Las Inquietudes de Shanti Andia by Pío Baroja - HTML preview

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LAS INQUIETUDES DE SHANTI ANDÍA

PÍO BAROJA

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(Ilustraciones de R. Zubiaurre y R. Baroja)

NOVELA

1920

INDICE

LIBRO PRIMERO

INFANCIA

I.--Shanti se disculpa

II.--El mar antiguo

III.--Tengo que hablar de mí mismo

IV.--La casa de mi abuela

V.--La tía Úrsula

VI.--Lope de Aguirre, el traidor

VII.--El funeral de mi tío Juan

VIII.--Correrías de chico

IX.--Yurrumendi, el fantástico

X.--Las indignaciones de Shacu

XI.--El naufragio del «Stella Maris»

XII.--Nuestra gran aventura

XIII.--La gruta del Izarra

LIBRO SEGUNDO

JUVENTUD

I.--Mis primeros viajes

II.--Historia de la «Bella Vizcaína»

III.--Dolores de vanidad

IV.--La palmera y el pino

V.--Nuevas fatigas de amor

VI.--Grandeza y miseria

VII.--El paradero de Juan de Aguirre

LIBRO TERTERO

LA VUELTA AL HOGARO

I.--La herida

II.--Lúzaro y su formación

III.--La tertulia de la relojería

IV.--La playa de las Ánimas

V.--Frayburu

VI.--Bisusalde

VII.--El recado

VIII.--Urbistondo y su familia

IX.--El devocionario de Allen

X.--La cueva de la serpiente

LIBRO CUARTO

LA URCA HOLANDESA, «EL DRAGÓN»

I.--El capitán de la «Dama Zuri»

II.--NARRACION DE ITCHASO.--Los dos caminos del marino

III.--El capitán Zaldumbide

IV.--De otras personas distinguidas que formaban la tripulación de «El Dragón»

V.--Los dos Tristanes

VI.--La sublevación

VII.--Por el Pacífico

LIBRO QUINTO

JUAN MACHÍN, EL MINERO

I.--Mala noticia

II.--Días felices

III.--Una noche en Frayburu

IV.--Ardides de guerra

V.--La tempestad

VI.--Una canción pesada

VII.--Machín desaparece

LIBRO SEXTO

LA SHELE

I.--Habla el médico viejo

II.--La confesión

III.--La venta de la ternera

IV.--El final de la Shele

LIBRO SÉPTIMO

EL MANUSCRITO DE JUAN DE AGUIRRE

I.--Resolución desesperada

II.--De negrero

III.--El pontón

IV.--La evasión

V.--A la deriva

VI.--La casa hospitalaria

VII.--El odio estalla

VIII.--Patricio Allen y el tesoro de Zaldumbide

EPÍLOGO

INFANCIA

I

SHANTI SE DISCULPA

Las condiciones en que se desliza la vida actual hacen a la mayoría dela gente opaca y sin interés. Hoy, a casi nadie le ocurre algo digno deser contado. La generalidad de los hombres nadamos en el océano de lavulgaridad. Ni nuestros amores, ni nuestras aventuras, ni nuestrospensamientos tienen bastante interés para ser comunicados a los demás, ano ser que se exageren y se transformen. La sociedad va uniformando lavida, las ideas, las aspiraciones de todos.

Yo, en cierta época de mi existencia, he pasado por algunos momentosdifíciles, y el recordarlos, sin duda, despertó en mí la gana deescribir. El ver mis recuerdos fijados en el papel me daba la impresiónde hallarse escritos por otro, y este desdoblamiento de mi persona ennarrador y lector me indujo a continuar.

No tenía la menor intención de dar mis cuartillas a la imprenta; pero,cuando salió El Correo de Lúzaro, todos los amigos me instaron paraque publicase mis memorias en el periódico.

Debía colaborar en la cultura de la ciudad. Yo era uno de los puntalesde la civilización luzarense. Nos reímos en casa un poco de estoselogios y comencé a publicar mi diario en El Correo de Lúzaro y apagar periódicamente las facturas de la imprenta.

Estuve ausente de Lúzaro una semana para llevar mi segundo hijo alcolegio, y al volver de mi viaje me encontré con que El Correo habíapasado a mejor vida, y mis memorias quedaban colgadas en lo que yoconsideraba más interesante. A pesar del interés supuesto por mí, nadiese ocupó de saber su continuación, lo cual sirvió para mortificarbastante mi amor propio de literato.

