Vida y Obras de Don Diego Velázquez by Jacinto Octavio Picón - HTML preview

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Lefort y Justi niegan que la gentil figura colocada a la parte de laderecha, entre el caballo de Espinola y el marco, sea retrato deVelázquez: Cruzada Villamil y Beruete, con mejor acuerdo, creen que sí.Para persuadirse de ello, basta comparar aquella imagen con las demásauténticas que se conocen, teniendo en cuenta, por supuesto, laalteración de rasgos que el tiempo imprime a la fisonomía.

Como muestra de la incuria de nuestros abuelos y de lo incompletas queson las noticias referentes a Velázquez reunidas por Palomino, bastadecir que éste cita Las Lanzas con sólo estas palabras: «En estetiempo pintó también un cuadro grande historiado de la toma de una plazapor el señor don Ambrosio Espinola, para el salón de las comedias en elBuen Retiro, con singular eminencia.»

Obras relativamente de menor importancia producidas en este mismotiempo, son la Montería de jabalíes en el Hoyo, y la Cacería delTabladillo.

La primera, que se deterioró mucho en el incendio del Alcázar, fueregalada por Fernando VII a Lord Cowley que en 1846 se la vendió en2.200 libras a la Galería Nacional de Londres. Representa una tela, oespacio de campo cerrado con fuertes vallas de lona, donde se introducenpiezas mayores para que las acosen y maten los cazadores.

Figuran entreéstos Felipe IV, Olivares, Juan Mateos, ballestero mayor del Rey, y elInfante Cardenal don Fernando, cuya presencia sirve para demostrar queel cuadro esta pintado antes de 1633, año en que este personaje marchó aFlandes de donde no volvió. En primer término de la composición haycarrozas paradas, desde las cuales la reina doña Isabel y sus damaspresencian la diversión: no lejos de ellas se ven grupos de hombres, unperro herido y un arriero con su jumento.

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MUSEO DE SAN PETERSBURGO

INOCENCIO X

Fotog. Clement y Cª

La Cacería del Tabladillo, así llamado porque la mayor parte de lasfiguras están colocadas sobre un pequeño cadalso compuesto de tablones,fue vendido por José Bonaparte y hoy lo posee en Londres misterBaring[52].

Y ahora, antes de dar cuenta del segando viaje de Velázquez a Italia,conviene

hacer

mención

rápidamente

de

algunos

acontecimientosrelacionados con su vida.

En 1634 casó a su hija Francisca, única que le quedaba de las dos quetuvo, con su discípulo Juan Bautista del Mazo, quien según parece, nuncamás volvió a apartarse de él, siendo tan diestro en copiarle, que muchoslienzos suyos están todavía en museos y galerías atribuidos al maestro.Desempeñaba éste a la sazón el oficio de ugier de cámara y el Rey leautorizó para que se lo traspasase a su yerno, sin duda, como regalo deboda.

En 1642 agravada la insurrección de Cataluña y cediendo Felipe IV a lasinstancias de su esposa doña Isabel, ordena jornada al Principadorebelde; saliendo de aquella inacción sólo interrumpida para cazar en elPardo o ver comedias en el Retiro. Pero el deseo de la Reina no secumple sino a medias porque el Conde-Duque que, contra lo que ellaquería, le acompaña, logra que el viaje se haga con lentitud. Van aAranjuez por Alcalá, detiénense para fiestas en Cuenca, cazan en Molinay llegan por fin a Zaragoza. Allí, aunque el ejército español era de45.000 hombres y los franceses andaban cerca de Monzón, él privadoconvence al Rey de que no debe salir a campaña y mientras le dejaentretenerse en ver jugar desde una ventana a la pelota, él se pasea porla ciudad dos veces al día con séquito de doce coches y cuatrocientossoldados. Así se prolonga la estancia de la Corte en Zaragoza yVelázquez que, antes como criado que como artista, ha ido sirviendo a S.M., traba conocimiento con el pintor Jusepe Martínez.

