el pecho no merece ser mirado.Diciendo esto, desabrochó el mas lindo seno que pudo formarnaturaleza; un capullo de rosa sobre una bola de marfil parecia juntoá él un poco de rubia que colora un palo de box, y la lana de losalbos corderos que salen de la alberca era amarilla á su lado. Estepecho, dos ojos negros rasgados que suaves y muelles de amoroso fuegobrillaban, las mexillas animadas en púrpura con la mas cándida lechemezclada, una nariz que no se semejaba á la torre del monte Libano,sus labios que así se parecian como dos hilos de coral que las masbellas perlas de la mar de Arabia ensartaban; todo este conjunto enfin persuadió al viejo á que se habia vuelto á sus veinte años.Tartamudo declaró su amor; y viéndole Almona inflamado, le pidió elperdon de Zadig. ¡Ay!

respondió él, hermosa dama, con toda mi ánima sele concediera, mas para nada valdria mi indulgencia, porque esmenester que firmen otros tres de mis colegas. Firmad vos una por una,dixo Almona, Con mucho gusto, respondió el sacerdote, con la condicionde que sean vuestros favores premio de mi condescendencia.

Mucho mehonrais, replicó Almona; pero tomaos el trabajo de venir á mi quartodespues de puesto el sol, quando raye sobre el horizonte la lucienteestrella de Scheat; en un sofá color de rosa me hallaréis, y haréiscon vuestra sierva lo que fuere de vuestro agrado. Salió sin tardanzacon la firma, dexando al viejo no ménos que enamorado desronfiándosede sus fuerzas; el qual lo restante del dia lo gastó en bañarse, ybebió un licor compuesto con canela de Ceylan y con preciosas especiasde Tidor y Tornate, aguardando con ansia que saliese la estrella deScheat.

En tanto la hermosa Almona fué á ver al segundo pontífice, que le dixoque comparados con sos ojos eran fuegos fatuos el sol, la luna, ytodos los astros del firmamento. Solicitó ella la misma gracia, y élle propuso el mismo premio. Dexóse vencer Almona, y citó al segundopontífice para quando nace la estrella Algenib.

Fué de allí á casa deltercero y quarto sacerdote, llevándose de cada uno su firma, ycitándolos de estrella á estrella. Avisó entónces á los jueces quevinieran á su casa para un asunto de la mayor gravedad. Fuéron enefecto, y ella les enseñó las quatro firmas, y les dió parte delprecio á que habian vendido los sacerdotes el perdon de Zadig. Llegócada uno á la hora señalada, y quedó pasmado de encontrarse con suscolegas, y todavía mas con los jueces que fuéron testigos de suignominia. Fué puesto en libertad Zadig, y Setoc tan prendado de lamaña de Almona, que la tomó por su muger propia.

CAPITULO XIV.

El bayle.

Tenia que ir Setoc para negocios de su tráfico á la isla de Serendib;pero el primer mes de casados, que, como ya llevamos dicho, es la lunade miel, no le dexó ni separarse de su muger, ni aun presumir quepodria separarse un dia de ella. Rogó por tanto á su amigo Zadig quehiciera por el este viage. ¡Ay! decia Zadig:

¿con que aun he de ponermas tierra entre la hermosa Astarte y yo? Pero es fuerza que sirva ámis bienhechores. Así dixo, lloró, y se partió.

A poco tiempo de haber aportado á la isla de Serendib, era tenido porhombre muy superior. Escogiéronle los negociantes por su árbitro, lossabios por su amigo, y el corto número de aquellos que piden consejopor su consejero. Quiso el rey verle y oirle, y conoció en brevequanto valia Zadig; se fió de su discrecion, y le hizo amigo suyo.Temblaba Zadig de la llaneza y la estimacion con que le trataba elrey, pensando de noche y de dia en las desventuras que le habiaacarreado la amistad de Moabdar. El rey me quiere, decia; ¿seré unhombre perdido? Con todo no se podia zafar de los halagos de sumagestad, porque debemos confesar que era uno de los mas cumplidospríncipes del Asia Nabuzan, rey de Serendib, hijo de Nuzanah, hijo deNabuzan, hijo de Sambusna; y era difícil que á quien le trataba, decerca no le prendase.

