Novelas de Voltaire by 1694-1778 Voltaire - HTML preview

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DE LOS VIAGES

DE ESCARMENTADO,

ESCRITA POR ÉL PROPIO.

En la ciudad de Candía vine yo al mundo el año de 1600. Era sugobernador mi padre, y me acuerdo que un poeta ménos que mediano,aunque no fuese medianamente desaliñado su estilo, llamado Azarria,hizo unas malas coplas en elogio mio, en las quales me calificaba dedescendiente de Minos en línea recta; mas habiendo luego quitado elgobierno á mi padre, compuso otras en que me trataba de nieto dePasifae y su amante. Mal sugeto era de veras el tal Azarria, y elbribon mas fastidioso que en toda la isla habia.

Quince años tenia quando me envió mi padre á estudiar á Roma, y yollegué con la esperanza de aprender todas las verdades, porque hastaentónces me habian enseñado todo lo contrario de la verdad, según esuso en este mundo, desde la China hasta los Alpes. Monsiñor Profondo,á quien iba recomendado, era sugeto raro, y uno de los mas terriblessabios que en el mundo habia. Quísome instruir en las categorías deAristóteles, y por poco me pone en la de sus gitones: de buena melibré. Ví procesiones, exôrcismos, y no pocos robos. Decian, aunquecontra toda verdad, que la siñora Olimpia, dama muy prudente, vendiaciertas cosas que no suelen venderse. De mi edad todo esto me pareciamuy gracioso. Ocurrióle á una señora moza, y de muy suave condicion,llamada la siñora Fatelo, prendarse de mí: obsequiábanla elreverendísimo padre Puñalini, y el reverendísimo padre Aconiti,religiosos de una congregacion que ya no exîste, y los puso de acuerdoá entrámbos dándome sus favores; pero me ví á peligro de serenvenenado y excomulgado. Dexé á Roma muy satisfecho con laarquitectura de San Pedro.

Viajé por Francia, donde reynaba á la sazon Luis el justo; y loprimero que me preguntáron fué si queria para mi almuerzo un trozo delmariscal de Ancre, que habia asado la gente, y le vendian muy barato álos que querian comprar su carne para regalarse.

Era este estado un continuo teatro de guerras civiles, unas veces poruna plaza en el consejo, y otras por dos páginas de controversiasteológicas. Mas de sesenta años hacia que estaban asolados estoshermosos climas por este volcan que unas veces se amortiguaba, y otrasardia con violencia; y eso eran las libertades de la iglesia galicana.¡Ay! dixe, este pueblo es de natural apacible: ¿quién le ha sacado asíde su índole? Dice chufletas, y hace el degüello de San Bartolomé.¡Venturoso tiempo aquel en que no haga mas que decir donayres!

Pasé á Inglaterra, donde las mismas contiendas ocasionaban los mismoshorrores. Unos santos católicos, en obsequio de la iglesia, habiandeterminado volar con pólvora el rey, la familia real, y todo elparlamento, y librar la Inglaterra de tanto herege. Enseñáronme elsitio donde habia hecho quemar á mas de quinientos de sus vasallos labienaventurada reyna María, hija de Henrique octavo; y me aseguró unclérigo hiberno que fué accion de mucho mérito para con Dios: loprimero porque los quemados eran todos ingleses, y lo segundo porquenunca tomaban agua bendita, ni creían en la cueva de San Patricio;pasmándose de que aun no hubiesen canonizado á la reyna María, bienque abrigaba la esperanza de que no se tardaria en ponerla en losaltares, así que tuviera un poco de lugar el cardenal nepote.

Fuíme á Holanda, donde esperaba encontrar mas sosiego en un pueblo masflemático. Quando llegué á La Haya, estaban cortando la cabeza á unanciano venerable, y era la cabeza calva del primer ministroBarnevelt. Movido á compasion, pregunté qué delito era el suyo, y sihabia sido traydor al estado.

