Su Único Hijo by Leopoldo Alas - HTML preview

PLEASE NOTE: This is an HTML preview only and some elements such as links or page numbers may be incorrect.
Download the book in PDF, ePub, Kindle for a complete version.

¡Un ser que sea yo mismo, peroempezando de nuevo, fuera de mí, con sangre de mi sangre!

Y Bonis, llorando al pensar esto, se decía, arrimando la cabeza contrauna pared:

—Sí, sí; lo de siempre; el anhelo de toda mi vida desde que pudetenerlo: ¡el hijo!

Por su espíritu pasó como el halago de una mano de luz que le curaba,sólo con su contacto, las llagas del corazón. Sintió una emoción delegítimo contento de sí mismo ante la conciencia clara, evidente, de queen el fondo de todos sus errores, y dominándolos casi siempre, habíaestado latente, pero real, vigoroso, aquel anhelo del hijo, aquel amorsin mezcla de concupiscencia. En él lo más serio, lo más profundo, másque el amor al arte, más que el anhelo de la pasión por la pasión,siempre había sido el amor paternal... frustrado.

Y siempre lo había deseado lo mismo; su deseo tenía la forma plástica,constante, fija, de un recuerdo intenso. Siempre era el hijo; varón yuno solo; su único hijo.

Una mujer... no podía continuarle a él; él no se concebía femenino en elser que heredara su sangre, su espíritu. Tenía que ser hombre. Y unosolo; porque aquel amor que había de consagrar al hijo tenía que serabsoluto, sin rival. Amar a varios hijos le parecía a Bonis unainfidelidad respecto del primero. Sin saber lo que hacía, comparaba elcariño a mucha prole con el politeísmo. Muchos hijos era como muchosdioses. No, uno solo...; aquel, aquel de que le hablaban las entrañas,aquel que casi casi le presentaba ante los ojos, en el aire, laalucinación de sus noches sin sueño.

¿Y de dónde había de salir su único hijo?... No cabía duda; la ley erala ley, el orden el orden; no cabían sofismas del pecado: había de salirdel vientre de Emma.

Pero ¡ay, que él no merecía el hijo! No, no vendría.

Después de aquella noche del baile, origen de aquel amontonamiento social en que vivían cómicos, alemanes y gente de su casa, su Emma, eltío, él mismo; después de aquella noche en que él, si no fuera enemigode admitir intervención directa, en sus asuntos, de lo sobrenatural,hubiera visto la mano de la Providencia, la revelación del destino,¿había estado a la altura ideal de las grandes cosas que había soñado?No, de ningún modo. Había vuelto a claudicar; se había dejado arrastrarcon todos los demás a la vida fácil, perezosa, del vicio, y habíallegado a ver con embeleso a su querida en la casa, a la mesa de suesposa, y había llegado a figurarse legítimas tales abominaciones conaquella filosofía de los semiborrachos de sobremesa, que en otro tiempole parecían inspiraciones poéticas, moral artística, excepcional,privilegiada.

¡Y él era el mismo que había sentido, oyendo cantar aSerafina una canción a la Virgen, que en sus entrañas encarnaba un amordivino! ¡Él, con un misticismo estrambótico, falso, se había comparado,disparatada pero sinceramente, con la Virgen Madre!

Y cuántas veces, después, había visto las cosas de otra manera, y habíallegado a pensar:

«¡Todo es cuestión de geografía! Si yo fuese turco,todo esto sería legítimo; pues figurémonos que estamos en otras latitudes... y longitudes». Más era: en aquel instante en que hacía tantristes reflexiones, ¿estaba arrepentido? No. Estaba seguro, porque selo decía la conciencia, de que pocas horas más tarde, cuando el cuerpoestuviese repleto y la fantasía excitada por el vino y el café, y acasopor la música de Minghetti y Emma, de nuevo sería él aquel Bonifaciocorrompido, complaciente, bien hallado con la especie de amor libre quese le había metido en casa. Vendría Serafina, y mientras Minghetti yEmma continuaban sus lecciones interminables, ellos dos, Serafina y él,en el cenador de la huerta, ¡oh miseria!, ¡oh vergonzoso oprobio!,serían, como siempre, amantes; amantes de costumbre, sin la disculpa,aunque de poca fuerza, disculpa al fin, de la ceguedad de la pasión;amantes por el hábito, por la facilidad, por el pecado mismo....

