25
ATILANO ( Tira y saca la muela sin que Peláez se queje).— Consumatum
est.
PELÁEZ.—¡Gracias
á
Dios!
( Se
enjuaga. )
ATILANO ( Asombrado mirándola).—¡Se la saqué, se
la
saqué!
30
[Pg 33]PELÁEZ ( Muy sonriente).—No he sentido nada.
( Se
levanta y durante el diálogo va á enjuagarse varias
veces. )
ATILANO.—¡De
veras!
PELÁEZ.—Ni el más leve dolor. Tiene usted unas
manos
admirables.
5
ATILANO.—Sí,
¿eh?
PELÁEZ.—Nada, nada, como que retiro mi
promesa
de
emplearle
á
usted.
ATILANO.—¡Eh!
¿Qué
dice
usía?
PELÁEZ.—Un hombre que tiene esa habilidad no
debe
10
depender de un empleo. ¡Qué afán de destinos!
Usted
debe
dedicarse
á
esto
exclusivamente.
ATILANO.—¡Crea usía que ha sido una casualidad!
PELÁEZ.—Yo he ido á los mejores dentistas de
España
y del extranjero y ninguno lo ha hecho como usted.
15
Si
no
lo
he
sentido...
ATILANO.—¡Yo sí! Por eso no puedo ejercer esta
profesión. Sufro mucho, me pongo nervioso y yo
suplico
á usía, por lo que más ame en este mundo, ( Casi afligido. )
que no me niegue ese modesto destino que
pretendo.
20
Tengo una hija... crea usía que nos hace felices...
( Conmovido. )
PELÁEZ ( Riéndose).—Bueno, hombre, bueno.
Vaya
usted mañana por el ministerio á recoger la
credencial.
ATILANO.—¡Ah, señor! ¿Cómo podré pagarle?...
25
PELÁEZ.—Á propósito de pagar... ¿Cuánto le
debo?
ATILANO.—¡Nada!
PELÁEZ.—Eso no: usted está supliendo al señor
Raigón,
y no es justo que lo ponga de su bolsillo. Dígame
30
[Pg
34]usted
lo
que
es.
ATILANO.—Lo
que
usía
quiera.
PELÁEZ.—Tome usted. ( Le da dos billetes de
veinticinco
pesetas. )
ATILANO.—¡Diez
duros!
Es
demasiado...
PELÁEZ.—Me parece baratísimo. Estoy como en la
5
gloria.
ATILANO.—(¡Santa Polonia bendita, yo te pondré
seis
velas!) ( Ayuda á Peláez á ponerse el sobretodo y le
da
el sombrero. )
ESCENA XX
DICHOS, INOCENCIA y LELIS
INOCENCIA.—¡Ay,
Dios
mío,
Dios
mío!
( Llorando. )
10
LELIS.—Aguanta un poco, monina. Se conoce que
hay
gente
dentro.
INOCENCIA.—¡Ay!
LELIS.—Eso ha sido del cabello de ángel.
INOCENCIA.—¿Por qué lo habré comido? ¡Ay! ( Se
15
sienta. )
ATILANO.—Tome
usía
el
bastón.
PELÁEZ.—Vaya, adiós. Hasta mañana, ¿eh?
ATILANO.—No faltaré. Descuide usía. ( Salen del gabinete. )
20
INOCENCIA.—¡Esa voz!... ¡Mi papá! ( Inocencia y Lelis se ocultan detrás de la mampara. ) LELIS.—(¡Su
papá!)
ATILANO.—Ya verá usía, ( Acompañándole hasta
la
puerta. ) en la nota que debe tener, que he sido auxiliar
25
tercero
de
la
clase
de
quintos...
[Pg 35]PELÁEZ.—Quede usted tranquilo. Y conste
que,
aunque usted esté empleado, será siempre mi
dentista
y
el
de
mi
familia.
ATILANO.—(¡Pobre
familia!)
PELÁEZ.—Adiós.