Ahora, mi amigo Cincunegui se ha empeñado en que publique mi diarioíntegro. Lúzaro necesita un grande hombre; le es preciso tener unafigura presentable ante los ojos del mundo.

Desde la muerte de don Blasde Artola, el teniente de navío retirado, la plaza de hombre ilustreestá vacante en nuestro pueblo. Cincunegui excita mis sentimientosambiciosos, quiere mi encumbramiento, mi exaltación; según él, no puedodejar a mis paisanos en la orfandad en que se hallan; debo llegar alpináculo de la gloria.

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A mí, la verdad, la gloria no me entusiasma. La gloria no es para lospaíses lluviosos; tener una estatua a orillas del Mediterráneo, en unaciudad de Andalucía, de Valencia o de Italia, está bien;

¿pero qué voy ahacer yo si en premio de este libro me levantan una estatua en Lúzaro?¿Estar recibiendo constantemente la lluvia en la espalda?

No, no; soy muy reumático, y ni aun en efigie me gustaría estar asi a laintemperie.

¿Habrá que decir a mis lectores que no tengo pretensión literariaalguna? Ellos lo verán si hojean, aunque sea distraídamente, las páginasde mi libro. Estas cuartillas están escritas en distintas épocas de mivida y con diferentes estados de ánimo. El sentimiento ha sido sincero;la forma, seguramente, poco hábil. Mi público creo que no me reprocharámi falta de atildamiento.

Más que para los jóvenes críticos del casinode Lúzaro, escribo para mis amigos del Guezurrechape de Cay luce (Elmentidero del Muelle largo).

Soy un marino poco culto, un rudo marino, como dicen en los folletines ymelodramas, y de mí no hay que esperar los perfiles literarios de unprofesor de retórica.

II

EL MAR ANTIGUO

He tenido fama de indolente y optimista, de indiferente y apático. Bastaposeer una reputación cualquiera, buena o mala, para que las personasconocidas por uno vayan poniendo su piedra en el monumento de valor o decobardía, de ingenio o de brutalidad, asignado a cada uno.

Esta colaboración espontánea adorna los grandes hechos y los grandescaracteres. El uno insinúa: «Podría ser»; el otro añade: «Se dice»; untercero agrega: «Ocurrió asi», y el último asegura: «Lo he visto....» Deeste modo se va formando la historia, que es el folletín de las personasserias.

Según la gente de mi pueblo, la indolencia mía ha sido de esasextraordinarias: borrascas, tempestades, rayos, truenos, nada ha logradosacarme de mi pasividad habitual.

Se han inventado anécdotas acerca de mi frialdad y de mi indiferencia.Una vez, un juramentado de Filipinas vino a mí, con el yatagánlevantado, a cortarme la cabeza; yo le miré y bostecé de fastidio.

Es indudable que el fondo mío de pereza, de indolencia, ha dado pábulo aestas historias, no lo niego; lo inaudito para mis panegiristas o paramis detractores sería si oyeran que con frecuencia me lamento de mimanera de ser. ¿De no tener mayor actividad? ¿De no tener más espíritude empresa?

No, de todo lo contrario. Ciertamente es una demostración de minaturaleza cínica e inmoral; pero la verdad ante todo.

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La mayoría de los hombres se sienten muy orgullosos de su constancia, dela permanencia de sus propósitos. Son consecuentes como el acero de unabrújula rota o enmohecida, y esto les parece una gran virtud.

Saben adónde van, de dónde vienen. Cada paso en el camino de la vida lollevan contado y calculado.

Si les escuchamos, nos dirán: «No nos detengamos a contemplar el mar olas estrellas; no hay que distraerse. El camino espera. Corremos elpeligro de no llegar al fin».

¡El fin! ¡Qué ilusión! No hay fin en la vida. El fin es un punto en elespacio y en el tiempo, no más trascendental que el punto precedente oel síguiente.

Debe ser grande el asombro de esos hombres discretos, previsores ysensatos, al ver a muchos que, sin preocuparse gran cosa por lasrevueltas del camino, van llevados en alas de la suerte por igualesderroteros que ellos, y que tienen, ¡los insensatos!, además de lasatisfacción de conseguir un fin, cuando lo consiguen, el placer demirar a un lado y a otro de su ruta y de ver cómo sale el sol y se poneel sol, y cómo brotan las estrellas en el cielo de las noches serenas.