Sin cesar elogiaban, engañaban y robaban á este buen príncipe; y cadaqual metia la mano como á porfía en el erario. El principal ministrode hacienda de la isla de Serendib daba este precioso exemplo, y todoslos subalternos le imitaban con fervor. El rey, que lo sabia, habiamudado varias veces de ministro, pero nunca habia podido mudar elestilo admitido de dividir las rentas reales en dos partes desiguales;la mas pequeña para su magestad, y la mayor para sus administradores.

Fió el buen rey Nabuzan su cuita del sabio Zadig. Vos que tantas cosassabeis, le dixo, ¿no sabríais modo para que tope yo con un tesoreroque no me robe? Sí por cierto, respondió Zadig; un modo infalible séde buscaros uno que tenga las manos limpias. Contentísimo el rey lepreguntó, dándole un abrazo, como haria.

No hay mas, replicó Zadig,que hacer baylar á quantos pretenden la dignidad de tesorero; y el quecon mas ligereza baylare, será infaliblemente el mas hombre de bien.Os estais burlando, dixo el rey: ¡donoso modo por cierto de elegir unministro de hacienda! ¿Con que el que mas listo fuere para darcabriolas en el ayre ha de ser el mas integro y mas hábiladministrador? No digo yo que haya de ser el mas hábil, replicó Zadig,pero lo que sí aseguro es que indubitablemente ha de ser el mashonrado. Tanta era la confianza con que lo decia Zadig, que sepersuadió el rey á que poseía algun secreto sobrenatural para conocerá los administradores. Yo no gusto de cosas sobrenaturales, dixoZadig, ni he podido nunca llevar en paciencia ni los hombres que hacenmilagros, ni los libros que los mentan: y si quiere vuestra magestadpermitir que haga la prueba, quedará convencido de que mi secreto estan fácil como sencillo. Mas se pasmó Nabuzan, rey de Serendib, al oirque era sencillo el secreto, que si le hubiera dicho que eramilagroso. Está bien, le dixo, haced lo que os parezca. Dexadlo estar,que ganaréis con esta prueba mas de lo que pensais. Aquel mismo diamandó pregonar en nombre del rey, que todos quantos aspiraban alempleo de principal ministro de las rentas de su sacra magestadNabuzan, hijo de Nuzanab, viniesen con vestidos ligeros de seda á laantecámara del rey, el primer dia de la luna del crocodílo. Acudiéronen número de sesenta y quatro. Estaban los músicos en una salainmediata, y dispuesto todo para un bayle; pero estaba cerrada lapuerta de la sala, y para entrar en ella habia que atravesar unagalería bastante obscura. Vino un uxier á conducir uno tras de otro ácada candidato por este pasadizo, donde le dexaba solo algunosminutos. El rey que estaba avisado, habia hecho poner todos sustesoros en la galería. Quando llegáron los pretendientes á la sala,mandó su magestad que baylaran, y nunca se habian visto baylarines mastopos ni con ménos desenvoltura; todos andaban la cabeza baxa, lasespaldas corvas, y las manos pegadas al cuerpo. ¡Qué bribones! deciaen voz baxa Zadig. Uno solo hacia con agilidad las mudanzas, levantadala cabeza, sereno el mirar, derecho el cuerpo, y firmes las rodillas.¡Qué hombre tan de bien, qué honrado sugeto! dixo Zadig. Dió el rey unabrazo á este buen baylarin, y le nombró su tesorero: todos los demasfuéron justamente castigados y multados, porque miéntras que habianestado en la galería, habia llenado cada uno sus bolsillos, y apénaspodia dar paso. Compadecióse el rey de la humana naturaleza,contemplando que de sesenta y quatro baylarines los sesenta y treseran ladrones rateros, y se dió á la galería obscura el título decorredor de la tentacion. En Persia hubieran empalado á los sesenta ytres magnates; en otros paises, hubieran nombrado un juzgado, quehubiera consumido en costas el triplo del dinero robado, y no hubierapuesto un maravedí en las arcas reales; en otros, se hubieranjustificado plenamente, y hubiera caido de la gracia el ágil baylirin:en Serendib fuéron condenados á aumentar el fisco, porque era Nabuzanmuy elemente.

