Thespis by Carlos O. (Carlos Octavio) Bunge - HTML preview

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—No es sólo para reírse, Coca. También hay que desmentir la noticia,pues que te perjudica...

—Pero si el novio es un fantasma imaginario...

—No importa. La gente te creerá comprometida... ¡Hay que desmentir hoymismo!...

—¿Descubriendo que no existe semejante capitán Pérez?...

¡Por favor,Laura!...

—No hay necesidad de decir eso. Daremos por cierta la existencia de tucapitán, y sólo negaremos tu compromiso. Deja que yo hable con Adolfo,para que él pida una rectificación en La Mañana. Y pierde cuidado...¡No descubriré tu mentirilla, para no avergonzarte, como lo merecías,por faltar a la verdad!

Coca dio un beso a Laura para desenojarla y agradecerle su intervención.Laura habló con Adolfo. Y Adolfo «se apersonó» a Publio Esperoni,pidiendo «rectificara» la noticia.

Recibiole Publio cortésmente y se lo prometió. Mas su rectificación nofue un verdadero desmentido. Como La Mañana se pretendía infalible,limitose a decir que «la noticia anunciada del próximo enlace de laseñorita Rosa Itualde y el capitán Pérez era todavía prematura. Hacíaseesta rectificación a pedido de su hermano, el distinguido caballero donAdolfo Itualde, gerente de la sucursal del Banco de la Nación.»

Nadie creyó el desmentido. El capitán Pérez siguió siendo, para todo elTandil, el pretendiente predilecto de Coca, su novio o su futuronovio...

El mismo don Mariano, presumiendo toda la culpa de su indiscreción,dejó de ir unos días a la casa de Itualde... Cuando fue, después deenviar cómo heraldo un gran canasto de la más hermosa fruta de suestancia, encontró a sus amigos como de costumbre... Sólo Coca le hizosus recriminaciones. ¿De quién sino de él podía haber partido lamentirosa noticia?

Vázquez estaba tan cortado y confundido ante la niña, como un reohomicida ante su juez. Se disculpó en cuanto pudo.

Habían exagerado ytergiversado sus palabras, dichas al descuido... Él había creídosimplemente, por las continuas bromas, que el capitán fuera uno detantos festejantes...

Coca lo negó:

—¡Nada de festejante!... Un amigo, nada más que un amigo cualquiera...Ni siquiera un amigo íntimo y preferido como usted, al que antesconsiderábamos poco menos que de la familia...

El dardo dio justo en el blanco. «¡Conque el capitán Pérez no era másque un amigo—pensaba Vázquez,—y yo soy un amigo mucho más querido queél!...» La antigua idea del especial afecto que había despertado enCoca, retornaba pues a su espíritu... ¿Y

por qué no podría sercierta?... ¡Pasiones más extraordinarias se veían a cada momento!

Sin apurarse, poco a poco, se insinuaría él en el ánimo de la agraciadaniña. Para escapar a las indiscretas miradas de los tandilenses, elmismo capitán Pérez le serviría de pantalla...

V

Porque, mientras don Mariano continuaba callado y pacientemente su obrade ganarse la voluntad de Coca, corrían en el pueblo innumerablesanécdotas e historietas acerca del oficial.

Los amigos de las de Itualdelo defendían y ensalzaban, le atacaban los enemigos...

Entre esos enemigos, sintiéndose desairado por la esquiva beldad, el mástemible era Publio Esperoni. Publio Esperoni podía bien considerarse unmal sujeto. Hacía gala de serlo, hacía profesión de serlo... Sin Dios ysin patria, atacaba con implacable ironía de anarquista lo quedesdeñosamente llamaba los

«prejuicios sociales», es decir, ¡Dios y lapatria! Su acerada pluma, guiada por su espíritu venenoso, abría heridasy levantaba ampollas

en

la

epidermis

de

los

pacíficos

e

inofensivosburgueses del Tandil.