ATILANO.—Vaya usía con Dios. ( Se vuelve de
pronto
5
bailando y castañeando los dedos. ) ¡Qué felicidad, qué
felicidad! ( Repara en Inocencia y Lelis, que están aterrados
y como pegados á la pared. ) ¡Inocencia! ¡Tú aquí!
¡Y
usted!
INOCENCIA.—Oye,
papá...
10
LELIS.—Don Atilano, yo soy el culpable. Yo la he
traído. Ya comprenderá usted que aquí no
podíamos
venir
con
malas
intenciones...
ATILANO.—Pero
tú...
pero
usted...
LELIS.—Yo, que la amo, sí; yo que no podía verla
15
padecer,
porque
es
mi
vida,
mi
bien...
INOCENCIA.—Perdón,
papá...
LELIS.—Perdón, don Atilano. ( Arrodillándose ante
él. )
ESCENA XXI
DICHOS, FRANCISCO por la puerta del foro
FRANCISCO.—¿Qué
es
esto?
20
INOCENCIA
y
LELIS.—¡Perdón!
ATILANO.—Sí, hijos míos, hoy es día de que nos perdonen
á todos... ¡Á todos! ( Á Francisco con intención. )
¡Francisco,
tráeme
la
levita!
FRANCISCO.—Pero...
25
ATILANO.—Tráeme la levita... ( Vase Francisco y vuelve al instante con la levita de don Atilano al hombro. )
[Pg 36]INOCENCIA.—Papá, ¿quieres explicarme?
ATILANO.—Luego, en casa lo sabréis todo...
FRANCISCO.—Aquí está esto, y dígame usted...
( Ayuda á don Atilano á ponerse la levita. ) ATILANO.—Mira:
diez
duros.
Cinco
te
corresponden.
Toma... Me los ha dado el subsecretario, á 5
quien
he
sacado
una
muela.
LELIS.—¡Usted!
INOCENCIA.—¡Tú!
Pero
sabías
eso...
ATILANO.—¡Sin
dolor!
LELIS ( Á Inocencia).—Pues que te la saque... 10
ATILANO.—¡No,
no
quiero
ser
parricida!
INOCENCIA.—Si
ya
no
me
duele.
FRANCISCO ( Á don Atilano).—Pero, ¿quiere usted decirme?...
ATILANO ( Á Inocencia).—Tu muela del juicio ha sido
15
mi fortuna. Por ella vine aquí, por ella seré
colocado
mañana
mismo.
FRANCISCO.—¿Sí?
INOCENCIA.—¡De
veras!
ATILANO.—Sí. Ahora me voy con la conciencia 20
tranquila. Esto me lo he ganado yo con mi trabajo,
( Enseñándole el billete. ) ¡ay!, con muchísimo trabajo.
ESCENA XXII
DICHOS. EL CABALLERO, que entra mugiendo como antes CABALLERO.—¡Berr! ¡Esto no se puede aguantar!
FRANCISCO.—¡El
de
antes!
CABALLERO.—¿Hay
alguien
dentro?
25
[Pg 37]FRANCISCO.—Nadie, pase usted. ( Entra el Caballero
en el gabinete y resueltamente se sienta en el sillón.
Francisco
á
don
Atilano. )
Ande
usted
con
él.
ATILANO.—¡De
ninguna
manera!
FRANCISCO.—Pues yo no pierdo esto. ( Se pone el batín. )
ATILANO.—¡Allá
tú!
5
FRANCISCO.—Al momento acabo. ( Entra en el
gabinete.
El Caballero sigue quejándose. Francisco le mira
la boca: figura preguntarle qué muela le duele, busca
el
instrumento, etc. Todo esto mientras se dice el diálogo
siguiente. ) 10
ESCENA ÚLTIMA
DICHOS, una Señora y un Caballero. Luego dos Caballeros.
Luego Otro, ydespués dos Señoras que van sentándose como para esperar turno.
ATILANO ( Mirando á los que entran).—¡Más
víctimas!