No era ménos agradecido, y dió á Zadig una suma mas quantiosa quenunra habia robado tesorero ninguno al rey su amo. Valióse de estedinero Zadig para enviar á Babilonia expresos que le informaran de lasuerte de Astarte. Al dar esta órden le tembló la voz, se le agolpó lasangre hácia el corazon, se cubriéron de un tenebroso velo sus ojos, yse paró á punto de muerte. Partióse el correo, vióle embarcar Zadig, yse volvió á palacio, donde sin ver á nadie, y creyendo que estaba ensu aposento, pronunció el nombre de amor. Si, el amor, dixo el rey; deeso justamente se trata, y habeis adivinado la causa de mi pena. ¡Quégrande hombre sois! Espero que me enseñeis á conocer una muger firme,como me habeis hecho hallar un tesorero desinteresado. Volviendo en síZadig le prometió servirle en su amor como habia hecho en realhacienda, aunque parecia la empresa mas ardua todavía.

CAPITULO XV.

Los ojos azules.

Mi cuerpo y mi corazon, dixo el rey á Zadig… Oyendo estas palabrasno pudo ménos el Babilonio de interrumpir á su magestad, y de decirle:¡Ouanto celebro que no hayáis dicho mi alma y mi corazon, porque nooimos mas voces que estas en las conversaciones de Babilonia, nileemos libros que no traten del corazon y el alma, escritos porautores que ni uno ni otra tienen; pero perdonadme, Señor, yproseguid. Nabuzan continuó: Mi cuerpo y mi corazon son propensos alamor; á la primera de estas dos potencias le sobran satisfacciones,que tengo cien mugeres á mi disposicion, hermosas todas,complacientes, obsequiosas, y voluptuosas, ó fingiendo que lo sonconmigo. No es empero mi corazon tan afortunado, porque tengo sobradaexperiencia de que el halagado es el rey de Serendib, y que hacenpoquisimo aprecio de Nabuzan.

No por eso digo que sean infieles mismugeres, puesto que quisiera encontrar una que me quisiera por mípropio, y diera por ella las cien beldades que poseo. Decidme si enmis cien sultanas hay una que de veras me quiera.

