Viajes por Filipinas: De Manila á Marianas by Juan Álvarez Guerra - HTML preview

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Yo cuidado

, nos había dicho el

matandá

; así que ya no tuvimosque hacer nada en la seguridad de encontrarlo todo hecho. El guíasabía queríamos ir al volcán; la sola concepción de este deseo y el yo cuidado

, bastan para comprender que lo dispondría todo, yéndonosen tal confianza á acostar, al tiempo que la hermosa y clara luna nosanunciaba que aun cuando tuviéramos que caminar de noche su plateadodisco nos enviaría luz y alegría.

Escaso fué el reposo, pues aún no alumbraba la aurora cuando fuimosdespertados. El despertar para madrugar siempre modifica en el ánimolos proyectos del día anterior. Una noche de insomnio robustece lasideas, las penas ó las alegrías, como por el contrario, las horasen que las sombras baten su beleño sobre nosotros entregándonos alreposo, modifican, alientan, consuelan el espíritu.

El bueno de Oñate, que hay que despertarlo á tiro de fusil, sevolvió del otro lado, pidiendo le dejaran de volcán, de Sungay y deexpediciones; Ordóñez, acostumbrado á desechar la pereza en la rudacampaña del marino, puso los huesos en punta, y yo le grité á Oñate entodos los tonos:—¡Vamos! ¡arriba! la laguna nos espera!—dando porresultado el que el interpelado tras un largo bostezo se incorporaraen la cama.

Listos y provistos de todo, dimos un cariñoso adiós al Padre, ymontados en los ligeros caballos del país, tomamos el camino delvecino Sungay, á la hora en que los primeros ecos de la campana delconvento despertaban al pueblo de Silam, llamando á los indios á laoración de la mañana.

Confiados al guía y al notable instinto de loscaballos, tras algunos dilatados campos de palay

y varios gruposde

calumpang

, desapareció todo camino ante la compacta barrera decogonales que se extendía á nuestra vista. Con harta dificultad y nomenos precauciones por el temor de encontrar algún carabao cimarrón,

caminamos por espacio de una hora valiéndonos de la voz para noperdernos, puesto que nos tapaban completamente los penachos del

cogon

. Tras un trayecto que nos fué sumamente difícil de correr, seaclaró la maleza dejando el habla al ponernos á la vista; pocos pasosmás y los cascos de nuestros pequeños caballos pisarían las faldas del Sungay

, cuyas crestas las envolvía las densas brumas de la mañana.

Dimos unos momentos de descanso á los caballos, arreglando lo mejorposible nuestro equipo, empapado en el agua que nos había regaladoel rocío que la humedad de la noche depositó en las hojas del

cogon

.

Trabajosamente y confiados en un todo al instinto de los caballos,principiamos la ascensión del famoso monte. Las afiladas hojas de lafresa silvestre y las entrelazadas ramas de las guayabas, obligaronmás de una vez á que se hiciera uso de la cuchilla para dejarnos pasoen aquellos estrechos desfiladeros apenas hollados por humana planta.

El Sungay, con sus innumerables precipicios, sus estrechas cortadasrevestidas de musgos y helechos, su vegetación virgen, los panoramasque se admiran desde sus pintorescas mesetas, el rumor de arroyos ycascadas que lo salpican, los indescriptibles y misteriosos ruidosque produce el bosque en la hoja que oscila, el ave que cruza,el agua que gime, la guija que rueda, el insecto que zumba y losmiles de millones de seres que componen el impenetrable mundo de loinfinitamente pequeño, con sus cantos, su lenguaje y su idioma, tanimpenetrable como lo son los profundos misterios de los océanos deluz donde giran las creaciones de lo infinitamente grande, compendianuno de los sitios más bellísimos de la perla del Oriente.

Un amanecer contemplado desde una de las alturas de Sungay esindescriptible. Las tintas que proyecta el sol naciente en las nubesy los cambiantes que se suceden en los horizontes de verdura, poseenuna riqueza de luz y una fuerza de colores tan potente, que á serposible trasladarlas al lienzo se creería el sueño de un artista.

