Memoria Histórica, Geográfica, Política y Económica Sobre la Provincia de Misiones de Indios Guaranís by Gonzalo de Doblas - HTML preview

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Hasta ahora he referido a usted sencillamente el modo con que segobiernan estos pueblos sin manifestarle las vejaciones, opresiones yviolencias que sufren los naturales, todo ello consecuencia precisa dela comunidad a que viven sujetos; materia es ésta de tanta consideraciónque debiera tratarse por otra pluma más elocuente que la mía, peroescribo solamente para usted, que sabrá poner en mejor orden lo que yodesaliñadamente le noticiare. Volveré a tomar el hilo desde elprincipio, para su mayor claridad e inteligencia.

Puesto el gobierno particular de cada pueblo a cargo de un administradorsecular que cuidase de la temporalidad, y de dos religiosos quedoctrinasen a los indios, les administrasen los santos sacramentos yatendiesen a la dirección de sus almas, se dividió el mando, que antesestaba en una sola persona que cuidaba de lo espiritual y temporal.Estos religiosos fueron elegidos y nombrados conforme se encontraron;los más eran muy mozos, y sin prudencia ni conocimiento. Los indios,acostumbrados a obedecer solamente a sus curas, miraban al principio conindiferencia cuanto los administradores les dictaban, de modo que nadase hacía sin consultarlo primero al padre. De estos principios nacieronlas grandes discordias entre curas y administradores, y quecontribuyeron en gran parte a la ruina de los pueblos, como se queja donFrancisco Bruno de Zavala en la representación que hizo a Su Majestad elaño de 1774. Los curas se hicieron dueños de las casas principales,nombradas colegios, no permitiendo vivir en ellas a los administradores;lo mismo hicieron con las huertas y sus frutales, de todo pretendíandisponer a su arbitrio; y como los indios estaban de su parte conseguíancuanto se les antojaba.

Procurose poner remedio a estas imprudentespretensiones de los religiosos con algunas providencias de gobierno,pero no se adelantaba un paso en ello sin ocasionar a los indios muchasvejaciones y molestias; porque, adictos siempre a obedecer a losreligiosos, y no cesando éstos de influirles máximas contrarias a lapaz, era preciso usar del rigor con ellos para sujetarlos al gobierno.

Consiguiose al fin el hacer conocer a los indios que sólo en las cosasconcernientes a su salvación debían prestar atentos oídos a sus curas, yen lo demás a sus administradores; pero no por esto cesaron lasdiscordias entre administradores y curas, porque, como unos y otrosviven en una misma casa y con cierta dependencia en sus funciones, jamásse conformaban en sus distribuciones. Los curas querían que los indiosasistiesen todos los días a la misa y al rosario, a la hora que se lesantojaba, que muchas veces era bastante intempestiva; losadministradores se lo impedían, unas veces con razón y otras sin ella, ylo que resultaba era que el cura mandaba azotar a los que obedecían aladministrador, y el administrador a los que obedecían al cura; y unos yotros castigos se ejecutaban en los miserables indios, sin más culpa queobedecer al que les acomodaba mejor el obedecer; hasta los mismoscorregidores y cabildantes no estaban libres de estas vejaciones, que nopocas veces se vieron apaleados y maltratados de los curas yadministradores, sin saber a qué partido arrimarse. Esta persecución noes tanta en el día, y, aunque una y otra vez se experimenta, no es contanto escándalo.

Por motivos menores y particulares se encendían cada día, y aún seencienden, grandes incomodidades entre curas y administradores; como lospueblos tienen obligación de alimentar a los curas, y esto corre a cargode los administradores, éstos, estando enemistados como regularmentesucede, tienen ocasión de vengarse del cura haciéndole esperar, dándolelo peor y escaso, y por otros medios dictados por el espíritu devenganza.

Bien es que no siempre tienen razón los curas para quejarse,pues solicitan que la comida sea con tanta abundancia que les sobre paradar de comer, además de los muchachos que les sirven, a seis u ocho quesuelen agregárseles.