LELIS.—Don Atilano, ya comprenderá usted que
mis
intenciones...
ATILANO.—Ya hablaremos de eso. ¿Cómo se
llama
usted?
15
LELIS.—Camilo de Lelis; pero todos me llaman
Lelis.
ATILANO.—Hacen bien. ( Asustado al ver la gente
que entra. ) ¡Dios mío! ¡Los innumerables mártires de
Zaragoza! ( Francisco da un tirón al Caballero, que
da
un
grito. Ha de verse que no le ha sacado la muela, Francisco
20
retrocede asustado con el «forceps» en alto y el Caballero
queda en actitud amenazadora hasta que baja el telón. )
¡Jesús! ( Á Inocencia y Lelis. )
[Pg 38]
Vámonos ya, basta de horrores.
( Al público. ) 25
Perdonad al autor y á los actores.
[Pg 39]
LAS SOLTERONAS
JUGUETE CÓMICO EN UN ACTO Y EN PROSA
ORIGINAL
por
LUIS COCAT Y HELIODORO CRIADO
[Pg 40]
REPARTO
Personajes
PURA
PROCOPIO
CASTA
CLAUDIO
SANDALIA
La escena en Madrid.—Época actual
[Pg 41]
ACTO ÚNICO
Gabinete lujosamente amueblado. Puertas laterales á la derecha yotra en el fondo. Á la izquierda chimenea y al lado de ella dosbutacas. Mesa de escritorio á la derecha, y una butaca delante deella.
ESCENA PRIMERA
PURA, CASTA, SANDALIA y PROCOPIO. Al alzarse el telón aparecenProcopio sentado á la mesa escribiendo; Sandalia y Pura sentadas en lasbutacas de junto á la chimenea; la primera haciendo calceta, y lasegunda leyendo en un devocionario. Casta, sentada en la butaca dedelante de la mesa, lee un periódico.
PROCOPIO ( Escribiendo).—Cinco, y me llevo
seis...
seis, y me llevo siete... siete, y me llevo ocho...
SANDALIA.—Pero, Procopio, veo que siempre te
llevas
más
de
lo
que
dejas.
PROCOPIO.—¿Qué sabes tú? Ésta es la aritmética,
5
mujer.
Ajajá.
( Sumando. )
Cincuenta
mil
seiscientos
setenta y cuatro. Nuestra renta ha tenido este año un
aumento de diez mil setenta y cuatro reales. Por ahora
puede contar cada una de nuestras hijas con una renta
de
unos
veinticinco
mil
realitos.
10
SANDALIA.—Más
vale
así.
[Pg
42]PROCOPIO.—¿Qué
haces,
Pura?
PURA.—Padre mío, leo los ejercicios del día.
PROCOPIO.—¿Los ejercicios? ¿Ha venido tropa?...
¿Y
tú,
Casta?
CASTA.—Estoy
saboreando
una
magnífica
composición
que se titula: « El día del juicio, ó el acabose. » El 5
mundo no es más que un inmenso espacio lleno de
calaveras.
Los
pelos
se
ponen
de
punta...
PROCOPIO.—¿Los pelos de las calaveras? No lo
entiendo. ¿Y tú, Sandalia, haces calceta al amor de
la
lumbre?
10
SANDALIA.—Ya
lo
estás
viendo.
PROCOPIO ( Levantándose y contemplándolas con
regocijo).—Bien;
perfectamente
bien.
Hé
aquí
un
cuadro
de familia en que todo respira felicidad, paz y sosiego.
Pero esto no puede seguir así, y no seguirá. 15
SANDALIA.—¿Qué dices, Procopio? ¿Te disgusta
ver
á
tu
familia
feliz?
PROCOPIO.—Al contrario, mujer. Quiero decir que
aun cuando éste es un espectáculo hermoso, tierno
y
conmovedor, no me satisface por completo. Me
preocupa
20
mucho el porvenir de nuestras hijas, quedándose
solteras, y es necesario que piensen seriamente en
el
matrimonio.