De hondonada en hondonada; y de precipicio en precipicio, dieron lascabalgaduras con nuestros huesos en el término de la ascensión. Nosencontrábamos en la línea que divide las provincias de Cavite yBatangas. La división de estas provincias la deciden la dirección delas corrientes que se deslizan por las pendientes del Sungay.

A la vista teníamos la laguna, viendo elevarse perezosamente delcráter del volcán columnas de espeso y blanco humo.

A la falda del Sungay se extendían diseminadas las casas de Talisay,adonde llegamos á cosa de las diez de la mañana.

Talisay es un pintoresco pueblo de poco vecindario, este essumamente dulce y cariñoso; hay una pequeña iglesia de cogon y unacasa parroquial habitada por un cura indígena. Tan luego supo el curanuestra llegada, nos hizo ir á su casa, en donde nos sirvió un almuerzobastante bueno, dadas las condiciones del pueblo; no tuvimos pan,pero al que lleva algún tiempo en Filipinas esto no es obstáculo,pues cual el hijo del país, sabe sustituirlo con el arroz cocidollamado morisqueta

.

Desde las

conchas

de la casa del Padre se veían perfectamente losmenores detalles de la laguna y del volcán.

El día estaba bastante entoldado, y el calor no mortificaba comode ordinario.

A los postres se nos presentó la

capitana

Ramona, viuda de un

Gobernadorcillo

.

La capitana Ramona es un verdadero

personaje

en la provincia deBatangas, tiene fama de ser sumamente afecta á los españoles y poseetoda la melosidad y cariño de la raza del Oriente. Sabe tocar el arpay canta con voz gangosa y pausada alguna que otra canción de moros ycristianos, de aquellas que la tradición ha venido conservando desdelas gargantas de los que acompañaron á Legaspi.

La capitana Ramona quiere al

castila

como á los misterios y encantosde que están impregnados sus bosques. El cariño al español algunaque otra vez (pues frágiles somos), se ha convertido en pasión másó menos intensa, según cuentan crónicas de pasados tiempos.

Sea de esto lo que quiera, es lo cierto que la capitana ya es viejay vive solo de recuerdos. Muchos conserva gratos, mas uno, según mecontó muy bajito el Padre, viene de cuando en cuando á nublar todo elhermoso panorama de su juventud. Cuéntase, por más que cuento no sea,que años ya muy pasados, un alto funcionario, animado de nuestrosmismos deseos de ver el volcán, llegó al pueblo de Talisay. Por aquelentonces, la hoy vieja Ramona era una hermosa dalaga

, de ojos defuego, lustroso y largo pelo, y dulce y meloso hablar. Joven y hermosa,había amado casi niña, y casi niña fué madre. El visitante, que nopor tener curiosidad dejaba de tener necesidades, sintió la de comerá las pocas horas de llegar á Talisay; le formuló su deseo á la bellacapitana, no dice la crónica si en pocas palabras, aunque sí aseguraque la vergonzosa mirada de ella fué sostenida con larga insistenciay picaresca intención. El personaje pidió se le sirviera chocolatecon leche, y chocolate con leche, en efecto, tomó; pero grande fuésu sorpresa y no menos sus ascos cuando supo que el chocolate habíaparticipado del producto de los pechos de la

dalaga

. La incomodidadque esto originó y el malestar que produjo, diz que ocasionaron el quela dalaga

no volviera á bajar los ojos, ni el caballero á mirar coninsistente significación. Las mujeres son en todas partes lo mismo;un desprecio y una herida en el amor propio, constituyen en el sexofemenil las verdaderas heces del cáliz de la vida.

Hoy que han pasado muchos años, recuerda la vieja con pena aquelincidente de joven, que después de todo, conociendo el carácter indiono tiene nada de extraño.

La raza india, cuanto más pura y más lejos está de las grandescapitales, mira al español con una especie de adoración. Sus palabrasson órdenes que jamás comenta, de aquí el sucedido de dar á un sastreun pantalón de modelo con un remiendo y hacer siete que se le habíanencargado con siete remiendos iguales.

