de
aquel
que,
¡pobre
de
él!
te vio en tu día
nupcial, cuando tu
frente
se
cubría de ese rubor
invencible, a pesar
de
que
estuvieras rodeada
de dicha y que el
mundo
no fuera sino amor
ante ti!
1827.
LOS ESPÍRITUS DE LOS MUERTOS
——
Tu
alma
se
encontrará
sola,
cautiva
de
los
negros
pensamientos de la
gris piedra tumbal;
ninguna persona te
inquietará en tus
horas
de
recogimiento.
——
Quédate
silenciosamente en
esa soledad que
no es abandono,—
porque
los
espíritus de los
muertos
que
existieron
antes
que tú en la vida,
te alcanzarán y te
rodearán
en
la
muerte,—y
la
sombra
proyectada
sobre
tu cara obedecerá
a su voluntad; por
lo
tanto,
permanece
tranquilo.
——
Aunque serena, la
noche fruncirá su
ceño,
y las estrellas, de
lo alto de sus
tronos
celestes,
no bajarán más sus
miradas con un
resplandor
parecido al de la
esperanza que se
concede
a
los mortales; pero
sus órbitas rojas,
desprovistas
de todo rayo, serán
para tu corazón
marchito
como
una
quemadura, como
una
fiebre
que querrá unirse a
ti para siempre.
——
Ahora, te visitan
pensamientos que
no
ahuyentarás
jamás;
ahora
surgen
ante
ti
visiones
que
no
se
desvanecerán
jamás; jamás ellas
dejarán
tu espíritu, pero se
fijarán como gotas
de rocío sobre la
hierba.
——
La
brisa,—esa
respiración
de
Dios,—reposa
inmóvil,
y
la
bruma
que
se
extiende como una
sombra sobre la
colina,—como una
sombra
cuyo
velo no se ha
desgarrado
todavía,—resulta
así
un símbolo y un
signo. Como logra
permanecer
suspendida a los
árboles, ese es el
misterio
de los misterios!
1827.
LA ROMANZA
——
¡Oh romanza que
gustas cantar, la
frente
adormecida y las
alas
plegadas,
entre
las
hojas
verdes agitadas a
lo
lejos
sobre
algún
lago
umbrío, tú has sido
para
mí
un
papagayo
de
vivos colores, un
pájaro
muy
familiar;
tú
me has enseñado a
leer mi alfabeto, a
balbucear
todas mis primeras
palabras, mientras
que,
niño
de
mirada sagaz, me
hundía en huraños
bosques.
——
En estos últimos
tiempos, el eterno
Cóndor
de los tiempos ha
estremecido de tal
modo
mi
cielo hasta en sus
alturas,
agrandando
el
tumulto
producido por el
pasaje y la huida
de
los años, y tengo
tan
obstinadamente los
ojos
fijos
en
el
inquietante
horizonte, que no
me
queda tiempo para
mis dulces ocios.
EL REINO DE LAS HADAS
——
Valles
oscuros,
torrentes umbríos,
bosques
nebulosos en los
cuales nadie puede
descubrir
las formas a causa
de las lágrimas que
gota
a
gota se lloran de
todas partes! Allá,
lunas
desmesuradas
crecen y decrecen,
siempre,
ahora,
siempre, a cada
instante
de
la
noche, cambiando
siempre de lugar, y
bajo el hálito de
sus
faces
pálidas
ellas
oscurecen
el
resplandor de las
temblorosas
estrellas. Hacia la
duodécima
hora del cuadrante
nocturno una luna
más
nebulosa que las
otras,—de
una
especie que las
hadas han probado
ser la mejor,—
desciende
hasta
bajo
el
horizonte y pone
su centro sobre
la corona de una
eminencia
de
montañas,
mientras
que
su
vasta
circunferencia
se
esparce
en
vestiduras
flotantes sobre los
caseríos, sobre las
mismas mansiones
distantes,
sobre
bosques
extraños, sobre la
mar,
sobre
los
espíritus
que
danzan, sobre cada
cosa adormecida, y
los
sepulta
completamente en
un laberinto de luz.