Odiando sinceramente a su afortunado rival el capitán Pérez, esperabaansioso la oportunidad del desquite. Pronto se le presentó estaoportunidad. Los grandes diarios populares de Buenos-Aires dieron cuentaal público, en sus últimos números, de un presunto escándalo en elejército nacional. Habíase levantado un sumario contra varios oficiales,a quienes se acusaba nada menos que de traición a la República...

Susnombres permanecían aún reservados...

Pues La Mañana del Tandil insinuó vagamente alguno de esos nombres.Publicó un extenso artículo titulado «Los traidores a la patria»,comentando y abultando la noticia de los periódicos bonaerenses... Y alfinal agregaba que, según datos enviados por sus bien informadoscorresponsales de la capital federal, ellos conocían los nombres de losoficiales indignos, tan severa y justamente acusados... Aunque no sepudiera todavía afirmar con seguridad, parece que entre ellos figurabael capitán P. Era sin embargo de desearse que sólo por un error judicialy militar se incluyese en la ignominiosa lista el nombre de esteoficial, amigo de una de las más respetables familias de la localidad.

El «capitán P.» no podía ser sino el capitán Pérez... Y todo el Tandilse conmovió con la noticia. ¿Sería verdad?... ¿Qué harían ahora losItualde?... Pero nadie se conmovió más que Jacinto Luque, el joven poetabarbilampiño y melenudo, redactor de El Correo de las Niñas. Con suviva inteligencia y su conocimiento del periodismo local pronto sospechóque se trataba de una insidia de Esperoni. Confirmole esta idea el hechode no hallar, en los periódicos de Buenos-Aires, ni la más remotareferencia a ningún capitán Pérez...

Profundamente indignado contra el redactor de La Mañana, que tantasveces le ridiculizara y burlase, publicó en su periódico un sueltoterrible destinado a desmentir la atroz imputación. Se titulaba «Elhonor y la calumnia» y se subtitulaba «Un Dreyfus argentino».

«Es realmente lamentable—decía—que un diario que se precia de serio, La Mañana, publique tan pérfidas y calumniosas insinuaciones como laque aparece en el número de hoy... No tenemos por qué ocultarlo: lainsidiosa inicial del «capitán P.», se refiere al capitán Pérez... ¡Másvaliese haberlo nombrado!...

Nosotros conocemos a este distinguidomilitar, con cuya amistad altamente nos honramos... Le sabemospundonoroso y honesto...

La noticia de que esté mezclado en la traiciónúltimamente descubierta es falsa, absolutamente falsa. Lo garantizamosbajo nuestra fe de periodistas y de ciudadanos...»

La Mañana contestó este suelto. Decía que en su poder obrabandocumentos sensacionales que publicaría más adelante...

Por entonces selimitaba a asegurar que el capitán Pérez (ya que el colega lo nombraba)estaba acusado... La Mañana deseaba de todo corazón que fuese inocentey se le absolviese... Hasta lo esperaba... Pero había suscomprometedoras presunciones y sus sólidos comprobandos, que yaconocerían a su tiempo los lectores...

Al leer estas pérfidas líneas, se extremeció Jacinto con justa cólera.Vibrante como una arpa agitada por los esqueléticos dedos del huracán,su alma estalló en protestas e imprecaciones.

Publicó así El Correo delas Niñas un nuevo suelto «poniendo en su lugar a la pluma viperina quearrojaba diariamente su ponzoña, desde las columnas de La Mañana,sobre todo lo más santo y respetable: el honor, la libertad, lareligión, la familia, la patria...»

El «asunto Pérez» degeneraba en una cuestión personal entre los dosperiodistas. Pues Publio contestó la última tirada de Jacinto llamándolo«afeminado esteta»... El «afeminado esteta»

le mandó sus padrinos, y elde la «pluma viperina» nombró los suyos...