A la

capitana

Ramona se la pidió chocolate con leche y en elfanatismo de la obediencia creyó de muy buena fe que lo más cortoera sustituir los labios del chico por la boca de la chocolatera.

Ejemplos parecidos al de los pantalones y el chocolate se cuentanpor todas las islas. El indio jamás comenta, obedece siempre al piéde la letra las palabras del castila

.

La revelación del Padre me hizo fijar la atención en la capitanay me persuadí de que si había perdido con los años su hermosura,en cambio había acaudalado con la experiencia cierta discrecionalfilosofía que descubría un talento nada común, y una amabilidad ydeseo de servir tan natural como verdadero.

Se nos había olvidado decir que la capitana era rica. Esto aunque nonos lo dijeron, ya lo habíamos nosotros traducido en la pureza de unriquísimo terno de brillantes que la adornaban.

El que no haya estado en Filipinas, quizás creerá exagerado esto delos brillantes en una india habitante poco menos que de la selva;el que haya estado y recuerde las procesiones y catapúsanes

de lospueblos y evoque en su memoria los trajes de las

dalagas

, sabráque no tiene nada de extraño el hallar en

bajais

de caña y cogonriquísimos brillantes y preciadas perlas de Joló

.

La antigua capitana de Talisay no solamente tenía buenas alhajas, sinoque también era dueña de un gran bote que con sus correspondientesremeros puso á nuestra disposición.

Listo el bote y listos nosotros, ayudados de la lona y de los remos,dimos rumbo en demanda del monte de

Taal

, gigantesca y sombría masaque se destaca en medio de las aguas.

Los contornos del monte no presentan ninguna regularidad, revelando susituación, conjunto y configuración, las huellas de un gran cataclismo.

En las primeras capas que lamen las aguas, difícilmente crecen algunosraquíticos arbustos sin verdura, frutos ni flores. Más arriba piedrascalcinadas y residuos volcánicos son los componentes de aquel colosoque revela en la espesa columna de humo que se eleva de su cráterque en sus entrañas de granito duermen los genios de las ruinas y delos estragos.

¡Desgraciados pueblos los de Taal y Talisay si en el libro de laslágrimas está escrita una nueva erupción!

Las aguas de la laguna tienen una inmovilidad tan constante, uncolor plomizo tan pronunciado y una superficie tan siniestra, quesu conjunto parece reflejar la maldición que pesa sobre las dormidasaguas del mar Muerto.

A cosa de las cuatro de la tarde, bajo un cielo cubierto de negruzcosnubarrones y una temperatura sofocante, atracamos el bote á la faldade la montaña. La ascensión es difícil por ser en algunos puntosla pendiente muy pronunciada. El calor nos ahogaba; las materiasvolcánicas rechinaban bajo nuestros piés y experimentábamos losefectos de la fuerte irradiación que lo avanzado de la tarde yla falta de sol operaban en las masas calizas impregnadas de losardientes rayos tropicales. La monotonía del camino, de cuándo encuándo era interrumpida por precipicios, siniestros testigos quevienen á enseñar al viajero antiguos cáuces por los cuales ha corridola lava y el fuego.

De trecho en trecho, el ruido producido por nuestras pisadas nosindicaba pasábamos sobre bóvedas. ¿Qué guardarán estas? ¿Dóndeterminará su fondo? ¡Profundos misterios de la divina cienciaimpenetrables á la humana materia!

Varias veces tuvimos que pararnos á fin de cobrar aliento.

Unas cuantas varas más y estaríamos en la línea del vértice.

Las nubes del poniente confusamente coloreaban el paso del sol; suluminoso disco se aproximaba á su ocaso, cuando un grito se escapóde todos los labios y una fuerte palpitación se experimentó en todoslos pechos.

Estábamos en el vértice. Teníamos la profunda sima del volcán bajonuestros piés. La percepción del panorama es tan instantánea y lagrandiosidad del conjunto tan colosal, que el espíritu se sobrecogeante aquella maravilla, no dando por largo tiempo cabida más que áuna muda al par que profunda admiración.