Como en los pueblos no hay maestros de oficios que trabajen para el quequiera comprarles su obra, ni aun se puede conchabar un peón sin darcuenta al administrador, porque todos están sujetos a la comunidad, nilos indios saben vender su trabajo, ni hay cómo suplirse de las precisasnecesidades, la práctica que se observa es: si uno de los empleadostiene necesidad de un par de zapatos, llama al zapatero, le da losmateriales y le dice le haga zapatos; él los hace y los trae, y si ledan algo lo recibe, y si no se va sin pedir nada; lo mismo sucede contodas las demás necesidades. Si el cura ocupa al zapatero o a otro, yestá mal con el administrador, si éste lo sabe, inmediatamente lodespacha a los trabajos de comunidad, para que retarde o no haga laobra; luego lo sabe el cura, y está armada la zambra, y de todas lasresultas las paga el indio o los indios, a los que se persiguen porqueotros los protegen.

Aunque en las ordenanzas se previene que para el servicio de la iglesiase destine un sacristán y tres cantores, lo que se practica es que enestos ministerios se ocupan dos sacristanes mayores con otros tres ocuatro menores y diez o doce muchachos para acólitos, con más unainfinidad de músicos, que, aunque estos últimos no dejan de ocuparse enotras cosas, siempre es preciso tener algunos a mano para lo que seofrezca; y no estando prontos, o pareciéndole al cura pocos los queacuden, ya hay riña sobre que se tira a arruinar el culto divino.También la hay muy frecuente sobre que algunos curas quieran tenerocupados todo el día a los sacristanes y acólitos en su beneficio.

Los bienes de los indios son tratados como sus personas; distribuyéndoseéstos con la mayor escasez entre los indios necesitados, y aun enfermos,se gastan con la mayor profusión, no tan solamente entre los españolesempleados, sino también con cuantos pasajeros llegan, y que tal vez sinmotivo ninguno se detienen en los pueblos los días que quieren,facilitándoles cuantas comodidades se les antoja, lo que reciben comocosa que de justicia se les debe, y de no hacerlo así se muestranquejosos de los administradores que no los han tratado (dicen) comodeben; y aunque el gobierno ha dado algunas disposiciones sobre esto,ningún efecto han surtido.

Regularmente se tienen empleados uno o más indios para cuidar cadaespecie de frutos o efectos de los que se trabajan o benefician; pero,con todo, es increíble lo que se desperdicia y pierde, ya sea porimpericia o descuido de los mismos indios, o por abandono de losadministradores. ¿Quién creerá que llegando a 2.000, y aun a más, lasreses que se consumen cada año en un pueblo, se gasten todos los cuerosde ellas en sacos y otros ministerios? Pues ello es así, todos los dejanperderse, pudiendo con su beneficio y venta acrecentar los haberes de lacomunidad.

Lo mismo sucede con todo lo demás, sin encontrar medio pararemediarlo.

Para el administrador y los religiosos, que tiene el pueblo obligaciónde alimentar, hay ocupados dentro del colegio más de 50 personas. Austed le parecerá ponderación, pues no lo es, y si no haga usted lacuenta: para uno o dos almudes de trigo que se amasan cada día seemplean dos o tres atahoneros, donde hay atahona, que donde no la hay seemplean seis lo menos, y cuatro o seis panaderos; en la cocina lo menosse emplean seis, y, si los religiosos cocinan, apartan otros tantos; doslo menos de hortelanos, dos de aguateros, cuatro o más de refectoleros,y uno o dos cuidadores de los caballos de cada persona. Todos éstosalternan por semana con otros tantos, y ni unos ni otros trabajan parala comunidad, porque la semana libre es para ellos; a lo que agregaráusted los muchachos sirvientes, que cada uno tiene dos lo menos, y veráusted qué cuenta tan abultada saca.

Además de esto, todos los sábados hade traer cada persona un palo para la leña del consumo de la semana.