¡No, no tendría el hijo! ¡Miserable! ¡No lo merecía! Renunciaba a laventura.

Pero si no la felicidad, podría tener el arrepentimiento verdadero.

¿Por qué no aspirar a la perfección moral y llegar en este camino adondese pudiera?

Entre todas las grandes cosas que se le habían ocurrido ser en estemundo, gran escritor, gran capitán (esto pocas veces, sólo de niño),gran músico, gran artista sobre todo, jamás sus ensueños le habíanconducido del lado de la santidad. Si en otro tiempo se había dicho: yaque no puedo inventar grandes pasiones, dramas y novelas, hagamos todoesto, sea yo mismo el héroe, ¿por qué no había de aspirar ahora a unheroísmo de otro género? ¿No podía ser santo?

Para artista, para escritor, le faltaba talento, habilidad. Para sersanto no se necesitaba esto.

Y el pobre Bonis, que a ratos andaba loco por casa, por calles y paseossolitarios, buscó la Leyenda de oro en la librería de su suegro, y vioque, en efecto, había habido muchos santos cortos de alcances, y no poreso menos visitados por la gracia.

Sí, eso era; se podía ser un santo sencillo, hasta un santo simple....

Dejarlo todo, ya que no tenía hijo, y seguir... ¿Seguir a quién? ¡Si élno tenía bastante fe, ni mucho menos! ¡Si dudaba, dudaba mucho, y con undesorden de ideas que le hacía imposible aclarar sus dudas y volver acreer a macha-martillo! Aquellos libracos, que había leído con avidezpara hacerse todo lo sabio posible, a fin de preparar la educación delhijo, le habían producido, en suma, una indigestión intelectual denegaciones. No era creyente... ni dejaba de serlo. Había cosas en laBiblia que no se podían tragar. Un día que oyó que los seis días delGénesis no eran días, sino épocas, aun en pura ortodoxia, sintió un granconsuelo, como si se le quitara un peso de encima, como si hubiera sidoél quien hubiera inventado lo del mundo hecho en seis días. Pero quedabalo del Arca con todas las especies de animales; quedaba la torre deBabel; quedaba el pecado, que pasaba de padres a hijos, y quedaba Josuéparando el sol..., en vez de parar la tierra. No, no podía ser: él nopodía coger su cruz, porque no era un simple como los de la Edad Media,sino un simple ilustrado, un simple de café, un simple moderno... ¡Ah,pero lo que no le faltaba era el sincero anhelo de sacrificio, deabnegación y caridad!... Hacer disparates para la mayor gloria... de loque hubiese allá arriba, le parecía muy puesto en razón, algo como unamúsica interior. Una noche leyó en la cama un libro que hablaba de unmístico medio loco, italiano, de la Edad Media, a quien llamaban eljuglar de Dios; parecía el payaso de la gloria: lleno del amor de Jesús,se reía de la Iglesia y daba por hecho que él se condenaría, perollevando al infierno su pasión divina, que nadie podía arrancarle: y eltal Jacopone de Todi, que así le llamaba el vulgo, que se reía de él yle admiraba, hacía atrocidades ridículas para que su penitencia no fueseensalzada, sino objeto de burla; y salía andando con las manos, cabezaabajo y los pies al aire; y se untaba de aceite todo el cuerpo, desnudo,y se echaba a rodar sobre un montón de plumas, que se le pegaban alcuerpo; y de esta facha salía por las calles para que los chiquillos lecorrieran....

Bonis lloraba de ternura leyendo estas hazañas del clown místico, delautor de los Laudes, después inmortalizados. Él, Bonis, no era poeta,pero con la flauta creía poder decir muchas cosas, y hasta convertirinfieles.... Pero el toque estaba en el arranque. Irse por el mundo,echar a correr, dejarlo todo, y ya que no tenía un hijo, ser un santo depueblo, un santo loco, estaba muy puesto en razón; mas ¡ay!, laconciencia le decía que no se atrevería jamás, no ya a dejarlo todo,hasta las zapatillas, y tomar su cruz; ni siquiera a dejar a su mujer....ni aun a su querida.