Las proporciones del cráter son colosales. Lo forma en su conjuntola cavidad que deja el monte, el cual constituye en su configuraciónun cono, cuya base mide de bojeo unas 9 millas.

En el fondo del cráter se ven desigualdades, alternando lasprominencias con lagunas de más ó menos extensión, impregnadas dematerias azufradas según revelan el color de sus aguas.

Por intervalos y con más ó menos intensidad, se elevan columnas dehumo de las distintas prominencias, que vienen á ser cual si el fondoestuviera salpicado de pequeños hornillos.

Aunque con trabajo y peligros puede bajarse al cráter, contándose enTalisay de un viajero, que no solamente descendió, sino que permanecióen el fondo muchas horas.

La mayor ó menor cantidad de humo que espele el volcán, la intensidadde calórico que irradia, la actividad en que mantiene sus hornillos,y las altas temperaturas y emanación de gases que constantemente seobserva en las pequeñas lagunas, son indicios ciertos de que la lavay el fuego germinan en su seno.

Muchos archivos, y no menos crónicas hemos consultado referentes áFilipinas, y tanto en los unos como en las otras, las noticias quehemos hallado respecto al volcán son muy escasas, remontándose lasmás antiguas á últimos del siglo XVII; después, y con referencia álos años 1745 y 1749, se vuelven á encontrar algunos datos, confusosunas veces y exagerados otras, cual lo son la mayor parte de los queguardan las escasas y antiguas historias del Archipiélago.

El cuándo y el cómo se formó el volcán, ni la historia lo dice,ni la tradición lo relata; solo la configuración del monte, larelación que en sí guarda con las vertientes del Sungay y el estudiodel suelo, pueden conducirnos á la hipótesis más ó menos aproximadade suponer haber corrido por lo que hoy es laguna, una cordillera,que comprendería desde las faldas del Sungay, á las riberas de lalaguna de Bay, y quién sabe si llegaría más allá, encadenando susásperas lomas con los picos de la isla del Talin, yendo á perderseentre la fragosidad de Morong y Nueva Ecija.

Suposiciones son estas que no tienen comprobante alguno en narraciónescrita.

La última erupción del volcán acaeció há más de un siglo, pereciendoentre la ceniza y el fuego, entre otros muchos, la mayor partede los habitantes del pueblo de Sala. El fraile que administrabasu parroquia, describe el fenómeno en las siguientes líneas queliteralmente copiamos:

«Por el mes de Diciembre de 1754 reventó el volcán más furiosamenteque nunca, porque el ruido era como de una batalla muy grande,los terremotos espantosísimos y la oscuridad de la atmósfera tal,que puesta la mano delante de los ojos no se veía: la ceniza yarena que arrojaba era tanta, que cubrió todos los tejados y casasde Manila, la que dista unas 20 leguas y aun llegó hasta Bulacan yla Pampanga. Hervía á borbollones el agua de la laguna con los ríosde azufre y betún derretidos que bajaban del volcán, quedando cocidotodo el pescado de ella, el cual fué arrojado después á la playa porla resaca é inficionó el aire. Los truenos subterráneos y atmosféricosse oyeron en todas las provincias circunvecinas. En Manila se comíacon candelas encendidas al medio día. Duró esta calamidad ochodías cabales, quedando enteramente arruinados y aniquilados por laspiedras y lodo del volcán, todos los pueblos que estaban á orillas dela laguna, á saber: Taal, que era entonces la cabecera de provincia,Tanauan, Sala y Lipá, viéndose obligados sus habitantes á buscar otrossitios más distantes del volcán donde establecerse, como de hechose establecieron en los sitios que actualmente ocupan. El pueblo deBauan, aunque al principio había estado también á orillas de la lagunase había trasladado al interior antes de esta catástrofe. Bayalan ylos pueblos de aquel rumbo también padecieron bastante. Hubo muchasmuertes de personas á quienes alcanzaron las piedras del volcán ylos desplomes de los edificios. Perecieron también por la misma causamuchísimos animales y todo el arbolado y siembras de los contornos,pues la abundancia de piedra, ceniza y lodo, que vino del volcán losoterró todo.