Donde también se denota la facilidad con que se disipan los bienes delos indios es en las fiestas anuales de los santos patronos de lospueblos. No baja lo que se gasta, en las más reducidas, del valor de 300a 400 pesos; y de éstos los que disfrutan menos son los indios, a losque sólo se da carne en abundancia esos días, y algún corto regalilloque se les distribuye; pero para los religiosos, administradores y otrosespañoles que concurren, como también para el gobernador o tenientes, siasisten, hay abundantes y exquisitas comidas, y regalos llamados tupambaes. Esta costumbre o abuso la hallé establecida, y sepracticaba en el tiempo de los jesuitas; y aunque desde luego me repugnóy lo di a entender, como se me encargó siguiera en todo el método de miantecesor, y vi que así en los pueblos del inmediato mando delgobernador como en los demás tenientazgos se practicaba lo mismo, notuve por conveniente el hacer yo novedad en una cosa en que tienenimbuidos a los indios, que hacen un grande obsequio al santo de aqueldía en repartir parte de sus bienes entre quienes no lo necesitan, ysería mejor los repartieran a los necesitados, y se ofenden si algunorehúsa el recibir su regalo; en fin, ello va así hasta que Dios proveade remedio.

Otros muchos males y perjuicios se les siguen a los indios, así en susbienes como en sus personas, pero por no ser tan comunes y frecuentes seomiten; pero es preciso advertir que los perjuicios referidos hastaahora, aunque tienen su origen en la sujeción a la comunidad, su aumentolo ha ocasionado la imprudencia o mala versación de algunos de los quelos administran y dirigen, y así no ha sido en todos los pueblos igualel desorden, sino en unos más que en otros. Pero los que ahora expresaréson comunes a todos los pueblos, y en mi inteligencia irremediables,aunque en todos

los

ministerios

se

empleasen

hombres

cuales

convenía;porque estos males son inseparables del estado a que están reducidos porla comunidad, y que sólo podrán libertarse de ellos con la totalextinción de aquésta.

Luego que los muchachos entran en la edad de 4 para 5 años, ya los tomaa su cargo la comunidad, la que tiene nombrados dos o más indios connombre de alcaldes y secretarios de los muchachos; éstos tienen lamatrícula de todos ellos, y cuidan de recogerlos todos los días por lamañana temprano, tal vez al alba, los llevan a la puerta de la iglesia arezar, allí los tienen hasta que se dice la misa, y después losdistribuyen a los trabajos u ocupaciones que les están señaladas, ydejando en el pueblo los aprendices de música y de primeras letras, losde los tejedores y demás oficios, conducen los restantes a carpir, o altrabajo que les tienen señalado; a las 2 o a las 3 de la tarde losvuelven a traer y los tienen juntos, hasta que, habiendo rezado elrosario en la iglesia, les permiten que se vuelvan a sus casas.

La elección de oficios o destinos que se les da a los muchachos, no es ala voluntad de sus padres, sino de los que los gobiernan o losnecesitan; para la música elige el maestro de ella los que le parecenmás a propósito; los curas emplean los que mejor les parece paraacólitos y sirvientes suyos; lo mismo en los demás oficios yocupaciones, sin que a sus padres les quede el arbitrio de repugnarlo.Pero no les causa ningún sentimiento, porque, como ellos se criaron conla misma educación, y no conocen otra, viven tan desprendidos de sushijos desde que llegan a la dicha edad que de nada cuidan de ellos, niprocuran el señalarles la doctrina cristiana y buenas costumbres, ni elalimentarlos y vestirlos. Si no vienen a casa a la hora que los sueltansus cuidadores, tampoco los solicitan ni buscan, ni aunque se huyan delpueblo hacen diligencia de buscarlos y traerlos, pues se considerandesobligados de todo, y aun se tendrían por dignos de reprensión sitomasen a su cargo aquel cuidado. Lo mismo sucede con las muchachas, lasque igualmente están al cargo de dos o más indios viejos con el mismotítulo de alcaldes y secretarios; éstas hasta los diez o doce años notienen otra ocupación que carpir, recoger algodón al tiempo de lacosecha y otras ocupaciones de agricultura correspondientes a su edad; yen llegando a dicha edad se les aplica (cuando no hay mucho que hacer enlas chacras) a que hilen, sin cuidar de darles ninguna otra enseñanza;pues, aunque la costura es tan propia de su sexo, es rara la que sabe niaun malamente coser, y estos oficios regularmente los hacen lossacristanes y músicos; en todo lo demás se practica con las muchachas lomismo que con los muchachos, hasta que se casan.