-XIV-

Grandes acontecimientos vinieron a sacar a Reyes de estas intermitentesveleidades místicas, que él mismo, en sus horas de sensualismoracionalista y moderado, calificaba de enfermizas. El infeliz Bonis nopudo menos de recordar un pasaje muy conocido de La Sonámbula; aquel de: ah,

del

tutto

ancor

non

sei

cancellata dal mio cuor,

(según él lo cantaba), cuando llegó la hora de despedirse de SerafinaGorgheggi; la cual, deshecha otra vez la compañía, iba con Mochicontratada al teatro de la Coruña. Aquella separación había sido unaamenaza continua, la gota amarga de la felicidad en los días y meses deciega pasión; después un dolor necesario, y hasta merecido y saludable,según pensaba el amante, lleno de remordimientos y de planes morales.Pero al llegar el momento, Bonis sintió que se trataba de toda unaseñora operación practicada en carne viva. Con toda franqueza, yexplicándolo todo satisfactoriamente por medio de una intrincada madejade sofismas, Reyes reconoció que los afectos naturales, puramente humanos, eran los más fuertes, los verdaderos, y que él era un místicode pega, y un romántico y un apasionado de verdad. ¡Ay!, separarse deSerafina, a pesar de aquella tibieza con que su espíritu la trataba dealgún tiempo a aquella parte, era un dolor verdadero, de aquellos que aél le horrorizaban, de los que le daban la pereza de padecer. ¡Era tanmolesto tener el ánimo en tensión, necesitar sacar fuerzas de flaquezapara aguantar los dolores, los reales! Y no había más remedio. Pensar entener compañía de ópera más tiempo, era absurdo. Ya todos losexpedientes inventados para retener en el pueblo a Mochi y su discípulaestaban agotados, no podían dar más de sí. Nunca se había visto, ni entiempo de la Tiplona, mientras esta fue cantante, que las partes de unacompañía permanecieran un año seguido, y algo más, en la ciudad, fueratrabajando o en huelga. Lo que se había visto era tal cual corista quese quedaba allí, casada con uno del pueblo, o ejerciendo un oficio; undirector de orquesta se había hecho vecino para dirigir una bandamunicipal...; pero tiples y tenores, nunca habían parado tantos meses:concluido el trigo, volaban. El fenómeno que ofrecían Serafina, Julio yGaetano, era tan admirable como si las golondrinas se hubieran quedado apasar un invierno entre nieve. Sólo que de las golondrinas no se hubierahecho comidilla para decir que las alimentaban los gorriones, porejemplo. Y de la larga estancia de los cómicos, contratados unastemporadas, otras no, se decían horrores. No por hacer callar a lamaledicencia, de la que nadie se acordaba, a no ser Bonis, sino porqueno había manera decorosa, ni aun medio decorosa, de continuar cubriendolas apariencias, ni tampoco recursos para seguir manteniendo los grandesgastos que causaban aquellos restos de la compañía disuelta, secomprendió la necesidad de que terminase aquel estado de cosas, como lellamaba Reyes. La empresa había perdido bastante, y sobre la empresa, esdecir, sobre el caudal mermadísimo del abogado Valcárcel, continuabancargando, más o menos directamente, las principales partes, a saber:Mochi, Serafina y Minghetti. Se presentó la ocasión de ganar la vida conel trabajo, y hubo que aprovecharla, por más que doliera a unos y aotros la despedida. Quien no transigió fue Emma. Tuvo una encerrona consu tío y mayordomo, que había sido nombrado vicepresidente de laAcademia de Bellas Artes, agregada a la Sociedad Económica de Amigos delPaís, y de aquella conferencia resultó el acuerdo, porque allí todo eranpanes prestados, de que Minghetti continuaría en el pueblo en calidad dedirector de la Sección de música en la citada Academia. El sueldo quepudieron ofrecer los señores socios al barítono no era gran cosa; peroél se dio por satisfecho, porque además pensaba dar lecciones de piano yde canto, y con esto y lo otro (y lo otro, así decía la malicia, entreparéntesis, por lo bajo) podía ir tirando, hasta que se cansara deaquella vida sedentaria, y se decidiera a admitir una de las muchascontratas que, según él, se le ofrecían desde el extranjero.