Mucho peor que eso, me respondió unpredicante de capa negra; que es hombre que cree que puede unosalvarse por sus buenas obras lo mismo que por la fé: y bien veis quesi se acreditaran semejantes opiniones, no podria subsistir larepública; por eso es menester leyes severas para poner freno áescándalos tan horrorosos. Díxome luego suspirando un políticoprofundo: ¡Ha, señor! este buen tiempo no ha de durar siempre; estepueblo se muestra tan zeloso por mero acaso: su verdadero carácter seinclina al abominable dogma de la tolerancia, y un dia le abrazará;cosa que me estremece. Yo empero, miéntras no llegaba esta fatal épocade indulgencia y moderacion, dexé á toda priesa un pais donde ninguncontento templaba su severidad, y me embarqué para España.

Estaba la corte en Sevilla, habian llegado los galeones, y en la mashermosa estacion del año todo respiraba abundancia y alegría. Al cabode una calle de naranjos y limones, ví un palenque inmenso rodeado degradas cubiertas de preciosos texidos. Baxo un soberbio dosel estabanel rey, la reyna, los infantes y las infantas.

Enfrente de la augustafamilia habia un trono todavía mas alto. Dixe, volviéndome á uno demis compañeros de viage: Como no esté aquel trono reservado para Dios,no sé para quien pueda ser. Oyó un grave Español estas imprudentespalabras, y me saliéron caras. Yo me figuraba que íbamos á ver untorneo ó una corrida de toros, quando subió el Inquisidor general altrono, y desde él bendixo al monarca y al pueblo.

Vino luego un exército de frayles en filas de dos en dos, blancos,negros, pardos, calzados, descalzos, con barba, imberbes, con capillapuntiaguda, y sin capilla; iba luego el verdugo; y detras, en medio dealguaciles y duques, cerca de quarenta personas cubiertas con sacosdonde habia llamas y diablos pintados. Eran estos, ó judíos que sehabian empeñado en no renegar de Moisés, ó cristianos que se habíancasado con sus comadres, ó no habian sido devotos de Nuestra Señora deAtocha, ó no habian querido dar dinero á los padres capuchinos.Cantáronse unas devotísimas oraciones, y luego fuéron quemados vivos,á fuego lento, todos los reos; con lo qual quedó muy edificada lafamilia real.

Aquella noche, quando me iba á meter en la cama, entráron dosfamiliares de la inquisicion, acompañados de una ronda bien armada;diéronme un cariñoso abrazo, y me lleváron, sin hablarme palabra, á uncalabozo muy fresco, donde habia una esterilla para acostarse, y unsoberbio crucifixo. Aquí estuve seis semanas, pasadas las quales memandó á pedir por favor el señor inquisidor que me viese con él.Estrechóme en sus brazos con paternal cariño, y me dixo que sentia muyde veras que estuviese tan mal alojado, pero que estaban ocupadostodos los quartos de aquella santa casa, y que esperaba otra vez darmemejor habitacion.

Preguntóme luego con no ménos amor, si sabia porqueestaba allí. Respondí al varon santo, que sin duda por mis pecados.Eso es, hijo mió: ¿pero por qué pecados? habladme sin rezelo. Por masque me mataba, no atinaba, hasta que la caridad del piadoso inquisidorme dió alguna luz. Acordéme al fin de mis imprudentes palabras, y nofuí condenado mas que á exercicios, la disciplina, y treinta milreales de multa. Lleváronme á dar las gracias al inquisidor general,sugeto muy afable, que me preguntó que tal me habia parecido sufiesta.

Rospondíle que era deliciosísima, y fui á dar priesa á miscompañeros á que saliésemos del pais, puesto que es tan ameno. Habianestos tenido lugar para informarse de todas las grandes proezasexecutadas por los Españoles en obsequio de la religion, y leido lasmemorias del célebre obispo de Chiapa, donde cuenta que degolláron,quemáron ó ahogáron unos diez millones de idólatras Americanos porconvertirlos á nuestra santa fé. Bien creo que pondera algo el obispo;pero aunque se rebaxe la mitad de las víctimas, todavía quedaacreditado un zelo portentoso.