Debieron de hacerse amigos verdaderos, pues a petición de Velázqueznombró el Rey pintor de cámara al aragonés y éste al escribir su libro Discursos practicables del nobilísimo Arte de la Pintura aprovechócuantas ocasiones pudo para colmar de elogios al sevillano.

Poca importancia tiene el episodio, mas como en Velázquez todo esinteresante, he aquí lo que cuenta Martínez de un caso que allí lesucedió: «Estando Diego Velázquez en esta ciudad de Zaragoza, asistiendoa S. M., de gloriosa memoria, le pidió un caballero que le hiciera unretrato de una hija suya muy querida: hízolo con tanto gusto que lesalió con grande excelencia; al fin como de su mano: hecha que fue lacabeza, para lo restante del cuerpo, por no cansar a la dama, lo trajo ami casa para acabarlo, que era de medio cuerpo: llevolo después deacabado a casa del caballero; viéndolo la dama le dijo que por ningúncaso había de recibir el retrato: y preguntándole su padre en qué sefundaba, respondió; que en todo, no le agradaba, pero en particular quela valona que ella llevaba, cuando la retrató era de puntas de Flandesmuy finas».—Razón tenía Jusepe Martínez para decir que haciendoretratos «se sujeta un hombre a oír muchas simplicidades e ignorancias.»

Por este tiempo la Reina, siempre opuesta a las malas artes con quegobernaba el privado, arreció en su empeño de derribarle procurando queFelipe IV sacudiera la vergonzosa tutela en que vivía. Como faltasedinero para la guerra entregó la mayor parte de sus alhajas al joyeroCortizos y envió a su esposo ochocientos mil escudos: fueron necesariosmás, y por el Conde de Castrillo mandó a Zaragoza las joyas que lequedaban; con lo cual viéndose el Conde-Duque amenazado por la impresiónque tan noble conducta causase en el animo de Felipe IV, y deseandocontrarrestarla de cerca, se determinó a volver a Madrid en Diciembre:pero su caída era ya inevitable. Isabel de Borbón consiguió que suesposo oyese en conferencias privadas a su nodriza doña Ana de Guevara,a quien siempre mostró apreciar, al Conde de Castrillo y sobre todo a laduquesa de Mántua que, recién llegada de Portugal, le diría las causasverdaderas de la pérdida de aquel reino, dando estas entrevistas porresultado que al mes de Enero siguiente cuando se trató de escoger enPalacio servidumbre y cuarto para el Príncipe Baltasar Carlos, que yaera mozo, el Rey impuso enérgicamente su voluntad al privado: primeronombrando los criados que quiso, y en lo tocante al aposento diciendo:«¿Y por qué Conde no estará mejor en aquél que habitáis ahora vos, quees propio del primogénito del Rey y en el que estuvo mi padre y estuveyo cuando éramos príncipes? Desocupadlo inmediatamente, y tomad casafuera de Palacio». Triunfó la Reina, entregó Olivares la llave secretaque tenía de la cámara real y partió de Madrid, en apariencia conpermiso para retirarse a su villa de Loeches, en realidad amenazado, sino se marchaba pronto, de que hiciera con él Felipe IV lo que su padrehabía hecho con Don Rodrigo Calderón. Como todo el que ha estado enposición de hacer favores, dejaría Olivares ingratos en la corte, mas nofue de ellos Velázquez, pues casi todos sus biógrafos afirman quepermaneció fiel al caído y alguno expresa claramente que le visitó en sudestierro.

Los empleos que desempeñaba en Palacio le obligaron a viajar también en1644 acompañando al Rey.

Sitiada Lérida por los franceses, Felipe IV salió a campaña con asombrode sus contemporáneos que, elogiándole mucho, lo dejan consignado enmultitud de escritos, refiriendo detalles hasta de las galas que seponía, contando que fue vestido a lo soldado, de amarillo y rojo, quetomó parte en la batalla dada para levantar el cerco de Lérida y queentró en ella triunfante con traje «de ante, bordado de plata y oro,banda roja bordada de oro y sombrero blanco de nácar». Antes de lavictoria el séquito real permaneció algunas semanas en Fraga: allí sehabilitó un estudio en un local tan malo, que hubo que apuntalarlo;echaronse en el suelo cargas de espadaña, y en tres días hizo Velázquezun retrato a S. M. para enviarlo a Madrid con aquel mismo vistoso trajecon que entró en la ciudad rendida. Allí retrató también al enanollamado el Primo, que iba en la comitiva, y de quien, con otros de suralea, se hablara más adelante.