Serafina dejaba con pena el pueblo, en que había llegado casi a olvidarque era una actriz y una aventurera, para creerse una dama honrada quetenía buenas relaciones con la mejor sociedad de una capital deprovincia, y un amante fiel, dulce, manso y guapo. A Bonis le habíallegado a querer de veras, con un cariño que tenía algo de fraternal,que era a ratos lujuria y que se convertía en pasión de celosa cuandosospechaba que el tonto de Reyes podía cansarse de ella y querer a otra.Tiempo hacía que notaba en su queridísimo bobalicón despego disimulado,distracciones, cierta tendencia a huir de sus intimidades. Al principiosospechó algo de las extrañas noches de valpurgis matrimonial que tanpreocupado trajeron una temporada a Reyes; después, siguiendo la pista alos desvíos y distracciones del amante, llegó a comprender que no setrataba de otros amores, sino de ideas que a él le daban; tal vez iba avolvérsele definitivamente bobo, y no dejaba de sentir ciertoremordimiento.

«A este se le ablanda la mollera por culpa mía».

Más de una vez, en sus ligeras reyertas de amantes antiguos, pacíficos yfieles, pero cansados, oyó a Bonis hablar de la moral como un obstáculoa la felicidad de entrambos. Lo que nunca pudo sospechar Serafina fue laprincipal idea de Bonis, la del hijo; y esto era lo que en realidad leapartaba de su querida, del pecado.

Pero en la noche en que, al arrancar la diligencia de Galicia, Bonis,subiéndose de un brinco al estribo de la berlina, pudo, a hurtadillas,dar el último beso a la Gorgheggi, sintió que su pasión no había sidouna mentira artística, porque con aquel beso se despedía de un género dedelicias intensas, inefables, que no podrían volver; con aquel beso sedespedía del último vestigio de la juventud.

Entre la muchedumbre que había acudido a despedir a los cantantes, sesintió Bonis, después que desapareció el coche en la oscuridad, muysolo, abandonado, sumido otra vez en su insignificancia, en el antiguomenosprecio.

Delante de él, que volvía solo por la calle sombría adelante, solo entrela muchedumbre de sus amigos y amigas, distinguió dos bultos quecaminaban muy juntos, cogidos del brazo, según era permitido en aquellaépoca a las señoritas y a los galanes; eran Marta Körner y Nepomuceno,que se habían adelantado, huyendo la vigilancia del alemán, que nogustaba de tales confianzas. La escena de la despedida los habíaenternecido y animado; la oscuridad de las calles, alumbradas conaceite, les daba un incentivo en su misterio, y en el cuchicheo de sudiálogo se sentía el soplo de la pasión... de la pasión carnal de Nepo yde la pasión de... marido de Marta. Iban absortos en su conversación,olvidados de los que venían detrás, creyéndose a cien leguas de lagente, sin pensar en ella; levantaban a veces la voz, Martasingularmente; y Bonis, sin querer al principio, queriéndolo muy deveras después, oyó cosas interesantes.

«Había que hablar cuanto antes a Emma; había que decirle el gran secretode aquella pareja: que iban a casarse antes de un mes. Y había queajustar cuentas, separar los respectivos capitales, sin perjuicio deseguir administrando el tío el de la sobrina, hasta que ya no hubieracosa digna de mención que administrarle». Estaba perdida; no había hechomás que ir gastando, derrochando, sin enterarse jamás de que corría a laruina completa. Hablarle a ella de hipotecas, era hablarle en griego.«Pues hipoteque usted», decía, sin más idea de la hipoteca que la de serun modo de sacar ella el dinero necesario para sus locuras, cuantoantes.