Atormentábame sin cesar el ardor de viajar, y estaba resuelto áconcluir mi peregrinacion de Europa por la Turquía. Encaminéme á esta,con firme propósito de no decir otra vez mi parecer acerca de lasfiestas que viese. Estos Turcos, dixe á mis compañeros, son unospaganos que no han recibido el santo bautismo, y sin duda han de sermas crueles que los santos inquisidores; callémonos pues, miéntrasvivamos entre Moros.

Con este ánimo iba; pero quedé atónito al ver en Turquía muchos mastemplos cristianos que en la isla donde habia nacido, y hasta crecidascongregaciones de frayles, á quienes dexaban en paz rezar á la virgenMaría, y maldecir á Mahoma, unos en griego, otros en latin, y otros enarmenio. ¡Qué honrada gente son los Turcos! exclamé. Los cristianosgriegos y los latinos eran irreconciliables enemigos enConstantinopla, y se perseguían estos esclavos unos á otros comoperros que se muerden en la calle, y que separan á palos sus amos.Entónces el gran visir protegia á los Griegos: el patriarca griego meacusó de que habia cenado con el patriarca latino, y fui condenado porel diván á cien palos en la planta de los pies, que rescaté á preciode quinientos zequíes. Al otro dia ahorcáron al gran visir; y altercero su sucesor, que no fue ahorcado hasta de allí á un mes, mecondenó á la misma multa por haber cenado con el patriarca griego: desuerte que me ví en la triste precision de no freqüentar la iglesiagriega ni la latina. Por consolarme arrendé una hermosa circasiana,que era la mas cariñosa persona á solas con un hombre, y la mas devotaen la mezquita. Una noche, entre los suaves gustos de amor, exclamódándome un abrazo:

Alah, Ilah, Aláh

, que son las palabrassacramentales de los Turcos; yo pensé que fuesen las del amor, y dixecon mucho cariño:

Aláh, Ilah, Aláh

. Ha, dixo la mora, loado sea Diosmisericordioso; ya sois Turco. Respondíle que daba las gracias alSeñor que me habia dado fuerza para serlo, y creí que era muy dichoso.Por la mañana vino á circuncidarme el iman; y poniendo yo algunadificultad, me propuso el cadí del barrio, hombre de buenacomposicion, que me mandaria empalar. Por fin libré mi prepucio y mitrasero por mil zequíes, y me escapé corriendo á Persia, resuelto á nooir en Turquía misa griega ni latina, y á no decir nunca Aláh, Ilah,Aláh

en los ratos de los gustos de amor.

Así que llegué á Ispahan, me preguntáron si era del partido delcarnero negro ó del carnero blanco.

Respondí que lo mismo me daba unoque otro, con tal que fuera tierno. Se ha de notar que todavía estabadividida la Persia en dos facciones, la del carnero negro y la delblanco. Creyéron que hacia yo burla de ámbos partidos, y me encontréen un terrible compromiso á la puerta misma de la ciudad, del qualsalí pagando una buena cantidad de zequíes, por no tener que ver concarneros.

No paré hasta la China, donde llegué con un intérprete que me dixo queera el pais donde se podia vivir alegre y libre: los Tártaros que lehabian invadido todo lo ponian á sangre y fuego, miéntras que losreverendos padres jesuitas por una parte, y los reverendos padresdomínicos por otra, decian que ganaban almas para el cielo, sin quenadie lo advirtiese. Nunca se han visto convertidores mas zelosos;unos á otros se perseguían con el mas fervoroso ahinco, escribian áRoma tomos enteros de calumnias, y se trataban de infieles yprevaricadores por un alma. Habia entre ellos una horrorosa disputaacerca del modo de hacer la cortesía; los jesuitas querian que losChinos saludaran á sus padres y madres á la moda de la China, y losdomínicos que fuera á la moda de Roma. Sucedióme que los jesuítascreyéron que yo era un domínico, y le dixéron á Su Magestad Tártaraque era espía del Papa. Dió comision el consejo supremo á un primermandarín para que me arrestara; el qual mandó á un alguacil, que teniaá sus órdenes quatro corchetes, que me prendiesen, y me atasen contoda ceremonia. Conduxéronme, despues de ciento y quarentagenuflexîones, ante Su Magestad, que me preguntó si era yo espía delPapa, y si era cierto que hubiese de venir este príncipe en persona ádestronarle. Respondíle que el Papa era un clérigo de mas de setentaaños; que distaban sus estados mas de quatro mil leguas de los de suSacra Magestad Tártaro-China; que su exército era de dos mil soldadosque montaban la guardia con un para-aguas; que no destronaba á nadie,y que podia Su Magestad dormir sin miedo. Esta fué la ménos fatalaventura de mi vida, pues no hiciéron mas que enviarme á Macao, dondeme embarqué para Europa.