La preocupación por conseguir un fin nos intranquiliza a todos loshombres, aun a los más desaprensivos, aun a los más indolentes, y yo,por mi parte, hubiera deseado vivir todavia más en cada hora, en cadaminuto, sin la nostalgia del pasado ni la ansiedad por el porvenir.

Este deseo es consecuencia de mi fondo de epicurismo y de la decantadaindolencia que tanto me han reprochado, y que, sin duda, desarrolla yexagera la vida del marino.

Realmente, el mar nos aniquila y nos consume, agota nuestra fantasía ynuestra voluntad. Su infinita monotonía, sus infinitos cambios, susoledad inmensa nos arrastran a la contemplación.

Esas olas verdes, mansas, esas espumas blanquecinas donde se mecenuestra pupila, van como rozando nuestra alma, desgastando nuestrapersonalidad, hasta hacerla puramente contemplativa, hasta identíficarlacon la Naturaleza.

Queremos comprender al mar, y no le comprendemos; queremos hallarle unarazón, y no se la hallamos. Es un monstruo, una esfinge incomprensible;muerto es el laboratorio de la vida, inerte es la representación de laconstante inquietud. Muchas veces sospechamos si habrá en él escondidoalgo como una lección; en momentos se figura uno haber descifrado sumisterio; en otros, se nos escapa su enseñanza y se pierde en el reflejode las olas y en el silbido del viento.

Todos, sin saber por qué, suponemos al mar mujer, todos le dotamos deuna personalidad instintiva y cambiante, enigmática y pérfida.

En la Naturaleza, en los árboles y en las plantas hay una vaga sombra dejusticia y de bondad; en el mar, no: el mar nos sonríe, nos acaricia,nos amenaza, nos aplasta caprichosamente.

Si a uno le coge mozo como a mí, le moldea de una manera definitiva, lehace marino para siempre; al que de niño se entrega a su poder con elalma cándida, con la inteligencia virgen, le convierte en su esclavo.

Para el pescador, para el hombre ignorante y sencillo que no puedeapoyar sus ideas en las bases de la ciencia, el mar es un tirano, leengaña, le adula, le seduce, le ahoga. Para el pobre marinero, el mar esel summum del interés, del encanto, de la variedad. Esos trabajadoresmíseros cuya vida es una continua lucha y un esfuerzo titánico ydesproporcionado, son muchas veces felices, y el mar, su enemigo, elmar, el monstruo incomprensible, llena su existencia y hace sufelicidad.

Para nosotros los marinos de altura, el mar es principalmente una ruta,es casi exclusivamente un camino. ¡Pero qué camino!

Yo no olvidaré nunca la primera vez que atravesé el Océano. Todavía elbarco de vela dominaba el mundo.

¡Qué época aquélla! Yo no digo que el mar entonces fuera mejor, no; perosí más poético, más misterioso, más desconocido.

Hoy, el mar se industrializa por momentos; el marino, en su barco dehierro, sabe cuánto anda, cuándo va a parar; tiene los días, las horascontadas...; entonces, no; se iba llevando la casualidad, la buenasuerte, el viento favorable.

En aquel tiempo, todavía el mundo estaba mal conocido, todavía habíaderroteros tradicionales y una inmensidad de Océano en blanco jamásvisitado por el hombre. Como el caminante en el desierto sigue lashuellas de otro, el marino en alta mar sigue la derrota de los antiguosnautas.

Así, los que se dirigían al Cabo de Buena Esperanza, al llegar alas islas de Cabo Verde marchaban al Brasil, obedientes a la rutina y alviento, y atravesaban el Atlántico de nuevo.

Entonces, en la mayoría de los buques se deducían la situación más porconjeturas que par cálculos; los instrumentos de navegación empleadospor la generalidad de los marinos tenían errores de grados enteros.Claro que en Londres y en Liverpool había ya admirables sextantes ycírculos de reflexión; pero muchos capitanes no sabían usarlos ynavegaban a la antigua.

La variedad de formas y de aparejos era extraordinaría. Todavía se veíanen los puertos, alternando con los bergantines y las fragatas vulgares,las carabelas turcas, las saicas greco-romanas, las polacras venecianas,las urcas de Holanda, los síndalos tunecinos y las galeotas toscanas.