Muerta aquel mismo año de 1644 Isabel de Borbón, cuya inteligencia ynobles propósitos acaso hubieran logrado sobreponerse a la cachazuda eindolente condición de su marido, hizo este nuevo viaje acompañado delPríncipe Don Baltasar Carlos para que como a heredero del trono lejurasen las Cortes de Aragón y Valencia, y con ellos marchó Velázquez,sin que de esta expedición quede en libros y papeles noticia interesantea nuestro propósito: mas que como pintor, iría como sirviente; lo cualprueba una de dos cosas: que era tan poco dueño de sí, que no podíaesquivar aquellas ocupaciones indignas de su genio, o que el Rey leestimaba tanto que no daba paso sin él.

En 1646 resuelve Felipe IV nuevo viaje a tierras de Aragón haciendo lajornada por Navarra y llevando también al Príncipe. Velázquez va conellos, esta vez acompañado de Mazo, que a petición de Don BaltasarCarlos pinta la Vista de Pamplona, cuadro que se conserva, y la de Zaragoza, que esta en el Museo del Prado, en la cual son de mano de susuegro, aunque lo nieguen críticos extranjeros tan ilustres comoArmstrong y Justi, las elegantísimas figuras del primer término, hechascon singular soltura y gracia, tratadas de modo que, a pesar de susdimensiones, tienen el aspecto y carácter del natural[53].

Acabó desdichadamente este viaje, pues el Príncipe murió en Zaragoza a 9de Octubre, faltándole sólo unos días para cumplir diecisiete años. Comodetalle curioso relacionado con el conocimiento de la época merecesaberse que el caballero holandés Aarsens de Somerdyck, que vino pocotiempo después a España, cuenta la causa de la enfermedad diciendo quedon Pedro de Aragón, gentil hombre de la cámara de S. A., le dejó pasaruna noche con una ramera, de lo cual se le originó gran debilidad yfiebre: los médicos, ignorantes del origen de la dolencia, le sangraron,acelerando la muerte; y don Pedro, por consentir el exceso o norevelarlo oportunamente, cayó en desgracia, aunque era cuñado delprivado, castigándosele con no volver a la corte y obligándosele a viviren un extremo de la ciudad sin que se le permitiera hacer ni recibirvisitas con ostentación[54]. Como los naturales de otras naciones quevienen a viajar por la nuestra para escribir luego sus impresiones yaventuras no suelen distinguirse por prudentes y veraces, sino pecar pordescuidados y embusteros, pudiera ser que el Príncipe no muriese de loque el holandés refiere. Fray Juan Martínez, que era confesor del Rey yse hallaba en Zaragoza cuando el triste suceso, escribió largamente aldoctor Andrés diciéndole que la enfermedad fue de viruelas[55]. Encambio Matías de Novoa, en su Historia de Felipe IV, narra la muertecon extremada concisión. La carta que por aquellos días escribió el Reya Sor María de Agreda prueba que en su alma dolorida por tan grandesgracia, la resignación cristiana se impuso y prevaleció sobre eldolor de padre. Dos años después, excluyendo otros enlaces con AnaMaría de Borbón, Duquesa de Montpensier, con la Princesa Leonor deMántua y con una archiduquesa de Inspruck, aceptó para esposa a susobrina doña Mariana de Austria, cuya boda estuvo antes concertada conel pobre Príncipe muerto en Zaragoza.

