Un Faccioso Más y Algunos Frailes Menos by Benito Pérez Galdós - HTML preview

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laconciencia de un asesino. Por decir algo durante el fastidio de tanpenosa ascensión, Salvador preguntó a su compañera si era de la familiadel Sr. Tablas.

—Es mi padre—replicó la cojuela.

—Pues no lo parece—dijo el caballero—. El Sr. Tablas y la señora Nazariaestán, según parece, en muy buena posición.

El fenómeno no dijo nada, y siguió subiendo. Parecía subir con un solopie. Al llegar arriba detúvose para tomar aliento. Sin duda no respirabamás que con un pulmón.

—¿Se ha cansado usted, caballero?

—No tal... piso tercero. La escalera no es larga, y se subiría bien sino fuese tan oscura.... Tú sí estás cansada. ¿Cuántas veces al díasubes?

El fenómeno se quedó pensando. Por último, dijo:

—Unas sesenta veces.

—Es buena renta, hija. Tres mil escalones diarios.

—Con poco más al cielo.

Romualda no dijo más, y entrando en la casa despertó a Pedro López, quedor mía como un canto. Desde la sala en que esperaba entretenido encontemplar las estampas de santos y toreros que cubrían las paredes, oyóSalvador los gruñidos del atleta al ser arrancado de su dulce sueño porla mano áspera y aceitosa del fenómeno. Oyó después imprecaciones ydesperezos, y luego una ronquísima voz que decía:

—Baja a la tienda y tráeme los cigarros que dejé en el cajón grande delmostrador.

Poco después Tablas y Salvador se saludaban en la sala. Hablaron coninterés un largo rato, y al fin dijo López:

—Vámonos al café, y almorzando hablaremos de eso despacito. Aquí no sepuede hablar de nada. Nazaria es muy re-curiosa, y todo lo quiere saber.

Se fueron. En la escalera hallaron al fenómeno, que después de habersubido para llevar los cigarros al Sr. Tablas, volvía a subir (¡ohCristo de la cruz acuestas!) en busca de la sal para un huevo frito quese estaba comiendo la señora Nazaria.

Se comprenderá por este último y no insignificante detalle que lahermosa carnicera había concluido el despacho de la mañana. Al fin podíagozar algún descanso después de aquella espantosa brega de cortar,pesar, cobrar y devolver, y en el rescoldo de la buñolería le aderezabala de los parches un ligero almuerzo. Detrás del mostrador ponía su mesaNazaria; se lavaba manos y brazos hasta el codo; quitábase aquelhorrible mandil que le sirviera poco antes, y acompañada de algunadiscreta amiga que de la próxima tienda de lienzos venía o de la mujerdel vinatero, restauraban sus fuerzas. Después solía tomar unaalmohadilla con algo de costura, y a cada instante volvía la cabezahacia la otra tienda para decir:—«Rumalda, sube y tráeme el dedal...».Más tarde:—«Rumalda, la seda negra que está en mi costurero...».

En la buñolería, que a eso de las diez apagó sus fuegos, estaba la delos parches al frente de sus menguados despachillos de escarola, perejily lechugas. Romualda se comía un pedazo de pan, engañado con los restosdel almuerzo de Nazaria.

—Rumalda—dijo esta después de medio día—, sube y dile a Petrilla que noponga las perdices.

Y media hora después Romualda subió a preguntar si estaba la comida.Siendo la respuesta negativa, volvió a subir para dar prisa, y cuandoNazaria se remontó despacio a su alojamiento para comer y dormir lasiesta, el fenómeno bajó a buscar las tijeras que se habían quedado enla tienda, y más tarde a decir al cortador que cerrara, y luego fue poraceite a la lonja de la esquina.

La Pimentosa comió abundantemente, como solía hacerlo, y antes de dormirla siesta mandó al fenómeno que bajase para ver si Tablas estaba en lataberna de la calle de las Maldonadas.

Malísimo humor tenía la señorapor aquella tardanza de su hombre, aunque acostumbrada estaba a talesausencias y a otras mayores. Del mal humor pasó a la furia, y después deponer como ropa de pascuas a Petrilla, a la mujer de los parches, alcortador, al lucero del alba, al Preste Juan de las Indias, al reyDavid, miró a Romualda con dictatorial ceño.