Cuatro largos días pasábanse ya los padrinos discutiendo sin descanso enel Club Social las condiciones del duelo... Los representantes deJacinto pretendían que Jacinto era el ofendido, los de Publio que lo eraPublio. Ambos se arrogaban pues el derecho de la elección de armas...Para Luque, el arma debía ser el nobilísimo acero de la espada; paraEsperoni, buen tirador de pistola, la pistola... Aun aceptando lapistola los de Jacinto, los de Publio exigían condiciones imposibles: adiez pasos de distancia y tirar indefinidamente hasta que uno de losadversarios quedase tendido en el campo del honor...

El Tandil presentaba entretanto el animado aspecto de una ciudad griegadurante las guerras del Peloponeso. La población entera se agitaba yhablaba en todos los sitios, públicos y privados...

Un grupo de señoras de la sociedad de beneficencia llamada de las «Damasdel Divino Rostro», compuesto de la presidenta primera, lavice-presidenta tercera y la secretaria segunda, fue a ver al comisario.Se solicitaba la intervención de la policía para impedir un encuentrosangriento entre los dos distinguidos caballeros... Y el comisarioprometió hacer cuanto pudiera para evitarlo.

No tuvo necesidad de hacer mucho, porque los mismos padrinos loevitaron. Llegaron por fin a ponerse de acuerdo haciéndose recíprocasconcesiones. Publio no había afirmado nada deshonroso respecto delcapitán Pérez; se limitaba a dar una noticia, tal cual le fueracomunicada de la capital federal, y hasta poniéndola en duda... Porconsiguiente, Jacinto retiraba sus calificaciones de «pluma viperina» yde «pérfida calumnia»... No dejando ya en pie lo de la «pluma viperina»y la «pérfida calumnia», quedaba en nada lo de «afeminado esteta»... Yasí de seguido, hasta resultar, naturalmente, que nadie tuvo jamás laintención de ofender a nadie y que los dos duelistas eran unos perfectoscaballeros. En constancia de ello firmaban las actas los cuatro padrinosde un tenor.

Publicadas las actas al siguiente día en La Mañana y en El Correo delas Niñas, ocupaban tres largas columnas, las tres primeras y depreferencia... Con ello, aumentó, si cabe, la popularidad del capitánPérez en el pueblo del Tandil...

La pacífica solución del «lance personal» dejaba sin embargo en blancoel problema de la culpabilidad del capitán Pérez. ¿Era traidor? ¿No eratraidor?... Tal era el dilema que corría en todas las bocas.

Unos se declaraban por la culpabilidad del capitán Pérez, otros por suinocencia. Y las discusiones violentas y sutiles arreciaban como en lasgrandes crisis políticas. Es que en el fondo del asunto había unaverdadera cuestión política. Los conservadores y moderados se declarabanperecistas, antiperecistas los radicales y liberales. Del temperamento yde las ideas dependía pues el estar o en contra o en favor del acusado,por su condena o por su absolución.

Cuando dos tandilenses se encontraban en la calle, en el club, en losnegocios, en cualquier parte, la pregunta de rigor era ésta:

—¿Y qué piensa usted de la Cuestión?

El interrogado contestaba, si era perecista, que se trataba de unaperversa intriga; si antiperecista, que el ejército nacional debíadepurarse de sus malos elementos...

Naturalmente, no siempre coincidían las ideas de los interlocutores. Yal chocarse las opiniones contrarias, se iniciaban interminablescontiendas. Los contendientes barajaban en sus largas peroratas ymariscalendas las fundamentales ideas de honor, patria, verdad,progreso, etc., etc. Estas ideas eran en gran parte tomadas de la prensalocal. Porque aun después del

«lance de honor», El Correo de las Niñas y La Mañana siguieron tratando el asunto Pérez, si bien evitabanincurrir de nuevo en ingratas cuestiones personales y de campanario.

Más de una vez se temió que las discusiones degenerasen en disputas, lasdisputas en peleas, las peleas en batallas... Algunos bofetones ybotellazos volaron en la estación ferroviaria y en el Club Social...También hubo sus trifulcas en la escuela.