Fué preciso calafatear el navío en la costa de Golconda, y meaproveché de la oportunidad para ver la corte del gran Aurengzeb, dequien se contaban entónces mil portentos. Estaba este monarca en Deli,y gocé el gusto imponderable de contemplarle facha á facha el dia dela pomposa ceremonia en que recibió la celestial dádiva que le enviabael cherif de la Meca, y era la escoba con que se habia barrido lasanta casa, la

caaba

, la

belh-Alah

: escoba que es el símbolo quealimpia todas las suciedades del alma. Parece que no la necesitabaAurengzeb, que era el varon mas religioso de todo el Indostan, puestoque habia degollado á uno de sus hermanos, y dado veneno á su padre, yhabia hecho perecer en un patíbulo á veinte rajaes y otros tantosomraes; pero no queria decir eso nada, y no se hablaba de otra cosaque de su devocion, á la qual la de ningun otro era comparable, comono fuese la de la sacra magestad, del serenísimo emperador deMarruecos, Mulcy Ismael, el qual cortaba unas quantas cabezas todoslos viernes, despues de hacer oracion.

No articulé yo palabra, que me habian escarmentado los viages, y sabiaque no era juez competente para fallar entre estos dos augustossoberanos. Confieso empero que un francés mozo, con quien estabaalojado, faltó al respeto debido á los emperadores de Indias y deMarruceos, diciendo con mucha imprudencia que en Europa habiasoberanos muy píos que gobernaban con acierto sus estados, yfreqüentaban tambien las iglesias, sin quitar por eso la vida á suspadres y hermanos, ni cortar la cabeza á sus vasallos.

Nuestrointérprete dio cuenta en lengua india de las expresiones impías deeste mozo. Instruido yo con lo que en otras ocasiones me habiasucedido, mandé ensillar mis camellos, y me fui con el francés. Luegosupe que aquella misma noche habian venido á prendernos los oficialesdel gran Aurengzeb; y no habiendo encontrado mas que al intérprete,fue este ajusticiado en la plaza mayor, confesando sin lisonja todoslos palaciegos que era muy justa su muerte.

Quedábame por ver la Africa para disfrutar de todas las delicias denuestro hemisferio, y con efecto la ví.

Unos corsarios negrosapresaron mi embarcacion. Quejóse amargamente mi patron, y lespreguntó por qué violaban las leyes de las naciones. Fuéle respondidopor el capitán negro: Vuestra nariz es larga, y la nuestra chata;vuestro cabello es liso, y nuestra lana riza; vuestra cutis es decolor ceniciento, y la nuestra de color de ébano; por consiguiente, envirtud de las sacrosantas leyes de naturaleza, siempre debemos serenemigos. En las ferias de Guinea nos compráis, como si fuéramosacémilas, para forzarnos á que trabajemos en no sé qué faenas tanpenosas como ridiculas; á vergajazos nos haceis horadar los montespara sacar una especie de polvo amarillo que para nada es bueno, y queno vale, ni con mucha, un cebollino de Egipto. Así quando osencontramos nosotros, y podemos mas, os obligamos á que labreisnuestras tierras, y de lo contrario os cortamos las narices y lasorejas.