Ya usted conocerá que con esta educación es imposible el que conservenhonestidad, ni aun tengan idea de esta virtud; así pierden hasta elnativo pudor, andan con libertad por donde quieren, sin que sus padresse lo impidan, porque no tienen dominio en ellos; se prostituyen muyjóvenes, y se entregan al vicio de la incontinencia, de modo que cuandose casan ya están relajadas, y aun perdida la fecundidad, y así semenoscaba considerablemente la población.

Como en todos tiempos ha sido tan frecuente entre estos naturales elazotarlos, tienen tan perdido el horror a los azotes, tanto los quecastigan como los que son castigados, o los que los ven, que ningunamoción les causa el azotar, ser azotados o verlo ejecutar; y asícastigan con la mayor inhumanidad a las criaturas en todas lasocupaciones a que los destinan, acostumbrándolos de este modo a sufrircon la mayor indiferencia los azotes, en cualesquiera tiempo o edad.

Con esta separación o enajenamiento que padecen los padres de los hijos,y que en su imaginación la tienen tan anticipada que desde que nacen loscrían para aquel destino, no tiene lugar en ellos aquel cariño que vemosen los padres y madres que se han criado y crían a sus hijos con elrégimen y educación que se acostumbra entre los españoles; y así, aunquevean maltratar a sus hijos, se les da poco o ningún cuidado, y del mismomodo miran los hijos a sus padres, como que ni los necesitan ni esperannada de ellos.

Luego que los muchachos llegan a la edad de poderse casar, no retardanmucho el verificarlo, ya porque sus padres o el cura les dicen que secasen, o porque los estímulos de la concupiscencia les incitan a ello.Los más se casan con la que les dicen que se casen, pues hasta en estotienen tan cautiva la voluntad que no se atreven a hacer elección de laque ha de ser su mujer.

Desde que se casan, así él como ella, salen de la potestad que tenían yentran en otra. A los secretarios de hombres toca desde entonces eltener en su matrícula al varón, y los de mujeres a ella. Lo primero aque se le obliga es a formar chacra propia, y si tiene oficioregularmente lo aplican a él, si no sigue las faenas de comunidad en losdías que se destinan para ellas. A la mujer le reparten tarea como atodas, o la emplean en otras cosas, según lo dispone la comunidad.

Como estos matrimonios se efectúan sin que de parte de los contrayenteshaya precedido aquella inclinación que une las voluntades, se juntancomo dos brutos, con sólo el fin de saciar el apetito de la sensualidad;y como la comunidad dispone a su arbitrio de sus personas, nunca puedenconocer ni disfrutar de aquellas conveniencias que proporciona elmatrimonio, ni mirarlo como un vínculo que les facilita el cuidarsemutuamente para su felicidad y la de su prole, y así se miranregularmente con indiferencia hasta la muerte; en la que, cuando sucedela de alguno, tiene poco o ningún sentimiento, porque no pierden ningunaconveniencia ni bienestar.

Con la misma indiferencia que miran los maridos a sus mujeres, y éstas asus maridos, y ambos a sus hijos, y éstos a sus padres, con la mismamiran unos y otros a los bienes que han adquirido o pueden adquirir,porque éstos no les pueden servir sino de peso y embarazo, y de ningúnmodo de conveniencia.

Considere usted un indio que, desnudo de todas lasimpresiones que ha causado la educación a los demás, de genio activo ylaborioso, y que llevado de la viveza de su natural, con lasconveniencias que le facilita su pueblo de darle tierras para sembrar ybueyes para que las labren, quiere aprovecharse de la fertilidad de latierra para proporcionarse una vida cómoda, empleando su actividad enlos días que le deja libre la comunidad; que en efecto prepare un granterreno, y lo siembre de todas aquellas semillas que pueden rendirlesegún su deseo; la estación del año le favorece, y, por último, aunque acosta de muchos afanes, por verse sólo sin poder conchabar a otros quele ayuden, ni aun valerse cuando quisiera de la ayuda de su mujer,porque la comunidad la tiene ocupada, ni aun de su persona que tambiénla emplea la comunidad; por último, digo, recoge una cosecha tres ocuatro veces mayor que lo que él necesita para el sustento de su personay familia en todo el año;