VIII

VELÁZQUEZ, CRIADO DEL REY.—SEGUNDO VIAJE A ITALIA.—

RETRATOS DE JUAN DEPAREJA Y DE INOCENCIO X.—OBRAS

DE ARTE QUE COMPRA PARA FELIPE IV.—ESNOMBRADO

APOSENTADOR DE PALACIO.—MEMORIA Y DUDAS QUE

OFRECE SUAUTENTICIDAD.

TODOSlos autores que han escrito la historia de las bellas artes enEspaña cuentan que, habiéndose intentado cobrar tributo de alcabala alos pintores, éstos, representados por Ángelo Nardi y Vicente Carducho,litigaron en demanda de que la pintura fuese exenta y considerada comoarte liberal. Las declaraciones hechas en aquella ocasión por varoneseminentes son curiosísimas. El doctor Juan Rodríguez de León atestiguó,con la Sagrada Escritura, que la pintura vino del cielo, como revelada,pues Dios mandó a Ezequiel que pintase la ciudad de Dios en un ladrillo;sacó a relucir que, Cosme de Médicis, fue a Espoleto para enterrar afray Filipo Lippi y habló de la estimación dispensada por Carlos I aTiciano, y por Felipe II a Sofonisba Cremonense. Lope de Vega dijo:«Fuera agravio que se hace a nuestra nación, que de las demás seríatenida por bárbara, no estimando por arte el que lo es con tantaveneración de toda Europa.» Don Juan de Jauregui opinó que «el valersede las manos es accidente que no ofende el ingenio e ingenuidad sumadesta ciencia, sino que habiendo de lograr sus efectos a ojos de todosse sirve de los colores y manos como el orador y filósofo de la tinta ypluma». El maestro Joseph de Valdivieso habló de lo que honraron a JuanBellino la señoría de Venecia, a Durero el Emperador Maximiliano, aAndrea Mantegna el Marqués de Mántua, y a Rafael el Papa León X; y DonAntonio de León, relator del Supremo Consejo de Indias, después deconsiderar la cuestión como letrado, escribió en el estilo propio de laépoca que «cuando la industria humana, haciendo vislumbres de divina, ycon un hechizo de los ojos, en fantásticas formas, satisfaciendo al másnoble de los sentidos, hurta los pinceles a la naturaleza, y haceparecer con alma lo que aún no tiene cuerpo, ¿qué ley, qué razón lepuede negar el más singular privilegio o la menos comedida exención? Atanta eminencia cede la mecánica imposición de la alcabala».

Cuando Velázquez vivía ya en Madrid se imprimió un curioso libro[56]donde todo esto consta, y en 1633 el Consejo de Hacienda falló el pleitoconforme al deseo de los pintores. No hace falta más para comprenderque los hombres ilustrados de aquel tiempo, aunque lo expresasen con tanretorcidas frases, sabían y proclamaban los respetos que merece el arte.A pesar de lo cual Diego Velázquez seguía siendo, más que pintor, criadodel Rey; mejor dicho, era un criado que pintaba. Y

no vale alegar endisculpa de Felipe IV que, no honrándole de otro modo, participó de unerror común a sus contemporáneos. Lo que no deja de tener gracia es quecasi todos los personajes que contribuyeron a la citada informaciónpensaron lisonjear al Rey consignando que S. M. también pintaba.

Ello fue que pasaron los años, nadie pretendió cobrar alcabala a lospintores, y Velázquez, aun después de dignificado su arte con laexención famosa, continuó figurando en las nóminas de los servidores delAlcázar. Pruebas de que no se le distinguía ni mimaba eran los sitiosque le estaban destinados en las fiestas de toros, a las cuales teníanderecho de asistir muchos dependientes de Palacio. En las corridas de1640 le fue designado asiento en el cuarto suelo de la Casa Panadería,figurando en la misma lista que el caballerizo del Conde-Duque, losbarberos de Cámara, los mercaderes del Rey y las criadas de losMarqueses del Carpio. En las de 1648 su nombre aparece mejor acompañado:esta en el cuarto suelo, en la parte de la Puerta de Guadalajara, cercadel grefier del Tuson. Cuando el Rey no asistía se trocaba el orden, yentonces podía sentarse en el piso tercero de las casas que arriman ala Panadería, cerca de los caballerizos de S. M., de algunos oficialesmayores de Estado, los médicos de Cámara y el teniente de acemileromayor[57].