Marciano Esperoni, un sobrinode Publio, se permitía vociferar contra el capitán Pérez, al cualprodigaba los epítetos más injuriosos y hasta obcenos... Al oírle,Atanasio Luque, el hermano menor de Jacinto, replicole como semerecía... Y sin respeto al maestro, que estaba presente, los dosalumnos, después de insultarse a gusto, se vinieron a las manos... Losantiperecistas (futuros radicales) tomaron inmediatamente la parte delpequeño Esperoni, los perecistas (futuros conservadores) la de Luque...¡Y

tal fue la batahola, que tuvo que venir la policía a aplacarla!

Lospisos, los bancos, los mapas, los pizarrones, todo quedó para siempresalpicado de sangre arrancada de las narices a feroces soplamocos.

Alarmado por la exaltación general de los ánimos, el comisario pidió ala provincia se reforzara la policía con nuevo personal...

El cura, desde el púlpito, fulminó a los antiperecistas, declamandocontra la calumnia y la difamación. ¡Menester era cortar, una por todas,las siete cabezas de esa hidra feroz, para salvar el honor de la patriay la santidad de la iglesia!

También las bellas artes contribuyeron a la terrible lucha de ideas quetenía por teatro el pueblo del Tandil. En un semanario cómico popular,el Pica-pica, de furiosas ideas radicales y por ende netamenteantiperecista, aparecieron una serie de caricaturas del «Gran Capitán»(ya se podía llamar a Pérez como a Gonzalo de Córdova). Representábaseleen ellas de puerco, de serpiente, de «clown», y hasta de «mascarita», esdecir,

¡poniéndose por careta la noble imagen de Dreyfus!...

El «maestro» Thigi, director de la única banda de música que había en elpueblo, era compositor y perecista. Por eso compuso una marcha militartitulada «La marcha del capitán Pérez», que, en los conciertos popularesde los jueves, arrancaba los aplausos de una mitad del público y larechifla de la otra... Dos o tres anarquistas llegaron a interrumpir lapreciosa música, que tenía sus pujos de wagneriana, con retumbantesrebuznos, para los cuales poseían particular habilidad. El «maestroThigi» mandó entonces al del bombo que cubriera los rebuznos, encualquier momento que se oyeran, con estruendosos golpes. Pero losrebuznos eran más fuertes que el bombo, y echaban a perder los mejoresefectos de la pieza... Para acallarlos tuvo que intervenir el comisario,con amenazas y juramentos...

El comisario deseaba permanecer neutral. Se decía sólo partidario delorden y del derecho. Mas nadie ignoraba que, en el fondo de su sensiblecorazón de patriota (un comisario tiene corazón como los demás hombres),inclinábase hacia la causa del capitán Pérez; conceptuábala como laCausa de la Justicia y de la Patria. Esta tendencia oficial contenía untanto los avances y rabiosos desmanes de antimilitaristas y anarquistas.«La paz reinaba en Varsovia»... ¡Felizmente para el Tandil!

VI

Intimidados por la tormenta de las «pasiones populares» y deseosos deevitarla, Adolfo Itualde y sus hermanas refugiáronse en su casa-quinta.Hasta allí llegaban, sin embargo, los ecos de la lucha, ¡y de modo hartoexpresivo!...

Los partidarios de Pérez enviaban su adhesión a la familia que suponíanlo representara en el pueblo, en forma de felicitaciones para Coca, porsu compromiso. El compromiso era el pretexto de hacer presente susimpatía. Nadie se daba, pues, por enterado de la rectificación de LaMañana... ¡Y había que aguantar aquel chubasco de inoportunísimasenhorabuenas!

Los contrarios, gente enemiga de la burguesía, gente grosera y sindelicadeza, mandaban, en cambio, a los tres miembros de la familia,terribles anónimos difamatorios contra el supuesto novio... Y losanónimos eran más copiosos y categóricos que las felicitaciones...

El cartero dejaba en la casa de Itualde, por término medio, desde hacíados semanas, una felicitación diaria y tres anónimos.