CASTA.—¡Horror!
( Haciendo
un
gesto
de
disgusto. )
PURA.—¡Ave
María!
( Santiguándose. )
25
PROCOPIO.—Ya me van cargando vuestros
repulgos
y aspavientos siempre que se habla de casaros.
¿Qué
os proponéis de seguir así? Tú, Casta, pasas tu tiempo
ocupada en la literatura, en la música y en echarle
alpiste
al canario. Tú, Pura, estás con tus rezos, novenas y
30
místicas ideas de tal modo abstraída, que ya todo
[Pg 43]el mundo te llama la monjita. Es, pues, preciso
que
salgáis
de esta monotonía que os imprime cierta antipática
seriedad. Para desterrarla, nada como el amor, que
os
brinda con... en fin, que hay que hacer algo.
SANDALIA.—Procopio, no seas majadero. 5
PROCOPIO ( Como siguiendo el hilo de su
discurso).—Eso
es. El amor llena la imaginación de gratas
ilusiones,
nos hace amables, alegres, comunicativos. Dormir
y
comer tranquilamente; como hacéis, no es bastante
para
la vida, pues no sólo de pan se alimenta el hombre:
es
10
preciso
además...
SANDALIA.—La
carne.
PROCOPIO.—Y el vino. ¿Te quieres callar? ¿No
ves que estoy filosofando? Pues como decía: es
preciso
además atender á la vida del espíritu. Tú, Casta, tienes
15
ya
veintinueve
años.
CASTA
( Protestando
rápidamente).—¿Yo?
¡Imposible!
¡Qué
atrocidad!
PROCOPIO.—Lo dicho. Y tú, Pura, treinta.
PURA ( Con ira).—¡Falta usted á la verdad! 20
PROCOPIO.—¿Eh?
¡Miren
la
monjita!
PURA ( En tono dulce).—Perdone usted. He
querido
decir
que
se
equivoca.
SANDALIA.—Pero, hombre, ¿á qué viene hablar de
edades? Eso no hace al caso ni está decente. 25
PROCOPIO.—¿También tú? ¡Lo que son las
mujeres!
¡Que no hace al caso!... Pues entonces no sé para cuándo
van
á
dejar
el
casarse.
SANDALIA.—¿Pero tienen la culpa las pobres de
que
sus novios hayan dado media vuelta? 30
[Pg 44]PROCOPIO.—Puede que sí. Generalmente,
cuando
un hombre deja á su novia, es porque ésta no tiene
lo
que vulgarmente se llama gancho. ¿Y qué es el gancho?
me diréis. Entre otras cosas, es la afabilidad, el cariño,
la dulzura; cierta estudiada sumisión que consiste en
aparentar ceder siempre, haciendo que él sea quien
5
transija inconscientemente con vuestros menores
caprichos.
Hacer pequeñas concesiones; por ejemplo: que
él os estrecha la mano apasionadamente; pues no la
retiréis con indignación: al contrario, abandonadla
como
si no os dierais cuenta de ello; que os pisa
suavemente
el
10
pie, contestad en la misma forma y no le apartéis rápidamente
á no ser que os diera en un callo. ¿Tenéis
vosotras
callos?
CASTA.—¡Qué pregunta, papá! ¿Quién tiene eso?
PROCOPIO.—Toma; pues cualquiera. Yo, tu 15
madre...
SANDALIA.—Pero,
Procopio...
PROCOPIO.—Déjame. Estoy poniendo los puntos
sobre
las
íes.
SANDALIA.—Di más bien: los pies sobre los callos.
20
PROCOPIO.—Y últimamente. Si la mujer tuviera un
poco más de sentido práctico, no se quedarían
tantas
solteronas
por
perseguir
fantasmas
y
no
aprovechar
bien
las ocasiones. La mayor parte de las niñas de buen
palmito y bien parecidas, y esto no hay ninguna que
no
25
se lo crea al mirarse al espejo, sueñan á los quince
años
con