¿y qué hará éste de aquellos frutos? Venderlosa otros. ¿Y

quiénes son estos otros? Los demás indios de su pueblo, o deotros pueblos. ¿Y éstos qué le darán por ellos? Nada tienen suyo, otrosfrutos semejantes a los suyos. Extraerlos fuera de la provincia nopuede, porque o no tiene cómo poderlo hacer, o son mayores los costosque su valor, con que se ve precisado o a dejarlos perder, o a darlos anecesitados. Conociendo éste por experiencia que nada le ha servido sutrabajo en aquel año, y no permitiéndole su genio el mantenerse enociosidad, determina sembrar un buen algodonal, un cañaveral y untabacal, persuadido de que el algodón, la miel o azúcar, y el tabaco sonefectos comerciables. Pónelo en ejecución como lo determina, y consigueverlo todo logrado; el algodón y la caña no dan fruto, o muy poco, elprimer año, y el tabaco es preciso, desde que comienza a sazonar hastaconcluir su beneficio, no apartarse de él ni un instante; y como éltiene que acudir a los trabajos de comunidad, lo que recogió los díasque tuvo para su utilidad se le pierde en los que dejó de atender, y alfin o no recoge nada, o recoge poco y malo. Al siguiente año, queesperaba tener algún beneficio del algodón y la caña, lo destinan depeón a la estancia o a los yerbales, o a otro paraje en que debepermanecer mucho tiempo; todo lo abandona y va a donde lo mandan,dejando todo su trabajo perdido.

Animales no puede tener ni criar, porque él no los puede cuidar siempre,por la obligación que tiene de acudir a la comunidad, ni conchabar aotros, porque todos están sujetos lo mismo.

Ahora bien, ¿qué hará este indio?, ¿y qué harán todos?, pues en poco omucho están viendo y experimentando cada día esto mismo; la respuesta esclara, desmayar, entregarse a la ociosidad y el abandono de todo, y,cuando más, contentarse con sembrar aquello poco que le parecesuficiente para su alimento, o que baste para libertarse del castigo quele darían si no sembrase, y si el año no favorece, como es poco losembrado, no les alcanza para nada lo que recogen. Así sucede y sucederáentretanto vivan como hasta aquí.

Agregue usted a esto las ideas tan bajas que tienen de sí mismos, elpoco conocimiento de la vida acomodada de los que poseen bienes, y delas distinciones y honras que éstos logran entre los demás hombres, y elno tener ambición de dejar a sus hijos herencia después de su muerte,porque de esto ni idea ni noticia tienen; y concluirá usted que denecesidad forzosa los indios han de vivir en una continua ociosidadentretanto vivan en comunidad.

Si los indios miran don indiferencia los bienes suyos propios, los decomunidad los miran con aborrecimiento, y por consiguiente el tiempo quese les emplea en beneficio de ella es lo mismo para ellos quedestinarlos para galeras. La costumbre en que se han criado, su muchasumisión y el miedo del azote son los que les hacen sujetar a ello; yasí cuesta un sumo trabajo el juntarlos y conducirlos a las faenas. Paracada ocupación es necesario nombrar un cuidador; hay cuidadores de lostejedores, de los carpinteros, de los herreros, de los cocineros, de lossacristanes, de los carniceros y, en fin, de todos los oficios.

Lo mismoes menester en los trabajos de los chacareros de todas especies; y, comotodos son indios, es preciso poner sobre estos cuidadores otros quereparen si aquéllos cumplen con su encargo. Estos segundos cuidadoresregularmente son los alcaldes y regidores, de los que se tiene la mismaconfianza, con corta diferencia, que de los primeros; y así es precisoque el corregidor cuide de hacerlos cumplir. Pero, aun con esto, espreciso que el administrador cele sobre el corregidor y todos los demáspara que hagan algo, que, por más cuidado que ponga, nunca se trabaja niaun la cuarta parte de lo que se pudiera; pues antes que salgan delpueblo dan regularmente las ocho de la mañana, y sólo a las nueve, odespués, comienzan a trabajar, lo que ejecutan como forzados. A las tresde la tarde ya dejan el trabajo y se vuelven, habiendo hecho poco más denada.