—¿Y tú qué haces ahí, holgazana? ¿En dónde está la media?

El fenómeno respondió temblando que la media estaba abajo.... ¿puesdónde había de estar?

—Pues correndito por ella.

Y se echó a dormir. Después de la siesta recibió varias visitas, asaber: el respetable vinatero que venía con importantísimos chismes dela vecindad; la inquilina del segundo, que era prestamista, con másconchas que un galápago y más dinero que la Real Hacienda; una criada dela señora de D. Pedro Rey que vino a traer recados de su ama, (puesNazaria era hija de una antigua sirvienta de los Rey), y el padreCarantoña, de la orden de Predicadores, que algunas veces solía ir a lacasa para llevarse una cestilla repleta de ricos chorizos y butifarras,con otras vituallas de consideración.

—Padre Carantoña—dijo Nazaria al despedir al fraile—. Hágame un favor.Si ve a Rumaldilla en la tienda o jugando en la calle, dígale que suba.

Aquella tarde sintiose la insigne carnicera bastante molestada de ladispepsia que padecía.

Hallábase en disposición de abofetear a todo elgénero humano, porque las malas digestiones exacerbaban su carácteragrio y despótico. Desconfiando de los médicos, sólo se aplicabaremedios que llamaremos populares, recomendados por las comadres de lavecindad, los unos del orden supersticioso, los otros del géneroterapéutico familiar; y como se los administraba todos a la vez o insolidum, sin criterio, sin tino, la buena mujer estaba cada día peor.Por eso aquella tarde, se oyeron muchas veces sus vehementes gritos demando: «—

Rumalda, a la botica.—Rumalda, a casa de la tía Pistacha... quete de aquellos polvos...».

En estos y otros lances, recibió una visita altamente honrosa. La salase llenó de negro, quiero decir que entró en ella el padre Graciánacompañado de otro clérigo, no tan grande como Su Reverencia, perotambién bastante talludo. El padre Gracián era bien recibido en una yotra parte y muy querido del vecindario de Madrid, porque a todas lascasas que se honraban con su presencia, y eran muchas (aunque él nopecaba de pedigüeño ni de entrometido, como algunos individuosmonacales), llevaba siempre una misión desinteresada y evangélica. Elpalacio del rico y el cuarto numerado del pobre abrían con igual amorsus puertas a aquel enemigo del escándalo, a aquel trabajador incansablede la viña del Señor, a aquel guerrero de la moral cristiana, a aquelperseguidor de las malas costumbres. Hacía la propaganda de losmatrimonios leales y bien acordados, de las familias pacíficas; llevabapor todas partes el pabellón de las reconciliaciones y de la paz;perseguía sin tregua las irregularidades, los odios domésticos, losamancebamientos, los desórdenes, y su mayor gloria era encarrilar unmarido extraviado, enderezar una esposa torcida, atraer un hijo pródigo,ablandar a un padre cruel. No abandonaba ni un punto su arriesgadopuesto de combate enfrente de las baterías de Satanás, y exponía sunoble pecho a las burlas, a las injurias, a la mala interpretación, contal de defender el baluarte de Cristo en que asentaba su planta, y nodejarse quitar un palmo de terreno, sino antes bien ganar al pecadopalmos, varas y leguas.

La Pimentosa se turbó al verle entrar. Ella, que no respetaba nada en elmundo, respetaba al clérigo por un sentimiento natural adquirido desdela cuna y, si se quiere, mamado con la leche.

Ofreció una silla al Padrey otra al Hermano que acompañaba al Padre.