Respondióle Zadig lo mismo que acerca del ministro de hacienda. Señor,dexadlo á mi cargo; pero permitidme primero que disponga de todas lasriquezas que se expusiéron en la galería de la tentacion, y no dudeisde que os daré buena cuenta de ellas, y no perderéis un ardite. Dióleel rey amplías facultades, y escogió Zadig treinta y tres jorobados delos mas feos de Serendib, treinta y tres pages de los mas lindos, ytreinta y tres de los mas eloqüentes y forzudos bonzos. Dexóles átodos facultad de introducirse en los retretes de las sultanas; dió ácada jorobado quatro mil monedas de oro que regalar, y el primer diafuéron todos felices. Los pages que no tenian otra dádiva que hacerque la de su persona, tardáron dos ó tres dias en conseguir lo quesolicitaban; y tuviéron mas dificultad en salir non la suya losbonzos; pero al cabo se les rindiéron treinta y tres devotas.Presenció el rey todas estas pruebas por unas celosías que daban enlos aposentos de las sultanas, y se quedó atónito, que de sus cienmugeres las noventa y nueve se rindiéron á su presencia. Quedaba unamuy jóven y muy novicia, á la qual nunca habia tocado su magestad:arrimáronse á ella uno, dos y tres jorobados, ofrecréndole hastaveinte mil monedas; pero se mantuvo incorruptible, riéndose de la ideade los jorobados que creían que su dinero los hacia mas bonitos.Presentáronse los dos mas lindos pages, y les dixo que le parecia elrey mas lindo. Acometióla luego el bonzo mas eloqüente, y despues elmas intrépido: al primero le trató de parlanchin, y no pudo entenderqual fuese el mérito del segundo. Todo se cifra en el corazon, dixo:yo no he de ceder ni al oro de un jorobado, ni á la hermosura de unpage, ni á las artes de un bonzo; ni he de querer á nadie mas que áNabuzan; hijo de Nuzanab, esperando á que él me corresponda. Quedó elrey embargado en júbilo, cariño y admiracion. Volvió á tomar todo eldinero con que habian comprado los jorobados su buena ventura, y se leregaló á la hermosa Falida, que así se llamaba esta beldad. Dióle conél su corazon, que merecia de sobra, porque nunca se vió juventud masbrillante y mas florida que la suya, nunca hermosura que mas digna deprendar fuese. Verdad es que no calla la historia que hacia mal unacortesía; pero confiesa que baylaba como las hadas, cantaba como lassirenas, y hablaba como las Gracias, y estaba colmada de habilidades yvirtud.

Adorábala el amado Nabuzan; pero tenia Falida ojos azules, lo qualcausó las mas funestas desgracias.

Estaba prohibido por una antigualey de Serendib, que se enamoraran de una de las mugeres que llamáronluego los Griegos BOOPES; y hacia mas de cinco mil años que habiapromulgado esta ley el sumo bonzo, por apropiarse para sí la dama delprimer rey de la isla de Serendib; de suerte que el anatema de losojos azules se habia hecho ley fundamental del estado. Todas lasclases del estado hiciéron enérgicas representaciones á Nabuzan; ypúblicamente se decia que era llegada la fatal catástrofe del reyno,que estaba colmada la medida de la abominacion, que un siniestrosuceso amenazaba la naturaleza; en una palabra, que Nabuzan, hijo deNuzanab, estaba enamorado de dos ojos azules rasgados. Los jorobados,los bonzos, los asentistas, y las ojinegras inficionáron de mal-contentos el reyno entero.

El descontento universal animó á los pueblos salvages que viven alnorte de Serendib á invadir los estados del buen Nabuzan. Pidiósubsidios á sus vasallos, y los bonzos que eran dueños de la mìtad delas rentas del estado, se contentáron con levantar las manos al cielo,y se negáron á llevar su dinero al erario para sacar de ahogo al rey.Cantáron lindas oraciones en música, y dexáron que los bárbarosasolaran el estado.

Querido Zadig, ¿me sacarás de este horrible apuro? le dixo enlastimoso tono Nabuzan. Con mucho gusto, respondió Zadig; los bonzosos darán quanto dinero querais. Abandonad las tierras donde tienenlevantados sus palacios, y no defendais mas que las vuestras. Hízoloasí Nabuzan; y quando viniéron los bonzos á echarse á sus plantas,implorando su asistencia, les respondió el rey con una soberbia músicacuya letra eran oraciones al cielo, rogando por la conservacion de sustierras. Entónces los bonzos diéron dinero, y se concluyó confelicidad la guerra. De esta suerte por sus prudentes y dichososconsejos, y por los mas señalados servicios, se habia acarreado Zadigla irreconciliable enemiga de los mas poderosos del estado: juráron supérdida los bonzos y las oji-negras, desacreditáronle jorobados yasentistas, y le hiciéron sospechoso al buen Nabuzan. Los serviciosque el hombre hace se quedan en la antesala, y las sospechas penetranal gabinete, segun dice Zoroastro. Todos los dias eran acusacionesnuevas; la primera se repele, la segunda hace mella, la tercera hiere,y la quarta mata.