Laura era ya tanducha en conocerlos, que por el sobre distinguía la una de los otros.Los sobres limpios y firmemente escritos eran de felicitaciones; lossobres sucios, ordinarios y con letra desfigurada o de imprenta, deanónimos difamatorios... Para mayor brevedad, todo se rompía o iba alcanasto.

Adolfo tomaba las cosas con visible y creciente mal humor. Y

Coca nopodía salir de su sorpresa. ¡Ella era la que inventara aquella piedra detoque de los sentimientos locales, aquel capitán fantástico, aquelpleito interminable!... Llegaba hasta dudar de sí misma. Suponía que nohabía inventado más que... ¡la verdad!

—La verdad en este caso—le decía su hermana—es que la gentuza de estepueblo es ingenua y envidiosa... Se ha agarrado de este pretexto comopudiera hacerlo de cualquier otro, para desbordar su maldad y sutontería. ¡Nada más odioso que los pueblos chicos!...

Y la hermana mayor tenía que hacer grandes esfuerzos para tranquilizar ala pequeña. Porque Coca, llena de temor y de amargura, tomaba ahora suasunto por el lado trágico.

Antojábansele burlas las felicitaciones ypersonales insultos los anónimos. Lloraba en secreto y se quejaba sincesar. Temía ser una gran culpable. La mentirilla de inventarse para suparticular uso un capitán Pérez se le presentaba ahora como un verdaderocrimen. Y así como una ave se resguarda en el caliente nido cuandoestalla la tormenta, ella no tenía otro refugio que la inagotableternura de su hermana.

Adolfo y Laura propusieron a Coca un viaje a Buenos-Aires, para escapardel infierno de las habladurías tandilenses, de los artículos y de losduelos, de las felicitaciones y los anónimos.

Con gran sorpresa deAdolfo, Coca se negó enérgicamente a este viaje, ella siempre la másdeseosa de distraerse y divertirse en casa de sus tíos... Dijo que ellosignificaría una huida cobarde, que era mejor afrontar la situación, queno valía la pena...

Adolfo insistió, rebatiendo tan débiles argumentos... Y se hubierallevado a la niña a Buenos-Aires, malgrado, buen grado, a no apoyarlaLaura en su negativa...

Es que los ojos maternales de Laura habían comprendido esa negativa.Coca quería quedarse en el Tandil porque le interesaba Vázquez. ¡Eso eratodo!

Allá en su fuero interno, durante largas noches de insomnio y hasta devergonzantes lágrimas, ¡cuánto había meditado Laura sobre Coca... y donMariano! El hecho era que don Mariano no se había fijado en ella, sinoen su hermanita, y que ésta creía ahora corresponderle...

Al principio, pareciole absurdo a Laura el casamiento de Coca y elestanciero. Ella debía intervenir y oponerse, teniendo en cuenta lasdistintas edades y contrarios caracteres... Pero esta oposición, ¿noobedecería al inconfesable sentimiento de un interés personal? ¿No eraque a ella misma le gustaba para sí ese don Mariano, tan caballero ybondadoso?... Y en el alma de la joven librose silenciosamente unaverdadera batalla de afectos y razones. De esta batalla resultó que,poniéndose en guardia contra su propia persona, Laura tomó la decisiónde no oponerse al casamiento de Coca... El candidato era bueno; nadatenía que objetarle.

Fue así que una noche, en la intimidad de la alcoba, cuando estaban yaacostadas, hizo Coca a su hermana la esperada confidencia. Vázquez lapretendía, ella lo aceptaba...

Después de oírla en un largo silencio, Laura, disimulando lo trémulo desu voz, respondió pausadamente:

—Sólo buenas condiciones le conozco a Vázquez... Pienso que serás felizcon él, si le quieres... Lo que me temo, y estoy en el deber de noocultártelo, es que no le quieras suficientemente...

No debes casartesino enamorada, ¡completamente enamorada!...

Todavía eres demasiado niñae impresionable. Medita bien antes de dar un paso definitivo. No tedejes llevar de un rápido impulso, que después ya no habrá remedio...Hago, pues, mis objeciones contra ti y no contra él...