No habia réplica á tan discreto razonamiento. Fuí á labrar el campo deuna negra vieja por conservar mis orejas y mi nariz, y al cabo de unaño me rescatáron. Habiendo visto todo quanto bueno, hermoso yadmirable hay en la tierra, me determiné á no ver mas que mis diosespenates: me casé en mi pais, fuí cornudo, y ví que era la mas gratacondicion de la vida humana.

Fin de los viages de Escarmentado

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MICROMEGAS,

HISTORIA FILOSOFICA.

* * * * *

CAPITULO PRIMERO.

Viage de un morador del mundo de la estrella Sirio al planeta deSaturno

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Habia en uno de los planetas que giran en torno de la estrella llamadaSirio, un mozo de mucho talento, á quien tuve la honra de conocer enel postrer viage que hizo á nuestro mezquino hormiguero. Era su nombreMicromegas, nombre que cae perfectamente á todo grande, y tenia ocholeguas de alto; quiero decir veinte y quatro mil pasos geométricos decinco piés de rey.

Algún algebrista, casta de gente muy útil al público, tomará á estepaso de mi historia la pluma, y calculará que teniendo el Señor DonMicromegas, morador del pais de Sirio, desde la planta de los piés alcolodrillo veinte y quatro mil pasos, que hacen ciento y veinte milpiés de rey, y nosotros ciudadanos de la tierra no pasando por locomún de cinco piés, y teniendo nuestro globo nueve mil leguas decircunferencia, es absolutamente indispensable que el planeta dóndenació nuestro héroe tenga cabalmente veinte y un millones yseiscientas mil veces mas circunferencia que nuestra tierra. Pues nohay cosa mas comun ni mas natural; y los estados de ciertosprincipillos de Alemania ó de Italia, que pueden andarse en mediahora, comparados con la Turquía, la Rusia, ó la América española, sonuna imágen, todavía muy distante de la realidad, de las diferenciasque ha establecido la naturaleza entre los seres.

Es la estatura de Su Excelencia la que llevamos dicha, de dondecolegirán todos nuestros pintores y escultores, que su cuerpo podiatener unos cincuenta mil piés de rey de circunferencia, porque es muybien proporcionado. Su entendimiento es de los mas perspicaces que sepuedan ver; sabe una multitud de cosas, y algunas ha inventado: apénasrayaba con los doscientos y cincuenta años, siendo estudiante en elcolegio de jesuitas de su planeta, como es allí estilo comun, adivinópor la fuerza de su inteligencia mas de cincuenta proposiciones deEuclides, que son diez y ocho mas que hizo Blas Pascal, el qualhabiendo adivinado, segun dice su hermana, treinta y dos jugando,llegó á ser, andando los años, harto mediano geómetra, y malísimometafísico. De edad de quatrocientos y cincuenta años, que no haciamas que salir de la niñez, disecó unos insectos muy chicos que nollegaban á cien piés de diámetro, y se escondían á los microscopiosordinarios, y compuso acerca de ellos un libro muy curioso, pero quele traxo no pocos disgustos. El muftí de su pais, no ménos cosquillosoque ignorante, encontró en su libro proposiciones sospechosas,mal-sonantes, temerarias, heréticas, ó que olian á heregía

, y lepersiguió de muerte: tratábase de saber si la forma substancial de laspulgas de Sirio era de la misma naturaleza que la de los caracoles.Defendióse con mucha sal Micromegas; se declaráron las mugeres en sufavor, puesto que al cabo de doscientos y veinte años que habia duradoel pleyto, hizo el muftí condenar el libro por calificadores que ni lehabian leido, ni sabian leer, y fue desterrado de la corte el autorpor tiempo de ochocientos años.