—No, no me siento—dijo con áspera voz Gracián, blandiendo su sombrero deteja, como si fuera un montante para cortar cabezas—; nos vamosenseguida. Yo no vengo aquí como el padre Carantoña a tomar chocolate ya recibir morcillas; vengo a arrojar una semilla fructífera en esteerial; vengo a arrojar una palabra en este desierto, con esperanza deque alguna vez sea oída.... Me intereso por vosotros porque soispecadores. El sano no necesita de médico, el leproso sí. Conocí a laseñora Nazaria en casa de D. Pedro Rey, y allí supe su mala vida. Conocía López en casa de D. Felicísimo, y allí supe su extravío. Pues bien,aquí vengo hoy con el mismo fin que me trajo la semana pasada; vengo adeciros: «Casaos, casaos, casaos, que estáis perdiendo vuestras almas ydando mal ejemplo». Soy misionero de Cristo, apóstol de gentiles, y veoque no es preciso ir al Asia ni al África para encontrar salvajes.Aquellos son mejores que vosotros, porque ellos son nacidos ciegos, yvosotros, que nacisteis con vista, cerráis los ojos a la luz.

Vuestraunión ilícita es un pecado mortal para vosotros y un escándalo para losfieles. Casaos, almas de cántaro, y vivid como Dios manda y la sociedaddesea.

En la cara de la Pimentosa parecían fluctuar batallando la cólera y elrespeto, y con turbada lengua se disculpó así:

—Bueno, ya lo sé.... ¡Caramba, qué trompeta de Padre!.. No soy sorda....Yo bien sé que Su Reverencia habla con razón. Pero yo me voy a separarde Tablas, yo reniego de Tablas, que es un holgazán, que me estácomiendo lo que gano y lo que heredé de mi difunto.

—Pues separaos, por la Virgen Santísima—dijo Gracián con más suavesmodos—. Si él es un borracho, un haragán y un libertino, váyaseenhoramala. Ayer lo calentó las orejas en casa del Sr.

Carnicero. Peroél no desea romper esta unión ilícita, sino casarse. Tiene buen fondo.Decidid una cosa u otra; estáis llenos de pecados, vivís como fieras, nocomo cristianos.

—Padre, por amor de Dios—dijo Nazaria aterrada por las palabras delclérigo—. No me caliente la cabeza. Estoy esta tarde que si me acercan ala lumbre, ardo. El mal que padezco....

—Sí, ya sé que padeces un mal insufrible. ¿Pero de qué proviene ese mal?Proviene de tus infames vicios, de la glotonería primero, de la cóleradespués y de otros grandes y deplorables pecados. Luego no quieresatenerte a la medicina ni al dictamen de entendidos físicos, sino que teentregas a la superstición. Has de saber que es ultrajar a Dios y a lossantos creer que con palitroques pasados por los pies de una imagen securan las enfermedades, y que el romero guisado al compás de un credosirve para hacer buen quilo. ¡Error, necedad, irreverencia,sacrilegio!... No veo en esta casa más que escándalo yprofanación—añadió colérico, revolviendo sus ojos y mirando las estampasque llenaban las paredes—. ¿Qué significan estos retratos de torerosconfundidos con los santos más venerables? ¿Qué significan esas muletasy esos estoques, banderillas y puyas, colocadas en pabellón y como almodo de ofrenda al pie de la Santísima Virgen? ¿Y esa cabeza de toro quetiene pendiente de cada cuerno un Niño Jesús de alcorza?... Mujerescandalosa, hasta en los adornos de esta casa se conoce que reinan aquíla profanación, el escándalo y el vicio.

—Así tenía mi marido la casa—dijo Nazaria alzando su nariz provocativa,por donde entró un chorro de aire que sonaba a resoplido de fragua.

—Bueno estaría también tu marido—dijo Gracián, haciendo un mohín deescarnio—. Los sentimientos de la gente de esta casa se revelan hasta enlo más insignificante. Pues si fuera a ocuparme de todo lo que hay aquíde reprensible, ¿qué diría, señora Nazaria, qué diría de la bárbaracrudeza con que es tratada esa pobre niña, o mujer canija, hija delseñor Tablas?... Os tratáis como duques, y ella se confunde con los máslastimosos pordioseros. ¿Qué tal? ¿Es esto cristiano, es esto honrado?Pero donde no hay verdadera familia no puede haber

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sentimientoshumanitarios ni caridad. Casaos, casaos, reconciliaos con Dios y con laIglesia, no me cansará de decirlo. Si así lo hacéis, después todo se oshará fácil. Salvad vuestra alma, y no contaminéis otras almas que aúnestán puras. Curaos de vuestro daño, y así ninguno que esté próximo avosotros se contaminará de él.... Os amonesto por tercera vez, y osamonestaré la cuarta y la quinta, porque yo, que he despreciado tantasveces la muerte, ¿qué caso puedo hacer de vuestra resistencia? Nazaria,vuelve en ti, oye mis consejos. Citando tu corazón de un grito, corre ala iglesia, no te detengas. Me hallarás en mi confesionario. Adiós.