Al parecer no tiene importancia en el estudio de su vida de artista laíndole de los cargos que desempeñó; mas si se atiende a que malgastaríaen servir el tiempo que pudiera aprovechar pintando, se verá lo que laposteridad ha perdido en ello.

Fue ugier desde 1627 hasta 1634; ayuda de guardaropa hasta 1643, sinejercicio, y con él hasta 1645; ayuda de cámara sin ejercicio desde 1643hasta 1646. Al volver a Madrid, después de la última jornada deZaragoza, tornaría a los enojosos quehaceres propios de tales canongías;mas por muy imbuido que estuviese de las preocupaciones de la época, enque ser criado de Su Majestad parecía tal honra que hasta en lasportadas de sus obras lo consignaban los escritores, natural era quedesease algún descanso y libertad conforme a sus inclinaciones ytemperamento de artista. Tras de haber andado varias veces con elséquito real recorriendo provincias, donde poco sería lo que pudieseaprender, acaso pensara, aunque era ya de cuarenta y nueve años, enviajar según su gusto, para estudio y deleite. La circunstancia dehaberle nombrado veedor de las obras que se hacían en la torre viejadel Alcázar para fabricar la pieza ochavada, de que hablan losdocumentos del archivo real, debió de favorecer su propósito, y tal vezcontribuyese a determinarlo el ocurrírsele al Rey adquirir cuadros paraornato de aquella parte de palacio que se estaba reformando. Ello esque en sus Discursos practicables, hablando de Velázquez, cuentaJusepe Martínez lo siguiente: «Propúsole S. M. que deseaba hacer unagalería adornada de pinturas, y para esto que buscase maestros pintorespara escoger de ellos los mejores», a lo cual respondió:

«VuestraMajestad no ha de tener cuadros que cada hombre los pueda tener.»Replicó Su Majestad: «¿Cómo ha de ser esto?» Y respondió Velázquez: «Yome atrevo, señor, (si V. M. me da licencia), ir a Roma y a Venecia abuscar y feriar los mejores cuadros que se hallen de Ticiano, PabloVeronés, Basan, de Rafael Urbino, del Parmesano y de otros semejantes,que de estas tales pinturas hay muy pocos príncipes que las tengan, y entanta cantidad como V. M. tendrá con la diligencia que yo haré; y másque será necesario adornar las piezas bajas con estatuas antiguas, y lasque no se pudieren haber, se vaciarán y traerán las hembras a España,para vaciarlas después aquí con todo cumplimiento.»

«Diole S. M.licencia—acaba diciendo Martínez—para volver a Italia, con todas lascomodidades necesarias y crédito.»

A juzgar por las muchas y hermosas obras de arte que trajo para el Rey,esta fue la causa de su segundo viaje a Italia: y no como han indicadoalgunos que se decidiese por entonces fundar en Madrid la academiaproyectada en el reinado anterior. Antes de emprender la marcha,procurando reunir recursos, pidió que se le pagasen atrasos que se ledebían de cierta consideración para quien no estaba espléndidamenteremunerado: y porque se vea hasta donde llegaba el desorden en laadministración de la casa real, he aquí la orden dictada por Felipe IVpara que cobrase:

«Diego Velázquez me ha representado, que de las pinturas que ha hechopara mi servicio desde el año 628 hasta el de 640, y de los gajes depintor de los años desde 630 hasta 634 que faltó la consignación, se lerestan debiendo 34.000 reales, porque lo demás se le ha pagado en los500 ducados que le mandé librar en los ordinarios de los de la dispensapor meses, desde 640, suplicándome que sea servido de mandar que estos500 ducados se le cumplan a 700 y se le paguen en la misma consignaciónhasta que le haga merced de acomodarle en cosa equivalente para podersesustentar, con que se dará por satisfecho de esta deuda y de las demáspinturas que ha hecho e hiciere en adelante, y porque he venido enconcederle lo que pide, el Bureo dispondrá que así se ejecute,previniendo lo necesario para ello. Madrid a 18 de Mayo de 1648.(Rúbrica del Rey).»