El río grande, que comunica la laguna con la ensenada deTaal, quedó cegado casi del todo, y rotos y enterrados los champanesy demás bajeles fondeados en el río y la laguna. El mal olor de todaslas materias extrañas vomitadas por el volcán, duró por espacio de másde seis meses y desarrollóse en su consecuencia una peste cruelísima decalenturas pútridas y malignas que acabó con la mitad de la provincia,pues de 18.000 atributos que tenían antes solo quedaron 9.000.»

Más de un siglo hace que el coloso duerme sobre las inmóviles aguas,envuelto entre el humo y las brumas.

¡Dios haga que sus impenetrablesmisterios no rompan algún día sus grandiosas cárceles de piedra!

CAPÍTULO III.

Punta Matoco.—Calmas.—Isla Verde.—El sudeste.—Marinduque y Mindoro.—Razas salvajes.—Sus costumbres.—Los negritos aetas.—Su manera de ser.—

Inalug y Acubac.

—De puerto Galera á punta

Bunga.—Horizontes de Marinduque.—Isla Banton.—El Padre Pablo.

Á la vista de punta

Matoco

, límite de la provincia de Batangas,navegábamos en la mañana del día quince.

El capitán, la tripulación y el escaso pasaje experimentaba el malestarde la calma y el calor tropical, tanto más sensible, cuanto que nosencontrábamos bajo la influencia de uno de los puntos más angostosdel estrecho.

La maniobra se hacía cada vez más difícil por el poco espacio de quese podía disponer, y sobre todo, por la fuerza de las corrientes queora nos llevaban á las playas de Batangas, ora á las peligrosas costasde Mindoro, entre cuyas dos provincias se destacan los perfiles dela isla verde, atalaya que domina la entrada del estrecho que va ámorir en San Bernardino, peñón que azotan las aguas del Pacífico.

Sin adelantar un

cable

y sin poder ganar una buena y segura

vuelta,cruzando

constantemente vela para evitar las corrientes, estuvimos nosé cuántos días á la vista de la pintoresca isla Verde, retrocediendounas veces y avanzando otras por las bandas, siendo empujados á latranquila ensenada de Batangas ó á las arenas de puerto Galera.

No hay nada en el mundo tan aburrido, como las horas que se sucedenen un barco que se duerme bajo la influencia de las calmas.

Un amanecer y otro vimos al despertar la exuberante vegetación de laisla Verde, y cuando nuestro deseo creía desconocer aquella tierra,venía la voz del capitán con su sempiterno ¡

levanta muras

! y ¡

cambiaen medio

! á recordarnos continuábamos de

vuelta y vuelta

, ó mejordicho, que nos manteníamos

sobre bordos

en demanda del centineladel estrecho.

Cuando no reinaba calma, la ventolina soplaba por la mismaproa. ¡Parecía cual si el islote se resistiera á dejarnos libre aqueldifícil paso en medio del cual se levanta!

A la caída de la tarde del diez y nueve, las densas nubes queperezosamente descansaban sobre los lejanos picachos de Mindorooscilaron en el firmamento, rodando á los pocos momentos compactas porla celeste bóveda, al empuje del tan deseado SE. Nuestro horizontepoco á poco fué cubriéndose de los blancos copos desprendidos de laregión de las puras brumas, destacándose entre aquellos algún siniestronubarrón, arrancado por el viento del seno donde se engendra el rayo.

El

catavientos

y las velas altas dieron señales de haber percibidolas primeras caricias del viento que tanto deseábamos, despertandola

María Rosario

del letargo en que há tiempo estaba sumida.

El viento se

entabló

por completo, reinando con bastante fuerza elmarcado en las monzones

de Julio y Agosto.

Una vez que quedó la isla Verde entre la espumosa estela que dejabaen las aguas una marcha de nueve millas, el estrecho se ensancha yla navegación se hace más franca y menos peligrosa.