—Mire usted—decía el tío a Marta (pues el lo dejaba para después dela boda)—; es una mujer que no tiene idea clara de lo que significa eltanto por ciento, y cuando le hablan de un interés muy subido, le suenalo mismo que si le hablan de un interés despreciable; para ella no haymás que el dinero que le den por lo pronto; parece así... como que sefigura que roba a los usureros, a quienes toma dinero al sabe Dioscuántos. Para aliviar estos males, he llegado yo mismo a ser el único judío para mi sobrina; yo soy, yo, quien, sin saberlo ella, porque ni lopregunta, le facilito cantidades a un módico interés.

Marta oía a Nepo con más placer que si le fuera recitando la primaveratemprana de Goëthe.

—¿De modo... que ellos van a arruinarse?

—Sí; ya no tiene remedio.

—La culpa es suya.

—Suya.... Empezó él... siguió ella... después los dos...; después todo elmundo.... Usted lo ha visto: aquella casa es un hospicio; los cómicos noshan comido un mayorazgo..., y como la fábrica va mal....

—¡Oh!, pero eso no hay que decirlo por ahí...

—No; es claro....

—Papá espera levantar el negocio; sus corresponsales le ofrecen mercadosnuevos, salidas seguras....

—Sí, sí; es claro..., pero ya será tarde para los de Reyes; nuestroesfuerzo, el que haremos con nuestro propio capital.... Marta, con elnuestro, ¿entiende usted?, sacará la fábrica a flote...; pero ya serátarde para ellos. Nuestro porvenir está en la pólvora....

Marta apretó el brazo de Nepo, y lo que siguieron hablando ya no pudooírlo Bonis.

Se quedó atrás; entró el último en su casa, adonde volvieron muchos delos que habían ido a despedir a la Gorgheggi y a Mochi, pues de allíhabía partido la comitiva. Serafina había ido al coche desde la casa deEmma, porque ésta no podía salir aquella noche; se sentía mal, y sehabían despedido en el gabinete de la Valcárcel.

Bonis se detuvo en el portal, cuando ya todos estaban arriba. ¡Quéruido! ¡Qué algazara! ¡Lo de siempre! Ya nadie se acordaba de los que sealejaban carretera arriba; como si tal cosa.

Arrastraban sillas, sonabael piano y después el taconeo de los danzantes. Bailaban.

«¡Y todo esto lo he traído yo! ¡Y bailan sobre las ruinas! ¡ Los Reyes searruinan; la casa Valcárcel truena... y el último ochavo lo gastanalegremente entre todos estos pillos y viciosos que he metido yo encasa!».

«¡Empezó él!, decía ese tunante. ¡Y tiene razón! Yo empecé, y aún debo,aún debo... lo robado. Y todo lo demás que vino después, la empresateatral..., la fábrica..., los banquetes, las jiras, los saraos..., lospréstamos a esos hambrientos y chupones..., por culpa mía, por mipasión..., que ya se extinguía, por miedo a echar cuentas, por miedo deque se descubriese mi adulterio; sí, adulterio, así se llama... yo lotoleré... lo procuré todo.... Todo es culpa mía, y l peor es lo que diceel tío: Empezó él».

Y Bonis, sin pasar del portal, mal alumbrado por un farol de aceite, secogía la cabeza con las manos.

No se determinaba a subir. Le daba asco su casa con aquella chusmadentro.

«¡Si fuera para barrerlos! Y a mí con ellos... a todos..., a todos....

»¿Cómo seguir con aquella vida, ahora sobre todo, que ni el placer, niel pecado, le arrastraba a ella?

»¡Egoísta! Como se fue tu pareja, moralizas contra los demás.

»Pero, ¿y la ruina? Cuando ese la anuncia, segura será... ¡Seremospobres! Por mí... casi me alegro...; pero es horrible... porque es porculpa mía».

Cesó de repente el ruido del baile, que sonaba sordo y continuo sobre sucabeza; después se oyeron muchos pasos precipitados en una mismadirección..., hacia el gabinete de Emma.

—¿Qué pasa?—se dijo asustado Bonis. Pensó de repente, como antaño—: Emmase ha puesto mala, y me va a echar la culpa. Se dirigió hacia laescalera, cuya puerta abrieron con estrépito desde dentro; bajando dedos en dos los peldaños, venían dos bultos: el primo Sebastián yMinghetti, que atropellaron a Bonis.