Agregue usted a esto el crecido número de personas que se quedanociosas, que cuando menos son más de la tercera parte, si no llega a lamitad, unos por empleados en cosas que no son necesarias en el colegio,otros que se fingen enfermos, otros que el corregidor y cabildantesocultan y libertan de los trabajos de comunidad para emplearlos en suschacras particulares, a más del crecido número de cuidadores, y veráusted los que quedan para trabajar, y cómo así los que trabajan y losque los cuidan no aspiran a más que a libertarse del castigo orepresión, y en pareciéndoles que han hecho lo que basta paralibertarse, ya no se mueven.

En la recogida de los frutos sucede el mismo desorden; los primeros queroban son los cuidadores, y, para que por los otros se les disimule,permiten a todos hagan lo mismo; de modo que, como son muchos, y lacosecha corta, en no habiendo mucho cuidado por parte del administradorroban cuando menos la mitad de lo que se recoge.

Pero ¿qué extraño es que así suceda si el corregidor y todos los demásde cabildo no tienen sueldo ni gratificación señalada por sus oficios?Es preciso que ellos se la proporcionen, ya sea robando a la comunidad,ya empleando clandestinamente indios en sus chacras; lo cierto es quetodos los que tienen oficios, entretanto les dura, se asean y tienen suscasas con abundancia de todo, sin que se les pueda impedir estedesorden. Porque, aunque entre todos ellos se sabe, ninguno es capaz deatreverse a denunciarles por no caer en desgracia y persecución de losque los mandan, y porque así los estrechan menos al trabajo.

La repugnancia y oposición que los indios tienen a la comunidad nace dedos principios; el uno es inseparable de toda comunidad de cualesquieraclase de gentes que se componga.

Así lo vemos en las religiones, que,como cualesquiera de sus individuos pueden excusarse sin nota de losactos de comunidad de que no esperan premio, lo hacen, y se aplican congusto de lo que conocen les ha de proporcionar adelantamientos; y elmejor prelado para ellos es el que con más profusión asiste a lacomunidad, mas que conozcan que después les ha de hacer falta. Lo mismosucede a los indios, que, como saben que de su aplicación lo que lesresulta es trabajo y no premio, siempre que pueden excusarse con algúnpretexto que los liberte del castigo, se excusan, y el mejor día paraellos es aquél en que se gasta parte de los bienes de la comunidad,aunque sea con extraños, por lo que a ellos les toca en aquella función.Parecidos en esto a los hijos de familia, que nunca están más contentosque el día en que su padre da un convite a sus amigos, que, por lo queparticipan, quisieran se repitiese todos los días, sin reflexionar quelo que el padre disipa les ha de hacer falta en sus herencias. ¿Pero,para qué me canso en símiles, cuando es patente a todo el mundo que losbienes de comunidad no los miran los individuos que la componen comopropios, sino para disiparlos, porque les falta la propiedad enparticular?

El segundo motivo que causa a los indios el aborrecimiento a suscomunidades es el ver que de los efectos y frutos más preciosos que serecogen y almacenan no tienen más parte en ellos que el haberloscultivado y recogido; ellos siembran, cultivan y benefician la caña parala miel y azúcar, lo mismo el tabaco y trigo; ellos ven o saben que deBuenos Aires mandan sal, que ellos tanto apetecen, y otros efectoscomprados con el importe de los frutos que produce su trabajo, y quetodo se guarda en los almacenes, de donde no vuelve a salir para ellos;conque no es mucho que a vista de esto desmayen y aun aborrezcan todocuanto se dirige a bien de la comunidad.