Sin hacer reverencia alguna, impávido, formidable, como el guerrero queha cumplido su deber en lo más recio de un combate, salió seguido delHermano. Cuando bajaba la escalera, Tablas subía.

-XII-

Abrió el gigante la puerta de la sala donde su giganta estaba, y antesde entrar echó en redondo una mirada recelosa, bajando la barba al pechoy escondiendo los ojos bajo las negras cejas. La amenazadora expresiónde su ceño, la prominencia de su frente abultada y aquel mirar hoscodaban a su cabeza semejanza con la espantable testa del toro jarameñocuando aparece en el circo, y reconoce con su mirar de fuego el ansiosopúblico, y parece que él mismo, antes de empezar la lidia, se espanta dela barbarie que se prepara.

La nariz de Nazaria se infló hasta no poder más. En aquellos momentosnecesitaba mucho aire.

Tablas dio algunos pasos hacia ella, y echándoseambas manos a la estrecha cintura, se meneó a un lado y otro como muñecode goma, y escupió estas palabras:

—¡Cristo!... si habré dicho alguna vez que no quiero clerigones encasa.... ¿Por qué los has recibido?

Pimentosa echó mano de un abanico y replicó así:

—Porque me ha dado la real gana.... En paz.

—En guerra.... Si les vuelvo a encontrar... van a la calle por elbalcón... y tú detrás.

—¡Valiente papamoscas! Pero hombre, no mates tanta gente, que se acabael mundo.

—¿Qué buscaban esos pillos?

—El pillo eres tú... salvaje. ¡Tanto rezar rosarios en casa de D.Felicísimo, y llama pillos a los señores sacerdotes!...

—¿A qué venían?

—A lo que nos ha dado la gana.

—Vamos, vamos—dijo Tablas contoneándose otra vez—, que hoy estoy tanbromista, que si me tocan, por cada dedo me sale un tiro.

—Lo que a ti te sale es el aguardiente que has bebido.

—¡Nazaria!...

—Úrgame tanto así, y verás lo que es canela.

—¡Nazaria!...

—¿En dónde has estado hoy? dilo pronto—gritó la Pimentosa hablando aborbotones—.

¿Quién es ese futraque que vino a buscarte?

—A ti no te importa eso.... Toma varas con los sayos negros y déjame amí.

—¡Borracho!

—¡Pues y tú!..—exclamó Tablas, mascando su cólera—. Vamos, no quieroincomodarme....

¿Por qué has recibido a los clérigos?

—Porque es mi santa voluntad. Soy reina de mi casa.

—Reinita nada menos....

Tablas miró a un palo que en el rincón de la sala había, y que sin dudaiba a intervenir como tercer personaje en aquella escena.

—Sí, reina soy y ama de todo—bramó Nazaria pálida y furiosa, extendiendolos brazos—. Mío es el pan que comes, mía la ropa que vistes, mío eltabaco que fumas, y mías las copas, las copas....

No pudo decir más porque la ahogó la tos. Su abultado seno trepidabasaltando, como vejiga de payaso.

—Todo es de la señora, já, já...—dijo grotescamente López queriendotornar en burlas afirmación que tanto le humillaba—. Después hablaremosde eso; pero ahora, dígame la reina por qué estaban aquí otra vez lossacripantes negros.

—Porque yo les llamó ¿estamos?... porque me gusta el sermón y quise darpara las ánimas.

—¡ Anima mea!... Cristo.... Con que hay pedriques en mi casa.... Puesmira yo te voy a dar la Extrema. ¿No te pido el cuerpo hinsopo?...Pues verás.