—¿Qué hay? ¿Qué sucede?—gritó, recogiendo del suelo el sombrero, el quedebía ser amo de la casa.

—¡Arriba, hombre, arriba! ¡Siempre en Babia! Emma así..., y tú fuera....

Esta frase del primo Sebastián le supo a Bonis a todo un tratado dearqueología; era del repertorio de las antigüedades clásicas de suservidumbre doméstica.

—Pero... ¿qué hay? ¿Qué tiene Emma?

—Está mala..., un síncope..., jaqueca fuerte...—dijo Minghetti—. Vamoscorriendo a buscar a D. Basilio; le llama a gritos.

—Sube, hombre; corre; te llama a ti también; nunca la vi así... Esto esgrave.... Sube, sube....

Y se lanzaron a la calle los dos emisarios, rivalizando en premura ycelo.

—Usted, al Casino; yo, a su casa—dijo Sebastián—; y cada cual echó acorrer: uno, calle arriba; otro, calle abajo.

Bonis entró temblando, como en otro tiempo. «¿Qué sería? ¿Volverían losdías horrorosos de la fiera enferma? ¡Comparados con ellos lospresentes, de relajamiento moral, le parecían ahora flores! Y enadelante, ¿qué armas tendría para la lucha? Ya no creía en la pasión,aunque tanto le estaban doliendo aquella noche sus últimas raíces; ya nocreía apenas en el ideal, en el arte...; todo era un engaño, tentacióndel pecado.... Sí: volvía su esclavitud, su afrenta, aquella vida deperro atado al pie de la cama de una loca; él ya no tendría fuerza pararesistir; con un ideal, con una pasión, lo sufría todo; sin eso... nada.Se moriría.... La enfermedad otra vez... y ahora, con la pobreza, acaso,de seguro... ¡Qué horror!... ¡Oh! No; escaparía».

Entró, pasillo adelante; todo era confusión en la casa. Las de Ferraz yuna de las de Silva corrían de un lado a otro, daban órdenescontradictorias a los criados; en el gabinete de Emma, Marta y Körnerjunto al lecho, parecían estatuas de mausoleo.

—¡Duerme!—dijo con solemnidad el padre.

—¡Silencio!—exclamó la hija, con un dedo sobre los labios.

—Pero, ¿qué ha sido?

—¡Pchs! Silencio.

—Pero (más bajo y acercándose); pero... yo quiero saber... ¿y el tío?¿Dónde está el tío?

—Se está mudando—contestó Marta en voz baja, de esas que son silbidos,más molestos que los gritos.

Reyes notó el olor de un antiespasmódico; olor de tormenta para losrecuerdos de sus sentidos.

También había cierto hedor nauseabundo.

Se aproximó más a la cama; a los pies estaba amontonada ropa blanca, deque se había despojado Emma después de metida entre sábanas, según sucostumbre. También ahora los recuerdos de los sentidos le hablaron aBonis de tristezas, y tras rápida reflexión, se sintió alarmado.

—Pero, ¿qué ha sido?—preguntó sin bajar la voz lo suficiente,olvidándose del sueño de su esposa, pensando cosas muy extrañas.

—No grite usted, hombre—dijo la alemana muy severamente.

Bonis acercó el rostro al de su mujer.

—Duerme—dijo Körner.

—¡Dios lo sabe!—pensó Bonis.

Emma, pálida, desencajada, desgreñada, con diez años, de los que habíasabido quitarse de encima, otra vez sobre las fatigadas facciones, abriólos ojos, y lo primero que hizo con ellos fue lanzar un rayo de odio yotro de espanto sobre el atribulado esposo.

—¿Qué ha sido, hija mía, qué ha sido?

Quiso hablar la enferma, y, al parecer, hasta pronunciar un discurso,porque procuró incorporarse, y extendió los brazos; pero el esfuerzo leprodujo náuseas, y Bonis, sin tiempo para retirarse un poco, corrió lamisma borrasca de que se estaba secando el tío.

Körner, discretamente, retrocedió un paso. Marta se colgó de lacampanilla en son de pedir socorro, porque no era ella hembra quedescendiese a ciertos pormenores al lado de los enfermos.