Al escuchar esta respuesta, tuvo Coca por primera vez en su vida laimpresión de que Laura, esa buena y cariñosa Laura, pudiera ser algocomo una persona distinta e independiente de ella; un ser con ideas ysentimientos personales diferentes de las ideas y sentimientos de lahermana a la cual parecía siempre identificarse... Pero, con el egoísmode la inocencia, pronto desechó esta vaga y obscura intuición, sinbuscarle causa, para festejar alegremente el consentimiento de Laura, aquien no dejó dormir en toda la noche con la cháchara de susproyectos...

Como dieran las tres de la mañana, Laura indicó a su hermana quedurmiese, con esta última advertencia:

—Vázquez te hará su declaración uno de estos días... Lo único que tepido es que no lo aceptes inmediatamente. De todos modos no sedescorazonará, porque está bien decidido... Dale una contestaciónambigua y espera por lo menos un mes para consentir en el sí, que espara toda la vida... Dile, por ejemplo, que tomarás un tiempo antes decontestar, porque no estás todavía bien segura de quererlo...

Aunque las últimas palabras se ahogaron en la garganta de Laura, Cocalas atrapó al vuelo, respondiendo prontamente:

—¿Estás loca?... ¡Eso sería echar agua al fuego!... Aplazaré lacontestación un mes como me pides; pero con otro pretexto...

Le diré quetodavía no estoy segura de que me quiera.

Con esto terminó la conversación, tomando cada una postura paradormirse...

Después de un larga pausa, todavía dijo Coca:

—Un mes es demasiado, Laura... Esperaré sólo quince días, que ya esbastante.

Laura no contestó. Hizo como si estuviera absorta en sus oraciones, oacaso durmiendo ya.

No se dejó esperar la declaración de don Mariano. Con la gravedad delcaso, dijo a Coca su amor y su deseo de hacerla su esposa... Como loconviniera con su hermana, Coca le contestó, muy conmovida, que aun nose conocían bien, ni estaba segura de su cariño. Aplazaba, pues, sucontestación para cuando ambos adquiriesen mejor ese conocimiento y ellatuviera esa seguridad... Pero con su mirada húmeda, agregaba bien claro:«Esto es pour la galerie... Ten un poco de paciencia, Vázquez, que note haré esperar mucho. ¡De mi afecto, bien segura estoy!»

Al poco tiempo, don Mariano apremió a su pretendida:

—Debe contestarme usted pronto, Coca... ¡Esto se va haciendoinaguantable!... Hace ya dos semanas que usted me tiene en la duda y laincertidumbre...

Muy formal, respondió Coca:

—¿Dos semanas?... Espere siquiera a que se cumplan...

Apenas han pasadodoce días desde que usted me habló. He contado muy bien, ¡doce días!

Vázquez no pudo menos de reírse...

—Entonces me quedan aún tres días de espera para cumplir las dossemanas... ¡Cuánta cosa puede suceder en tres largos días!

Y así fue. En el breve plazo de los tres días, mejor dicho, esa mismatarde, sucedió una cosa extraordinaria...

Como era de rigor, había resuelto Coca consultar su probable compromisocon Adolfo, el jefe natural de la familia...

Aunque en el primer momento Adolfo no recibiese bien la noticia,pensándolo mejor, aprobó el proyectado enlace. No tenía ningún tildeserio que oponer a don Mariano. Lo encontraba excelente, aunque tal vezdemasiado maduro para la novia... Y, coincidiendo con lo que antesobservara Laura a Coca, observole él también:

—Mi único temor es que tú te engañes a ti misma y que no estés del todoenamorada... El más grave de los errores que puede cometer en la vidauna persona honesta, es casarse sin amor. ¡Y a tu edad y con tusencantos, Coca, ese error sería imperdonable!

Por toda respuesta, Coca abrazó y besó a su hermano, con sus naturalesmimos y zalamerías...