Volvió a mirar el palo, que ya estaba, como si dijéramos, al paño,esperando el momento de salir al escenario.

—Ladrón, si te mueves, te como...—gritó Nazaria en voz tan imponente,que Tablas, ya en camino de traer al tercer personaje, se detuvo enmedio de la sala—. Ponte en la puerta de la calle ahora mismo, holgazán,gorrón, que el pan que me has comido, mejor habría sido echarlo a losperros.... ¿Pues no te contentas con gastarme mi dinero y arruinarme lacasa, sino que me amenazas?... ¡Por vida del arpa del tío David, yotenía más dinero y más comenencia que cuatro reyes, y tú me hasllenado de trampas! Por ti y tus vicios estoy empeñada en más miles quepesas, trapalón, y cuando toquen a embargar, la viuda de Peribáñez el deCandelario tendrá que ponerse al buñuelo, a la castaña, al aguardiente oal mondongo.... Sacados te vea yo los ojos, hi de mujer mala. Dime,calzonazos, ¿en dónde están mis alhajas qué daban envidia a las de laPilarica en Zaragoza? ¿en dónde están mis cuatro mantones de Manila queparecía que los habían bordado ángeles con manos de rosa?... ¡Ah! ¿dóndeha de estar todo aquel tesoro? En Peñíscola, para que el señor beba,para que el señor monte a caballo y vaya a derribar vacas, para que elmuy mamarracho convide a los gorrones y tenga mozas.... Ea, fueraespantajos. Por aquella puerta se va a la calle....

—¿Sabes lo que te digo?... pues que eres una cotorra charlatana y hayque cortarte el pescuezo.

—¿Sabes lo que te digo? pues que a otros de más hígados que tú los hetendido yo de un soplamocos. Mejor tuvieras vergüenza y fueras personadecente como yo. ¿En dónde pasas las noches?... ¿en qué gastas eldinero?... Y luego viene diciendo el bobo que se trata con esos señoresde política, y que está armando un gatuperio como el de los tiempos enque cayó la Mamancia.... ¿Qué entiendes tú de eso, cafre, si andas endos pies porque al Señor se le olvidó hacerte la cruz en el lomo?...Mira que no se ha acabado la madera de que hicieron las horcas en laplazuela. Allá te quisiera ver colgado como una butifarra para ir atirarte de las piernazas y verte haciendo más visajes que un cómico conhambre. ¡Política el señor Tragacantos! ¿De cuándo acá tenemos esassabidurías? Lo que tú harás será engañar al pobre D. Felicísimo que tedio la primer bazofia que comiste en el mundo, y venderle a los masones,contándoles lo que pasa en su casa. ¡Ah! bribonazo, si creerás embobarmea mí, que conozco tus mañas y sé dónde te aprieta la herradura.

—¡Ah!... ¡re-sangre! si digo que voy a echar al gato esalengüecita...—dijo Tablas abalanzando sus pesadas manos hacia la cara dela Pimentosa.

—Quita allá esas aspas de molino—replicó ella rechazando conextraordinaria energía las manos de su hombre.

—Maldita sea la hora....

Bramando así con insensata ira, Tablas hizo un gesto, o instantáneamenteenganchó en su garra el moño negro de la giganta. La giganta rugió comouna leona, levantose, hubo formidable choque de cuerpos y cruzamientohorrible de brazos tiesos. Se balancearon, se oyó un doble gemido y unestertor siniestro, señal de violentos esfuerzos. Pero la gigantonalogró desasirse, blandió sus fornidos brazos, echó un temporal por sunariz, y rápida como el pensamiento, dio un salto, dos, tres. El pisotemblaba como si pasara un carro. Nazaria llegó a una mesa y cogió unobjeto voluminoso que encima de ella había. ¿Qué era aquello? Era unaurna de madera y cristal, alta de tres cuartas. Dentro de ella había unavirgen de los Dolores, y encima un toro de yeso, dos toreros, un niñoJesús, una enormísima moña. Alzó en sus manos la mujerona todo aquelcatafalco religioso-taurino, y en menos tiempo del que se necesita parapensarlo, cayó todo con estrépito formidable sobre la cabeza de Tablas.La increpación o voz felina que este lanzó al recibir el golpe no espara descrita. Los vidrios rotos sobre su cráneo rasgaron su frente. Sinsentir manar la sangre corrió en busca del palo; pero antes de llegar,ya se le interpuso la Pimentosa con una silla enarbolada en ambas manos.El gigante tomó otra silla. Se detuvieron un momento mirándose cara acara; echándose mutuamente su ardiente resuello y cruzando los rayos desus ojos llenos de ira. De repente la giganta soltó el mueble; habíatenido una idea feliz, salvadora.