No le afligió mucho el salir de una corte llena de enredos y chismes.Compuso unas décimas muy graciosas contra el muftí, que á este no leimportáron un bledo, y se dedicó á viajar de planeta en planeta, paraacabar de perfeccionar su razon y su corazon, como dicen. Los queestán acostumbrados á caminar en coche de colleras, ó en silla deposta, se pasmarán de los carruages de allá arriba, porque nosotros,en nuestra pelota de cieno, no entendemos de otros estilos que losnuestros. Sabia completamente las leyes de la gravitacion y de lasfuerzas atractivas y repulsivas nuestro caminante, y se valia de ellascon tanto acierto, que ora montado en un rayo del sol, ora cabalgandoen un cometa, andaban de globo en globo él y sus sirvientes, lo mismoque revolotea un paxarillo de rama en rama. En poco tiempo hubocorrido la vía láctea; y siento tener que confesar que nunca pudocolumbrar, por entre las estrellas de que está sembrada, aquelhermosísimo cielo empíreo, que con su anteojo de larga vista descubrióel ilustre Derham, teniente cura [Footnote: Sabio Inglés, autor de laTeología astronómica, y otras obras, en que se esfuerza á probar laexîstencia de Dios por la contemplacion de las maravillas de lanaturaleza.]. No digo yo por eso que no le haya visto muy bien elSeñor Derham; Dios me libre de cometer tamaño yerro; mas al caboMicromegas se hallaba en el país, y era buen observador: yo no quierocontradecir á nadie.

Despues de muchos viages llegó un dia Micromegas al globo de Saturno;y si bien estaba acostumbrado á ver cosas nuevas, todavía le paróconfuso la pequeñez de aquel planeta y de sus moradores, y no pudoménos de soltar aquella sonrisa de superioridad que los mas cuerdos nopueden contener á veces. Verdad es que no es Saturno mas grande quenovecientas veces la tierra, y los habitadores del pais son enanos deunas dos mil varas, con corta diferencia, de estatura. Rióse alprincipio de ellos con sus criados, como hace un músico italiano de lamúsica de Lulli, quando viene á Francia; mas era el Sirio hombre derazon, y presto reconoció que podia muy bien un ser que piensa notener nada de ridículo, puesto que no pasara de seis mil piés suestatura. Acostumbróse á los Saturninos, despues de haberlos pasmado,y se hizo íntimo amigo del secretario de la academia de Saturno,hombre de mucho talento, que á la verdad nada habia inventado, peroque daba muy lindamente cuenta de las invenciones de los demas, y quehacia regularmente coplas chicas y cálculos grandes. Pondré aquí, parasatisfaccion de mis lectores, una conversacion muy extraña que con elseñor secretario tuvo un dia Micromegas.

CAPITULO II.