Con buen tiempo, SE. fijo, mar limpia de escollos, navegando en largo, demoramos

por la proa la isla de Marinduque, teniendo á la banda deestribor las extensas tierras de Mindoro. Esta isla que tiene más decuatrocientas millas de costa, es casi desconocida, cual sucede en elArchipiélago con otras muchas y dilatadas comarcas. Los habitantes delinterior de la isla de Mindoro, han sido poco estudiados. El viajero,el curioso ó el que por su cargo inspecciona la isla, recorre lascostas, siéndole muchas veces imposible internarse por oponerse lafragosidad del terreno, lo inhospitalario de sus pampas

y bosques,la falta de caminos, la carencia de recursos y el estado de algunastribus que se asemejan á las que habitan las montañas de

Mariveles

y algunas provincias del Norte.

Respecto á estas razas, apenas conocidas, dice una notable publicaciónque vió la luz en Manila, lo que sigue:

«En el terreno que ocupa la provincia de Ilocos Sur, habitan algunasrancherías, cuyo principal número se halla en las altas montañas queestán en la parte Este. Entre ellas se hallan las de los tinguianes,busaos, igorrotes quinanos y negritos, las cuales se extienden por lagran cordillera, compartiendo su posesión con las de los itetapanes,quinanos, mayoyaos, silipanes y otras que se hallan en terrenos deotras provincias del Norte de la Isla de Luzón. Daremos una ligeradescripción de las razas que habitan en parte de la provincia deque nos ocupamos, ó más próximas, que viven en rancherías y quetienen alguna comunicación y comercio con los pueblos civilizadosde ella. Los igorrotes habitan las montañas de la parte más al Sur,confinantes ya con la provincia de la Unión; los que se hallan enlos sitios más apartados de ellas, no tienen comunicación algunacon los indios cristianos, pero los que ocupan los primeros montestienen algún trato con las poblaciones, y aunque su comercio es encortísima escala y muy lento, se ejecuta por lo regular en cambio ótrueque, más bien que con numerario, pues de este solo se sirven parala compra del oro que traen en pequeñas partículas. Los igorrotesinfieles admiten en cambio de sus efectos toda especie de animales,aunque sean inútiles y despreciables, como el perro y el gato.

«No conocen otra ley que la más completa libertad, sin subordinacióná autoridad alguna, y son inclinados á toda clase de vicios. No usanotro vestido que una especie de faja de lienzo ó de corteza de árbol,según pueden, que se llama bajaque, y ellos la denominan baac,

y unamanta por lo regular de las que se fabrican en Ilocos, y se conocen conel nombre de bandalas, ó bien un pedazo de tela cualquiera que colocansobre los hombros plegada ó suelta. Las mujeres usan una especie decamisilla ó chaleco, abierto por delante, que atan con unos cordones,y una manta ceñida á la cintura que las cubre hasta las rodillas. Losprincipales llevan la manta y el baac negro y con bordados; en suslutos usan telas blancas. Los igorrotes son de buena estatura, sucolor es cobrizo amarilloso; los ojos grandes, rasgados y negros,y con el ángulo exterior muy agudo y más alto que el interior. Loscarrillos anchos y juanetudos; el pelo es largo, muy negro, y áspero;el cuerpo robusto y bien formado; suelen pintarse de colores, y enla mano se hacen una figura parecida á un sol. Fabrican sus casasó chozas de caña, cubriéndolas con cogon, formando la figura de untriángulo como una especie de tienda de campaña, y no tienen másluz que la que entra por el pequeño agujero que sirve de puerta;generalmente las tienen muy desaseadas. En el centro de la cordilleratienen casas mayores, de tabla de pino, que labran toscamente con unaespecie de cuchillo de dos cortes que llaman talivong

y

bujías,

el cual les sirve de arma. Usan también como ofensivas la lanza,que arrojan con gran acierto, y las flechas, en cuyo manejo son pocodiestros y no alcanzan en esto á los negritos. Se alimentan con arroz,frutas silvestres, raíces alimenticias, carne de búfalo, puerco yciervo, que cazan y preparan para su conservación: según se dice hayentre ellos algunos que comen la carne humana, son muy asquerososy padecen muchas enfermedades cutáneas. Las mujeres para los partosse van á la orilla de un río donde lavan la criatura así que ve laluz; se baña también la madre, y concluída esta operación, coloca elrecién nacido en una especie de cestillo á la espalda y se vuelve ásu choza. Su idioma es muy distinto del de los pueblos cristianosconfinantes. La observación de las lunas les sirve de calendario,y aun para formar sus pronósticos; los hay llamados bravos y mansos,siendo los primeros los que no quieren comunicación alguna con lospueblos reducidos.