Dio un paso atrás, revolvió en sucesto de costura, sacó una navaja enorme, y corriendo en seguimiento delgigante, que retrocedía espantado, exclamó con bramido:

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—Te degüello....

Entraron algunos vecinos, para quienes no era nuevo aquel laberinto,aunque hasta entonces no había ocurrido pendencia tan ruidosa en casa deNazaria; entró también Romualda dando gritos, y todos se dedicaron a lagrande obra de la pacificación. Cada contendiente se vio rodeado de ungrupo y oyó las exhortaciones más razonables. ¡Cosa extraordinaria! Elprimero en quien se notaron síntomas de aplacamiento fue el descalabradoLópez, el ofendido de palabra y de obra.

Gruñendo como un mastínapaleado, dijo que él no quería perderse, que era demasiado hombre debien para perderse, y que no había mujer alguna en el mundo merecedorade que se perdiera por ella un hombre. Nazaria no decía nada, pero conlos resoplidos mostraba el desfogamiento de su cólera que parecía saliren mangas de aire desalojando el henchido seno. La navaja yacía en elsuelo junto a los restos de lo que fue urna y a los pedacitos de toro deyeso que, pisados en la contienda, manchaban de blanco la fina estera.

—¡Y está sangrando el canalla!—dijo la Pimentosa lanzando de su bocaesas chispas de risa que saltan entre las llamas de la ira iluminando elrostro—. Parece un Decehomo.

—No es nada, no es nada—dijo Tablas llevándose a la frente un pañueloque le dio el fenómeno.

—Rumalda—gritó la giganta—, baja y trae un poco de vino y aceite.

Viendo que la furia de uno y otro se aplacaba poco a poco, los vecinosse fueron retirando.

—Se incomoda uno por cualquier majadería—murmuró López, dejando queNazaria le aplicase el pañuelo a la frente—. Cuando uno va a reparar yaha hecho una barbaridad... y hombre perdido.

—Le hablan a una con malos modos, y a una se le sube la mostaza a lanariz, y allá te vas lengua.

—Y gracias que uno es prudente y sabe las mañas de la fiera y le paralos pies...—dijo López queriendo dar explicaciones de su cobardía.

—Y si a una le preguntaran con buen modo lo que buscaban los padrescaras, una contestaría que venían a sus pedriques, y en paz. Pero seincomoda la gente por una palabra.... Hay lenguas que tiran coces.... Nose puede remediar....

—Yo soy un ángel; pero cuando me solicitan, embisto. ¡Qué genio me hadado Dios! Yo mismo me tengo miedo a veces.... Rumalda....

Rumalda había llegado con el aceite y con el vino, y Nazaria aprontabael remedio que reclama toda cabeza sobre la cual se ha hecho pedazos unaurna.

—Rumalda, no tengo tabaco—dijo el atleta—; bájate al estanco... pronto,chica.... Pues como iba diciendo, si a un hombre como yo, que es todopólvora, se le hubiera preguntado con decencia dónde había pasado el díay qué negocios traía con el futraque, el hombre habría contestado comoun caballero. ¡Si aquí no hay misterio...! Que un señor, a quien conocíen casa de D.

Felicísimo, viene a buscarme y me dice: «Sr. López, me vausted a hacer un favor muy grande.—

Usted disponga, señor mío...—Pueshace dos meses, la policía registró una casa de la calle de Belén, dondese reunían unos cuantos partidarios de D. Carlos. La policía fuesobornada en aquella ocasión y no prendió a nadie. Pero el Gobierno hacambiado los guindillas de soflama por otros, y anoche volvió la policíaa registrar la casa de la calle de Belén, y pescó a cinco sujetos, y lespuso en la cárcel de Villa.—De lo cual me alegro, Sr. D. Salvador.—Puesmire usted, Sr.