A todos los hombres nos estimulan dos motivos para obrar bien: laesperanza del premio y el miedo del castigo son los polos a que sedirige la recta razón y en los que se sustenta nuestra felicidad. Paralos indios no hay sino un polo en que estribar, que es el miedo delcastigo; conque si éste les falta nada se hace y todo da en tierra; yasí es preciso estar con el azote levantado, descargándolo continuamenteen estos infelices sin haber remedio para evitar este rigor. Y lo peores que, con pretexto de castigar las faltas de asistencia a los trabajosde comunidad, castigan el corregidor y los de cabildo a muchos sin otromotivo que el de vengar sus particulares agravios o sentimientos, que esotra opresión que padecen estos infelices.

Aunque el gobierno sabe estos desórdenes y le toca remediarlos, por másempeño que ponga no es posible conseguirlo; porque, si se reprende alcorregidor y cabildo por alguno de estos hechos, y se le quieren limitarsus facultades, éstos, por no verse segunda vez reprendidos, toleran lasfaltas que se cometen, no prestan aquella actividad que se requiere parahacer trabajar a gente forzada. Los indios conocen la falta de autoridadde su corregidor y cabildo, les pierden el miedo, que es el único motivoque les obliga a trabajar, y todo se convierte en desorden. Eladministrador se queja de que nada se hace, el corregidor se disculpacon que los indios no le obedecen, porque no le tienen miedo, y todopara en que es preciso dejar al corregidor y cabildo obrar con libertad,porque el pueblo no se pierda.

Del aborrecimiento que los indios tienen a la comunidad, de la cortaasistencia que tienen de ésta y de las vejaciones que reciben de loscorregidores y cabildos resulta la mayor parte de la deserción que seexperimenta en los pueblos; la que es tanta que se puede computar que enel día está fuera de sus pueblos cuando menos la octava parte de losnaturales que existen. Éstos están dispersos en las jurisdicciones deBuenos Aires, Montevideo, Santa Fe, Bajada, Gualeguay, Arroyo de laChina, terrenos de Yapeyú, Corrientes y Paraguay, cuyos parajes asegurantodos están llenos de indios Tapes; y muchos de los prófugos de lospueblos permanecen en esta provincia de Misiones, pasados de unospueblos a otros, en los que los tienen ocultos en sus chacras los mismosindios.

Los perjuicios que se ocasionan de estas deserciones son muchos, yalgunos de la mayor consideración. De los reales tributos se haceinverificable la recaudación; la decadencia de los pueblos, así en lapopulación, que se disminuye con la falta de ellos y de su posteridad,como en la de sus bienes, privándose del trabajo de los desertores, esconsiderable; pero lo más doloroso es el daño espiritual que seexperimenta en ellos y que pide se solicite remedio.

Los indios que se desertan llevan regularmente alguna india que no es sumujer, con la que vive como si lo fuera; y, ya salga de la provincia ose quede en ella, en todas partes pasan por casados, porque aquéllos aque se agregan, sean indios o españoles, sólo cuidan de disfrutar de sutrabajo, sin reparar en que vivan como cristianos o no. Y así niprocuran que oigan misa, ni el que se confiesen, ni que ejerciten ningúnacto de cristianos, pues saben que si los quieren obligar a ello se vana otra parte y los dejan; conque, por no privarse del servicio que leshacen, los dejan vivir como infieles.

Los que se van solos, abandonando a sus mujeres y familias, y lo mismolas indias que también se huyen solas, en cualesquiera parte que seestablecen procuran, si pueden, casarse; luego es muy creíble que estedesorden haya sido más frecuente en los años anteriores, por pococuidado de los curas de españoles en las informaciones, o por testigosfalsos que afirman la soltura; en los mismos pueblos se ha visto tambiéneste desorden. El señor Malbar en su general visita dejó proveído enforma de auto a todos los curas de españoles no pudiesen casar a ningúnindio sin dar primeramente parte a sus propios curas. De esta acertadaprovidencia se puede inferir que en el día no será tanto el exceso;pero, cuando esto no suceda, sucede el que el indio que se ahuyenta,dejando a su mujer, o la india que deja a su marido, el que permanece enel pueblo queda sin que jamás pueda tomar estado, aunque haya enviudado;porque, como se ignora dónde se halla el fugitivo, se ignora tambi