Y entonces, ¡cuán
profundo
es
el
éxtasis
de
ese su sueño! De
mañana, ellas se
levantan,
y
su
velo lunar vuela
por
los
cielos
mientras se agitan
como
pálido
albatros al soplo
de la tempestad
que
las
sacude
como a casi todas
las
cosas.
Pero cuando las
hadas que se han
refugiado
bajo esa luna de la
que se han servido,
por
así
decirlo, como de
una
tienda,
la
dejan, no pueden
jamás
volver
a
encontrar
abrigo.
Y
los
átomos
de ese astro se
dispersan
y
se
convierten
bien
pronto
en
una
lluvia, de la cual
las
mariposas
de esta tierra, que
buscan en vano los
cielos
y
vuelven
a
descender,—
¡criaturas
jamás
satisfechas!—nos
devuelven
partículas a veces
sobre
sus
alas
estremecidas.
1831.
EL LAGO
——
En la primavera de
mi juventud, fué
mi
destino
no frecuentar de
todo
el
vasto
mundo
sino
un solo lugar que
amaba más que
todos los otros,
tanta
era
de
amable la soledad
de su lago salvaje,
rodeado por negros
peñascos y de altos
pinos
que
dominaban
sus
alrededores.
——
Pero
cuando
la
noche tendía su
sudario
sobre
ese lugar como
sobre
todas
las
cosas,
y
se
agregaba
el místico viento
murmurando
su
melodía,
entonces,
¡oh,
entonces
se
despertaba
siempre en mí el
terror por ese lago
solitario!
——
Y sin embargo ese
terror
no
era
miedo,
sino
una
turbación
deliciosa,
un
sentimiento
que
ninguna mina de
piedras preciosas
podría inspirarme
o convidarme a
definir, ni el amor
mismo, aunque ese
amor fuera el tuyo.
——
La muerte reinaba
en el seno de esa
onda
envenenada, y en
su remolino había
una
tumba
bien hecha para
aquel que pudiera
beber
en
ella un consuelo a
su
imaginación
taciturna,
para
aquel cuya alma
desamparada
pudiera
haberse
hecho un Edén de
ese lago velado.
1827.
LA ESTRELLA DE LA TARDE
——
Era en el corazón
del verano y en
medio
de
la
noche.
Las
estrellas
marchando en sus
órbitas
brillaban con un
pálido resplandor a
través
de la luz más viva
de la fría luna,
mientras
que
ésta, rodeada de
los planetas, sus
esclavos,
lanzaba desde lo
alto de los cielos,
sus
rayos
sobre las olas.
——
Yo contemplaba su
triste
sonrisa,
demasiado
fría,
demasiado
fría para mí. Una
nube
oscura
vino
a
pasar,
semejante
a un
sudario,
y
fué
entonces que me
volví
hacia
ti,
Estrella
del
Sur, orgullosa en
tu gloria lejana. Y
ahora
me
será
más
querida
tu
luz,
porque lo que me
traes
de
más
magnificente
a
través del cielo
nocturno,
es
la
alegría
de
mi
corazón,
y
yo
prefiero
tu discreto y lejano
resplandor a esa
llama
cercana pero más
fría!
1827.
EL DÍA MÁS FELIZ
——
El día más feliz, la
hora más dichosa,
los
ha
conocido
mi
corazón agotado y
marchito;
pero
siento
que
ha
desaparecido ya mi
más alta esperanza
de orgullo y de
poderío.
——
¿He
dicho
de
poderío? Sí. Pero
desde
hace
largo tiempo, ¡ay
de mí! se han
desvanecido
los bellos ensueños
de la juventud; han
pasado
ya: dejémoslos que
se desvanezcan!
——
Y tú, orgullo, ¿qué
haré de ti ahora?