Todavía en el mundo había piratas, todavía había negreros, males todos¿quién lo duda?, peligros que obligaban al marino a tomar ante loshechos una actitud gallarda. Todos estos riesgos exaltaban laimaginación, aumentaban el valor, daban el pensamiento de luchar contrael mal y de vencerlo.

A la gran barbarie del mar correspondía la barbarie de su servidor elmarino; a la brutalidad del elemento salobre, la brutalidad humana. Enaquella época, un marino volvía a su rincón con un anillo en la oreja,una pulsera en la mucheca y una cacatúa o una mona en el hombro.

Un marino, entonces, era algo extrasocial, casí extrahumano; un marinoera un ser para quien la moral ofrecía otros aspectos que para los demásmortales.

—Te preguntarán cuánto has hecho—decían los padres a sus hijos, que selanzaban a la aventura—, no cómo lo has hecho.

Y los hijos se hundían en los abismos de la vida intensa, sinpreocupaciones ni escrúpulos. La madre casualidad los llevaba por susignorados derroteros; el Destino, en su misterioso molde, vaciaba estahumanidad y sacaba intrépidos mareantes o feroces negreros, exploradoresaudaces o vendedores de chinos.

Para aquellos hombres, la moral era una cuestión de paralelo. El mar erael más grande escenario de los crímenes y violencias de los hombres.

Hoy, el mar ha cambiado, y ha cambiado el barco, y ha cambiado tambiénel marino. De aquellas airosas arboladuras que tanto nos entusiasmaban,no quedan mas que esos palos cortos para sostener los vástagos de laspoleas; de aquellas maniobras complicadas, nada se conserva.

Antes, el barco de vela era una creación divina, como una religión ocomo un poema; hoy, el barco de vapor es algo continuamente cambiantecomo la ciencia ... una maquinaria en eterna transformación.

Antes, el capitán era un personaje sabio, un tirano de un poderinaudito, un hombre que tenía que bastarse a si mismo; hoy es unespecialista injerto en un burócrata.

Hoy, es la máquina la impulsadora del barco, algo exacto, matemático,medido; antes, era el viento, algo caprichoso, impalpable, fuera denosotros. «Llevamos el Angel de la Guarda en la lona de nuestras velas»,me decía don Ciriaco, un viejo capitán de fragata muy inteligente y muyromántico; «llevamos la fuerza en nuestra carbonera», puede decir elcapitán de hoy.

El carbón, ese dios modesto, pero útil, ha reemplazado las alas delpoético Ángel de la Guarda que llevábamos en nuestras velas, y hacambiado las condiciones del mar.

Antes, el mar era nuestra divinidad, era la reina endiosada ycaprichosa, altiva y cruel; hoy es la mujer a quien hemos hecho nuestraesclava.

Nosotros, marinos viejos, marinos galantes, la celebrábamos de reina yno la admiramos de esclava.

Seguramente, no; el mar entonces no era tan bueno como hoy, ni tanpacífico; pero sí más hermoso, más pintoresco, un poco más joven. Labelleza del mundo y del mar dependía en gran parte de su rutina y de suinmovilidad.

El mapa espiritual del universo de aquella época era como un plano dediferentes colores, en donde se apreciaban no sólo las entonacionesfuertes, sino los más ligeros matices.

Hoy, estos matices se pierden; el mundo lleva el camino de confundir yborrar sus colores.

Hoy, un japonés es un señor civilizado vestido a laeuropea; un polinesio va como turista a la Meca, en un magníficopaquebot de quince mil toneladas. La musa del progreso es la rapidez: loque no es rápido está condenado a morir.

Todo ello es mejor, ¿quién lo duda? Indica más civilización; pero parael que todavía conserva en la retina el recuerdo del mar antiguo, pareése, la confusión moderna es un espectáculo lamentable.

¡Oh, gallardas arboladuras, velas blancas, fragatas airosas con su proalevantada y su mascarón en el tajamar! ¡Redondas urcas, velerosbergantines! ¡Qué pena me da el pensar que vais a desaparecer! ¡Amablesirena, que te levantabas sobre las olas azules para mirarnos con tusojos verdes, ya no te verán más!

¡Oh, días de calma! ¡Oh, momentos de indolencia!

¡Cuántas horas no habré pasado en la hamaca contemplando el mar, claro otempestuoso, verde o azul, rojo en el crepúsculo, plateado a luz de laluna y lleno de misterio bajo el cielo cuajado de estrellas!