Conversacion del morador de Sirio con el de Saturno

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Acostóse Su Excelencia, acercóse á su rostro el secretario, y dixoMicromegas: Confesemos que es muy varia la naturaleza. Verdad es, dixoel Saturnino; es la naturaleza como un jardin, cuyas flores…. Ha,dixo el otro, dexaos de jardinerías. Pues es, siguió el secretario,como una reunion de rubias y pelinegras, cuyos atavíos….. ¿Qué meimportan vuestras pelinegras? interrumpió el otro. O bien como unagalería de quadros, cuyas imágenes…… No, Señor, no, replicó elcaminante, la naturaleza es como la naturaleza. ¿A qué diablos andaisbuscando esas comparaciones? Por recrearos, respondió el secretario.Si no quiero yo que me recreen, lo que quiero es que me instruyan,repuso el caminante. Decidme lo primero quantos sentidos tienen loshombres de vuestro globo. Nada mas que setenta y dos, dixo elacadémico, y todos los dias nos lamentamos de tanta escasez; quenuestra imaginacion se dexa atras nuestras necesidades, y nos pareceque con nuestros setenta y dos sentidos, nuestro anulo, y nuestrascinco lunas, no tenemos lo suficiente; y es cierto que no obstantenuestra mucha curiosidad y las pasiones que de nuestros setenta y dossentidos son hijas, nos sobra tiempo para aburrirnos. Bien lo creo,dixo Micromegas, porque en nuestro globo tenemos cerca de milsentidos, y todavía nos quedan no sé qué vagos deseos, no sé quéinquietud, que sin cesar nos avisa que somos chica cosa, y que hayotros seres mucho mas perfectos. He hecho algunos viages, y he vistootros mortales muy inferiores á nosotros, y otros que nos son muysuperiores; mas ningunos he visto que no tengan mas deseos queverdaderas necesidades, y mas necesidades que satisfacciones. Acasollegaré un dia á un pais donde nada haga falta, pero hasta ahora no hepodido saber del tal pais. Echáronse entónces á formar conjeturas elSaturnino y el Sirio; pero despues de muchos raciocinios no ménosingeniosos que inciertos, fué forzoso volver á sentar hechos. ¿Quantotiempo vivís? dixo el Sirio. Ha, muy poco, replicó el hombrecillo deSaturno. Lo mismo sucede en nuestro pais, dixo el Sirio, siempre nosestamos quejando de la cortedad de la vida. Menester es que sea estauniversal pension de la naturaleza. ¡Ay! nuestra vida, dixo elSaturnino, se ciñe á quinientas revoluciones solares (que vienen á serquince mil años, ó cerca de ellos, contando como nosotros). Ya veisque eso casi es morirse así que uno nace: es nuestra exîstencia unpunto, nuestra vida un momento, nuestro globo un átomo; y apénasempieza uno á instruirse algo, quando le arrebata la muerte, ántes deadquirir experiencia. Yo por mí no me atrevo á formar proyectoninguno, y me encuentro como la gota de agua en el inmenso océano; ylo que mas sonroxo me causa en vuestra presencia, es contemplar quanridícula figura hago en este mundo. Replicóle Micromegas: Si nofuérais filósofo, tendria, rezelo de desconsolaros, diciéndoos que esnuestra vida setecientas veces mas dilatada que la vuestra; pero biensabeis que quando se ha de restituir el cuerpo á los elementos, yreanimar baxo distinta forma la naturaleza, que es lo que llamanmorir; quando es llegado, digo, este momento de metamorfósis, pocoimporta haber vivido una eternidad ó un dia solo, que uno y otro es lomismo. Yo he estado en paises donde viven las gentes mil veces mas queen el mio, y he visto que todavía se quejaban; pero en todas partes seencuentran sugetos de razon, que saben resignarse, y dar gracias alautor de la naturaleza, el qual con una especie de maravillosauniformidad ha esparcido en el universo las variedades con unaprofusion infinita.

Así por exemplo, todos los seres que piensan sondiferentes, y todos se parecen en el don de pensar y desear. En todaspartes es la materia extensa, pero en cada globo tiene propiedadesdistintas. ¿Quantas de estas propiedades tiene vuestra materia? Sihablais de las propiedades sin las quales creemos que no pudierasubsistir nuestro globo como él es, dixo el Saturnino, no pasan detrescientas, conviene á saber la extension, la impenetrabilidad, lamobililad, la gravitacion, la divisibilidad, etc. Sin duda, replicó elcaminante, que basta ese corto número para el plan del criador envuestra estrecha habitacion, y en todas cosas adoro su sabiduría,porque si en todas veo diferencias, tambien contemplo en todasproporciones.

Vuestro globo es chico, y tambien lo son sus moradores;teneis pocas sensaciones, y goza vuestra materia de pocas propiedades:todo eso es disposicion de la Providencia. ¿De qué color es vuestrosol bien exâminado?

Blanquecino muy ceniciento, dixo el Saturnino, yquando dividimos uno de sus rayos, hallamos que tiene siete colores.El nuestro tira á encarnado, dixo el Sirio, y tenemos treinta y nuevecolores primitivos. En todos quantos he exâminado, no he hallado unsol que se parezca á otro, como no se vé en vuestro planeta una caraque no se diferencie de todas las demás.