Hasta pasados cinco meses no hizo caso el Bureo: por fin, en Octubre delmismo año cumplió el decreto.

Hallábase

entonces

preparada

para

salir

de

Madrid

la

numerosísimaembajada que presidida por el Duque de Nájera y escoltada porveinticuatro soldados de la guardia española, había de recoger en Trentoa la Archiduquesa doña Mariana de Austria, futura esposa del Rey. Tantagente iba con el Duque que a más de otros señores principales, llevabaen su compañía tapicero, repostero de camas, boticarios, ugier de vianday oficial de frutería[58].

Sin duda por caminar más cómoda y seguramente, se unió Velázquez a lacomitiva y esto hizo decir al bueno de Palomino que «fue enviado por SuMajestad a Italia con embajada extraordinaria al Pontífice Inocencio X».Lo cierto es que el Rey, por orden de 25 de Noviembre de 1648, mandó quea «Diego Velázquez su Ayuda de Cámara que pasa con este viaje a Italia,a cosas de su Real servicio, se le diese el carruaje que le toca por suoficio, y una acémila más para llevar unas pinturas»: con lo cual,acompañado de su esclavo[59] Juan de Pareja, salió de Madrid a 16

deNoviembre y llegó a Málaga donde la flota se hizo a la vela, jueves 21de Enero de 1649. El viaje no debió de ser enteramente feliz, puesMascareñas refiriéndose a una de las galeras de la flota, dice quepadeció seria tormenta en el golfo de León, siendo preciso arrojar alagua la artillería, y que otra entró en Génova cuando todos la creíanperdida. De Génova pasó Velázquez a Milán y «aunque no se detuvo a verla entrada de la Reina que se prevenía con grande ostentación... no dejóde ver la Cena de Cristo con sus apóstoles, obra de la feliz mano deLeonardo de Vinci»: rasgo muy natural en un artista que habla de estarharto de las ceremonias palatinas de la Corte de los Austrias. Pasórápidamente por Padua y se detuvo en Venecia, dónde gastó doce milescudos en cinco cuadros e intentó en vano que Pedro de Cortona quisieratrasladarse a España al servicio de Felipe IV; consiguiendo, en cambio,que algún tiempo después lo hicieran Colonna y Mitelli. En Bolonia salióa recibirle el Conde de Sena hasta una milla de la ciudad: en Florencia,Módena y Parma se detuvo poco y sin parar mucho en Roma, continuó hastaNápoles, ya porque allí hubiera mayor facilidad para cobrar fondos quede España le mandasen, ya porque tuviese órdenes que recibir del Virrey,Conde de Oñate, a quien Felipe IV

había encargado que cuidara delcumplimiento de cuanto se refería al propósito del viaje. Ni estaobediencia ni el encuentro con Ribera, el Españoleto que allí seguíaviviendo, le entretuvieron gran cosa y regresó a Roma donde había dequedar su gloria consagrada con una de las obras más importantes quesalieron de su mano.

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MUSEO DEL PRADO

FELIPE IV

Fotog. M. Moreno

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Ocupaba el solio pontificio Juan Bautista Panfili, que años atrás estuvoen Madrid de nuncio apostólico y que al ser elegido Papa, tomó el nombrede Inocencio X. No han sido con él benévolos los historiadores: pero,sin hacer gran caso del mordaz abate Gualdi, ni de Don Juan AntonioLlorente, se puede creer que por cruel y codicioso, antes fue digno devituperio que merecedor de alabanza. Acusósele de haber promovido lainsurrección de Nápoles para arrancar esta ciudad al dominio de Españabuscando el aumento del territorio pontificio; y al hablar de él nadiecalla la intimidad que tuyo con su cuñada Olimpia Maldachini, la cualoculta tras un cortinaje, asistía a embajadas y audiencias, y vendíalas dignidades y beneficios eclesiásticos. Tanto se dejó dominar porella, que corrieron en Roma medallas satíricas que tenían por el anversoa Olimpia con la tiara ceñida y en las manos las llaves de San Pedro, ypor el reverso al Papa peinado femenilmente y empuñando una rueca.Inocencio X era muy feo y se cuenta que estaba persuadido de ello, pues,presentándole Olimpia a cierto pariente suyo de mala catadura dijo:«Quitadmelo de delante, y que no vuelva a ponerse en mi presencia,porque es más feo y ordinario que yo.»