III

TENGO QUE HABLAR DE MÍ MISMO

Tengo que hablar de mí mismo: en unas memorias es inevitable. Además demi apatía e indolencia, exagerada un tanto por mis convecinos losluzarenses para presentarme como un tipo estrambótico, soy unsentimental y un contemplativo.

Me gusta mirar, tengo la avidez en los ojos; me quedaría contemplandohoras y horas el pasar una nube o el correr una fuente. Quizá viviendoen tierra se hubiera desarrollado en mí el sentido musical, como enmuchos de mis paisanos; en el mar se ha ampliado, se ha alargado misentido óptico.

Muchas veces me he figurado ser únicamente dos pupilas, algo como unespejo o una cámara obscura para reflejar la Naturaleza.

Soy, además, al decir de mi familia, un tanto novelero, un tanto curiosoy amigo de novedades.

Pero, ¿qué es la curiosidad—digo yo paradefenderme—sino el deseo de saber, de comprender lo que se ignora?

A mí me gusta ver; y si hay una molestia o un peligro para satisfacer micuriosidad, no tengo inconveniente en afrontarlo.

Soy también patriota a mi modo, sin sentido tradicional alguno. Noconozco la historia de España, y realmente no me preocupa gran cosa. Sime preguntaran quién fué Wamba o Atanagildo, me vería en un granaprieto; pero, a pesar de no conocer nada o casi nada la historia de mipaís, cuando después de un largo viaje he visto desde lejos la costa deEspaña, he sentido siempre una gran impresión.

El recuerdo de la patria, y sobre todo de Lúzaro, de este rincón de lacosta vasca donde he nacido y donde vivo, ha estado siempre presente enmi espíritu. No lo considero como un mérito; no tengo esa tendenciaexclusivista de las gende mi pueblo. La tierra para el labrador, el marpara el marino. Discutir si esto es mejor que aquello, me parece unatontería.

Lúzaro me gusta; pero el haber nacido en él, y el que mi familia hayavivido aquí muchos años, no creo constituya ninguna superioridad.

Pienso lo mismo que un masón a quien conocí en Liverpool. Este masónhabía llegado al grado treinta y tres, o cuarenta y tres, no sé a cuál;pero al más alto de todos. Los días de fiesta, el hombre se ponía elfrac, un mandil y una porción de placas y triángulos, se marchaba a lalogia y volvía perfectamente borracho. En la casa todo el mundo leadmiraba, y el buen señor, que era muy ingenuo, me decía:

—Mi padre me hizo ingresar en la logia a los catorce años; tengosesenta y cinco y he llegado al último grado. La gente le encuentra aesto mucho mérito, pero yo, la verdad, no le encuentro ninguno.

Era un hombre sencillo el honrado masón.

Lo mismo que aquel albañil de la albañilería celeste, me sucede a mi conel mérito de mi familia de haber vivido mucho tiempo en Lúzaro. Esto noes obstáculo para que me encuentre en mi pueblo como en ningún otro.

Muchas veces, en mi camarote, navegando por el Atlántico o por el mar delas Indias, al pensar en Lúzaro sentía el recuerdo intenso de un monte,de una peña, de un hayal. Veía con la imaginación levantarse Lúzarosobre el mar, con el río que penetra por su flanco, y veía los montes aun lado y a otro llenos de maizales y de robles.

Entonces me gustaba cantar, en voz baja, zortzicos y sones de tamboril,y, al oírmelos a mí mismo, creía andar por las callejuelas de mi pueblo,oler el olor del heno, contemplar las rocas del Izarra azotadas por elmar, y el cielo azul pálido surcado por nubes blancas.

Se comprende mi entusiasmo por Lúzaro; soy de aquí, y de aquí es toda mifamilia. Además, mi vida se puede clasificar en dos períodos: uno elpasado en Lúzaro, en el cual me han ocurrido los hechos mástrascendentales y más agradables de mi existencia; otro, el del mar, enque no me ha sucedido nada, por lo menos nada bueno, y en que he vividocon el corazón frío y la retina impresionada.

Mi familia ha sido de Lúzaro, y ha sido de marinos. Sobre todo, porparte de mi madre, por los Aguirres, la genealogía marítima es abundantee inacabable.

Mi padre, Damián de Andía, fué también capitán de barco. Murió en elmar, en el Canal de la Mancha. Una noche, cerca del Finisterre inglés,