Despues de otras muchas qüestiones análogas, se informó de quantassubstancias distintas se conocian en Saturno, y le fué respondido quehabia hasta unas treinta: Dios, el espacio, la materia, los seresextensos que sienten, los seres extensos que sienten y piensan, losseres que piensan y no son extensos, los que se penetran, y los que nose penetran, etc. El Sirio, en cuyo planeta hay trescientas, y quehabia en sus viages descubierto hasta tres mil, dexó extraordina-riamente asombrado al filósofo de Saturno. Finalmente, habiéndosecomunicado uno á otro casi todo quanto sabian y muchas cosas que nosabian, y habiendo discurrido por espacio de toda una revolucionsolar, se determináron á hacer juntos un corto viage filosófico.

CAPITULO III.

Viage de los dos habitantes de Sirio y Saturno

Ya estaban para embarcarse nuestros dos caminantes en la atmósfera deSaturno con muy decente provision de instrumentos de matemáticas,quando la dama del Saturnino, que lo supo, le vino á dar amargasquejas.

Era esta una morenita muy agraciada, que no tenia mas que mily quinientas varas de estatura, pero que con sus gracias reparaba lochico de su cuerpo. ¡Ha cruel! exclamó, despues que te he resistidomil y quinientos años, quando apénas me habia rendido, no habiendopasado arriba de cien años en tus brazos, ¡me abandonas por irte áviajar con un gigante del otro mundo! Anda, que no eres mas que uncurioso, y nunca has estado enamorado; que si fueras Saturninolegítimo, mas constante serias. ¿Adonde vas? ¿qué quieres?

ménoserrantes son que tú nuestras cinco lunas, y ménos mudable nuestroanulo. Esto se acabó; nunca mas he de querer. Abrazóla el filósofo,lloró con ella, puesto que filósofo; y la dama, despues de habersedesmayado, se fué á consolar con un petimetre.

Partiéronse nuestros dos curiosos, y saltáron primero al anulo queencontráron muy aplastado, como lo ha adivinado un ilustre habitantede nuestro glóbulo; y desde allí anduviéron de luna en luna. Pasó uncometa por junto á la última, y se tiráron á él con sus sirvientes ysus instrumentos. Apénas hubiéron andado ciento y cincuenta millonesde leguas, se topáron con los satélites de Júpiter. Apeáronse en esteplaneta, donde se detuviéron un año, y aprendiéron secretos muycuriosos, que se habrian dado á la imprenta, si no hubiese sido porlos señores inquisidores que han encontrado proposiciones algo durasde tragar; pero yo logré leer el manuscrito en la biblioteca delIlustrísimo Señor Arzobispo de … que me permitió registrar suslibros, con toda la generosidad y bondad que á tan ilustre preladocaracterizan.

Volvamos empero á nuestros caminantes. Al salir de Júpiter,atravesáron un espacio de cerca de cien millones de leguas, ycosteáron el planeta Marte, el qual, como todos saben, es cinco vecesmas pequeño que nuestro glóbulo; y viéron dos lunas que sirven á esteplaneta, y no han podido descubrir nuestros astrónomos. Bien sé que elabate Ximenez escribirá con mucho donayre contra la existencia dedichas lunas, mas yo apelo á los que discurren por analogía; todosexcelentes filósofos que saben muy bien que no le seria posible áMarte vivir sin dos lunas á lo ménos, estando tan distante del sol.Sea como fuere, á nuestros caminantes les pareció cosa tan chica, quese temiéron no hallar posada cómoda, y pasáron adelante como hacen doscaminantes quando topan con una mala venta en despoblado, y siguenhasta el pueblo inmediato.

Pero luego se arrepintiéron el Sirio y sucompañero, que anduviéron un largo espacio sin hallar albergue.

Alcabo columbráron una lucecilla, que era la tierra, y que pareció muymezquina cosa á gentes que venian de Júpiter. No obstante, rezelandoarrepentirse otra vez, se determináron á desembarcar en ella. Pasároná la cola del cometa, y hallando una aurora boreal á mano, se metiérondentro, y aportáron en tierra á la orilla septentrional del marBáltico, á cinco de Julio de mil setecientos treinta y siete.

CAPITULO IV.

Que da cuenta de lo que les sucedió en el globo de la tierra

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Habiendo descansa