Quiso, sin embargo, que le retratara Velázquez y éste por vía de estudiopintó primero una cabeza de su esclavo Juan de Pareja, que era degeneración mestizo y de color extraño: hízola—dice Palomino—

«tansemejante y con tanta viveza que habiéndola enviado con el mismo Parejaa la censura de algunos amigos, se quedaban mirando el retrato pintado yal original con admiración y asombro, sin saber con quien habían dehablar o quien les había de responder. Este retrato—añade—

que era demedio cuerpo del natural, contaba Andrés Esmit pintor flamenco en estacorte, que a la sazón estaba en Roma, que siendo estilo que el día deSan Joseph, se adorne el claustro de la Rotúnda donde esta enterradoRafael de Urbino, con pinturas insignes antiguas y modernas, se pusoeste retrato con tan universal aplauso en dicho sitio, que a voto detodos los pintores de diferentes naciones, todo lo demás parecíapintura, pero este solo verdad: en cuya atención fue recibido Velázquezpor Académico Romano año de 1650».

Esta Pareja en este cuadro pintado de medio cuerpo, algo cuarteada lafigura y mirando de frente: el pelo es mucho, muy negro y crespo; elsemblante, de tono cobrizo, destaca sobre fondo gris verdastro; llevajubón aceitunado, valona blanca festoneada, y la capa, recogida sobre elhombro izquierdo, sujeta por la diestra que hacia la parte baja delpecho se ve dibujada en escorzo. De que sea Juan de Pareja, no cabeduda, porque la fisonomía del mulato es la misma que la de la figuradonde él se retrató en su cuadro la Vocación de San Mateo, que esta enel Museo del Prado[60].

Después retrató al Papa, haciendo de él primero una cabeza pintada enpocas sesiones que hoy se guarda en el Museo de San Petersburgo[61],

yluego el retrato grande de la Galería Doria, considerado desde entoncesen su género como obra, cuyo mérito nadie ha logrado igualar y muchomenos exceder.

Esta Inocencio X sentado en un sillón, en cuyos brazos apoya las manos,teniendo en la derecha un papel con una inscripción que dice: Alla Santta di Nro Sigre

Inocencio Xº

Per

Diego de Silva

Velázquez de la Camera

de S. M. Cattca

y bajo éstas, otras palabras borradas por el tiempo.

Los ojos que miran y parece que ven, la piel grasienta abrillantada,humedecida en exudación adiposa, la frente grande, la nariz gorda ysubida de color, ralos la barbilla y el bigote, encendida la piel,acusando lo recio de la complexión y lo sanguíneo del temperamento,todas las facciones y rasgos de aquel rostro vulgar, huérfano demajestad y de nobleza, están estudiados con tal espíritu de observación,sorprendidos e interpretados con tal dominio de la paleta y una técnicatan asombrosa, que la pintura parece palpitar como si el lienzo fueracarne. El Papa, que por lo visto no pecaba de presuntuoso, quedó muysatisfecho, lo cual mostró regalando a Velázquez una soberbia cadena deoro, de la cual pendía una medalla con su efigie.

Con lo que en alabancia de este retrato se ha escrito, podría llenarseun grueso tomo. Mengs dijo que parecía pintado con la voluntad:Reynolds, que era «lo mejor que había visto en Italia»; Taine, almencionar los cuadros de la Galería Doria, escribió lo siguiente: «Laobra maestra entre todos los retratos es el de Inocencio X, porVelá