Tablas, yo vengo a que usted me haga el favor deproporcionar a uno de esos cinco sujetos los medios de fugarse, porquecorre el run run de que les van a fusilar.—¿Es pariente de usted?—

Síseñor. ¿Usted ha estado empleado en la cárcel de Villa?—Sí señor.—Ustedfavoreció la escapatoria de Olózaga.—Sí, señor.—Usted podrá hacer ahoraotro tanto.—Sí señor.—Pues es preciso

hacerlo.—¿Cuánto

vamosganando?—Tanto.—Es

poco.—Pues

cuanto.—Nos

arreglaremos.—¿Quién es elsujeto?—Pues es Fulano de Tal.—Adelante, empezaremos a trabajar hoymismo. Vamos al café y a la taberna; hablaremos con los chicos de lacárcel...». Total, que hemos estado todo el día inventando diabluras, yluego fuimos a casa de don Felicísimo, que también está empeñado enponer en salvo a ese preso. Y de unos y de otros he de sacar metal,mujer, mucho metal, para desempeñar lo que hemos empeñado, y quitartrampas... fuera trampas, venga acá dinerazo de la gente carlina, yjuntándolo con el dinerito de la gente masona, verás como nuestrahacienda se pone otra vez de pie....

La reconciliación era ya segura, y los endurecidos ánimos se ablandabanrápidamente al calor de la confianza. La idea de que Tablas ganase algúndinero, idea novísima y extravagante, produjo en el espíritu de Nazariabenéfica y reparadora reacción. Aunque no era tonta, se dejaba alucinarfácilmente por risueñas quimeras, como persona crédula y sin experienciaque había vivido siempre en el mayor desorden moral y económico, y ya leparecía estar viendo las talegas que entraban por la puerta, ganadas enla explotación de toda aquella caterva política que ya se

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llamabacarlina ya masónica. Tablas había derrochado sumas relativamenteconsiderables. Si ahora traía a la casa otras sumas mayores, se trocabade libertino y perdido en el hombre más allegador y apersonado de todoel barrio. ¡Bien, re-Cristo! Nazaria, que juntamente con la fierezatenía la inocencia de la bestia cornúpeta a quien tan fácilmente engañaun vil trapo rojo, se calmó y sintió dolor muy vivo de haber ofendido asu gigante. Así procede siempre, pasando de salvajes cóleras avergonzosas condescendencias, toda esa gente desalmada, ignorante y tanincapaz de calcular sus intereses como de refrenar sus pasiones.

Se reconciliaron. El aceite juntó su pringosa suavidad con la acritudastringente del vino, y batidos y juntados sellaron el pacto, cuando losdedos gordezuelos de Nazaria vendaban aquella frente merecedora del yugopara tirar de un arado.

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Dignos de lástima eran aquellos dos seres, pertenecientes a la clase másnumerosa y más compleja del país, por la confusión de vicios y virtudesque en ella había; pero Nazaria merecía más que su cómplice lacompasión, porque valía un poco más, valiendo muy poco. En ella labarbarie y la tosquedad eran tales, que ahogaban los sentimientosgenerosos que a veces brotaban en su corazón cual hierbecilla en lagrieta húmeda. Una religiosidad sonora y supersticiosa no bastaba asuplir en ella la falta absoluta de luces y de ideas morales. Vivía enel escándalo, sostenida por el ejemplo de otros escándalos mayores, yaunque alguna vez nacía y se agitaba en su alma como un misteriosoprurito del bien, una especie de adivinación que ella no podía precisar,eran tales las exigencias de la naturaleza en ella, que no podía, ni enpensamiento, separar su persona de la persona de aquel monstruo.¡Irresistible atracción la de un gigante que ni era listo, ni simpático,ni noble, ni siquiera guapo! Tan grande es la miseria humana, que allídonde aparentemente no hay cualidades que sirvan de base a un verdaderoamor, suelen encontrar alguna las gigantas fogosas como la hermosa viudade Per