Otra
frente puede bien
heredar el veneno
que
me
has dado. Que por
lo
menos
mi
espíritu
permanezca
tranquilo.
——
El
día
más
hermoso, la hora
más feliz que mis
ojos hayan visto y
hayan podido ver
jamás,
mi más brillante
mirada de orgullo
y
de
poderío,
todo
eso
ha
existido pero ya no
existe;
yo
lo siento.
——
Y si esa esperanza
de orgullo y de
poderío
me fuera ofrecida
ahora acompañada
de
un
dolor semejante al
que experimento,
no
quisiera
revivir esa hora
brillante.
——
Porque bajo su ala
llevaba una oscura
mezcla y mientras
volaba, dejaba caer
una
esencia
todopoderosa para
consumir un alma
que
tan
bien
la
conocía.
1827.
IMITACIÓN
——
Una ola insondable
de
invencible
orgullo,
un misterio y un
sueño, tal debió
parecer
mi
primera edad. Yo
añado
que
ese
sueño
estaba
atravesado por un
pensamiento
huraño,
siempre
despierto, de seres
que han existido, y
que
mi
espíritu no hubiera
apercibido jamás si
los
hubiera
dejado
pasar cerca de mi,
bajo
mi
ensoñadora
pupila. Que ningún
otro, acá abajo,
herede esta visión
de mi espíritu, de
esos pensamientos
que a cada instante
quisiera
dominar
y que se extienden
como un hechizo
sobre
mi
alma. Porque, al
fin, esa brillante
esperanza
y
ese
tiempo
liviano se han ido,
y
mi
reposo
terrestre, me ha
dejado, él también,
con
un
suspiro, al pasar.
Entre tanto, no me
preocupo
de que él perezca
con
un
pensamiento
que
entonces amaba....!
1827.
TRADUCIDOS
POR
CARLOS ARTURO TORRES
LAS CAMPANAS
I
Por el aire se dilata
alegre
campanilleo...
Son las campanas
de
plata
del
trineo...
¡Oh, qué mundo de
alegría expresa su
melodía!
¡Qué retintín de
cristal
en
el
ambiente
glacial!
Mientras las luces
astrales
que titilan en los
cielos
se miran en los
cristales
de
los
hielos,
y sube la nota
única
como un ágil rima
rúnica
que allá en la
noche
serena
va dilatando sus
ecos por el último
confín,
y la campanilla
suena
dilín,
dilín...
¡Melodiosa
y
cristalina
suena,
suena,
suena,
suena,
suena,
suena
la nota ágil y
argentina
con
metálico
y
alegre y límpido
retintín!
II
¡Escuchad!
Un
dulce
coro
puebla
la
atmósfera
toda:
son las campanas
de
oro
de
la
boda.
¡Qué mundo de
venturanza
la
plácida nota lanza
Su voz como una
caricia
o como un suave
reproche
desgrana
en
la
calma
noche
las perlas de su
delicia.
Son
las
áureas
notas una fuente
de ledo murmullo
o el enamorado
arrullo
de
la
tórtola: la Luna
en
la
dormida
laguna
vierte
miradas de plata,
y en el éter y en las
linfas palpita la
serenata...
¡Y cómo en el aire
flota
la
áurea
nota!
¡Cómo
brota,
cual dice la dicha
ignota,
en el balsámico
efluvio de noche
primaveral!
¡Y cuán dulce y
cuán
sonoro,
—din dan, din
dan—,
es
el
coro,
—din dan, din
dan—,
de la campana de
oro,
que en su lengua
musical
celebrando está el
misterio
de
la
noche nupcial.
III
¡Turba el nocturno
sosiego
súbita alarma, y
entonces
a gran campana de
bronce
toca
a
fuego!
¡Qué
terrífica
pavura la siniestra
nota
augura!
Es
desesperado
ruego
desgarrador
y
tenaz
al rojo elemento
ciego
cada instante más
frenético,
cada
instante
más
voraz!
En