Los tinguianes es otra raza que se extiende por las montañas del Estede Ilocos hasta la provincia de Abra: son mucho más civilizados quelos igorrotes, y casi no merecen la denominación de salvajes. Loshombres usan calzones anchos y una chaqueta ó chupa cerrada pordelante, como la de los chinos: se arrollan una tela ó especie detoalla á la cabeza, cuyas puntas con flecos caen con gracia sobre laespalda. Las mujeres usan el mismo traje que las igorrotas, con laúnica diferencia de ser de color blanco, así como el de los hombres,muy aseado, y bordadas las orillas de colores cuando están de gala;desde la muñeca al codo se atan unos anchos brazaletes de abaloriosde colores, tan apretados, que les suele producir inflamación en elbrazo y la mano. Del mismo adorno usan algunas en los piés y hastaen la cabeza, ciñéndose también un turbante, y otras se ponen unaespecie de banda cuyo traje en conjunto es vistoso y bonito. El cutisde esta raza es blanco, y con corta diferencia como el de los chinos;su vida es frugal y aislada; comercian con los pueblos de cristianos;pagan reconocimiento en frutos ó en dinero; compran tabaco en losestancos de los pueblos reducidos, pero en una cantidad dada,que reparten con equidad entre todos los vecinos de una ranchería,son limpios y observan entre sí cierta etiqueta, viven tranquilos ensus pueblecillos, y su carácter pacífico pero suspicaz, los aproximamucho á los indios civilizados. Hay algunos pueblos de ellos reducidosal cristianismo y cultivan extensos campos de arroz, teniendo piarasde carabaos, caballos y bueyes: se ejercitan en la caza de venadosy son enemigos de los igorrotes. Esta raza por su color, facciones ytraje, se cree sea descendiente de los chinos, que según tradición,se internaron por estos montes desde la provincia de Pangasinancuando el pirata Limahon fué batido y obligado á reembarcarse; perola historia de aquellos tiempos nada dice de que quedasen estosrestos del ejército, antes bien asegura, que todos se embarcaron;pero ello es que esta raza de infieles es distinta enteramente de lasdemás que pueblan los montes del Norte de la isla de Luzón. Hay otraraza llamada de guinanos que habitan la parte interior del país y ála falda Este de la gran cordillera, que separa al Abra de Cagayan;son de carácter feroz, y en los meses de Febrero y Marzo suelen hacersus correrías al Abra con solo el objeto de cortar cabezas, sean decristianos, sean de tinguianes ó igorrotes: para ello se aprovechande algún descuido; en teniendo alguna cabeza humana se retiran á suspueblos con gran algazara, donde celebran una gran fiesta que duramuchos días. Concluída la fiesta, el matón guarda cuidadosamente elcráneo como prueba de su valentía, y es tanto más estimado por suscompoblanos, cuantas más cabezas ó cráneos adornan sus casas; suelentambién estar en continua guerra unos pueblos con otros; siempreacometen á traición, y con grandes alaridos al echarse encima de lavíctima. Aun no ha sido posible hacer que penetrara hasta ellos laluz evangélica.

Aunque bastante apartadas de la provincia de Ilocos por la partedel Este, ocupa también esta cordillera la raza de los busaosque confina con la de los tinguianes; sus tribus son de carácterdulce y hábitos más propensos á la civilización, se pintan el brazoimitando varias flores, llevan grandes anillos en las orejas y otrosse cuelgan en ellas un gran pedazo de madera, lo que les alarga muchola ternilla. El traj