De pronto cruzó una idea por la cabeza de Adolfo...

—¿Y tu capitán Pérez?—dijo.—¿Estás segura de no haberle tenido nuncauna simpatía más viva que a Vázquez?

Ante tal pregunta soltó Coca la más sonora y franca de sus carcajadas...

—¡El capitán Pérez!... ¿Conque tú también te lo tragaste?...—

Y refirióen seguida la historia de esa invención, explicando que no se habíaatrevido a contar la verdad a su hermano, por temor de que reprobara sumentira...

Adolfo reveló la sorpresa más profunda... Meditó, se rió, estornudó,rascose la frente y, como había ojeado a Renan y leído a France, dijo alcabo:

—¡En mi vida vi nada más curioso!... ¡Si lo que no inventan estasmujeres nadie podría inventarlo!... ¿Con que lo del capitancito era un«truc» para que Vázquez se decidiese?...

—Pero no se lo vayas a contar—imploró Coca.—Me moriría de vergüenzasi me creyese una embustera...

—Pierde cuidado... Vázquez es ahora lo de menos... ¡Lo asombroso es quehayas agitado de ese modo con tu fantástico personaje a todo elpúblico!... El caso es interesantísimo ejemplo de cómo nacen los mitos;de cómo la inofensiva creación de una chica retirada y tranquila puededar origen a sólidas creencias y hasta a pasiones políticas... ¡Si nosalgo de mi asombro!

—Hubo un momento—dijo Coca en tono confidencial y aunsupersticioso,—en que yo, ¡yo misma! llegué a creer en el capitánPérez... Si no es por Laura, me convenzo de que hay espectros,transmigración de almas, espiritismo, telepatía, magia,

¡todo lo que sequiera!

—El hecho es que si un historiador concienzudo revisara más adelantelos documentos y archivos del Tandil, encontraríase con una misteriosapersonalidad en el tal Pérez... ¡Y no le faltarían datos para investigarsu vida y carácter! Los diarios locales le darían entonces pormenores...Encontraría que lo ha mencionado el comisario, al pedir refuerzo de lapolicía local... En los archivos escolares habrá posiblemente algúnparte del maestro explicando la batahola aquella que armaron susdiscípulos con motivo del famoso capitán... Hasta se podía reconstruirsu retrato físico con las caricaturas del semanario cómico...

—Y con la fotografía que yo os mostré, a ti y a Vázquez—

terminótriunfalmente Coca.

—¡Cuántas convicciones, cuántas historias, reposarán sobre bases nomenos falaces!... Porque para los futuros historiadores hará plena fe ladocumentación del periodismo y de los archivos tandilenses. ¿Quiéndudaría de la tan probada existencia y hechos no menos comprobados delcapitán Pérez?...

Hubiera seguido Adolfo disertando sobre el tema, a no interrumpirlo elsirviente, con una carta que acababa de traer el correo...

Fastidiado por la interrupción y por el temor de recibir una nuevaimpertinencia o tontería de la gente del pueblo, preguntó a Laura, queentraba detrás de la carta:

—Adivina qué será... ¿Una felicitación o un anónimo?

—Esta mañana ya recibió Coca una felicitación—

repusoimperturbablemente Laura.—Ahora debe ser un anónimo.

Tomó Adolfo la carta, alegrose al reconocer la letra del sobre, y,rasgándolo con rápida mano, exclamó:

—¡Es una carta de Ignacio!

—Tiempo era de que escribiese—dijo Laura.—Veinte o más días hace queno nos daba noticias suyas.

—Cuando ha pasado tanto tiempo sin escribir—observó Adolfo,—ha de serporque está para tomarse unas vacaciones y venirnos a ver... ¡Será unafelicidad que podamos festejar con él el compromiso de Coca! Y veremoslo que diga—añadió chanceando,—porque

yo

no

me

atrevo

a

aprobarlo

sinconsultar...

Estaba escrito que Adolfo Itualde iría aquella mañana de sorpresa ensorpresa... L