El estómago,decía ella, no es nuestro esclavo; antes bien, nos esclaviza.

Acudieron las de Ferraz, y luego Eufemia con agua, arena, toalla ycuanto fue del caso. A Bonis se le hizo comprender que apestaba, ycorrió a mudarse.

Cuando volvió al cuarto de su mujer, vio en la sala al tío, a Körner, aMarta, a las de Ferraz, a la de Silva, a Minghetti y a Sebastián.

—¿Está mejor, está sola?

Sebastián respondió casi de limosna:

—No: está con ella D. Basilio.

Antes de decidirse a entrar en el gabinete, Bonis consultó con la miradaal concurso. Vio algo extraño en ellos: parecían menos alarmados y comollenos de curiosidad maliciosa. Había allí sorpresa, incertidumbre, nosusto ni temor a un peligro.

—¿Pasa algo? ¿Qué pasa?—preguntó anhelante, con la cara de lástima queponía cuando acudía en vano a implorar sentimientos tiernos, de caridad,en sus semejantes.

—Hombre, usted puede entrar—dijo Körner—; al fin es el marido.

Bonis entró. D. Basilio, correcto en el vestir, como siempre, de colorde manteca el gabán entallado; sonriente; de expresión espiritual boca ymirada, dejaba pasar una tormenta de espanto y rebeldía contra losdesignios de la naturaleza a que se entregaba Emma, que se apretaba lacabeza desgreñada con las manos crispadas, y llamaba a Dios de tú y conun tono que parecía de injuria.

—¡Dios mío! ¿Qué es esto?—preguntó Bonis espantado, con las manos encruz, frente al médico.

—Pues, nada; que su mujer de usted... está nerviosísima, y ha tomado amal una noticia que yo creí que la llenaría de satisfacción y legítimoorgullo....

—¡Calle usted, Aguado! ¡No se burle de mí! ¡No estoy para bromas! ¡Diosmío! ¡Qué va a ser de mí! ¡Qué atrocidad! ¡Qué barbaridad! ¡Qué va a serde mí!... ¡Dios de Dios! Y a estas horas...

yo me voy a morir... defijo... de fijo... me lo da el corazón. ¡Yo no paro, no paro, noparo!...

—¿Delira?—gritó Bonis con horror.

—¿Por qué?

—Como dice... que no para... no para....

—No; no dice eso—y D. Basilio se interrumpió para reír con todasinceridad—. Lo que dice es que no pare, no pare.... Pero ya verá ustedcómo en su día, aún lejano, damos a luz un robusto infante.

—¡Alma mía!—exclamó Reyes comprendiendo de repente, más que por lasseñas que tenía delante, por una voz de la conciencia que le gritó en elcerebro: «Se fue ella, y viene él; no quería venir hasta hallar solo tucorazón para ocuparlo entero. Se fue la pasión y viene el hijo».

Se lanzó a estrechar en sus brazos la cabeza de su esposa; pero esta lerecibió con los puños, que, rechazándole con fuerza, le hicieron perderel equilibrio y casi caer sobre don Basilio.

—¡Nerviosa, nerviosísima!—dijo el médico, disimulando el dolor de uncallo que le había pisado aquel calzonazos.

Empezaron las explicaciones.

Emma, con verdadero pánico, se agarraba, como un náufrago a una tabla, ala esperanza de que aquello era imposible.

Aguado, con estadísticas que no necesitaba ir a buscar fuera de suclientela, demostraba que imposibles de aquella clase le habían hechopasar a él muchas noches en claro. Y sin ir más lejos, citaba a la deFulano y a la de Mengano, que se habían descolgado con una criaturadespués de años y años de esterilidad, en rigor aparente. «¡Oh, losmisterios de la naturaleza!».

«Pero, ¿no la habían asegurado a ella, tantos años hacía, cuando el malparto, cuando quedó medio muerta, con las entrañas hechas una lástima,que ya no pariría nunca, que aquello se había acabado, que no sé qué dela matriz?».

—Sí habrán dicho, señora; pero in illo tempore yo no tenía el honor decontar a usted en el número de