Asustado Zadig, que habia puesto en auge los asuntos de su amigo, yenviádole su dinero, no pensó mas que en partirse de la isla, y en irá saber en persona noticias de Astarte; porque si permanezco enSerendib, decia, me harán empalar los bonzos. ¿Pero adonde iré? enEgipto seré esclavo, en Arabia segun las apariencias quemado, yahorcado en Babilonia. Con todo menester es saber qué ha sido deAstarte: partámonos, y apuremos lo que me destina mi suerte fatal.

CAPITULO XVI.

El bandolero.

Al llegar á las fronteras que separan la Arabia petrea de la Syria, yal pasar por junto á un fuerte castillo, saliéron de él unos Arabesarmados. Vióse rodeado de hombres que le gritaban: Ríndete; todoquanto traes es nuestro, y tu persona pertenece á nuestro amo. Enrespuesta sacó Zadig la espada; lo mismo hizo su criado que eravaliente, y dexáron sin vida á los primeros Arabes que los habianembestido: dobló el número de enemigos, mas ellos no se desalentáron,y se resolviéron á morir en la pelea. Víanse dos hombres que sedefendian contra una muchedumbre; tan desigual contienda poco podiadurar. Viendo desde una ventana el dueño del castillo, que se llamabaArbogad, los portentos de valor que hacia Zadig, le cobró estimacion.Baxó por tanto, y vino en persona á contener á los sujos, y librar álos dos caminantes. Quanto por mis tierras pasa es mio, dixo, no ménosque lo que en tierras agenas encuentro; pero me pareceis tan valeroso,que os exîmo de la comun ley. Hízole entrar en el castillo, mandando ásu tropa que le tratase bien; y aquella noche quiso cenar con Zadig.

Era el amo de este castillo uno de aquellos Arabes que llamanladrones, el qual entre mil atrocidades solia hacer alguna accionbuena; robaba con una furiosa rapacidad, y daba con prodigalidad:intrépido en una accion, de buen genio en el trato de la vida, bebedoren la mesa, de buen humor quando habia bebido, y sobretodo sin solapaninguna. Gustóle mucho Zadig, y con la conversacion que se animó durómucho el banquete. Díxole en fin Arbogad: Aconsejoos que tomeispartido conmigo, no podeis hacer cosa mejor; no es tan malo el oficio,y un dia podeis llegar á ser lo que yo soy. ¿Se puede saber, respondióZádig, desde quando exercitais tan hidalga profesion? Desde niño,replicó el señor. Era criado de un Arabe muy hábil, y no podiaacostumbrarme á mi estado, desesperado de ver que perteneciendoigualmente la tierra á todos, no me hubiera cabido á mí la porcioncorrespondiente. Fiéle mi pena á un Arabe viejo, el qual me dixo: Hijomio, no te desesperes; sábete que en tiempos antiguos habia un granode arena que se dolia de ser un átomo desconocido en un desierto;andando años, se convirtió en diamante, y es hoy el mas precioso joyelde la corona del rey de las Indias. Dióme tanto golpe esta respuesta,que siendo grano de arena me determiné á volverme diamante. Robéprimero dos caballos, me junté con otros compañeros, púseme en breveen estado de robar caravanas poco crecidas; y así fué disminuyéndosela desproporcion que de mi á los demás habia.

Participé de los bienesde este mundo, v me resarcí con usura: tuviéronme en mucho, llegué áser señor bandolero, y gané este castillo tomándole por fuerza. Quisoquitármele el sátrapa de Syria, pero era ya tan rico que nada teniaque temer: dí dinero al sátrapa, y conservé así el castillo, y agrandémis tierras, añadiendo á ellas el cargo que m

You may also like...